Capitán Sumiso
¿Quién no sueña con la frase quiero ser tu sumiso en la boca del chico o la chica que estás intentando llevarte a la cama?
Capitán Sumiso
Hace ya mucho tiempo que cerraron los burdeles de los barrios portuarios y los marinos dejaron de tener un amor en cada puerto. Los mercantes ya no tardan días en descargar y cargar; y las terminales están cada vez más lejos de las ciudades. Pero, en la era de Meetic y Ashley Madison, un marino mercenario como yo dedicado al charter y a la enseñanza si que tiene noches solitarias que llenar.
Prácticamente todos los meses de otoño y primavera le hago un fin de semana de prácticas a una escuela de náutica de una gran ciudad. Viernes tarde, sábado mañana y tarde, y domingo por la mañana; hago mis salidas al mar de cuatro horas y dormía en el barco las dos noches. Digo dormía porque apareció Ama Laura en mi vida para llenar las noches.
No sé en que se fijó Laura para aceptarme a mi: era alta como una modelo, guapa y con un tipazo; podría tener al hombre que quisiera. Yo si sé lo que vi en su perfil y en los mensajes que nos intercambiamos: unas infinitas ganas de vivir, de experimentar y de lanzarse a la aventura. Como si fuera inmune a las decepciones y los golpes que a todos nos ha dado la vida y nos arma de precauciones y escepticismo.
Por mis horarios, no pudimos cumplir con el preceptivo trámite del café en “zona neutral” y “horario infantil”. Quedamos a cenar el viernes, diseñando cuidadosamente el encuentro para que no se pudiese confundir con una “cita” . Picoteo de pié en un sitio tranquilo alejado del bullicio, cervecitas muy frías, algunas “sin” y mucha conversación. Tanta que empezaron a cerrar locales y tuvimos que cambiar de ambiente hacia la zona nocturna; caminamos juntos, haciendo esfuerzos para no tocarnos, con deseo en la mirada y una sonrisa que en mi caso significaba: esta sí.
La atracción estaba clara y ambos deseábamos una cita para la noche siguiente y nos tanteábamos para descubrir nuestras querencias y gustos. Hablamos de todo y, ¡Cuanto daño ha hecho “50 sombras”!, apareció el tema de los azotes y las cuerdas. Intenté zafarme del tema haciendo un chiste de nudos marineros:
—Te recuerdo que yo he inmovilizado, firmemente y sin daños, a “chicas” que pesan mil veces más que tú (En ingles el único objeto con genero, femenino, son los barcos de vela).
Ella lo tomó como una invitación a subir la apuesta —Con cuerdas y azotes correrías peligro, no me siento nada sumisita.
—¿Tú te ves de Domina?— Pregunté con cara de asombro —¿qué yo sea tu sumiso?.
—Tener a un hombretón como tú a mi capricho… Suena muy bien.
—A mí me encantaría ser tu juguete, aunque no se si sabes donde te estás metiendo. ¿Eres de SSC estricto o de RACSA?— Vi el desconcierto y un puntito de vergüenza al sentir que su primer acto como “experimentada dominadora” le quitaba el control. —“Riesgo Asumido y Consensuado en Sexo Alternativo” es más moderno que el viejo “Safe, Sane and Consesual”. En cualquier caso no tenemos los medios para un acuerdo escrito, así que podemos ir improvisando en cuanto acordemos lo básico.
Acordamos que las sesiones empezarían en el momento en que yo bajase a tierra y acabarían con el despertador para ducha, desayuno e irme a trabajar. Y tras hablar un poco del consenso acordamos como palabra de seguridad “manzana” (la manzana es cosa sana, jejeje).
Le expliqué que el primer encuentro am@/sumis@ era de seducción y no solía ser como los siguientes. Para convertir en sumisa a una mujer, que no sea masoquista, hay dos caminos posibles: Que descubra o recuerde su multiorgasmia haciéndole correrse una y otra vez en todas las posturas y con todos los medios al alcance del amo, y luego dejar que la oxitocina haga su trabajo. O buscar “el orgasmo de la muerte”, hiperexcitándola, impidiéndole llegar repetidas veces, hasta hacerla llegar a un violento orgasmo que se quede grabado en su cerebro como “el mejor polvo de su vida” (buscando un enganche más psicológico que químico).
A los chicos no vas a poder descubrirles la multiorgasmia y la oxitocina no funciona igual. Quizá la segunda técnica sea la adecuada. Lo importante es mantener la excitación permanentemente durante toda la sesión y crear la expectativa de placeres futuros.
Los locales de copas se vaciaban con la clientela camino de casa o de las discotecas de los polígonos. No nos apetecía ir a un lugar ruidoso y tu casa no era opción en esta primera “no cita”. Aunque las reglas de hace unas horas no parecían ajustarse a nuestras miradas y nuestro lenguaje corporal. Salimos a pasear con destino al puerto, deseando que el camino se alargase.
Le hablo de fetiches, todos tenemos los nuestros y no mandamos sobre ellos: Tengo una amiga escritora a la que le ponen las rubias tontas y caprichosas, con cara de ingenua y buenas tetas; y fue famosa una bloguera que acercó el BDSM al público “mainstream” que afirmaba que nunca aceptaría un amo que no fuese calvo. Si no cumples con los fetiches de tu sumis@ nunca conseguirás la atmósfera de excitación.
En mi caso lo tienes fácil, mi fetiche es la búsqueda del placer de las mujeres: su excitación y sus armas para ser más deseables. Si usas bien las “armas de mujer”, lo tienes fácil; Piensa en como las usaría un director artístico de una película para convertir a la “feucha” del principio en la princesa del “final feliz”; sin expresionismos, sin feismos. ¡Cuidado con los antifetiches!, le reconocí que mi “kriptonita de la lívido” son las medias con sandalias… O hace calor, o no.
Mi futura ama me reconoció que, para ella, caminar junto a un hombre más alto que ella con tacones era casi un fetiche. La polla casi se me sale de los pantalones de un salto.
¿El dolor?. Yo no soy masoquista, no disfruto del dolor por si mismo, pero el placer y el dolor están unidos por túneles más o menos secretos. Se puede utilizar para parar un orgasmo inminente; una insinuación con la fusta puede corregir una postura, reclamar atención o marcar el principio de algo. Con poca experiencia es mejor quedarse corto que pasarse.
—Como deberé tratarte mañana cuando desembarque… Ama Laura— Le pedí llegando al puerto
—¿Cómo debería tratarte yo a ti?
—Como más placer te produzca: puedes dirigirte a mí con términos humillantes como: medio hombre, picha floja, eunuco… O bien como tratarías a tu perro o a tu caballo favorito.
—A ver que tal me sale: Tú, impotente, ¿necesitas que una mujer te diga lo que hay que hacer? Rapidito al barco que mañana tienes tarea.
—Si Ama Laura.
Cuando terminé mi clase práctica, despedí a los alumnos y termine de baldear la cubierta; ella estaba allí. Había endurecido su imagen con el traje de chaqueta de la loba de la oficina, uñas y labios rojo oscuro y unos tacones de diez centímetros escotadísimos. Al bajar al muelle con intención de darme una ducha y cambiarme, ella me interceptó.
—¡Que perrito más sucio! ¡Ven aquí!… ¡Sin rechistar!
Me sentó en el asiento trasero de su coche y me hizo seguirla hasta su casa. Cerró tras de mí y me ordenó que me desnudara y me pusiera a cuatro patas con mi polla tiesa paralela a mi abdomen como un auténtico chucho. Con estudiada lentitud se fue desabrochando y bajando la falda dejando a la vista su liguero negro y sus medias y, justo en mi cara, bajó a medio muslo su tanga.
—Veamos que sabes hacer con esa lengua, que estoy muy cachonda… ¡No me toques con esas manazas sucias!— Aunque no me dio opción a ninguna demostración, restregó su coño empapado y su clítoris por mi cara y mi boca que, sobre todo, intentaba llevar aire a mis pulmones. Agarraba mi cabeza aferrada a mi pelo con las dos manos aumentando la presión sobre su sexo, hasta que tuvo un orgasmo intenso que la habría hecho caer al suelo si no hubiese tenido su pelvis firmemente apoyada en mi cara.
—Sígueme, perrito— dijo mientras daba cortos pasos hacia el baño principal.
—Ama, ten piedad de mis lesiones de rodillas de mi época de rugby.
—Ni para gatear vales, te acabo de degradar de “medio hombre” a “medio perro”. Levanta y sígueme.
—Sí, Ama Laura
—Lávate las manos… Quítame la chaqueta y la blusa… dame el tanga— Y con él hizo una bolita que metió en mi boca —No quiero oírte mientras te baño. ¡A la bañera a cuatro patas!
Reguló la temperatura y el caudal para tener un chorro templado, más bien escaso, que extendía con su mano por todo mi cuerpo. Una vez mojado se puso gel en la mano y cubrió de espuma cada rincón y pliegue de mi piel. Y finalmente aclaró el jabón arrastrándolo con su mano de cada centímetro de mi cuerpo. Las tres veces estuve a punto de correrme cuando dedicaba su mano y el chorro de agua a mi polla dura desde hacía demasiado tiempo.
Me envolvió en una enorme toalla y frotó mi cabeza para secarme el pelo. En cuanto dejé de gotear seguí a ese monumento en ropa interior y tacones hasta un sofá en el que ocupó un extremo, haciéndome saber con un gesto coqueta que su “medio perro” debía subir a cuatro patas. Guió mi mano a acariciar su coño y, con dos dedos dentro y el pulgar sobre su clítoris. Sacó su tanga de mi boca y forzó mi cabeza para que mi lengua complementase a mi dedo.
Cuando consideró adecuada su excitación y comprobando la mía de tanto en tanto, bajó las copas de su sujetador, liberando sus pezones y llevó mis labios hacia ellos. No tardaron en estar duros como balines y su dueña jadeando por el trabajo de mi mano y mi boca. Entonces me montó: me sentó en el sofá y se subió a horcajadas metiendo mi polla en su coño de un suave y lubricado empujón; ambos estábamos excitados, Laura gruñía un “no te corras todavía” convertido en letanía, que no quedaba claro si era una orden o un ruego; no hizo falta ningún esfuerzo, porque se corrió babeando con su frente encajada entre mi cuello y mi hombro abrazándome con fuerza. Yo me dejé ir sintiendo oleadas de placer que las contracciones de los músculos de la vagina de mi ama intensificaban.
No sé cuanto pasamos abrazados e inmóviles, mi miembro empequeñecido abandonó su cálida funda y ella volvió a ser Ama Laura ordenando —Vamos a cenar—. Nos duchamos, ayudé a mi ama a vestirse entre caricias y a reconstruir su aspecto duro e impoluto ¡estaba preciosa!; y ella me ayudó a vestir la ropa limpia que llevaba. Eligió un coqueto lugar al aire libre donde montó un espectáculo comportándose como un camionero: piernas abiertas, recostándose en la silla con un brazo en el respaldo, incluso acariciando mis genitales con sus tacones por debajo de la mesa a la vista de todos. Ordenó la comida expresando ruidosamente que yo no tenía nada que opinar y en una ocasión me hizo ladrar… Creo que no hubo un solo hombre que no tuviese que disimular su erección ni una mujer que no envidiase su falta de recato.
Volviendo a casa chequeó sin disimulo mi erección, y debió quedar satisfecha porque soltó un —¡quiero eso dentro YA!— Que nos llevó desde la puerta hasta su cama, besándonos y arrebatándonos la ropa. Se tumbó en la cama con las piernas abiertas y repté detrás pasando mi lengua primero y mis dedos después por su sexo, sin necesidad porque estaba lubricada y preparada para recibirme. Subí sus talones a mis hombros y la penetré con una violencia que ella agradeció. Con ritmo lento y constante alterné las penetraciones profundas con los juegos de mi capullo en su zona vestibular y con algún cambio de ángulo para tontear en busca de su punto G.
Mis esfuerzos no tardaron en surtir efecto y mi Ama empezó a guiar mis envestidas hacia el lugar de su preferencia entre jadeos —Aguanta pichafloja… Ahí, ahí… ¡No pares!… ¿Eso es todo lo que tienes?— Hasta que se corrió entre convulsiones, soltando sus piernas de mis hombros y abrazando mi cintura con fuerza.
Pero esta vez yo seguía activo y fui a por un segundo orgasmo. Tiré de ella hasta llevarla a la unión del loto, sentada sobre mis piernas cruzadas, la abracé sintiendo el roce de sus pezones en mi pecho y dejé que la gravedad y el movimiento de sus caderas hiciese el resto. Estaba tan flojita después de su orgasmo que se dejó hacer como una niña buena hasta que una nueva ola de excitación la llevó a querer más: Hoy no tocaban polvitos de vainilla. Me empujó hasta tumbarme y cabalgó mi polla con movimientos violentos y profundos; mis manos libres se aferraron a sus tetas y retorcieron sus pezones hasta llevarla al punto de no retorno. Ella buscó la penetración profunda y echó sus caderas hacia atrás en un esfuerzo que parecía que me iba a arrancar la polla por su base; y ahí, casi sin moverse, estalló en otro orgasmo que se prolongó en réplicas mientras mantenía la tensión sobre mi pene.
—¿Tú no sabes correrte, Medio Perro?— Dijo cuando empezaba a recuperarse, saliendo de encima mío y tanteando con su mano la dureza de mi verga. —A lo mejor eres uno de esos pervertidos que necesitan que les calienten el culo para correrse— dijo mientras retorcía uno de mis pezones y clavaba sus uñas en mi pecho. —¡Quiero tu semen llenándome!—
—Ama Laura, permita que este perro le folle como le gusta a los perros y le dará lo que quiere.
—¿Quieres a tu Ama a cuatro patas? Podrías ganarte cinco latigazos solo por pensarlo.
—No, mi Ama. Descanse boca abajo con unos almohadones levantando sus caderas y este perro hará lo demás.
Podría haberme corrido solo con la contemplación de ese magnífico culo en pompa del que partían unos muslos poderosos y torneados y una fina cintura, pero Ama Laura no me habría perdonado el desperdicio. Recorrí sus labios con mi lengua y acaricié con mi palma abierta su sexo; continué lamiendo su perineo mientras concentraba mi mano en su pubis y en su clítoris y, ante la falta de protestas, me lancé a un descarado beso negro. Mi lengua forzó sin oposición el esfinter voluntario y, mientras mi pulgar hacía pinza desde dentro de su vagina con los dedos que masajeaban su clítoris, mi lengua forzó el musculo liso del segundo esfinter; nadie se quejó, pero no parecía muy transitado.
La actitud pasiva de Ama Laura se estaba terminando y sentía como sus caderas me buscaban al retirarme. Era el momento de entrar con todas mis fuerzas. Posé mi capullo en sus labios, lubricándolo con movimientos verticales y, alineado con su cueva, lo empotré con un solo movimiento de cadera. Mi Ama me había pedido mi semen y yo se lo iba a dar, busqué un punto en que los músculos de su vagina presionaban sobre la base de mi glande y los labios sobre el tronco, y me concentré ahí con movimientos cortos, cada vez más rápidos; mi pulgar frotaba su ano ensalivado haciendo presión alternativamente. No hizo falta mucho tiempo para notar una vez más el placer de mi Ama y sus contracciones dispararon el mío: cerré sus piernas para apretar más la base de mi pene y busqué una penetración profunda donde sentir cada una de las descargas de mi semen.
Caimos agotados, abrazados, casi sin cambiar de postura pero apoyados sobre un costado. Intentando movernos lo menos posible nos arropamos.
—Dame calorcito, Medio Perro.
—Sí, Ama Laura.
—Buenas noches, Perrito.
—Buenas noches, Ama.
…
Me desperté desorientado por el ruido de una alarma. Busqué mi móvil para silenciarla pero no era el mío.
—¿No pensarías que me iba a perder el “morning glory”?… Rápido a la ducha.
Obediente me metí en la ducha, me enjaboné y… Entró mi Ama, esplendorosa, con el pelo recogido.
—Enjuagate y duchame sin mojarme el pelo.
Mi erección empezaba a ser evidente, pero Ama Laura quería más. Se agachó y, metiéndoselo entero en la boca, succionó consiguiendo quince grados más.
—A la cama, rápido, no tenemos mucho tiempo.
Me tumbé sin secarme justo para sentir una boca en mi polla y un coño encima de la mía… esto era speed sex y no había segundos que perder: Con tanta saliva como pude reunir, ataqué directo al clítoris y repasé los labios por fuera con mis dedos. Cuando empezaron a humedecerse y conseguí desviar un poco de mi saliva empecé a abrirlos y a atacar sus pliegues; y cuando cedió, introduje un dedo en ella. Tres dedos fue la señal para que mi Ama me cabalgase mientras se pajeaba y me pedía que le amasase las tetas.
Se corrió con una sonrisa de victoria, de satisfacción por el trabajo bien hecho, de objetivo cumplido… Justo cuando sonaba mi despertador y la sesión acababa.
—¿Te vas a acordar de mí toda la mañana con el calentón que llevas?— Dijo Laura —Pobre Capitán.
…
Después de mis prácticas comimos juntos antes de volver a mi puerto y le dí la noticia de que la escuela me había pedido que repitiese prácticas la siguiente semana. Tuve que mover cosas y pedir favores, pero no pensaba perdérmelo.
Quedamos el viernes a las ocho en el muelle.