Caperucita Roja y el Lobo Feroz

Breve relato de pura fantasía con un hombre lobo. También hay un poco de meadas

Había logrado convencer a su desconfiada madre de que solamente iba a ver a la abuela, pero en realidad se dirigía una vez más al bosque a encontrarse con él. Se odiaba y asqueaba a sí misma por ello, intentaba convencerse de no hacerlo, pero se repetía que no tenía opción, ninguna joven que cayese bajo este obsceno hechizo podía resistirse a ello, o de eso quería convencerse.

Había dos clases de Lobos Feroces: los asesinos y los reproductores. O folladores, como decían generaciones más jóvenes. Ella hubiese deseado que le hubiese tocado uno de los primeros. Habría tenido una muerte rápida en lugar de vivir obsesionada y humillada de esta forma. Los folladores no mataban, sino que hechizaban a jovencitas vírgenes para convertirlas en sus putas y en las madres de sus cachorros. Con el primer y desgraciado encuentro con Lobo, hace ya un mes, se resistió, lloró y gritó, pero una vez saboreó su saliva, su semen y la meada que le echó en la cara, quedó sometida como tantas otras chicas antes. Podía oírle, olerle e incluso sentirle dentro en la distancia. Se masturbaba siempre que podía para frenar el deseo de ir a buscarle, incluso se había lanzado a los brazos de supuestos amantes expertos para desfogarse. También probó con mujeres, e incluso, desesperada, llegó a experimentar con un perro corriente. Pero a los dos o tres días de cada intento, como mucho, necesitaba volver a verle y sentirle de verdad. No comprendía por qué la torturaba de esta forma: normalmente en el primer encuentro los Lobos dejaban preñadas a sus víctimas y ellas se iban a vivir con ellos, hasta que pasado un tiempo y tras el constante contacto sexual, ellas mismas acababan transformándose también en bestias del bosque. Quizá fuese horrible, pero al menos no tenían que intentar llevar una vida normal mientras todo su cuerpo se retorcía de deseo. Pero su Lobo no actuó así, no con ella. Decía que le gustaba demasiado como para echarla a perder tan pronto, y siempre acababa corriéndose fuera, eso cuando lo hacía, porque ni siquiera llegó nunca a meterle el "nudo", la bola que tienen los cánidos en la base de la polla para quedarse pegados a las hembras e inseminarlas. En vez de eso, la mayoría de las veces en que se corría era con una mamada.

Es cierto que era una chica preciosa, quizá por eso la bestia se encaprichó de ella. Unos grandes ojos azules de mirada inocente y dulce, un brillante pelo dorado que peinaba en dos trenzas, labios rojos y carnosos y un cuerpo de poca estatura pero con una figura llamativa, con cintura estrecha, caderas anchas y muslos voluptuosos. Y a ella le gustaba realzar sus formas, solo para él. Llevaba únicamente un apretado corpiño que le quedaba por debajo del pecho y que le levantaba unas tetas al aire no demasiado grandes pero redonditas, respingonas y saltarinas. Por lo demás, se limitó a cubrirse entera con su gran capa roja para disimular delante de algún extraño con el que se pudiese encontrar, aunque no era probable. Iba descalza. Sentir en su piel la hierba, las hojas y el barro la hacían sentir sucia y salvaje, y eso la excitaba muchísimo.

Finalmente llegó al sitio habitual y susurró "estoy aquí". Y a los pocos segundos, apareció él, silenciosamente, como si siempre hubiese estado ahí, agazapado en la oscuridad. La primera vez que le encontró fue lo más aterrador que vio jamás, pero ahora le parecía la criatura más hermosa del mundo. Era un ser con un cuerpo enorme y musculoso, a medio camino entre un hombre fuerte y un lobo corriente, pero más grande que ambos. La cabeza y la cola eran completamente como los del animal, e igualmente estaba cubierto entero por un denso pelaje negro, gris y marrón. Los brazos y manos eran más o menos humanoides, pero las patas traseras y los pies eran caninos. La primera vez la miraba con furia y enseñaba los dientes, pero desde entonces, una vez la hizo suya, su mirada dorada era siempre calmada e inteligente, y su boca parecía esbozar una sonrisilla chulesca. "Hola, querida. Mi Caperucita Roja". Nunca la dejó decirle su verdadero nombre, le divertía llamarla así por su colorida vestimenta cuando se conocieron. Y tras estos días, ella ya lo sentía como su nombre real. Lobo no hablaba, no realmente, no podía. Pero su voz, fuerte y seductora, resonaba con claridad dentro de la cabeza de Caperucita. Así fue una vez que la desvirgó.

+Has vuelto, una vez más.

-Claro. Sabes que no tengo opción. Es el hechizo.

+Y tú sabes que el hechizo no funciona así. Cierto, he creado una conexión contigo pero... si de verdad no me desearas, no solo podrías resistirte a venir, sino que podrías usar nuestro vínculo para encontrarme y matarme, como algunas chicas han logrado hacer con sus Lobos. No, mi amor, mi preciosa niña, lo que te pasa es que eres una puta de primer nivel y sabes que no vas a encontrar una polla ni una lengua como las mías.

-Mentira.

+¿Ah, sí? Y dime, ¿también fue ese supuesto hechizo lo que te hizo venir a buscarme en primer lugar? Yo no te cacé, querida, viniste tú a esta parte del bosque por tu propia curiosidad morbosa. Cuando comprendiste lo que iba a pasar de verdad lloraste y pataleaste, sí... pero yo no recuerdo que eso durase mucho, ¿no es así?

-Vale. Lo que sea, me da igual. Házmelo ya, por favor.

Lo dijo casi con un gimoteo de súplica impaciente. Se quitó la capa y se quedó solo con el corpiño. Lobo la miró con detalle, se relamió y la punta rojiza de su polla empezó a salir de su funda. Tan solo la punta ya tenía casi el tamaño completo de un rabo humano medio. Caperucita estaba húmeda desde que lo vio, pero ahora podía notar incluso unas gotitas resbalándole por los muslos, y se echó a temblar de excitación. Cerró los ojos y se preparó para el impacto.

Lobo se lanzó sobre ella y la tiró al suelo. Le hizo daño, claro. Le hacía daño casi todo lo que la hacía, y eso era lo que más le gustaba a Caperucita. Comenzó a lamerle toda la cara. Una parte de ella, muy débil, aún era consciente de que lo que hacían era repulsivo, que Lobo era un animal maloliente y malvado, pero cada vez olvidaba con mayor rapidez ese raciocinio. Abrió la boca para que él metiese la enorme lengua en ella. Ella le devolvía el beso metiéndole también la lengua y lamiendo su húmeda y fría nariz. Lobo continuó lamiéndole la cara, el cuello y el pecho, llenándola de babas hasta llegar a sus tetas. Caperucita siempre tenía cierto temor de que se las arrancase de un mordisco, pero a pesar de su ferocidad Lobo sabía ser delicado con ciertas zonas, y siempre se las lamía con sumo cuidado hasta dejarle los pezones como piedras y tan cachonda que a veces le faltaba poco para correrse solo con eso. Sí desató su agresividad para arrancarle de cuajo el corpiño, como ella supuso que haría. Lobo continúo bajando mientras agarraba con sus enormes zarpas el liviano cuerpo de ella como si fuese una muñequita. Cuando llegó a su suave y carnoso coñito, Caperucita decidió revelar la sorpresa que le tenía preparada y devolverle "el favor": comenzó a mearle en el hocico gimiendo de placer, como hizo él la primera noche. "Puede que yo sea tu puta, pero nunca olvides que tú eres mi perrito", se atrevió a decirle mientras él, aunque sorprendido, abría con gusto la boca para recibir el chorro. Caperucita pudo ver como la polla se le salía casi por completo, pero su cara tenía un gesto similar a la risa, y ella empezó a reírse también. Ya no temblaba, estaba relajada y con ganas de follar, sin tener más dudas ni complejos. Cuando empezó todo, ella estaba aterrada, y pese a su actitud segura y dominante, él estaba demasiado ansioso e incluso torpe, como si no supiese bien lo que hacía. Pero cada encuentro había sido mejor que el anterior, ambos habían ido afinando, y ahora ya por fin estaba completamente cómoda.

Por tanto, agarró con fuerza la cabezota de Lobo y se la acercó al coño para que se lo comiera como es debido mientras le acariciaba las orejas. La gigantesca lengua de Lobo le cubría toda la entrepierna, las ingles y llegaba hasta el culo, y sin embargo, de alguna forma, sabía centrarse en el clítoris. Entre babas, flujos y la meada de antes, Caperucita estaba encharcada y a punto de correrse con esa lengua prodigiosa.

Pero esa no era la intención de Lobo, no era ningún alma generosa. Solo pretendía calentarla y dejarla a su merced. Aunque habitualmente caminaba y corría a cuatro patas, para ocasiones especiales podía erguirse como un humano. Obligó a Caperucita a ponerse de rodillas y con la cara delante de un pollón rojo y húmedo ya completamente fuera, bola incluida, y que era casi tan largo como el antebrazo de ella. La primera vez que Caperucita se la tuvo que mamar vomitó del asco, pero ahora prácticamente era su parte favorita de cada encuentro, porque sabía que es cuando más placer le proporcionaba a su animal. La lamió despacio, chupaba la puntita, pasaba la lengua por toda su longitud, lamía sus grandes y peludos huevos, saboreaba la babilla que impregnaba el miembro y los chorritos de presemen que soltaba. Se embadurnó la mano con esos fluidos y con ella empezó a masturbarse. Se metió la verga todo lo que pudo en la boca, hasta ahogarse y hacerse daño en la mandíbula, moviendo la cabeza de adelante hacia atrás con cada vez más intensidad mientras le apretaba la base de la polla con la mano libre, por debajo de la bola, haciéndole pulsaciones. Había aprendido que era esta presión la que realmente hacía disfrutar a estas criaturas. Lobo, ahora sí, gruñía y enseñaba los dientes mientras la miraba a los ojos y dejaba caer saliva sobre su cara. Finalmente le agarró la cabeza y empezó a follarle la boca con la bola como único límite de hasta dónde podía meterla. Ella, no obstante, seguía usando las manos, una para él y otra para ella misma. Así, entre lágrimas y gemidos ahogados, con las trenzas deshechas por las garras de su monstruoso amante y con sus propias babas chorreándole por las tetas, Caperucita tuvo por fin un orgasmo que le hizo tener espasmos, y entre eso y la falta de oxígeno creyó desmayarse durante unos pocos segundos. En cualquier caso, espabiló justo a tiempo de sentir cómo Lobo le inundaba la boca de lefa, que ella tragó por completo sin dejar escapar apenas unas gotas pese a que los chorros no cesaban.

Lobo se la sacó para dejar que terminase de tragar y pudiese respirar con normalidad, pero solo un instante, porque inmediatamente la empotró contra el barro y la puso con violencia a cuatro patas para montarla. La postura de la bestia perdió toda humanidad y pasó a ser animal.

-Por favor, esta vez métemela hasta el final, lo necesito.

+Para qué. Dímelo, dime exactamente qué quieres que te haga.

Se le notaba nervioso, como si no se atreviese y necesitase un empujoncito. Así que se lo dio: "Córrete dentro, lléname de tu semen a reventar, préñame con tus lobitos. Por favor, no aguanto más, no pienso en otra cosa, lo necesito ya, PRÉÑAME, CHUCHO PULGOSO". Dicho y hecho: se la metió de golpe, dejándola por fin abotonada con el nudo. Ella pegó un grito desgarrador, no había imaginado que su coño iba tener que forzarse tanto. Le dolía mucho, y notaba la vagina llena hasta el tope.

-Dios mío... no sé... si podré, me vas a matar... qué polla más enorme tienes...

+Para follarte mejor.

Entonces empezó el verdadero polvo. Las noches anteriores eran solo un juego, esto era follar. No le sacaba la polla, era imposible ya. En su lugar, el metesaca frenético consistía en alternar entre "muy dentro" y "hasta el fondo". Un ritmo inhumano con el que a ella no le daba tiempo ni a gemir entre embestidas mientras sus tetas botaban como locas con el movimiento. Él le mordisqueaba el cuello y el pelo, haciéndole el daño justo. Caperucita nunca sintió un placer así. Sentía cada movimiento y palpitación de ese rabo por todo su cuerpo, incluso podía notar cómo la polla le estaba abultando levemente el vientre, porque una vez dentro había crecido y engordado aún más. No dejaba de gritar y gemir entrecortadamente. "Así... así, más por favor. Rómpeme, mátame. Necesito tu corrida hasta el fondo, préñame. Quiero ser tu hembra, tu puta perra, POR FAVOR". Creyó que iba a perder el juicio, y tenía razón, pues pronto dejó de poder pensar con palabras. De pronto Lobo paró en seco, pero su polla no, se movía sola en el interior de Caperucita. El semen empezó a inundarla. Lobo aulló a la luna, y ella hizo lo mismo mientras ambos se corrían juntos.

Se quedaron pegados unos minutos mientras él la lamía dulcemente el lateral de la cara. Caperucita estaba tan satisfecha y relajada, casi adormecida, que apenas sintió como Lobo le sacaba el rabo finalmente. Pero sí notó cómo le limpiaba con la lengua restos de semen que le salían del coño, y como sus lengüetazos pasaron al culo. Caperucita volvió a excitarse, sospechaba lo que iba a ocurrir. Lo único que el animal aún no le había hecho. Acertó: se la metió en el culo por primera vez. Tuvo la decencia de hacerlo muy despacio y sin meterla entera. Dolía más que nada que le hubiese hecho hasta ahora, pero en ese punto estaba trastornada y el dolor era placer. Caperucita gruñía, babeaba, enseñaba los dientes, ladraba y gimoteaba. Se había entregado y perdido por completo. Se notaba que Lobo no pretendía follarla así hasta el final, solo era una última forma de dominarla y excitarla. Así, se la sacó de golpe para meterla un rato más en el coño por completo, retomando el ritmo de antes. Y al poco tiempo, teniendo todo su pesado cuerpo encima de ella, aplastándola por completo contra la tierra, volvió a inundarle las entrañas. El exceso de semen se le salía como una fuente, y aun así casi todo quedó dentro.

Pero esta vez ella no había terminado, y a pesar de estar agotada y dolorida, quería lograrlo con algo nuevo. Quería mirarle a los ojos y besarle mientras lo hacían. Se tumbó boca arriba, y Lobo lo entendió. Se la metió de frente con mucha delicadeza, tanta que casi ni se enteró cuando entró el nudo. Por primera vez, quiso hacerlo como un hombre. Estaban cara a cara, a muy pocos centímetros. Ella le rodeó los costados con las piernas y hundió las manos en el pelaje de su lomo. Lobo empezó a hacerle el amor suavemente mientras se lamían boca y hocico. El orgasmo fue llegando sin prisa, ambos se recreaban e intentaban alargarlo. Él lloriqueaba como un cachorro y ella oía su voz en la cabeza diciéndole que la quería, y confesándole que si había tardado tanto en poseerla por completo es porque es un Lobo joven y nunca había estado con una chica ni sabía si estaba listo para engendrar. Enternecida, le susurró al oído "eres precioso, cariño... sigue... sigue, mi lobito bueno... yo soy tu hembra y tú mi macho, para siempre..." mientras le mordisqueaba sus grandes orejas. Al poco sintió otra vez la caliente corrida en su interior, menos abundante e intensa esta vez, y un instante después tuvo el último orgasmo humano de su vida.

Al acabar, Lobo se tumbó en el suelo hecho un ovillo, pero era tan grande que ella pudo acurrucarse por completo entre su tripa y sus patas. Estaba magullada y llena de rasguños, con los agujeros doloridos, perdida de fluidos varios además de barro y hierba, pero nunca se había sentido tan bien, aceptando por completo su nueva vida, la que llevaba ansiando un infernal mes.

+A partir de ahora puedes responderme así, con la mente, al menos hasta que te transformes y puedas comunicarte como una Loba. Por ahora hazlo así, porque pronto olvidarás cómo hablar.

-Entonces, ¿el embarazo me transformará?

+No exactamente. Eso es el detonante, pero la rapidez de la transformación depende de cuanto follemos.

-No tardará, entonces. Bien.

Ambos rieron en sus cabezas y se quedaron dormidos.