Cap.6: Preparativos
Con Claudia descubrimos que había otro lobo disfrazado en el pueblo, ¿es éste lo suficientemente grande para los dos? ¿Gabriela consentirá en seguir en su rol de esclava?
Antes que nada empiezo pidiendo disculpas por la tardanza. Me he quedado impactado al saber que habían pasado 4 años ya desde que inicé la historia. Entré en un prolongado hiatus y no me decidía por dónde continuar la historia, además de que se me cruzó mi vida personal con varias mudanzas obligadas en estos años y pasé a ser sólo lector en la página. Pienso retomar también la otra historia que inicié el año pasado y, esta vez, espero llevarlas a término ambas (recemos para evitar más hiatus prolongados).
Sin más dilación os dejo con el siguiente capítulo, espero que os guste.
Vivencias de un especialista de la mente
Cap.6: Preparativos
Al día siguiente me levanté temprano. Era Sábado y había decidido que, salvo alguna urgencia, no atendería consulta los fines de semana. Me puse el batín por encima, con sólo mis bóxers por única ropa, y bajé a la cocina, encontrando para mi gusto que Gabriela se había afanado en el desayuno: hasta zumo de naranja recién exprimido tenía encima de la mesa. A ella no se la veía, pensé que era ridículo que se escondiera de mí por miedo a la conversación pendiente de lo acontecido el día anterior, pero decidí buscarla después de desayunar. Me serví un vaso del zumo, que la verdad tenía una pintaza irresistible, y me senté en la mesa, pero no había bebido ni un sorbo cuando casi derramo el vaso al sentir unas manos acariciar mis muslos desde debajo de la mesa. Tardé un segundo en recobrar la compostura e hice como si nada hubiera pasado… es decir, ¿quién más que Gabriela podría ser? Estaba claro que era su particular manera de pedir disculpas e intentar evadir la charla. Yo no pensaba evadir nada pero tampoco me pareció oportuno deshacer su malentendido, si ella quería desayunar mi simiente exprimiéndola ella misma quién era yo para decidir por ella qué leche prefería.
Notando que yo no hacía nada en contra ni que la llamaba la atención ella prosiguió acercando sus manos lentamente a la zona interior de mis muslos, pasando por mis bóxers abriendo más el batín por sus movimientos. Al final se armó de valor y pasó directamente a sobar mi miembro por encima de la tela, hasta que ya empezaba a coger cierta consistencia de tamaño. Intentó liberarla pero sus acciones estaban limitadas y resultaban infructuosas, por lo que decidí echarla una mano levantando lo justo el culo de la silla, pero lo hice sin avisar y de sorpresa por lo que ella, al sentir de repente libre de tensión mis calzoncillos, se fue para atrás golpeando con su cabeza en le mesa, haciendo que todo el desayuno tintinease. A duras penas pude aguantar la risa pero, antes de que pudiera preguntarla si estaba bien, ella ya se había repuesto y había agarrado con ambas manos mi miembro, iniciando un leve pero rítmico movimiento masturbatorio que hizo que cambiase mis risas por otros sonidos al poco de empezar a darle más velocidad, sintiendo, además, su respiración cerca de mi ya erecto pene.
Decidí entonces jugar con ella a ver lo que tardaba en conseguir que me corriese y me centré todo lo que pude en desayunar e ignorarla. Casi me atraganto cuando, sin previo aviso, se metió mi polla directamente en su garganta, sin preámbulos de lamida ni de poco a poco, directa a una garganta profunda de nota. Después de la sorpresa inicial bebí lo que quedaba de zumo y proseguí con mi desayuno lo mejor que pude, hasta que el ritmo vertiginoso que entabló hacía más pronta mi corrida. Por un lado me tentaba el dejarme ir y liberarme en su boquita pero por otro me molestaba ser manipulado así, con lo que dejé vagar la vista por la instancia intentando encontrar algún punto donde concentrarme y controlarme, yendo a parar mi visión en el cuenco que ella se había preparado con sus cereales, lo que me dio pie a una idea perversa que me hizo sonreír.
Ordenándola que parase ella se detuvo de golpe, sacándosela de su boca en el acto. Me alegró de que mantuviese la debida compostura, aún en esa situación, para obedecerme sin dudar. Tranquilamente, sin mediar más palabra, eché para atrás la silla. Entonces fue cuando la vi por primera vez en el día, vestida aún con su camisón de dormir casi transparente, de rodillas asomando su cabeza por el lateral de la mesa, mirándome con ojos expectantes, casi suplicantes. Yo la ignoré, me levanté con controlada parsimonia, y fui hasta su lado de la mesa. Ella iba girando su cuerpo siguiendo mis movimientos. Cuando llegué a su lado alcancé su bol de cereales, que ya estaban preparados con su leche, y cogiéndolo con cuidado lo deposité en la silla, para que tuviera mejor alcance, y la dije:
- Sal de ahí y termina de preparar tu desayuno, creo que falta un condimento consistente en él, pero no derrames fuera ni una sola gota del mismo, ¿me entiendes?
No hubo falta de más indicaciones, vi que entendió perfectamente por la luz que irradiaron sus ojos y la sonrisa de su boca. Salió de debajo de la mesa, pero aún de rodillas, y alcanzó de nuevo mi miembro introduciéndoselo de nuevo en la boca sin miramientos. Agarró mi culo con ambas manos y empezó un movimiento tan veloz como podía, al que no pude más que ayudar poniendo mis manos en su cabeza, siguiendo su ritmo, abandonándome al placer que me estaba proporcionando. Unos instantes después, antes de que pudiera avisarla, ella adivinó lo que se avecinaba y, rauda y veloz, se la sacó de la boca, la agarró y dirigió el semen que ya salía disparado directo al bol de su leche con cereales, masturbándome con mimo hasta que ya no salió ninguna gota más. Entonces la lamió para limpiarme de los restos que quedasen y la guardó dentro de mis bóxers con cuidado. Se levantó sólo entonces, cogió sus cereales y se sentó a la mesa. Bajo mi intensa mirada vi como removía todo con su cucharilla y tras un apenas audible “que aproveche” se metió una buena cucharada en la boca, degustando su contenido para tragárselo a continuación expresando un feliz “qué rico” al terminar.
Al escucharla decirlo con una cara radiante de felicidad no pude menos que reirme a carcajadas, sintiendo que todo el malestar y mi enojo por lo que fuese que había ocurrido ayer entre ella y la drogada Jéssica se evaporaban en ese instante. Al final había conseguido su objetivo la jodida y pensando en esto continué riéndome y volví a mi sitio para acabarme el desayuno, ahora de mejor humor.
Una vez los dos terminamos, mientras ella recogía, la indiqué que una vez finalizase se duchase y vistiera, que yo haría lo mismo, y que nos encontrásemos después en mi despacho, recalcando que teníamos que hablar. Cuando noté que se tensaba la aseguré que no era nada malo, pero que me tenía que ayudar a trazar un plan de contingencia del que apenas empezaba a tener una idea, sólo tenía el sentimiento de querer aplastar a ese malnacido llamado Roberto de la faz de la tierra o, al menos, de este pueblo. Dicen que no pueden coexistir dos zorros en un mismo gallinero ni dos leones en una misma manada, por algo sería. Pero, sobre todo, odio a los abusadores con todo mi ser. Ejercer su posición de poder para que las muchachas tengan que obedecerle era ruin y mezquino, además que dudaba mucho de que todo fuera tan consentido como con Claudia. Pero lo primero es lo primero y esto era trazar un plan lo más sólido posible, ir a tontas y a locas sólo depararía en fracaso absoluto, más si cabe teniendo en cuenta que su mujer se pondría sin dudarlo de su lado sin pruebas fehacientes, hasta seguramente incluso con las pruebas diría que las culpables serían ellas por seducir a su marido.
Aproximadamente una hora después, estando yo sentado en mi despacho con una taza de café humeante en mi mano, vestido informal con solo unos vaqueros negros y una camisa blanca, sin corbata, entró ella con un vestido primaveral azul, sin mangas, que le llegaba a la altura de las rodillas. Me quedé un instante más de lo debido apreciándola, la verdad es que Gabriela era muy bella sin necesidad de maquillajes ostentosos ni vestidos caros. Cuando noté que ella dirigía los ojos a un lado y se ruborizaba un poco salí de mi trance, carraspeé y la indiqué que se sentase. Cuando vi que, nada más sentarse, abría la boca para hablar leí en toda su cara que sería sobre lo de ayer la detuve en seco.
- Escúchame antes de hablar – paré hasta que observé que cerraba la boca para escucharme y, mirándola fijamente a los ojos, proseguí: - Voy a ser claro sobre lo de ayer. No sé qué pasó. Oficialmente al menos desconozco que pasó en esa habitación con una paciente dormida mientras yo tenía la sesión con su hija. ¿Alguien fuera de esta sala puede saber qué pasó? – La pregunté, aludiendo de forma sutil pero clara a saber si Jéssica podría saber lo que pasó. Gabriela, que no es tonta, lo captó en el acto y contestó sin tituberar.
- No puedo asegurarlo al 100% porque, como te gusta decir a ti, el 100% absoluto prácticamente no existe, pero estoy todo lo segura que puedo estar de que, si algo ocurrió en esa habitación fuera de lugar se desconocería fuera de esas cuatro paredes salvo indagación con nuestros aparatos.
Cuando noté que iba a continuar, seguramente jurando que no pasaría de nuevo, la interrumpí de nuevo. Su respuesta me había satisfecho pero no me servía de nada que se liase a hacer juramentos sin ton ni son que sólo nos ataría a ambos, a ella a intentar obedecerlos y a mí a castigarla si los incumplía y, por consiguiente, a vigilarla.
- Entonces bien, lo que pasó o no pasó queda a tu conciencia, yo ya he olvidado lo que nunca he sabido asique pasemos a cosas más importantes. ¿Al menos escuchaste la historia en detalle? – Y de esa pregunta si me interesaba más su respuesta que de lo que sucediera entre ellas dos, de ello dependería en gran medida el grado de poder contar con ella.
- Sí, absolutamente. Además, sólo por si acaso me descuidé en algún momento – continuó mientras se ponía colorada y desviaba la mirada – bajé esta mañana antes de preparar el desayuno y rebobiné la cinta de ayer, visualizándola con los auriculares puestos para volver a escuchar la historia.
- Bien, bien, me alegra mucho saber que puedo contar contigo – la contesté sin evitar elogiarla por lo bien que lo había hecho – entonces… ¿qué opinas del tal profesor Roberto?
- Que es un malnacido hijo de mil padres, que alguien tendría que cortarle la polla y dársela de comer a los peces – afirmó con rotundidad y firmeza, tanta que consiguió por primera vez dejarme con la boca abierta de la sorpresa.
- ¿Hay algo que no me hayas contado de tu pasado que te haga hablar así? – Indagué, aunque lo que vi en sus ojos fue suficiente como para no tener dudas al respecto pero, como no me interesaba, al menos de momento, esa línea de investigación, decidí dejarla para otra ocasión y continué: - Vale, no contestes, dejémoslo para otro momento. Entiendo que aún hay algo de tu pasado que desconozco pero o bajes la mirada, lo estoy posponiendo, no obviando, ahora mismo centrémonos en Roberto, ya habrá tiempo de vendettas pasadas.
- Sí, amo – me contestó con ojos nublados de lágrimas que pugnaban por salir. Se restregó sus ojos con las manos y, con firmeza redoblada, volví a expresar: - ¡Sí, amo! ¡Cuente conmigo!
- Bien, entonces… ¿qué hacemos con él? Vamos a planear esto entre los dos. Este plan no tiene que tener fisuras y necesito hacer equipo contigo, no como amo y esclava, sino como compañeros. Conozco de sobra lo inteligente que eres y veo que encima tienes un extra de motivación con lo que planeemos detalladamente qué, cómo y cuándo actuaremos. Tiene que ser algo limpio, no como estrellar un vehículo contra una joyería para realizar un alunizaje, más bien como un cirujano usando un escalpelo para realizar una operación a vida o muerte. ¿Entiendes lo que digo? Es importante.
- Sí, amo. Comprendo que es un personaje importante en este pueblo, por su posición y además por su mujer, mientras que nosotros somos recién llegados. Si algo sale mal la culpa será irremediablemente nuestra y tendríamos que salir de aquí o, en el peor de los casos, la cárcel si nos propasamos en nuestros planes.
- Bueno, algo así, pero te confundes en un par de aspectos. Primero, me gusta que en plural de nosotros, pero no es así, yo soy el Dr. Fernández, al menos en este pueblo, y tú sólo eres mi novia. No me malinterpretes, no te menosprecio por ser papel, es sólo el rol que tengo es oficial, por así decirlo, y las culpas recaerían sobre mí. Y en segundo lugar lo peor que pasaría sería empezar de cero en otro pueblo, que para eso imprimimos varios diplomas con diversos nombres, pero esa opción no me gusta y menos que fuese por culpa de un sinvergüenza… ¿cómo le llamaste? Por un malnacido hijo de mil padres – terminé riéndome para zanjar la tensión que se había producido en el ambiente.
Después de eso ella se sirvió un café también y nos pusimos manos a la obra decidiendo los pasos a seguir. Más o menos teníamos claro qué queríamos conseguir, el escarnio público. Algo a lo que además no pudiera defenderse agarrándose a ningún lado. Barajamos la posibilidad de utilizar a Claudia pero rápidamente descartamos la idea, de actuar tendría que ser sólo nosotros dos, sin ningún mediador. Aunque hubiera chicas enredadas con sus tejemanejes nosotros no actuaríamos usándolas, por más dispuestas que estuvieran, que lo desconocíamos, no echaríamos más leña al fuego. Tenía que caer él solito intentando que ellas no saliesen perjudicadas.
Luego Gabriela me desajustó teniendo la idea de usarse como cebo, insistiendo que la daba igual hasta donde tuviera que llegar si era para ayudar a su amo, a mí, pero ahí sí tuve que contenerme del enfado que me sobrevino, tanto fue que la ordené que se acercase a mí, la tiré sobre mi regazo, la levanté el vestido, y la azoté con mi palma abierta hasta que su trasero quedó totalmente rojo y mi mano dolorida. Ella aguantó lo que pudo hasta que suplicó que la perdonase con ojos llorosos y aseguró que no volvería a decir nada parecido, sólo entonces me detuve. La ordené entonces que se acercase al botiquín a por una crema para ayudarla y que volviera con ella, la indiqué que se colocase de nuevo en mis rodillas y me dediqué un rato a aplicársela con mimo y cuidado por toda la zona, hasta que noté que se le calmaba el dolor. La recoloqué el vestido y la senté en mi regazo, que me imaginaba le sería más cómodo que el duro asiento de la silla.
Poco a poco fuimos llegando al esbozo de un plan. Lo más negativo lo teníamos claro y era la falta de información, y la información es poder. Ir a lo loco sólo sería en desventajas… una vez sopesadas las opciones decidimos nuestro orden de pasos a seguir, con vías abiertas para depurar el plan hasta sus últimas instancias. Ante todo, hagamos lo que hagamos, la dejé bien en claro que su seguridad era prioritario, a lo que ella asintió con nuevas lágrimas pugnando por salir de sus ojos.
Viendo esa estampa no pude evitar abrazarla y darla un suave beso en los labios. Ella abrió los ojos con sorpresa al no esperárselo tan de repente pero rápidamente me lo devolvió, mientras empezaba a moverse encima de mí restregando su sexo por mi paquete, que poco a poco comenzaba a responder a sus caricias. El casto beso del principio pasó a un baile de lenguas, pero con ritmo lento y pausado, igual que sus movimientos, sin apresurarnos ninguno de los dos, aunque el resultado que nos producía nos era igual de satisfactorio. Cuando decidí que ya no había marcha atrás la agarré de la cintura y la levanté suavemente, sin separar nuestras bocas en el proceso, y la deposité con cuidado encima de la mesa, en el borde. Ella había echado sus brazos alrededor de mi cuello y se dejaba hacer, centrándose sólo en el beso.
Mientras me afanaba por corresponderla en ese duelo de leguas bajé mis brazos, acariciándola por el camino, hasta que encontré el borde del vestido, metiendo mis manos por debajo y subiendo por sus muslos. Ella adivinó lo que quería y abrió más las piernas, dejándome libre acceso. Yo continué mi acercamiento y la acaricié directamente por encima de las braguitas, las cuales ya estaban mojadas de la expectación, lo que hizo que gimiese directamente en mi boca. Con una mano aparté la inoportuna tela y con la otra empecé a masajearla directamente, sin la tela de por medio, hasta que sin previo aviso introduje uno de mis dedos, logrando que se arquease separándose de mí sin poder evitarlo. Empecé a mover mi dedo rítmicamente, y cuando subí la velocidad metí un segundo de acompañando al primero. Ella, para ese entonces, ya se dedicaba a sujetarse en mis hombros y gemir sin control, con los ojos cerrados y la cara arrebolada. Yo aproveche la tesitura para agacharme, besar uno por uno ambos montículos enhiestos que se adivinaban aun por debajo del vestido, y continué bajando hasta meter mi cabeza por debajo del mismo, pasando mi lengua de improviso por su hinchado clítoris sin parar el movimiento de mi mano. Ella pasó de sujetarse en mis hombros a poner las manos sobre mi cabeza empujándome contra ella, forzándome a seguir lamiendo. En vez de importarme lo acepté de buen grado y procedí a moverse sin descanso, paseando mi lengua y moviendo mis dedos hasta que noté que iba a correrse por la subida de fuerza con la que apretaba mi cabeza, casi tirándome del pelo, hasta que estalló en mi boca de una manera atronadora. Me afané en tragar todo lo que pude de ese néctar de dioses que se me ofrecía mientras ella caía derrengada sobre mi cabeza y cuerpo, intentando recuperar la respiración.
Cuando noté que se iba recuperando terminé de apartarla, cogí unos pañuelos desechables y me limpié la cara con ellos, para sacarme a continuación el miembro de su aprisionamiento, ya completamente erecto, y sentarme en la silla pidiéndola que viniera a mí. Ella se puso en pie, al principio trastabilló un poco, pero se repuso y se acercó, sacándose el vestido de un solo tirón por encima de su cabeza. Como había adivinado iba sin sujetador. Entonces se montó encima de mí, entre los dos apartamos sus braguitas y ella misma se terminó de empalar. Al principio ninguno de los dos nos movimos, solo nos besamos con pasión interconectados como estamos, hasta que la sujeté con fuerza de la cadera y empecé a levantarla y bajarla sobre mí, follándomela a un ritmo lento y pausado casi agotador, mientras ella la movía girándola para favorecer la fricción. Era la primera vez que lo hacíamos a esa velocidad, devorándonos la boca, sin prisas ni urgencias, casi haciéndonos el amor.
Mantuvimos ese ritmo lo que pudimos, hasta que ella volvía a acercarse peligrosamente al orgasmo, al estar sensible del que acaba de recibir, y se separó de mi boca para gemir, momento que yo aproveché para deleitarme con tan ricos pezones que gritaban por mis atenciones. Los mordisqueé y chupé, pasando de uno a otro, mientras ella empezaba a acelerar el ritmo constantemente, buscando su placer, hasta que yo también perdí el control y empecé a moverla más salvajemente. En un momento dado ella se inclinó para atrás, estallando al poco en el orgasmo que tanto ansiaba, arqueando la espalda hasta el punto que una de mis manos la puse sobre ella por miedo a que se partiera, y aproveché la inercia para con el mismo movimiento depositarla sobre la mesa y ya moverme sin control buscando mi propia satisfacción. Ella se dejaba hacer mirándome con ojos enamorados y la cara totalmente sonrosada. Yo sabía que lo que sentía por ella no era amor, pero en cierto modo si la tenía cariño, asique la mejor forma de corresponderla que tenía era en estos momentos usando el sexo como canalizador. Danto todo de mí, y sabiendo que ella tomaba la píldora, con un último esfuerzo me dejé ir corriéndome dentro de ella, buscando sus labios mientras una tras otra iba descargando mis balas en su interior, abrazándome ella la espalda y correspondiendo mi beso.
Una vez recuperados ambos el resuello me salí de ella, saliendo parte de mi simiente y de sus jugos manchando el escritorio. Me limpié mi pene, que ya había perdido parte de su vigor visiblemente satisfecho, con unos pañuelos y la indiqué que se asease rápido y que limpiase la mesa lo más pronto posible, que teníamos que empezar nuestros planes y saldríamos en media hora. Dicho esto me volví a mirar por la ventana, sin volver a hacerla caso. No hacía falta que la mirase para saber que la había dolido mi comportamiento, pero no quería que se equivocase. Cariño, sí, claro, pero no era amor. No la amaba como ella quería, por mucho que asegurase de que no era así, sus ojos no podían mentirme en ese aspecto. Pero también porque ella me importaba no quería que se hiciese más daño del imprescindible, sería más fácil para mí dejar que ella creyera que la correspondía pero a la larga sería contraproducente y el daño sería aún mayor. Además, si había ocurrido algo parecido a lo que yo creía entre ella y una Jéssica inconsciente eso me indicaba que ella tampoco sería plenamente feliz con una tradicional relación vainilla, ambos necesitábamos más.
Meneé la cabeza y me salí a la otra habitación con el móvil en la mano, dispuesto a empezar los planes que ambos teníamos, dejándola a Gabriela ocupada en lo que la había mandado. Busqué en la agenda en número que necesitaba y marqué, contestándome Carmen al tercer timbrazo.
- ¿Sí? – contestó audiblemente turbada aún al otro lado de la llamada, supuse que recordando lo que había ocurrido en mi despacho entre Gabriela y yo delante de sus ojos, lo cual me convenía.
- Disculpe, ¿doña Carmen? Perdone molestarla – respondí con toda la formalidad que pude, un tratamiento informal podría arruinar mis planes, por eso me puse a un nivel inferior a ella – estaba pensando en su amable visita del otro día y Gabriela y yo hemos llegado a la conclusión de que a una persona tan importante como usted no podemos ni queremos dejar sin corresponder el favor – otra vez adrede estaba tergiversando la idea de que había sido ella la que quiso verme en lugar de ser yo el que la había citado a ella en primer lugar.
- No… no es necesario, de verdad, es de buena educación atender a las personas que llegan a instalarse a nuestro querido pueblo, es casi mi obligación como presidenta del APA dar la bienvenida a aquellos que vienen para mejorarnos.
De su respuesta deduje dos cosas: que había aceptado con agrado el hecho de ser considerada como persona importante, hecho que utilizó para darse incluso más aire a sí misma, y que ya parecía que se había convencido de ser ella la que quiso visitarme. Ambos hechos me convenían en suma medida.
- Discúlpeme que la contradiga, pero sí es necesario. Esta misma tarde les devolveremos la visita, a mi Gabriela le encantan los dulces asique la llevaremos unos pasteles a modo de celebración – y antes de que pudiera pensar en negarse continué mi ataque a su casa – obviamente hemos pensado en que hoy era el mejor de los días para ustedes, no nos importa sacrificar nuestro Sábado cuando sabemos que ustedes el Lunes tienen que trabajar por el bien del pueblo y el Domingo necesitarán descansarlo.
Al entender, como yo pretendía, que lo hacíamos por su bien, no pudo negarse y quedamos para cenar esa misma tarde, que ella se ocupaba de hablar con su marido y quedamos entorno a las siete de la tarde. Una vez concertada la cita llamé a Gabriela, la pregunté si recordaba todo lo que teníamos que conseguir a lo que dijo que sí. La miré a los ojos y vi que ya estaba recuperada de las emociones anteriores, se había refrescado la cara y retocado el maquillaje. Me gustó que recobrase la compostura tan rápido, la necesitaría concentrada. La envié a la sala de las grabaciones con la indicación de que recogiese lo que supiera que necesitaría y marché a mi cuarto al arcón de los medicamentos especiales. Rebusqué y cogí un par de frascos, los cuales la entregué cuando me encontré con ella en el hall, señalándola que los guardase ella en su bolso. Ya conocía mis planes con lo que no era necesario nada más. A la pregunta de si lo tenía todo respondió afirmativamente con lo que sin más salimos tranquilamente de la casa, ella agarrada a mi brazo, como una pareja normal que fuera a pasar el día del Sábado fuera de casa.
Pasamos por las calles de las tiendas, que estaban todas unificadas en un par de calles paralelas entre sí, y accedimos a la farmacia y a la tienda de informática. Antaño en estos pueblos no habría una de esas características, pero hoy en día parecía casi indispensable el tenerla. También decidí comprarla un capricho y la dejé que se comprase un par de trajes, uno de uso diario fresco y mono y uno de largo, sin mangas y con la espalda al aire, que se le adaptaba tan perfectamente que me dejó sin palabras. También la dejé comprarse un par de zapatos, también unos para el uso diario y otros de tacón de aguja que combinaba con el vestido elegido. Por el camino, con las bolsas en la mano, iba tan contenta que parecía que en vez de pupilas llevase dos corazones en sus ojos. Toda la gente con la que nos cruzábamos, incluidas las dependientas y los vendedores, nos veían como a una pareja totalmente enamorada, lo cual me interesaba, por eso me dejaba llevar por ella sin problema, dejándola decidir. Lo importante ya lo habíamos comprado. Cuando la vi detenerse en la tienda de ropa interior femenina y mirar la lencería sexy me miró pícaramente, pero la avisé de que si quería algo fuera sin juegos, no quería terminar dando un espectáculo en el probador por más que la idea me gustase. Ella pareció contrariada pero asintió y entró, insistiendo en que yo no entrase si no quería jugar. La dejé como quería y la comenté el lugar donde comeríamos, avisándola que iría a coger mesa, que la esperaba ahí. Estaba a una manzana de distancia con lo que me pareció lo más lógico que estar como un pasmarote delante de la tienda de lencería femenina.
Llevaba unos veinte minutos sentado, terminándome mi segundo vaso de vino tinto, cuando ella se sentó delante de mí con una sonrisa en su rostro y en sus ojos. No pude evitar reírme, insistí un poco para que me dejase ver lo comprado, aun sabiendo que se negaría, y ella, obviamente, se negó riéndose y guardó la bolsa dentro de las que ya llevábamos. La serví el vino, aún riéndome, y la comenté que había ordenado ya la comida para cuando apareciese, una parrillada de verduras para compartir y un solomillo de segundo, el mío poco hecho y el suyo un poco hecho de más, como se que le gustaba. El simple hecho de que lo recordase vi que la volvió a mover sus sentimientos por dentro, porque se le nubló la vista, giró la cabeza y le dio un buen sorbo al vino que casi acaba con la copa. Eché un vistazo alrededor, había elegido una buena mesa, en un rincón un poco separados del resto de comensales. Había elegido este restaurante, en vez de el de las hermanas, porque me gustó que estuviera más dedicado a la discreción y la clientela justa que a la exuberancia y el abarrotamiento del otro. Me elogié por acertar en mi apreciación y, apiadándome de ella, la serví otro poco de vino y la insté a que preguntase lo que quisiera, que se aprovechase de mi buen humor.
- ¿De verdad puedo preguntarte lo que quiera? – Me preguntó bajando la mirada, en voz muy baja, casi dándome pie a negarme. Suponiendo lo que vendría decidí que sería mejor dejar en claro varios puntos ante lo que se nos avecinaba en vez de que siguiera albergando dudas en su corazón, por lo que asentí diciéndola que adelante, que preguntase, que la contestaría sinceramente lo mejor que pudiera.
- De acuerdo entonces, preguntaré, no te arrepientas después – Dicho esto cogió otra vez su vaso de vino, lo bebió todo de un golpe, y me miró directo a los ojos preguntándome - ¿por qué eres tan bueno conmigo? Es decir, sé que soy una molestia en el fondo, que coarto tu libertad yendo a vivir contigo de la nada, conoces mis sentimientos por ti y sé que tú dices no corresponderme, pero a veces, días como hoy, me confundo y creo que hay algo más de lo que me dices, no sé a qué atenerme, tengo miedo de dar un paso en falso y a la vez miedo de no darlo. Entiendo cuando me dices que yo soy tu esclava y tú mi amo, y que necesitas una novia falsa de cara a las apariencias, pero comprendo que eso es sólo otra vía por la que ir, que podrías evitarlo si me echases y….
Aquí ya tuve que pararla cuando noté que empezaba a divagar. Bebí despacio un sorbo de vino, noté la presencia del camarero para servirnos la comida y le dejé hacer, dándome tiempo para sopesar mis palabras. Cuando se hubo marchado actué con normalidad, como sin dar importancia a la retahíla que acababa de soltar, la rellené su copa de vino y empecé a contestar en voz calmada y suave.
- Gabriela, cariño – aquí dio un pequeño brinco cuando escuchó llamarla cariño – es cierto que podría haber tomado otro camino distinto de actuación, de hecho empecé así al mudarme a este pueblo yo sólo, ¿recuerdas? – cuando vi que asentía continué - Pues bien, en ningún momento me sentí coaccionado para cambiar mi idea, y no es que simulase ser novio de cualquiera, accedí porque eras tú y nadie más que tú podría hacerlo. Tu inteligencia y tu agudeza, además de tu belleza, me serían de mucha utilidad y eso no te lo he negado en ningún momento, todas tus cualidades te las he remarcado desde que te conocí.
Decidí hacer una pausa para la siguiente parte, quizás la más delicada de afrontar, y comencé a degustar la parrillada, que estaba verdaderamente buena. Ella bebió un poco más de vino y también pareció que empezaba a comer. Cuando vi que comenzaba a recuperar el ánimo y comía con apetito continué:
- ¿Te has parado a pensar en la relación amo-esclava? Y no, no pienses en las películas en las que el amo se dedica a fustigar a las esclavas y estas piden más, sabes que no me va el sado ni voy de ese palo. Es una relación doble – Cuando vi que ella levantaba la mirada atendiéndome con seriedad, sin entender lo que quería decir, me expliqué: - sólo ves que la esclava debe de obedecer al amo sin rechistar, pero en realidad sólo es que pospone la toma de decisiones a su amo, nada más y también nada menos. Sólo debe dedicarse por entero a obedecer, a no pensar, a disfrutar de la vida y a que ambos, amo y esclava, sean felices, confiando al 100% en que el amo sabe qué es mejor para ello.
Continué comiendo un poco más, a lo que ella por acto reflejo imitó, para que rumiase en el cerebro lo que acababa de decir. Me faltaba otra parte pero lo postergué hasta que ambos terminamos de comer y el camarero retiró los platos sirviéndonos el postre, una macedonia de frutas de temporada, todas cortadas con cuidado y colocadas graciosamente en la fuente. Sólo entonces decidí continuar.
- El Amo, en este caso yo, no trata de imponer su voluntad sobre su esclava y ya, atacándola sexualmente cuando éste quiera, eso no sería diferente de un abusador del montón al ejemplo de Roberto – la miré a los ojos y cuando desvió la mirada supe que ese pensamiento se le había pasado por la cabeza, pero no se lo reproché y continué – Nosotros tenemos sexo a diario, pero si te paras a recordar casi siempre has empezado tú – notando que se sonrojaba y se le escapaba una sonrisa sonreí a mi vez y seguí hablando: - Al aceptarte como mi esclava estoy aceptando más que a mi novia, estoy aceptando el futuro de tu felicidad por encima de la mía incluso, todas mis decisiones, separando las de mis motivaciones, son también con ese pensamiento en mi mente, la de que seas feliz. Dependes de mí, eso es lo que acepté al ser tu amo, y como tal no puedo fallar. Tú sólo tienes que obedecerme pero yo tengo que lograr que seas feliz, como por ejemplo en el plano sexual dándote placer o en algo tan común como ir de compras como si fuéramos pareja. Tengo que vivir para los dos, tengo que ganar para los dos y tengo que ser feliz para que tú también lo seas. Yo, como amo, necesito que seas feliz, al igual que tu como esclava necesitas obedecerme teniendo en mente que lo haces para ser feliz, ¿comprendes lo que estoy diciendo?
Dejé que cavilase un poco lo que le acababa de decir mientras le hincaba el diente al postre. Notaba como le daba vueltas a la cabeza a lo que acababa de decirle. Obviamente había tergiversado las cosas un poco a favor de mi beneficio, pero tampoco había mentido descaradamente. Lo importante es que la daba una vía por la que podía moverse ella en la relación amo y esclava sin sentirse minusvalorada por ello y estaba convencido de que asumiría de buen grado transitar por esa vía. Con el tiempo pensaba tener más esclavas parecidas, quería llegar a formar un buen harem que me satisficiese cuando yo lo desease, pero tenía claro que Gabriela tenía que ser la número 1 de dicho harem, incluso con el tiempo podría tener hasta un rol dominante hasta el resto. Ella no lo sabía, y yo me encargaría de que no lo supiera, pero podría ser lo más parecido a mi pareja oficial por encima del resto de mujeres. Al menos de momento no me interesaba que lo supiera.
Dejándola pensativa me dediqué a recordar las mujeres que había ido conociendo en el pueblo, si había alguna digna de pertenecer a ese posible harem con el que soñaba, para el que había estudiado todas las técnicas de la mente que conocía y me había doctorado en ellas. Pensé en Jéssica pero, aunque la idea de volver a follármela era muy apetecible y de seguro lo haría, no pensaba en ella como posibilidad. Su hija, Claudia, en cambio, si era muy posible. Su sexualidad innata me había sorprendido hasta a mí y sólo de recordar lo sucedido hizo que me la pusiera dura en el acto. Tan dura se me puso que inconscientemente me la recoloqué en la pernera del pantalón, pero aunque creí ser discreto parece que mi acción no le pasó desapercibida a Gabriela. Se sorprendió un poco y sonrió, bajo las manos de mi vista debajo de la mesa y empezó a trastear moviéndose un poco para los lados, como dando mini saltitos. Luego tiró a propósito un tenedor y se agachó a recogerlo. Yo la miraba levantando las cejas preguntándome que qué tramaría pero al poco se levantó, se acercó y cogiéndome la mano me susurró al oído “voy al baño, amo”, y para allá que se fue. Yo me reí cuando noté que me había dejado en el puño de mi mano sus bragas recién quitadas.
Avisé al camarero de que vigilase nuestras cosas unos minutos, indicándole que a mi novia se le había revuelto algo en el estómago y creía que iba a vomitar, que necesitaba ver si estaba bien. Me dijo el hombre que fuera sin problemas, que había poca gente y que él se encargaría. Por si acaso le dí un apretón de manos dejándole un buen billete en la mano para asegurarme de su celo en el trabajo. Me divirtió que ni siquiera sospechase. Una vez concluido puse la mejor cara de preocupación que pude y me dirigí veloz al baño. Entré en el de mujeres y cerré con pestillo detrás de mí, llevándome una sorpresa al abrir la puerta del único cubículo que había dentro, el de la taza, para encontrármela de rodillas en ella, con el culo en pompa, sin bragas y masturbándose como posesa mientras mordía su otra mano para evitar gemir. Mirando el espectáculo me bajé los pantalones y los calzoncillos liberando mi miembro para masturbarme lentamente recreándome en lo que veía. Unos instantes después, cuando me miró con súplica en los ojos, decidí unirme, masajeé sus glúteos, que aún estaban un poco rojizos de los azotes de la mañana, y apunté mi aparato al agujero de su coño, situándome en la entrada, pero sin llegar a entrar. Estuve amagando unos segundos hasta que ella me rogó que por favor la follase, que quería sentirse usada por su amo.
Esto último, pronunciado con voz lujuriosa, hizo que no me detuviese más, la embestí y me introduje hasta el fondo de una sentada, e inicié un ritmo vertiginoso que hacía que sonasen nuestros cuerpos al juntarse. Ella pasó a sujetarse contra la pared con los antebrazos para no golpear su cabeza contra la misma mientras se mordía uno de ellos para no gritar de placer. Viendo que tenía los brazos ocupados pasé una de mis manos por debajo de su cintura y me puse a acariciarla el clítoris mientras seguía taladrándola sin piedad, hasta que al poco se corrió en mi mano. Dejé que convulsionase bajando el ritmo y cuando vi que se tranquilizó me salí de ella. Viéndose huérfana de polla se giró presumiendo lo que se veía y me reí al escucharla que solicitaba al amo que la diera el postre directo en su boca. Se sentó en la taza y se agachó para tragarse mi miembro sin más preámbulos, directa hasta su campanilla, lo cual me hizo gemir a mí. Me agarró mi culo por detrás con ambas manos, como sabía que me gustaba, y yo la agarré de su cabeza para iniciar mi búsqueda de placer, dejándome ir sin tener cuidado con como la trataba. Esta vez no era el juego del amor como en casa, eran los roles amo y esclava y tocaba responder en consonancia, por lo que el ritmo fue in crescendo sin parar, follándome su boca casi con saña, directa hasta su garganta, hasta que no pude más y apretándola contra mi pelvis me corrí casi directamente en su estómago de la presión que solté. Ella se afanaba en respirar y tragar, cosa alto difícil con mi férrea sujeción, mientras yo eyaculaba sin parar, hasta que volví en mí y la solté de golpe, echando la cabeza para atrás del esfuerzo, con lágrimas cayendo de sus ojos pero con cara radiante de felicidad. Tosió un poco y algo de mi semen y su saliva cayó pero tuvimos suerte de que lo hizo en el suelo y no manchó nuestras ropas.
Cuando respiró con normalidad sacó unos kleenex y con ellos nos limpiamos nuestros bajos. Nos arreglamos la boca y luego ella se arregló delante del espejo, mientras yo me dedicaba a observarla en silencio. En ningún momento borró la sonrisa de sus labios ni de sus ojos, los cuales parecían más atentos de mirarme a mí que de arreglarse ella. Entonces me acerqué por detrás, la solté el pelo y la rehice con mimo la coleta, sin tirar de ellas, pasándole los mechones rebeldes por las orejas. La besé en el cuello de sorpresa y la abracé por detrás susurrándola al oído:
- ¿Ves? Siendo mi esclava siempre me preocuparé por tu felicidad.
Nos sonreímos mirándonos a través del espejo y salimos del baño. Yo le hice un gesto al camarero indicándola que estaba bien y le vi sonreír. No sé si de alegrarse de que estuviera bien o de que al final sí que sospechó lo que ocurrió, pero francamente no me importó lo más mínimo. Recogimos nuestras cosas, pagué la cuenta y nos fuimos de allí. Vi que eran las cinco de la tarde, quedaba un par de horas para la cita, pero decidí empezar a movernos en esa dirección. Fuimos a una pastelería que estaba cerca de la casa de Carmen y, como sospeché por su cercanía, ella era clienta habitual del lugar, por lo que supimos cuáles eran los preferidos del matrimonio. Compramos varios de esos y unos que supimos que no les gustaban nada. Así no había dudas de cuáles comerían y cuáles no, de los que nos encargaríamos nosotros, sería sospechoso que llevásemos pasteles y no comiéramos ninguno. Una vez con los mismos fuimos a un callejón cercano y dejé que ella se adentrase en él con el bolso para seguir mis instrucciones mientras yo vigilaba. No necesitaba hacerlo yo mismo, confiaba en ella y sabía que no me fallaría. Por el rabillo del ojo vi que sacaba uno de los dos frascos que la había dado y se afanó por desmenuzar varias pastillas en el interior de los pasteles que se comerían. Por supuesto esto era una apuesta que hacía pero me parecía un riesgo leve de correr con una alta ganancia. Siempre nos quedaba la opción del otro frasco por si acaso.
Una vez terminó el proceso volvió a atar el paquete de pasteles con la misma cuerda y salió del callejón, me agarró del brazo y continuamos paseando dando un rodeo para llegar a la hora concertada, no me gustaba llegar ni antes ni después a las horas concretadas. Ella iba sujetando con cuidado los pasteles y yo llevaba en mi brazo libre las bolsas de las compras de la tienda de informática y de las tiendas de ropa, y de esa guisa llegamos a las siete en punto delante de la puerta de la casa de Carmen y Roberto. Antes de acercarnos definitivamente la pregunté en voz baja que si estaba preparada, que una vez llamase a la puerta no había vuelta atrás y que aún estaba a tiempo de arrepentirse. Que aunque no me acompañase no la echaría de mi lado sólo por eso, pero ella, mirádome a los ojos, lo rechazó negando con la cabeza y me besó en los labios diciéndome que adelante y volviendo a llamarme, en voz aún más baja, amo.
Ya estaba todo decidido, tocaba lanzar los dados y hacer el movimiento de nuestro turno. Nos acercamos a la puerta y llamé al timbre un par de veces. Al poco la puerta empezó a abrirse.
Continuará