Cap.5: Sesión de Hipnoterapia.

La hija de Jéssica, por un suceso de su pasado, necesita una sesión de hipnoterapia mientras otros hechos suceden en la habitación de al lado.

Vivencias de un especialista de la mente

Cap.5: Sesión de Hipnoterapia.

Contesté al teléfono al tercer tono desde mi despacho. Me sorprendí al escuchar la voz de Jéssica al otro lado del teléfono. No esperaba tener noticias de ella tan pronto. Al parecer el motivo de su llamada era que su hija había aparecido con el pelo cortado muy corto, deshaciéndose de su bonita coleta de caballo que le caía a la altura de la mitad de su espalda, lo que había desembocado en una nueva discusión, surgiendo el tema de mi terapia. Disculpándose por adelantado por lo intempestivo de la cita me preguntó si cabía la posibilidad de acudir esta misma tarde.

La dejé en espera con la excusa de consultar la agenda. La verdad es que no me apetecía lo más mínimo, debido al ajetreo que había llevado durante el día, pero por otro lado justamente para esto había acudido al pueblo. Además, que tuviera una sesión con la madre y su hija no tenía que desembocar en el sexo, podría permitirme el lujo de dar una clase real, o sentar bases para la fase dos de mi plan. Sí, cuanto antes empiece a asentar bases mejor. Una vez decidido me hice de rogar por teléfono, tenía que dar la impresión de que accedía haciéndola un favor y no al revés, quedando con ambas a las siete de la tarde. Eso me daba tiempo más que de sobra para descansar y planificar bien mi siguiente movimiento.

Una vez conseguí que dejara de agradecerme que me prestase a verlas hoy, junto con un par de docenas de disculpas por las molestias, colgué el teléfono. Salí el hall y me pareció escuchar la respiración rítmica de Gabriela, dándome a entender que seguía durmiendo con lo que decidí reponer fuerzas mientras me daba un baño relajante. Fui al baño y, mientras el agua se calentaba, me desnudé. Cuando consideré que la temperatura estaba óptima puse el tapón, dejando que fuera poco a poco llenándose, acercándome mientras tanto a la cocina. Nada más entrar me llamó la atención una cesta de fresas en la encimera. No llevaba nada planeado pero nada más verlas me entraron por los ojos, así que la cogí sin pensármelo dos veces. Valoré servirme una copa de vino pero preferí no tener alcohol en mi organismo, necesitaba estar completamente lúcido, por lo que en lugar de eso me serví un gran vaso de leche fresca.

Cargado con el refrigerio elegido regresé al cuarto de baños. Como ya iba desnudo me metí directamente en la bañera, procurando mantener el equilibrio sin que se cayera la cesta ni el vaso, consiguiéndolo a duras penas. Luego me dediqué a no pensar en nada y relajarme mientras comía una a una tan deliciosa fruta.

Sin saber cuánto había pasado debí de quedarme dormido, pues al abrir los ojos vi a Gabriela tratando de despertarme. El agua ya estaba a punto de pasar de tibia a fría. Luchando contra las brumas del sueño conseguí discernir lo que se afanaba en comunicarme, que Jéssica y su hija estaban en el hall esperándome. Sobresaltado me incorporé y salí de la bañera, sin ningún pudor porque me viera desnudo Gabriela. Le pedí la manta y ella me dio una grande, con la que empecé a secarme. Ella, cogiendo otra más pequeña, empezó a secarme las piernas. En ese momento pensé en pedirla que parase, que no era necesario, pero recordando que ser mi esclava había sido petición suya me dejé secar. Sólo la detuve cuando amenazaba con ponerse juguetona cuando llegó el turno de secar mi miembro y la envié para que atendiese la visita llevándolas a mi consulta, con su consiguiente desazón.

Una vez a solas decidí hacerlas esperar. Que se hicieran a la idea de que las aceptaba como favor y que estaba muy atareado. Ya una vez decidido me anudé la toalla y me fui a mi habitación cuando escuché que estaban entrando en mi consulta, sin riesgo a que me vieran. No por pudor, sino para que no supiesen que simplemente estaba tomándome un baño. Una vez en ella me vestí lo más seriamente que pude. Un traje azul marino oscuro con una camisa de seda azul celeste terminando por una corbata roja lisa. Hice bien en invertir dinero en un vestuario digno. Me gusta vestir elegante. Cuando por fin entré en la consulta hice lo que la anterior vez, no dignarme ni a mirar hacia donde estaba ella, en esta ocasión dónde estaban ambas, y me dirigí al perchero, para ponerme por encima la bata. Una vez hecho esto entonces sí, fui directo a sentarme en el sillón de al lado del diván, observándolas como quien ve un simple programa de televisión, sin mostrar emoción.

Jéssica esta vez iba vestida más como madre que como la vez primera. Llevaba una falda que le llegaba por debajo de las rodillas y una blusa ancha de manga larga, sin escote, con el pelo anudado en una sencilla coleta. Su hija, por contrarió, sí me llamó más la atención. Iba vestida casi como un hombre. Llevaba puestos unos vaqueros normalitos, un pelín más grande de su talla, fruto de que hubiera adelgazado últimamente, y una camiseta de cuello largo, también un poco grande para ella. Era una de esas con el logo de la lengua de los Rolling Stones. Vamos, que iba como cualquier chico de su edad, algo friolero, pero que resultaba chocante para ser una chica de dieciocho años. Eso, unido al corte de pelo sobre el cual ya me había prevenido su madre, me hizo pensar que podía estar delante de una de esas bolleras feminazis, pero lo descarté cuando vi que ni un solo momento me miraba a la cara.

Cuando su madre me la presentó como Claudia yo la saludé estrechándola su mano, pero ella más que estrechar lo único que hizo fue depositar la suya en la mía, retirándola prestamente nada más tocarla. Intenté entablar una conversación pero sólo contestaba con monosílabos, y eso si lo hacía. Poco a poco una idea iba germinando en mi cabeza, la cual no me gustaba ni un pelo. En un momento dado me levanté para accionar el Péndulo de Newton de la mesilla, pasando mi mano deliberadamente cerca de su rodilla, y ella se apartó como si tuviera la peste, dándole la razón a mis lúgubres pensamientos. Al ver que se quedaba mirando fijamente como se movían las bolas exteriores del péndulo hice señas a su madre para que me acompañase fuera. Al salir de la sala cerré la puerta detrás de mí, le pedí a Gabriela que preparase el té negro para ella y que nos lo llevase a mi despacho.

Nada más entrar me preguntó si sabía que le pasaba a su hija, achacándose a sí misma la culpa de todo. Yo la dejé continuar y, nada más sentarme en mi butaca, solté la bomba sin tapujos:

-          Jéssica, creo que, sin miedo a equivocarme, a su hija la han violado.

Dejé unos minutos a que se hiciera a la idea en su cerebro. Un silencio sepulcral se instaló en el despacho. Yo dejé vagar la mente a qué pasaría si en vez de ser Claudia, la hija de una casi desconocida, fuese alguien a quien conocía, la misma Gabriela o quizás alguna de sus primas. Me eran antipáticas, sí, pero eran de mi familia. Me estaba invadiendo una furia como no había sentido antes, pero lo primero era ocuparme de Claudia. Seguramente se había atrincherado en su cerebro por miedo al qué sentir, por miedo al dolor, a la culpa, y vete tú a saber a qué más sentimientos. De repente el sonido de un sollozo hizo que saliera de mi ensimismamiento. Enfrente mía Jéssica estaba llorando desconsoladamente, echándose la culpa de todo. Típico pensé. Justo entró Gabriela con el té y tuve que pedirla que lo dejase en el escritorio cuando se quedé paralizada al ver el panorama que se le presentó al abrir la puerta, pidiéndola que nos dejase solos y cerrase la puerta tras de sí.

-          Escúchame – la pedí cuando hizo amago de parar, antes de que empezase de nuevo. – Aquí el único que tiene la culpa es el malnacido que la utilizó, pero ahora ni siquiera eso importa. Lo que prima es ayudar a Claudia a superarlo. Está en fase de negación, no quiere saber nada. Su aspecto y ropa viene a ser un grito de que la dejen en paz, en especial los hombres. Tengo que sacarla de ese estado para que siga su vida, ¿me entiendes? – Cuando me contestó con un leve sí proseguí:

-          Esto necesitaría muchas sesiones de terapia hasta que, pasado bastante tiempo, consiguiese abrirse. Y siendo hombre yo quizás ni podría conseguirlo. – Antes de que formase una súplica al creer que la estaba rechazando continué – Hay otra opción, pero es un poco más, por así decirlo, radical. – Dejé unos segundos para darle más énfasis al método y lo solté. – Hipnoterapia.

-          ¿Hipoterapia? – Me preguntó confundida – ¿Eso es lo de la hipnosis esa de balancear un medallón o algo así delante de tus ojos y que luego hacen que ladres como un perro y cosas parecidas?

Le expliqué que era un poco más complicado que eso. Se trataba de llegar a que el paciente dejase su mente completamente en blanco permitiéndome entrar en su cerebro. Desde ahí podría luchar contra el muro que ha levantado y suavizar los efectos que pudiera haber causado tal atrocidad. Dejé que fuera pensando en ella y, por el bien de que me dejase, la mentí descaradamente insistiendo en que estuviera tranquila, que una persona hipnotizada era consciente de sus actos y que no podría aprovecharme de ella en ese estado, por si era lo que estaba pensando. Viéndose pillada me contestó, demasiado rápido, que no estaba pensando en eso, lo que me dio a entender que sí. Aproveché para servirla el té que Gabriela la había preparado, esperando que según mis indicaciones, y se lo tomó casi de golpe.

Me levanté de mi butaca, dando la vuelta al escritorio, apoyándome en él, al lado de ella, para preguntarla si confiaba en mí dejándome que intente curar a su hija. Vi como pensaba en las palabras, mientras que una fina neblina empezaba a formarse en sus ojos, aceptando. La ayudé a incorporarse pero, en vez de llevarla hacia la puerta, fui al sofá del fondo, sentándome junto con ella. Al principio vi que no sabía que sucedía, pero al preguntarla si estaba muy cansada ella dijo que sí. Le medio susurré que era lógico y normal, con todo lo que había pasado, y que no me importaba en absoluto que cerrase un momento los ojos quedándose ahí, que podía hacerlo si lo creía necesario. Ella me sonrió y aceptó agradecida, recostándose para atrás. Lo último que dijo fue “gracias, sólo unos minutitos” y cerró los ojos quedando profundamente dormida. No pude evitar que una sonrisa asomase en mis labios. Levantándome la terminé de acomodar, poniendo un cojín debajo de su cabeza.

Al salir me topé de golpe con Gabriela, que casi se cae sobre mí. Me reí cuando caí en la cuenta que intentaba espiarme. La dije que no hacía falta lo intentase, que las habitaciones estaban insonorizadas y que fue uno de los motivos por los que me fijé en ella. Al parecer antaño fue una academia de música o algo así. Una vez recuperada la compostura, aunque roja como un tomate, la ordené que entrase en el despacho y no interrumpiera bajo ninguna circunstancia la sesión. La di libertad a que viese y escuchase a través del ordenador instándola a que no se perdiese la grabación. Cuando vio a la mujer durmiendo me miró interrogadoramente, a lo que respondí, marchándome, que estaría dormida durante mínimo dos horas, si había seguido mis instrucciones en la preparación del té al pie de la letra, y que ni un cañón la despertaría, que no se preocupase por ello. Ya más tranquila entró y fue directa a mi butaca, encendiendo el monitor del pc para observar lo que ocurriría. Un brillo de curiosidad se le denotaba en los ojos.

Una vez entré en la habitación cerré la puerta tras de mí. Claudia seguía en la misma posición, con las rodillas juntas, mirando fijamente el péndulo. Pensé para mí que si casi parecía querer hipnotizarse ella misma. Hablando suavemente la dije que su madre volvería en un rato, y que hasta entonces íbamos a probar algo nuevo. Como preveía no le gustó pues abrió desmesuradamente los ojos e iba a empezar a protestar cuando la pedí que sólo iba a poner música y prender la televisión, esperando a que volviese, y que no era necesario que hablásemos. Eso pareció tranquilizarla y siguió con la vista puesta en el péndulo.

Fui directo a la estantería. Notaba que seguía mis movimientos pero mientras no me acercase de improviso supuse que no tendría problemas. Puse directamente el disco de cantos gregorianos que tenía preparado, de Era, con canciones como Ameno o The Mass. Me giré viendo que la había sorprendido la elección de música, pero no se quejó, cerró los labios y volvió a desviar la mirada. Yo sonreí una milésima de segundo para volver al rictus serio, subiendo el volumen un poco más. Ese disco, además de poner una música que me fascinaba, tenía grabada un par de capas adicionales con mensajes subliminales del estilo de “no pensar en nada”, “el vacío es tu lugar”, “no eres nada, no eres nadie”, “él es tu guía”, “síguele”, “obedécele”, “él es tu amo”. Poco a poco, una y otra vez, iba escuchando, sin saberlo, estas y más órdenes del estilo, haciendo hincapié en la parte del amo.. Entonces puse el vídeo, el cual no eran más que imágenes sacadas del skin de visualizaciones del media player, pareciendo que iban reaccionando al sonido.

Ella intentaba no mirarme así que iba paseando la vista de la pantalla al péndulo y del péndulo a la pantalla. Yo, mientras tanto, ya liberado de sus atenciones, estaba situado detrás de ella, fuera de su campo de visión, susurrándola cosas como “qué apasionante es esa imagen” o “qué giros más asombrosos”, con lo que iba consiguiendo que poco a poco fuera mirando más la televisión que al movimiento de las bolas. Cuando conseguí que su atención quedase captada, síntoma de que estaban haciendo efectos las órdenes subliminales, programé para que saltase a las últimas canciones del cd, subiendo la música aún más. Estas últimas canciones cambiaban el mensaje: empezaría a insinuarla lo bien que estaría no pensar en nada, dormirse despierta, que pensase en el vacío, en la nada más absoluta. Mensajes cortos pero precisos, a los que ayudaba yo también. Despacio iba susurrándola yo también, para que asimilase mi voz con el amo, mientras me acercaba a ella, los últimos directamente hechos a sus oídos directamente, sin que ella hiciese la menor protesta por la proximidad.

Entonces ocurrió, poniendo los ojos en blanco enderezó la espalda, quedándose como helada. Entonces apagué la música y me senté en la butaca. Sólo se oía el rítmico golpeteo del péndulo de newton en su inacabable movimiento. Primero la pregunté si podía oírme y por su nombre y edad, a lo que me respondió, en un tono frío y monótomo, que sí y que se llamaba Claudia y tenía 18 años. La pregunté, siempre en tono bajo pero firme, si reconocía mi voz y ella me respondió que sí, que era el amo. Seguí con varias preguntas de rigor para después pedirla que hiciera varios movimientos. Pasé a decirla que hiciese distintos movimientos, levanta la mano derecha, túmbate sin bajarla, bájala. Una tras otras fue repitiendo mis indicaciones, siempre con los ojos en blanco. De momento la cosa iba bien pero no podía ir contra su naturaleza si quería que siguiese en ese estado.

Decidí por dónde debería empezar. La pedí que si conocía el lugar de su cerebro dónde se almacenaba la memoria, a lo que me respondió afirmativamente. Instándola a que me llevase a aquel lugar me respondió, después de que la preguntase por ello, que en efecto, como me esperaba, en una parte del lugar había un muro levantado. La pregunté por ese muro y me contestó que estaba para evitar que las malas sensaciones se escapasen. Una vez más le pregunté que si sabía quién era yo, y que si conmigo tenía que tener miedo de algún tipo. Tras unos segundos me reflexión me dijo que no, que con el amo no tenía que sentir ningún miedo.

Fui indicándola como derribar el muro. Supe el momento justo en el que sucedió porque un escalofrío la recorrió entera. Ahora poco a poco. La pregunté que veía, que me lo contase con sus palabras. Ella explicó que estaba en clase y que Roberto, el profesor, la pidió que se quedase después de la misma. La pregunté si era habitual y me dijo que sí, que además su mujer era la presidente del APA, y que por lo tanto podía ser algo de la asociación para su madre. Caí en que se estaba refiriendo al marido de Carmen y un sudor frío me embargó, aunque conseguí desecharlo rápidamente. Ahora necesitaba centrarme en ella. Sabiendo que no podía mentir en ese estado la pregunté que qué sentimientos tenía hacia su profesor, pero me respondió lo que no esperaba. Resulta que el profesor le atraía sexualmente. Que tenía a todas las de su clase babeando por él y que él lo sabía. Pregunté que si se había sobrepasado con alguna pero me dijo que ella supiese no. Que había habido rumores varios infundados de chicas que habían ampliado la nota después de una visita corta a su despacho, pero que nunca se los había creído… hasta esa tarde. Entonces el que tuvo el escalofrío fui yo pero me sobrepuso rogándome que lo contara, enfocando los sentimientos que fuera teniendo:

“Cuando nos quedamos solos él cerró la puerta con pestillo y bajó las persianas de la clase, quedándonos sólo con la luz artificial. Al ser la última hora sabía que sólo quedaría el conserje, pero entonces no sentí miedo, sentí… ganas de jugar. Mientras hacía eso yo me desabotoné un botón de la blusa delantera. Quería que se fijase en mí. No quería nada más, solo sentirme deseada por él. Entonces él se plantó delante de mí y me miró directamente a los pechos por el escote. Me dijo, sin mirarme a los ojos, que sabía quién y qué era yo, que era igual que mi madre, y que necesitaba una lección. Sé que debería haberme levantado y marchado, pero por alguna extraña razón no pude. Viendo que yo no huía él alargó la mano, estrujándome mi seno derecho por encima de la camisa. Fue rudo pero… me excitó.”

En ese momento caí en la cuenta de que lo había entendido todo mal. Ella fue víctima de abusos, sí, pero lo que sentía era vegüenza de que le hubiera gustado, no del mal en sí mismo. Tenía miedo de sus sentimientos. Bajé la mirada a su camiseta y vi que aun rememorándolo se había excitado, lo que a su vez provocó mi inmediata excitación. La pedí con esfuerzo que siguiera narrándomelo.

“Con cuidado me desabrochó de uno en uno el resto de los botones de mi camisa, y me pidió que me la quitase. Como tengo poco pecho no uso sujetador, y él lo sabía. Entonces me dijo que me levantase y fuese junto a él y le acompañé hasta su silla. Entonces él se bajó los pantalones y los calzoncillos, dejando su polla a la vista y me ordenó que me pusiera de rodillas si no quería que contase en el instituto que me había plantado así delante de él para pedirme que le subiera la nota. Entonces sentí miedo del escarnio público, de que mis compañeras se enterasen, y también otra cosa, ganas. Sentí un deseo de hacerlo como no había sentido otro igual, así que lo hice, me dejé caer de rodillas, quedando a la altura de su miembro. El entonces lo presionó contra mis labios, forzándome a abrirlos y metiéndola hasta el fondo. Me agarró de la trenza, anudándola en su mano hasta el punto que me hacía daño, y empezó a moverse muy rápido dentro de mí. Yo tenía cuidado con no morderle, pero no hacía nada más que prestarle mi boca… y entonces noté una humedad que antes no sentía. Ahí abajo me estaba mojando. Siguió así un poco más hasta que con una última sacudida se corrió dentro de mi boquita. Yo me esforcé por tragar para no enfadarle y aquí volví a sorprenderme viendo que me gustaba su sabor, lo cual no podía ser porque esto no estaba bien. Sentía cosas contradictorias en mi interior, pero notaba que mis pezones me dolían de los tensos que estaban.”

Yo ya no podía contenerme y me había sacado el miembro, pajeándomelo mientras me narraba la mórbida situación y decidí arriesgar un poco más. La pedí que se incorporase y me enseñase a qué se refería con esa afirmación a lo que ella se incorporó y se sacó ante mis ojos la camiseta de un movimiento, viendo que, efectivamente, tenía los pezones que podrían cortar cristal, al menos desde el punto de vista de mi visión. A duras penas conseguí dominar el impulso de abalanzarme sobre ellos. La pedí que continuase confirmándome la narración. Ella asintió y continuó explicándome.

“Después de eso me exigió que se la limpiase, lo cual, aunque pensara que eso estaba mal y que era sucio, no pude dejar de hacer. Me esmeré tanto con el uso de la lengua que al terminar estaba otra vez completamente empalmado. Se sentó y, tocándosela, me pidió que me terminase de desnudar, que no tenía ninguna duda de que me había excitado, y que le mostrase mi coño para comprobarlo, y eso hice.”

Ante mis asombrados ojos ella se incorporó como un autómata, bajándose los pantalones y las braguitas para a continuación, acercarse quedándose a escasos centímetros de mí, abriendo las piernas y, con sus dedos, abrir aún más su zona íntima viendo a las claras lo excitada que se encontraba. Yo no podía ni tocarme so pena de correrme en ese momento de la excitación. La miré a los ojos viendo que seguían en blanco, con lo que estaba reviviendo lo ocurrido en el momento actual, convirtiendo el pasado en presente ante mis ojos.

“Debió de gustarle lo que vio” – prosiguió – “ya que soltó un gemido de satisfacción. Acto seguido me pidió que me masturbase para él. Al principio me dio un poco de vergüenza, pero acabé obedeciendo introduciéndome un dedo, para a continuación pasar a dos y terminar con tres a la vez, mientras que con la otra mano me masajeaba el clítoris” – ante mis ojos empezó a hacerlo como lo que estaba narrando. La tenía tan cerca masturbándose que si levantaba la mano podría participar sin estirarla.

“Vi cómo él se masturbaba lentamente. Se le veía en la mirada un brillo especial, que me asustaba y arrebolaba por igual, hasta que me ordenó que parase, cuando estaba cerca de llegar al placer, y me pidió que fuera con él. Con sus brazos me levantó y me insertó de un tirón” – Sin poder creerlo acompañó su historia con movimientos, subiéndose a mi sillón y ensartándose directamente en mi erección, lo cual me supo a gloria, aunque me esforcé por dejar que fuera ella la que llevase la situación acompasando su historia.

“Me dijo que no le extrañaba lo más mínimo que no fuese virgen que sabía que era igual de furcia que mi madre. No me dejó ni contestarle que estaba equivocado, que perdí el himen jugando con un plátano con una amiga, lo que me asustó bastante y provocó una gran discusión en mi casa. Me chistó a que me callase y que galopase fuertemente, cosa que hice, mientras él se incorporaba y me mordía el pezón mientras que con su mano me pellizcaba el otro.” – En ese punto se paró de repente, como si la historia descuadrase. Por suerte reaccioné rápido e imité los movimientos del profesor, de modo que entré yo a interactuar como si fuese él en la historia, reanudando sus movimientos impulsándose con sus brazos en mi hombro, botando todo lo que podía. En ese momento caí en la cuenta en las cámaras, pensando en si Gabriela estaría viendo y escuchando, pero me dio igual, prosiguiendo mis obligadas atenciones a los pechos de la adolescente que tenía empalándose una y otra vez sobre mí.

Gabriela llevaba un rato excitada de lo que estaba presenciando, hasta el punto que hacía un rato que la excitación había vencido su pudor, y se encontraba desnuda de cintura para abajo masturbándose ferozmente, sin apartar la vista del monitor, mientras Jéssica dormía profundamente en el sofá, ajena a todo lo que sucedía. Entonces una perversa idea le vino a la mente. Sin detenerse a pensar en si debía, vencida como estaba por la lujuria, miró hacia el lugar de la bella durmiente, asintió con la cabeza, se levantó y corrió a la habitación de él, al cofre de los juguetes como él lo llamaba. Rebuscó hasta dar con lo que buscaba volviendo a continuación.

Nada más llegar vio que la historia seguía su curso tal cual lo había dejado, sólo se oía palabras inconexas entre gemidos y jadeos. Estaba excitadísima y no podía pensar con claridad. Giró el monitor para que se pudiese ver desde el salón y se acercó a dónde dormía ella. Primero tenía que comprobar que seguía dormida. Según los cálculos aún la quedaba una hora larga de dormir. Levantó su mano derecha y la sostuvo encima de su pecho, soltándola de repente. Ésta cayó como peso muerto golpeándose en él. Entonces, ya decidida, la quitó la falda, bajándole el tanga que llevaba a las rodillas, dejando a su vista su bien depilado coño. Primeramente se agachó, lamiéndolo. Poco a poco fue jugueteando con él para comprobar si se humedecía, viendo que efectivamente sí que provocaba esa reacción aun cuando continuase durmiendo. Entonces pasó a penetrarla con dos dedos, primero suavemente para ir incrementando el ritmo. Cuando vio que estaba lo suficientemente excitada fue a por lo que había traído, que estaba al lado del monitor. Era un arnés con doble consolador de tamaño parecido al de él. Con cuidado se lo colocó a Jéssica, introduciéndoselo poco a poco, hasta el fondo. Cuando llegó cerró bien el arnés alrededor de su cintura para que no se moviese, se encaramó al sofá y, mirando fijamente a la pantalla del pc, se dejó caer introduciéndose el otro, jadeando del gusto. Una vez se hubo habituado empezó a moverse, apoyándose en los pechos de la otra receptora de la búsqueda de su placer, empezó un furioso galopar mientras no perdía detalle de lo que acontecía en la otra habitación, mezclando sus propios jadeos y gemidos con los sonidos que salían por los altavoces del ordenador.

Yo, ajeno a todo esto, seguía las indicaciones y los recuerdos de mi paciente, esforzándome por cumplir el papel que me había tocado.

“Seguí así un rato más, cada vez más y más excitada, moviéndome sin control alguno, hasta que él me detuvo, diciéndome que ahora iba a saber lo que es bueno. Sin salirse de mí me levantó” – yo actué como un autómata levantándome” – “Me puso con la espalda en su mesa escritorio” – la llevé a la mía, esforzándome por cumplir los tiempos del recuerdo. – “Entonces se salió de mí y me dijo que me diese la vuelta, dejando el culo a su vista” – Otra vez le seguí la corriente, viendo cómo ella misma se daba la vuelta, pegando su pecho y vientre en la mesa, ofreciéndome su hermoso culo – “Por un momento temí que estuviera interesado en el anal, pero me dijo que eso lo dejaba para otra ocasión, y me penetró de golpe, iniciando un ritmo frenético.” – Eso no tuvo que repetírmelo dos veces, lo estaba deseando, alegrándome que eligiese ese ritmo pues dudaba haber sido capaz de ir despacio- “Me agarró de la cintura, penetrándome una y otra y otra vez salvajemente, hasta el punto que notaba sus huevos golpeando contra mí, y bajé sin poder evitarlo mi mano para masajearme fuertemente mi clítoris, hasta que en un espasmo me contraje y me corrí…” – gritó esto último, incapaz de seguir narrándome. Yo, al notar sus espasmos, estuve a punto de correrme en su interior. Sólo con un gran esfuerzo de voluntad conseguí no hacerlo. Pacientemente esperé a que recuperase el resuello y siguiese contándome, aunque para mi disgusto momentáneo se salió de mí al proseguir:

“Entonces, diciéndome que era una puta y una zorra, me ordenó que me pusiera otra vez de rodillas, que estaba deseando recibir otra degustación y que por eso me había corrido sin esperarle a él, me dijo que no volviese a hablar mientras me follaba la boca como momentos antes lo hacía con mi cuerpo hasta que se corrió, tirándome con fuerza de la coleta” – dijo esto de carrerilla, rápido, mientras se agachó delante de mí, abriendo la boca a continuación quedándose así. Al parecer su mente necesitaba finalizar la sesión al igual que antes así que, sin dudar, hice lo mismo que me había narrado. En vez de sujetarla por la cabeza, cosa que actualmente no disponía, la sujeté con fuerza por la nuca, follándome su cálida boquita sin piedad, hasta que me descargué dentro de ella, mientras se afanaba en tragar.

En la habitación de al lado Gabriela, que había visto cómo Claudia llegaba su orgasmo, había intensificado sus movimientos buscando el suyo. Estaba segura de que Jéssica, debajo de ella soportando sus movimientos, había llegado al menos dos veces al orgasmo por los gemidos que soltaba aun durmiendo. Cuando vio que la muchacha se ponía de rodillas, presta a recibir en su boca tal manjar, sintió un deseo similar. Sin pensárselo mucho se salió de su consolador y se dirigió hacia la parte delantera de la mujer. Le apretó la nariz, provocando que abriese la boca para respirar, y entonces dejó caer su cuerpo en la parte inferior de su cara, masturbándose directamente contra ella. Mirando a la pantalla alcanzó a ver el momento del clímax de él dejándose ir ella a su vez, corriéndose directamente en la boca de la mujer que tenía durmiendo a su cargo. Fue un orgasmo tremendo y devastador.

Una vez me vacié dentro de su boquita volví en mí y retrocedí rápidamente. Ella se levantó, diciéndome que después de que el profesor se vaciase y ella se lo hubiese tragado todo, la ordenó que se vistiera y esperase un rato antes de salir, para que no nos viesen marchar juntos. Entonces se fue. Mientras me decía esto siguió actuándose como una autómata, volviendo donde estaba su ropa, vistiéndose y sentándose en el diván, esperando instrucciones.

Yo me esforzaba por recuperar el resuello de todo lo vivido. Cuando lo conseguí me volví a subir los pantalones y me recompuse la ropa, sentándome en el sillón como si nada hubiese pasado.  La pregunté entonces que si sabía discernir los sentimientos que tenía justo después, confesándome que sentía culpa por lo ocurrido, vergüenza por haberlo disfrutado y miedo por desear algo que sabía que estaba mal. Continué con la sesión, entremezclando los sentimientos, hasta que conseguí que aceptase que el sexo se podía disfrutar sin culpa, que razonase que el profesor era quien tenía miedo y la culpa, que ella en realidad solo experimentaba lo que quería que el otro sintiese, tergiversándolo todo, hasta que vi que algo en ella se relajaba. Había conseguido superarlo. Entonces le pedí que se centrase en el ruido que escuchaba. En el sonido del péndulo y en el sentimiento de calma que sentía ahora mismo, insistiendo en que relacionase la calma y la despreocupación con el sonido. Estuve un rato dando vueltas a mis explicaciones y preguntas, haciendo relaciones, para confluir todas en el mismo punto, que cada vez que escuchase el sonido del péndulo y mi voz pudiese volver al mismo lugar. Cuando estuve convencido de que no podía forzar más el asunto me arriesgué a sacarla del lugar, deteniendo el movimiento del péndulo y pidiéndola por su nombre que despertase.

Ella volvió en sí con una sacudida, mirando a todos lados como si no recordase dónde se encontraba. Entonces se fijó en mí, que seguía sentado en el sillón de enfrente. El momento de la verdad pensé. Si me rehúye como antes todo habrá sido en vano. Disfrutable y placentero, sí, pero en vano. Para mi gozo no me rehuyó. Aceptó su mirada y hasta me sonrió. Me dijo que no sabía cómo lo había hecho pero que ya no sentía asco de sí misma por lo que había pasado. No sabía ni cómo se había atrevido a contármelo pero que ahora se alegraba haberlo hecho. Me alegró que lo atribuyese todo a lo recordado, aunque casi pierdo la compostura cuando me dijo extrañada que hasta sentía de nuevo el sabor del semen en la garganta como si acabase de suceder todo. Por suerte reaccioné rápido y la dije que era lógico después de un hecho tan traumático el revivirlo todo.

Mientras, en mi cabeza, iba pensando que tenía que probar si había funcionado, con lo que la dije que escuchase un momento y moví las bolas accionando el movimiento del péndulo, mientras la susurraba si estaba en calma. Automáticamente volvió al estado anterior, poniendo los ojos en blanco, diciéndome que sí con esa voz fría sin sentimientos de antes. La volví a sacar del trance, diciéndola que se había quedado pensando en las musarañas, a lo que ella primero se extrañó para acto seguido reírse a carcajadas. No sé por qué pero su risa me conmovió. La muchacha que tenía delante, liberada, no tenía nada que ver con la que había entrado en la sala.

Salí de la habitación con ella de mi mano y fui directo al despacho, donde me encontré a Gabriela sirviéndola un vaso de agua a Jéssica, que parecía que se acababa de despertar. Mencionaba algo de sentirse mareada y con un regusto extraño en la boca, pero parece que todo se le pasó de golpe cuando vio a su hija entrar en la habitación de mi mano. Ambas saltaron la una a la otra mientras lloraban. Poco a poco la hija le contó, sin entrar en detalles, lo que había pasado. Yo me encontraba ya sentado en mi butaca cuando vi que Gabriela miraba hacia un punto, aunque desvió la mirada no fue lo suficientemente rápida para mí, que la capté al vuelo. Siguiendo su mirada vi, en el rincón, tapado por una manta, algo que reconocí perfectamente. La miré a la cara y, pesar de que nuestras miradas no se cruzaron, el rubor que le subió al rostro me dio a entender que sabía que lo había visto. Decididamente el castigo esta vez tendría que ser ejemplar.

Volviendo mi atención a la madre e hija conseguí que dejasen de llorar y se sentasen. Decidimos que sería inútil la policía a estas alturas. Había pasado un tiempo y no había pruebas más que su palaba, pero las aseguré que no quedaría exento de castigo su crimen, pero que habría que tener un escarnio público que le dejase en evidencia, para librar a Claudia de que sufriese algo parecido a lo que su madre sufrió cuando su embarazo. Ambas confiaron en mí y quedamos en hablar otro día más calmadamente de todo y se marcharon diciendo que tenían muchas cosas que contarse. Gabriela aprovechó para escabullirse a su habitación pero estaba tan satisfecho que por esa vez lo dejaría pasar. Mañana sería otro día.

Continuará.