Cap3- Jéssica y la terapia

Jéssica acude para conseguir terapia para su hija... aunque acaba recibiendo su propia terapia. ¿En qué consistirá?

Vivencias de un especialista de la mente

Cap.3: Jéssica y la terapia.

El fin de semana pasó entre un torbellino de ajetreo. Decidí aprovechar al máximo las posibilidades que me ofrecía tener a Gabriela conmigo. Lo primero fue comprar un ordenador de última generación con todos los aparatos necesarios y no tan necesarios más unas cámaras de vídeo pequeñas que se conectaban vía wifi al pc. A ella se le daban mejor esas cosas con lo que la dejé a cargo de la instalación de todo lo que habíamos comprado y me dediqué a camuflar las cámaras poniéndolas estratégicamente en la consulta, de manera que no hubiese ángulo sin grabar. Se veía bastante bien mi escritorio desde mi ángulo y desde las sillas de enfrente, el diván, el sillón de al lado donde estaría yo durante las sesiones… incluso había una cámara detrás del biombo que tenía colocado en una esquina por si hubiese necesidad de cambiarse de ropa. En teoría yo no lo necesitaría, pues no me dedicaba a la medicina general, pero como tampoco estorbaba decidí instalarlo. Me gusta ser de los precavidos.

Una vez estuvo todo funcionando y probado pasé a educarla con mis pastillas. Le dije que ella se ocuparía de preparar los tés que yo la encargaría y cómo debía prepararlos. Si pedía un té verde qué pastilla debía introducir, si pedía un té rojo igual y así sucesivamente. No quise que hiciera ninguna copia por escrito así que la forcé a que se lo aprendiese de memoria. La hice recitármelos en orden o salteados y durante el finde estuve preguntándola al azar, comprobando con satisfacción que se esmeró en aprendérselos.

Instalé también un sistema de audio nuevo en la consulta, ambos conectados a un televisor y un equipo de música camuflados en un armario empotrado. Esto era muy importante pues tenía preparados unos discos de blues, de jazz y de cantos gregorianos en los que tenía grabados un sistema de mensajes subliminales de distintos niveles. Cada caso era distinto y por eso tuve bien cuidado en gravar varios. Me costó conseguirlo con el primer disco pero una vez grabado los demás fueron saliendo uno detrás de otro. Gabriela misma tuvo el honor de experimentar alguno de ellos, y el resultado fue sobresaliente.

Me levanté el Lunes con mucha expectativa. Durante la salida del Viernes trabé conversación con varias posibles pacientes que podrían aparecer hoy. Me duché, afeité y me vestí con sumo cuidado, tenía que estar impecable. Bajé a desayunar y me encontré con que Gabriela había cumplido su parte y me tenía café recién hecho y unas tostadas listas para comer. El café ya alimentaba tan sólo con olerlo. La dije que había sido buena y tendría como premio lograr que me desahogase para el día continuase con buen pie. Vi cómo se le iluminaba la cara mientras corría presta a arrodillarse delante de mí. Ella misma me bajó la cremallera sacando su premio de su encierro y sin perder tiempo lo engulló, usando su lengua para jugar con él. Se lo sacaba, lo lamía de arriba abajo y otra vez se lo metía de nuevo en la boca. Cuando consiguió que estuviese completamente erecto cambió de táctica y empezó a masturbarme con la mano mientras mantenía sólo introducido el glande en su boca, pasando su lengua por él. Me estaba volviendo loco. Sabía perfectamente cómo llevarme a ese estado. Se había vuelto toda una felatriz experta. Cuando noté que mi corrida estaba próxima pasé a controlar la situación, sujetándola con la cabeza y follándome literalmente su boca. Ella me agarró el culo y hacía fuerza a su vez, mientras hacía succión con sus labios. Me corrí directamente en su garganta y ella, bien aprendida, se lo tragó todo.

Una vez terminado de vaciarme la dije que me la limpiase, cosa que hizo al instante, y la volví a guardar en su cautiverio. Me había desahogado y ella había obtenido su premio. El resto del desayuno transcurrió sin más altibajos, hasta que alguien llamó a la puerta justo cuando terminaba el café.

Sólo con mirar a Gabriela ella se levantó y fue a abrir. Sin prisas esperé pacientemente a que me anunciasen de qué se trataba. Escuché una breve conversación entre dos féminas, siendo una de ellas mi querida compañera. Al poco apareció en el marco de la puerta Gabriela para decirme que me aguardaba en la consulta una mujer llamada Jéssica. La recordé en el acto.

Jéssica era una mujer más cerca de los cuarenta que de la treintena, con un cuerpo de infarto. A simple vista catalogué sus medidas como de 100, 70, 90. Casi nunca me equivocaba. Ya en el instituto jugaba con mis compañeros a adivinar las medidas de las pasarelas de modas y, sobre todo, de los concursos de belleza y de bikinis. Siempre tuve un buen ojo para eso. Su problema, o el que ella me había contado, era que tenía una hija adolescente, fruto de una noche en la que su novio de por aquel entonces la convenció de tener sexo con la promesa de juntos para siempre y que a la noticia del embarazo pasó a irse a mudarse de inmediato a la ciudad renegando de ella, y que su hija había entrado en una fase de baja autoestima depresiva que la tenía muy preocupada.

Yo la dije que se pasase por la consulta con ella y que haría lo posible por ayudarla, pero primero la dije que se pasase ella sóla para hablar tranquilamente del tema. Me gustó que me hubiese obedecido, era buena señal. Quería trabajar también con ella. Con el embarazo se ganó la fama de fácil para los hombres y de zorra para las mujeres y por lo que pude ver y el cuidado que tenía en su cuerpo supe que en este caso la fama había hecho a la mujer y no al revés. Tuve la impresión de verla contrariada cuando presenté a Gabriela como mi novia, ahora tendría ocasión de comprobar la veracidad de mis observaciones.

Con una deliberada lentitud entré en la consulta dirigiéndome al perchero al lado de mi escritorio para ponerme la bata de doctor, sin mirarla, a pesar de notar cómo sus ojos me taladraban la cabeza. Entonces me giré llamando a Gabriela, haciendo caso omiso del intento de mi paciente en entablar conversación. Cuando se presentó la pedí que sirviera una taza de té verde a la señora y, ante la sorpresa de las dos, la tomé de la cintura apretándola contra mí para plantarle un tórrido beso que la dejó sin respiración. Con los ojos entreabiertos observé, mientras la besaba, cómo se tomaba ese beso Jéssica. Supe al momento que la molestó y excitó a partes iguales, pues apretó los bordes de su corta falda con fuerza, volviendo blancos los nodillos del esfuerzo, a la vez que dos montículos se le formaba en el top a juego que pugnaba por contener su prominente pecho, realzado sin duda por el sujetador. Venía vestida para matar, con el pelo negro suelto cayéndole por encima de los hombros, terminando donde empezaba la curvatura de sus senos. Estaba sentada casi en el borde del diván, con las piernas cruzadas y las manos encima de la falda, agarrándola como ya había mencionado. Todo en ella denotaba que estaba posando y que iba a poner en liza todas sus armas de mujer.

Terminada mi inspección di por finalizado el beso, pero no la solté hasta que no tomó resuello. Mi miembro se había puesto morcillón, mitad por el beso mitad por mi paciente, pero no fue hasta que ella no nos quedamos a solas que no hice como que me daba cuenta y me giré un poco para simular colocármela por la pernera con disimulo, pero no lo suficiente como para que ella no perdiera detalle. Con el rabillo del ojo vi que se relamió los labios pero que rápidamente recobró la compostura poniendo pose de no haberse dado cuenta de nada.

Aún sin sentarme en el sillón decidí interpelarla directamente, preguntándola que qué tal se encontraba y por cómo iba su hija, dándola a entender que me acordaba de lo que me había contado y que me preocupaba también de ella. Mientras ella me hablaba de lo preocupada que la tenía su hija, que creía que alguien le había hablado de su fama y de todas las cosas que ella creía yo, escuchándola, me dirigí al equipo de música, poniendo un disco de blues en el cual tenía escrito “confía en él, ábrete”. Ese era el mensaje que tenía subliminal creado. Uno muy simple pero muy efectivo. Lo puse en voz baja pero suficiente para escucharla y la pedí que continuase cuando ella se cayó al escucharlo. Antes de sentarme puse en marcha el Péndulo de Newton que tenía en la mesita. Estresar el cerebro era muy importante para ir variando y la combinación de la música más el péndulo más el té, que en ese momento entraba, me iba a ayudar mucho.

Miré a Gabriela mientras lo servía y ella me hizo un imperceptible movimiento afirmativo. Buena chica. La pastilla del té verde era inofensiva, un simple catalizador que hacía la sugestión más fácil. La persona que lo tomaba solo se sentía más eufórico, más… libre, por decirlo de alguna manera. Poco a poco conseguí que ella fuese hablando más de ella que de su hija. Escuché que tenía razón en mis suposiciones, que se había revelado a su manera y había tenido sexo como despecho con bastante gente del pueblo, incluso gente casada y hasta el párroco cincuentón que quiso darla un sermón terminó eyaculando en su boca. En un momento dado la pedí un momento de pausa y salí de allí para comprobar si estaba funcionando la grabación. Gabriela se encontraba tras el pc y me hizo la señal del pulgar levantado a lo que respondí asintiendo con la cabeza haciéndola después una seña de que me acompañase.

Al volver a entrar observé que Jéssica se había tumbado en el diván, provocando que su falda se subiese un poco dejando a la vista casi la totalidad de sus muslos. Sabía cómo calentar a un hombre pero hoy no quería eso. Al menos no sólo eso, pues no era inmune a sus encantos. Mi pollo ya hacía tiempo, con sus relatos, que estaba en son de guerra. Hizo ademán de incorporarse cuando la que para ella era mi novia entró detrás de mí, pero yo la detuve con un gesto y la dije que hiciese como que ella no estaba. Que necesitaba que me ayudase mientras tomaba notas. La noté confusa y con ganas de terminar la sesión pero a la pregunta de “¿no confías en mí?” que la solté de repente comprobé que en su cerebro ya había germinado la idea de la confianza y su rictus se relajó asintiendo.

Ocupando mi lugar, con un bloc de notas con el que simulaba escribir en mi regazo, la pedí que continuase hablando. Ella volvió al principio al tema de su hija, pero yo volví a dirigir la conversación hacia los días de su puterío. Cuando me estaba relatando una de sus aventuras nocturnas, dejando a cargo de su hija a sus padres, con un antiguo profesor que ya era conocido por tener la mano larga con las alumnas, casado con una de las mayores puritanas miembro de la asociación de padres y la mayor crítica con ella del pueblo, Carmen se llamaba, y ese nombre sí que lo anoté en mi libreta, hice señas a Gabriela para que se acercase. La susurré en los oídos lo que quería que hiciese y fue presta a cumplir mis órdenes.

Rodeando el diván se colocó justo detrás de la cabeza de Jéssica y alargó sus manos a los hombros de ésta. Al notar sus manos ella se cayó inmediatamente, mirándome como pidiendo explicaciones, pero ya tenía la explicación preparada. La dije que la notaba muy tensa y que yo ahí sólo estaba como su doctor y que por lo tanto no podía ponerme en medio de la sesión a darla un masaje y volví a preguntarla por su confianza hacia mi persona, con lo que se volvió a relajar dejándose hacer. Poco a poco la temperatura fue subiendo. Los relatos se volvían más prolíficos en detalles mientras Gabriela tornaba el masaje en caricias sensuales llegando a rozar el inicio de sus senos, cuyos pezones volvían a estar erectos. Poco a poco fui derivando la conversación en sus relaciones lésbicas las cuales, como me imaginaba, eran inexistentes. La fama que había cogido se debía en gran parte a las mujeres y ni siquiera tenía ninguna a la que pudiese considerar amiga, siendo las únicas mujeres cercanas en su vida con las que tenía relación su madre y su hija. Decidí dejar esa vía, pues ya tenía la información, pero seguí con el tema de su sexualidad, en el cual se explayaba a gusto. Había hecho bastantes mamadas pero por el contrario solo un par de veces había recibido la misma reciprocidad.

Cuando vi que la sugestión ya tenía pinta de imparable decidí dar un paso más lejos. Me levanté acercándome a las dos y, sujetando la cabeza de mi supuesta novia, volví a darla un beso como el de antes, iniciando una batalla de lenguas que, desde nuestro ángulo, podía observar sin perder detalle en primera persona mi paciente. Esta vez duró menos que el anterior y al término la pregunté directamente y sin tapujos sobre qué había sentido al verlo, si le había excitado. Ella, descolocada por la pregunta acertó a asentir con la cabeza. Aunque su respiración y sus pezones la delataban quería oírselo decir por lo que volví a preguntarla para escuchar su sí. La pregunté entonces si confiaba en mí hasta el punto de permitirme experimentar si era cierto el hecho recibiendo ella el beso. Al principio vi un atisbo de duda en los ojos pero se disipó enseguida, diciendo un apenas audible sí y entreabriendo los labios, a la espera.

Yo, mirando a Gabriela, asentí con la mirada y fue ella, ante la sorpresa de mi paciente, quien se agachó aceptando sus labios y besándola con pasión. Nada más verlo Jéssica abrió los ojos como platos pero agachándome al lado de su cabeza la susurré “ábrete” a los oídos, la otra palabra sugestionada por la música, lo que acabó de derribar las escasas defensas que ya tenía, devolviendo el beso con ardor agarrándola incluso por la nuca. Dejé que el beso continuase por unos segundos más hasta que lo consideré suficiente y toqué en la nuca a Gabriela, quien se acordó de mis anteriores indicaciones y dio por finalizado el beso, pero sin levantarse empezó a bajar paseando muy despacio su lengua por el cuerpo de mi paciente.

Yo recuperé la posición en mi sillón pidiéndola que me contase lo que había sentido con el beso y que fuese expresando con sus palabras lo que seguía sintiendo. Ella como pudo me explicaba que se sentía sucia, como hacía mucho que no lo hacía, mientras que Gabriela liberaba sus pechos sacándolos por encima del top y del sujetador, que quedaron debajo de ellos levantándolos aún más. Sin detenerse se introdujo uno en su boca, logrando que escapase un gemido de los labios de la mujer. Notaba que casi no podía ni pensar. Entre la música, el péndulo, mis preguntas sin cesar y las atenciones recibidas era poco más lo que podía resistir. Con voz baja susurré el nombre de Gabriela para que ella supiese que había llegado la hora final, con lo que cesó los esmeros cuidados que estaba prodigando y bajó directamente a la falda de ella quien, al darse cuenta, lejos ya de parar pues ni podía ni quería, arqueó el cuerpo para que mi ayudante pudiese bajarla las diminutas braguitas que llevaba. Sin saber qué esperar me miró a mí a los ojos pero cuando Gabriela introdujo su cabeza debajo de la falda y tocó con su lengua el clítoris no hizo falta nada más, estallando directamente en su boca, quien se afanaba en sorber los jugos que iba soltando, hasta que se derrumbó tumbada.

Yo me levanté, haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad de la que disponía para ignorar los gritos que me prodigaba mi miembro completamente excitado, y detuve el péndulo. A continuación detuve la música, dando a entender que la sesión había terminado. Fui caminando hacia ella, que tenía los ojos vidriosos y parecía que no sabía dónde se encontraba, y la incorporé mientras ella, dándose cuenta de su desnudez, se colocaba bien las prendas superiores. Poco a poco los colores iban subiéndole al rostro al recordar lo acontecido hasta acabar agachando la cabeza avergonzada. Entonces Gabriela me preguntó, ignorándola por completo, si me dolía mi erección, la cual se notaba perfectamente en mi pantalón, a la altura de la cara de mi paciente.

Yo la amonesté verbalmente de que no era plato de buen gusto ver a su paciente aprovechándose de su candidez y que ya hablaríamos, fingiendo enfado, amenazando con contarle a su hija la clase de madre que tenía. Eso la hizo reaccionar, lanzándose a mis pies, rogándome que haría cualquier cosa por que lo pasado ahí no se divulgase y empezó a acariciarme la erección por encima de la tela. Yo miré a Gabriela, quien se agachó también junto a mí para soltarme el cinturón y bajarme los pantalones. Al quitarme los calzoncillos mi polla reaccionó como un resorte, golpeando a Jéssica en la cara. Sin darla tiempo a reaccionar mi bien educada esclava cogió con su mano mi miembro y con la otra la agarró de la nuca, empujándola hasta introducírselo por completo en la boca. Acto seguido sujetando su cabeza con las dos manos empezó a follarme mi polla con su cabeza mientras que yo solo tenía que aguantar la posición. No tenía ningún miramiento. Me sorprendió el punto dominante que vi surgir en Gabriela. Yo me dejaba hacer hasta que mencioné, como con pesar, que eso no estaba bien, que éramos doctor y paciente, que me estaba sintiendo violado.

Gabriela paró en el acto, lo cual aprovechó la mujer para tomar resuello tosiendo un poco. Me dijo, como habíamos ensayado previamente, que eso no era así. Se levantó diciéndome que ya se había acabado la sesión y que ahora no eran doctor y paciente. Jéssica afirmó y dijo se dedicó a rogarme que continuasen, que en ese momento no era su dóctor, y que podía hacer con ella lo que se le antojase, pero que no la denunciase. Entonces la pregunté que si estaba dispuesta que podía aceptar, pero que era un enorme esfuerzo por mi parte consentir en la relación y que primeramente debería, para ser justos, devolverle el favor a mi novia, de la que se había aprovechado primeramente. Ella pareció no entender pero cuando Gabriela se bajó los pantalones que llevaba y se recostó en el diván abriéndose de piernas lo entendió en el acto. Aquí quería yo llegar, si aceptaba o no. Si la sesión había dado resultado o se tornaba un fracaso… y funcionó. Tardó solo dos segundos en decidirse a agachar la cabeza e introducir la lengua en el coño de Gabriela, quien, además, la agarró del pelo empujándola para abajo mientras hacía esfuerzos para levantar la cadera.

Esta vez yo no iba a quedarme al margen. Mientras esto sucedía la levanté de la cintura, poniendo una mano en su espalda para que no se incorporsase y de un tirón le arranqué las bragitas rompiéndolas. Le subí la falda por encima de su cintura y me posicioné detrás de ella, poniendo mi polla en la punta de su ojete. Sabía, por lo relatado, que el sexo anal, aunque escaso, no le era desconocido, y decidí aprovechar la oportunidad. Mi miembro, embadurnado por la saliva de la felación anterior, empezó a introducirse lentamente, centímetro a centímetro. Yo empujaba sin prisa pero sin pausa, esperando que se fuese dilatando y haciendo espacio. Ella intentó gritar pero no pudo soltarse de las manos de Gabriela, que seguían aprisionándola contra su coño. Cuando por fin llegué a dar con mis huevos contra ella procedí a hacer el sentido inverso y poco a poco empecé un movimiento, acompañado de los gritos de mi ayudante que estaba próxima a llegar al orgasmo. Fui acelerando el ritmo, taladrándola el culo ya sin miramientos, buscando mi propio placer, y me corrí justo cuando Gabriela llegó al clímax, derramándome en sus entrañas mientras ella hacía lo propio en la boca de mi paciente.

Una vez recuperado me arreglé como si no hubiese pasado nada y fui a sentarme a mi escritorio, mientras mi paciente se arreglaba como podía y mi ayudante quedaba derrengada en el diván. Jéssica se acercó cautelosa hacia mí, esperando que hablase de lo sucedido pero, obviando descaradamente el tema, la dije:

-          Creo que tiene usted tabúes de los que ni siquiera es consciente y que no la dejan avanzar. Necesitará hacer más terapia para intentar remediar su situación. La primera sesión, como la dije, es gratuita así que no la cobraré nada. – Cuando vi que iba a empezar a preguntar por lo sucedido lo corté de raíz – Aquí no ha sucedido absolutamente nada fuera de una sesión de doctor-paciente. Lo demás ha sido su vida privada que no le interesa a nadie. Usted me exigió un favor y yo decidí aceptarlo. Detrás del biombo hay un espejo en el que puede arreglarse. Nos vemos en la próxima sesión. – Terminado bajé la mirada fingiendo observar mi agenda, que tenía encima del escritorio, con gran detenimiento.

Después de terminar detrás del biombo y salir lo mejor que podía me apiadé de ella y le pedí a Gabriela que antes de salir la ayudase con el maquillaje. No podía permitir que alguien la viese salir de esa guisa de mi casa. Sin bragas, sí, pero al menos arreglada.

-          Una cosa más – la dije antes de que saliesen las dos de la puerta de mi consulta, sin apenas levantar la mirada de mis papeles. Cuando ella se giró hacia mí la dije – para la próxima consulta traiga a su hija, aceptaré tratarla siempre y cuando ella lo permita y de su consentimiento. Pero tráigala… no quisiera hablar con ella cuando me la cruce por la calle, mejor entre estas paredes, que, de momento, no hablan.

Continuará .