Cantar de los posaderos
De cómo nuestro caballero / con puntería certera / acertó a la posadera / y de paso al posadero.
Cantar de los posaderos
Proseguía el caballero
Su camino con presteza,
Dolorido, ciertamente,
Y con cierta ligereza,
Pues el sol en el poniente
Ya escondía la cabeza.
Divisando en un loma
De una casa la silueta,
Espoleó su montura
Y presto arribó a una puerta
Que no detuvo al caballo
(pues estaba bien abierta)
y que le condujo a un patio
de posada (a ciencia cierta)
.
Le recibió el posadero
Con saludo y reverencia,
Le asistió en la desmontura
Y se ocupó de la bestia.
Llegados al interior,
Saludó la posadera
y ofrecióle se sentara
Cómodamente a la mesa.
Era la mesonera
Mujer de rostro agraciado,
De edad, sobre la treintena,
Y con un sayo escotado
Donde asomaban sus tetas.
No pudo el caballero
Disimular la mirada
Que como dardo certero
En la canal se clavaba.
La posadera, entre tanto,
Al huésped le repasaba
Con la vista las hechuras,
Las cuales, no cabe duda,
Quedaron bien aprobadas.
El posadero, de lejos,
A los dos los contemplaba
Sin fruncir el entrecejo
Ni mueca alguna en la cara,
Más bien podría decirse
Que la escena le agradaba.
Pidió comida el viajero,
Y de cerveza una jarra,
Pero le sirvieron vino
Y rogáronle aguardara
Mientras que la posadera
Las viandas preparaba.
A través del ventanuco
Angosto de la cocina
La mujer del posadero
Al caballero examina
Con contenido rubor
En la cara y las pupilas
Que de puro resplandor
Se mostraban encendidas.
El posadero, a su vez,
Al caballero interroga
El dónde, el cuándo y por qué
De su viaje, y le implora
Le narre los pormenores
De su personal historia.
Éste hablóle de batallas
Y lugares lejanísimos
Mientras se escanciaba el vino
(que le parecía buenísimo).
El posadero escuchaba
Con devoción evidente
Pues en aquella posada
No arribaba mucha gente;
Mas, de pronto, sus ojillos
Repararon en tangente
En el bulto exagerado
que en las ingles del soldado
Se presentaba imponente.
Y es que nuestro caballero
No se había recuperado
Todavía de los efectos
Del suceso desgraciado
De las algas urticantes,
Y aunque del dolor calmado
Por aquel bendito ungüento,
Andaba medio empalmado
E inflamado en el momento
En que el posadero vio
El terrible abultamiento.
El caballero, ignorante
Del espectáculo dado,
Prosiguió de buen talante
Sus batallas de soldado
Sin percibir el temblor
Que turbaba al escuchante
Quien, de asombro y estupor,
Perdió el hilo del narrante.
La mujer en la cocina
Su receta preparaba,
Y sonreía ladina
Con impaciencia en la cara.
Y es que la pobre mujer
No conocía varón
Aun a pesar de ser
Casada de condición.
Casáronla por dineros
A los diecisiete años
Con el rico posadero
Sin reparar en los daños.
Porque (sepámoslo ya)
Los gustos del posadero
No apuntaban a las hembras,
Mas a otros derroteros.
Por eso temblaba el hombre
Ante la vista turgente
Del volumen aparente
que le ofrecían las ingles
Del caballero indolente.
La posadera, a escondidas,
Preparaba una comida
A base de estimulantes
(por si no fuera bastante
la estimulación sufrida
con las algas urticantes):
Cabeza de jabalí
De ajos bien condimentada
Con salsa de clavo y apio
Y abundante nuez moscada
guarnecida con los hongos
más picantes, y cilantro
para estar asegurada.
De segundo, unos arenques
Al tomillo y al romero
Con cebollas y guisantes
(a fin de que el caballero
se encendiera en el instante).
De postre puso ciruelas,
Cerezas, higos y menta
Con un poco de canela,
Miel, anís, y aún no contenta,
Quemó hierba lombriguera
Con su aroma de limón
(remedio que una hechicera
le recomendó que hiciera
para levantar pasión
en el cuerpo del marido,
aunque, no hubo solución,
pues era caso perdido).
Todo bello presentó
a la mesa del soldado
El cual, medio desmayado,
A todo cuenta le dio.
Entre plato y plato el vino
Fue haciendo su trabajo
Bajando los alimentos
Con todos sus condimentos
Por el gaznate hacia abajo;
Pronto sin impedimento,
De repente y de momento,
Le llegaron al carajo.
Sintió el soldado el calor
De nuevo en sus partes nobles,
Le invadió la turbación
Y la verga endureció
Como si fuera de roble.
Excusóse el caballero
Fingiendo cansancio extremo
Y le pidió al posadero
Le condujera ligero
A un aposento sereno
Donde descansar pudiera
Sus muy doloridos miembros.
Acompañóle el buen hombre
A las estancias de arriba,
Mirándole de reojo
Los bajos de la barriga.
Resollaba el caballero
Subiendo las escaleras,
Mientras nuestro posadero
Miraba sus posaderas.
Llegados a una amplia estancia
Ofrecióse el mesonero
A ayudar al caballero
A quitarse la coraza,
Cosa que éste denegó
Pues, yendo de aquella traza,
No era cosa de señor
Revelar la inflada maza.
Recostóse el condolido,
Y no bien hubo caído
Sobre el lecho, se durmió
Sin haberse desvestido.
Mas, cuando se despertó,
Quedóse bien sorprendido,
Pues, como lo trajo al mundo
Su madre, se descubrió.
La posadera, embobada,
Junto al lecho, lo miraba,
Y en el centro de la sábana
Su mirada se posaba.
Miróse el buen caballero
Donde la mujer miraba,
Descubriendo la razón
Que a la hembra la embobaba:
Debajo del lienzo fino
Notábase el bulto grueso
De un gigantesco pepino
A todas trazas inmenso.
Y es que aquellos alimentos
(con todos sus condimentos)
en plena función estaban,
y, si a esto le añadimos
la hierba que se quemaba
sobre la mesa cercana,
los pechos de la señora,
que despuntaban ahora
con su canalillo ardiente
entre las masas calientes,
y aun la condición lasciva
que cual una llama viva
del soldado se mostraba,
no era por menos que aquello
estuviera como estaba.
La posadera sudaba,
Y de hablar hizo ademán.
Silencio guardó el soldado
Cuando ella empezó a hablar.
Contóle lo de su boda,
Refirió todo su mal,
Y que estaba entera toda
Todavía, y tal y tal...
(pintó también al marido
como bujarrón total).
Y el caballero, atrevido,
Decidió entrar a matar.
La despojó del vestido
Y le besó la canal
Mientras que con las dos manos
No dejaba de apretar
Aquellos pechos tan sanos
Que olían a leche y pan.
Entre suspiro y suspiro
La posadera notaba
Cómo por entre las piernas
Un caldillo resbalaba.
--¡Vamos ya, sin dilación!
¡Hacedme mujer, señor!
--Tiempo al tiempo, puñetera,
dejadme a mí que primero
os coma la conejera.
Tumbóla de espaldas presto
Sobre el lecho inmaculado,
Mordió en aquello y aquesto
Cual hombre experimentado,
Y cuando ya le hubo puesto
El surco bien lubricado
Clavóle su miembro enhiesto
De un golpe bien calculado.
--¡Ay, señor, ¿Qué es lo que siento?
¿Cómo puede ser posible
que os metáis tan adentro?
--¡Calláos, puta plebeya,
disfrutad de toda ella
desde la cabeza al cabo.
Y así le fue haciendo mella
Metiéndole todo el rabo
Dejándole a la doncella
El himen bien desvirgado.
Si sintió dolor alguno,
ella bien se lo calló,
y sangre apenas la hubo,
sólo una gotilla o dos.
Entonces las embestidas
de aquel martillo pilón
duplicaron las metidas
y las salidas al son.
Mas del techo un orificio
Calladamente se abrió
Y por aquel artificio
Una pupila brilló.
¿Sería la del mesonero?
(¿De quién iba a ser si no?)
El cornudo posadero
Se servía su ración:
Observaba babeante
Las moles impresionantes
Del caballero velludo
Cuyo posterior peludo
Presentaba bamboleante.
Tocábase sin ser visto
El posadero sus partes
Exclamando:
--¡Vive Cristo,
vaya un culo con más arte!
Atreviéndose el oculto
A llegar más adelante,
Bajó con todos sus bultos
A la estancia del follante.
Se introdujo lentamente
En la estancia del soldado
Escondiéndose agachado
Tras la cama quedamente.
Allí disfrutó con gusto
De las vistas posteriores
De aquel soldado vetusto
Enfrascado en sus amores.
Los suspiros y estertores
De los amantes feroces
Lo inflamaron de calores
Y de imaginados roces.
La fiebre de la pasión
Nubló la recta cordura
y una mano con soltura
hasta una nalga llegó.
Sintió la mano el soldado,
Mas, estando en los albores
De destilar sus licores,
No le puso más cuidado.
Y así envalentonado,
Mientras nuestro caballero
Alcanzaba los linderos
Del gozo tan bien ganado,
El ladino posadero
Osó acercarle el rabo
Al desvalido soldado
En el punto más certero.
Pero esta vez no pasó
Tan desatendido el caso
Y el hombre la vuelta dio,
De la cabeza lo asió
Y con brazo firme y duro
Contra el lecho lo empujó
Dejándolo a cuatro patas
Como vivo taburete,
Expuestas las blancas nalgas
Y abierto bien el ojete.
Sin reparar en el daño
Que su temible ariete
Pudiera, por su tamaño,
Provocar en el vejete,
Hundió con maña y apaño
Sus pulgadas diecisiete.
Ni gritos, ruegos ni ayes
Lograron que el caballero
Sacara su miembro fiero
de aquella carnosa calle
donde hasta las pelotas
querían el beneficio
de entrar en el orificio
de aquellas carnes ya rotas.
Dejó las quejas el viejo
Cuando lleno se sintió
Y de suspiros blasfemos
Llenóse entonces su voz.
Su desvirgada mujer
Empleóse a su vez
En lamer todo colgajo
Que debajo del carajo
Pudo su boca coger.
La lengua del posadero
Buscó el húmedo sendero
De las ingles encendidas
De la esposa agradecida,
La cual con la boca llena
Se olvidaba de sus penas
Entre lamida y lamida.
Pronto todo concluyó
Con la más brava corrida
Que en la comarca se viera.
El caballero estalló,
El posadero gemía
Y abajo la posadera
Respirar ya no podía.
Se desclavó el caballero
y de espaldas se tumbó,
mientras que los posaderos,
heridos y patizambos,
salieron mudos los dos.
Regresó la posadera
Con abundantes viandas,
Y el soldado dijo al verla:
--¿Qué te pasa, que así andas?
Y rióse a carcajadas,
Engullendo unas tajadas
De una carne dulce y blanda
(que, aunque aún no se inventó,
parecía jamón york).
Pidió entonces el soldado
Le asistiera en el vestir
A lo que de muy buen grado
Ella contestó que sí.
Todavía bajo las mallas
Rebelde el tranco canalla
Tenía mucho que decir.
Más no le dio cuartelillo
El caballero valiente,
Se apretó los cordelillos
Y se dijo entre dientes:
--Ya es hora que me encamine
al encuentro con mi gente.
La posadera, eficiente,
Su caballo le entregó,
Pues no pudo el posadero
Realizar esta labor
Ya que inmóvil en el lecho
Estaría un día o dos.
No quiso la posadera
Cobrar dinero ninguno
A quien tanto bien la hiciera.
Le regaló un par de quesos
Y una bota de buen vino.
Y el caballero se avino
A regalarle un gran beso.
Luego subió a su montura,
Le dijo ¡arre! al caballo
Y emprendió cabalgadura
Sonriendo de soslayo.