Cantando bajo la lluvia

Las ventajas de llevar paraguas en verano

Eran las siete de la tarde. Había hecho un día espléndido, soleado, un día de otoño de lo más agradable. Yo regresaba del pub de un amigo al que había ido a ver tras un tiempo, me había tomado un par de copas, y me había devuelto un paraguas que me dejé en ese mismo sitio hacía ya casi un año, con lo que mi imagen era un tanto incongruente con el paraguas bajo el brazo en una tarde despejada. Nadie me podía haber dicho que semejante artilugio iba a jugar un papel tan importante en los acontecimientos posteriores.

Porque, de repente y con retraso cronológico, ya que estas cosas suelen suceder en verano, el cielo empezó a encapotarse a una velocidad inusual. A los cinco minutos llovía como si quisiera reeditar el Diluvio, me congratulé de haber hecho el ridículo durante un rato con mi paraguas, pues ahora me protegía; aunque no demasiado, porque un viento racheado hacía que el agua entrase cada vez por un sitio; a diferencia del resto de los ciudadanos que andaban por las calles hacía unos minutos, y ahora corrían desenfrenados en busca de un refugio contra la inclemencia del tiempo.

En estas andaba cuando sentí que alguien me tocaba en la espalda. Me volví y vi que era una mujer de unos 40 años, con un vestido totalmente empapado que se pegaba a su cuerpo como una sanguijuela hambrienta, calada hasta los huesos y tiritando.

-Por favor –Dijo- ¿Me podría acompañar un trecho con su paraguas? Llevo prisa y con este tiempo es imposible encontrar un taxi libre.

-Ni que decir tiene –Respondí- ¿Hacia dónde va? Pero venga, métase bajo el paraguas.

-Verás –Inició el tuteo de inmediato-, Tengo una cita con una migo en “Riofrio”, es una de esas citas a ciegas, estaba nerviosa y decidí caminar hasta la cafetería para ver si me relajaba, pero me ha sorprendido este temporal.

-¡Uff! Pero estamos en San Bernardo, hasta Colón hay una tirada.

-Ya lo sé, por eso he pedido tu amparo, no me gustaría darle plantón antes de conocerle.

-Por mí no hay problema. ¿A qué hora habías quedado?

-Bueno, falta aún una hora larga, pero yo que me había puesto mis ‘mejores galas’, imagínate como voy a llegar.

-Desde luego tal vez no elegante, pero sí tremendamente sexy con el vestido marcando tus deliciosas formas.

-¡Um! Muy amable.

-Venga, apretemos el paso, que si no, no llegas.

El paraguas, la verdad sea dicha, ya nos servía de poco, ambos íbamos empapados, pero por su cita no teníamos tiempo de guarecernos en ninguna parte.

-¿Puedo abrazarme a tu cintura? –Preguntó la mujer- Estoy helada y así aprovechamos mejor el paraguas.

-Claro que sí.

Se cogió a mi cintura apretándose mucho contra mí, aunque eso dificultaba un poco nuestro caminar, la sensación era agradable, dentro de lo desagradable de la situación meteorológica.

Al cabo de un rato, que pareció interminable, llegamos a la cafetería en cuestión. La temperatura dentro era la adecuada, pero con nuestras ropas empapadas y el frío del exterior, se nos antojó un horno.

-¿Tendría que estar ya tu ‘chico’ aquí? –Inquirí.

Miró su reloj y contestó:

-Faltan diez minutos, aunque si es un caballero ya debería estar. Pero yo no estoy en condiciones de presentarme ante nadie con esta facha, así que primero voy al servicio a ver si encuentro el medio de secarme un poco. ¿Me acompañas?

-Claro, yo también estoy calado, al menos a ver si puedo hacer algo como peinarme y demás.

-Pues vamos.

Los servicios estaban bajando un tramo de escaleras. Obviamente me dirigí al de caballeros dejándola a ella en la puerta del de señoras, pero me retuvo por el brazo.

-No, entra en este conmigo.

-¿¡Ahí!? –Me sorprendí.

-Sí, necesito tu ayuda para ponerme ‘visible’.

-Ya pero… ¿Y si hay alguien dentro?

-Ja, ja –Se rió- Parece que no estás muy ‘puesto’ en ciertas cosas. No hay nada más común que encontrarse a una pareja en el servicio de señoras, ya nadie se extraña por eso.

-Pues no, no estoy muy ‘puesto’, de hecho creo que no he entrado en su aseo de señoras, público, en mi vida.

-Venga ven, verás como no pasa nada.

Entré con ella en el servicio, aunque confieso que bastante cortado y suplicando en mi interior para que no hubiese ninguna otra mujer dentro.

Mis ruegos fueron escuchados, el sitio estaba desierto. Sin aviso previo, ella se quitó el vestido quedándose sólo con el sujetador y las braguitas. Me tendió la prenda diciendo:

-Sujétame esto, lo tengo todo empapado.

Cogí el vestido intentando mirar hacia otro lado, pero mis ojos iban a su cuerpo, perfectamente armonioso, como atraídos por un imán. Ella se dio cuento y me dedicó una sonrisa pícara, seguramente estaba pensando: “Espera, que aún no has visto nada”, porque su quitó también las dos piezas que la cubrían quedando completamente desnuda ante mis vista.

Con ingenio, como si la situación no fuese en absoluto nueva para ella, conectó el secador de manos de aire caliente y empezó a pasar las prendas por debajo. Dada la ‘liviandad’ de las telas no tardarían, sin duda, en estar secas con aquel método.

Se movía, desnuda ante mí, con total naturalidad. Sus pechos no eran grandes, pero si firmes, y sobre todo los pezones se proyectaban hacia delante erguidos y desafiantes, quise suponer que por el frío. El sexo, más que depilado, lo llevaba ‘peinado’, el vello púbico formaba una especie de corazón justo por encima de la vulva. Las caderas y nalgas eran rotundas, tal vez poco adecuadas para una modelo de alta costura; (a ojo de buen cubero calculé sus medidas en 80-60-100); pero irresistiblemente tentadoras. Todo denotaba que era una mujer de las que no descuidaban su apariencia.

Pese a que intentaba ‘distraerme’ pensando en política internacional, en macroeconomía, y en mecánica cuántica, no pude evitar que mi virilidad reaccionase y noté una erección ‘importante’ bajo mi ropa.

Cuando consideró que sus prendas interiores estaban secas, en lugar de ponérselas las dejó sobre la repisa de los lavabos, se volvió hacia mí y me dijo:

-Ahora es cuando me tienes que ayudar. Hay que hacer lo mismo con el vestido, pero manteniéndolo estirado entre los dos, porque de lo contrario quedaría muy arrugado.

De forma que cogiéndolo ella por la parte de los hombros, y yo por debajo, manteniéndolo bien estirado, volvió a darle al aparato del aire caliente.

-Tenemos que ir moviéndonos, sin dejar que se arrugue, para pasarlo todo por debajo del aire.

Así lo hicimos. Era una especie de danza lenta… ¡Empecé a odiar aquel vestido que nos mantenía separados!

Cuando su ropa estuvo en condiciones; dentro de lo posible en aquellas circunstancias; sin hacer intención alguna de ponérsela se acercó a mí diciendo:

-Ahora vamos con la tuya.

Y empezó a desabrocharme la camisa ella misma.

-No hace falta –Protesté-, yo no la tengo tan mojada.

-¡Venga ya! ¿Quieres coger una pulmonía?

-Mujer, no es para tanto.

-Claro que sí –Ya me había quitado la camisa-. ¡Ah! Mi nombre es Elvira.

-Encantado Elvira. El mío es José Luis.

-Venga, ya conoces la técnica: igual que con mi vestido.

Su ‘normalidad’, unida a su desnudez, cada vez me estaba excitando más. Cuando la camisa estuvo seca, sin decir nada, señaló mi pantalón. Ya sabía que negarme iba a ser inútil, también sabía que se iba a dar cuenta de mi ‘estado’. Mientras, otra parte de mí suplicaba a las más altas instancias para que no entrase nadie en el condenado lavabo.

Así que me quité el pantalón para evitar que lo hiciese ella y la consiguiente y perturbadora proximidad. Obviamente, el calzoncillo marcaba la ‘hinchazón de manera harto evidente:

No pude por menos que disculparme al ver su mirad clavada allí.

-Lo siento, yo…

-¿Qué sientes? –Replicó-, ¿Qué te haya puesto cachondo? La verdad es que de no ser así me habría decepcionado y enfadado un poco, una tiene su vanidad femenina.

Ignoro en que estado estaría ella, pero su ‘indiferente naturalidad’ me ‘ponía’ aún más.

Cuando se secó el pantalón ya sabía lo que ‘tocaba’, y aunque, sinceramente, mi calzoncillo estaba seco, no esperé a que me lo ‘ordenase’ y me lo quité. Ya estaba dispuesto a que ‘saliese el sol por Antequera’.

Al verse ‘liberado del encierro’ de la prenda, mi miembro se ‘disparó’ con todo su ‘orgullo’. Ella lo miró sin pudor y sólo expresó una interjección:

-¡Ummm!

Ya he comentado que el calzoncillo estaba seco, no obstante se ‘demoró’ demasiado en el ‘ritual de secado’. Era evidente que ambos sabíamos que después tenía que ‘pasar algo’.

Finalmente se acercó a mí y dijo:

-Es evidente que así no puedes quedarte –Cogió suavemente mi miembro con su mano-. Acabarías con un recalentón doloroso.

-Bueno, ya me ha pasado otras veces y puedo resistirlo.

-Pero yo no voy a consentirlo, y menos habiendo sido yo la causante…

En es momento ocurrió lo que había estado temiendo durante todo el rato: se abrió la puerta y entró al servicio una mujer. Es verdad que al principio se quedó un tanto cortada al ver el ‘cuadro’, pero enseguida dijo:

-Tranquilos, seguid. Yo sólo voy al retrete.

Hizo lo que decía, volvió a salir al cabo de pocos minutos y dirigiéndonos una sonrisa cómplice abandonó los servicios.

Si aquello no había aplacado mis ‘ardores’ no creo que consiguiera hacerlo nada.

-Te has cortado –Dijo Elvira.

-¿Tú qué crees?

-Bien, seremos nosotros los que tendremos que meternos en uno de esos ‘reservados’. Venga recojamos la ropa.

Lo hicimos y nos metimos en uno de los retretes al que echó el pequeño cerrojo de seguridad.

-¿Tienes gomas? –Preguntó.

-Pues no. No suelo andar con esas cosas por los bolsillos.

-¡Pues qué pena! Porque yo también estoy caliente y me hubiese apetecido… Bueno, habrá otras cosas que podamos hacer.

Su mano ya no estaba quieta, sino que me masajeaba lentamente. Hizo que me sentase sobre el inodoro, me separó las piernas, se puso de rodillas entre ellas y empezó a…

Cuando ambos hubimos ‘terminado’; como Dios nos dio a entender; me acordé de repente de que había alguien esperándola arriba.

-Elvira –Dije-. ¿Qué pasa con tu cita?

-¡Joder, es verdad! Se me olvidó por completo. Corre, vístete y vayamos a ver si sigue ahí.

Nos vestimos ambos y subimos a la cafetería. No tengo ni idea de cómo habían quedado para identificarse, pero ella recorrió el local con la mirada y, empujándome con el codo, me dijo:

-Creo que sí está ahí. Me parece que es aquel con la corbata azul celeste.

-Bueno –Comenté-, pues cumplida mi ‘misión’; y bien recompensada; te dejo para que te reúnas con él.

-¡De eso nada! –Protestó- Tú vienes conmigo.

-No creo que eso le haga mucha gracia.

-Me da lo mismo, pero creo que tú tienes una deuda pendiente conmigo, así que de irte, nada.

Así que, de mala gana por mi parte, nos dirigimos a la mesa donde estaba el sujeto de la corbata azul.

He de confesar que el mero ‘aditivo’ de la corbata ya hizo que el hombre no me ‘entrase por los ojos’. No era la corbata del ejecutivo que la lleva con naturalidad porque la obligación le ha acostumbrado; ni la del pijo que se siente desnudo sin ella; era la del que quiere impresionar a alguien de la peor manera posible. Eso sí, he de confesar que en todo lo demás me superaba con creces: más joven, más guapo, más musculado… No creo que fuese competencia para él respecto a Elvira; y la verdad es que tampoco quería serlo, yo ya había tenido mi premio ‘inesperado’ del día; pero no pude dejar de preguntarme qué demonios pintaba yo allí.

-¿Eres Alfredo, verdad? –preguntó Elvira parándose ante la mesa.

-Sí, sí, claro –Respondió el tal Alfredo, que no tuvo la caballerosidad de levantarse ante la chica.

-Yo soy Elvira –Le tendió la mano-. Y este es José Luis, un amigo que ha tenido la amabilidad de protegerme del aguacero –Yo también estreché la suya-. ¿No te importa que se siente con nosotros, verdad?

-Pues no, claro.

Dijo, pero la expresión de su rostro denotaba que si hubiese podido hacerme desaparecer chasqueando los dedos, lo hubiese hecho.

Me pedí un whisky y procuré quedarme al margen, en lo posible, de su conversación.

Fuera seguía ‘jarreando’ con ganas.

Estoy seguro de que el hombre me hubiese asesinado de buena gana, pues Elvira le dijo, tras una larga charla; que podían quedar para otro día, porque en ese momento ni podía ni quería dejarme solo. ¡Yo, que estaba loco por salir corriendo de allí!

Así que, al cabo de una hora más o menos, el hombre se despidió de nosotros; con cara de muy poco amigos; y salió del establecimiento. Nosotros seguimos sentados en la mesa.

-Bueno –Me espetó Elvira -, pues tú dirás como hacemos para que saldes tu ‘deuda’ pendiente. Porque ahora la que no se puede quedar así soy yo.

-Aquí, cruzando Colón –Dije-, hay un buen hotel. Si quieres que tomemos una habitación…

-Claro que quiero, pero antes hay que comprar unas gomas.

-Por descontado, yo me encargo, si me esperas diez minutos.

-Lo que haga falta.

Conocía bien la zona, pues a cuatro manzanas estaba “Toni2”, mi lugar de recalada nocturno, y sabía donde había un ‘tugurio’ con máquina expendedora de preservativos. Así que me agarré a mi paraguas y salí a la calle.

En siete minutos estaba de vuelta con la caja de profilácticos en el bolsillo. No entendía muy bien el repentino ‘emperramiento’ de Elvira conmigo, pero tampoco me lo iba a cuestionar en aquellos momentos. Sólo pensé: “Ve con cuidado, las cosas tan fáciles suelen esconder alguna trampa”.

-¿Nos vamos? –Pregunté al llegar de nuevo junto a ella.

-Sí. ¿Sigue lloviendo?

-Un poco menos, pero sí.

-Bueno, ahora ya no me importa.

Se levantó, volvió a cogerse de mi cintura como al venir y salimos de nuevo a la calle en busca del hotel.

Sólo había que cruzar Colón; (llamada ahora Plaza del descubrimiento); y andar unos 50 m. atravesando Goya [1] . Elvira ya no sólo iba abrazada a mí, sino rozándome con su cuerpo de la forma más insinuante.

Nos registramos en el hotel y subimos a la habitación. Ya en el ascensor se pegó a mí y me besó, con uno de esos besos ‘irrespirables’.

Ya en la habitación dijo:

-¿Nos duchamos? Yo estoy helada.

-Bien, pero te aseguro que yo estoy bastante ‘calentito’.

-¡Ah! ¡Eso me lo demuestras ahora!

Nos desnudamos, nos metimos en la ducha…

“Al final, para qué más detalles,

Ya sabéis, copas, sisas y excesos.

¿Cómo van a caber tantos besos

En una canción” (J. Sabina).

[1] Todos los lugares mencionados existen. Cualquiera que esté o visite Madrid puede comprobarlo.