Caniche

De como la caniche de la madre de mi novia me ayudo a acabar una masturbacioncilla que me estaba realizando en el sofá (H~perra, mast, zoo).

Estaba hoy sentado mirando unas paginillas guarras y masturbándome tan ricamente frente a mi ordenador, mientras mi mujer miraba en el salón de casa la cutrada esa de Gran Hermano, cuando me ha venido a la mente la última vez que tuve un orgasmo con un animal. He dejado de meneármela y he decidido escribir esa anécdota para compartirla con vosotros:

Debía tener yo unos 25 o 26 años y estaba saliendo con una chica cuya madre vivía en otra ciudad. Frecuentemente íbamos mi novia y yo a visitarla el fin de semana. Obviamente, dormíamos en habitaciones separadas, aunque por la noche hacíamos alguna escapada para echar un clavito.

La madre de mi novia tenía una perrita, una caniche toy blanca, jovencita, de un año, que se llamaba Piki. Era una perrita muy cariñosa y muy besucona; a la que te descuidabas, ya te estaba lamiendo.

Ese día, no había habido sesión de sexo por la noche y estaba yo bastante caliente. Aprovechando que mi novia y su madre se habían ido de compras, me saqué toda la ropa y me estiré en el sofá de la casa dispuesto a hacerme una buena paja, mientras dejaba que por mi imaginación volaran las fantasías más increibles y obscenas. A Piki le debió parecer que me lo pasaba demasiado bien sin ella o debió sentir curiosidad por el rítmico movimiento que estaba realizando, así que empezó a ponerse a dos patas, intentando subirse al sofá.

Por supuesto, yo estaba concentrado en lo mío y le hice caso omiso, continuando con el movimiento de bombeo sobre mi polla. Pero la perrita insistía, quería subirse conmigo, así que se me encendió la bombilla... La agarré y la subí al sofá. Ella inmediatamente fué a buscar mi cara para llenarme de lengüetazos, pero yo me abrí de piernas, la coloqué entre ellas y, tamando con mi mano derecha mi polla y con la izquierda su cabecita, la guié hasta la punta de mi capullo. Dió dos lengüetazos tímidos, se paró un momento y empezó a lamerme el miembro con dedicación increible. Yo estaba a mil.

Al cabo de un rato, me cansé del juego, ya que Piki no dirigía su lengua sólo allí donde a mi me interesaba, sino que lamía toda la longitud de mi nabo e incluso mi peludo escroto. Parecía que ya se le había acabado el gusto a la punta de mi pene... Bueno, sería mejor que continuara con mi paja del modo tradicional...

Pero mi pervertida imaginación volvió a jugar su papel y se me ocurrió una nueva tarea para Piki. Levanté mis piernas hacia arriba, atrayendo mis rodillas hacia mi pecho. Mi culo quedaba abierto y a la entera disposición de la perrita. No me hizo falta indicarle mucho para que se diera cuenta de donde estaba el lugar adonde debía dirigir sus lamidas. Efectivamente, su lengua se fue directa a mi ano y empezó a chupar como si aquello fuera el majar más bueno del mundo.

En esa postura, con mi culo totalmente expuesto a las atenciones orales de la caniche, reanude mis movimientos masturbatorios. Estaba en la gloria, la sensación era inigualable. Pronto noté la sensación eléctrica de un inminente orgasmo, pero decidí parar un momento y esperar a que me pasara para poder rotomar otra vez mi paja, mientras Piki no cejaba en su tarea.

En esa postura grotesca pude observar como mi polla palpitaba tremendamente inchada por la excitación que me producía la situación. La caniche, por su parte, debía haber acabado de saborear el exterior de mi ano y, pegando su chato hocico a mi agujero, intentaba introducir su pequeña y ágil lengua en mi interior. Como a veces me introducía algún objeto en el recto en alguna de mis sesiones onanistas, no lo tenía muy cerrado, así que a la perra no le resulto muy difícil conseguir su objetivo.

La verdad es que no pude aguantar mucho rato la exquisita sensación de ese beso negro realizado por la mascota de mi novia. Cuando noté de nuevo, sin siquiera tocarme el miembro, la urgencia del orgasmo, bastó con agarrármelo para que una inmensa corrida fluyera placentera y mansamente sobre mi estómago. Os aseguro que me han comido el culo más de una vez, tanto tías como algún tío, pero nunca nadie ha sido capaz de igualar la técnica y la perfección que consiguió Piki.

Cuando acabé de soltar el semen, agarré mi polla y, dirigiéndola hacia abajo, se la acerqué a la caniche al tiempo que forzaba su cabecita a dejar su situación entre mis nalgas para que prestara atención a la punta de mi nabo, llena de leche calentita. Había intentado alguna vez que algún perro lamiera el semen, pero os puedo asegurar que es una cosa bien dificil, no es manjar del gusto de su paladar... Pero para mi sorpresa, la lngua rapida y ágil de la joven perra se esforzó a que no quedara ni rastro de que ese nabo acababa de correrse. Cuando acabó con mi polla, la dirigí a mi estomago, donde estaba el charco con los restos de mi orgasmo y, de igual forma, dio cumplida cuenta de la leche que allí había, librándome de una de las tareas más engorrosas de hacerse una paja en el sofá: ir hasta el baño sin manchar nada.

Esta fue, hasta día de hoy, mi última experiencia sexual con animales, aunque no había sido la primera. Después de ese día ya no tuve oportunidad nunca más de estar a solas con mi querida Piki ya que poco tiempo después acabó mi historia con esa chica, después de soportar que me pusiera más cuernos que a una manada de ciervos.

Otro día más cosas que me han pasado, ¿vale?