Candy Candente 02.1 Ayudando a un tipo a hacer pis

Recibí un par de correos preguntando sobre las “situaciones intrascendentes” que se dieron en la discoteca en mi relato CandyCandente02. Desvirgando a Víctor, en específico la que corresponde a esta frase: “tuve que ayudar a un tipo a orinar en un rincón de la parte trasera de la disco”. Para complacerlos he decidido relatarlo brevemente aquí.

Candy Candente. Episodio 2.1. Ayudando a un tipo a hacer pipí.

Introducción

He recibido un par de correos preguntando sobre las "situaciones intrascendentes" que se dieron en la discoteca en mi relato CandyCandente02. Desvirgando a Víctor , en específico la que corresponde a esta frase: "tuve que ayudar a un tipo a orinar en un rincón de la parte trasera de la disco". Para complacerlos he decidido relatarlo brevemente aquí.

11:58 pm. Disco de moda

Teníamos ya no sé cuanto rato en la disco. Lo cierto es que mi amigo Beto y su novia de turno Alondra andaban bien alcoholizados y rumbeando dentro del local sin parar. Yo por mi parte me sentía que estaba pasadita de tragos, pero controlable. Ahora bien, mi novio Víctor sí que estaba que se derrumbaba de borracho, por lo que se encontraba sentado a medias en la mesa que escogimos al llegar, pasando como podía el mareo.

Yo como buena que soy, no quería dejar solito a mi virginal Víctor, pero a su vez no quería ser mala amiga y arruinarle la noche a Beto y Alondra, así que trataba de compartir y beber con ellos también. Tampoco podía ir por la disco con falsos aire de diva y menospreciando a la gente, por lo que intentaba complacer a todos aquellos que me invitaban a la pista bailando por lo menos una pieza con cada uno. Tanto así que perdí la cuenta de con cuantos baile, cuantos bultos se me recostaron, cuantas manos me toquetearon las nalgas y hasta cuantos tragos invitados me tomé.

Llegó un momento en que me sentía mareada de todo aquello. No había terminado de bailar con algún caballero cuando ya otro me agarraba y me hacia bailar la siguiente canción. Hasta me hicieron una rueda y me aupaban y celebraban. Fue entonces cuando me percaté que el vestidito rojo "segunda piel" que llevaba se me había subido y descubría parte de mi pompis, incluso el escote estaba desarreglado y dejaba al descubierto uno de mis pezones.

Como pude y entre manoseos y piropos subidos de tono, logré abrirme paso entre la muchedumbre masculina que me aclamaba. Casi me caigo entre tropezones, nada fácil caminar en esa situación con unos tacones de ocho centímetros. Afortunadamente varios caballeros me sujetaron y agarraron por todos lados y evitaron la caída, uff, menos mal. Me fui directo al baño de damas. Me tropecé con Alondra y unas amigas que iban saliendo del tocador.

  • ¿Estás bien? – me preguntó Alondra con cara de intoxicada y sin dejar de mirarme el pezón.

  • Si vale, regreso a la mesa en un momento – respondí mientras me acomodaba el escote y me guardaba el seno exhibicionista.

Entré al baño y me miré al espejo. Estaba bastante sudada, mis moños de Candy Candy desequilibrados y el vestido rojo todavía subido a las caderas. Me estaba acomodando el cabello y la ropa cuando sentí unas inevitables ganas de vomitar. Corrí por todo el baño dándole empujones a las puertas hasta que al fin conseguí un sitio desocupado. Entré, cerré la puerta con pasador, me di media vuelta, me arrodillé frente al inodoro y descargué todo aquello. Luego de repetir varias veces la desagradable acción me sentí mucho mejor. Bajé la palanca para que se fuera todo eso y me senté en el inodoro a respirar profundo.

Me encontraba recuperándome cuando de pronto, observé un rostro masculino que se asomaba por el espacio debajo de la puerta. El sujeto se apoyaba con sus manos y con la cara prácticamente acostada en el piso me observaba sádicamente.

¡Susto! Reaccioné instintivamente y utilicé la técnica que mi sabia madre me había enseñado para enfrentar a los abusadores: me quité la sandalia y con el tacón ¡Plaka! Le aplasté la mano izquierda. El tipo apretó los dientes para no gritar y sacó la cabeza y la mano herida. Sin pensarlo ni un segundo ¡Plakata! Le martillé la mano derecha. En seguida la retiró también.

Rápidamente me incorporé y abrí la puerta. El tipo yacía sentado en el piso recostado a la pared con las manos bastante hinchadas y sangrantes.

  • ¡Tú te lo buscaste! – grité furiosa mientras me calzaba la sandalia. Algunas chicas abrieron sus puertas y observaban la situación.

  • Yo… yo… el anillo – dijo tembloroso indicando a mis pies con una de sus manos estropeadas.

Fue cuando me llevé otra sorpresa. Había un anillo ahí tirado junto a mis pies. Fue entonces cuando caí en cuenta de todo y la Candy agresiva y cruel dio paso a la Candy dulce y comprensiva. El pobre hombre se encontraba arrodillado buscando su anillo perdido y en su desesperación se había asomado por error por debajo de la puerta, y yo, ebria y confundida, lo había atacado terriblemente sin miramientos. Qué malvada había sido.

Yo traté de enmendar mi error y disculparme haciéndole mimos y dándole besitos en la frente mientras le pedía perdón. Lo ayudé a ponerse en pie, ya que con las manos como las tenía no podía apoyarse sin sentir un fuerte dolor. Al darse cuenta de que se había solucionado el malentendido, algunas chicas salieron del baño y las otras volvieron a lo suyo.

Recogí el anillo y le abrí la puerta. El sujeto salió tras de mí aún sudando por el dolor y con las manos a nivel del pecho, evitando tropezarse con la gente. Entre disculpas y besitos le dije que buscáramos ayuda. El me dijo que estaba solo y que no importaba, que me perdonaba, pero que por favor lo ayudase a salir a buscar un taxi. Hablé con un sujeto de seguridad de la discoteca y nos permitió salir por la puerta de atrás de la cocina que era menos concurrida, para evitar que el hombre herido se malograra más las manos con la multitud.

La puerta se cerró a nuestras espaldas, de un lado la pared del local, del otro, el muro trasero de otra discoteca, quedando un pasillo destechado lleno de basuras y bastante oscuro, al final, como a veinte metros, se veía la calle con algunos transeúntes y autos circulando.

  • de verdad discúlpame – le pedí perdón una vez más.

  • tranquila, no hay problema – dijo – por favor ¿puedes darme el anillo?

Era evidente que no podría tenerlo en las manos como las tenía, así que me indicó que se lo guardara en el bolsillo izquierdo del pantalón. Enseguida deposité el bolsillo donde me había dicho. Fue entonces que con mi mano rocé su miembro. Con tanto alboroto no lo había notado, pero el tipo tenía entre las piernas un bulto de considerable tamaño. Sorprendida, retiré la mano y le volví a pedir perdón. Él me respondió con una sonrisa, supongo que de comprensión y fraternidad, que lindo.

  • ¿fumas? – preguntó él – muero por un cigarro.

Yo respondí que sí, que era lo que llaman una "fumadora social", pero que también me caería bien un poco de nicotina. Él, caballerosamente, intentó meter su mano en el bolsillo derecho para sacar su caja de cigarros, pero esto le causó un gran dolor que se evidenció en su rostro. Rápidamente le acaricié la mano y le dije que yo me ocupaba. Metí la mano en el pantalón nuevamente, hurgando hasta dar con los cigarretes. Nuevamente y sin querer, le rocé el paquete, no el paquete de cigarros, sino EL PAQUETE. Esta vez pude constatar que tenía un miembro de buena longitud, y que además se sentía algo duro.

  • Hmmm, cigarro de vaqueros – dije con una sonrisa al sacar la mano y ver la caja de Marlboro Rojo.

  • Cigarro de macho mi amor – dijo él, sonriendo.

Le coloqué uno de los tabacos entre los labios. Entonces caí en cuenta que yo no tenía mechero. Él sonrió más ampliamente, indicándome que tenía uno, en el mismo bolsillo donde había guardado el anillo. Nuevamente mi mano estaba dentro de su pantalón. Otra vez sentí su dureza, esta vez el movió un poco sus caderas, de manera que mi mano rozó por completo toda la longitud de su miembrote (ya no lo llamaré solo miembro, porque en verdad, y a juzgar por el tamaño, era un miembrote). Me sobresalté un poco por su atrevimiento, pero, no quería confundir las cosas por segunda vez, ya la había embarrado bastante y herido a este pobre individuo sin razón alguna.

Saqué el mechero y le encendí el cigarro. El aspiró lentamente. Me convidó, y yo de verdad necesitaba aspirar un poco de humo, así que tomé el cigarro de su boca y le di un prolongado jalón, luego metí y saqué la mano del bolsillo rápidamente, guardando la caja de Marlboro y el mechero y toqueteando una vez más y sin querer su PAQUETE. Era imposible que la sonrisa se le ampliase más. Comenzamos entonces a compartir el cigarro en silencio. Yo fumaba y luego se lo ponía en los labios, el aspiraba lentamente sin dejar de mirarme.

  • ¿Será que buscamos el taxi? – le pregunté nerviosamente al terminarse el filtro. No sé porqué, pero había construido en mi mente la imagen del pene del hombre con las pocas referencias que tenía. Estaba perturbada (y medio ebria también).

  • claro mi amor – respondió. – pero antes necesito un último favor.

Me confesó entonces que había ingerido muchas cervezas y que tenía unas ganas fuertísimas de orinar y obviamente para él, con las manos dañadas como las tenía, resultaba aquello una operación casi imposible. Lo comprendí, a todos nos pasa. Además me sentía en deuda con él, era mi culpa que se encontrara en esa incómoda situación. Así que nos ubicamos detrás de un conteiner de basura, protegidos por la oscuridad. Yo me puse en cuclillas, le bajé el cierre del pantalón y desabroché el cinturón, bajé el pantalón hasta las rodillas, luego tomé con ambas manos su ropa interior y con lentitud se la bajé hasta la mitad de los muslos. El pene grande y medio erecto casi me da en la cara. Era tal cual me lo había imaginado, quizás un poco más grande. Los testículos estaban un poco poblados y el glande era prominente.

Con mi mano izquierda me apoyé de su cadera y me ubiqué a su lado, con la derecha tomé el miembro por el tronco, con cierta timidez, y lo apunté a la pared. Finalmente un largo y sustancioso chorro de amarilla orina comenzó a fluir. Estuvo largo rato en eso. Debo reconocer que el tener aquel miembrote entre mis dedos me excitó. Sentí como la humedad naciente en mi chocho colmaba mi pantaletita.

No sé cómo pasó, creo que fue culpa de tanto alcohol en mi cabeza, pero me pareció que el sujeto terminó de orinar y yo me mantuve allí inclinada, como hipnotizada con el guevote en la mano. El pene, que ya desde el principio tenía cierto grado de erección, comenzó a tensarse más y más. La carne parecía crecer entre mis dedos, hasta el punto de alzarse, triunfante. Y yo, como una tonta, no lo soltaba, admiraba la dureza y el grosor que había alcanzado, una plena y firme erección. Instintivamente y sin dejar de apretarlo, subí mi mano hasta llegar a la punta, para luego descender lentamente hasta la base. Él movía sus caderas adelante y atrás. Creo que sin darme cuenta lo estaba masturbando. Mi diestra apretaba aquel pedazo cada vez con mayor ímpetu y los movimientos dejaron de ser refinados. El sujeto se giró un poco, pero sólo un poco, lo suficiente para que su pene quedara frente a mí rostro.

  • ¡Chúpalo! – dijo. Su voz me pareció autoritaria.

Evidentemente este individuo estaba disfrutando el pajazo que le estaba propinando, y para que negarlo, yo también. Además, muy en el fondo, yo sabía que se lo debía, que de alguna manera tenía que compensar la estupidez que había cometido de taconearlo cruelmente.

Tomada la decisión, me alcé un poco y me introduje la cabeza del pene en la boca, abrazándolo y saboreándolo. Mi lengua golosa lo cató aplicadamente. Mis dedos no dejaban de masturbar el tronco. Él respiraba profundamente mientras se movía al compás de mi mano.

  • ¡mierrrdaaa! Pero que bien lo haces. Eres toda una zorra - me dijo.

Yo no le contesté, ignorando lo que me pareció un insulto, se lo achaqué a su estado etílico y de excitación. Yo también estaba excitada y cuando eso pasa, me importa un pito los adjetivos de zorra que me hacen.

Sin dejar de sostenerme con mi mano surda, llevé mi derecha hacia debajo de mí, entre las piernas, con habilidad hice la pantaleta a un lado y me introduje los dedos índice y medio en el coño, acariciando con rudeza el clítorix, y es que necesitaba aplacar pronto esta calentura que había agarrado. Con mi boca seguía dándole placer oral al hombre, ahora mamando ruidosamente, subiendo y bajando, ensalivando toda la estaca, sorbiendo cada centímetro con gran deleite.

  • ¡Ohhh puta del coñooo! –Dijo casi gritando – me vas hacer correr.

Otro insulto, igual no reparé en eso, continué concentrada en mi masturbación. Me estaba dando tan sabroso en el chocho que no me aguanté, mi mano entera recibió el delicioso flujo vaginal de mi acabada. Tan rico fue que tuve que abandonar por momentos la mamada para poder gemir a gusto.

  • Si serás puta – dijo al verme alcanzar el éxtasis. – ¡quiero acabar! ¡No dejes de chuparme! – y diciendo esto movió su cadera adelante y volvió a meter con fuerza el pene en mi boca.

Yo lo recibí todo, tanto que sentí que me llegaba a la garganta. Pasado mi orgasmo, me abracé a sus caderas, y con gran disposición, me propuse darle a este sujeto la mejor mamada de su vida. Apretando con fuerza sus costados, mi cabeza se convirtió en una maquina de placer que avanzaba y retrocedía velozmente. Mis labios subían y bajaban por el tallo, incesantes. Con la lengua recorría toda esa carne excitada, afincándose en la cabeza del miembro. Chupaba y besaba, lamía y frotaba. Por momentos lo mordisqueaba como si fuese una mazorca, para enseguida volver engullirlo a fondo y humedecerlo de placer.

  • ¡Sigue así! ¡No pares! – dijo él gozando a plenitud.

Yo había olvidado hasta donde me encontraba. En aquel momento mi única meta en la vida era hacer explotar esa polla, sacarle el relleno y degustarlo. Sin dejar de chupar todo ese cetro conduje mi mano derecho hasta el trasero del hombre, y sin su permiso, le incrusté la mitad del dedo medio entre las nalgas.

-¿Pero qué haces puta? – gritó echando la cadera adelante. Obviamente era de estos tipos machistas que se niegan a recibir un buen espuelazo. Sin embargo, lo tenía a mi merced.

Con todo el guevo metido hasta la garganta, apreté mi mano y le encajé el dedo hasta al fondo. Él se quejó en principio, pero al rato ya estaba gozando otra vez. Movía mi dedo en círculos dentro de su culo, mientras mi boca jalaba más que una aspiradora.

  • ¡Haaa! ¡Perra! ¡Voy acabar! – gritó.

Al escucharlo decir eso, le hundí el dedo aún más, sabía que le había desvirgado el culo. Su miembrote se tensó dentro de mi boca y escupió el primer chorro de semen. Mientras se quejaba y gemía el tipo se estaba vaciando en mi garganta. Yo mantuve el guevo atrapado con los labios, para que no se escapara siquiera un poquito de esperma. Su flujo se sentía caliente y espeso sobre mi lengua, que sabroso.

12:43 am. Acera frente a la discoteca de moda.

De pie frente a la disco, observé como el taxi se alejaba. El hombre había insistido en que me fuera con él a un hotel cercano pero no, me negué. Y no porque no quisiera, sino que ya de alguna manera había pagado mi deuda con él. Ahora debía volver a la disco y atender a mis compañeros de rumba.

En los cortos minutos que estuve allí parada tuve que lidiar con lo de siempre: miradas lascivas, piropos y halagos sexuales, y hasta un auto que se detuvo con un grupo de chicos abordo preguntando cuanto cobraba yo por montarme una orgía con ellos. Lo tomé a broma, recibiendo una tarjeta que me dejaron. Entre sus silbidos y gritos libidinosos volví al interior de la disco, bajo la mirada lujuriosa del portero.

Una vez dentro conseguí a mi novio que continuaba ebrio y solo, sentado en su silla. Pude notar por la cantidad de botellas en la mesa que Víctor había seguido tomando indiscriminadamente. Pobrecito. Me dio tanta pena verlo así que le di un profundo beso en los labios.

  • sabe rarrro – dijo Víctor.

  • ¿Qué dices papi? – pregunté extrañada.

  • El… bessso… sabe rarrrro – dijo cabeceando.

"El beso sabe raro". Recordé entonces que no me había lavado, debía tener el rico sabor a esperma en mi boca y Víctor dentro de su borrachera debió haberlo percibido. Me senté en una de las sillas y me empiné una de las cervezas a medio llenar que había en la mesa. Hice unas breves gárgaras e ingerí el licor. Estaba recordando el grande y grueso pene que había tenido entre los labios cuando llegó Beto a invitarme a bailar.

Candy

P.D.: ahora que se me ha pasado el mareo y tengo mejor conciencia para reflexionar, me pregunto: ¿Cómo es que este sujeto perdió su anillo… en el baño de damas?