Candado Chino
Nadie debería prescindir de la experimentación.
Sólo quería que parara de hablar, aprovechar esos noventa minutos de viaje para echar una siesta. Estaba a pedo. Miré por la ventana, chocando contra un muro de negrura espacial. Es extraño lo que pasa con el negro, cómo representa de manera tan real el miedo a lo desconocido. Jó, estoy divagando.
Sí, cállate Pedro. Quiero dormir.
-¿Cómo estás para unas cachitas, hueón?- Rio, pasándome un brazo por los hombros.- ¿Estás preparado para la noche nortina, culiao?
Sólo atiné a sonreírle (sin mostrar los dientes). Tenía una opinión muy profunda con respecto a lo “nortino”. Me encontraba volado, cansado y desilusionado de mi mes trabajando y viviendo acá; así que sí, tu noche nortina puede lamer el quesillo de mi prepucio.
-No sé, una hora y media de viaje me parece demasiado por unas simples putas.- Objeté aburrido, destartalado al fondo del bus, perdido en la ventana.
-Amigo…- dijo persuasivamente-se baja una sola vez al mes- cercó más aún su abrazo, susurrando:- Tengo las pelotas del porte de un membrillo.
No pude contener mi risa, y él tampoco.
El sexo nunca me pareció tan importante la verdad, incluso a veces pienso que está sobrevalorado. Además, no quería gastar mi primera paga en prostitutas.
-Ya, hueón, hazte otro pitito, que parece que con eso te mantengo contento.- Sacó del bolsillo de su chaqueta un paquetito envuelto en papel de diario y un moledor.
Comencé a moler diligentemente aquellos cogollitos celestiales, mientras Pedro seguía con la verborrea del follón que nos esperaba. Yo lo único que pensaba era en terminar el caño, y la promesa de fumármelo.
Bajamos en plena carretera, en medio de la nada. Cuarenta días acá y aún me sobrecogía la oscuridad. Literalmente la noche caía sobre nosotros, como un manto cósmico que nos raptaba en aquel vórtex carente de existencia. Observé el cielo, sintiéndome realmente insignificante. Oí el silbido del viento jugar con las arenas más allá del cemento. El frío me caló los huesos.
-Vamos, hay que caminar un poco.- Seguí a mi amigo con las manos en los bolsillos, fijándome en la escasa luz que ofrecían los postes situados a veinte metros uno de otro a lo largo de la calzada.
-¿Es mucho?
-¿Te da paja caminar, culiao?- Infirió Pedro, algo hastiado ya por mi desinterés en su panorama.
-Tranquilo, perrín. Sólo quiero saber si es mucho.- Le sonreí abiertamente al pasar por su lado, mostrándome positivo. Me sonrió de vuelta.
-Nah, unos quince minutos.- Aclaró, caminando junto a mí.
Bien, quince minutos es suficiente para mí. Prendí el pito. Pedro me miró de reojo y en su cara se dibujó una leve sonrisa presuntuosa. De seguro piensa en mí como un drogo de mierda, como lo pensaría todo el mundo la verdad si vieran la frecuencia con la que fumo marihuana, pero no me importa. La verdad era que en el desarrollo de mi adultez perdí el interés en el 'curso natural' de las cosas. Me situé en un puesto apartado, a observar con los ojos rojos el círculo enfermizo que representaba para mí la vida. Quería tomar el control de la misma destruyéndola, reinventándola.
Es por eso que adoraba la marihuana, porque me mostraba que existían muchas maneras de hacer algo. Besar a alguien que realmente te gusta lúcido o grogui, escuchar música lúcido o volado, bañarte en el mar lúcido o ido, marchar por una carretera en la negrura de la noche, en medio de un desierto amenazante en busca de un prostíbulo lúcido o drogado. Nadie debería prescindir de la experimentación.
A lo lejos, en medio de los espacios oscuros, vi una tenue luz roja que demarcaba un semicírculo del mismo color sobre el suelo. Apunté con el dedo:- ¿Ésa es la casa?
Mi amigo asintió, entregándome el pito para poder toser. Me reí muy fuerte, remotamente entusiasmado por la perspectiva del sexo.
Era extraño el cuadro que ofrecía aquella casa desolada, ahí, en medio de la nada. Me coloqué debajo de la luz proyectada para vislumbrarla mejor. La casa era de tres pisos, larga y estrecha. La madera aparecía gris debajo de la pintura roída por el tiempo. Pedro se adelantó unos pasos hacia la puerta desaliñada, sin vestigios de un pasado mejor. Yo me quedé allí, siendo bañado por el rojo del farol puesto justo en el dintel de la puerta. Seguí observando hacia arriba, intentando hallar movimiento en las ventanas, sombras entre la luz que se asomaba por ellas.
Redirigí mi mirada al oír el sonido de la puerta abriéndose. Una cara y medio cuerpo apareció por la pequeña abertura desconfiada de la persona. Me acerqué para oír la conversación. Era una señora. Llevaba el cabello muy corto y ensortijado por encima de los hombros. Reparó en mi presencia y me observó, midiéndome.
-Viene conmigo.- Aclaró Pedro, atrayéndome más cerca de ellos.
La vieja asintió una sola vez e hizo una seña a alguien invisible para nosotros. Detrás de la puerta apareció un tipo de unos dos metros, robusto, rapado, vestido completamente de negro, con cara de pocos amigos. Nos abrió por completo la entrada haciéndonos un ademán para que siguiéramos a la cabrona por un pasillo oscuro.
-¿Qué tal?- Profirió un Pedro apabullado ante ése intimidante mastodonte. El tipo movió la cabeza en respuesta; y yo hice los mismo en forma de saludo, sin siquiera mirarlo a la cara.
Nos condujeron hasta una amplia sala de estar, donde estaba el mambo de aquel burdel. Recorrí todo el lugar, encontrándome nuevamente desilusionado.
Un puñado de hombres yacían en el centro, sentados sobre unos sillones de tela traídos de otra época, atiborrados de botellas de pisco sobre una mesa larga y baja. Una pequeña nube de humo llenaba la atmósfera de un hedor mohoso, entremezclándose con el olor a cuerpo que respiraban las paredes.
Jó, cómo detesto éste lugar en menos de un minuto. Todo el puto norte parece estar cubierto por una capa de transparente decadencia. Parecen vivir del resuello de un pasado glorioso, enorgullecedor casi, como si esperaran a que el apogeo volviera por la venas del tiempo a reconstruir aquellas mansiones desmadejadas por el desierto, persistiendo en llevar vidas afligidas bajo el sol incesante, a través del viento que pareció llevarse todo, dejando pueblos fantasmas.
Miré a las putas que se paseaban por el lugar, riendo, llenando de atenciones teatrales al escuadrón de hombres curtidos en medio de la sala. Alrededor había pequeños grupos de hombres, y otros tantos más aislados, bebiendo, tocando.
Una mujer morena (algo entrada en carnes) saludó jubilosamente a Pedro, atrayendo la atención de las personas más cercanas a nosotros. Mi amigo la tomó por la cintura y la besó en la mejilla, muy cerca de la comisura de la boca. Ella rio y posó una de sus manos en el pecho de Pedro tras algo que él había susurrado en su oído.
-Te presento a mi amigo.- Dijo todo coqueto, acordándose que estaba detrás de él.
-¿Qué tal, amigo?- Saludó ella. Hice un vago mohín en respuesta y me fui directamente a una barra que había en el ala derecha.
Me sentía ofuscado, timado. Todo aquí era demasiado rancio para mí, incluso las mujeres. Parecían estar bordeadas por un aura ruinosa. Eran simpáticas, sí. Vivaces, sí. Sin embargo, pertenecían y se mimetizaban con el cuatro plástico decrépito de ésta casa, de toda esta ciudad. Jugaban al prostíbulo. Se sentaban al lado de algún hombre, moviendo sus cabellos con exageración, riendo a boca suelta ante el chiste pervertido de alguien, cogiendo grotescamente los miembros de los tipos al pasar.
No, no follaría esta noche.
-Eh, ¿Qué pasa?- Pedrito se sentó a mi lado en los taburetes.
-¿Qué te vas a follar de aquí, hueón?- Solté, yendo al grano.
-¿A qué te refieres?- Fruncí los labios y repasé lentamente mi mirada por el lugar en ciento ochenta grados hasta llegar a Pedro. – Ándate a la mierda pendejo inconformista- Me increpó cabreado, poniéndose frente a mí- Todo aquí parece estar por debajo de ti, culiao.
¿Y qué podía hacer? Simplemente no me gustaba ver las pieles cetrinas de éstas personas bajo la luz amarillenta de este puto prostíbulo, estaba en otra sintonía. Pero decirle eso era pelea prácticamente segura. Desde la segunda semana que lo conocí no ha dejado de hablar e invitarme a todos los lugares que él frecuenta, me ha introducido a sus amigos e inclusive me regala droga, cualquiera estaría molesto, lo sé. Es por eso que prefiero ir por la tangente y reírme, que es lo que realmente quiero hacer ahora. Me mira incrédulo.
-Ya, no te enojes Pedrín- Suelto zalamero- Es sólo que no tengo muchas ganas de tirarme a alguien, preferiría tomar a saco y volarme como pedo.- Eso no estaba muy lejos de la realidad, ciertamente.
Volvió a sentarse, apaciguado.
-Vale, comprendo, pero…- Y se interrumpió, siguiendo algo con la mirada tras de mí. Giré la cabeza topándome con una larga cabellera oscura. Miré hacia abajo, deleitándome con un pedazo de culo…
Repentinamente aquella persona giró para pedir algo al barman y se encontró conmigo, embelesado por su buen par de nalgas. Traté se sonreírle, pero quedé prendado en sus grandes ojos azules. Su mirada insistió en la mía, censurándome, sin embargo capté algo de vanidad en ellos. Mi muy poca discreta mirada la había halagado.
-Sorry-. Dije retractándome, y me volteé hacia Pedro. Oí su voz (¿forzada?) pidiendo un vaso de pisco. Mi amigo no podía parar de gesticular en pro de la desconocida del tremendo culo.
-¿Viste esa mujerona?- Comentó cuando ya la tipa se había esfumado por entre las escaleras de la casa.- Creo que es prosti.- Apuntó.
Me encogí de hombros.
-¿No la viste?- Insistió. Claro que la había visto, era una de las personas más bellas desde mi arribo a la ciudad. Su piel marfileña contrastaba demasiado con todo lo aceitunado que me parecía éste lugar.
-Es más alta que todas las mujeres de esta casa juntas.- Corroboré, desanimado.
-¿No te gustó?- Me preguntó, arqueando las cejas.
-Su cara es muy angulosa.- Me excusé, aunque pensándolo bien no dejaba de ser cierto. Su quijada atrajo mi atención por un milisegundo; por un milisegundo su quijada me pareció fuera de lugar en el rompecabezas hermoso de su rostro.
Mi amigo meneó la cabeza, quizá decepcionado.
La noche era larga y nuestra sed también. Pedro solicitó un ‘VIP’ para estar más tranquilos, sin el bullicio de todos los clientes nuevos que llegaban a la sala de estar. Los apartados estaban en el segundo piso, donde todo parecía más silencioso. Se oía una tenue música de fondo que apagaba las voces que se oían. Había pocas mujeres paseándose de un lado a otro, llevando botellas, rellenando vasos, sobrellevando el manoseo de los clientes “especiales”. Focos infrarrojos adornaban las paredes, ofreciendo escasa luminosidad a los ‘VIPS’ que se construían de dos silloncitos, una mesa de centro y cortinas que rodeaban y encerraban el espacio, ofreciendo privacidad y exclusividad.
Pedrito se sentía generoso y compró una botella de whiskey. Yo odiaba el licor, pero amaba la conmoción que lograba en mi cuerpo, así que estuve de acuerdo.
Como lo quise, me puse a pedo y me emborraché. Me gustaba compartir con Pedro, me hacía reír. Nunca he sido proclive a los strip clubs o los cafés con pierna, no me apetecía ver como la mujer cedía a la cosificación y se prestaba para que la manosearan como artefacto en venta, pero no podía enojarme con mi amigo. A todo le infundía su carisma y buen humor. Muchas de las mujeres que entraron a nuestro VIP fueron centro de sus chistes y ninguna le puso mala cara.
-Creo- balbuceé, levantando la botella semi vacía- que este whiskey es más caro que algunas de las tías de por aquí.- Reímos, inmersos en nuestra ebriedad.
De pronto, una de las cortinas fue descorrida y apareció una figura que nuevamente me dejó prendado: Era la mujer de la barra. Llevaba un vestido rojo que se le ceñía al cuerpo desde el cuello hasta más arriba del muslo, resaltando aún más la figura perfecta que tenía. Con aquellos tacones parecía aún más alta de lo que ya era. Pasó sonriéndonos, como si la esperáramos, llevando una botella.
-¿Qué tal?- Saludó, con una sonrisa abierta, sentándose a un lado de Pedro.- Les he traído esto.- Nos mostró una nueva inyección de whiskey para luego dejarla sobre la mesa.- Las muchachas dijeron que tenían algo de sed.- Me guiñó un ojo.
-¿Cómo te llamas? - Le preguntó Pedro.
- Josefina. -Respondió aquella mujer reptiliana, cruzando sus largas piernas sobre el brazo del sillón, donde estaba mi amigo.
-¿Josefina?- Repitió, con incredulidad ebria- ¿Estamos en mil novecientos cuarenta?
La tipa echó su cabeza hacia atrás, a la vez que movía su pelo negro y soltaba una carcajada nerviosa, la muletilla de sus risas me atrevería a decir.
-Ay mi vida, ustedes pueden decirme como quieran. - Le dio un toquecito leve en el hombro a mi amigo, y a mí me volvió a guiñar.
Algo había en ella que no calzaba, pero la nube de alcohol distraía mis pensamientos y sólo llegaba una palabra a mi cabeza: Cuadrado.
No le di importancia la verdad, y mientras mi follado amigo sentaba a la "Jose" en sus piernas para correrle mano, yo hice un espacio en la mesita frente a mí para moler algo de marihuana. Realmente no quería meterlo en nadie de ese suburbio. No es que yo fuera la gran cosa, pero estoy seguro de que hasta el mismo diablo ha entrado en esas cavernas desérticas revestidas de piel y vello, dejando su rastro de mocos blancos.
Me estiré en mi asiento a disfrutar de ese maravilloso caño. Esto, esto era lo único bueno del puto norte. No el sol, no el frío en las noches, no el dinero adquirido matando mis pulmones en las minas, no las mujeres, no las putas, sino mi droga. ¿Qué sería de mí sin los vicios? Aspiré, llenando mi pecho y mi cabeza de buenas sensaciones.
Es difícil estar lejos de casa, y más difícil saber que no tienes casa donde volver. En este preciso momento, mi hogar es éste prostíbulo olvidado en el vórtice espacial del desierto. Mi familia, un entusiasmado Pedro tratando de meter mano en una resistente Josefina, que cruzaba con más ahínco las piernas, impidiendo que los dedos de mi amigo lograran su objetivo.
Di una gran bocanada, esparciéndome más aún, pensando en amor. Sí, necesito amor. Amor del bueno como dice la música de fondo. Jó, qué caca, lo menos que necesito es ponerme nostálgico. Me ergo un poco para alcanzar mi vaso y beber el rastrojo de whiskey que queda. Sintiendo como baja el calor por mi garganta, viendo cómo mi amigo ganaba terreno con Josefina, medito la posibilidad de retozar con alguien esa noche. Algún tipo de amor podría recibir, incluso yo podría entregar algo.
Alguien quita el vaso vacío de mi mano y comienza a llenarlo de alcohol. Levanto mi cabeza pesadamente para ver quién era, y una tímida muchacha me observa mientras realiza su tarea. Parece linda, y el flashazo de ambos recostados, conversando algo luego del sexo, hace que me invada una extraña calidez. Podría entregarle amor a ella, y dejarme amar quizá.
-Gracias- Mascullo trabadamente, sonriéndole. Ella hace lo mismo, mostrándome los pocos dientes soldados a sus encías. Mierda, mi superficialidad derribó mi escaso libido. Volví a sonreírle, pero en forma de despido, desentendiéndome de la mirada que le di antes.
-¿Quieres embriagarme?- Oí que preguntó Pedro. Josefina carcajeó con fuerza, captando mi atención. Se deshizo de los tentáculos que mi amigo apretaba contra su culo e inclinándose sobre la mesita, bordeó de licor el vaso. Alzó su mirada encontrándose con la mía, y por un eterno segundo sus ojos cielo no perdieron de vista los míos, desentrañándome, arrancándome un secreto que no conocía.
-¡Ay!- Exclamó coqueta la Jose tras el golpe que Pedro le propino en las nalgas.
Mi amigo se encogió de hombros, riendo ebrio. La tomó por la cintura y con fuerza la atrajo nuevamente a su regazo. Como una gata ella ocupó su lugar en su entrepierna, acomodando la mano de Pedro en su culo turgente. Le ofreció el trago, instándolo ella misma, apurándole el vaso con una mano para que se lo bebiera todo al seco, y mientras lo hacía, me observaba de reojo, atenta.
Bebí más de la mitad sin rehuirle. Si amiga, yo también te robé un secreto, y aunque lo desconozco, sé que lo tengo, lo sabes. Tambaleando me puse de pie. Pedro, al verme sonrió cual guasón, alzando su vaso en un brindis mudo. Hice lo propio levantando el mío, terminando lo que quedaba de ese asqueroso licor, deformando mi rostro por la repulsiva quemazón en mi estómago. Ambos rieron a causa de mi cara de disgusto. Pedrín me apretó la rodilla al pasar por su lado.
-Me cae bien éste hueón. -Dijo antes de que saliera del privado en dirección al baño.
Me sentía gracioso, sin poder borrar la sonrisa idiota de mi rostro. A tientas me ubiqué por los mini pasillos entre privado y privado. Aproveché de preguntarle a una chica que venía saliendo de un VIP donde estaba el baño, 'Por ahí, mi vida' dijo, apuntando al fondo del segundo piso… Me gustaba que fueran cariñosas, aunque sólo sean reproducciones de un trabajo.
Era extraño como uno cedía a los impulsos del cuerpo cuando estaba ebrio, sólo toqué la perilla y caí con todo sobre la puerta, riéndome de mi estupidez. La luz del baño me cegó al encenderla, dejándome aún más grogui de lo que ya estaba. No fui capaz de aflojar el cinturón, así que bajé el cierre y saqué torpemente mi flojo pene. Apoyé mi cabeza sobre la fría baldosa que revestía el baño, cerrando los ojos. ¿De verdad no follaría? Es decir, estoy en una casa de putas ¿cómo no follar? No, no podía coger, mi ebriedad me hace dudar, nadie de aquí me calienta lo suficiente o me repele sexualmente lo mínimo…
…a excepción de Josefina.
A estas alturas lo más probable es que Pedro la tenga a horcajadas, montándole. ¿Qué verá ella en él? No me lo pregunto en forma peyorativa, sólo quisiera entender los gustos femeninos. “ Quizá está lo suficientemente ebrio” grita una vocecilla en mi cabeza, ¿pero a qué mujer le gustaría enredarse con alguien ido completamente? A mí en lo personal no me atraería, a menos que estuviera igual de borracho que la otra persona, lo cual no era el caso. Josefina parecía realmente lúcida.
Me esforcé en mear. Siempre me pasaba, tenía que concentrarme para poder orinar pensando en llaves abiertas o desagües con agua cayendo por ellos. ¿Por qué Josefina me parecía cuadrada? No podía disociar la imagen de ella y un cuadrado 3D dibujado en una hoja de cuaderno. ¿Su mandíbula? Sí, me parecía algo antiestética en su rostro, pero no mucho. Su espalda quizá… ¿por qué llevaba cuello largo? Era la única.
Antes de poder responderme, me di cuenta que no había levantado la tapa del retrete y mi orina estaba salpicando por todo el lugar, chorreando por los bordes de la taza y mojando mis pantalones. No pude hacer nada más que reírme, ya había terminado. Sacudí la cabecita de mi miembro entre risas, deseando que nadie entrara hasta que yo ya hubiera desaparecido del mapa de esta casa.
Salí aliviado, con más ganas de juerga que con las que llegué. Sin embargo, aterricé en el privado en medio de una nube gris de ideas vacilantes, la mayoría rondaba en torno a esa mujer extraña. Había una incertidumbre, pero no sabía a qué se debía, simplemente me causaba inquietud. Pasé y los chicxs no notaron mi presencia, tal vez por el monumental morreo que llevaban a cabo. No estaba a horcajadas, pero poco le faltaba para abrirse de piernas. Verlos me causó algo de incomodidad. Aun así me senté en mi silloncito provocando algo de bulla, ¿dónde más iría?
No sé si no me oyeron o simplemente me ignoraron, pues siguieron besándose a todo dar ¿y a mi qué? Volví a servirme, dispuesto a no irme de allí, ¿cómo tan cabrones para echarme del VIP a punta de fornicación? Bebí la mitad del vaso esperando concentrarme en la leve música y desentenderme del sonido acuoso que la parejita causaba. Cerré los ojos. Pedro era canchero, entrador, no hay sorpresa en que Josefina se haya fijado en él.
-No, Pedro, no. Por ahí no, dije.- Escuché la voz de pajarillo impostada (¿impostada?) de la Jose, trémula. Agucé mi oído, esperando oír la respuesta de Pedro, pero nada salió de su boca más allá de suspiros silenciados con besos.
Entre abrí un poco los ojos para no errar al llevarme el whiskey a la boca. A mí, en lo personal, me gustaba cuando una chica era intransigente, era un triunfo doble cuando acababa en su coño. Josefina era prostituta, ¿por qué no?
-Para.- Susurró sin convicción la Jose. Volví a cerrar los ojos, deseando no excitarme con esas leves súplicas que sólo buscaban provocar aún más a Pedrito.
Terminarían follando aquí, estoy seguro. Ellos deberían irse, no yo. ¿Este triste puterío no tiene cuartos para que no cojan frente a las personas? Si es que Peta podía follársela, porque ella parecía ser más grande que él en todo sentido…
¿Y si…? la idea está ahí, a punto estoy de cazarla. Me exasperaba no poder enfocarme. Percibí movimientos, sonidos de ropas deslizándose una contra otra. Jó, iban a follar, ya no podría seguir haciéndome el hueón. Bebí a tientas lo poco y nada que me quedaba. ¿Se la follaría por el ojete entonces? Qué rico, me calentaba el sexo anal, aunque nunca lo he probado. Pocas mujeres accedían a ello, a menos que trajeran una sorpresa por el coño.
La Jose no quería facilitar el coño porque traía sorpresa . La misma del cuello largo, la de la quijada sutilmente cuadrada, la de la espalda ancha, la de la voz pastosa….
Mi cabeza comenzó a girar, sentí leves nauseas en el estómago que querían escapar por mi garganta. Abrí los ojos buscando equilibrio, pero sólo vi los ojos de la Jose fijos en los míos. Mi amigo la estaba poniendo en cuatro sobre la mesa. Deslizó el vestido aterciopelado hasta su cintura y con sus manos callosas recorrió sus caderas, deleitándose tal vez con el contacto de su piel de alabastro. Yo también quería tocarlo.
¿Tocarlo? ¿La Jose era un travesti?
Y aunque la imagen de aquella mujer sensual, dispuesta ya a que Pedro la engarfiara por el culo decía lo contrario, mi instinto me decía que tenía razón. Era Josefino .
-Mmm…- Ronroneó guturalmente Pedrín al pasar una de sus palmas por las nalgas de Josefina mientras desabrochaba apuradamente su jeans. La (el) Jose buscaba aquellas caricias ásperas, estirando el culo en pos de la mano de mi amigo.
Me estaba poniendo duro. Ésta escena era lo más sexualmente indiscreto que había presenciado en mi vida. Tengo ganas de follar. Me sostuve como pude gracias a los brazos del silloncito, un peso muerto se instaló en mi cabeza. Posiblemente me busque a alguien con quién tener sexo, o sencillamente me masturbaré en el baño, quién sabe. Respiré con dificultad al estar completamente de pie, necesitaba estar fuera de allí lo más pronto posible. Pero antes de siquiera moverme, bajé la vista sólo para toparme una vez más con ella antes de salir.
Josefina ya me contemplaba. Dejó caer su mano como una garra sobre mi paquete, sujetándolo con la seguridad de alguien que siente crecer un miembro entre sus dedos. Así era, estaba excitado. Ver como Pedro la (lo) ponía en cuatro hizo que mis entrañas se transformaran en lava caliente, llevando calor a mi miembro que palpitó despertando de las sombras de la autocompasión, para latir por los ojos felinos de la Jose.
Quería escapar de él, porque estoy seguro de que es un él… ¿y me importa?
Como si leyera mis pensamientos, su mano asió mi entrepierna, inyectando coraje a mi vacilación. Incliné mi cabeza, topándome con sus ojos dilatados de placer. Volví mi mirada a Pedro, que se la cogía lentamente por el ano, quejándose a cada pequeña penetración. Me sonrió graciosamente al notar lo que estaba pasando conmigo. Torciéndose un poco, levantó la botella de whiskey que quedaba, le dio un buen trago y me la pasó, brindando.
La recibí sabiendo que si bebía estaría firmando un contrato hipotético en este extraño trío. Decía que sí a que un hombre me la chupara, mientras otro tipo lo cabalgaba por el culo. Sostuve la botella entre mis dedos, viendo a una Josefina que iba cediendo poco a poco a las embestidas de Pedro. En un extraño empuje, pareció que ella iba a caer de bruces, pero la detuvo mi cadera y su rostro que se incrustó en mi entrepierna. Sé que mi amigo lo hizo a propósito para que diera el paso. ¿Tendrá él también la sospecha?
Josefina logró apartarse a penas de mi cuerpo, pues Pedro seguía enculándolo, cada vez más rápido, abriendo paso por sus nalgas. Con una aturdidora delicadeza, conduje su rostro para que me mirara. Al seguir las líneas de su mentón pude percibir una suavidad interrumpida por una aspereza diaria, por aquella barba que ella intentaba ocultar. Quiso retirar su cara de mi mano reveladora, pero la sostuve con determinación.
Si mis sospechas no eran suficientes, su mirada culpable despejó toda duda. Él sabía de mi duda, y sabía también que mi incertidumbre había sido saciada justo ahora. Algo había en él/ella que no dejaba paso al resentimiento. Teníamos empatía, ¿pero en qué? ¿en qué podíamos parecernos? Bebí hasta que al ardor de mi estómago me dijo que parara. Entrelacé mis dedos en su cabello, aferrándome a ella. Llevé nuevamente el alcohol a mi boca a la vez que atraía el rostro de Josefina hacia mi pene erecto que topaba con la ropa. Moví mis caderas contra su cara, en un éxtasis de ebriedad e iluminación. ¿Cuál era la diferencia entre la boca de una mujer y la de un hombre?
Ninguna.
Quise observarlo entre la escasa luz que entraba por las cortinas. Sólo podía advertir su espalda con el vestido rojo recogido hasta su cintura, y la pelvis de Pedro que se movía agitadamente, impactando contra su culo, arrancándole gimoteos lastimeros al Jose. Desvié mi mano a la bragueta de mi pantalón y torpemente con una sonrisa en la boca extraje mi falo sediento de una cavidad a la cual empotrar.
No tuve que hacer nada, mi amigo Jose logró sostenerse con una mano y con la otra redirigió mi capullo a su boca, a su lengua ardiente que paseó ansiosa por mi hendidura, para luego comer sin preámbulos, toda mi polla.
Sentí su saliva tibia bañando mi pene tembloroso, advertí como su mandíbula encajaba mi intromisión, engulléndome. Instintivamente moví mis caderas, resbalando aún más mi miembro a través de su boca. Me asombré del placer que me causaba. Le miré, pero él (ella) ya lo hacía. Me observó estrictamente a los ojos, hundiendo sus mejillas, succionando con esos labios llenos de poder. El hombre de rodillas ante El hombre. ¿Cómo serían esos besos?
Sabía que todo salía de lugar en mi rutina. ¿En qué momento llegué a estar en un trío y sólo con tíos? Jaja.
Soy consciente; volado, ebrio, pero sé lo que hago, y me excita de una manera extraordinariamente morbosa. Me gusta ir aumentando el ritmo, follando la boca del Josefino, sujetando su cabeza, ver como sus ojos se humedecen al provocar arcadas con mi falo mucoso tocándole la garganta. Me gusta cuando me mira, como su mirada acepta lo que hago y lo disfruta. Me gustan sus gemidos ahogándose en el capullo que busca nacer dentro de su boca. Me gusta oír como música de fondo los quejidos de mi amigo, aumentando la velocidad, sentir como tira del culo de Josefina hacia él, invadiendo de líquidos calientes su agujero. Me gustaba que Pedro se lo follara. Me gustaba que me la chupara mientras Pedro se lo follaba.
Cuando las arremetidas de Peta eran insostenibles para sus delgados brazos, sostuve su cabeza por el mentón, y me extraje. Quería oír a Josefina gemir y masturbarme viéndolo.
¿Sería estrecho Josefino? No lo creo. Pero ese culo tiene experiencia, sabe cómo apretar quizá…
-Eres muy rica – gimoteó Pedro, inclinándose para introducir su mano obrera en esa entrepierna.
-No- ordenó Jose con la delicadeza de un jadeo, sin falta de determinación.- Recuerda que estoy en mis días- repitió, amansándose bajo las estocadas incesantes, moviendo el culo mientras Pedro se aferraba a su cintura, penetrándolo más a fondo.
Pedro no lo sabe, ni siquiera lo sospecha. ¿Debería deleitarme tanto ese hecho?
Vi como apegaba su vientre a la espalda de Josefina, gruñendo en su oído, sollozando “eres muy exquisita, diosa” y todos los halagos baratos habidos y por haber que se entregan en el sexo con desconocidos. Oí cómo ella se entregaba a las adulaciones y a los quejidos de Pedro, soltando gemiditos guturales, dejándose llevar, balanceándose al ritmo de las cortas y resueltas estocadas de mi amigo.
Comencé a tocarme (¡sí!) siguiendo la cadencia de las caderas de Peta. Tomé mi pene por su base, moviéndolo perezosamente de un lado a otro, concentrándome en apretar fuertemente ahí, en el nacimiento de mi miembro. Pedro se irguió, sosteniendo con firmeza las caderas de ella, ralentizando sus empujes.
La mano de Josefina apresó nuevamente mi intimidad erguida, haciendo que escalofríos bajaran por mi espalda. Me hace gracia pensar que las manos de ella sean más grandes que las mías. Sus grandes ojos enfermizos me observaron con curiosidad al advertir mi risa.
En contra de lo que esperaba, sólo besó con fuerza mi capullo. Fue bajando, regando besos por mi falo, intercalándolos con los leves rasguños de sus dientes. Llegó al cimiento de mi virilidad, y besándome allí, succionando ahí, me arrancó suspiros (muy audibles) de perro enamorado. La detuve con ambas manos, prolongando la satisfacción que me regalaba. También besó sobre el mullido colchón de pendejos que adornaban mi polla.
Pasó la lengua nuevamente por la base, a la vez que Pedro gemía:- Me voy a correr, me voy acorrer.
Mmm…
Cómo me deleitaba la presencia de Pedro.
Josefino fue cubriendo a lametazos mi pene, absorbiendo aquella mezcla de líquido pre seminal y su saliva. Gemí, ¡gemí! De placer. Moví en círculo mi pelvis, buscando su boca. Mordió suavemente mi capullo para luego introducirme.
Traviesillo.
Mientras, por el norte, Pedro apremiaba sus estocadas, seduciéndome con el Eco del choque de las nalgas de Josefino y sus testículos. Sujeté con fuerza su cabeza al oír como los gritos de mi amigo se acoplaban a sus firmes penetraciones, agonizando de una buena corrida en el anito del amiguito. Eran tan enérgicas que obligaban al pobre de Josefino a tragarse aún más mi polla, atorándolo. Tampoco hice algo para impedirlo… realmente estaba a mi límite, quería acabar con la imagen de Pedro corriéndose tan vívidamente, follándose al hueón más lindo y rico del puterío.
-Voy a acabar-. Avisé en un tono quejumbroso.
Traté de sacar mi pene, sin embargo él lo impidió, poniéndose a mi disposición, haciéndome un dios en un mundo contrapicado. Succionando, quizá sintiendo la filtración de semen en su ojete escurriendo por la ranura de sus nalgas. Por un segundo me visualicé penetrando a Josefino, que esto que apretaba ahora eran los músculos de su culo, llevándome a un golpe nervioso que sacudió todo mi cuerpo. Patéticamente solté dos suspiros continuos que fueron la antesala de una de las corridas más notables de mi vida hasta ahora. Acabé en su garganta entre alaridos cohibidos, inmovilizándole por la cabeza para que no escapara de los últimos estertores que aún sacudían mi pene dentro de su boca.
Me dejé caer hacia atrás, sobre el pequeño silloncito con una erección decreciente entre las piernas. Josefino (todavía en cuatro) me sonrió. Observé a un desinflado Pedro al otro lado de la mesa, desparramado tras una suculenta corrida. Balbuceaba algo. Lo asocié al escaso whiskey que seguía quedando en la botella que sostenía una de sus manos. Pedro, Pedro, Pedrito. ¿Sabrás que acabas de follarte a un tío? Seguro que sí. No puedes no saberlo.
Volví a situarme en planeta tierra al percibir a Josefino desplazándose hacia la brecha entre las cortinas. Iba limpiando las esquinas de su boca con un pañuelo, como toda una dama. Al verla me fijo en su vestido y que todo lo que hizo fue subirlo y bajarlo. Río quedamente por mi pensamiento y él voltea, deteniéndose en mí antes de agachar la mirada e irse por la negrura de los pasillos.
Mi motivo de risa desapareció.
No sé qué sentir.
-Pero hueón, ¡afírmate!- Grité, intentando sostener a Pedro por la cintura. Trastabillando salimos de aquel burdel suburbano.
El frío del norte no perdonaba aunque estuviésemos en medio del verano. Los vestigios de la noche y la camanchaca que caía junto a las primeras amenazas de un amanecer solapado traspasaban nuestras pieles de papel. Traté de ubicar el paradero abandonado que nos ayudaría a guarecernos de la manta húmeda que era esa neblina, pero me era difícil, sobre todo porque aún estaba ebrio y Pedrito no se podía sus piernecitas.
-Oh, hueón, estoy pa’l hoyo.- Se lamentó mi amigo, restregándose la cara con la mano libre.
-Yo igual, culiao.-Coincidí, arrastrándonos a ambos por la carretera empañada.- Trata de despertar para que lleguemos pronto al paradero, ya está por pasar el bus.
Intentó enderezarse a duras penas, pero todo su cuerpo parecía estar hecho de hule. Yo no estaba mejor, lo único que deseaba era subirme al pequeño bus y dormir, dormir mucho hasta llegar a la pensión y seguir durmiendo. Estaba agotado, física y mentalmente. Tenía muchas cosas qué pensar, pero no quería detenerme en ellas ahora, simplemente sería un martirio psicológico ya que en éstas condiciones no puedo llegar a ningún tipo de conclusión conciliadora.
No noté el paradero hasta que estuvimos a dos metros de él, así de espesa caía la mañana.
-Y eso que no querías tirarte a nadie, ¿eh?- Dijo de pronto mi amigo, apoyándose en uno de los extremos de la pequeña garita.
No tener el peso de Pedro sobre mí hizo que perdiera el equilibrio, haciendo que trastabillara un poco hacia atrás.
-Gracias.- Exclamé cuando Pedrín estiró su mano para ayudarme. Caminé hasta sentarme, todo mi ser pedía ir en dirección hacia abajo.
-¿Viste como la enculé?- Preguntó en un tono jocoso. No quise mirarlo, así que me limité a asentir a cada pregunta que él mismo se respondía.
Sinceramente yo quería dejar pasar el tema, no tenía deseos de ahondar en lo que sucedió hace un rato, pero Pedro parecía ir recuperando la conciencia y con eso sus ganas de comentarlo todo, como si de verdad se acordase de algo. Con suerte recordaba que lo había metido esa noche.
-¿Era rica, cierto?- Siguió. Yo sólo quería que guardara silencio, su voz era como un zumbido.- Y te comiste a una mina del prostíbulo, hueón, y eso que las mirabas en menos.- Soltó, jactándose.
Sonreí ufano para mí mismo, a sabiendas que tenía un secreto. No obstante mi soberbia no duró mucho pues volví a sentir que mi cabeza se ahuecaba, girando.
-Sabía que me la iba a coger, lo supe en cuanto la vi en la barra.- Aseveró, con tal vehemencia que me resultó desagradable. Josefino sólo lo folló porque él estaba lo suficientemente ebrio como para que no cayera en cuenta de que era un tío.
-Lo chupaba rico el hueón.- Señalé, sin poder seguir conteniéndome.
-¿Cuál hueón?
-Josefina, ¿o me vas a decir que no te diste cuenta de que era hombre?- Apunté, malicioso.
-¿Estás hablando en serio?- La duda en su voz dio algo de satisfacción a mis nauseas.
-Sí, nos follamos a un travesti.- Afirmé, mirando al suelo con la cabeza entre las rodillas. No vomitaré, no vomitaré, no vomitaré, repetí para aliviar mi malestar.
-Es broma, ¿no?- Preguntó, vacilante. No respondí.- ¡¿Es broma?!- Vociferó. Su grito hizo que lo mirara alarmado. Sus ojos estaban dilatados por un pánico incomprensible.- ¡¿Es broma, culiao?!- Volvió a increparme, lanzándose sobre mí.
Si bien su reacción me asustó, ninguno de los dos contó con nuestra borrachera, así que Pedro lo único que hizo fue caerse sobre mí, tratando de empujarme para que cayera del asiento. Torpemente lo tomé de los hombros y lo sacudí para sacármelo de encima. Perdiendo el equilibrio me fui hacia delante, llevándome conmigo a Pedro, que se desplomó de espaldas conmigo arriba.
-Yo no soy maricón, culiao, no soy maricón.- Repetía como un mantra. Apoyé mis codos sobre su pecho y luego mis manos, provocando que se quejara.- ¡No soy un maricón!
-¡Cálmate hueón! ¡Cálmate!- Grité, tirándole de la ropa.- Era una broma, imbécil, ¿no sabes lo que es una broma?- Mentí, buscando que se tranquilizara. Jamás creí que Pedro reaccionaría de esa forma, me había espantado un poco.
Tragó saliva, siguiéndome los ojos, averiguando si lo que decía era verdad o no. Me mantuve firme, destilando ira ofendida por su actuar. Relajó los hombros al no encontrar fisura en mi máscara ofuscada. Me hice a un lado, notando un reflujo extraño que subía y bajaba por mi garganta. Pedro giró lentamente sobre sí mismo y se puso de pie, mientras yo seguía en cuatro, entregado al vómito que me atormentaba.
Una, dos, tres, cuatro, ¿cuánto puede alguien vomitar? Que esto pare por favor.
-Venga- Oí que dijo Pedro- ahí viene el bus.- No reaccioné, quedé en blanco tratando de apaciguar mi cuerpo regurgitante, viendo como caía mi saliva en la mezcla opaca y nauseabunda que había expulsado.
Mi amigo me tomó por debajo de la axila, acarreándome a su lado. Fui ligeramente consciente del par de focos que se nos acercaba.
-En casa te pondrás mejor, amigo. – Garantizó Pedrito, afirmándome con más fuerza. Le sonreí genuinamente, él seguía siendo mi única familia.