Canciones que dejan huella (Parte 4)

Un airado Thiago encuentra por fin la ocasión de vengarse de Guilherme y no duda un instante en saldar su deuda pendiente con la persona que le hizo tanto daño. Pero una vez ejecutada la venganza se siente igual de vacío que antes, y la ausencia de Simao le hace cuestionarse su actitud radicalmente.

Sin embargo, el acontecimiento más decisivo de aquellos días, el que había de marcar su futuro a sangre y fuego ocurrió una noche del mes de Diciembre, próxima ya la Navidad, cuando acudió a cenar con unos compañeros del trabajo, ajenos a su ajetreada vida sexual, a un elitista restaurante cercano a Estoril en una especie de versión reducida para íntimos de la tradicional cena de Navidad de empresa que se celebraría días más tarde en otro local menos ostentoso de la capital. En un momento dado, mientras se hacía cargo de una suculenta lubina al horno, creyó divisar en una mesa algo alejada en dirección a la cristalera de entrada la fisonomía inconfundible de su expareja Guilherme. Afinó más la vista y pudo comprobar que no estaba sólo, de hecho su encantadora esposa, cornuda de vocación, venía con él y estaban en un plan de lo más meloso imaginable haciendo manitas de forma compulsiva en espera de que les atendiera el “maitre” del local. Thiago se disoció por un momento de la intrascendente conversación de su propia mesa, y se concentró en estudiar cualquier tipo de movimiento o señal procedente de la mesa nº 22. De inmediato dio gracias a Dios por su buena suerte y se juró a sí mismo que aquel hijo de puta lamentaría de por vida haber intentado engañarle como lo hizo. A la hora de los postres, por fin, su antiguo amor recogió el guante y se percató de pronto de su presencia en el fondo sur del lujoso restaurante. Lejos de amilanarse por su presencia, le dirigió una sonrisa cómplice aprovechando que su mujercita se encontraba ausente en aquel momento, seguramente en el servicio o tal vez respondiendo a una inoportuna llamada de móvil. El insinuante juego de miradas por ambas partes continuó por unos segundos junto con la invisible promesa de placeres mutuos apenas perceptible para el resto de los presentes pero que para ellos era tan real como para un niño pequeño la existencia física de los Reyes Magos. En cuanto su mujer regresó a la mesa, Guilherme fingió que necesitaba ir al baño con urgencia y se encaminó hacia allí de manera decidida. Pasados unos preceptivos quince segundos de seguridad para no levantar sospechas entre los concurrentes, Thiago optó por levantarse de la mesa y dirigirse igualmente hacia el servicio, que se encontraba lo bastante alejado y solitario de la sala principal como para permitirle ejercer su venganza de modo discreto y efectivo. No tardó mucho tiempo en encontrarse frente a frente con un crecido Guilherme, encerrado dentro de un mísero cubículo del WC y silbando una conocida melodía del verano anterior que Thiago identificó inmediatamente. Golpeó dos veces la puerta tras cerciorarse de que nadie más les observaba y no había cámaras de seguridad en el perímetro que pudieran incriminarle y ésta cedió suavemente dejando ver a un Guilherme empalmado y con el pantalón bajado a la altura de las rodillas.

  • He sido malo contigo - bromeó Guilherme en tono burlón sin dejar de mirarle fijamente a los ojos - Castígame, jefe…

Thiago reprimió su primer impulso de arrearle una bofetada en plena cara, y se decidió a comerle la boca con un fiero impulso mientras le agarraba por el pelo en plan dominante.

  • No dudes que lo haré - el tono de Thiago y su expresión circunspecta no dejaban lugar a dudas, pero el morbo de la situación excitó sobremanera a Guilherme, que ahora lucía una erección completa.

  • No me negarás que estabas deseando volver a verme y poseer mi cuerpo - le balbuceó al oído Guilherme mientras lamía el lóbulo de su oreja

  • No sabes como ni cuanto - y no mentía en absoluto al decir esto.

En medio de aquella descarga de testosterona en vena Thiago aprovechó para bajarse los pantalones y el calzoncillo y dejar al descubierto su poderosa verga, que sin ser excesivamente larga destacaba por su inabarcable perímetro y que hacía las delicias de no pocos voluntarios sexuales. Sin oponer resistencia alguna, un entregado Guilherme permitió que Thiago le llevara a su terreno y le obligara a mamar de forma desesperada y con un ansia irreprimible su enhiesto rabo, que por tanto tiempo había estado esperando este momento tan especial.

  • No sabes cuanto he deseado llevarme a la boca una maravilla como esta - reconoció Guilherme cuando Thiago le obligó a dejar de succionar por un instante para recuperar fuerzas - la babosa de mi mujer no me deja ni a sol ni a sombra y ya no puedo saborear como antes pollas de este calibre.

  • Pues aprovecha entonces ahora, hombre - y de un súbito empujón le incrustó el miembro en la boca sin previo aviso obligándole a abrir la boca de forma inhumana para que aquella mole de carne llegara hasta la garganta. Cuando notó que sus propios huevos chocaban contra los labios dilatados de Guilherme comprendió que ya no podía forzar más la situación y le fue sacando parte del mástil de la boca sin previo aviso. Tiró después de la cabeza del surfista de forma rítmica atrás y adelante hasta que un enorme chorro de semen comenzó a chorrear por las comisuras de la boca de un horrorizado Guilherme, que en vano trataba de protestar por tamaña ofensa. Thiago se sacó el rabo de su boca y le propinó un imponente bofetón que le pilló de improviso y estuvo a punto de dejar al fornido deportista completamente K.O.

  • ¿Te gusta que te peguen, verdad, zorra? - preguntó Thiago en un tono amenazador que no dejaba margen para la duda

  • Déjame que te explique…- suplicó Guilherme apenas volvió en sí intentando levantarse del suelo tras haber caído de espaldas - yo no tuve opción, ya me había comprometido a casarme…su padre me hubiera matado, son gente tradicional…

  • Mira, pedazo de cabrón, has tenido suerte, ya todo eso me da igual.

  • ¿Ah, si? Entonces… ¿puedo irme…? - intentaba limpiarse con papel higiénico los restos de semen de la barbilla y las mejillas con escaso éxito.

  • Todavía no. Aún queda el postre en la mesa. Y es de mala educación marcharse sin tomar postre…

-… ¿Cómo dices?

Apenas le dio tiempo a pronunciar estas palabras cuando una cálida sensación acuosa recorrió toda su cara y se deslizó por los hombros y el pecho como un impetuoso torrente amarillo. Thiago le dedicó una extensa sesión de lluvia dorada que le dejó completamente rebozado en su denso orín e incluso debido a la excitación del momento el propio Guilherme se meó encima como un niño pequeño. Cuando consideró el trabajo terminado Thiago se subió los pantalones y abrió lentamente la puerta de aquel repugnante cubículo que olía a semen y pis a partes iguales.

  • Y da gracias que no le cuente nada a tu mujer y no haya grabado estas imágenes para divulgarlas por la red, que es lo que realmente mereces.

Guilherme, tirado en el suelo como un guiñapo, y empapado de pies a cabeza, mantenía los ojos cerrados debido al escozor propio de la orina y profería palabrotas y amenazas de dudosa aplicación mientras intentaba infructuosamente ponerse en pie. Thiago regresó a la mesa y pretextando haber recibido una llamada urgente de sus superiores se ausentó del restaurante de inmediato. Se sentía moralmente satisfecho por su enérgica acción de castigo y decidió pasar página y olvidar todo lo ocurrido, resolviendo comenzar en ese preciso momento una nueva vida más estable y edificante que la que había llevado en los meses previos.

No pasó mucho tiempo hasta que Thiago recibió una carta de despido del trabajo, argumentando el caótico estado general de la economía portuguesa en particular y la típica excusa de la “imprescindible reducción de costos laborales” que esgrimían los empresarios para despedir trabajadores a tutiplén en aquellos días aciagos para el mundo laboral. Thiago nunca supo si el influyente suegro de Guilherme, accionista principal de su bufete, tuvo algo que ver en la decisión final, con lo que las inconexas amenazas vertidas por aquel payaso habrían surtido efecto a posteriori, pero le consideraba demasiado cobarde cómo para exponerse inútilmente ante una persona tan poderosa como su suegro. De todas maneras, no apostaba un euro por ese matrimonio de chicha y nabo, aunque viniera envuelto en vitola de oro perfumada.

Sin dejarse llevar por la desesperación, decidió reciclarse de inmediato, y tras darle muchas vueltas a la cabeza, comprendió que por muchos motivos, algunos de ellos puramente personales, debía abandonar su antigua profesión, que nunca le había llenado por completo y dedicarse a un oficio que le estimulara interiormente, como le pasaba a Simao con su pasión fadista. Y no tardó en descubrir que si bien la poesía era su hobby más reconocible, también era a priori el menos rentable, y sin embargo descubrió que su precoz afición a los fogones podía conducirle a una nueva vida llena de emociones y retos por cumplir. Desde muy crío había ayudado a sus padres a servir comidas, y con catorce años ejercía muchos fines de semana de pinche de cocina en el restaurante caraqueño de sus padres. Después nunca había dejado de practicar en privado sus habilidades culinarias, y su buena mano con los pucheros había sido un factor clave para que Simao, buen comilón como sus paisanos norteños, se enamorara perdidamente de él y le jurara en su interior amor eterno. En los últimos tiempos había sido un impenitente seguidor del programa de cocina de la RTP “Ingrediente secreto”, presentado por el tan sereno como carismático chef Henrique Sá Pessoa, e incluso grababa los programas en el disco duro de la televisión para poder verlos repetidas veces y apuntar las sofisticadas recetas que incluía. No pocas veces deleitó de esta forma el sensible paladar de Simao y sus amigos con sabores nuevos e intensos como nunca antes hubieran soñado. Tras presentarse a algunas pruebas, no tardó ni dos meses en encontrar empleo como jefe de partida de un prestigioso restaurante, avalado por los muchos años que había desempeñado ese puesto “de facto” en el establecimiento paterno.

Pero si bien su vida profesional parecía haberse encarrilado correctamente, no podía decir lo mismo de su empantanada vida personal. No había conseguido olvidar a Simao, se culpaba de su marcha, y lamentaba profundamente tanto las circunstancias de su huida como la imposibilidad de disculparse personalmente. Tampoco entendía del todo como había podido convivir con una persona tan atrayente sin haber intentado por todos los medios conquistarla por medios lícitos. Llevado por una creciente sensación de saudade, empezó a encerrarse en sí mismo, apenas frecuentaba el gimnasio o a sus antiguas amistades y comenzó a dedicarle arrebatadas poesías a su inalcanzable amor de antaño. Obsesionado con cualquier materia relativa a Simao, se aficionó de improviso al antes denostado sonido del fado, se convirtió en un pequeño experto de la historia del fado e incluso empezó a tomar clases de canto con un profesor particular para poder entonar alguna de sus tonadas predilectas. También revisó su vestuario y decidió primar el color negro, las chaquetas elegantes y las corbatas discretas al más puro estilo portugués; por otra parte, su negro pelo azabache que llevaba siempre revuelto y encrespado amaneció un día perfectamente engominado y peinado, y sus músculos prominentes dieron paso a un físico fibroso pero delgado, más propio del portugués medio. Ya no se consideraba venezolano ni español, e incluso en los últimos tiempos había dejado de soñar en la lengua de Cervantes, y hasta su poemario íntimo incluía ahora algunas piezas breves en portugués moderno.

Si echaba la vista atrás comprendía que en los dos últimos años había madurado más que en los diez años anteriores. No sólo había cambiado de país y de idioma, sino que además el orden de sus apellidos se habían invertido (en Portugal se da preferencia al apellido materno, que antecede al paterno, si bien éste último es considerado el primer apellido como tal), su propio nombre de pila había sufrido una transformación radical y su sexualidad había dado un giro de 180 grados. Su mentalidad en 2011 era tan distinta a la de unos años antes que le costaba reconocerse en el reticente sudamericano que llegó a Lisboa procedente de España un par de años antes. Pero todo su mundo se venía abajo cuando recordaba a Simao y sus oportunidades perdidas mutuas. “Si yo hubiera sabido que él me quería…” o “como podía saber yo que él no era heterosexual…”, se repetía sin cesar, pero ninguna de esas disculpas le animaba a recomponer su vida sexual. Tras dar negativo en todas las pruebas de enfermedades de transmisión sexual que efectuó en los últimos tiempos se consideró libre para buscar una nueva pareja si lo deseaba, pero no sabía por donde empezar. Tampoco sentía ganas de intentarlo, a decir verdad, y así se lo confesó a todo el que quería escucharle: “Si Simao quisiera intentarlo conmigo, esa sería la única oportunidad de amar que me concedería en este momento, pero eso es imposible, no puede ser” se decía a sí mismo y a los demás como un mantra de obligado cumplimiento.