Canciones que dejan huella (Parte 3)
Thiago encuentra el amor en la persona de un atractivo surfista, pero la vida le tiene reservadas pruebas muy duras que terminarán poniendo en entredicho su sólida amistad con Simao.
Thiago había decidido entregarse a cualquier clase de diversión que surgiera por el camino para intentar superar su imposible atracción por un heterosexual tan asexuado como Simao (nunca le escuchó hablar de o mirar a chicas por la calle, y tan sólo dejó caer que en su pueblo había tenido una novia de adolescente durante algunos años, lo cual no es nada excepcional en el medio rural portugués). Y la fortuna quiso que en aquel paraíso del surf sus amigos gays le presentaran a un atlético surfero llamado Guilherme, al que sus colegas definieron como “muy ambiguo y dispuesto”, con el que de inmediato hizo buenas migas y con quien estuvo cabalgando sobre las olas durante horas, ajenos a todo excepto al mar y a ellos mismos. En un momento dado, ambos fueron empujados por una oportuna ola hacia la orilla dando volteretas hasta acabar uno encima del otro en posición comprometida y con las tablas a su libre albedrío embarrancadas a su lado.
- Parece que el destino quiere vernos de este modo - bromeó Guilherme pasando sus fornidos brazos a través del cuello de Thiago - Y no será cosa de llevar la contraria a la Providencia divina…¿no crees?
Thiago no contestó en el momento, se limitó a expulsar algo de agua que había tragado en el incidente, sonrió de manera pícara y le besó los labios hasta que las lenguas se enlazaron en un frenético duelo de espadas, que iba a continuar poco después en la intimidad del hotel donde se alojaban. Aquella noche ardieron las sábanas, cuando Thiago consiguió hacer suyo el culo de aquel intrépido semental, comerle la polla hasta reventar para luego ensartarle el rabo por todos sus orificios disponibles hasta reventar de placer y de pasión en una orgía escalonada de orgasmos mutuos, que hacía mucho tiempo que no habían sentido ninguno de los dos. Aquel mismo fin de semana decidieron comprometerse, y pocos días después un ufano Thiago le presentó su nueva pareja a un precavido Simao, que en compañía de ambos se mostró amable y comprensivo, si bien en la intimidad lloró lágrimas de sangre por haber perdido la oportunidad de confesarle a su compañero de piso su oculta pasión.
Mientras Thiago pareció resplandecer en los meses siguientes, dedicado en cuerpo y alma a la promoción personal en su trabajo y a su apasionada historia de amor con aquel “alucinante bisexual”, tal y como le había definido en alguna ocasión, el pobre Simao parecía no dar pie con bola ni en lo profesional (su carrera artística no despuntaba pese a sus ímprobos esfuerzos, tal vez por su excesiva timidez, y se limitaba a cantar en los mismos antros del principio, casi todos descaradamente enfocados al turismo anglosajón) ni en lo personal (ningún otro chico, y no digamos ya ninguna mujer, le habían conseguido encandilar del mismo modo que su seductor compañero de piso). Pasaba sus ratos libres tumbado en su cama, sin querer salir como antes con sus compañeros de trabajo, incapaz de explicarse a sí mismo exactamente que es lo que le estaba sucediendo. Solía poner el equipo de música muy bajito y dejarse llevar por la música, empapado en las temperamentales letras de sus fados favoritos, que hablaban de extrañas formas de vida, de amores imposibles y de destinos marcados que habían de cumplirse por la fuerza insensible del sino. Las lágrimas afloraban a su rostro cuando la voz de Amália o de Dulce dejaban escapar su quejido ancestral hecho melodía:
- E mais te reza
O negro destino
Que tens de amargar,
A tua estrela
De brilho divino
Deixou de brilhar
Todo hubiera seguido en esta cansina dinámica durante meses o tal vez años si un hecho casual no hubiera trastocado por completo la vida de ambos amigos hasta dejarla irreconocible. Quiso el destino, que el fado quiere ver como una fuerza ciega y fatalista, que apenas tres meses después de estos hechos, cuando el verano se despedía de las costas portuguesas y los turistas extranjeros regresaban a sus hogares europeos con el fondo de una bonita canción de amor y pérdida en sus oídos, Simao aceptara actuar con su pequeño grupo de acompañamiento habitual en una boda de alto copete a celebrarse en un conocido club de la alta sociedad de Cascais. Cual no sería su sorpresa cuando al comenzar su actuación se dio cuenta de inmediato que el flamante novio con su chaqué de gala no era otro que el famoso Guilherme, aquel que traía de cabeza a Thiago y que según confesión propia le tenía “enamorado hasta las cachas”. Tras sobreponerse a su primera reacción visceral de lanzarse al cuello de aquel hipócrita embustero y estrangularle con sus propias manos decidió ofrecer lo mejor de sí mismo en su actuación, que le llevó en varias ocasiones al borde de las lágrimas, y reservar sus dardos emocionales para después de la actuación. Ya encontraría él el momento oportuno para encararse con aquel desalmado, pensó, que en un alarde de cinismo fingía no conocerle de nada mirándole impávido mientras cogía de la mano a su hermosa consorte y se la besaba de vez en vez con insana avidez, como si la hija de aquel reputado hombre de negocios capitalino estuviera a punto de salir huyendo de su lado en cualquier momento.
Y el instante apropiado finalmente llegó en el momento de los brindis, cuando con la excusa de felicitar a los novios tras su actuación agarró de forma discreta a Guilherme de la chaqueta y le llevó a un aparte, copa de champagne en mano, con la mejor de las sonrisas en bandolera, para no llamar demasiado la atención.
- Te parecerá bonito lo que has hecho… - le escupió Simao intentando contener el caudal de emociones que le embargaban en aquel momento - Ni por un momento se te ha ocurrido pensar en lo que Thiago pueda sentir o padecer por tu egoísmo pequeñoburgués…
Guilherme torció el gesto una vez comprobó que nadie les miraba y le conminó a salir a la terraza del hotel. Una vez allí, preso de una furia inconcebible le respondió con indisimulado desprecio:
- ¡Lo que yo haga o deje de hacer con mi vida no es asunto tuyo, cantafados de mierda!. Y en cuanto a Thiago, si tanto te gusta tu amiguito como me ha dado siempre la impresión, te lo puedes quedar de por vida, porque a mí ya no me interesa. Lo nuestro ha sido un rollo de verano, nada más, ya se dará cuenta ese pobre diablo por su propios medios. Y ahora tengo que dejarte, me debo a mis invitados.
Simao no se esperaba una respuesta tan contundente por parte de aquel chulo de altos vuelos, y se quedó petrificado y sin saber que responder ni cual debía ser el próximo paso a seguir…¿Debía abalanzarse sobre su rival y golpearle duro, como le pedía su instinto, reflexionar sobre lo sucedido como le aconsejaba el sentido común o correr a contarle a Thiago lo sucedido, como le insuflaba el corazón que latía de forma arrítmica llevado por los demonios del odio y la sinrazón?. Al final no hizo ninguna de las tres cosas, se limitó a recoger sus bártulos y regresar a Lisboa con un nudo en la garganta y el pensamiento único puesto en su amor imposible.
Los días que siguieron dejaron claro que Guilherme había abandonado en la estacada a Thiago sin ningún tipo de explicación. Este sabía de su teórica bisexualidad, pero ignoraba el alcance real de este término y desconocía, torpe de él, que tuviera novia formal, y menos aún, que fuera a casarse de modo inmediato. Sus amigos, si lo sabían, se lo habían ocultado deliberadamente, y no fue hasta unos días después, desesperado por contactar con el móvil de su novio que aparecía invariablemente apagado o fuera de cobertura, que decidió armarse de valor y llamar a la oficina de patentes donde trabajaba. Allí una amable secretaria le informó con hiriente desparpajo que su “jefe” acababa de casarse y se había marchado de luna de miel a la Polinesia francesa. Para que no albergara dudas sobre la veracidad de esta información, le insinuó de pasada que la novia era hija de un conocido empresario local.
Para Thiago la calculadora actitud de Guilhe supuso un golpe devastador para su bien alimentado ego. Bien pensado, hasta entonces, mal que bien, la vida había sido generosa con él, y no había tenido grandes contratiempos ni demasiados sinsabores, más allá de sus frecuentes cambios de domicilio y país, que se habían saldado con mejores perspectivas vitales en cada caso, aunque también con un gran vacío interior al tener que abandonar su país de origen, la tierra que le vio nacer y crecer. De hecho, guapo y saleroso como sólo un venezolano puede ser, inteligente y avispado por la gracia de Dios, y hablando a la perfección tres idiomas, nunca había tenido mayores dificultades a la hora de relacionarse con el mundo exterior. Cuando le pareció oportuno engañó a su única novia con todos los niños bonitos de Madrid sin sentir remordimiento alguno hasta última hora en que decidió dejar la relación porque le pareció injusto y humillante el trato que la otorgaba a su guapa acompañante de foto. Sin embargo, él razonaba que en realidad no había voluntad de engaño, porque él no entablaba relaciones estables con otros jóvenes, sino que simplemente procedía a desahogar su pasión prohibida con un polvo de circunstancias y nunca repetía dos veces con el mismo hombre, ésta era una máxima que había llevado siempre a rajatabla para evitar que se formaran lazos de cariño con sus ocasionales compañeros de cama. Ahora aquel cabrón portugués le había humillado en público y en privado, y según él las circunstancias no eran las mismas, porque Guilherme había fingido mantener una relación estable con él e incluso le había mentido descaradamente al hacerle creer que a la vuelta del verano se irían a vivir juntos al apartamento de soltero de Guilhe de la calle Rodrigues Sampaio, muy próximo al trabajo de ambos y que se había revelado como un excelente picadero durante los meses pasados.
Durante los días siguientes a su espectacular descubrimiento, el marcado orgullo de Thiago le impidió venirse abajo o bajar la guardia ante la adversidad de ninguna de las maneras. Cuando Simao le preguntó por la cuestión con sus circunloquios habituales, Thiago negó rotundamente que entre ambos hubiera habido nada serio, contradiciendo todo lo que había expresado por activa y por pasiva hasta entonces, e incluso argumentó que él conocía perfectamente el hecho de que Guilherme tuviera novia y fuera a casarse con ella en tan breve periodo de tiempo.
Aquello confundió todavía más a Simao, que no se había atrevido a contarle aún la historia de su encuentro con el adúltero bisexual, porque el propio Guilherme parecía haberle confirmado durante su breve careo en la boda de Cascais que Thiago no sabía nada del asunto y que tampoco le importaba la forma en que se enterara de todo este asunto. Pero en su interior había un fuego incombustible que consumía a Thiago y le impedía dormir, rendir a conciencia en el trabajo o completar sus rutinas diarias en el gimnasio del barrio. Se enganchó al gran éxito que hizo popular a la cantante británica Adele por aquellas mismas fechas, Rolling in the deep, pero se concentraba machaconamente en el mensaje subliminal del coro femenino dentro del estribillo principal y desdeñaba el resto de la canción:
You´re gonna wish you
Never had met me
“ Tú vas a desear no haberme conocido nunca “, se repetía Thiago noche tras noche y día tras día desde aquella funesta tarde de mediados de septiembre. “La venganza es un plato que se sirve frío, dicen, y la mía va a llegar ultra congelada y lista para servir a voluntad. Ya llegará el momento, Guilherme, cuando menos te lo esperes saltaré sobre ti como una pantera. Tú sólo espera y verás”.
La inesperada ruptura también agrió su carácter y sus habitualmente buenas relaciones con Simao se tornaron tormentosas. Discutían constantemente por naderías, y lo que es peor, Thiago rompió en octubre la regla de oro de la discreción pactada de antemano con su compañero al permitir que sus ligues ocasionales, cada vez más frecuentes y poco duraderos, pasaran la noche en el apartamento de la Rua da Prata. Simao se sentía doblemente humillado en su amor propio, pues Thiago era tan ardiente que a veces se pasaba toda la noche haciendo el amor con sus conquistas, impidiéndole conciliar el sueño cuando regresaba exhausto a casa tras alguna actuación nocturna; pero también porque seguía perdidamente enamorado de Thiago, y ahora más que nunca hubiera deseado estrecharle entre sus brazos y ayudarle a superar ese bache que la vida le había endilgado sin preguntarle.
En los meses siguientes Thiago decidió huir de todo atisbo romántico y entregarse a sus compulsiones más instintivas y elementales con la misma confianza ciega que depositaba en todos sus proyectos vitales. Dejó de frecuentar a los amigos de Simao, que le apreciaban bastante, y se concentró en una nueva vida de fines de semana salvajes, drogas sintéticas y reservados de discoteca de lujo, haciendo del “carpe diem” su seña de identidad más apreciable. En cierta ocasión, borracho como una cuba, se encerró en un reservado de una conocida discoteca con cuatro mazacotes brasileños bisexuales, de dudosa reputación en la ciudad, que se dedicaron a violarle por turnos. El nunca había sido pasivo en sus relaciones íntimas con hombres, pero ahora las drogas y el alcohol habían debilitado de manera obvia su capacidad de reacción, y se entregaba a las prácticas más extremas sin ningún tipo de reparos. Entre los cuatro cachalotes le desnudaron a hostia limpia y le tumbaron sobre la mesa del reservado. El juego que habían pergeñado previamente consistía en abrirle el culo con un consolador enorme mientras sorteaban con una moneda quien sería el primero en penetrarle bucalmente. Cuando consideraron que la abertura de su ano, artificialmente dilatado por aquella enorme polla de plástico era lo suficientemente grande, los dos primeros voluntarios le introdujeron a la vez el rabo por su enrojecido esfínter. Y puesto que él no ponía pegas a nada en aquel momento, se corrieron por turnos dentro de su culo hasta que un pequeño hilo de semen descendió a través de sus piernas en dirección al suelo sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Los otros dos brasileiros no perdieron el tiempo y se corrieron en su boca, tras lo cual le echaron a patadas del reservado, desnudo y semiinconsciente, tirándole la ropa a la cara y profiriendo toda clase de insultos en su contra. De no haber sido por el personal de seguridad del local que actuó de inmediato y le llevó en volandas a un lugar discreto en la planta baja habría sido el hazmerreír de Lisboa en días sucesivos. No acabaron ahí sus desgracias, ya que en un descuido del resto de sus compañeros de seguridad, con toda seguridad heterosexuales, el portero que le custiodaba en aquel sótano semidesnudo no pudo resistir la tentación y en cuanto salieron por la puerta sus compañeros se desabrochó el cinturón, se bajó la bragueta con inusitada rapidez y dejó a la vista un hermoso ejemplar de cipote de anchura considerable en estado premorcillón. Agarrando del pelo a un apenas consciente Thiago y conminándole “a que colaborara por su propio bien” se sacudió varias veces el miembro hasta que consiguió el tamaño y la consistencia necesarios para introducirlo sin esfuerzo y de una tacada en la castigada boca del español. Presa de una excitación cada vez mayor por los murmullos, reales o imaginarios, que creía escuchar al otro lado de la puerta, aquel bruto le tiraba del pelo, le escupía en la cara para excitarse y como resultado visible a los dos minutos cortos le inundó la cara de leche, obligando al pobre Thiago a tragársela para no dejar pruebas visibles de su degradación.
Una noche de noviembre, Thiago, que había abusado de ciertas sustancias ilegales en una fiesta privada con gente de dinero, regresó de madrugada al apartamento de Rua da Prata. Simao no trabajaba aquel día y se había ido a dormir muy temprano. Thiago no había tenido ocasión o ganas de ligar con nadie esa noche y ahora se encontraba de repente muy cachondo, por lo decidió intentar seducir a su compañero de piso sin ningún tipo de preámbulo. Entreabrió la puerta de su habitación y vio que dormía profundamente, caminó sigilosamente hasta su cama y acercó su pestilente aliento a la mejilla sonrosada del trasmontano, que se despertó en ese mismo instante desorientado. Thiago aprovechó este momento de confusión para abalanzarse sobre él e intentar bajarle los pantalones del pijama, pero no contaba con la robustez física de su amigo, un chaval criado en pleno monte entre rebaños de cabras y riscos empinados. Simao, consciente a esas alturas de lo que ocurría, consiguió zafarse de su engañoso abrazo y darle la vuelta a la situación, volteando a Thiago y tumbándole en el suelo de espaldas, para sentarse al final sobre él en clara posición de dominio. Thiago no entendía como había sucedido todo aquello e imploraba clemencia entre sollozos, pero Simao, escaldado por lo que había sucedido, no se anduvo con chiquitas. Le condujo de cabeza a la bañera, abrió el grifo del agua fría y tal como le explicó de forma gráfica, “le remojaría las ideas para que se lo pensara dos veces antes de volver a intentar otra vez violentarle”. Ahora Thiago se mostraba arrepentido de su acción, gemía sin sentido y balbuceaba disculpas inconexas que no ejercieron el menor efecto sobre su compañero de piso.
- Yo hubiera ido hasta el fin del mundo a buscarte - reconoció un pesaroso Simao mientras le secaba el cabello con una toalla - porque estoy enamorado de ti, tanto y tan profundamente como no lo volveré a estar de nadie más, pero esta vez has traspasado todos los límites de la decencia y no volveré a darte otra oportunidad.
Acto seguido, le ayudó a descalzarse, le desnudó con cuidado, procurando no excitarse demasiado al contemplar su atlético cuerpo en pelotas, y le introdujo en su espaciosa cama de diseño. No se despidió de él ni le deseó buenas noches en aquellas circunstancias extremas, simplemente apagó la luz de la mesilla y salió de la habitación echando desde fuera el cerrojo, para impedir nuevas incursiones nocturnas.
Cuando Thiago se despertó a la mañana siguiente, apenas recordaba vagamente nada de lo sucedido, y tras llamar a la oficina pretextando un incierto mal, se dedicó a vagar cariacontecido entre la cocina y el baño, vomitando la cena de la noche y posteriormente el exiguo desayuno. No fue hasta el mediodía cuando se percató de que echaba en falta algo en aquella casa. ¿Dónde quedaban los libros de poesía de Simao? De pronto habían desaparecido de la biblioteca, y lo mismo parecía haber sucedido con sus cedés de música tradicional portuguesa, y con sus DVD’s de películas de autor en versión original. Pronto comprendió que su amigo del alma se había marchado para siempre, y no fue hasta unos días después que recordó con detalle todo lo sucedido y pudo sacar sus propias conclusiones. En principio no le dio demasiada importancia: “ mejor para mí, más espacio para mis cosas ”, pero pasadas unas semanas, según se acercaba la Navidad un sentimiento inaudito de saudade y rabia mezcladas comenzó a inundarle el corazón. Se culpaba de todo lo sucedido, de su aberrante comportamiento anterior y se juró cambiar de actitud de manera inmediata, regenerarse por completo e intentar reconquistar echándole tiempo y ganas al único y verdadero amor de su vida. Por las noches lloraba desconsolado llamando en sueños al ausente Simao y de día preguntaba a todos sus conocidos por su paradero, pero le fue imposible dar con él. Unos le dijeron que había aceptado de improviso una jugosa oferta para actuar en casinos y pequeñas salas de concierto por el centro y norte de Portugal, con alguna incursión allende la frontera; otros le contaron que había sido descubierto por un conocido cazatalentos local del mundillo del fado mientras versionaba a Carlos do Carmo en un garito de Alfama y se encontraba en Coimbra grabando un álbum de standards del fado y la canción portuguesa. Fuere como fuere, no aparecía por ningún sitio y nadie fue capaz de darle señas de él, tampoco cogía o respondía a las llamadas de móvil, incluso hechas desde el número de otra persona, y no hubo manera de saber de él a ciencia cierta desde el momento en que lió el petate y desapareció de su vida el otoño anterior.