Canciones que dejan huella (Parte 2)

Thiago y Simao han forjado una gran amistad sin darse cuenta, pero ahora deben luchar contra la innegable atracción que sienten el uno hacia el otro y las carencias de comunicación entre ambos. La música y la poesía serán los lenguajes privados con los que darán forma a sus más secretos anhelos.

La convivencia forzosa entre dos temperamentos tan dispares no pudo dejar de producir frecuentes choques menores entre ambos durante las primeras semanas por motivos aparentemente inocuos. Pasado este primer período de adaptación, Thiago comenzó a apreciar la manera tranquila y relajada, quizá demasiado tranquila para su gusto, con que su huésped portugués parecía dirigir su existencia. Particularmente le relajaba y le producía una indefinible sensación de bienestar escucharle canturrear en su característico tono grave de barítono las canciones tradicionales portuguesas que su propia madre solía cantarle a la hora de acostarse. Un domingo que Thiago se había levantado tarde y estaba tomando el desayuno en la cocina, escuchó de pronto el eco lejano de la pausada voz de su compañero que llegaba desde las profundidades del pasillo. Se acercó sigiloso hasta la puerta del baño, de donde parecía proceder aquel sugerente sonido y pudo comprobar que eran los primeros compases de Laurindinha, una canción tradicional del norte de Portugal que su madre le cantaba de memoria en las tórridas noches tropicales de su infancia caraqueña. Sintió una ráfaga de emociones encontradas, de nostalgia inevitable por su país natal, por la juvenil belleza de su amada madre, y por la rapidez con que el tiempo había pasado y le había convertido en un vulgar apátrida que no sabía realmente a donde pertenecía ni en que medida podía considerarse venezolano, español o portugués. Se encontraba ensimismado en esos pensamientos cuando de pronto se dio cuenta de que la puerta del baño estaba entreabierta y que una espesa nube de vapor indicaba que su inquilino se estaba duchando en ese preciso momento. Luchando contra su impulsividad innata, pero vencido finalmente por la curiosidad, Thiago no pudo evitar entreabrir la puerta y mirar con disimulo el reflejo apenas visible del enorme espejo situado estratégicamente enfrente de la bañera. Lo que vio en aquel momento le cortó la respiración por un instante. Aquel aldeano cabrón era poseedor no sólo de un rostro armonioso y atractivo, sino también de un cuerpo hermosamente construido y proporcionado, del que sobresalían unas envidiables nalgas en forma de media luna que su dueño enjabonaba con brío mientras entonaba una nueva balada, con la inconfundible marca entre mística y poética de su grupo favorito.

  • Vem, alem de toda a solidao,

Perdi a luz do teu viver,

Perdi o horizonte…

Aquel hipnótico canto, que parecía contener una orden expresa para que pasara a aquel recinto sagrado y le hiciese suyo en ese mismo momento, mantuvo a un pasmado Thiago en estado de trance por no se sabe cuanto tiempo, ajeno al instante real en que sucedían los hechos, inserto de algún modo mágico en un limbo espacio-temporal que le había atrapado en sus redes sin esfuerzo alguno.

  • Pertenco-te,

De até ao fim do mar

Sou como tu,

Da mesma luz,

do mesmo amar

La incipiente erección de Thiago amenazaba con hacer reventar su exiguo pantalón de pijama. La mágica voz de Simao prosiguió su etérea cantinela hasta que Thiago ya no pudo soportar más.

  • Por isso, vem,

Porque te quero consolar,

Se nao esta bem,

Deixa-te andar a navegar

Thiago deseó en aquel momento haber tenido el valor de acercarse hasta su ajeno objeto de deseo pero una oportuna brizna de sentido común se abrió paso en su confundida mente y decidió cerrar suavemente, con evidente dolor de su corazón, la puerta de aquel paraíso prohibido, y dirigirse a su habitación, donde, presa de una agitación indomable, se masturbó violentamente sobre la cama, pensando en que hacía suyo aquel culo maravilloso y enjabonado entre los gritos de ahogado placer de su misterioso dueño.

- Vem, alem de toda a solidao , escuchaba decir en su cerebro una y otra vez mientras se pajeaba al ritmo frenético de su desbordada imaginación

- Sou como tu, da mesma luz, do mesmo amar…

Una descarga de semen que parecía proceder de lo más profundo de sus entrañas se abalanzó sobre su cuerpo exhausto y destemplado. Una sola palabra salió de sus labios en aquel momento de euforia incontenible.

  • ¡Simao!¡Simao!…

Avergonzado con su infantil acaloramiento, Thiago se limpió a toda prisa con la sábana y salió desnudo a meterla en la lavadora antes de que su inquisitivo compañero de piso descubriese el pastel. Tuvo el tiempo justo de ponerse unos pantalones limpios antes de que Simao saliese del baño envuelto en una toalla y con una sonrisa encantadora, impropia de él.

  • Uno se queda como nuevo después de una ducha calentita. ¿verdad?

  • Sí -coincidió Thiago apurando el café y depositando la taza en la pila -Pero si te digo la verdad, en este momento lo que me apetece de verdad es una ducha fría, para activar la circulación, ya sabes - y acto seguido desapareció camino del baño con una sonrisa forzada.

Simao no acababa de pillarle la gracia. ¿Cómo era posible que con el frío que hacía en ese momento en Lisboa tuviera ganas de una ducha fría?

  • ¡Desde luego están locos estos españoles!. Si ya lo dice el refrán:“De España, ni buen viento, ni buen casamiento”.

Acordándose de este socorrido refrán, que lo mismo servía para un roto que para un descosido, se puso a canturrear la letra de una canción tradicional llamada “Senhora de Almortao” versionada de forma valiente por sus adorados José Afonso y Dulce Pontes, y que hacía referencia a esta constante fijación de rechazo a todo lo español tan marcada a fuego en el ADN de la portuguesidad.

Senhora do Almortao,

o, minha linda raiana,

Virai costas a Castela,

Nao queirais ser castelhana.

Los siguientes meses de vida en común fueron sin duda los más felices en la vida de Thiago. Un sentimiento de pertenencia a un lugar, que nunca había llegado a sentir en Madrid, y que recordaba ahora de modo vago haber sentido en su Caracas natal, se abría paso en su solitario corazón. Al principio de venir a vivir a Lisboa, se había sentido sobrecogido por la innegable belleza de la ciudad, pero también se había sentido triste y solo, sozinho, como dicen los portugueses, en ausencia de sus amigos de siempre y de su exnovia Marta, a quien había roto el corazón cuando le confesó finalmente que en realidad le ponían los hombres y que se marchaba a Portugal a comenzar una nueva vida lejos de la mirada protectora de sus conservadores padres y de su ristra de conocidos venezolanos.

Simao se comportó desde el principio como el mejor de los amigos y como un insaciable cicerone enamorado de su ciudad adoptiva, descubriendo juntos o en compañía de los amigos músicos de Simao los rincones más apasionantes de la ciudad. Les gustaba tomarse un café de tarde en tarde en el famoso café A Brasileira, en la Rúa Garrett, frente a la estatua del insigne poeta Fernando Pessoa, y en ciertas ocasiones el versado campesino que era Simao le recitaba de memoria estrofas enteras de la obra del genial poeta. Una vez le escuchó recitar embelesado un fragmento de su conocido poema “El Tajo es más bello que el río de mi aldea”, y emocionarse hasta las lágrimas con la historia de aquel río pequeño y humilde que nadie conocía, ni sabía de donde venía ni hacia donde iba envuelto en la anónima bruma de su manso discurrir. Aquel día le confesó que llevado por su pasión adolescente por el inmortal poeta, se había inscrito en un curso de inglés por correspondencia para poder leer los abundantes poemas que escribió Pessoa en inglés en su idioma original sin necesidad de inexactas traducciones que según él sólo podían tergiversar el mensaje oculto escondido en cada poema del ocultista Pessoa, muy conocido en los círculos astrológicos y esotéricos de su tiempo.

  • Yo soy como Pessoa - le confesó una vez - mi patria es la lengua portuguesa, el sonido profundo y eterno de un fado, el olor a campo recién segado… bueno, no sé porque te cuento todo esto - se interrumpió con gesto avergonzado, como si estuviera incurriendo en una torpeza inasumible- En realidad, se me da mejor cantar que contar…

Y acto seguido le regaló un fragmento de una popular canción compuesta por Zeca Afonso en sus días de gloria musical:

Verdes sao os campos,

De cor de limao,

Assim sao os olhos

Do meu Coracao…

A su vez, Thiago se encontraba por entonces en un estado de ánimo tan eufórico que había regresado a su pasión adolescente de escribir pequeños poemas de métrica incierta y actitud candorosa, fiel reflejo de su personalidad directa y confiada. Escribía sobre cualquier cosa que se le ocurría en unas libretas apaisadas que había traído de Madrid y le recordaban el perfume a jazmín y nardo de la casa de sus padres, situada en el Paseo de las Acacias, en pleno Pasillo Verde madrileño. Un día que Thiago estaba concentrado mirando desde el ventanal del salón y anotando con cuidado en la libreta la última inspiración recibida de forma directa de las musas, Simao, a quien ese día le tocaba limpieza, se acercó por detrás y sin que se diera cuenta se abalanzó sobre él y le arrebató la libreta sin darle tiempo a reaccionar. Las débiles protestas de Thiago y un conato de festiva pelea se vieron abortados cuando Simao se zafó de su perseguidor y comenzó a leer en voz alta, al principio en tono burlón y más tarde admirativo, las primeras estrofas de un breve poema en español dedicado a un medio de transporte tan prosaico como el tranvía. El pronunciado acento portugués del fadista al intentar leer en castellano no desmerecía de la soronidad de la rima compuesta por su amigo:

RUA DA PRATA

Por mi estrecha calle

Circula un tranvía,

Amarillo y blanco,

Noche, tarde y día.

No descansa nunca

El viejo tranvía.

Sube muy despacio,

Baja muy deprisa.

Nada le detiene,

Arriba y abajo.

Reptando colinas,

Persiguiendo al Tajo.

Aunque no entendía bien todos los términos que incluía el poema, le pareció entrañable en su asumida sencillez. Thiago estaba inusualmente nervioso y aguantando el chaparrón, pero optó por permanecer quieto y no intentar recuperar su secreto mejor guardado. Simao aprovechó esta situación para abrir al azar otra página donde encontró otro breve poema dedicado igualmente a la ciudad que había conquistado el corazón de Thiago.

A PORTUGAL

Portugal sonríe

Cuando esta triste,

Y llora con ganas,

Cuando está alegre.

Yo no sé decir

Que es lo que me diste,

Que me siento a un tiempo

Tan alegre y triste.

Llora que te llora,

Ríe que te ríe,

Ya no queda nadie

Quien en mí confíe.

Simao no puedo seguir leyendo porque, como portugués arquetípico, este último poema le había emocionado visiblemente, y así se lo manifestó de inmediato a su colega.

  • Estos poemas son preciosos…¡y ahí muchos más aquí dentro!. Yo diría que son…- y Simao pareció echar a volar la imaginación al decir esto - tan simples como hermosos. Son realmente conmovedores. Tal vez deberías pensar en publicar en España, o traducirlos al portugués, yo puedo ayudarte en eso si lo deseas.

Aquello era más de lo podía soportar la falsa modestia de Thiago, por otra parte encantado de que alguien reconociera en cierta forma su valía artística, algo de lo que él dudaba constantemente. Su innegable sensibilidad, inspirada lejanamente en su admirada Gloria Fuertes y con algunos retazos lorquianos no suponía, desde luego, un gran descubrimiento artístico, sino que tan sólo pretendía ser la humilde expresión de un expatriado con múltiples nostalgias y rendido enamorado de su tierra de acogida.

  • No digas tonterías, estos poemas no tienen ningún talento especial. Son simples aforismos que me hacen entrar en comunión con la ciudad en que vivo. ¿O es que piensas que sólo los fadistas tenéis la exclusiva de las musas y la sensibilidad? También los mediocres tenemos derecho a expresar nuestras emociones internas ¿no crees?

  • Por supuesto que sí, aunque yo no pienso que sean mediocres. A mí me han gustado mucho. Eres una persona muy especial, la clase de amigo que un cantante de fado buscaría a su lado como inspiración.

La sonrisa contagiosa de Thiago iluminó por un momento la estancia. Con su clásico estilo campechano le pasó la mano por el cuello y le arrebató la libreta al tiempo que le advertía:

  • Por esta vez pase, pero no vuelvas a interrumpir al artista en su proceso creativo o te prometo que la próxima vez que salgas a cantar en público saltaré al escenario y organizaré una pelea de almohadas contigo y toda tu banda.

Y si la empatía entre ellos estaba aumentando a ojos vistas, gran parte de culpa la tuvo un popular programa televisivo. La noche en que se celebró la gran final del concurso musical Idolos, en la popular cadena televisiva SIC, Simao abandonó su habitual timidez para apoyar con entusiasmo al candidato trasmontano Filipe Pinto, “el yerno que todas las suegras querrían tener”, como le definió Thiago muy apropiadamente semanas atrás. Thiago también estaba medio enamorado, como todo Portugal, de aquel rapaz guapo y sensible, tranquilo y humilde, dotado de una voz prodigiosa y un corazón de oro, que no se sentía por encima de nadie ni necesitaba sobreexponer su ego para imponerse a los demás. En el momento en que los presentadores anunciaron el nombre del ganador y resultó ser el tímido Filipe, Thiago y Simao saltaron entusiasmados de sus asientos y olvidando toda clase de prevenciones se fundieron en un sentido abrazo, que a Thiago le pareció eterno y muy breve al mismo tiempo y a Simao le resultó la prueba definitiva de que aquel indefinible sentimiento que rodeaba su corazón de poeta ambulante tenía nombre y apellidos. Por un instante ambos se miraron a los ojos, tan sólo para desviar la mirada acto seguido y dedicarse a otros menesteres menos comprometedores.

  • La verdad es que el Filipe ha bordado la versión de “Better man” - reconoció un azorado Simao dirigiendo la mirada hacia la pantalla de plasma de la televisión - Aunque no me guste la música de Pearl Jam, debo decir que ha estado soberbio, sublime como nos tiene acostumbrados. Y pensar que hace unas semanas yo no quería saber nada de este chaval…

  • Es que la ignorancia es muy mala - terció Thiago dejándose caer en el sofá con evidente desgana - siempre nos da miedo lo desconocido, pero a veces cuando nos atrevemos a descubrirlo, resulta que nos acaba gustando…

Simao captó al instante el doble rasero que contenía aquella estudiada respuesta y masculló una disculpa para retirarse a dormir a su habitación. Aquella fue la primera noche en que se pajeó pensando en Thiago, algo que le venía rondando la imaginación desde hacía semanas, pero nunca se había atrevido hasta ese momento. Thiago se retiró a dormir poco después, cansado y frustrado con la situación, y decidido a buscarle una solución.

  • Este finde voy a pasarlo en la playa de Peniche con unos amigos. Puedes disponer de la casa como prefieras - le oyó decir Simao en plena duermevela desde la puerta de su habitación.