Canciones que dejan huella (Parte 1)
Thiago aterriza en Portugal decidido a iniciar una nueva vida, lejos de sus padres y de todo tipo de presiones externas. Deseoso de compartir piso con alguien de fiar, pronto conoce a Simao, un misterioso joven dotado de una gran personalidad, y cantor de fados como medio de ganarse la vida.
LISBOA, 2009
Thiago no se sentía en realidad parte de ningún sitio. En su cabeza nunca supo realmente si era venezolano, español, portugués o una mezcla de todo lo anterior. Nacido en Caracas en 1986, pero de padre canario y madre azoreña, la llegada de Chávez al poder en 1999 supuso el revulsivo necesario para que sus padres abandonaran el país donde prosperaron con su restaurante hispano-luso situado en el exclusivo barrio caraqueño del Chacao y decidieran probar suerte en España; un país, por otra parte, que su padre apenas recordaba, pues salió de Tenerife con apenas 6 años. Se instalaron en Madrid, donde encontraron una nutrida red de conocidos y amigos, furibundos antichavistas en su mayor parte, y no tardaron en montar una nueva versión del negocio familiar caraqueño, que bautizaron con el sonoro nombre de “La Caraqueña del Parque”, por estar situado el restaurante en los alrededores del céntrico parque del Retiro. La adolescencia madrileña de Thiago (que era llamado así sólo por su madre portuguesa, pues para todos demás nunca dejó de ser “Santi, el caraqueño” o “Santi, el chévere”) fue de todo menos tranquila; enfundado en un mandil de cocinero, ayudaba a sus padres a llevar el negocio en los ratos libres que le dejaban sus estudios. Hijo aplicado y modelo de virtudes, fue uno de los mejores estudiantes de su Instituto, y, posteriormente, de la Universidad, donde comenzó Derecho. La idea de instalarse en Lisboa nunca se le había pasado por la cabeza, pero la falta de perspectivas laborales en España y su deseo de perfeccionar el portugués materno le llevó a aceptar un puesto de pasante en un conocido bufete de abogados lisboeta situado en los alrededores de la Praca do Comercio que le ofrecieron por mediación de su tío materno Jorge de Andrade, un reputado notario lisboeta. Era el mes de septiembre de 2009, y para el apátrida en que se había convertido Santiago Morales de Andrade comenzaba una nueva vida que habría de transformar su personalidad hasta los cimientos, detalle que él ignoraba en aquellos primeros momentos de conocimiento mutuo con la ciudad que había decidido cobijarle bajo su seno.
La ciudad le gustó. No, no le gustó, le encantó. Los lisboetas, sin embargo, no resultaron enteramente de su agrado. Acostumbrado a la típica efervescencia venezolana y a la pasión de vivir española, la parsimonia portuguesa le resultaba chocante y un punto incómoda. La disparidad de horarios de comida y de sueño entre los dos países ibéricos, que parecían pertenecer a planetas diferentes, le costó más de un mes de adaptación. Peor aún lo tuvo con el peculiar carácter portugués. La “moderación” portuguesa le producía algo parecido al sopor, el tono bajo, casi en susurros, en que hablaban muchos de sus habitantes le hacía parecer un salvaje que gritara sin control subido a una liana en la selva, y el discreto perfil de muchos portugueses, su característica humildad, le producía sarpullidos y le hacía pensar si no serían en realidad un poco retardados.
Muchas veces pensó durante aquellos primeros meses en arrojar la toalla y volverse a Madrid (o mejor a Caracas, mas vale un tirano deslenguado que todo un país compuesto de introvertidos patológicos), pero al final el amor propio, las brillantes perspectivas laborales y su evidente mejora en la pronunciación del portugués (ya no se le atravesaban las afrancesadas erres como al principio, ni se empeñaba en pronunciar Rodrigues al estilo español en lugar de “Rodrigs”, al más puro estilo “comeletras” típico del país que le había acogido con los brazos abiertos) le convencieron de darle otra oportunidad a la patria de Camoens y Eca de Queiroz.
Un buen día, sería ya a comienzos de 2010, decidió dejar el ruidoso piso que compartía con algunos estudiantes de Erasmus en la Rúa Primeiro de Dezembro, junto a la plaza de Dom Pedro IV y la estación de Rossio, y buscar un lugar más tranquilo, no muy alejado de la zona, que estuviera a tiro de piedra de los principales centros de ocio locales, y tampoco demasiado apartado de su trabajo, situado en el nº 143 de la Avda. da Liberdade. Tras mucho patearse la ciudad, encontró el apartamento que soñaba en una tercera planta de la Rúa da Prata, en pleno Chiado. El problema, empero, era el desorbitado precio de alquiler exigido, que sin duda le obligarían a buscar un compañero de piso. Y fue en esta tesitura donde el destino puso de su parte al hacerle conocer al hombre que cambiaría su vida entera cuando la panadera del barrio, una recia mujer trasmontana metida en años y kilos, enterada por el chismorreo vecinal de su necesidad de un “huésped” provisional, le recomendó vivamente como inquilino a su sobrino Simao, un joven de toda confianza, le aseguró, serio y cabal como buen portugués. Puesto que ninguno de los candidatos entrevistados hasta ese momento cumplían los mínimos requisitos exigibles, Thiago decidió probar suerte a regañadientes con el rapaz trasmontano recién llegado a la capital desde su pueblo natal, “para probar suerte en el mundo del fado”. Y es que aquella frase suelta, que se le escapó a su amada tía al describir a la perla de su sobrino, no dejó de darle vueltas a Thiago por la cabeza durante todo el día previo a la cita fijada.
Por una parte él odiaba el lastimero sonido del fado y todas las implicaciones de debilidad y nostalgia que conllevaba aquella endemoniada música de mujeres enlutadas y hombres venidos a menos arrastrando en público sus miserias íntimas en tono quejumbroso. El solo pensamiento de tener que compartir piso con un representante de tan chocante género musical y la posibilidad de que le diera por ensayar sus aburridas cancioncillas en su apartamento le ponía los pelos de punta. Pero puesto que no contaba con más candidatos a la vista, se dijo, sería mejor probar suerte con ese “pringao” pueblerino al que en el peor de los casos siempre podría echar cuando su creciente sueldo o un ansiado ascenso laboral se lo permitiera.
La entrevista , que se desarrolló en el propio apartamento, no pudo resultar más definitoria. Thiago se sorprendió al encontrarse frente a un chico rubio y alto, algo tímido y de aire soñador, y con cierta tendencia a ruborizarse. Le resultó de entrada muy atractivo, un punto en contra suya si lo que pretendían era convivir más que revolcarse juntos, siempre que fuera gay, lo cual tampoco le hubiera extrañado lo más mínimo. Le resultó curioso de ver que un rapaz tan joven fuese vestido con chaqueta y corbata cuando a él le habían explicado que era músico y llevaba una vida algo bohemia. La seriedad incombustible de su rostro, que tenía aún un resto de adolescencia reflejado en sus prominentes y sonrosadas mejillas de campesino norteño, le hacía parecer aún más misterioso a ojos del español. Le recordó la mueca de suficiencia impresa en el rostro del entrenador de fútbol José Mourinho, que por cierto no le caía nada bien. Con todo, observándole con disimulo, pudo cerciorarse de que era un chico muy bien parecido, pero no parecía darse cuenta de ello o darle ninguna importancia; no había nada postizo o superficial en la forma en la que se presentó ante él aquella fría mañana de invierno. Pero puesto que Thiago, por su agradecido físico y por su exuberante personalidad, solía llevarse a hombres y mujeres de calle, era imprescindible cerciorarse de que el tal Simao no entendía para evitar futuros sobresaltos. Ya se encargaría él de sacar el tema a colación a la menor oportunidad.
Como muchos portugueses que Thiago había conocido en los últimos meses, el trasmontano presentaba un exterior tranquilo y apacible y una especie de humildad genérica que por experiencia sabía que podía no significar gran cosa y esconder un genio de mil demonios o un ego desproporcionado. Simplemente era la manera “adecuada” en que muchos lusitanos se presentaban en público, coincidente con sus propios valores culturales. Para romper el hielo, ofreció asiento al desconocido en una aparatosa chaise-longe de último diseño que el advenedizo miró con cara de pocos amigos. Por hacerse el simpático y caer bien al azorado visitante, a Thiago no se le ocurrió otra cosa que soltarle de sopetón:
- Hay que ver como te pareces a Filipe Pinto, ¿nunca te lo han dicho antes?
Simao torció el morro y giró la vista hacia atrás en un intento de abarcar lo máximo posible la decoración del que había de ser a partir de entonces su nuevo hogar.
Si te refieres a ese niñato de la tele, sí, me lo han mencionado últimamente - reconoció con evidente desdén - Aunque por suerte no tengo nada que ver con él, salvo el hecho casual de que los dos seamos trasmontanos. O mejor dicho, yo soy trasmontano, él estudiaba en la Universidad allí, pero creo que es de Porto - pronunció el nombre de esta ciudad con tal prevención que Thiago sintió que se refería a ella como la ciudad del pecado y la perversión por antonomasia.
Bueno, por lo que he visto, parece un buen chaval - maticé yo algo sorprendido por su poco diplomática respuesta - yo diría incluso que podría ganar el concurso de aquí a unas semanas…
No sé, no suelo ver la tele, y menos aún esos programas basura…cambiando de tema, veo que te gusta la decoración minimalista - dejó caer en tono lánguido mientras se sentaban en sendas butacas de diseño italiano y Thiago le ofrecía un café o un refresco, que el visitante rechazó con cajas destempladas argumentando falta de tiempo. Por lo visto estaba de paso hacia algún sitio y no pensaba quedarse en su compañía mucho tiempo.
Sí, bueno, yo diría que me apasiona el diseño de interiores…
Simao le miró de arriba a abajo con su mirada bovina, y por todo comentario le soltó un apenas audible:
- Sí, se nota…
Thiago comenzó a sentirse irritado con aquel aspirante a friki tan desconsiderado como sincero, y estuvo a punto de cortar la conversación y mandarle de paseo a su montaraz región natal, pero se contuvo cuando el entrevistado cambió de pronto las tornas y se puso en plan inquisitivo.
He oído decir que eres venezolano, sin embargo, hablas perfectamente el portugués con un marcado acento de las Azores ¿Cómo me explicas eso?…
No es tan complicado de entender, creo. En Venezuela hay cientos de miles de inmigrantes portugueses que están perfectamente integrados en la sociedad, y muchos de ellos proceden de las islas Azores. Mi madre fue una de ellas, en concreto procedía de la isla de Sao Miguel. Mi padre también es isleño, pero canario de Tenerife. Prácticamente me he criado en el centro cultural portugués de Caracas, y mi madre me enseñó la lengua de Camoens desde que nací con una tenacidad encomiable.
Simao asentía con los ojos muy abiertos y cara de asombro incluida. Parecía empezar a encontrarse a gusto por primera vez en aquella casa e incluso cruzó las piernas de forma distendida frente a su interlocutor.
Eso que cuentas es muy interesante. En mi familia tenemos una larga tradición de emigración a otros países, desde Alemania y Francia hasta Brasil y las antiguas colonias africanas. Pero en Venezuela que yo recuerde no cuento con ningún familiar…
La razón de haber vivido en España, es que como sabes, en Venezuela se vive una situación de gran agitación social desde que llegó Chávez al poder. Y mis padres necesitaban tranquilidad para su negocio. Además en Caracas hay demasiada delincuencia en la actualidad.
Simao, entornando los ojos de modo adoptó un tono filosófico en su meditada respuesta.
- Bueno, en Portugal también hubo una Revolución en la época de mis padres. Ellos me contaron que los comunistas quisieron imponer sus peculiares puntos de vista pasando por encima de la sociedad, pero que el pueblo portugués en bloque impidió que los “comunas” esclavizaran al resto de la población, tal y como sucede ahora en tu país.
Ante tamaña respuesta, Thiago se quedó por un momento paralizado. No sólo porque por mucha repulsa que le produjese el gobierno chavista, él no compartía su opinión de que el pueblo venezolano estuviera realmente esclavizado por el comunismo, aunque sí hábilmente engañado por un peligroso demagogo con infinitas ansias de poder…¿Y si resultaba que aquel inofensivo campesino ocultaba un ultraconservador de mucho cuidado, un posible homófobo o un fascista de rancio pelaje? En ese caso, la convivencia se haría difícil desde un primer momento, y el experimento se habría convertido en un desastre sin paliativos.
Vamos a ver, Simao…una pregunta importante…¿Cómo te definirías políticamente?
Podría decirse que socialista, pero el Gobierno de Sócrates nos ha llevado a la ruina y a la vergüenza internacional. No sé a quien votaré en las próximas elecciones. Y como buen socialista portugués, soy radicalmente anticomunista, eso es todo.
Thiago suspiró aliviado, y por primera vez ambos cruzaron una tímida sonrisa que dejaba clara la buena disposición de ambos a llegar a algún tipo de acuerdo.
También hay un detalle importante que debes saber sobre mí, Simao - la voz temblorosa de Thiago predecía un anuncio realmente concluyente.
Ah, ¿sí? - la cara de póker de Simao no parecía transmitir ninguna emoción apreciable en ese momento.
Verás, ¿como te lo explicaría? - por primera vez el habitualmente locuaz venezolano se había quedado sin palabras - es que resulta que soy gay. ¿Tienes algún problema al respecto?
Simao le miró muy sorprendido, entre aterrado y fascinado con tan íntima revelación. Su rostro, ya de natural muy sonrosado, se puso como un tomate antes de responder, de forma pausada y algo ausente:
Por mí no hay ningún problema, siempre que respetes mi libertad persoanl…me parece bien, vamos, éste es un país libre, al menos desde 1974 (aunque a Thiago le extrañó que no especificara a que se refería con tan difuso razonamiento, dedujo que era heterosexual y que no deseaba ser acosado a diario por un amenazante “macho alfa” de hormonas disparadas como presuntamente debía ser él).
Tranquilo, puedes confiar en mí en ese sentido. Además, soy muy discreto con mis relaciones.
Eso espero - sentenció Simao dejando volar su mirada hacia el amplio ventanal del soleado salón - aunque debo decir que no aparentas para nada ser “eso”. Quiero decir…gay.
Thiago no tuvo más remedio que soltar una sonora carcajada, que tomó por sorpresa al retraído trasmontano.
- Bueno, me lo tomaré como un cumplido, de todas maneras te diré que no siempre fui así, en otros tiempos tuve novia, ha sido sólo desde que vivo en Portugal que he decidido abrirme por completo a mi verdadera sexualidad. Para mí ha sido como una liberación venir a vivir aquí.
La cara de estupefacción de Simao no tenía precio. Tras recuperarse de la sorpresa, sin venir a cuento, le miró fijamente a los ojos y le espetó una frase lapidaria en tono neutro y con aparente desinterés que tuvo a Thiago intrigado durante varias semanas
- Sí, bueno, no me extraña - Simao se echó hacia atrás en el sillón buscando acomodo para sus rebuscados pensamientos - Portugal es como un virus mutante que se te mete en las entrañas desde el primer momento y te da la vuelta a la vida como un calcetín. Ya lo comprobarás…
El resto de la charla fue un amigable intercambio de información mutua que por momentos entusiasmó, intrigó o exasperó a ambas partes. Thiago dejó claro que no pensaba permitir que Simao ensayara sus canciones en el apartamento, pero éste le tranquilizó indicando que ya contaba con un local de ensayo a pocas calles de allí y que lo único que canturreaba en sus ratos libres eran muestras del abundante repertorio folk portugués, sobre todo canciones de Zeca Afonso o de su grupo favorito, cuyo nombre pronunció con afectada reverencia, los “divinos Madredeus“. Thiago precisó que como buen latino, él era más de salsa y de pop, y puso como ejemplos a clásicos del género como Willie Colón, Rubén Blades, su compatriota Oscar D’ León o figuras ligeras como Maná o Shakira, lo que pareció despertar cierta aprensión en su elitista acompañante, sin duda contrariado con tan profanas elecciones. Ambos acordaron no molestarse en ningún sentido y escuchar sus respectivas músicas a volumen bajo o con auriculares en el IPOD. Por lo demás, Simao dejó claro que su trabajo como fadista por diversos locales, restaurantes y emplazamientos turísticos le daba de sobra para vivir, aunque todavía no para alquilar en soledad, como sería su deseo más adelante. Ambos acordaron compartir el vistoso apartamento durante un año con derecho a prórroga y a retracto a partir del séptimo mes si así lo convenían en su momento. Dos días más tarde, el austero trasmontano, que parecía vestir siempre de oscuro, se trasladó con su exiguo equipaje al piso de altos techos de la Rua da Prata.
(Continuará)