Campo de Concentración para Esclavas (7)

La periodista Shirley Archer nos cuenta sus primeras experiencias como esclava.

Capítulo 7 El "Rito de Bienvenida"

Las esclavas recién llegadas al campo debían pasar por un "Rito de Bienvenida" inmediatamente después de firmar el contrato de esclavitud.

Dicho rito tenía una función práctica muy concreta, pero además era intencionadamente humillante para que las nuevas esclavas asimilaran su nueva condición lo antes posible.

Primeramente las candidatas a esclavas fueron llevadas a una amplia sala donde les esperaban los contratos que tenían que firmar.

Los documentos eran todos iguales. Sólo había que poner el nombre y otros datos personales, especificar el tiempo que iban a permanecer en el campo y firmar. Junto al contrato se adjuntaba un informe médico que certificaba que no tenían enfermedades de transmisión sexual y que las esclavas habían tenido que aportar previamente.

Se trataba, por tanto de un mero trámite. De hecho algunas lo hicieron rápidamente, sin dudar, pero a otras les costó mucho decidirse. Lo que habían visto en el campo había sido realmente duro y lógicamente ciertas candidatas aún tenían dudas. Estas jóvenes se debatían entre el miedo, la vergüenza y la intensa excitación sexual que todo aquello les producía.

Unas pocas chicas se hicieron de rogar más de la cuenta, además en ese momento no podían pensar con claridad y se sentían incómodas bajo la vigilancia de los guardianes que no dejaban de mirarlas impacientes por ponerles la mano encima. Alguna hacía ademán de firmar, pero en el último momento le faltaba el valor, entonces las chicas tachaban los contratos nerviosas, los rompían y cuando estaban a punto de rajarse, se arrepentían y pedían uno nuevo.

En el campo ya estaban acostumbrados a eso, así que dispusieron documentos de sobra.

Entre tanto Julia se paseaba inquieta dándose golpes con la fusta en la palma de su mano y deleitándose de ver tanta carne fresca junta. Ingrid la chica danesa había sido una de las primeras en firmar y ahora permanecía en postura de sumisión impaciente de que todo aquello comenzara.

En atención a sus dilatados servicios y en contra de las costumbres del lugar, el director le había permitido a Julia llevarse esa misma noche a la bella Ingrid a su cubil y encerrarse con ella un día entero en una mazmorra de la Casa Grande. Lógicamente el ama estaba ansiosa, impaciente y muy excitada.

De repente y sin previo aviso una de las candidatas se puso histérica, rompió el contrato y gritó que quería marcharse de allí, era Angélica, la chica que iría a la cárcel si no pagaba la deuda.

Julia y otros guardianes acudieron inmediatamente.

  • Oye tú cálmate que vas a espantar a las otras ¿se puede saber qué te pasa?

  • Déjeme, puta sádica, quiero marcharme de aquí ¿me oye?, todo esto es odioso, odioso.

  • Te he dicho que te calmes, si no quieres firmar te puedes ir cuando quieras pero deja de gritar de una vez.

Angélica hizo caso y enmudeció, se enjugó una lágrima con el dorso de la mano y se dirigió decidida a la salida, pero entonces Julia la agarró del brazo.

  • Espera un momento, devuelve el uniforme, pertenece al Campo.

  • ¿Qué?

  • Que te quites la ropa, imbécil.

  • Pero, pero, no he traído nada más, me quedaré desnuda.

  • Eso a mí no me importa, quítatelo, Julia le agarró de la camiseta y se la rasgó de un tirón. Y ahora la falda, vamos.

Angélica la miró con odio mientras se desabotonaba la falda y con un gesto de rabia se la tiró a la cara.

  • Ahí tienes marimacho, hija de puta, que te aproveche.

Julia ni siquiera se inmutó.

  • Echadla.

Dos guardianes la cogieron por los brazos y la llevaron hasta la puerta del campo. A empujones y amenazada por los perros, Angélica tuvo que salir fuera del campo, y como el autobús se había marchado se quedó en pelotas, en medio de la nada y a punto de anochecer.

Julia miró al resto de las chicas.

  • ¿Alguna más?. ¿no?. Pues firmad de una vez, joder.

Realmente atemorizadas, todas las demás jóvenes menos Angelica firmaron rápidamente el documento.

El primer paso del rito de bienvenida consistía en pasar por la "sala de depilación", allí se comprobaba que las esclavas estaban completamente depiladas y si era necesario se les "apuraba" con pinzas hasta dejar su entrepierna, sobacos y otros lugares completamente limpios. A las chicas sólo se les permitía cierta mata de pelo en el pubis siempre muy discreta.

Asimismo un médico les hacía una revisión general y un examen ginecológico por si había alguna embarazada o con enfermedades. Por supuesto el embarazo no les libraba de la esclavitud, de hecho algunas chicas se quedaban embarazadas de los guardianes del campo, pero evidentemente eso exigía tomar ciertas medidas excepcionales y no era algo deseable para el negocio. Por eso el médico también recetaba el tipo de anticonceptivo más conveniente a cada caso.

Este examen era humillante, pues las esclavas debían desnudarse y doblar cuidadosamente su uniforme. La primera esclava ocupaba inmediatamente la silla ginecológica, pero las demás...........pero llegados a este punto dejemos que Shirley Archer, la periodista, nos lo cuente de primera mano a través del informe que ella misma escribió sobre su experiencia en el Campo

"Cuando entramos en aquella sala nos hicieron desnudarnos, doblar cuidadosamente nuestra ropa y dejarla ordenada sobre un largo banco. A Nicole que entró la primera, la hicieron sentarse directamente sobre un sillón ginecológico con los brazos sobre su cabeza y las piernas abiertas y levantadas sobre unas tobilleras. Dos médicos empezaron a hurgar directamente en su entrepierna y a juzgar por sus quejas lo hicieron bruscamente.

A las demás nos colgaron por los brazos de unos ganchos que pendían del techo. Para ello me tuve que subir a una banqueta y subir los brazos. Ya colgada, alguien me desplazó como si fuera una res en un congelador gracias a unos rieles similares a los que vimos en el garaje.

Delante de mí estaba Kira, la chica punky que ahora mostraba todos los tatuajes y piercings que cubrían amplias zonas de su cuerpo. A pesar de eso dos verdugos se pusieron a trabajar sobre ella asegurándose de eliminar todos los pelos de la entrepierna con unas pinzas. Estuvieron un buen rato arrancando pelos y tras acabar con ella esos mismos hombres se ocuparon de mí mientras otro tipo le tatuaba a Kira un número en la ingle izquierda.

A partir del momento en que nos tatuaban, las esclavas seríamos conocidas en el campo por ese número y no por nuestro nombre. No obstante los guardianes acostumbraban ponernos motes ofensivos y degradantes a los que teníamos que responder si no queríamos ser castigadas. Mi número era el 63 pero era conocida en el campo como "Boca de oro". Esto último no era por ser presentadora de televisión, sino porque me debía dar mucho arte en las felaciones. Ya he perdido la cuenta de todas las veces que me follaron por la boca.

Al contrario de lo que pensaba, no me resultó desagradable que aquellos desconocidos me manosearan. Cuando un tipo te mete mano en el metro tienes que defenderte, tu dignidad te lo exige, pero allí colgada y en pelotas sólo era un trozo de carne y ya no quedaba dignidad que defender. Lo comprendí enseguida, por eso me relajé y disfruté de las caricias y de las punzadas de dolor al arrancarme pelillos de mis partes o cuando me hicieron el tatuaje. Yo no me había depilado a conciencia antes de llegar allá de modo que tras arrancarme unos cuantos pelos, los verdugos se impacientaron y decidieron que me afeitarían la entrepierna más tarde.

Tras esto pasé a la silla de ginecólogo, los médicos fueron bruscos y desconsiderados y me hicieron bastante daño, pero aguanté sin gritar.

Una vez pasado el examen, permitieron que me volviera a vestir con aquel ridículo uniforme y entré a otra sala donde me dieron un par de folios escritos.

En ellos había una especie de guión lleno de mentiras que tuve que leer y aprenderme a toda prisa. Asimismo había unas instrucciones según las cuales tenía que mostrar ante la cámara una actitud alegre y despreocupada. También tenía que confesar mi carácter de masoquista y transmitir a los espectadores mis fantasías (reales o inventadas) y mi ferviente deseo de experimentar brutales castigos o de ser usada sexualmente de las formas más aberrantes. Y todo ello debía decirlo sonriendo, feliz y contenta como si me hubiera tocado la lotería. Asimismo se me advertía que si no hacía caso a las instrucciones sería duramente castigada. Eso sí que me pareció humillante.

Tras media hora de espera y de leer y releer los papeles, me hicieron pasar a un estudio y sentarme en una silla iluminada por los focos. Entonces vino un tipo e inesperadamente me esposó las manos a la espalda.

Alguien dijo: "Acción" y entonces empezaron a interrogarme.

  • ¿Cómo te llamas?

  • Shirley

  • ¿Cuántos años tienes?

  • 27

  • ¿Habías hecho alguna vez sado?

  • No.

  • ¿Lo has deseado alguna vez?

  • Sí (mentí como me indicaban los papeles), desde hace años he querido participar como sumisa, pero nunca me había atrevido, hasta ahora.

  • ¿Habías visto alguna vez una sesión de BDSM?

  • Sí, soy muy aficionada a verlas en internet.

  • ¿Te masturbas cuando ves uno de esos vídeos o fotos?

  • Sí, constantemente a veces dos y tres veces seguidas.

  • ¿Qué te excita exactamente de ver sado?

  • Me gusta ponerme en el lugar de la esclava, me imagino a mí misma atada y desnuda completamente indefensa en manos de un sádico que pueda hacer conmigo lo que se le antoje. (decir esto delante de la cámara me ruborizó pero también me excitó).

  • ¿Sabes Shirley?, no puedo esperar a verte esos pechos que se adivinan bajo tu ropa. ¿Puede alguien quitarle la camiseta?

Un tío se acercó a mí, abrió una navaja y de dos cortes me sajó los tirantes. Después la metió dentro de la camiseta y hábilmente me la rajó de abajo a arriba, entonces me la sacó de un tirón y me quedé con el torso desnudo.

No sé por qué pero eso me puso muy cachonda. En ese momento pensé en mi familia, en mis compañeros de trabajo, mis amigos y en las miles de personas que conocían mi rostro por la televisión. Tenía que haberme avergonzado de aparecer ante todos ellos desnuda y maniatada diciendo que era una puta y una sumisa y sin embargo no fue así. En realidad me excité por ser humillada de esa manera, mi cuerpo me traicionó, y a medida que me interrogaban se me puso piel de gallina, se me erizó el vello y los pezones.

  • Qué tetas tan bonitas tienes, ¿son naturales?

  • Sí, por supuesto

  • A ver muévelas un poco

Tuve que obedecer.

  • Sí, sí que parecen naturales a juzgar por cómo se mueven. ¿Las tienes sensibles?

  • En general sí, pero depende de días. Hay veces que sólo con rozar los pezones con el sostén me pongo muy cachonda. (Eso sí que era verdad).

  • Lo celebro. ¿Te imaginas lo que se siente cuando te torturan los pechos con unas pinzas de cocodrilo o perforándolos con agujas?

  • No (un escalofrío recorrió todo mi ser)

  • ¿Te pone cachonda pensarlo?

  • ¿Pensar en qué?

  • Que te torturan en los pechos

  • Sí, mucho. (Eso también era verdad así que me ruboricé otra vez.)

El interrogatorio aún continuó un rato, me siguieron preguntando por mis presuntos deseos masoquistas y por mis costumbres sexuales. Y yo tuve que contestar a todo según el guión. Para cualquiera que oyera mi confesión, quedó claro que yo era una esclava sumisa ávida de ser usada y castigada, pero según confesaba mis perversiones las cosas dejaron ya de importarme y darme vergüenza. De hecho me di cuenta en aquel momento que algunas cosas que decía eran verdad y al confesarlas en alto se me quitaba un peso de encima. En la sala de depilación había dejado expuesto mi cuerpo y ahora estaba desnudando mi alma.

  • Muy bien Shirley, levántate para que te veamos bien.

Con las manos esposadas a la espalda me costó un poco levantarme. Entonces me di cuenta de que la superficie de la silla estaba mojada y volví a ruborizarme.

Una vez de pie me pidieron que posara sonriendo ante la cámara, primero con la faldita puesta. Después me la tuve que quitar con las manos esposadas. Como no pude desabotonarla me la tuve que sacar a tirones lo cual me costó mucho. Debía estar muy ridícula haciendo eso, pues los que me interrogaban no dejaban de burlarse y hacer comentarios obscenos sobre mí.

Lo siguiente fue aún peor, primero la cámara recorrió mi cuerpo por delante y tuve que agacharme y ponerme en cuclillas para que sacara un primer plano de mi potorro abierto y húmedo.

  • Eres un poco cerda, esclava, me dijeron, no sabes ni depilarte.

  • Lo siento amo, contesté. Cualquier excusa hubiera supuesto recibir un castigo.

  • Ahora date la vuelta, agáchate y ábrete las nalgas y los labios de la vagina.

No tuve más remedio que obedecer, me agaché y con las manos esposadas abrí mis nalgas todo lo que pude. De este modo ofrecí a la cámara un excelente primer plano de mis agujeros.

Aquellos tíos me dejaron inmóvil en esa postura un buen rato, y mientras tanto hicieron comentarios obscenos sobre mi ano y sobre una gota blanquecina que en ese momento se deslizaba por mi coño y que terminó por caer al suelo. En ese momento lo que más me preocupaba era si tenía el orificio del ano completamente limpio. Era una sensación horrible exponerme así. Y para colmo me siguieron preguntando.

  • Dime Shirley ¿eres virgen?

  • No

  • ¿Y por el culo?

  • Sí...sí (yo ya estaba completamente avergonzada).

  • ¿De verdad que aún no te la han metido por el agujero pequeño?

  • No, se lo juro.

  • ¿Ah sí?. No sé, no me lo creo, me resulta raro que una puta de tu edad tenga aún el culo entero. Bueno, daré orden de que esta misma noche los verdugos de desvirguen el culo. Ahora date la vuelta.

Entonces me incorporé y todo el mundo pudo ver que estaba roja de vergüenza y congestionada por la postura. Además no podía quitarme de la cabeza eso de que me iban a sodomizar esa misma noche.

  • Vaya, la presentadora de televisión se pone nerviosa ante la cámara, ja, ja. Bueno Shirley, ¿quieres decir algo a tu público antes de empezar tu vida como esclava?

Aquí contesté lo que el guión me decía lo hice con la mejor sonrisa que pude esbozar en el momento.

  • Sólo quiero mandarles un beso y decirles que espero que el público de "Campo de Esclavas" disfrute de mi cuerpo, de mi placer y mi sufrimiento, yo seré feliz con ello.

  • Muy bien, ahora despídete.

Les dije adiós con una sonrisa y guiñando el ojo.

  • Corten. Ha salido bastante bien, no creo que haga falta repetir.

Una vez terminada la grabación me quitaron las esposas pero ya no me devolvieron mis ropas pues a partir de ese momento y durante toda mi estancia en el campo, tuve que permanecer en todo momento completamente desnuda.

Las esposas fueron sustituidas por correas de cuero: collar, muñequeras y tobilleras anilladas y dotadas de ganchos. Estos aditamentos eran muy prácticos, pues era una manera sencilla y rápida de atar a las esclavas, de colgarlas de una estructura, o de lo que se necesitara.

Alguien me indicó que saliera de allí y que esperara junto a las demás en un largo corredor. Siguiendo indicaciones de los guardianes, las esclavas nos pusimos en una larga fila en postura de sumisión y con los pies de puntillas. Si alguna posaba los talones en el suelo se ganaba un par de fustazos en las piernas.

Cuando yo llegué al corredor ya estaban allí Nicole y Kira y yo me situé junto a ellas en su misma posición, pero después, se fueron alineando el resto de las chicas a mi izquierda imitando entre sí la postura. Poco a poco fueron llegando Star, Marsha, Elsa, BJ, Daisy, Ingrid, Yuka, Karen, Micaela, Nicole, Sierra, Rebeca, Violet, Sara, Sasha y algunas otras. Me impresionó ver a todas las chicas desnudas, alineadas y en la misma postura mirando al frente sin pestañear como un ejército bien disciplinado. A los guardianes eso les debió parecer algo excitante a juzgar por cómo nos miraban.

De la nueva remesa allí sólo faltaba Angelica, las dos sobrinas del granjero que en ese momento estaban siendo azotadas y violadas en el patio por los verdugos y por último Sunset, la bella profesora que aún aguardaba al director en su mazmorra.

Durante los tres cuartos de hora que permanecimos en esa postura, el señor Bridges y Julia nos pasaron revista y mientras tanto decidieron qué harían con nosotras al día siguiente. Asimismo, se pusieron a escoger cuáles de nosotras serían subastadas.

  • Esta es Yuka, susurró Julia al director, la próxima víctima de Markus.

  • ¿Una crucifixión?, excelente, esta chica es muy guapa y tiene buenos pechos, estará preciosa en la cruz,.... la grabaremos en vídeo, se venderá muy bien.

El director dijo esto mientras acariciaba el cuerpo de la chica japonesa con una fusta, y ésta bajaba los ojos sumisamente.

  • Y supongo que ésta es tu vaquita, ¿me equivoco?, le dijo el señor Bridges a Julia admirando a Ingrid en su plena desnudez con sus largas piernas abiertas y sus pechos erectos y desafiantes.

  • Sí ésta es.

  • Menuda jaca, siempre he dicho que tienes buen gusto, Julia, madre mía qué pechos.

El señor Bridges se empalmó ante aquella mujer y para enfado de Julia no pudo evitar tocarla, así le colocó la palma de la mano en el coño comprobando que la joven danesa estaba muy caliente. Casi no la tocó, se limitó a posar la punta de los dedos y si acaso acariciarla ligeramente.

Sin quitar la mano le preguntó.

  • ¿Te gusta ser esclava, preciosa?

Ingrid cerró los ojos y afirmó lanzando un pequeño suspiro.

Entonces el señor Bridges le rozó suavemente el clítoris moviendo su dedo índice atrás y adelante..

En principio Ingrid se resistió a reaccionar a esa maravillosa caricia, sobre todo al ver de reojo la mirada iracunda de Julia. Sin embargo, el director también se dio cuenta y por eso mismo siguió insistiendo en masturbarla mientras excitaba sus pezones con la punta de su fusta.

La pobre Ingrid no pudo disimular más y empezó a gemir de placer.

  • Tu vaquita está a punto de caramelo Julia ¿Quieres correrte preciosa?

La joven afirmó con la cabeza.

Eso fue suficiente, antes de que ella pudiera llegar, el señor Bridges dejó de masturbarla y sonriendo con crueldad se limpió los dedos en sus tetas y siguió inspeccionando a las chicas.

Luego me enteré de que Julia se acercó a Ingrid y le dijo con rabia al oído.

  • Ésta me la vas a pagar zorra.

Geoffrey Bridges se entretuvo un buen rato inspeccionando al resto de las chicas y se sintió muy interesado en Sara o Daisy y probablemente, si no hubiera tenido a la profesora esperando abajo, se hubiera llevado a una o a las dos a sus habitaciones.

Sara era una chica rubia delgada y atlética, de pechos y trasero pequeños pero redondos y compactos. La joven era muy masoquista y le gustaba que la ataran y "jugaran" con ella al hacer el amor así que fue de las primeras en firmar. En principio sólo pensaba firmar por quince días, pero al ver la dureza con que se trataba a las esclavas firmó por el tiempo máximo de tres meses. Ante el director mantuvo la postura con vigor y le miró con deseo y cierto desafío, probablemente para provocarle. El señor Bridges no cayó sino que se limitó a pasarle los dedos por los labios y la nariz. Ella pudo aspirar aún el aroma del sexo de Ingrid, lo cual le puso aún más cachonda.

Daisy era una chica latina morena, de grandes ojos, delgada y de bonitas formas. Aparte de su rostro, lo más bello de su cuerpo eran sus suaves pechos tersos de adolescente que desafiaban a la gravedad. Julia se había enfadado mucho con esta chica esa misma tarde por mascar chicle en su presencia y por eso la obligó a meterselo en la boca pringado de esperma. Al comprobar que Daisy se había deshecho del asqueroso chicle, Julia la miró con dureza pero por el momento no le dijo nada.

Finalmente, el director llegó hasta donde estaba yo, se paró delante de mí y me miró fijamente con una sonrisa cruel que me hizo apartar la mirada y experimentar un pequeño escalofrío. Recuerdo que el corazón me latía muy deprisa.

  • O sea que tú eres la periodista. Esto no va a ser como Brubaker, muchacha, aquí eres una prisionera más y me ocuparé personalmente que tu estancia entre nosotros sea inolvidable. Ya verás vas a escribir un gran artículo.

Huelga decir que entendí la indirecta perfectamente.

Una vez examinadas, el señor Bridges no tuvo problema para elegir a las chicas que iban a ser subastadas en la red. Según sus propias palabras Marsha y Karen fueron escogidas por sus bellos cuerpos de modelo, Ingrid para los amantes de las mamas generosas y Sasha, Violet y Micaela para los aficionados a las "lolitas". También se decidió incluir a Yuka por aquello de lo exótico.

Sin embargo, la estrella de la subasta era yo misma, ¿por qué?, yo no tenía un cuerpo espectacular como las otras, pero era una periodista y presentadora de televisión bastante conocida por el público y lógicamente recibí miles de pujas.

Cuando me enteré de que sería subastada en la red, un escalofrío de terror recorrió todo mi ser. Eso sí que no lo había tenido en cuenta. Mis fotos desnuda y maniatada serían reconocidas en internet por miles de personas que así tendrían la oportunidad pujar por el placer de violarme y torturarme. Saber eso era humillante y sin embargo, ahora es mi fantasía favorita cada vez que hago el amor o me masturbo..

Aparte de la subasta, el director decidió que la mayor parte de nosotras fuera destinada al garaje para grabar una sesión de bondage y tortura al día siguiente. Malasaña tuvo así la oportunidad de escoger a sus víctimas que serían Marsha, Violet, Kira y por sugerencia del director yo misma. También fueron destinadas al garaje Karen, Sierra, Star y Rebeca.

Se podía percibir la excitación en las muchachas que habían sido escogidas para tan dolorosa prueba. Al darse cuenta de lo que les esperaba, las jóvenes bajaban la cabeza y alguna empezó a transpirar más de la cuenta, incluso la pequeña Rebeca, la jovencita que quería satisfacer las fantasías de su novio, llegó a orinarse encima allí mismo al saber lo que le esperaba al día siguiente.

Yo también estaba aterrorizada por todo lo que me estaba pasando. Probablemente cuando di el paso de convertirme en esclava no contaba con todo aquello, quizá me engañé a mí misma y me hice la ilusión de que tendrían un trato especial conmigo, pero ahora ya era de verdad, en pocas horas sería torturada salvajemente por Malasaña. En ese momento quise viajar en el tiempo unas horas antes y rezaba fervientemente para despertarme de aquella pesadilla, pero ya nada ni nadie podía librarme de aquello.

Las otras chicas sufrieron suertes distintas, Elsa y BJ fueron destinadas al Gloryhole y el director dijo que Nicole, Sara y Sasha harían una película de unos indios que capturaban a unas mujeres blancas o algo así

Una vez repartidos los destinos el siguiente paso del rito de bienvenida era una especie de fiesta, en realidad se trataba de una orgía en la que las esclavas fuimos obligadas a follar con los guardianes, pero antes de eso todas pudimos ver cómo Julia se llevaba a Ingrid para su "luna de miel" particular.

Aparte de cruel, Julia era muy amante de los fetiches, por eso quiso que esa noche su novia estuviera "guapa" para ella. Primero le hizo ponerse unos altísimos zapatos de tacón afilado y después un correaje de finas cintas de cuero negro entrecruzadas entre sí que le cubrían todo el torso. Tras esto le ató las manos a la espalda y le ajustó un cinturón de cuero en los codos apretándolos bien y deformando la espalda entre los omoplatos. El pelo se lo mantuvo recogido en una larga trenza que le llegaba hasta la parte baja de la espalda. Tengo que decir que Ingrid estaba preciosa.

Hecho esto Julia se puso a maquillarla cuidadosamente y con cierto gusto: un poco de pote en la cara, sombra de ojos, rímel y por supuesto le pintó los labios con un rojo intenso que le favorecia mucho. Para contrastar con este color, escogió una ballgag verde pistacho y le amordazó con ella. Ingrid se dejaba hacer sin hacer el menor movimiento excitada por la fantasía de ser una muñeca en manos de su ama. Tras esto Julia utilizó el lápiz de labios para pintarle los pezones y los labios vaginales y por último escribió con él en las tetas: "Tortúrame" , en la teta derecha; "a mí también" en la teta izquierda.

Hechos estos preparativos, Julia esposó los dos tobillos de Ingrid entre sí con una corta cadena y le puso una correa de perro en el collar.

De esta guisa se la llevó a la cámara de tortura de la Casa Grande, pero antes quiso que su esclava desfilara delante de nosotras hasta cuatro veces.

Imagínense una mujer como Ingrid atada de esa manera. La joven no dejaba de dar traspiés y taconear ridículamente al andar. Sólo me pude fijar en cómo temblaba su culazo y cómo sus pechos "bailaban" como dos enormes flanes a cada paso.

Los verdugos reían con grandes carcajadas al ver aquello y felicitaban a Julia por cómo se lo iba a pasar con semejante ejemplar. Julia se limitó a mandarles a tomar por culo con su dedo enhiesto.

De lo que no pude darme cuenta es que mientras andaba y se exhibía delante de nosotras, Ingrid llegó a tener un orgasmo.

Tras este espectáculo fuimos por fin conducidas hacia los barracones, para ello nos ataron las manos a la espalda, nos pusieron en fila, ataron los collares entre sí con correas de un metro de largas y así formaron una larga recua de esclavas.

A pesar de que todas obedecíamos sumisamente, por el camino nos dieron de latigazos posiblemente porque estaban ansiosos y tenían prisa por follarnos.

Así salimos completamente desnudas y descalzas al aire frío de la noche y tuvimos que caminar varias centenas de metros heladas y tiritando, sin embargo, antes de eso pudimos ver cómo terminaban de castigar a las dos hermanitas, Tyler y Shonta.

Estas dos pagaron cara su osadía. Harry y el electricista fueron los encargados de conducirlas hasta el patio, pero el que tenía que castigarlas era Roberto, una mala bestia y un auténtico virtuoso del látigo. Roberto era un hombre tuerto alto y musculoso, lleno de tatuajes y completamente calvo como una bola de billar. Tenía bigote, llevaba un parche en el ojo tuerto y una cicatriz afeaba su carrillo izquierdo. El sádico verdugo llevaba en ese momento unas altas botas y un pantalón militar de camuflage. Por el contrario iba con el torso desnudo que brillaba de transpiración a pesar del frío de la noche. Eso de dar latigazos era un ejercicio físico muy intenso.

Las dos jovencitas habían sido atadas cabeza abajo a una estructura rectangular de varios postes con brazos y piernas abiertos hasta el extremo y formando dos grandes equis.

Roberto empezó por azotar salvajemente a Shonta con un látigo de cuero de metro y medio de largo. El verdugo no contó los latigazos, pero seguramente fueron más de veinte. El caso es que la joven después de chillar, llorar y maldecir al verdugo y a toda su familia, se desmayó y tuvo que ser despertada con un chorro de agua helada.

Mientras duchaban a su hermana con una manguera, Tyler, que se había orinado de miedo y cuya orina había manchado todo su cuerpo recibió primero un manguerazo y después una tanda de latigazos.

Tras azotar y aplicar a las dos "cerdas" la "ducha de la esclava", cepillos de púas incluídos, los verdugos les afeitaron la entrepierna y tras follarlas por la boca, se quedaron esperando al director sin desatarlas. Pero dado que éste tardaba en venir, terminaron por aburrirse, así que para entretenerse cuando se hizo completamente de noche decidieron iluminarse colocando a cada hermana una vela encendida ensartada en el coño. De este modo las gotas de cera ardiente les fueron cayendo sobre su propia entrepierna y se deslizaron por su cuerpo. Tras dejarlas un buen rato chillando y retorciéndose de dolor por las quemaduras de la cera, los verdugos cambiaron de tercio y se dedicaron a apagar la vela o quitar la cera seca a latigazos.

Las dos hermanas creían estar en el infierno cada vez que el látigo arañaba la sensible aureola de su entrepierna, la cara interna de los muslos, el culo y el bajo vientre. Las muchachas se retorcían impotentes y lanzaban alaridos de dolor, pidiendo piedad desesperadas. Su tío el granjero era un malnacido por condenarlas a semejante suplicio, pero lo que estaba claro es que después de aquello, a las hermanitas nunca más se les ocurriría desobedecer o insultar al director.

Precisamente, al llegar allí, este mismo dio por finalizado el tormento y ordenó que les quitaran las velas y eliminaran la cera seca con un último manguerazo. Finalmente las dos hermanas fueron desatadas y depositadas en el suelo empapadas, exhaustas y a todo llorar.

  • ¿Y bien?

El señor Bridges se acercó a ellas y como impulsadas por un resorte las dos se levantaron y adoptaron la postura de sumisión.

¡Pobrecillas!, las jóvenes se tragaron sus lágrimas y su orgullo en ese momento y se sometieron completamente a ese hombre. Aún empapadas, tiritaban de frío y de miedo y sus jóvenes cuerpos estaban cubiertos de marcas de latigazos rojizas y azuladas.

  • Veo que habéis aprendido la lección, ¿eh cerdas?,

Ellas afirmaron muy nerviosas.

  • ¿Volveréis a desobedecer?.

Las chicas negaron aterrorizadas.

  • Muy bien, así me gusta. Ahora iréis con las demás y mañana empezaréis a ser entrenadas como ponys, a ver si así os ponéis en forma.

  • Bien, encargaos de ellas, yo tengo que irme....

El director esbozó una sonrisa cruel.

  • ....tengo una cita con cierta profesora.

El director se marchó y nosotras fuimos conducidas por fin a los barracones. Cuando entramos allí, llamamos la atención de decenas de esclavas que en ese momento estaban "cenando" en sus celdas. Para cenar, a las esclavas se les ataba las manos a la espalda y tenían que lamer la comida de una escudilla que había en el suelo como si fueran perros.

La comida no era de mala calidad y era variada, pero constaba invariablemente de un puré o potaje viscoso para que ellas pudieran comerlo sin utilizar sus manos. Era obligatorio comérselo todo y a veces los verdugos gastaban la "agradable bromita" de eyacular su propio semen sobre las escudillas.

Nuestra presencia o más bien la de Micaela, también llamó la atención de los cuatro hombres a los que tocaba guardia esa noche.

  • Hombre, negrita, tú por aquí, qué sorpresa.

Estoy segura que a Micaela le dio un tremendo escalofrío de miedo cuando reconoció a aquellos cuatro. Evidentemente eran los cuatro guardianes a los que ella había desafiado esa misma tarde.

Los guardianes ni siquiera pidieron permiso sino que sacaron a Micaela de la recua y se la llevaron hacia el cepo. Todo el joven cuerpo de Micaela se estremeció al ver el cepo de madera y los látigos y fustas que colgaban de una panoplia.

  • Pero..., pero.., se atrevió a decir ...no es justo, aún no lo habéis echado a suertes.

Los verdugos se mofaron de ella.

  • Es cierto, la esclava tiene razón, a ver saca un número.

  • El 88

Micaela respiró pues su número era el 54

  • Creo que coincide, ¿no?

  • No estoy seguro, como tiene la piel tan oscura no se ve bien, pero estoy casi seguro que es el 88.

  • Pero...no es cierto, mi número....

La joven se dio cuenta de que era inútil protestar y no terminó de hablar sino que bajó la cabeza resignándose a su suerte

Los verdugos sonrieron con lujuria y crueldad completamente entrampados. Los cuatro eran hombretones feos y vulgares de cuarenta o cincuenta tacos y ante ellos estaba esa preciosidad de 19 desnuda e indefensa.

Uno de los verdugos se puso detrás para desatarle las manos mientras otro se pegaba por delante y le acariciaba todo su cuerpo. El hombre intentó besarla en la boca pero ella apartó la cara asqueada.

Micaela era delgada y bajita, tenía unos pechitos pequeños y el trasero redondo y respingón, emparedada por esos gigantones casi parecía una niña. La joven nunca había hecho sado y apenas había tenido relaciones sexuales. Desde luego nunca con hombres blancos.

  • ¿Qué, ....qué me vais a hacer?, dijo ingenuamente.

  • ¿Tú que crees, le dijo uno agarrándole del cabello, atadla.

Entonces esos brutos la empujaron hacia el cepo y ella tuvo que agacharse y posar el cuello y los brazos en los agujeros de la madera. Los verdugos cerraron y aseguraron el cepo y obligándola a abrir las piernas ataron los tobillos a dos anillas del suelo.

Todo esto lo hicieron en presencia de las nuevas esclavas a las que obligaron a ver el edificante espectáculo.

Entonces uno de los guardianes cogió una pala de madera y con toda su mala leche le empezó a dar a Micaela en el trasero.

  • AAAAyyyy

  • Cuenta los golpes, esclava, vamos, dijo uno mientras se preparaba para penetrarla acariciándose el miembro.

  • U....uno...AAAAAAyyyyy.

  • Cuéntalo

  • Dos, no por favor, AAAAyy, tres,.....CUUAAATROOO, basta más no.

A las demás nos obligaron a ver como le daban más de diez golpes en el trasero con la pala. Cuando por fin pararon, la pobre Micaela se puso a llorar desconsoladamente, entonces uno se acercó a su cara y la dio una bofetada.

  • Cállate esclava, no quiero que me manches la polla con tus lágrimas.

Y efectivamente le agarró del pelo y le obligó a chupársela.

En ese mismo momento otro verdugo la empezó a penetrar por detrás de modo que la joven negrita enmudeció. Mientras la follaban por sus dos agujeros un tercer verdugo tuvo la ocurrencia de colocarle dos pinzas en los pezones y colgar de éstas dos pirámides de plomo que oscilaban como péndulos a cada empujón.

Recuerdo que tuve que apartar la mirada, pues mientras la violaban, Micaela me miró avergonzada y humillada de tener aquella polla en la boca.

Por fin permitieron que nos fuéramos de allí y dejáramos a la joven negrita a su suerte. A la mañana siguiente supe que se pasaron toda la noche violándola y azotándola, pero además Micaela fue condenada a ser crucificada al día siguiente,.... por su osadía.

Ahora creo que todo aquello era premeditado para que todas aprendiéramos que cualquier signo de rebeldía por mínimo que fuera sería castigado de forma cruel y desproporcionada.

Los guardianes nos obligaron a abandonar el corredor y nos llevaron hasta una sala algo más amplia. Allí había unas mesas corridas sobre las que había preparado un gran banquete con platos de comida y botellas de vino y otros licores. Evidentemente, aquello no era para nosotras, sino para nuestros guardianes. Nuestra misión consistía en amenizar su fiesta.

Al ver tanta carne fresca, aquellos hombres medio beodos lanzaron gritos de júbilo y se abalanzaron sobre nosotras como unos niños sobre sus regalos de navidad.

Cada uno escogió a la que pudo y se la llevó hacia su sitio.

A mí me atrapó un guardián que no conocía, probablemente no estaba mal pero en aquel momento ni me fijé. Me soltó de la recua por la correa y me obligó a meterme debajo de la mesa de rodillas. Entonces él se sentó y sacó su polla a pocos centímetros de mi cara. Era evidente lo que quería y un escalofrio recorrió mi cuerpo, sin embargo no me resistí, ¿qué otra cosa podía hacer que obedecer?. Sólo era una esclava. Aquella no era la primera vez que hacía una felación, pero sí de aquella manera tan humillante. El caso es que empecé a lamerle su miembro con cuidado y delicadeza y aunque me avergüence decirlo, tengo que confesar que me gustó hacerlo y que voluntariamente quise hacer gozar a aquel desconocido.

En pocos segundos Star y Karen estaban a mi derecha y a mi izquierda respectivamente haciendo lo mismo que yo. Era increíble, todos aquellos hombres completamente vestidos, conversando, comiendo y bebiendo y todas nosotras subiendo y bajando la cabeza lenta y sumisamente. Uno en alto nos advirtió que lo hiciéramos despacio pues si alguno se corría antes de tiempo todas seríamos castigadas.

Es curioso, pero durante la felación, y mientras aquellos hombres comían sentí hambre. De hecho, no había comido nada desde la mañana y aquellos individuos no parecían dispuestos a compartir su comida con nosotras.

Me equivoqué, pues al de un rato y al parecer como recompensa por mi habilidad como mamona, el individuo dejó caer a mi lado una aceituna.

Al principio no me atreví a interrumpir la mamada para cogerla, pero el hombre la acercó hacia mí con la punta de su bota y comprendí que quería que la comiera. Por fin agaché la cabeza hasta el suelo y me la comí agarrándola con mis dientes.

  • Gracias amo, le dije, y sin esperar ninguna orden volví a chuparle la polla agradecida.

Así cené esa noche saboreando alternativamente la comida que me echaba al suelo y el miembro de mi verdugo.

Mientras se la chupaba a aquel hombre me dio por pensar en mi misma y en mi vida. Para una mujer de mi edad era muy difícil destacar en mi trabajo. La competitividad en la redacción siempre había sido feroz. Todo era luchar sin descanso contra los hombres que me rodeaban y siempre me negué a "chupar pollas" para ascender en mi trabajo.

La paradoja es que ahora tenía que chupar una polla para conseguir un mísero trozo de pan. De algún modo ya no tenía que luchar ni resistirme sino sólo entregarme a lo que quisieran hacer conmigo. Entonces me relajé completamente y comprendí que ser esclava también tenía cosas positivas.

Tras un buen rato trabajando el pene, mi amo se corrió en mi boca y me obligó a tragar todo. En principio me dio asco, pero cuando te acostumbras ya no te importa.

Segundos después tenía otra polla entre los labios y después otra y otra más. Los hombres se fueron emborrachando poco a poco y empezaron a follar con las chicas intercambiándoselas entre sí sin ningún recato.

A mí no me follaron allí, sino que tras hacer las cuatro felaciones me cercaron cuatro de aquellos hombres bastante bebidos y decidieron llevarme a otro lugar para "intimar" más conmigo.

  • Vamos a llevarnos a ésta, dijo uno, el director me ha encargado personalmente que la depilemos la entrepierna como se debe.

Yo no me resistí, me pusieron una venda en los ojos y me llevaron lejos de allí. A medida que nos alejábamos el ruido de la "fiesta" cada vez se oía más lejos, me hicieron bajar escaleras y finalmente me introdujeron en una habitación. Una vez allí me desataron las manos, me obligaron a tumbarme sobre un colchón y ataron mis manos a unos barrotes por encima de mi cabeza. Entonces me cogieron de mis tobillos y me obligaron a doblar mi cuerpo hasta atarlos al cabecero de la cama. Suerte que soy bastante flexible, pero a pesar de eso la postura era bastante incómoda y dolorosa.

Al principio me sacudí y protesté, pero en un momento dado dejé de moverme cuando noté que alguien me tocó "ahí". Uno de esos cuatro empezó a acariciar la aureola de mi ano y no tardó mucho en introducirme un dedo por el agujero del culo. Un tremendo escalofrío recorrió todo mi ser. No sólo me iban a depilar sino que me iban a penetrar por detrás.

De hecho, tras afeitarme la entrepierna esos cuatro bestias me sodomizaron por turno. Aún no sé cuál de ellos me desvirgó."

Mientras todas estas cosas ocurrían en los barracones, el Señor Bridges se dirigió a las mazmorras de la Casa Grande. Ya allí se encontró con Julia que llevaba unas bebidas y algo de comida para ella y su esclava Ingrid. La cruel ama no tenía intención de abandonar a su presa ni un minuto. Al cruzarse las miradas Julia le miró fríamente y le saludó, entonces abrió la puerta de la cámara de tortura y el director pudo ver a la joven Danesa atada y estirada sobre una estructura de mecanotubos en forma de cruz de San Andrés.

  • Que te diviertas, le dijo antes de que ella cerrara la puerta y corriera un pasador por dentro.

Hecho esto, el Señor Bridges entró en la otra cámara donde esperaba Sunset y donde se oían los gritos de una mujer en la televisión. El Director miró la pantalla, sonrió a la joven y apagó la televisión.

  • Hola profesora, dijo, traigo tu contrato.

La pobre Sunset empezó a negar con la cabeza llorando de desesperación pues el director llevaba en la otra mano un pequeño transformador con cables y electrodos.

(continuará)