Campo de Concentración para Esclavas (11)

Continua la crucifixión de Yuka pero pronto llegan nuevas esclavas también para ser crucificadas.

Capítulo 11- La "pasión" de Yuka (2)

Eran las once de la mañana y la pobre Yuka llevaba ya cuatro horas crucificada soportando alternativamente brutales tormentos y profundos orgasmos.

Tras la dura flagelación y la picana eléctrica sus verdugos decidieron que había llegado ya el momento de torturarla en los pechos, por lo que Markus empezó colocándole sendas correas de cuero en cada uno. La primera se la ajustó bien a la base del pecho izquierdo, y con ayuda de una hebilla apretó hasta cortar parcialmente la circulación. Para cuando terminó con el segundo pecho el primero tenía ya un color amoratado y estaba hinchado y turgente.

Antes de empezar el tormento, Markus sacó del bolsillo una ballgag pues preveía que la muchacha gritaría desaforadamente e incluso que podría morderse la lengua durante la tortura.

A pesar de que sabía lo que le esperaba, Yuka abrió la boca temblando y Markus la amordazó tras darle un corto beso en los labios.

Cuando se volvió hacia ella con un pinwheel, los pechos de Yuka ya estaban de color azul brillante y los pezones se proyectaban hacia afuera como pitones puntiagudos. Markus fue pasando lentamente el pinwheel por los pechos de la muchacha mientras ésta se retorcía de dolor y placer. Los pinchos de la rueda se hincaban en la carne y dejaban a su paso unas marcas blanquecinas que desaparecían en pocos segundos. Al mismo tiempo, transido de lujuria, el verdugo se puso a lamer el pezón derecho de la chica aprovechando para rozarlo con sus incisivos.

El salvaje verdugo tenía la polla otra vez tiesa y eso que ya le dolía de todas las veces que había eyaculado esa mañana, pero es que esa pequeña japonesa le volvía loco. Mientras le lamía sus tiesos pezones y le pasaba el pinwheel por las ya castigadas tetas una y otra vez, el hombre se imaginaba cómo gritaría esa joven cuando le introdujera las agujas en sus pechos y eso le hizo volver a sacar su miembro y penetrarla con todas sus fuerzas.

Estaba en éstas jugando a placer con su pequeña víctima, cuando Markus oyó algo a su espalda. Eran Harry y David, el marido de Nicole, que traían a otras dos esclavas desnudas y maniatadas para que Markus las crucificara. Al verdugo se le dilataron las pupilas al reconocerlas. Se trataba de Daisy y Micaela, otras dos esclavas recién llegadas al Campo. Las dos jóvenes llegaban temblando pues ya habían visto la crucifixión de 27 el día anterior.

En este caso las dos mujeres no tuvieron que traer el patíbulum a cuestas y ni siquiera recibieron el castigo del látigo para llegar al calvario, por lo que llegaron enteras a su propio suplicio, sin embargo, cuando vieron el estado en el que estaba Yuka, las dos experimentaron un tremendo escalofrío de terror y torcieron el gesto muertas de miedo.

Es evidente que la imagen de la joven crucificada con el cuerpo cosido a latigazos les impresionó, pero no les aterrorizó menos ver la mesa llena del instrumental de tortura y las otras cruces a las que estaban destinadas.

  • ¿Qué me traes aquí?, dijo Markus desentendiéndose de Yuka y acercándose a las jóvenes esclavas. El verdugo ni siquiera se guardó la polla sino que ávido de carne fresca, acarició con ella la cadera de Daisy mientras sus manos se iban directamente a su torso y su trasero.

  • Nos han dicho que tienes que crucificarlas, dijo David.

Al oir eso Daisy empezó a sollozar bajando la cabeza.

  • Piedad, por favor mi amo, dijo con lágrimas en los ojos.

  • No habrá piedad, preciosa, ahora sólo eres una esclava y podemos hacer contigo lo que queramos, le dijo Markus sin dejar de acariciarla e imaginando cómo la iba a torturar.

  • ¿Qué es lo que han hecho?, preguntó Roberto.

  • La negrita se ha atrevido a rebelarse contra sus guardianes y esta otra ha hecho no se qué con un chicle. Lo ha ordenado Julia.

  • ¿Un chicle?, le preguntó Markus extrañado mientras la palmeaba el trasero.

Daisy habló con lágrimas en los ojos.

  • Le desobedecí, me dijo que me metiera en la boca un chicle asqueroso lleno de semen y cuando pensé que no me veía me lo saqué de la boca.

  • Esa Julia sí que es una sádica, rió Markus. Un chicle. Bueno, la causa es lo de menos. Dentro de un rato te crucificaremos preciosidad, pero antes quiero que veas cómo torturo a la chica japonesa en los pechos. Markus dijo eso pellizcando con los dedos los delicados pechos de Daisy y calculando lo que podría hacer con ellos.

La joven latina puso un gesto de desesperación y volvió llorar como una niña.

Entonces Markus arrastró brutalmente a Daisy acercándola a Yuka. Las dos mujeres se miraron a los ojos, pero Daisy apartó la mirada con horror al ver de cerca las marcas del látigo y los pechos azulados de la japonesa.

  • Observa bien lo que le hago a ella pues luego haré lo mismo contigo, le susurró echándole el aliento a pocos milímetros de su cara. Daisy volvió a sollozar.

  • Piedad mi amo, haré lo que quieras, fóllame aquí mismo si quieres, pero no me hagas eso.

Markus se rio con ganas.

  • Vamos, preparad la cruz para ésta la torturaré yo mismo.

  • Espera un poco, antes se me ha ocurrido una cosa divertida, dijo el Electricista cogiendo a Daisy por los brazos y arrebatándosela a Markus. La acercó a pocos centímetros de la cara de Yuka y le dijo delante de ella.

  • Antes de crucificarte vas a hacer que la japonesa se corra. El verdugo se señaló su boca con el dedo. Ya sabes, con tu boquita,.... ¿me has entendido?.

Daisy afirmó muy nerviosa mirando a su verdugo a los ojos como si obedecer la orden le pudiera servir para algo. Entonces el electricista la cogió del cabello y le obligó a que besara a Yuka y le chupara la boca tras quitarle su mordaza. Las dos esclavas tuvieron que besarse, lo hicieron con lengua y disfrutaron del beso mientras se rozaban sus pechos desnudos entre sí. Daisy sentía compasión de los sufrimientos de Yuka pero cuando la besó se dio cuenta de que ella estaba muerta de deseo y eso le excitó. Daisy habría querido ser tan valiente como Yuka, pero la pequeña mejicana tenía pánico al dolor.

  • Así, así, pequeña, vamos, chúpale bien la lengua y ahora las tetas, venga.

El electricista dirigía la cara de Daisy cogiéndola por el cabello y animándola con fuertes cachetes en el culo. Por su parte, Daisy besaba y lamía las tetas de Yuka con toda la pasión y sensualidad que podía. Guiada por la férrea mano de su verdugo, Daisy siguió chupándola y dándole besos y más besos y finalmente se vio obligada a arrodillarse y a meter su rostro en la entrepierna de la muchacha crucificada.

El electricista la trataba brutalmente haciendo frotar su cara contra el coño de Yuka inundado de flujo vaginal y semen. Sólo cuando el hombre se lo permitió y le soltó del pelo, Daisy empezó a hacerle el cunnilingus. Entonces Yuka sintió el experto trabajo de la lengua y labios de su compañera y consiguientemente empezó a suspirar de gusto y respirar agitadamente.

  • Así, sí ...así, suspiró ella retorciéndose de placer.

Daisy le chupó el coño lentamente pasando su lengua por dentro de los labios vaginales de arriba a abajo, poco a poco.

A Markus se le volvió a poner la polla tiesa al ver cómo la joven japonesa gozaba y su cuerpo se estremecía de placer, a David le pasó igual y como tenía a Micaela a mano le dio una bofetada en la cara y le ordenó

  • De rodillas y chúpame la polla, sucia esclava.

David se había metido en su papel de mil amores. Nunca le había sido infiel a Nicole, pero ahora y gracias al sacrificio de ella, tenía la posibilidad de cumplir su sueño de ser un verdugo en "Campo de esclavas" y de tirarse a las mujeres más bellas y solícitas cuando y como quisiera. Fue su propia mujer la que se lo propuso cuando ella descubrió que su marido gozaba intensamente de esos vídeos. Una de dos o Nicole era una sumisa de cuidado o debía querer mucho a su marido. Probablemente era una combinación de ambas cosas, pensó David al tiempo que sentía en su polla las dulces caricias de la lengua de Micaela.

La negrita obedeció sin dudarlo y se puso a hacer la felación como buena sumisa. Al fin y al cabo, David era joven y guapo. La noche en el cepo había sido larga en manos de sus viejos y pervertidos guardianes que se pasaron toda la noche violándola y maltratándola. Pero cuando la noche terminó fue aún peor, pues sin dejarla casi descansar la llevaron a las duchas e inmediatamente llegó la orden de que se la llevaran para crucificarla. Al saber lo que le esperaba, la joven casi se meó encima pero igualmente obedeció y no protestó. Algo similar le pasó a Daisy, Julia había dejado orden de que también se la llevaran, antes de encerrarse en la casa grande con Ingrid, de modo que las dos esclavas coincidieron en su tremendo castigo.

  • Ahhhh, aahhh, Dios, sí

De`pronto Yuka empezó a gritar cuando el orgasmo le llegó por las insistentes lamidas de Daisy. La joven japonesa se corrió otra vez respirando agitadamente y retorciendo su cabeza contra un brazo, mientras Daisy apretaba sus mandíbulas contra su entrepierna sin dejar de masturbarla.

El orgasmo de la joven duró unos interminables segundos en los que Daisy no dejó de lamerle delicadamente el clítoris.

  • Así me gusta, zorra, le dijo el electricista arrastrándola de un brazo y separándola de la entrepierna de Yuka. Y ahora sigue con mi polla. El tío se sacó el pene delante de Daisy y ésta se lo metió inmediatamente en la boca.

Mientras las dos esclavas se la chupaban a sus verdugos arrodilladas y maniatadas, Markus siguió a lo suyo, volvió a amordazar a Yuka y cogió una caja de alfileres y unos alicates de la mesa. Con un gesto entre burlesco y cruel le enseñó los alicates a la japonesa girando la muñeca y abriéndolos bien para que ella pudiera ver los dientes.

Al ver el instrumento de tortura, Yuka apenas pudo aguantar las ganas de orinar pues los esfínteres se le aflojaron de miedo. Sin embargo no se resistió, suspiró profundamente, abrió las piernas y se dispuso a seguir soportando la tortura con el máximo de autocontrol que pudiera.

Nuevamente Markus la penetró sin más ceremonia y al mismo tiempo le cogió el pezón izquierdo con el alicate. Sádicamente, el verdugo se lo fue apretando poco a poco sin dejar de observarla a los ojos y después se lo retorció con saña, primero a la izquierda y luego a la derecha.

Yuka apretó los ojos y los labios y durante unos segundos permaneció muda mientras su rostro se deformaba y le temblaban labios y párpados, sin embargo el dolor se hizo tan insoportable que ella no tardó en gritar.

  • Mmmmm, mmmmm, MMMMMhhhh.

Sonriendo con sadismo, Markus apretó aún más, cogió el alicate con las dos manos y casi le retorció la punta del pecho una vuelta completa sobre sí mismo.

Yuka gritaba cada vez más alto cerrando los ojos y mirando alternativamente a su verdugo implorante.

Mientras se lo retorcía, Markus empezó a follársela lentamente.

Así estuvo una par de minutos arrancando alaridos y lágrimas a su víctima. Para cuando soltó el pezón, éste estaba enrojecido, deformado y palpitaba casi a ojos vista.

  • Ahora el otro, preciosa.

Esto fue demasiado incluso para una masoquista como Yuka, la joven negó llorando, pero la negación se convirtió en un lastimero grito cuando Markus se puso a retorcerle el otro pezón con el mismo sadismo.

Tras dejarle los dos pezones irritados y enrojecidos, Markus se metió el alicate en su bolsillo y sacó la caja de las agujas. Eran agujas normales poco mayor que alfileres, de unos cinco centímetros de largas. Entonces cogió una tras otra y empezó a clavárselas a la chica en los pechos formando círculos fuera de la aureola de los pezones.

Dado que la piel de éstos estaba turgente y estirada, las agujas entraban con total facilidad y a la primera, y el dolor que producían a la joven era relativo

Yuka se quejaba cada vez que le clavaban una de esas agujas a un centímetro de profundidad, sin embargo lo del alicate había sido mucho peor. De todos modos eso sólo era el principio.

  • Trae una vela encendida le dijo Markus a Harry mientras se ponía un guante en la mano derecha.

Cuando el verdugo la tuvo en la mano, esperó a que se licuara un poco de cera y entonces echó un chorro de cera líquida sobre el muslo de la chica y colocó sobre el mismo la vela aguantándola hasta que la cera se secó. Inmediatamente colocó una aguja al fuego de la vela, dando vueltas y pasando la aguja una y otra vez por la llama hasta que el metal se puso de color rojo. Entonces el sádico torturador cogió el pecho izquierdo de Yuka con los dedos y se la clavó justo en el borde de la aureola del pezón. Lógicamente un hilillo de humo ascendió al contacto del metal con la piel y Yuka empezó a dar gritos como una condenada.

Las quejas de la joven fueron tan fuertes que las dos esclavas dejaron de chupar y la miraron sin dar crédito a lo que veían. Daisy se ganó una bofetada de El Electricista por distraerse.

  • No te he dicho que dejes de hacerlo, sigue chupando estúpida.

Segundos después, Markus ya tenía otra aguja al rojo y se la clavó a un centímetro de la anterior. La pobre muchacha volvió a gritar y todo su cuerpo tembló y se agitó golpeándose contra la madera de la cruz. La sensación de la quemadura era momentánea como el contacto de un cigarro encendido, pero muy dolorosa, de modo que la mujer no podía controlar sus reacciones y se agitaba espasmódicamente.

  • Así perra muévete, decía Markus apretando las mandíbulas, pues aún mantenía el pene dentro de Yuka y sus movimientos le producían un gran placer.

El sádico verdugo se pasó más de un cuarto de hora clavando esas pequeñas agujas candentes en las aureolas de los pezones de Yuka entre gritos desesperados y lágrimas. En algún momento, la aguja se desvió unos milímetros hacia el pezón y entonces Yuka gritaba aún más fuerte.

Cuando la joven japonesa tenía dos círculos concéntricos de agujas clavadas en cada pecho, Markus decidió pasar a algo peor.

  • Bien, querida, hasta ahora has aguantado bien, le decía mientras calentaba una nueva aguja sobre la vela, pero veremos si soportas esto sin desmayarte.

Markus volvió a atrapar la punta del pezón izquierdo con el alicate y se lo estiró hacia afuera todo lo que pudo. Entonces con la mano izquierda le fue clavando la aguja por la base del pezón, lenta y sádicamente.

  • MMMMMHHH, MMMMMMHH

La pobre Yuka dirigió su rostro hacia lo alto y puso los ojos en blanco mientras la aguja candente se clavaba despacio en una de las partes más sensibles e irritadas de su cuerpo. Toda ella lloraba y temblaba de dolor agitándose para liberarse de sus ataduras.

Los verdugos veían muy excitados la tortura de la bella japonesa y David ya no pudo más. Micaela llevaba un buen rato mamándole la polla y estaba tan excitado que apartó su cara sólo para dispararle sus estallidos de semen en plena cara.

Las otras dos esclavas estaban conmocionadas por tanta brutalidad. Micaela ni siquiera notó el viscoso líquido que le impactó en pleno rostro, sólo miraba a ese bestia de Markus metido entre las piernas de Yuka y ensañándose con ella que tenía el rostro enrojecido y los tendones del cuello tensos de tanto gritar. Daisy no se atrevió ni tan siquiera a interrumpir la mamada pero no dejaba de llorar y el corazón le palpitaba en el pecho pues no podía dejar de pensar en que ella misma sufriría ese bárbaro tormento en pocos minutos.

  • MMMMMHHHH, Pod fav, MMMMMMHHH.

Otro grito lastimero siguió a la introducción de una nueva aguja en el otro pezón. Yuka sacudía el patíbulum con sus brazos y golpeaba con su cabeza en la madera gritando desaforadamente, pero el suplicio continuó sin pausa y sin piedad, Markus podía ser muy cruel y salvaje cuando se lo proponía.

Por su parte, Roberto también excitado, estaba ansioso de flagelar a las nuevas esclavas y cuando vio cómo David se corría en la cara de Micaela, le arrebató rápidamente a la joven sin siquiera limpiarle la cara. La arrastró hasta el caballete brutalmente y le soltó las manos que ella llevaba atadas a la espalda pero sólo para atárselas por delante y acto seguido la obligó a tumbarse en el suelo. Micaela se dejó hacer sin comprender. Diligentemente Roberto bajó una soga que colgaba del caballete y se la ató a los ganchos de las tobilleras.

  • Eh vosotros, ayudadme a colgar a esta esclava.

Harry le dio un codazo a David que aún se estaba guardando la polla y recuperándose de su orgasmo, y los dos fueron al otro extremo de la soga y tiraron con todas sus fuerzas. El propio Roberto les ayudó y entre los tres ascendieron a Micaela por los pies, hasta que sus manos quedaron a más de un metro de altura. Entonces ataron la soga y la dejaron colgando cabeza abajo.

La joven se quedó sorprendida de la rapidez con la que la suspendieron en el aire y entonces vio cómo los hombres manipulaban una gran bola de hierro conectada a una cadena. Roberto se la ató a Micaela por las muñequeras mientras los otros la mantenían en vilo y cuando ya estaba segura la soltaron poco a poco.

  • AAAyyyy

Micaela lanzó un grito cuando los más de diez kilos de la bola estiraron sus brazos y todo su cuerpo dejándolo estirado en una perfecta vertical.

  • Reza lo que sepas, negrita, oyó la joven que le decía Roberto mientras cogía un largo látigo de una sola cola y se alejaba de ella.

Roberto lo enroscaba mientras miraba fijamente el cuerpo invertido de Micaela y calculaba cómo iba a administrarle el castigo. Desde que había visto desnuda a la joven negrita, Roberto había deseado ardientemente ponerle la mano encima. Seguramente le llamó la atención su redondo y respingón trasero de nalgas tersas y brillantes y quiso comprobar el sonido del látigo chasqueando contra él.

Para flagelar a Micaela, el verdugo escogió un largo "single tail", un látigo difícil de manejar que se enrosca sobre el cuerpo de la víctima y golpea con la punta con una fuerza de mil demonios. Flagelar con semejante instrumento es muy cruel pues puede llegar a despellejar la piel, por eso Roberto no lo usó con toda su fuerza.

No obstante el castigo fue suficiente para que Micaela se arrepintiera de haberse burlado de los guardias al segundo latigazo y de haberse metido a esclava al cuarto o quinto.

El látigo sesgó el aire y se enroscó en torno a las caderas de la chica arañando la ingle con la punta.

-UUUUaaaaa

El alarido de la negra le puso los pelos de punta a Daisy que estaba retrasando todo lo posible la mamada para retrasar también su propia crucifixión.

Roberto tiró del látigo arañando otra vez la piel de la joven que lanzó otro chillido de dolor.

Markus miró hacia atrás complacido de ver el cuerpo de Micaela colgando y oscilando mientras ella recibía otro latigazo y volvía a gritar como una loca. Sólo fue un momento pues estaba muy ocupado clavándole la cuarta aguja candente a través de los turgentes pezones de Yuka.

Los alaridos y lloros de las dos jóvenes una con mordaza y la otra no se confundían con el zumbido del látigo al cortar el aire y sus chasquidos al golpear el cuerpo de Micaela.

  • BAASTAAA, más no...por favor..BAAASTAAAAGG

Micaela pedía piedad a gritos entre lloros y sollozos mientras los latigazos marcaban su trasero, vientre, caderas y piernas tras que el cuero se enroscara en torno a ellos. La mujer oscilaba lentamente como un péndulo y daba vueltas sobre sí misma. Hasta quince latigazos le dio Roberto hasta que los gritos de Micaela empezaron a decaer, signo de que la joven podía perder el conocimiento si seguía flagelándola.

Roberto se acercó sudoroso y satisfecho a ella y Micaela le recibió llorando a moco tendido. Sin más el tío se sacó la polla y le invitó a que se la comiera despacio y con cuidado si no quería volver a probar el látigo.

Mientras la joven le hacía la mamada aún con lágrimas en los ojos y restos de lefa en la cara, Roberto pudo ver con todo cuidado las heridas del látigo. La negra piel de Micaela que brillaba de transpiración estaba surcada ahora de finísimas líneas helicoidales. Roberto seguía con el dedo las mismas deleitándose aún de los gritos y convulsiones de la joven que se la habían puesto dura como una piedra y que ahora se afanaba en chuparle la polla con todo cuidado sólo para no sufrir otra vez el odioso castigo.

Esa chica le había gustado tanto que el sádico verdugo se juró a sí mismo que dejaría unos días para que la muchacha se recuperase pero después se la llevaría otro día a las mazmorras para flagelarla a solas y con más intimidad. Sólo ese pensamiento le hizo crecer aún más su miembro dentro de la boca de la esclava y el hombre terminó eyaculando dentro de ella.

Micaela sintió perfectamente cómo el pastoso semen de Roberto le invadía la boca mientras éste eyaculaba con bruscas sacudidas pero impedía que ella se lo sacara.

  • Trágate todo, zorra, así, ...traga, qué gusto joder.

La pobre Micaela no pudo tragar todo el semen y las gotas que sobraron se le colaron por los labios y le cayeron por los agujeros de la nariz haciéndola toser.

Una vez que Roberto se calmó sacó el miembro de su boca y entonces le tocó su turno a Harry que la volvió a penetrar por la boca casi sin dejarla escupir.

Por su parte Daisy seguía con la felación sin ninguna prisa, pero entonces vio cómo Roberto se aprestaba a ayudar a David para colocar el patíbulo a una cruz que se encontraba enfrente de la de Yuka. Los verdugos la miraron haciendo un gesto con la lengua contra el carrillo como burlándose de ella.

  • Vamos sigue, así, así, decía el Electricista progresando lentamente hacia el orgasmo con la cabeza de la esclava cogida por los pelos. Daisy se la chupaba sin prisa pero sin pausa desde los labios hasta la garganta moviendo la cabeza de atrás y adelante.

  • MMMMMMHHH, MMMMHH

Markus acababa de clavarle otra aguja candente a la japonesa y ésta volvió a quejarse con todas sus fuerzas absolutamente desesperada. Seguramente si no la hubiera atiborrado a estimulantes se habría desmayado hacía rato. De todos modos, e inexplicablemente, a su verdugo le dio la sensación de que la joven volvía a tener otro orgasmo, pues sintió en su pene las convulsiones de su coño contra él.

  • Esta esclava es increíble. Se ha vuelto a correr.

La pobre Yuka llevaba ya tres agujas clavadas en cada pezón. Markus era muy caprichoso y se las había clavado formando dos estrellas de seis cabezas de modo que sus pechos parecían dos puercoespines azulados. Los otros verdugos la miraron, Yuka estaba físicamente agotada, por eso Markus creyó que era mejor dejarla descansar por el momento.

De este modo apagó la vela que aún tenía sobre la pierna y le quitó la mordaza.

  • Por favor, dijo ella suplicando, basta no puedo más.

Por toda respuesta, Markus cogió el biberón y le dio de beber y después le acarició la cara como si se compadeciera de sus sufrimientos

Que Yuka pudiera descansar no significaba que Markus quisiera hacerlo y eso significaba que había llegado el momento de crucificar a Daisy y empezar a jugar con ella. Los verdugos ya habían asegurado el madero horizontal de la cruz y se dirigieron hacia la joven sonriendo como diablos.

  • ¿Tienes para mucho?, la cruz ya está lista, le preguntó Markus al Electricista que aún tenía su pene entre los labios de ella.

  • No, le contestó sacándolo de su boca, lo primero es lo primero.

La pequeña Daisy, viendo lo que se le venía encima, se puso a llorar desconsoladamente pero eso no le libró de la cruz. Los verdugos la obligaron a levantarse y le quitaron tobilleras y muñequeras. La joven siguió llorando, pero no se resistió mientras la ataban pues era completamente inútil.

En unos minutos y con la ayuda de Markus, Daisy estaba crucificada a unos metros delante de Yuka y en la misma postura que ella. Los verdugos la miraron complacidos Daisy tenía un cuerpo muy bonito y proporcionado, y de la manera que la habían crucificado parecía aún más bello. Era evidente que al Electricista le gustaba Daisy pues nada más verla en la cruz con los brazos abiertos y estirados sobre su cabeza, se quitó toda la ropa para follar con ella desnudo. Michel también tenía un buen cuerpo así que en otras circunstancias, hacer el amor con él no hubiera sido ningún sacrificio para ella.

De todos modos, la joven estaba muy nerviosa, casi histérica y no dejaba de llorar, por lo que el verdugo tuvo un gesto humano. Le acarició amorosamente las piernas mientras le besaba en la cara.

  • Vamos deja de llorar y abre las piernas, lo pasaremos bien.

  • No...no dejes que me clave agujas, por favor, tengo los pechos muy sensibles, no lo resistiré.

  • Venga cálmate, le decía acariciándole la mejilla, ya no se puede hacer nada, ahora relájate y disfruta, venga dame un beso.

Daisy se calmó un poco y le besó a Michael, primero un beso corto y luego otro, y finalmente un beso largo y húmedo. La joven cerró los ojos y consiguió abstraerse de la situación, dejándose lamer su propia lengua por la de ese hombre, de este modo dejó de ofrecer resistencia a que él le abriera las piernas y notó el torso desnudo de él acariciando con sus pectorales sus tiernas mamas. Inconscientemente, la chica abrió aún más las piernas cuando percibió la punta del pene de Michel acariciando los labios de la vagina.

Lentamente, el verdugo fue penetrándola. La pequeña mejicana estaba bastante húmeda por la excitación y no ofreció ninguna resistencia a que el pene entrara poco a poco en su coño.

  • Ay,...ay, empezó a suspirar, a medida que el hombre se la follaba. El electricista tenía su polla ya muy sensible y notaba los dos pechos de Daisy cálidos y suaves como el terciopelo aprisionados contra su propio torso.

Los otros verdugos apenas miraron la escena haciendo chanzas entre ellos, y se pusieron a ajustar otro patíbulum a la cruz contigua a la de Daisy.

En pocos minutos prepararon el instrumento de tortura para la negrita y fueron a buscarla.

Micaela pasó delante de Daisy casi sin mirarla mientras ésta brincaba dando grititos a cada empujón del electricista. Cuando se paró delante de su propia cruz le fueron quitando las tobilleras y muñequeras y ella la miró de arriba abajo. De forma inesperada, la visión de la ruda madera le excitó, sobre todo porque aprovechando el agujero del estipe, Roberto le había colocado lo que un verdugo romano hubiera denominado un cornu. Se trataba de un largo falo de metal grueso y curvo con forma de pene, completamente forrado de cuero.

  • Ven muchacha, le dijo Markus, y ayudándola la hizo colocarse a horcajadas con la entrepierna cabalgando sobre la curvatura del falo. Luego le hicieron levantar los brazos y le ataron las muñecas a los extremos del patíbulum. Micaela tenía que mantener los pies de puntillas, pues se encontraba cabalgando sobre el falo cuya punta se encontraba a pocos centímetros por delante de su pelvis.

Markus se llegó con un pequeño bote y derramó un motón de vaselina en la punta del falo. Luego se colocó otro poco en los dedos e introduciéndolos bajo la entrepierna de Micaela se los metió por el agujero del ano para lubricarlo bien.

Una vez hechos los preparativos, Roberto y Markus levantaron a la negrita con las piernas abiertas y dobladas y la fueron empalando poco a poco. En cuanto Micaela notó que el falo entraba por su agujero pequeño empezó a quejarse y gritar de dolor. Sin embargo, la lubricación tuvo su efecto y el falo entró profundamente en su recto, una vez hecho esto dejaron que se empalara ella sóla por su propio peso. Tras esto le ataron los tobillos algo más bajos que sus compañeras para que no pudiera desclavarse.

Evidentemente, cada vez que Micaela se moviera se sodomizaría a sí misma.

En ese momento Harry se acercó a ella y se puso a juguetear con los labios de su vagina y su clítoris. Micaela se corrió en cuestión segundos.

Los verdugos hicieron con las dos nuevas chicas lo mismo que habían hecho con Yuka horas antes. Primero se las follaron por turno y después empezó la tortura. Después de cepillársela cuatro veces Daisy había tenido dos orgasmos con sus verdugos, pero cuando vio cómo Markus y Roberto avivaban las brasas del brasero e introducían unas tenazas, su corazón empezó a palpitar otra vez enloquecido.

  • Tú, el nuevo, enciende una vela y ven aquí, te voy a enseñar algo. Markus dijo esto a David colocándose junto a Daisy y acariciando su cuerpo desnudo.

La joven sudaba con el corazón enloquecido y respiraba agitadamente, pues sabía perfectamente lo que iba a pasar.

  • Observa bien, se nota que esta chica es una esclava novata y lo que le voy a hacer no lo olvidará en la vida. Cada vez que haga el amor se acordará de esto te lo aseguro. Markus cogió tres agujas de cabeza redonda y se las enseñó a David.

  • Mira, sólo le voy a clavar estas tres pero ya verás lo que pasa. Enciende la vela y calienta esta aguja hasta que se ponga roja.

  • Por favor, no, por favor. Daisy balbucía derramando lágrimas a raudales y sin poder apartar la vista de la llama de la vela como si ésta la hipnotizara.

Entre tanto, Markus le pellizcó el pezón izquierdo para que se erizara y se pusiera duro.

Entonces el sádico verdugo cogió la aguja candente y atrapando la punta del pecho con los dedos se la clavó en la cúspide del pezón con la punta hacia dentro.

  • No, no, no, nooOOOOOAAAGGG

La aguja penetró despacio más de tres centímetros en la carne del pecho y Daisy dio con la cabeza en la madera gritando a pleno pulmón.

David estaba superexcitado así que se puso a calentar la segunda aguja sin que Markus se lo dijera.

  • Sádicos, hijosdeputa, ojalá os claven agujas en los cojones. Daisy se puso a insultarles cuando la aguja se enfrió, pero Markus se sonrió y no le hizo ningún caso.

  • Ahora tú, le dijo a David cogiéndole la vela de las manos. Este imitó lo que había visto e ignorando los gritos de desesperación de la mejicana le fue clavando la aguja en el otro pezón también hacia dentro.

  • UUUUUAAAAHH,

Daisy puso los ojos en blanco mientras gritaba con la cabeza dirigida al cielo y un abundante chorro de orina salió de su coño. La joven aún tembló durante unos segundos y luego se puso a llorar inconsolablemente.

  • Por favor.... no lo soporto más por favor, más no.

  • Aún queda una esclava, dijo Markus, ¿adivinas dónde?.

Daisy cayó un momento mirándole con lágrimas en los ojos y de repente un tremendo escalofrío recorrió todo su ser.

  • No, no ahí no, ahí no, se lo suplico, ahí no.

Daisy siguió negando y llorando, pero no hizo fuerza cuando Markus se puso a separar sus piernas y empezó a rebuscar el clítoris de la joven con sus dedos.

Muy excitado y con la polla a reventar, David se puso a calentar la tercera vela.

  • Vamos, vamos muchacha excítate para mí, le dijo Markus masturbándola, quiero ver cómo asoma la cabecita.

Aunque ella no quiso, los dedos del verdugo consiguieron que el clítoris de Daisy se excitara y engrosara. Entonces Markus cogió la aguja y se la clavó atravesándolo de parte a parte.

La pobre Daisy dio un tremendo grito y se desmayó.

Aún pasaron media hora más atormentando a las tres jóvenes, por supuesto Micaela no se libró de la tortura, Roberto y el electricista se ensañaron con ella y empezaron a pasarle unos cepillos de puas afiladas por la cara interior de sus muslos y los costados, después cogieron unas tenazas y se pusieron a cogerle pellizcos por todo el cuerpo y finalmente le introdujeron agujas candentes bajo las uñas de los dedos de los pies y en los pezones. La negrita también perdió la consciencia cuando no pudo más.

A eso de la una del mediodía empezaron a llegar las visitas. Como había ocurrido el día anterior, un grupo de unos quince visitantes estaba recorriendo el campo con un guía y éste les había traído hasta donde estaban las cruces. Esta vez no había candidatas a esclavas, todos los visitantes eran hombres, menos una mujer: Ellen.

Los verdugos, que en ese momento estaban relajados tomando unas cervezas en el suelo los vieron venir de lejos.

  • ¿Quién es esa?, preguntó de repente David, menuda `pinta de puta.

Era cierto, Ellen no pasaba desapercibida, era una mujer de veintimuchos o quizá treinta e iba colgada del brazo de un viejales de más de sesenta. La mujer era de curvas generosas, anchas caderas y tetas potentes y caídas de esas que se derraman hacia los lados. Eso se veía a distancia pues la tía iba con gafas de sol, unos zapatos muy horteras de tacón alto y un vestido de licra negro que apenas le llegaba a la parte superior de los muslos y que dejaba los hombros y la parte de arriba de su torso desnudo. Lo llevaba tan ajustado que al andar se le movían sus pechos y los mofletes de su culo como si fueran grandes globos de agua.

  • Tú lo has dicho es un puta, contestó Markus. Los demás se rieron. El que va con ella es Mister Lee, un amigo del director y además uno de los principales accionistas de este tinglado. Las malas lenguas dicen que la conoció en Rusia y allí se casó con ella.

  • ¿Es su mujer?, menudo putón.

  • Sí, parece ser que cuando la conoció ella se dedicaba a la prostitución y no por necesidad, `pues parece que su familia tenía pasta. Debió pedir una puta en el hotel y vino esa. El caso es que esa mujer es una asidua al "Campo de Esclavas". Su marido la trae aquí cada dos por tres.

  • ¿Para qué?, dijo David.

  • No lo sé, contestó Markus acariciándose la barbilla, pero creo adivinarlo. Esto lo dijo levantándose para aprestarse a recibir a las visitas y los demás verdugos les imitaron.

Cuando las tres esclavas crucificadas vieron venir a los visitantes cruzaron entre sí miradas de angustia.

  • La crucifixión es uno de los castigos más habituales de Campo de Esclavas, dijo el guía como había hecho Julia el día anterior. Precisamente ahora están castigando a tres mujeres. Hola Markus y compañia.

El guía saludó a los verdugos mientras el resto del público se acercaba.

  • Acérquense, acérquense sin miedo, les dijo Markus merece la pena verlo de cerca.

Los visitantes se quedaron anonadados viendo el morboso espectáculo. Ante ellos se encontraban aquellas tres preciosidades desnudas en medio de una tremenda agonía.

Yuka que ya llevaba más de cinco horas crucificada, era incapaz de levantar su cuerpo y colgaba de sus brazos completamente estirados. Su rostro desfigurado por el dolor era una manifestación brutal del sufrimiento que estaba soportando. La joven aún tenía las agujas clavadas en sus pechos, y para que pudiera respirar Markus le había colocado un sedile, bueno, en realidad una cuña de madera entre las piernas con el borde hacia arriba. Podemos imaginar el efecto de semejante objeto sobre la entrepierna de la joven japonesa.

Las otras dos esclavas aún se debatían en sus cruces para poder respirar o para distender sus músculos. Dado que a Daisy también le pusieron un largo cornu en el agujero del culo, ninguna de las dos podía levantarse demasiado de sus piernas y a cada movimiento que hacían se sodomizaban a sí mismas.

Los visitantes estaban impresionados y entre ellos, cómo no, Ellen. Markus no le quitaba los ojos de encima y la estaba desnudando con la mirada. Ella se quitó las gafas de sol y se quedó mirando fijamente a Yuka con la patilla entre los dientes. La mujer estaba visiblemente excitada por lo que veía.

  • Menudas mamadas debes hacer con esa boca de puta, pensó Markus para sí.

En un momento dado Ellen se percató de que ese verdugo asqueroso se la estaba comiendo con los ojos pero no pareció importarle, estaba acostumbrada. En lugar de eso, la mujer dijo algo al oído de su marido señalando con el dedo hacia las cruces, y él contestó que sí. Entonces con todo desparpajo, Ellen se acercó hasta donde estaba Yuka y al pasar por donde estaba Markus, le miró de soslayo sonriéndose. Al moverse con brio y enfundada en ese vestido, Ellen hacía bambolear sus tetas arriba y abajo.

Ellen se quedó parada delante de Yuka, era increíble lo que habían hecho con la joven japonesa, la piel cosida a latigazos y todas esas agujas clavadas en los pechos. Ellen se puso muy cachonda y no pudo evitar acariciarle los muslos.

  • ¿Qué has hecho querida?, ¿Por qué te tratan así?

  • Ella misma lo ha escogido, dijo Markus que se había acercado a ella. Ellen le miró molesta y siguió acariciando las mejillas de la esclava y apartando el pelo mojado de sudor. Yuka la miraba con ojos avergonzados.

  • ¿Es cierto?, ¿Tú querías esto?

  • Sí, contestó Yuka.

Ellen contó las agujas pasando los dedos por ellas, eran más de cuarenta y la joven intentó imaginarse entre escalofríos el sufrimiento que había tenido que soportar.

  • Pues aún falta lo peor, dijo Markus.

Ellen le miró a los ojos sin entender.

  • ¿Ve ese brasero?, luego calentaré cuatro largas agujas de quince centímetros y le clavaré dos en cada pecho atravesándolo de parte a parte. Ellen no pudo por más que llevarse las manos a sus propios pechos mientras notaba cómo se ponía cachonda sólo de pensarlo.

  • ¿Puedo verlo?, dijo Ellen muy excitada.

(continuará)