Campo de batalla

Estaba furiosa. Con Armando, con ella misma y con aquella maldita dinámica de lucha de sexos trasladada al sexo. Cada vez que discutía con su marido, ambos se enzarzaban en una estúpida batalla en la que ninguno estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Surgían los constantes reproches, pasados resentimientos, hirientes ironías... Solo podía ganar uno. No había lugar al dialogo y la comprensión. Y en aquella cruenta guerra, el sexo era una temible arma.

  • Cariño ¿ocurre algo? – preguntó el hombre, viendo una extraña expresión en el rostro de su mujer, quien gesticuló negativamente con la cabeza -¿Y ese?...¿Qué quería?... – insistió mirando la gruesa figura que se alejaba caminando cansinamente por la arena de la playa

  • Ah... ¿ese?... nada, cielo... es tan solo el encargado de las tumbonas

  • ¿No le hemos pagado ya?

  • Si...si... tan solo preguntaba si deseábamos algo más... ¡Uff! ¡Que calor!... – exclamó la mujer cambiando nerviosamente la conversación - ...creo que me voy a dar un baño – afirmó incorporándose para encaminarse hacia el agua.

El hombre la observó con una sonrisa de satisfacción, consciente de que todos los hombres de alrededor también la miraban. Algunos, directamente, otros, de forma disimulada para evitar que sus propias parejas se diesen cuenta. Pero en todos aquellos ojos se leía un lujurioso deseo que, a él, lo colmaba de orgullo. Ni tan siquiera necesitaba ojear el resto de las mujeres allí presentes para estar seguro de que, María era, sin la menor duda, la más espectacular y sexy de todas ellas.

La vio zambullirse en el mar y nadar durante unos minutos. Casi le dio un ataque de risa al percibir el tenso silencio que se produjo cuando ella surgió del agua, dirigiéndose hacia donde él estaba. Creyó que si prestaba la suficiente atención podría oír el acelerado palpitar de todos aquellos envidiosos corazones.

No era para menos. La visión del extraordinario cuerpo de María, apenas cubierto por un minúsculo bikini blanco, destacaba, aún mas, la brillante y morena piel empapada por un millón de salinas gotas de agua. La rubia melena mojada, adherida a unos pétreos y erguidos pechos que parecían querer escaparse del tejido que los enfundaba, a cada paso que daba. Así como aquellas infinitas piernas de carnosos muslos, cuyos felinos andares hacían bambolear voluptuosamente el generoso y respingón trasero; eran motivos mas que suficientes para producir algún que otro infarto.

Y cuando semejante Venus, llegando hasta donde él estaba, tras sentarse en la misma tumbona, le ofreció un húmedo beso, no pudo más que pensar: "¡Joderos imbéciles!¡Esta diosa es solo para mí!" . Pero el beso de María estaba resultando ser muy ardiente, comenzando a ser acompañado por caricias bastante indiscretas.

"¡Te pille! Otra vez vuelvo a ganar" gritó una jubilosa voz en la mente del hombre.

  • Creo que deberías acompañarme al agua y si nos alejamos de toda esta gente lo suficiente... – le susurró ella al oído dejando la frase inacabada, remarcando la sugerencia con un inequívoco guiño y arrebatadora sonrisa.

Era evidente que María estaba excitada y él, loco por complacerla. No obstante respondió:

  • No me apetece cariño... Creo que voy a leer durante un rato.

La apática contestación borró la sonrisa del bello rostro de la mujer, que sin mediar palabra, se retiró a tomar el sol sobre la tumbona continua.

Estaba furiosa. Con Armando, con ella misma y con aquella maldita dinámica de lucha de sexos trasladada al sexo. Cada vez que discutía con su marido, ambos se enzarzaban en una estúpida batalla en la que ninguno estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Surgían los constantes reproches, pasados resentimientos, hirientes ironías... Solo podía ganar uno. No había lugar al dialogo y la comprensión. Y en aquella cruenta guerra, el sexo era una temible arma.

De ahí, que gran parte de su enojo estuviese dirigido hacia sí misma. Ese arma era, por lo general, patrimonio de las mujeres. Todas las que ella conocía la utilizaban con gran sutileza y eficacia. Pero no era su caso. Al menos, no con Armando. A María le traicionaba la líbido. No podía dejar pasar un par de días sin sexo y en aquella ocasión la disputa duraba ya... ¡un par de meses!

No aguantaba más. Se sentía como pensaba debía hacerlo una ninfómana. Últimamente se mataba a pajas. En casa, en el trabajo, en el bar con las amigas, en el cine... daba igual donde estuviese; la mas mínima mirada, el piropo más inocente ó una insinuación en toda regla, por parte de un hombre, la encaminaban al baño más cercano donde se masturbaba frenética y compulsivamente.

Y era por eso que no podía dejar de pensar en lo ocurrido minutos antes, con el viejo de las tumbonas. Se estremeció al recordarlo, rondando en torno ella, como un buitre volando sobre su presa, aprovechando el breve chapuzón de Armando para caer en picado y con inapropiada e incomoda proximidad, tras olfatearla descaradamente, exclamar con aguardentosa voz: "Rubia huelo tus ganas. Te estaré esperando en la choza de las tumbonas. Será el mejor polvo de tu vida" . Tras lo dicho y como si nada, el viejo se levantó y se alejó. A ella la cogió tan desprevenida que cuando Armando estuvo a su lado y comenzó a preguntarle sobre aquel tipo, temió que el rostro la delatara. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para aparentar una normalidad que estaba muy lejos de sentir. Ya que estaba convencida de que el viejo no mentía cuando afirmó que podía "oler sus ganas" .

El baño no consiguió apagar el fuego que ardía en sus entrañas y decidió que era la hora de rendirse. Una vez más, Armando se erguiría en el pedestal del triunfador, ante el cual, ella se humillaría dócil y servilmente. Ese era el plan hasta que él la rechazó.

María miró a su marido con rabia. Esta vez se había pasado. Se incorporó de un salto y atándose un etéreo pareo a la cintura, exclamó secamente:

  • Me voy a dar una vuelta por la playa – Un simple encogimiento de hombros fue la respuesta de Armando.

Maldiciendo la prepotente actitud de su marido, caminó por la arena de la playa. Tan absorta estaba en su enojo que no se percató de la dirección de sus pasos. Al contrario que la mayoría, "su paseo" no transcurría por la orilla del mar, sino que la alejaba de él y de la bulliciosa multitud. Cuando quiso darse cuenta, se sorprendió a sí misma observando a través de la puerta semiabierta de un desvencijado barracón de madera. Un súbito empujón la introdujo en su interior. Y al girarse, asustada, vio al tipo de las tumbonas, cerrando la puerta tras de sí.

  • Has tardado en deshacerte de tu maridito – exclamó el sujeto, acercándose peligrosamente a la boquiabierta joven.

  • Se equivoca, yo no...

  • ¡Ssssh! ¡Déjate de historias guapa! – la interrumpió posando un calloso dedo índice sobre los labios de María – Los dos sabemos a que has venido.

  • ¡Esta usted loco! Si se ha creído que...

Nuevamente fue interrumpida. Pero esta vez, el inimaginable y brutal descaro con que el viejo lo hizo, la pilló totalmente desprevenida. Con insólita rapidez, el hombre le arrancó el pareo con una mano y, casi al unísono, hundió la otra bajo el tejido del pequeño tanga. Paralizada por la sorpresa, la joven sintió un par de dedos deslizarse en el interior de su vagina, cortándole la respiración.

  • ¡Escúchame bien zorrita! – susurró él con frialdad – Tu chorreante coño me revela todo lo que necesito saber. Él me está hablando y... ¿sabes que me está diciendo ahora mismo? ... – sobrecogida, María escuchaba las palabras del hombre, cuyos dedos no dejaban de serpentear en su interior, entrando y saliendo de su sexo con total impunidad, incapaz de moverse, tan solo contemplando con agrandados ojos de estupefacción, el lascivo y feo rostro del hombre - ...Te lo voy a decir...está pidiendo "cómeme... cómeme..." – entonó el viejo con infantil cantinela.

Como una espectadora de una mala película porno, la joven observó al hombre arrodillarse pesadamente ante ella. Con la mano que le quedaba libre, deslizó el tanga hacia abajo, dejándoselo suspendido sobre las rodillas. Y con esa misma y ajena actitud de espectadora se preguntó por qué sus piernas estaban tan separadas entre sí, tensando ridículamente la elástica prenda del bikini. Ahora podía ver su depilado pubis, los abiertos e inflamados labios vaginales por, entre los cuales, un par de sucios y gruesos dedos, desaparecían para volver a asomar con rítmica cadencia, embadurnados con la blanquecina y pringosa humedad de abundantes flujos. Contempló la calva cabezota del hombre avanzando más y más, hasta sumergirse entre sus piernas. Una especie de súbita descarga eléctrica recorrió la columna vertebral de la joven, provocando que su espalda se arqueara con un involuntario temblor. La lengua del viejo era como un chasqueante látigo, azotando el abultado clítoris.

Por primera vez, María tomó conciencia de lo que estaba ocurriendo realmente. Una voz en su cerebro la instaba a huir de allí. Quería hacerle caso, pero su cuerpo no respondía. Nunca antes había experimentado una contradicción tan vívida. Una parte de ella, se avergonzaba de sí misma, sintiéndose humillada y culpable, repugnándole aquel asqueroso ser que osaba mancillar su hermoso cuerpo con la obscena lujuria de viejo verde. No obstante, también existía otra María, oscura y oculta hasta ese momento, que parecía gozar con los sentimientos de su alter ego, excitándole enormemente la idea de entregarse a aquel inmundo personaje, comportándose como la puta que él creía que era. Que alguien semejante la humillara y dominara, resultaba abrumadoramente fascinante y el hecho de engañar por primera vez a Armando, del cual la separaban tan solo unos pocos metros, con un tipo como aquel, era como la guinda de un pastel, al que su necesitada y disparada líbido no se podía resistir.

Pero daba igual, una oleada de intenso placer bañó cada molécula de su ser y la lucha interior en la que se debatía comenzaba a decantarse en una dirección. Espontáneamente, posó ambas manos sobre la cabeza del hombre, acompañándola en su inquisitivo vaivén. Al advertir la sequedad en la garganta se percató que debía llevar unos cuantos minutos gimoteando como una perra en celo. La voraz boca de incansable apéndice y los percutores dedos del viejo, clavándose con mecánica precisión en el supurante sexo, la estaban volviendo loca. No recordaba excitación igual en toda su vida y comenzaba a comprender a esas mujeres que eran capaces de seguir hasta el fin del mundo a hombres que ni las querían ni las respetaban, que tan solo las utilizaban, esclavizándolas con sus más bajos instintos y caprichos. Gracias a ésta revelación, la joven acabó por aceptar completamente la situación. Los dos "yos" que habían estado combatiendo dentro de ella se fusionaron, arrasados por la onda expansiva de una especie de bomba nuclear que explosionó en las entrañas de María.

Con piernas temblorosas y pulmones jadeantes contempló al viejo que se incorporaba ante ella y que acababa de otorgarle el más brutal e indescriptible orgasmo que hubiese podido imaginar jamás.

-...¿Y ahora?... ¿sabes lo que me dice tu coñito?... – preguntó el hombre, clavando sobre los de ella, sus ratoniles ojillos maliciosos - ... me está diciendo... ¡no!... en realidad me esta suplicando... ¡Fóllame!... ¡Fóllame!...

La lasciva contemplación del sujeto la envolvía con una especie de sucia y morbosa segunda piel. Y aunque exhausta por el reciente éxtasis, sabía que él volvía a tener razón. Por eso, sosteniendo la mirada y esbozando una nerviosa sonrisa, se desprendió de la última pieza del bikini, mostrándose completamente desnuda ante el hombre, al mismo tiempo que se atrevió a susurrar con trémula voz:

  • Si... ¡fóllame!... ¡Hazlo!... ¡por favor!...

Había perdido por completo la percepción del tiempo y no le importaba. En realidad, nada le importaba. Todo su mundo se reducía a la polla que la estaba follando y al intenso placer que le producía. Inclinada hacia delante, con los antebrazos apoyados sobre un montón de colchonetas y sus rodillas bien separadas, clavadas sobre la arena del suelo, gozaba como nunca con cada una de las descompasadas y salvajes acometidas del viejo, situado tras ella. Las manos de él, incansables, no dejaban de deslizarse por la temblorosa anatomía de María, engarfiandose sobre los balanceantes pechos, pellizcando y tironeando los acrecentados pezones; deslizándose a través de la arqueada espalda para estrujar los carnosos glúteos, azotándolos con saña ó, volver a ascender, para prender la rubia melena, tensándola como un experto jinete con la brida de su caballería. Y durante todo aquello, el viejo no dejaba de hablarle, jadeante y excitadamente, volcando en los oidos de María obscenas frases que ella no habría tolerado normalmente y, que ahora, sonaban como la mejor de las poesías.

  • Desde el primer momento en que te vi, supe que el cornudo de tu maridito no te daba lo que necesitas... - susurró la aguardentosa voz al oído de la gimiente joven - ...seguro que es un " picha floja " como todos los de su calaña... – María se preguntaba que quería decir el hombre con eso de " los de su calaña ", sorprendiéndose a si misma ante la inusitada atención que prestaba a cada una de las palabras de aquel sujeto -...todos esos engreídos guapitos que miran a los demás por encima del hombro, como si fueran superiores, tan solo por su cara bonita... – explicó el viejo hamaquero como si le hubiera leído el pensamiento - ... y las estúpidas zorritas como tú, os dejáis encandilar por sus brillantes sonrisas de perfectos dientes, creyendo que, por fin, habéis encontrado el príncipe azul de vuestros sueños... – la ronca voz silabeaba ahora cada una de las palabras, mostrando una enorme rabia, que no solo acentuaba léxicamente, sino que también lo hacía físicamente, penetrándola con brutales acometidas que la dejaban sin aliento - ... pero eso tan solo dura un tiempo... hasta que la puta que todas lleváis dentro se aburre, entonces buscáis un macho de verdad, con una polla de verdad, para que os follemos a cuatro patas... ¿No es cierto?... – preguntó el viejo, tomando el vibrante y trémulo graznido de placer de María como una replica - ¿Vas a decirme que en todo el rato que llevo follandote has dejado de intentar evocar otro instante de tu vida en el que hayas sentido un goce semejante al que estás sintiendo ahora?... ¿O de comparar el tamaño de mi polla con la del imbecil con el que estas casada?... ¡Venga!...¡Admítelo!... –rugió al mismo tiempo que propinaba un violento y sonoro azote en el culo de la joven.

María gritó de dolor. Pero, incluso éste, conseguía incrementar su ya inusitada excitación. Aquel viejo cabrón tenía razón. Nunca antes había experimentado un placer tan descomunal... tan salvaje y primario... Y si, la polla de Armando jamás la había rellenado tan " perfectamente ". La joven podía sentir en su dilatada vagina, la firme presión de cada milímetro de " carne " del viejo; así como los latidos de su corazón, a través del laberíntico recamado de inflamadas y palpitantes venas que cubrían el enorme miembro. Era como si el candente y férreo miembro del hombre fuese una especie de vara mágica, capaz de otorgarle aquel deseo con el que siempre había soñado: una enorme felicidad plena de desbordante dicha. Y el propietario de tan maravillosa herramienta se había transformado para ella, en un dios todopoderoso, al que amaba, adoraba y respetaba con beatífico misticismo.

  • ...¡Dilo!...-volvió a insistir el vociferante viejo - ... admite que eres una puta...¡mi puta!...y que desde que te lo propuse en la playa has estado deseando que te follara...

  • ¡Si!...¡si!... – gimoteó María, doblegándose definitivamente ante su amo y señor - ... ¡es cierto!... desde que me dejaste a solas con mi marido he deseado venir y entregarme a ti... necesitaba que me follaras... como tu quisieras...como la puta que quiero ser para ti...- balbuceó la jadeante joven, haciendo una pausa para inflar sus ardientes pulmones de oxigeno y concluir suplicante - ...pero ¡por favor!... ¡sigue follándome! ...

Nunca antes había experimentado una tal sensación de libertad como después de aquella pública declaración de humillación. Era como si, por primera vez, en toda su vida, se sintiera completa, en paz y ocupando el rol y el lugar que le correspondía. La enorme y peluda panza que, sudorosa y fláccidamente reptaba sobre sus glúteos cada vez que la polla la penetraba ya no le producía la inicial sensación de angustiosa repulsión, sus oidos anhelaban las frases de soeces y denigrantes palabras y, su piel, se erizaba gozosamente ante el áspero contacto de las callosas y sucias manos del hombre. Dichosa, pudo apreciar como todo su cuerpo se preparaba para el inminente orgasmo.

  • ¡Joder!... ¡Tio!... No ves que estoy ocupado... Podías llamar antes de entrar...

La joven no entendía lo que pasaba. Tan solo sentía una asoladora decepción ante la inmovilidad de la polla clavada en su chorreante coño. Con bobalicona expresión de estupefacción, miró a su alrededor, como si buscara el éxtasis que le acababan de negar. Los ojos de María se fijaron con extrañeza en la dubitativa figura de un hombre paralizado en el umbral de la puerta semiabierta; el tipo, con la cara encarnada por la vergüenza, balbuceaba unas incomprensibles disculpas.

  • ¡Espera tio!... ¿Qué llevas ahí... colgado al cuello? – espetó la aguardentosa voz del viejo al avergonzado sujeto que comenzaba a retirarse, cerrando la puerta tras de sí.

  • U... una cá...cámara de video... –tartamudeó el aludido, que a pesar de sus esfuerzos, no podía evitar que sus nerviosos ojillos, acabaran una y otra vez en dirección a la desnuda y hermosa joven de pasmada mirada.

  • ¡De puta madre!...¡Pasa!...¡Pasa y cierra la puerta! – exclamó jubilosamente el hamaquero, animando al desconocido con ostentosos gestos de su mano para que se acercara, al mismo tiempo que reiniciaba su pendular balanceo de caderas. El estremecedor y placentero gemido de la joven, provocó en el recién llegado una evidente y delatora erección bajo el holgado bañador que no paso desapercibida al viejo hamaquero - ¿Te gusta esta zorrita?... ¿Está buena?...¿eh?... – preguntó con cómplice y rijosa sonrisa

-Si... si que lo está... – afirmó el otro, animado ante la confiada camaradería de su interlocutor - ... ya me había fijado en ella en la playa, para cabreo de mi mujer... –admitió -... pero no imaginé que podía ser tan... complaciente...

  • ¡No lo sabes tu bien! – rió estruendosamente su nuevo colega - ¡Mira lo cachonda que está! –exclamó orgullosamente, inclinándose ligeramente hacia un lado, al mismo tiempo que apartaba hacia el otro, uno de los carnosos y espectaculares glúteos de la joven, mostrando ante los atónitos ojos del desconocido, el humedecido y dilatado sexo, obturado por su activa y gruesa polla.

No se le escapaba lo surrealista de su situación. Desnuda y a cuatro patas, follada por un viejo que, simultánea y amigablemente, cambiaba impresiones sobre ella con otro tipo, como si para ambos no estuviera presente. Nuevamente, volvía a experimentar aquella especie de disociación; donde su parte más consciente y racional, podría haber interpretado al personaje amordazado y maniatado a una silla, en una película de secuestro. Realmente, para María, allí no había dos desconocidos, sino tres. No lograba reconocerse a sí misma. Aunque experimentaba la sensación de vergüenza por su impúdico exhibicionismo ante el nuevo extraño, ésta quedaba solapada bajo la excitación que, a su vez, le producía, llegando a alcanzar cotas de demencial irracionalidad cuando el hamaquero reveló lo que deseaba del recién llegado.

  • ¡Tío!... Quita la cassette con la grabación de tu familia en la playa y ponle una nueva a ese aparato para grabar como me follo a esta zorra.

  • Esta es la única que tengo... – pareció dudar, pero tras mirar por enésima vez a la excitada y hermosísima joven, explotó jubiloso - ...¡Que le den por el culo a mi familia!

María lo veía girar a su alrededor con la cámara en ristre, relamiéndose constantemente los labios y olvidándose de disimular ya la " tienda de campaña " de su bañador. La excitación del hombre multiplicaba la suya propia y, cuando el hamaquero anunció entre jadeos su inmediata eyaculación, las entrañas de la joven explotaron en el más increíble orgasmo que jamás hubiese podido imaginar. Pudo notar cada uno de los calientes chorros de esperma chocando contra las convulsas paredes vaginales. Gimió y gritó como una posesa, hasta acabar rendida y agotada. Nunca antes se había sentido tan " llena " y realizada... Tan mujer...

Pesadamente, el viejo hamaquero se separo de ella, extrayendo su flaqueante y goteante polla del boqueante sexo de la joven. La inusitada sensación de " abandono " y vacío casi la hizo llorar. Sumida en una advenediza melancolía, María permaneció inmóvil, en esa misma postura, un tanto anura, de los recien nacidos cuando dormitan boca abajo, con los bracitos abiertos y sus manos recogidas hacia su inocente rostro y, sus encogidas piernecillas, como ancas de rana a punto de saltar, dejando su pompis expuesto y altivo.

  • ¡Joder! – exclamó el viejo comenzando a vestirse e ignorándola completamente - ¡He de hacer la ronda por las tumbonas!... ¡Tú!... – añadió dirigiéndose al improvisado cámara - ... graba un primer plano de su coño mientras se escurre toda mi leche...- pidió morbosamente antes de desaparecer aceleradamente hacia la playa.

El otro tipo obedeció. Su corazón palpitaba aceleradamente dentro del pecho mientras contemplaba la pequeña y giratoria pantalla líquida de su aparato, observando el maravilloso primer plano de aquel glorioso coño, del que comenzaba a supurar un blanquecino y espeso riachuelo de esperma. Siguió con el objetivo su descendente camino, enfocando los afluentes que iban embadurnando los carnosos y morenos muslos de la joven. Hasta pasado unos minutos no fue consciente de su situación y cuando se percató la excitación lo enloqueció.

Sin pensarlo, sigilosamente para que la joven no lo advirtiera, se quitó el bañador. Hacía tiempo que no tenía una erección tan ávida, ansiosa y urgente como aquella. Nerviosamente, extendió una mano, tocando tímidamente el fabuloso culo de la joven. Ésta no pareció reaccionar y eso le animó, sobándolo abiertamente, disfrutando de la tersa carnosidad y la suave piel.

  • No te importara si yo... ¡Total! Te lo has hecho con ese tío... – argumentó incongruentemente, posicionándose de rodillas tras la mujer, entre sus abiertas piernas.

Sumida en una exhausta felicidad, en la que quería continuar, María apenas si oyó las palabras del hombre. Su cerebro, embotado de dicha, tardó en encontrarles un significado coherente. Y tan solo lo hizo cuando el desconocido expresó su intención.

  • Mira... tu coño está repleto de leche del hamaquero... Será mejor que te de por el culo...

Aquellas palabras surtieron el mismo efecto que un buen café cargado. La mente de María regresó del onírico éxtasis, pero ya era demasiado tarde y sus lasos músculos no parecían querer responder. Escuchó un desagradable gorjeo nasal y giró el cuello para mirar tras de sí. Vio como la boca del hombre se movía grotescamente, para acabar frunciendo los labios y lanzar, a través de ellos, acompañado de espurreo silbido, un espeso esputo, cuyo destino no alcanzó a ver, pero que pudo sentir, casi admirada por el certero tino. Aprensivas imágenes, en las que, Armando, había intentado penetrarla de igual modo, se amontonaron en su cerebro, evocando el dolor y la frustración en que siempre concluían.

Asustada por el contacto del glande contra el fruncido orificio, hizo un último esfuerzo por incorporarse y huir del desconocido; logrando, tan solo, favorecer las intenciones del libidinoso sujeto. Apenas un pequeño grito quebró su garganta. Aunque algo dolorida, miró hacia atrás asombrada. Por primera vez, una polla permanecía completamente hundida en su culo.

  • Me gustan las putitas decididas como tú, que les gusta clavárselas ellas solas hasta la empuñadura – ronroneó el hombre antes de comenzar un lento y rítmico balanceo de pelvis.

María comprendió que el torpe amago de huida había sido interpretado por su nuevo amante como una especie de codiciosa lubricidad. Pero estaba tan sorprendida por la ausencia de dolor que permaneció en silencio. A pesar del cansancio y la molesta sensación de presión en su ano, continuaba estando excitada, por lo que decidió relajarse y consumar la inesperada experiencia. No supo muy bien como ocurrió, pero la extraña y desagradable fricción inicial se transformó, como por arte de magia, en un increíble e inesperado placer.

  • ¡Shssss...! ¡Calla zorra!.. – siseó el hombre tapando la boca de la joven con una mano - ¿Acaso quieres que se entere toda la gente de la playa?..

Siempre había odiado esas imágenes de sexo en las que, la mujer, no cesaba de gritar como un cerdo en una matanza. Lo consideraba irreal y de mal gusto. Nunca habría imaginado que ella llegara a proceder de tal modo. Y sin embargo, allí estaba. Sorprendida una vez más de sí misma; mordiéndose la lengua para intentar contener el enloquecedor gozo que la desbordaba, al mismo tiempo que agitaba las caderas enfurecidamente, anhelando una mayor profundidad en la siguiente penetración, derritiéndose de dicha cada vez que los balanceantes testículos, golpeaban y se aplastaban contra su abierto y empapado coño.

  • Preciosa, mira aquí... – solicitó la voz del hombre.

Al girar la cabeza vio que él volvía a tener la cámara de video en una mano, mientras con la otra le estrujaba el culo. Estaba grabando como la follaba.

  • Esto servirá para que mis amigos me crean – comentó orgulloso, enfocando el objetivo hacia si mismo, tomando un lento plano descendente, desde su sonriente rostro hasta llegar a la polla, donde se detuvo durante unos minutos para filmar claramente como, ésta, entraba y salía del dilatado orificio anal. Después volvió a enfocar a la joven, haciendo otro lento recorrido por el cuerpo de ella - ¡Cabrones!...¡Observad que pedazo de tía me estoy tirando! – exclamó jocosamente, imaginándose reunido con todos sus amigotes en el bar de la plaza - ¡Ya veis el cuerpazo que tiene la muy puta!...¡Y mirad que tetas! – alabó lúbricamente, estrujando uno de los pechos de María, para después hacerlo botar sobre la palma de su mano como si lo estuviera sopesando ante la atenta mirada de todos sus envidiosos colegas - ...¿Os imagináis haciéndoos una cubana entre ellas?... – bromeó soltando una carcajada.

Era consciente de lo vejatorio de todo aquello. Pero, al igual que le había sucedido con el hamaquero, sabía que cuanto mas la humillara su nuevo amante, mas excitación experimentaría. Y del mismo incomprensible modo que, minutos antes, había deseado ser la eterna puta de aquel vicioso viejo, ahora deseaba ser la de aquel tipo que hablaba para un desconocido publico.

  • ...¡Y lo mejor de todo!...¡Miradle la cara de perra en celo!...¡A ésta guarrona le encanta que le den por el culo!...¡De verdad tíos...no se quien lo está disfrutando más...si yo ó ella! – continuaba narrando el hombre con voz entrecortada y jadeante, sin dejar de follarse aquel culo de ensueño - ...¡Oye!.. –exclamó, dirigiéndose esta vez a la joven - ...A mis amigos les gustaría conocerte...¿por qué no les dices como te llamas?

  • María...

  • María... Eso es... María... – repitió tontamente el hombre, sorprendido por la respuesta. Tan solo había realizado la pregunta de forma retórica, para alimentar su fantasioso juego con los amigos, sin imaginar una docilidad semejante. Pero ahora, quería más... mucho más... La sumisión de ella lo excitaba enormemente – Y di, preciosa...¿Estás casada?... – la joven asintió con un gimoteo placentero. Era evidente que estaba disfrutando de todo aquello - ...¿Y donde está el cornudo de tu maridito ahora?...

  • En... la playa...– respondió jadeante.

  • Si... En la playa... Tan solo a unos pocos metros de nosotros... ¿no es así?... Quiero que mis amigos sepan lo zorra que eres... – la joven asintió con la cabeza -... Y cuéntales... antes de mi...¿a quien te has follado?...

  • Al viejo... de las tumbonas... – admitió con una excitante mezcla de vergüenza y placer

  • ¿Te gustó como te folló?

  • Síii...¡Mucho!...- asintió con un embriagado gritito.

  • Y dime...¿Te gusta como te estoy follando yo?

  • Siii... – volvió a gemir

  • ...Y di... ¿Tu marido te folla el culo como yo?... – esta vez, la joven se mantuvo en silencio y eso, le molestó -...¿Qué pasa?...¿ De repente te has vuelto remilgada?... – protestó enojado - ...Tal vez sea hora de dejarlo aquí... – añadió cesando repentinamente sus embestidas.

  • ¡Nooo!...¡Por favor!... – suplicó con inusitada vehemencia - ...él no... no... me ha follado el culo... – confesó finalmente con un débil hilo de voz.

  • ¿Lo dices en serio?.... ¡Joder! ¡No me lo puedo creer!... – exclamó soltando una risotada - ... ¡Con el pedazo de culo que tienes!... Tu marido tiene que ser un estúpido... ó un moralista reprimido... – se burló - ... ¡Dime!... ¿acaso no lo ha intentado nunca?...

María era consciente de la potencial peligrosidad que suponía aquella videocámara en las manos del desconocido amante, pero su cerebro hacía mucho tiempo que había pasado a un segundo plano, totalmente irrelevante. Como una drogadicta, espoleada por la angustiosa necesidad de un nuevo "éxtasis", estaba dispuesta a decir y hacer todo lo que hiciera falta para conseguir su dosis. Sus entrañas ardían y una loca desesperación se acrecentaba con cada segundo que el latente miembro permanecía inmóvil dentro de su culo.

  • Si... muchas veces... – reconoció la joven, respondiendo directamente a la cámara, dándole a entender así al interlocutor que aceptaba completamente su juego.

  • Entonces...¿qué ocurrió?... – insistió él.

  • Yo siempre me negaba...¡me dolía tanto...! – confesó con vergüenza, provocando un nuevo ataque de hilaridad en el hombre.

  • ...¿Sabes lo que yo pienso?... – preguntó entre risas - ...creo que tu marido no sabe follarte y la prueba de ello es que estás deseando que yo continúe dándote por el culo... pero antes de seguir quiero que me respondas... antes de mí, ¿tu culo era virgen?... – el silencioso asentimiento de la joven, lo inflamó de orgullo, por lo que jubiloso, exclamó - ¡Te lo has ganado! – Y, tras depositar la videocámara sobre una vieja caja, comprobando que el enfoque era el adecuado, el desconocido retomó la postergada actividad. Pero esta vez, de una forma salvaje y descontrolada.

María apenas podía contener los gritos. Nunca nadie, antes, la había follado de aquella manera. La despiadada brutalidad con que aquella polla la atravesaba, se transformaba en un galopante e indescriptible placer. Y cuando los intermitentes, pero abundantes chorros de caliente semen, anegaron su posterior orificio, aulló cual perra; convulsionándose ante el extraordinario y potente orgasmo que asoló todo su ser.

Exánimes, ambos cuerpos se derrumbaron, uno encima del otro. Y, aunque aplastada por el cuerpo de su amante y del asfixiante calor en el interior de la barraca, María se sentía extrañamente cómoda, empapada por el pegajoso sudor de las friccionadas anatomías, sintiendo las latentes palpitaciones del moribundo miembro, aún enterrado profundamente en su dilatado y saciado ano.

Cuado sus sentidos comenzaron a reaccionar, comprobó que estaba sola dentro de la desvencijada choza. Probablemente se había quedado dormida. Incapaz de precisar el tiempo transcurrido, se apuró en volver junto a Armando. Le costó un poco localizar las piezas del bikini, enterradas bajo la arena del suelo de la cabaña, pero una vez sacudido, se lo enfundó y salió rápidamente al exterior, encaminándose hacía la orilla de la playa.

A medio camino, entre ella y la fila de tumbonas en las que estaba su marido, dos figuras cuchicheaban y reían cómplicemente, mientras miraban con intenso interés un metalizado objeto en las manos de uno de ellos. Eran los dos recientes amantes con los que, por primera vez, le había sido doblemente infiel a Armando, al que podía visualizar unos metros más adelante. Al acercarse a los dos hombres corroboró lo que ya imaginaba; lo que ambos contemplaban con tanta atención no era otra cosa que el video grabado por uno de ellos, ese en el que ella era la protagonista principal y con el cual, seguramente, los dos tipos se pajearían en un futuro, evocando ese día de playa en que les tocó la lotería.

Ignorando su presencia, altiva y orgullosa, se dispuso a pasar ante ellos.

  • Se que me recordaras toda tu vida, porque yo soy el que ha sacado la puta que ahora eres.

La frase del viejo hamaquero, apenas susurrada a su paso, la hizo abrir los ojos; tanto en su sentido literal, por lo inesperada, pillándola por sorpresa; como metafóricamente. María se dio cuenta de que la mujer que ahora retornaba junto a Armando era otra persona, totalmente diferente a la que, momentos antes, se había alejado de él, enojada y confusa. Con la vista clavada en su marido, sonrió. Por primera vez, en todo su matrimonio, estaba convencida que ella sería la vencedora en aquella cruenta guerra de dominación establecida entre ambos, con el sexo como campo de batalla. Ahora, por fin, poseía las armas adecuadas y el conocimiento suficiente para utilizarlas. Definitivamente, se había convertido en una mujer completa, sabedora de todo su poder.