Camping

Una joven pareja se encuentra con un maduro y atractivo gigoló en un camping francés. Ella no puede evitar caer en sus manos y él lo ve todo. Aún así ninguno de los dos se atreve a confesarse. Ella se siente mal y él aún se excita recordando el episodio.

Aún hoy no sé cómo debo sentirme respecto a lo que nos pasó este verano de vacaciones por el Pirineo. No sé si debo sentirme celoso o asombrado, furioso o excitado. No sé si debo preocuparme por el cambio que ha supuesto en nuestra relación o alegrarme de ese cambio. Me muevo entre la vergüenza y la excitación de sentirme un poco cornudo. De todas formas, lo mejor será que explique la historia antes de continuar sacando conclusiones.

Anne y yo llegamos al camping de “Les Bulloses” agotados y sudados después de dos días de travesía. Nos dieron la plaza en recepción y entramos al camping. A pesar de ser Julio no estaba ni mucho menos lleno, pero la plaza que nos tocó estaba prácticamente al final del mismo, sobre un pequeño terraplén que daba a uno de los tantos lagos de la zona. Los únicos vecinos estaban tres parcelas más allá. Limpiamos de piedras nuestro pequeño rectángulo de hierba y montamos la tienda. Estábamos agotados después de los 20 kilómetros que nos habíamos metido ese día subiendo y bajando montañas cargados con las mochilas y la tienda que apenas teníamos energías para tensar bien los vientos.

Cuando por fin tuvimos la tienda montada ya había anochecido y decidimos darnos una ducha antes de preparar una sopa para cenar. Cogimos los neceseres y las toallas y arrancamos a caminar hacia la caseta de la duchas. Cuando pasábamos junto la tienda de los vecinos - una de esas modernas canadienses, con falsas ventanas y un porche dos veces más grande que nuestra pequeña tienda de travesía - salió de ella un hombre alto, quizá de metro noventa, pelo cano y gafas de patillas metálicas. Debía tener unos sesenta y pico años pero se le veía ágil y en forma. Iba vestido con unos pantalones cortos azul marino, camisa blanca y chancletas y, igual que nosotros, llevaba el neceser en la mano y la toalla colgada sobre el hombro derecho.

Enseguida se presentó y se puso a hablar con nosotros. Se llamaba Paül y llevaba más de treinta años viniendo de acampada a Les Bulloses. Conocía a todos los habituales por lo que siempre era una alegría dar la bienvenida a gente nueva. Sin comerlo ni beberlo nos vimos con una invitación para cenar con él y su mujer. Intentamos declinar la oferta amablemente alegando que estábamos muy cansados pero respondió que sería aún mejor para nosotros ya que de esa forma no tendríamos que hacer la cena. Además a su mujer, Madelene, le encantaba tener invitados a cenar.

Cuando llegamos a la caseta de las duchas Anne se metió en la de chicas y Paül y yo dimos la vuelta al edificio para entrar en la de chicos. Nuestro nuevo amigo no paraba de hablar: que si de dónde veníamos, que si ya habíamos subido al Carlit, que si él conocía todos los lagos de la zona,... Yo iba respondiendo a las preguntas y metiendo cuñas en su monólogo mientras nos desvestimos. Había cuatro duchas dispuestas dos a dos a ambos lados de un pequeño pasillo. Las duchas estaban separadas por unas maderas pero no tenían puertas. Dejé la toalla en el colgador que había entre la primera y segunda duchas de la derecha y entré en esta última. Abrí la ducha y cerré los ojos mientras el agua caliente me caía sobre la frente.

Entonces oí como se abría otra de las duchas y abrí los ojos para ver a Paül en la ducha de enfrente, de espaldas a mí, regulando los grifos del agua fría y caliente. No es que me dé corte pero no me siento completamente cómodo desnudo delante de otros. A pesar de ese cierto reparo en situaciones como esa me comporto racionalmente y voy a la mía. Pero como Paül continuaba hablando (creo que me estaba recomendado rutas para hacer al día siguiente) no podía evitar mirarle.

Recuerdo asombrarme por lo en forma que parecía estar su cuerpo, fibrado y ligeramente musculado, propio de una persona dada a largas caminatas, y con casi ningún pellejo de piel que por otro lado habría sido normal para la edad que aparentaba. Pero cuando realmente me dejó sorprendido fue al darse la vuelta. Tenía los pectorales marcados, el vientre plano y un par de cuadriceps potentes. Pero lo más impresionante era un pene largo y delgado, con un sobrante de piel en la punta por el que resbalaba el agua de la ducha para formar una pequeña cascada. Inmediatamente aparté la vista ligeramente avergonzado.

Paül continuaba hablando, ahora de sus años de aventuras en la zona. Yo apenas podía disimular que mi vista se iba a su entrepierna irremediablemente. El pene de Paül estaba completamente en reposo y debía colgar 15 centímetros entre sus piernas, cubierto de piel de la que tan solo asomaba la punta del glande. No había visto nunca a nadie con un pene tan largo y estrecho y con un prepucio tan exagerado.

Como viniendo a cuento, el discurso de Paül había derivado hacia las corredurías de sus años mozos en el camping. “Ah”, me decía, “cuando yo tenía tu edad me lo pasaba en grande... ya me entiendes” y me guiñó el ojo. “Francesas, alemanas, suizas,... las he probado de todos los sabores”. Y se puso a reír. Entre sus piernas el pene se balanceaba al ritmo de su carcajada. “Ahora ya no es lo mismo, claro. Uno ya tiene una edad...” Y volvió a reír.

Todo el conjunto me parecía asombroso. Ahí estaba ese hombre que acababa de conocer, desnudo ante mí, reconociéndome sus aventurillas. “¿Y su esposa?” pregunté inocente. Paül me miró poniendo el dedo índice sobre los labios. “Ella no sabe nada, por supuesto” y continuó quitándose el jabón bajo la ducha. “Aunque no creas que a ella no le gusta llamar también un poco la atención” e hizo un gesto con las manos como indicando unos grandes pechos mientras volvía a reír.

“Espero que no te moleste que te diga...” me dijo poniéndose serio mientras nos secábamos con las toallas, “... pero no he podido evitar fijarme en tu novia. ¿O es esposa?”. “Novia”. “Pues eso, así, entre hombres, tengo que decirte que está de muy buen ver...” dijo mientras se secaba el pene. “Y también tiene un buen par de tetas.” Paül sonreía sin dejar de secarse pero yo no sabía muy bien cómo responder. Me resultaba muy raro que ese hombre, que podría ser mi padre, estuviera valorando a Anne de manera tan desvergonzada ante mí. Al girarse hacia mí se dio cuenta de mi estupor y me dijo: “Supongo que no te habré molestado, ¿no? Son cosas de hombres…”. Intenté relajarme y pasar por un verdadero ‘hombre’: “No, no… claro que no!”. Y salí del cubículo de la ducha.

Esperaba que la conversación sobre Anne se quedara ahí pero Paül volvió sobre el tema nada más volver al vestidor. “¿Qué talla de sujetador utiliza?”. Yo, cada vez más incómodo, no sabía como responder ni tampoco la respuesta. “Pues… no lo sé”. Realmente Anne tenía unos pechos grandes y pesados que colgaban ligeramente y destacaban de manera que a mi me parecía terriblemente sexy en su figura delgada. Pero a ella no le gustaba nada mostrar sus pechos y los ocultaba vistiendo siempre ropa neutra y holgada. Jamás le había preguntado los números.

“Pues perdona que te lo diga, pero me parece muy mal… Esas cosas hay que saberlas.” Y se quedó quieto, aún desnudo, mirando al techo de la caseta mientras entornaba los ojos recordando: “Yo diría que una 95… sí, sí, una 95D. Seguro que lleva de esos sujetadores deportivos para poder caminar mejor por la montaña, ¿verdad?”. “Sí, siempre”, respondí sin aún creerme la conversación que estaba teniendo. “Madelene usa una 105C y te aseguro que sus pechos son una gozada…” me dijo guiñándome el ojo.

Salí de la caseta primero. Anne me estaba esperando junto a la salida. Después de la ducha se la veía sonrojada por el sol. Sin poder evitarlo me fijé en sus pechos. Llevaba una camiseta blanca y holgada y era evidente que no se había puesto sostenes, seguramente no había recordado cogerlos antes de venir a las duchas. La redondez de sus pechos ligeramente abiertos se marcaba en la tela de la camiseta y sus pezones, endurecidos por el frescor de la noche, eran claramente visibles. En ese momento oí a Paül detrás mío. “Bueno, parejita…” dijo pasando a nuestro lado, “…¿nos vemos en nuestro porche en 15 minutos?” y empezó a caminar hacia las tiendas no sin antes echarle también un evidente repaso al pecho de Anne.

“Ya le vale la miradita que me ha echado, no?” me dijo cuando Paül se hubo alejado. Yo la miré. “No me extraña, Anne, estás preciosa” dije intentando darle la vuelta a la tortilla. Anne me sonrió y empezamos a caminar hacia la tienda. Iba pensando en lo ridículo de mi incomodidad y lo natural que en realidad debía haber sido toda la situación y sin querer caí de cuatro patas en la trampa: “Además… opina que tienes muy buen tipo”. Ella me miró un poco sorprendida. “¿A sí? ¿Y eso?”. Me di cuenta que ya era tarde. “Esto… sí…eso me ha dicho… y yo estoy de acuerdo, vaya.” “O sea que habéis estado hablando de mi…”. “Un poco” le confesé. “¿Y qué más ha dicho?”. “Bueno,… pues,… que tienes unos pechos bonitos”. Yo seguí caminando hasta que me di cuenta de que Anne ya no estaba a mi lado. Me giré y la vi mirándome con los brazos en jarra. “¿Habéis estado hablando de mis pechos?”.

“Sí, un poco. Pero que conste que ha sido él. ¿Qué podría hacer yo? ¿Cortarle? Si acababa de conocerle...”. “Exacto... y te parece normal que un tío que acabas de conocer se ponga a hablar de los pechos de tu novia?”. Yo empezaba a agobiarme... “Por favor, Anne. Fue solo un comentario.” “Sólo un comentario, solo un comentario... seguro! ¿Qué más ha dicho?” “Nada, solo eso: que tienes los pechos grandes” Ups, en cada paso metía más la pata... “¿Grandes? Pensaba que habías dicho bonitos”.

En fin, solo había una manera de salir de esa: “Está bien. Sacó él el tema, ¿vale? Me estaba explicando sus batallitas con las chicas en todos los años que llevaba en el camping. El tío es un Casanova. Le pregunté si su mujer sabía algo y me dijo que no pero que a ella también le gustaba flirtear mientras hacía un gesto como indicando que tenía unos grandes pechos. Entonces me dijo que los tuyos también eran grandes y me preguntó qué talla de sostén utilizas. Y yo no sabía qué decirle, estaba cohibido, el tío me estaba explicando todo eso desnudo ante mi, con esa cosa colgando, sin ningún pudor, sin correr a vestirse y...”. En fin que lo dejé ir todo.

Anne se había quedado callada mirándome. Se había cruzado de brazos apretándose los pechos, como escondiéndolos. Al final supongo que la curiosidad ganó al enfado: “¿Esa cosa?”. Yo la miré sorprendido. “Sí, bueno, tiene el pene largo y con mucho pellejo”. “¿En eso te fijas cuando estás en la ducha con otros tíos?”. Anne tiene la habilidad de dejarme en evidencia siempre que quiere. Por suerte solo lo hace en privado, pero aún así me da mucha rabia. “Joder, Anne, no me voy fijando en los penes de los demás... pero le tenía justo delante y era muy evidente...” Se me acercó un poco sonriendo: “Vaya, que la tiene grande...”. “Es increíble, ¿te das cuenta? Hace un momento me criticabas que hubiéramos estado hablando de tus tetas y ahora quieres que hablemos de su pene”. Entonces Anne se tiró sobre mi abrazándome y llamándome tonto. Lo cierto es que estas cosas me sacan de quicio porque realmente me siento tonto pero en ese momento tan solo sentí sus pechos apretándose contra mí y la sensación de haberme quitado un peso de encima.

Después de dejar las cosas en la tienda y sin que hiciéramos ningún comentario más fuimos a la tienda de los vecinos. Allí por fin conocimos a Madelene. Era una mujer grande, pelirroja y con un par de pechos escandalosos. Llevaba un vestido de verano de flores con un generoso escote a través del cual mostraba un par de melones comprimidos en un sostén del que se veía el encaje por fuera del vestido. Nos dio la bienvenida con un fuerte acento francés y era evidente que estaba radiante de tener invitados.

La velada resultó mucho más amena de lo que nos esperábamos. La cena estaba deliciosa (una ensalada y una “quiche loraine”) y el vino entraba de maravilla. Paül era todo un showman y no paraba de hacernos reír con batallas de sus años mozos. Copa tras copa se nos hizo de noche y a la luz de una pequeña linterna continuamos explicandonos aventuras. Anne tenía las mejillas evidentemente sonrojadas pero Madelene estaba realmente afectada. No paraba de reír de manera compulsiva por cualquier tontería que decíamos y su risa nos contagiaba a todos. En los momentos más álgidos de su carcajada sus pechos botaban y rebotaban en sus sostenes y yo era incapaz de apartar mis ojos de ellos, que lo cual me gané un par de miradas reprobatorias de Anne.

Pero lo que Anne no controlaba eran sus propios pechos. La noche había empezado a refrescar y la desinhibición provocada por el alcohol también la estaba afectando a ella. Sus pezones y su aureola se marcaban bajo la tela de la camiseta y sus pechos, que si bien no eran tan grandes como los de Madelene quizá destacaban igual en su más pequeña figura, penduleaban libres bajo la misma al son de sus propias carcajadas. De todo ello también parecía muy consciente Paül, que al igual que yo con su mujer, echaba miradas furtivas a mi novia.

En un momento dado de la noche, después de uno de los ataques de risa de Madelene que arrastró a Anne y las dos rieron histéricas, Anne se dio cuenta, quizá por primera vez, de las miradas indiscretas de Paül a su escote. Bajó la mirada y comprobó lo que ya todos habíamos notado sobre lo fresca que estaba la noche... y eso pareció cortarle ligeramente el rollo. A los pocos segundos se levantó de la mesa y se dirigió a nuestra tienda, de donde volvió con un jersey en la mano. Apenas se hubo sentado y empezó a ponerse el jersey Paül nos sorprendió con un comentario completamente inesperado: “Oh, qué pena... esos pechos tan bonitos no merecen estar ocultos”. Anne y yo nos quedamos igual de parados por el comentario pero Madelene lo rió a carcajadas. Creo que a esas alturas de la noche ya lo reía todo.

“Es que... hace un poco de frío, ¿no?” respondió Anne y enseguida Paül repuso “¡Hace un noche perfecta! Y está siendo una velada entretenida y no sin atractivo... Piensa que a mi edad ya pocas cosas me quedan por ver más bonitas que una joven preciosa con una figura atractiva. No deberías sentirte molesta por mostrar unos pechos como los tuyos, ya los quisieran muchas chicas. Te lo digo con conocimiento.” Anne pareció sonrojarse un poco más por encima del color que el vino aportaba a sus mejillas y, sorprendentemente, renunció a ponerse el jersey y lo dejó a su lado en el suelo. Evidentemente, durante unos instantes los tres miramos fijamente sus pechos y pudimos comprobar los efectos de las alabanzas de Paül al físico de Anne. Mi novia, supongo que se sentía azorada y cohibida a la vez viéndose protagonista de nuestras miradas, no sabía muy bien qué hacer con sus brazos y los colocaba ora sobre la mesa, ora a los lados o delante de su pecho, con el resultado de que sus tetas no paraban de moverse y sus pezones cada vez estaban más erectos debido al roce con la tela. Por fin juntó las manos entre sus piernas y sus antebrazos apretaron sus pechos el uno contra el otro atrapando la tela de la camiseta en el canalillo. En ese momento la presión en mis pantalones comenzaba a ser dolorosa y sentí que tenía que desplazar el paquete. Justo en ese momento vi por el rabillo del ojo que Paül también se movía en su asiento y no pude evitar pensar que la causa era la misma que en mi caso.

Cuando el momento hubo pasado y con Anne aún sin saber muy bien qué hacer con las manos o donde mirar, Paül me pidió que le enseñara las manos. Recuerdo que pensé que era otra salida incomprensible de Paül pero al ver que me lo decía en serio las extendí sobre la mesa con las palmas hacia arriba.“Yo tengo la teoría de que el tamaño perfecto de pecho es el que encaja en la copa de la mano” comenzó a decir mientras mostraba sus manos junto a las mías. Mis manos, pequeñas y de dedos ligeramente rollizos, parecían las de un niño al lado de las suyas, de palma más grande y dedos largos y delgados, casi esqueléticos. Los dos miramos los pechos de las respectivas ajenas como para corroborar la teoría, aunque enseguida se me pasó por la cabeza que ni los pechos de Anne cabían en mis manos ni mucho menos los de Madelene en las de Paül, por muy grandes que éstas fueran. “¡Lamentablemente creo que ninguno de los dais la talla!” dijo Madelene y los cuatro reímos con ganas. Entre risas Paül nos hizo callar y le dijo a su mujer que no fuera tan rápido y le diera “al chico” una oportunidad.

No entendí bien qué había querido decir pero parecían expectantes de que hiciera algo. “¡Vamos tonto!” dijo Anne para sacarme de mi ensimismamiento. La miré sin acabar de entender. “Prueba si das la talla...” siguió diciendo a la vez que acercaba el pecho hacia mi. No acababa de creerme lo que me estaba sugiriendo pero tampoco me lo pensé mucho más y puse las palmas de las manos sobre sus pechos y cerré los dedos a su alrededor. La sensación de los pechos de Anne a través de la tela de la camiseta pero libres de sostenes y sus duros pezones contra mis palmas era muy excitante y nuevamente la entrepierna se empezaba a quejar. Miré a Anne a los ojos y ella me miraba a mi. Se la veía sonrojada, quizá también excitada. Nuevamente empanado, fue Paül quien rompió el hechizo. “Vaya, pues parece que las tienes pequeñas, chico”. Sorprendido por la interrupción me fijé de nuevo en mis manos sobre los pechos de Anne y parecía claro que rebosaban por todos lados. Apreté las palmas y los dedos varias veces como con esas bolas antiestrés. El tacto era indescriptiblemente agradable. Pero era evidente que cuanto más apretaba más desbordaban y mis dedos se marcaban en la carne de sus mamas sin llegar a tocar las costillas.

“Eso parece”, tuve que aceptar al final, retirando las manos de los pechos de mi novia, visiblemente ruborizada. “No te preocupes chaval, es sólo una teoría. Además, yo no tengo ninguna posibilidad con los pechos de Madelene”. Y como para ponerlo más en evidencia ésta rió la ocurrencia de su marido haciendo botar sus grandes pechos.

Después la conversación volvió a girar sobre anécdotas de juventud de Paül. Como el vino se acabó Madelene sacó una botella de licor de crema de café y todos empezamos a tirar de ella. Media hora más tarde Madelene el licor había hecho su efecto definitivo y Madelene ya no se aguantaba despierta. Después de dos cabezadas, mientras Paül explicaba su viaje de bodas, decidió que ya estaba bien por esa noche y se disculpó diciendo que se iba a la cama.

Mientras Madelene se metía tambaleándose en la tienda Anne y yo nos miramos y ella me hizo un gesto como diciendo de retirarnos también. Empezamos a despedirnos haciendo el gesto también de levantarnos de la mesa pero Paül nos pidió que esperásemos un poco por que había un favor que quería pedirnos. Evidentemente no tuvimos otra opción esperarnos, en pie junto a la mesa. Dejó pasar unos segundos, no sé si esperando que Madelene se quedase dormida. Entonces empezó a explicarnos que él siempre había sido una persona con preferencia por lo grande y voluptuoso. “Quizá sea por mis propias características físicas, pero siempre he buscado en los otros, sobretodo en las chicas, la voluptuosidad, la generosidad en las carnes. Supongo que Madelene es un buen ejemplo de lo que digo.” Anne y yo asentimos sorprendidos por el tono personal que había tomado Paül, que prácticamente hablaba en un susurro.

“Ahora ya soy mayor y hace tiempo que mis posibilidades con las chicas se acabaron. Pero sigo sintiendo la atracción por esa generosidad que tanto buscaba de joven.” Entonces nos miró a los y mientras nos hacía un gesto con las manos pidiéndonos entre paciencia y perdón continuó diciendo: “Cuando veo a Anne, joven y preciosa, y perdona que diga esto pero, con esos pechos tan grandes y suaves que se adivinan a través de la camiseta, no puedo evitar sentirme como un jovenzuelo de 20 años. De ahí que me hayan vuelto a la memoria todas estas historias de juventud que os he explicado y que tan amablemente habéis soportado...” “Al contrario!” le interrumpió Anne ruborizada y nerviosa por la cita de sus pechos. “Nos lo hemos pasado muy bien con tus historias. Has tenido una vida muy interesante” Paül sonrió a Anne. “Simplemente quería daros las gracias por esta velada. Me habéis alegrado la vista y espero que tarde en olvidarla” dijo mirando fijamente a Anne.

Un poco cortados por la situación, nos disculpamos y agradeciendo nuevamente la cena nos marchamos. Mientras nos dirigíamos hacia nuestra tienda miré hacia atrás y comprobé como Paül nos continuaba mirando. Los dos estábamos bastante tocados por el alcohol y no tardamos en dormirnos. Pero antes de que perdiera del todo las consciencia recuerdo a Anne preguntándome si sus pechos me parecían bonitos. “Mucho”, respondí casi sin vocalizar en absoluto. “Me ha gustado que Paül dijera que le gustan...” y nada más recuerdo...

Al día siguiente amanecí empapado en sudor. Debía ser pronto por la mañana, el sol había salido y daba de pleno en la pequeña tienda que se había convertido en un horno. Comprobé que Anne no estaba a mi lado. Me puse unos pantalones cortos sobre los calzoncillos con los que había dormido y salí al exterior. A los lejos se oía el sonido típico de un camping al despertar (una tetera, unos chavales jugando,...), pero en nuestra esquina todo era calma. Miré alrededor buscando a Anne sin éxito. Entonces noté la presión en mi vejiga. Debía tener litros acumulados después de todo el alcohol de la noche anterior.

Me daba tanta pereza ir hasta los servicios del camping que decidí buscar un lugar apartado para aliviarme. Tras la tienda, marcando el límite de la zona de acampada, crecían unos cañizares a los que me dirigí a mear. Me interné un poco entre la vegetación en dirección al lago pero la presión se estaba convirtiendo en algo tan insoportable que enseguida que vi un buen lugar me bajé los pantalones y los calzoncillos al unísono y apuntando hacia el tronco más próximo empecé a mear con una sensación de placer que tan solo un orgasmo supera.

Entonces, a escasos diez metros de mí, vi a Paül aparecer. Estaba de lado hablando con alguien que debía estar junto a él en el suelo. Apenas llegué a captar algunas palabras que parecían indicar que iba a darse un baño. Pensé en acercarme a saludar pero a mi vejiga aún le quedaban unos cuantos litros por evacuar, así que a penas dí un par de pasos más hacia el lado para tener un poco más de perspectiva. Desde esa nueva posición pude ver que era Anne con quien Paül estaba hablando. Mi novia estaba sentada en la arena mirándole y negando con la cabeza a la vez que sonreía. Llevaba la misma ropa que la noche anterior, con los pantalones azules de deporte y la camiseta holgada.

Paül se quitó el polo y lo dejó en el suelo sobre una toalla. Con el torso al descubierto volvía a hacer un gesto hacia Anne inclinándose un poco hacia ella para que le acompañara al agua pero Anne parecía reticente. Entonces Paül se quitó también los pantalones quedándose completamente desnudo ante ella. La cara de sorpresa de Anne era evidente. A pesar que desde mi punto de vista no era capaz de verlo, recordaba perfectamente el tamaño y la forma del pene de Paül y Anne lo tenía ahora ante sus ojos. Paül apenas le dio unos segundos a Anne y volviendo a decirle que no se lo pensase tanto salió al trote hacia el agua. Los dos le vimos de espaldas entrando en el lago con precaución antes de dar un salto y zambullirse en el agua completamente.

Cuando Paül emergió del agua me oculté instintivamente, no sé por qué. Desde unos diez metros dentro del lago le gritó a Anne que el agua estaba perfecta y que no fuera tonta. Mi novia se puso de pie. Parecía dudar. Paül le hizo un gesto con el brazo para que fuera hacia él. Hizo un par de pasos hasta que sus pies entraron en contacto con el agua. Anne miró hacia la playa en dirección a la zona de camping y de nuevo hacia el agua. Paül había vuelto a sumergirse en el lago y le vio nadar hacia la orilla opuesta. Entonces se decidió. Se quitó la camiseta y el pequeño pantalocito bajo el cual llevaba una pequeña braguita negra que le marcaba los cachetes.

Reconozco que en ese momento sentí un escalofrío de excitación bajando por mi espalda y mi pene, que a pesar de haber acabado de mear aún sostenía en mi mano, dio un respingo y se puso alerta. No puedo decir que Anne fuera vergonzosa pero ya he comentado que no le gustaba demasiado mostrar su cuerpo. Jamás la había visto hacer topless, ni siquiera llevar ropa de alguna manera provocadora. Hasta entonces tan solo sus novios (no, yo no soy el primero) habían podido gozar de su espléndida figura desnuda. Allí estaba, en cambio, prácticamente desnuda y metiéndose en el agua tras un hombre que no hacía ni un día que conocía.

Así que el agua le cubrió por el vientre, se sumergió y empezó a nadar en dirección a la orilla contraria de la pequeña cala donde Paül ya la esperaba sentado en la arena, completamente desnudo y con las piernas abiertas. La orilla contraria estaba a unos 20 metros de distancia y a pesar de que era capaz de distinguir perfectamente los gestos de Paül animando a Anne no podía ver con claridad los detalles o las facciones de su cara. Recordé entonces que habíamos traído unos prismáticos en la mochila y sin pensármelo mucho fui a buscarlos. Casi inmediatamente me arrepentí pero ya estaba a medio camino de la tienda y fui lo más rápido posible. No se qué me pasaba. Si el comportamiento de Anne estaba siendo raro y el mío no menos. De pronto mi novia se comportaba como una exhibicionista y yo como un voyeur. Realmente no podía saber si Anne estaba excitada con la idea de mostrarse ante Paül o estaba siendo arrastrada por la curiosidad de observar de cerca el instrumento que éste gastaba. En este tipo de cábalas estaba yo pensando cuando aterricé (casi literalmente) sobre la loma de la duna que daba acceso a la playa donde aún estaban las ropas de Anne i Paül. Oculto entre los cáñamos miré hacia la playa opuesta y vi que Anne nadaba aún dentro del agua mientras parecía hablar con Paül, que parecía prestar mucha atención a los movimiento de mi novia.

Quité las tapas de los objetivos y me puse los prismáticos en los ojos. Tardé unos instantes en encontrar a Anne y enfocar la imagen. Cuando por fin la encontré tan solo su cabeza sobresalía de la superficie del agua. Dirigí los prismáticos hacia la orilla y encontré a Paül sentado en la arena, con los brazos hacia atrás y las piernas abiertas, las rodillas flexionadas con las palmas de los pies sobre la arena. Nuevamente sentí la punzada en la espalda mezcla de celos y excitación al ver su pene en reposo expuesto sin pudor alguno a las miradas de Anne, largo y cubierto de piel.

Estaba absorto en el pene de Paül cuando algo se interpuso entre medio. Aparté los prismáticos y comprobé que Anne estaba saliendo del agua. Volví a enfocar rápidamente los prismáticos en la figura de Anne. Caminaba poco a poco, intentando no perder el equilibrio sobre el resbaladizo suelo del fondo del lago. Su pelo caía lacio sobre su espalda y regueros de gotas de agua le resbalaban por la piel que brillaba a la luz del sol de la mañana. Debido a la cautela con la que caminaba, su cadera se contoneaba sobre una y otra pierna de manera provocadora, como si desfilara en una pasarela de moda. La pequeña braguita negra perfilaba los cachetes de su culo.

Anne pasó ante Paül y se sentó en la arena a su lado. Enseguida me resultó evidente el efecto de la visión del cuerpo de mi novia en Paül. Su polla mostraba una cierta rigidez y presentaba movimiento propio: un ligero balanceo arriba y abajo fruto del bombear de la sangre en su interior. A la vista de la situación que se planteaba a través de los prismáticos y sin saber si aquello iría a más o simplemente se quedaría en un sugerente baño nudista, mi mente empezó a fantasear y mi propio miembro me llamó la atención bajo la fina tela del boxer que llevaba.

Anne y Paül hablaban de manera animada pero a la distancia a la que me encontraba yo era incapaz de captar siquiera el contexto de la conversación. A la distancia podía ver el cuerpo brillante de Anne expuesto al sol, con sus firmes y grandes pechos colgando ligeramente a ambos lados de un pronunciado canalillo. También podía ver que Paül no desaprovechaba ni una oportunidad de explorar visualmente los encantos que mi novia le ofrecía, pero es que Anne por su lado tampoco parecía desperdiciar oportunidad de echarle ojo al portento que Paül mostraba entre sus piernas.

Los cueros de uno y la otra contrastaban al sol. Uno mayor, con la piel tersa y curtida, apenas más carne de la necesaria excepto por el importante tallo entre las piernas. El pelo cano y pulcramente repartido sobre la cabeza, en el pecho y sobre el pene. El otro joven, blanco, terso y lleno. El pelo moreno de Anne destacaba con la blancura de su piel. Sus pechos amplios estaban coronados por unos pezones pequeños y puntiagudos, apenas un poco más oscuros que la piel. Sus piernas se veían contundentes comparadas con las de Paül, anchas y moldeadas.

Mosqueado por no saber de que hablaban todo el rato planeé acercarme un poco sin ser visto. Vi una posible ruta que bordeaba el agua y conducía a unos matorrales que se encontraban a la derecha de donde ellos se hallaban sentados. Medio a gachas fui caminando parándose de vez en cuando para comprobar que no se movían de sitio y que continuaban charlando. En una de estas paradas vi como Anne se sopesaba los pechos bajo la atenta mirada de Paül e inmediatamente dirigí los prismáticos hacia ellos. Anne parecía seguir los consejos de Paül respecto a algo relacionado con sus pechos. Él hacía un gesto con su mano en el aire ante las tetas de mi novia y ésta lo repetía sobre sus pechos. Al final Paül se puso ligeramente de lado y, después de que ella retirara su mano, posó él la suya sobre el pecho derecho de Anne.

En ese momento me entró una urgencia en el vientre que nada tenía que ver con ir al servicio. Unas cosquillas recorrieron mi espalda y decidí darme prisa en mi aproximación para poder oír de qué iba la conversación. Cuando por fin llegué a los matorrales me acerqué con mucho cuidado de no ser visto ni hacer ruido. Estaba a apenas 5 metros de donde estaban ellos y desde allí podía verles la espalda y el costado derecho. No era una visual muy buena pero podía oír parte de lo que decían.

“Cada mañana durante media hora, así lo hacía Madelene y tuvo los pechos tersos hasta los cincuenta sin usar sujetador.” Al parecer Paül estaba instruyendo a Anne sobre como mantener unos pechos bonitos. “El sujetador encorseta el pecho y lo hace vago. Mientras llevas sujetador el pecho está bonito y en su sitio, en cuanto te lo quitas se cae. Cuanto antes te acostumbres a no llevar y ejercites el pecho como te digo mejor.” Anne seguía con atención las explicaciones de Paül. No podía verla por delante pero por la postura de sus brazos deduje que estaba “practicando” los ejercicios que éste le había enseñado.

“La gente no es consciente de la importancia que tiene cuidar el propio cuerpo”continuó Paül.”¡Te tiene que durar toda la vida! Mirame a mí. Tengo 63 años. ¿A que no los aparento?” Y diciendo esto se puso en pie ante Anne que por un momento pareció no saber dónde mirar. “Mira” repitió mostrando su cuerpo desnudo. El agua del chapuzón ya se había secado y su piel brillaba con una ligera suntuosidad. Su postura mostraba a la perfección sus músculos fibrados bajo la piel, pero sobretodo hacía destacar su miembro pendulante. El movimiento del pene de Paül pareció hipnotizar a Anne que lo miraba fijamente. Estaban separados por menos de un metro de distancia y los tres fuimos testigos del efecto de la mirada penetrante de mi novia en el pene de Paül, que poco a poco, en cada balanceo, parecía acortar la distancia entre los dos.

“No me molesta que la gente se fije en mi pene” dijo de pronto Paül. “Forma parte de mi cuerpo y lo he cuidado como mejor he sabido. Me ha dado muchas alegrías a lo largo de la vida” Mientras hablaba se cogió la base de la polla con la mano, sacudiéndola ligeramente. “Ahora ya no tengo tanto éxito pero ella sigue en plena forma...ya verás... cógela.”Anne le miró a la cara espantada y yo me quedé estupefacto. “Venga mujer, no tendrás vergüenza ahora. Me harías un gran favor.” Anne no abrió la boca. Le miraba intermitentemente al pene y los ojos. Al fin levantó a cámara lenta el brazo derecho hasta posar su mano sobre el miembro de Paül.

“Eso es. Muy bien. ¿Ves? Duro y largo. ¿Notas la sangre correr por su interior, verdad?” - Anne asintió con la cabeza y bajó los ojos. - “No te avergüences, es culpa tuya. Hacía mucho tiempo que no estaba con una chica tan hermosa y sensual.”- Anne mantenía la presa sobre el miembro de Paül mientras éste sonreía. - “Acompáñame, “- le dijo - “pero no te sueltes!”- Como si de un juego se tratara Anne trató de ponerse en pie sin dejar ir el pene de Paül e intentando también no tirar demasiado de él para no hacerle daño. Los pechos de mi novia se balancearon debido al impulso del gesto de levantarse.

“Sígueme” - Repitió y empezó a andar en mi dirección. Por un momento creí que me había descubierto pero en el último momento se desvió bordeando el matorral y pasando a dos metros escasos de donde me encontraba. Junto a él Anne mantenía la mano sobre el pene de Paül mientras parecía preguntarse a dónde iban. Cuando me pareció prudente salí de mi escondite y les seguí intentando no hacer ruido ni descubrirme. Al poco de andar les vi parándose en un pequeño descampado de césped entre los árboles. Atravesado en el descampado había un tronco caído al que le había saltado la corteza dejando a la vista la madera.

Paül se puso frente a Anne, que aún le cogía el pene con la mano, como si fuera suyo. Él, a su vez, empezó a manosear sus pechos, los apretó, los aplastó, repasó todo el contorno con las manos e incluso le pellizcó ambos pezones. Para mi sorpresa, Anne no solo le permitió hacerle todo eso sino que por su parte comenzó a mover la mano arriba y abajo de su pene, masturbándolo. Para cualquiera eso era un consentimiento tácito y así lo entendió también Paül.

Lo que siguió a continuación solo lo había visto antes en una película porno. Ambos se dedicaron en cuerpo y alma a disfrutar recíprocamente de sus cuerpos. Sin pudor y sin ningún reparo. Paül tendió a Anne en el césped y se inclinó sobre ella. Instintivamente ella abrió las piernas esperando que él la entrase pero era muy pronto. Paül empezó a morderle los pezones y devorarle los pechos, ayudándose con las manos para hundir la cara entre ellos. El rabo de Paül le rozaba continuamente la pelvis y Anne echó la cabeza para atrás excitada. Al cabo de unos instantes, con los pechos de Anne cubiertos de saliva Paül se enderezó un poco y avanzó las rodillas hasta colocarlas a ambos lados de Anne y entonces aplastó con fuerza los pechos el uno contra el otro y con movimiento de la pelvis introdujo su pene entre ambos! Anne pareció tan sorprendida como yo pero enseguida que Paül empezó a follarle las tetas incorporó un poco la cabeza y permitió que su polla penetrase también entre sus labios.

Anne estaba haciéndole una cubana y una felación todo al mismo tiempo. El largo pene de Paül penetraba sin esfuerzo el canalillo de mi novia y se introducía varios centímetros en su boca con cada movimiento de pelvis de éste. Anne apartó las manos de Paül que aún comprimían sus pechos y tomó ella el relevo, moviéndolos arriba y abajo al ritmo de los envites de Paül a la vez que levantaba la pelvis para que éste se desplazase más hacia delante. El resultado era que el pene de Paül, a la vez que penetraba más profundamente en la boca de mi novia, sufría también un rozamiento mayor.

Enseguida Paül empezó a dar signos evidentes de máxima excitación. Conminaba a Anne a continuar con el movimiento de sus pechos y embestía con mayor fuerza. Al poco empezó a emitir un gemido gutural y, sin parar de follarle las tetas, empezó a escupir un blanco esperma por la punta del cipote. La primera oleada entró como un cañonazo en la boca de Anne y debió ir directamente a su garganta ya que vi claramente como tragaba. Sin darle más tiempo recibió la segunda que golpeó con fuerza su nariz. Instintivamente retiró la cabeza hacia un lado y la tercera y cuarta oleadas cayeron en su pelo y su cuello. Paül continuaba follándole los pechos y poco a poco un charco empezó a formarse en la hendidura de su cuello a medida que más y más semen salía de su pene.

Cuando por fin finalizó su orgasmo se puso en pié y Anne aprovechó para incorporarse ligeramente provocando que el esperma de Paül resbalase por sobre sus pechos y entre su canalillo hasta formar regueros blancos que acababan en su ombligo. Anne no parecía importarle demasiado esto preocupada como estaba de limpiarse el pelo y la nariz para eliminar los restos de lefa que se habían introducido en ella.

“Ha sido impresionante, Anne,” - dijo Paül - “hacía mucho tiempo que una mujer no me ponía tan caliente” - Anne sonreía entre dientes, no demasiado contenta del resultado hasta el momento - “Permíteme que ahora haga yo algo por ti.” - Y se volvió a inclinar sobre ella, alargando las manos hacia su cintura. Tiró del elástico del tanga y lo deslizó por las piernas abajo. Anne se dejó hacer, levantando incluso un poco el culo para que la braguita pasase por debajo de su cuerpo. Una vez se la hubo quitado la dejó cuidadosamente a un lado y se arrodilló entre sus piernas.

Al contacto de la lengua de Paül con su sexo Anne se tensionó y volvió a tumbarse sobre el césped tirando la cabeza hacia atrás y abriendo más las piernas para permitir que él accediera mejor. Paül entonces comenzó a trabajarse el coño de Anne a base de lengüetazos, sorbos y mordiscos, introduciendo la parte carnosa de su sexo en la boca y sorbiendo con avidez sus fluidos. Anne comenzó a gemir y morderse los labios de placer. Después comenzó a hundir rítmicamente la cara en su sexo a la vez que la follaba con la lengua. Al mismo tiempo la agarró de los glúteos separándole el culo e introdujo el dedo gordo de la mano en su ano. En ese momento Anne parecía poseída. Sus jadeos se hicieron más continuos y movía las caderas sin parar. Arqueó la espalda y se corrió con una intensidad que yo nunca le había notado. Un rayo recorrió su cuerpo y salió por su boca en forma de ronco grito de placer. Paül no dejó en ningún momento de lamer y chupar su sexo provocando que Anne sufriera espasmos como latigazos debidos a la tensión sexual que recorría su cuerpo.

Anne aún estaba en plena corrida cuando Paül se incorporó y le endiñó su herramienta, nuevamente dura y larga. Su pene entró a la primera en la dilatada y húmeda vagina de Anne que lo recibió con los últimos espasmos de su orgasmo. Enseguida empezó a follarla a un ritmo frenético. Los jadeos anteriores al orgasmo eran ahora gemidos y gritos de sorpresa y placer. El pene de Paül debía estar golpeando y penetrando su útero en cada embestida. Anne había perdido completamente el control y se movía al compás de la tremenda follada a la que estaba siendo sometida. Sobre su pecho brillaban al sol los restos de semen mezclados con su sudor. Era increíble como ese hombre aguantó durante varios minutos un ritmo que debía estar sacando humo del coño de Anne.

Al final paró y sin sacar la polla de dentro hizo girar a Anne poniéndola en la postura del perro. Así continuó follándola algunos minutos más al mismo ritmo. Desde mi posición podía ver los grandes pechos de Anne botando libres y pesados con cada golpe de las caderas de Paül. Entonces Paül volvió a cambiar de postura incorporándose sobre sus pies y poniendo la punta de la polla contra el ano de mi novia. Anne dudó lo justo para permitir que Paül forzara la entrada de su culo con una pequeña presión y empezara a follarla también por ese agujero. En un primer momento Anne echó las manos atrás intentando separarle pero en cuanto Paül volvió a imponer su ritmo ella tuvo que apoyar de nuevo las manos en el suelo. Separó entonces más las piernas a la vez que él le separaba los glúteos hasta que toda la polla de Paül desaparecía en el culo de mi novia en cada embestida. Por debajo de los jadeos de ambos se podía distinguir el sonido inequívoco de sus pelotas golpeando su coño.

Paül estaba sodomizando a Anne sin freno. Anne intentaba masturbarse con la mano pero el ritmo y la profundidad de sus acometidas apenas le permitían mantener el equilibrio. Entonces Paül suavizó un poco y sus penetraciones se hicieron más hondas y lentas a la vez que tiraba la cabeza hacia atrás. Entendí que estaba a punto de correrse. Justo en el momento en que debió empezar a descargar su semilla en el intestino de Anne, ésta tuvo un nuevo y sonoro orgasmo. Un gemido profundo salió de su boca y sus brazos le fallaron. Con la cara contra el suelo y los ojos cerrados estiró la mano hacia su entrepierna y empezó a tocarse de nuevo, perpetuando su orgasmo a la vez que Paül continuaba con la polla hundida depositando su esperma en su culo.

Estuvieron así corriéndose ambos unos largos segundos hasta que él consiguió sacar el pene de su interior. Un borbotón de esperma empezó entonces a salir del culo de Anne resbalando por sus labios y manchando el vello de su sexo y sus dedos, aún apoyados sobre su clítoris. Anne cayó de lado sobre la hierba y se colocó en posición fetal. Paül estaba en pie a su lado, con las manos apoyadas en las rodillas intentando recuperar el resuello.

Al cabo de unos minutos los dos estaban recuperados y en pie. Anne se había puesto las braguitas intentando no perder el equilibrio en medio de unas posturas bastante ortopédicas. Se la notaba afectada y avergonzada. Apenas levantó la mirada cuando le pidió a Paül que volviera él solo, que ella esperaría unos minutos. En cuanto se hubo ido Paül, Anne se sentó sobre el tronco pelado del árbol y hundió la cara en las manos. La oí sollozar unos segundos pero no me atreví a salir de mi escondite. Al poco rato pareció recuperarse, levantó la cabeza y se secó las mejillas de lágrimas.

En ese momento, aún sabiendo que ella estaba sufriendo, lo que yo sentía no era ira, venganza o celos, sino más bien una excitación sexual desconocida. Su desenfrenada sesión de sexo me había puesto a cien, como una película porno realmente caliente y con mi novia de protagonista. En ese momento, viéndola sola en medio del claro del bosque, casi desnuda, con los rayos de sol iluminando su pecho aún cubierto por el reseco esperma de Paül, mi pene estaba duro como nunca lo había visto. Cuando Anne se levantó y se marchó, yo me masturbé rememorando todo el episodio.

Media hora más tarde volví a la tienda con la excusa de haber ido a dar una vuelta. Ella por su parte me dijo que había estado nadando en el río. Todo el día estuvo muy seca. Yo intentaba echarle mano porque estaba sediento de su carne pero ella me rechazó una y otra vez. Entrada la tarde, y un poco impulsado por el morbo de ver juntos a Paül y Anne, le propuse que cenáramos de nuevo con ellos. Entonces ella dijo encontrarse mal y me pidió que nos marcháramos del camping y fuéramos a coger el autobús a Mont Louise para volver a casa.

Desde esas vacaciones nuestra relación ha cambiado. Creo que Anne se siente profundamente culpable por lo que pasó pero no es capaz de purgar su culpa, de explicármelo. Por mi parte no sabría cómo explicarle que lo vi todo, que me masturbé recordando la polla de Paül escupiendo latigazos de semen en su cara, que aún me masturbo con la imagen de su largo miembro hundido en su culo. Pero no todo es excitación, cada vez que hacemos el amor comparo los ligeros gemidos que arranco de Anne con los gritos de placer que dió en aquel claro del bosque. Cada vez que hundo mi pene en su coño sé que nunca llegaré tan adentro como él. Pero lo que quizá me preocupa más es que cada vez que le propongo hacer alguna de las cosas que les vi hacer aquella mañana Anne se niega en redondo y pone cara de asqueada. Vivo por tanto una relación sexual basada en la postura del misionero con una mujer a la que he visto comportarse como una actriz porno.

Creo que ninguno de los dos se atreverá nunca a explicar lo que ocurrió esa mañana. Poco a poco los demás aspectos de la convivencia se han ido enfriando. Los dos estamos atados, pero eso es algo que solo yo se y esta diferencia se convierte en cobardía, lo cual me hace sentir aún peor. Ahora soy consciente que más pronto que tarde ésto acabará con nuestra relación.

Fin