Campamentos frente a frente

La historia de dos hermanos que se buscan la vida para pasar un buen rato con unas chicas del campamento de enfrente.

Campamentos frente a frente.

Acababan de llegar de la ciudad. Algunos de aquellos chicos no habían visto el bosque en su vida, y menos un lago tan largo como aquel que se les presentaba delante de sus ojos. Mirando hacia la puesta de sol, podían divisar al otro lado del lago unas casetas como las de ellos. Madera de pino que formaban unas casas preciosas en concordancia con el medio que las rodeaba. El sol caía y sus dos monitores les obligaban a ir en dirección a la casa más grande el campamento, donde se encontraban las habitaciones de éstos, una enfermería, la cocina y un gran comedor para albergar a los 50 chicos que estaban inscritos en aquel campamento de verano.

Pero lo que Luis y Pablo, hermanos por parte de padre y que vivían junto a él en la ciudad, no sabían, era que se trataba de un campamento solo de chicos. Notaron como al subir al autobús en su lugar de partida, solo encontraron chicos por todas partes, nada del rastro de mujeres que pudiesen darles algo de diversión.

Los dos hermanos se sentían felices por ser unos grandes conquistadores. Luis, de 17 años, y Pablo, de 16, habían vivido siempre juntos, desde que la madre del primero muriese al darle a luz y el padre de ambos se casase con la madre de Luis, fruto de su amor. Tanto Luis como Pablo habían sido reconocidos triunfadores entre las chicas de su instituto. De un parecido físico increíble, ambos hermanos habían adquiridos los rasgos de su padre. Morenos, con ojos verdosos y bastantes desarrollados para su edad, los hermanos Fernández podían elegir a sus chicas, pues siempre encontraban unas cuantas dispuestas para salir con ellos. Siempre lograron llevarse de maravilla. Dado que su diferencia de edad no era grande, nunca tuvieron problemas para contarse sus problemas y sus hazañas. Parecían gemelos, aunque todo el mundo sabía que no lo eran. Ambos habían sido ya instruidos en el arte del sexo, sobre todo, cuando, un día, su padre, los había llevado a un club de putas y les había pagado bien por sus servicios para que desvirgaran a sus hijos, que, lejos de avergonzarse, se envalentonaron y cumplieron como hombres ante las expertas mujeres del club. Luego les fue más fácil empezar a mantener relaciones sexuales con chicas de su edad, sobre todo, en el instituto, donde las hormonas siempre estaban alteradas tanto en los chicos como en las chicas, o en las discotecas que frecuentaban con sus amigos.

Se habían apuntado al campamento por orden de su padre, que debía trabajar todo el verano en la oficina y no podría sacarlos de vacaciones este año. Ellos no estaban muy de acuerdo con la propuesta inicial de su padre, pero poco a poco, advirtieron que era la única forma de salir de la ciudad por lo menos, unas semanas.

Sentados en su mesa, rodeados de colegas de su clase que se habían apuntado al campamento por parecidas razones, cenaron el guiso de pescado que les fue ofertado por las únicas mujeres que conocían por aquellos alrededores: las cocineras.

Al acabar la cena, y sin poder levantarse hasta que el monitor jefe lo indicara, esperaron hablando de lo mal que lo pasarían sin poder contar con alguna chica cerca en las 3 semanas de campamento que les esperaban.

Antes de partir hacia su cabaña, el monitor jefe les dio la que sería la mejor noticia que se podría esperar en un campamento de pollas. Justo en frente, en las cabañas de madera que pudieron percibir a su llegada al campamento, se alojaban un grupo de chicas, siendo esa la versión femenina del campamento, separado por razones de sexo y a la postre, por ver quién sería mejor campista, si las mujeres o los hombres. Al día siguiente, por la noche, tendría lugar allí un baile de bienvenida organizado por las chicas, al que asistirían todos los del campamento masculino.

Los rostros de los dos hermanos quedaron sumergidos en una alegría inimaginable, mirándose fijamente a los ojos y con sonrisas pícaras en sus labios, diciéndose todo con la mirada.

Casi no se duermen esa noche pensando en lo que podría pasar al día siguiente, al igual que pasó con casi todos sus compañeros de cabaña, 3 chicos más de su instituto, que parecían ansiosos por descargar sus hormonas.

El día amaneció con un toque de corneta o algo parecido que despertó a los campistas. Los muchachos se preparaban en el pequeño baño del que constaba cada cabaña. Les esperaba un día de esos de muchos deportes de aventuras.

Comenzaron con senderismo después de un breve desayuno. Caminaron unos cuantos kilómetros adentrándose en el bosque. Regresaron a la hora de la comida exhaustos de tanto caminar y del sol que apretaba desde el cielo sobre sus cabezas. Después de comer, tendrían una hora para una pequeña siesta y regresarían al lago, para hacer esquí náutico unos, y vela otros. Pero los nervios comenzaban a apoderarse de los dos hermanos.

Luis y Pablo no cabían en su gozo por la fiesta que se les presentaba en unas horas. Ya tenían su ropa preparada desde que terminaron de comer y tuvieron un poco de tiempo libre para hacerlo.

Llegaba la hora. Los chavales del campamento masculino se afeitan, se perfumaban y se vestían, para volver a perfumarse de nuevo, y llegar oliendo bastante bien, como intentando atraer a una presa entre sus brazos con el olor de su cuerpo.

Pasaron de 10 en 10 hasta la otra orilla del lago en una lancha que había las veces de barco transportista. Esperaban a que cruzaran todos para encaminarse hasta el lugar de la fiesta. No se veían ninguna mujer ni se oían nada desde su posición en el embarcadero. Cuando estuvieron todos, guiados por sus monitores, encaminaron la marcha hacia un recinto idéntico al suyo donde comían. Al abrir la puerta, comenzó a sonar la música. El mismo número de chicas que de chicos se reunirían allí dentro. Las chicas, sentadas o de pie al fondo de la gran sala, esperaban nerviosas que llegasen los muchachos para interrogarlos con sus miradas. Encabezando el ejército masculino, tras los monitores, entraron los hermanos Fernández. Querían ser los primeros en divisar a las chicas que allí los esperaban. Entraron todos. El ambiente parecía tenso, pues no se sabía cómo cortar la pared de aire que los separaban. Los monitores del grupo masculino se adelantaron saludando con efusivos besos a las monitoras femeninas de las chicas.

Pablo, más decidido que su hermano y que el resto de muchachos, se encaminó hacia la mitad de la pista de baile. Allí observó detenidamente a las chicas que parecían apretujarse contra la pared del fondo de la sala. Vio la que buscaba, y se acercó a una de las chicas. Melena suelta muy rubia, ojos negros muy profundos y curvas que empezaban a aflorar en su figura, tapadas con un vestido de tirantes muy elegante por encima de las rodillas de color azul celeste. Ofreciéndole su mano, ésta aceptó tímidamente su invitación para acompañarlo a bailar.

Mientras, los demás chicos, encabezados por Luis, el mayor de los hermanos, se acercaban tímidamente buscando su presa. Luis le pidió bailar a una chica alta como él, bastante rubia, ojos negros y curvas que empezaban a aflorar en su figura, con un vestido parecido al de la chica de su hermano, pero de color verdoso muy claro.

Se situaron junto a Pablo y su pareja. Cuando miró a su hermano, éste sonreía mientras hablaba con la bella muchacha con la que bailaba. Miró a la pareja de Pablo y luego a la suya, volvió los ojos de nuevo hacia la rubia de su hermano, y los regresó posándolos asombrado sobre su pareja. Eran dos gotas de agua. <>, pensó el mayor de los hermanos. Casi sin poder digerir lo que acababa de ver, se lo preguntó directamente a su pareja de baile.

  • ¿Sois hermanas? – le preguntó señalando a la que bailaba con su hermano.

La chica asintió sonriendo.

  • Nosotros somos hermanos también. Mi nombre es Pablo, encantado.
  • Igualmente, me llamo Pilar.

Ambos sonrieron y siguieron bailando bastante pegaditos al son de una música muy acorde con el momento.

Por otro lado, Luis se había presentado ya a su acompañante.

  • Yo soy Maria. – reveló la chica mirándolo directamente a los ojos
  • Es un placer, Maria. ¿quieres tomar algo?

La chica asintió y ambos se dirigieron agarrados de una mano hacia la parte donde se presentaban las bebidas y la comida.

Continuaron hablando hasta que les alcanzaron Pilar y Pablo.

  • Luis, te presento a Pilar. Es su hermana.

Luis se quedó algo dubitativo al ver el rostro de la acompañante de su hermano, pues era idéntico al de la suya.

  • Coño, ¿Sois hermanas? – preguntó mirando a ambas.
  • Sí, somos gemelas.- respondió Maria.

Las chicas y Pablo comenzaron a reírse a carcajadas ante la estupefacta cara de asombro de Luis. Cuando éste se repuso, ya Pilar le había presentado a su hermana a Pablo, que la besó en ambas mejillas diciéndole lo guapa que estaba.

Para galán, Pablo. Sabía cómo llevarse a una chica al huerto con simples palabras bonitas, aunque su hermano era más decidido a entrar a saco que él. Ambos hermanos pasaron un rato agradable con las gemelas, preguntándose cómo era posible, que sin haberlo decidido con anterioridad, hubiesen tenido casi los mismos gustos para elegir una chica.

Pasearon los cuatro, cada uno agarrado a su pareja, mientras se contaban cosas de sus respectivas vidas, de sus ciudades, o pueblo en caso de las chicas, y de cómo habían acabado allí. La cara de los chicos se turbio cuando fueron llamados para regresar al campamento. Quedaron con las chicas en que regresarían a la noche siguiente, cuando todos se hubiesen acostado, y se encontrarían en aquel mismo lugar donde se despedían.

Volvieron a su campamento y casi no pegaron ojo pensando en cómo regresar a ver a las chicas que tanto les habían gustado.

Por su parte, las chicas no pararon de hablar de ellos con sus compañeras de cabaña durante toda la noche, haciendo hincapié en lo amable que eran y lo guapo y sensuales que les parecían los dos hermanos.

Al día siguiente, volvieron a repetirse las excursiones y los deportes náuticos, aunque esta vez se trataba de hacer remo, en pequeñas embarcaciones de dos personas. Ahí fue donde los dos hermanos prepararon su plan para poder lograr llegar a la otra orilla por la noche.

Después de la cena, y cuando todo el mundo se había acostado por orden de los monitores, Pablo y Luis salieron de su cabaña, intentando hacer el mínimo ruido posible. Uno de sus compañeros despertó, y tras preguntarles a dónde iban, volvió a acostarse sonriendo por la pericia de sus amigos. Éstos, avanzaron por el campamento a escondidas y llegaron a donde los monitores guardaban el material. Recogieron entre ambos un cayac y se separaron unos cuantos metros de la gran casa que albergaba las habitaciones de los monitores. Pusieron el cayac en el agua y comenzaron a remar intentando no hacer nada de ruido. En unos 10 minutos estuvieron en la otra orilla. Se cercioraron de que no hubiese nadie por allí, y arrastrando el cayac, lo ocultaron entre el forraje del borde del lago. Esperaron a que las gemelas apareciesen, moviéndose intranquilamente de un lado para el otro. Oyeron unas voces femeninas, algo fuerte en su tono para que fuesen las dos chiquillas. Se ocultaron tras una mata de arbustos y pudieron comprobar cómo se trataba de las dos monitoras que habían visto el día anterior en ese mismo campamento. Ambas se despojaron de su ropa, y tirando de las cuerdas de sus bikinis, entraron al agua desnudas. La gran luna que reinaba en la oscuridad les era propicia para ver a semejantes hembras desnudas entrar en el agua y frotarse las espaldas la una a la otra mientras alguna que otra vez, sus labios se rozaban.

En esto, mientras permanecían embobados por la escena, aparecieron las dos hermanas gemelas. Agarrándolas de las manos, Pablo y Luis las atrajeron consigo hasta ocultarlas en su escondite, mientras las mujeres que se bañaban en el lago se asustaban por haber oído un ruido entre la maleza.

Consiguieron hacerlas callar tapándoles la boca. Cada uno a su chica. Y mediante señas, indicarles que caminarían casi arrastrándose hasta un poco más adentro en el bosque.

Pasado el peligro de que los descubrieran, las chicas les guiaron hasta un pequeño estanque que se separaba del lago, y al que le entraba agua de éste por medio de algún extraño tubo. Según les contaron, las monitoras lo utilizaban para enseñar a nadar a las chicas que no sabían, dada su poca profundidad.

Pilar y Pablo se separaron de la otra pareja unos metros, sentándose sobre unas piedras puestas allí a modo de asiento por alguien en su debido tiempo. Conversaron un tiempo hasta que las manos de ambos se ligaron y sus miradas se clavaron en sus respectivos ojos, acercándose muy despacio cabeza con cabeza y sintiendo el aliento el uno del otro, para terminar juntando sus labios, e un beso que comenzó muy débilmente y acabo fogosamente, cayendo hacia atrás sobre el suelo del bosque, tumbados uno sobre el otro, mientras sus manos recorrían el cuerpo de su pareja.

Por el otro lado, Maria y Luis se habían quedado de pie, junto a un árbol, y sin previo aviso, Luis besó los labios de la chica, que se sorprendió al principio, pero que cerró los ojos y se dejó llevar por las caricias que su pareja le ofrecía por la cara y la espalda con ambas manos. Las suyas rodearon a Luis hasta alcanzar el culo del chico. Lo apretaba contra sí para impedir que Luis dejase de besarla, aunque él no tenía esas intensiones por el momento.

Pablo y Pilar habían avanzado un poco más en su magreo. Retozaban de un lado para otro, mientras Pablo intentaba desabrochar los botones del pijama de Pilar. Con más de un problema, los consiguió desatar sin separar su boca de la chica. Solo se separó de ésta para arrancarse su camiseta que notó como se desgarraba por la brutal sacudida que le había propinado al quitársela. Parecía que ambos estaban en celo. Ojeó los pechos pequeños de su pareja y seguidamente, los amasó, intentando quitarle el sujetador con una mano por la espalda. Conseguido el reto, atrapó uno de los pezones de Pilar mientras ésta comenzaba a emitir pequeños y ahogados gemidos.

Maria y Luis seguían besándose hasta que fue ella la que tomó la iniciativa. Agarró la polla de Luis sobre su pantalón y la acarició muy suavemente, hasta que pudo introducir la mano por completo desde arriba, desatando los cordones. Luis se sentía en la gloria al notar la mano de Maria entrando bajo sus slips. Casi en estado de erección, su polla estaba ya a mil por hora. Dejó de besar a la gemela de Pilar para desabrocharle los 3 botones que apretaban la parte de arriba del pijama contra su cuello. Hecho esto, elevó sus brazos y se lo sacó por encima de la cabeza. Unos pechos pequeños se oprimían en un sujetador gris, que él mismo se encargó de desabrochar con hábiles dedos y sacó para lamerle los pezones a su pareja, que dejaba caer su cabeza para atrás, apoyándola en el árbol situado tras ellos, y gozando de tener una lengua habida entre sus pechos.

Pablo dejó los pechos de Pilar para ir bajando lentamente por su abdomen. Pasaba la lengua por la fina y lisa piel de la muchacha que seguía gimiendo con el placer de la lengua de Pablo sobre su cuerpo. Alcanzó los pantalones cortos del pijama de la muchacha. Agarrándola por la cintura, suavemente, fue bajando la yema de sus dedos, resbalando por la piel de la joven hasta alcanzar el principio del pantalón de ésta, y arrastró muy despacio todo lo que encontró a su paso. Pilar levantaba su cintura para más comodidad y consiguió que el pantalón fuese desapareciendo junto con su tanguita color crema, dejando ver a Pablo un coñito bien depilado, con una fina hilera de vello en su monte de venus.

Maria no aguantaba más el calor que sufría en su cuerpo debido a los lametones que su macho le ofrecía por sus tetas. Lo separó bruscamente de él, y comenzó a besarlo atrayéndolo de nuevo contra sí agarrado por el cuello, para dejarlo con la miel en los labios, y empezar a quitarle la camiseta. Desapareció ésta, y Maria palpó el pecho fuerte del chaval. Tras sus manos, su boca se pegaba al pecho del chico y lamía por todas partes, incluso deteniéndose un instante en cada pezón, experiencia nueva para Luis, al que nunca le habían chupado los pezones. Prosiguió la chica con su aventura, y poniéndose de cuclillas, llegó al comienzo del pantalón de Luis. Lamió la polla de éste por encima del pantalón y atrapando desde la cintura del chico, comenzó a bajárselo. A la altura de las rodillas, lo dejó y regresó a por más. Pasó sus manos sobre la polla empalmada de Luis. Entre ellos solo se alzaban los slips del chico. Paso la lengua por ellos hasta cerciorarse de que estaban empapados por su saliva y los primeros líquidos que aparecían del interior del muchacho. Como hizo con los pantalones, bajó los slips muy lentamente y la polla de su hombre apareció ante sí, como por arte de magia, apuntándola y salpicándola en la cara con los recientes líquidos que Luis segregaba.

En el otro lado del estanque, Pablo examinaba con la mirada aquel coñito limpio y brillante por los jugos que la chica había comenzado a segregar aún ni siquiera habiéndola tocado por allí. Pasó sus dedos delicadamente desde los pies de la chica hasta llegar a su entrepierna, mientras a la vez hundía su cabeza en el espacio que él mismo había creado abriendo las piernas de la chiquilla. Respiró el olor intenso que salía del sexo de la chiquilla y hundió su cabeza, sacando la lengua de su boca y lamiendo todo lo que encontró a su paso, bajo los gemidos más fuertes de la muchacha, que parecía querer morirse del gusto que le estaba dando.

Por su parte, Luis sentía el fervor de la saliva de Maria en su polla. Notaba lo caliente que tenía la muchacha la saliva mientras relamía una y otra vez el tronco de su polla casi a punto de explotar por el placer. Maria lubricaba bien la polla del chico de arriba abajo, jugando con sus manos en los testículos, agarrándolos suavemente y sobándolos con una delicadeza extrema. Por fin, tras unos pequeños flirteos con el glande descuerado del chico, lo introdujo en su boca, casi hasta donde le cabía, haciendo patente una pequeña arcada que le fui indiferente, pues no dejó de mamar la polla de su chico.

Pero algo ocurrió de improvisto.

Desde detrás de los árboles, por donde habían quedado al principio, se oyeron las voces de varias chicas llamando por el nombre de las muchachas. Sus compañeras y sus monitoras las buscaban con linternas por la zona. Rápidamente, consiguieron vestirse. Se unieron nuevamente los cuatro y resolvieron que las chicas debían quedarse allí sentadas mientras ellos partían hacia donde habían ocultado el cayac.

Cuando encontraron a las chicas tras su respuesta a las llamadas, una de las monitoras las miró con aire de enfado en su cara, pero ellas solo contestaron que no podían dormir y necesitaban pasear un rato. Todo quedó en un susto, y regresaron a su cabaña.

Por otro lado, los chicos permanecían escondidos entre la maleza hasta que vieron alejarse al montón de mujeres que habían ido en busca de sus dos compañeras gemelas. Pudieron por fin poner el cayac sobre el agua, y marcharon en dirección a su campamento.

Para su desgracia, al llegar a la playa del campamento, los monitores les estaban esperando. Con grandes linternas, los alumbraban mientras bajaban de la embarcación y la sacaba a rastras del agua. Se llevaron una gran bronca por parte de los monitores, y luego otra por parte del monitor jefe, aunque su respuesta siempre había sido la misma para ambos: no podían dormir, y necesitaban despejarse un poco, por eso cogieron el cayac y navegaron durante un buen rato.

Permanecieron arrestados durante dos intensos días. Veían como sus compañeros hacían deporte mientras ellos permanecían sentados en un banco a la sombra, sin hacer absolutamente nada.

Hablaban de cómo estarían las chicas, y se habían contado mutuamente todos los detalles de lo que había pasado en el corto período de tiempo en el que habían estado con ellas.

Las chicas por su parte, siguieron con sus actividades diarias, siempre con la pena de saber hasta donde podrían haber llegado con aquellos hermanos que tanto les gustaban.

Casi al final de la semana, el monitor jefe les había levantado el castigo a ambos hermanos. Además, para su deleite, escuchaban de la boca de éste una nueva actividad que tendría que ver con el campamento femenino. Se trataba de un concurso por cuartetos formados por dos chicos y dos chicas. Aquello parecía sub real, y no entraba en la cabeza de casi nadie del grupo masculino del campamento, pero para ellos era una gran oportunidad de estar de nuevo con sus chicas. Un chico avispado, fue el que preguntó si los grupos ya estaban formados o por el contrario, podrían formarlos ellos. La respuesta fue que los formarían las chicas la misma mañana que emprendiésemos en juego de orientación por el bosque.

A la mañana siguiente, siendo domingo, los chicos se prepararon y fueron pasando en grupos hasta el campamento femenino. Las chicas esperaban ansiosamente para volver a ver a sus parejas de baile o algún chico que les gustase un poco más, y por ello, hubo problemas entre ellas para designar los grupos.

Lo más notable fue que para las gemelas no había nada que decidir, ya estaba todo decidido de antemano. Cuando los hermano Fernández aparecieron ante sus ojos, las chicas sonrieron nerviosas y fueron a saludarles con besos en las mejillas, dándoles los planos y la brújula para guiarse.

Salieron a la media hora de explicar todo el concurso. Los cuatro se separaron del grupo intentando encontrar sus primeras pistas. Pero ocurrió lo improvisto. Se metieron por medio de una especie de valle que los llevó a casi estar perdidos. Después de andar mucho tiempo, las chicas no podían más con su alma. Decidieron descansar. Se acurrucaban cada una con su chico. Éstos sacaban sándwiches de una tartera que se les habían entregado y comieron los cuatro. Pero luego ninguno quiso continuar. Empezaron con unos besitos, con unos abracitos y unos magreos.

La situación empezaba a ser incomoda, pero con el calor que había bajo el sol, allí, metidos bajo aquella gran sombra que proyectaban unos árboles altos, se sentían seguros.

María y Luis se besaban y magreaban sus cuerpos. Pablo y Pilar hacían lo mismo.

Sin darse cuenta Luis y Maria, Pablo se había quitado la camiseta y había dejado a la hermana gemela que estaba con él en sujetador. La besaba y le agarraba las tetas por encima del sujetador, apartándolo un poco dejando que saliesen sus pechos a coger aire, aunque no mucho, porque enseguida fueron engullidos por el chico.

Luis acariciaba el coñito de Maria por encima del pantalón. Intentó meter la mano, pero los botones lo impedían. Los desabrochó sin dejar de besar a su hembra mientras ésta apretaba acariciaba la polla de él sobre el pantalón. Luis introdujo su mano y rebuscó bajo las braguitas de su chica, hundiendo su mano en lo más profundo y palpando la rajita de Maria en todo su esplendor, haciendo que ésta comenzase a jadear muy lentamente.

Como harto de comerse las tetas pequeñas de Pilar, Pablo se desabrochó el pantalón y dejó que cayese por sus piernas, bajando a continuación su slip y dejando su polla erecta frente a las manos de Pilar, que rápidamente se atrevió a coger, masajear y engullir cuando se puso de rodillas frente a él.

Maria pajeaba muy suavemente a Luis sobre el pantalón, y cuando sintió que un cosquilleo le llegaba desde dentro, se separó de éste, para desabrocharle el pantalón, y fijándose en su hermana, ponerse de rodillas frente a su chico y engullir la polla que ya había saboreado unos días atrás.

Los hermanos Fernández se miraban sonrientes ante aquella estampa. Sus dos hembras se arrodillaban frente a ellos y a la vez, les hacían una mamada. Sus miradas de complicidad se desvanecían cuando sentían el placer de las bocas de las muchachas en sus pollas, entrecerrando los ojos uno, o dejando caer la cabeza hacia a tras el otro, como muestras de que la cosa iba bien.

Maria fue la primera que se levantó de las dos hermanas del suelo. Deshizo los lazos de su pantalón y lo bajó. Sacó su braguita casi metida por el culo y la dejó sobre el resto de su ropa, amontonada a su lado. Hizo que Luis se tumbase y se sentó sobre él. Agarrando la polla del muchacho, la hincó en su coñito, sin apenas un ápice de dolor, pues ya suponía Luis que de virgen, nada. se le notó un grito ahogado en su interior cuando la dura polla del chico llegó a lo más profundo de su ser. Comenzó a cabalgar muy despacio, haciendo primero circunferencias con su cadera y luego un pequeño vaivén de delante a atrás que enloquecía a Luis.

Mientras, a su lado, Pablo había levantado a Pilar y ayudó a su pareja a quitarse el pantalón largo que traía puesto, a la vez que un diminuto tanga de hilo que no tapaba nada en su sexo. Arrastró a Pilar hasta una gran roca y la puso mirando al norte, apoyada en sus manos contra la gran roca. Por detrás, metió muy despacio su polla dura y ensalivada por pilar en su coñito. Ésta se aferró fuerte a la piedra. Pablo la cabalgó un rato desde detrás, mientras los gemidos y la respiración de Pilar aumentaban en concordancia con las embestidas que su chico le propinaba desde atrás.

María parecía estar llevaba por una gran corriente de aire, que la trasportaba y hacía que gozase de un placer infinito cabalgando a su montura. Luis sabía que estaba a punto de correrse, haciéndoselo saber a la chiquilla, que apenas lo entendió por sus feroces quejidos.

Del grupo, la primera que llegó al orgasmo fue Pilar. Parecía infinito, pues no dejaba de convulsionarse entre embestida y embestida de Pablo. Derrotada por el cansancio físico, le dijo al chico que parase, que estaba rendida. Ordeno y mando, pensó Pablo. Pilar se volvió hacia su hombre y, sentada en la gran roca donde estuvo apoyada, acercó a éste y comenzó a mamarle la polla hasta que Pablo comenzaba a correrse. Las primeras gotas de semen cayeron en la comisura de los labios de Pilar, y el resto, se desperdigó entre su pecho y su cuello.

En el momento que Pablo susurraba al aire que se estaba corriendo, Maria llegó a su clímax, desahogándose como si un torrente de agua le hubiese salido de sus adentros. Luis cerró fuerte los ojos ante el dolor, aunque algo placentero tuvo que reconocer, de que Maria le clavase sus largas uñas en el pecho en el momento en el que alcanzó su orgasmo. Pero eso no detuvo a Luis, que llevado por el placer y los continuos movimientos que seguía ejerciendo la chica sobre él, llegó al suyo y dejó su firma en forma de semen dentro de la cavidad vaginal de Maria.

Exhaustos por el calor y el ejercicio practicado, los cuatro permanecían sentados. Pablo y Pilar sobre la gran roca. Luis y Maria, en el suelo, sobre unas hierbas verdes.

Se miraban y sonreían pero sin decir nada. Así durante un buen rato, viendo en el rostro de cada uno el sudor que resbalaba por sus frentes.

Fue Pablo, el mayor de todos, el que se aventuró a decirles que deberían emprender el camino, pues si no, empezarían a buscarlos.

Caminaron durante un buen rato, casi perdidos del todo, pues ya no sabían bien orientarse por el bosque con aquel mapa. La brújula tampoco ayudaba mucho, pues parecía rota, seguramente que al tirar la mochila al suelo, se habría dado con una roca y se habría quedado loca.

Casi haciéndose de noche, los monitores les encontraron. Estaban cerca del campamento femenino. Regresaron y en sus compañeros se veía el rostro de que más o menos, intuían lo que había pasado.

Por las noches les fue imposible volver a verse, ya que encerraban los cayac bajo llave, e ir nadando no sería una buena solución.

En la fiesta de despedida del campamento, se volvieron a juntar. Llevaban casi una semana y media sin haberse visto. Los móviles allí no servían, pues la cobertura era nula del todo. En esa fiesta, pudieron darse besos delante de todo el mundo, y sin importarles nada, pues la mayoría de chicos y chicas lo hacían. Los profesores habían cerrado la puerta y nadie podía salir de allí. Antes de separarse, se entregaron en papel las direcciones electrónicas, las direcciones de vivienda y todo tipo de besos y arrumacos.

Pronto se volverían a ver, pero eso ya es otra historia….