Campamento de verano

Mateo va a un campamento de verano donde los monitores de enamoran de Él.

CAMPAMENTO DE VERANO

Me han contado hace unos días que Mateo había asistido, teniendo doce años, a un campamento de verano organizado por la parroquia de . . . donde vivía entonces su familia.

La estancia veraniega se desarrolló en un pequeño pueblo de la provincia de León, durante veintiún días, un mes de julio.

La idea de organizar este campamento empezó cuando un especialista sobre el Desarrollo y Salud, en una conferencia que había preparado el grupo de madres de la parroquia, las convenció que el cambio de clima, del mar a la montaña, era muy beneficioso para la salud de sus hijos.

La mamá de Mateo rápidamente apuntó y pagó la asistencia de mi amigo al campamento que decidieron hacer las madres. En aquel entonces, acababa de dar un estirón y se había quedado largo y delgado como un palo.

El pueblo donde encontraron el lugar ideal para sus planes se llamaba Arelsa. Estaba en el norte de León en una zona semimontañosa. Aire puro, días con sol y noches frías, que les abriría el hambre lo que estaban buscando en contraposición al calor y humedad de la costa.

Había sido idea de la corporación municipal del municipio de Arelsa el crear un espacio campamental a la orilla de un riachuelo, en un terreno baldío que el ayuntamiento poseía. Acondicionaron la zona, ampliaron el sendero que le unía al núcleo del pueblo, construyeron una pequeña presa para remansar el agua, y cuatro cabañas de madera, limpiaron las orillas del río y plantaron hierba en el trozo que allanaron.

Fue esta una manera de ganar algún dinero para las arcas municipales y también para muchas familias del lugar. Así encontraban trabajo varias personas que se contrataban por días para hacer las comidas o trabajos que los acampados necesitasen. Las tiendas locales de comestibles vendían a los organizadores del campamento lo que necesitaban para cuidar y alimentar a sus chicos, los restaurantes y fondas las comidas y celebraciones a sus familias, cuando los días de fiesta les visitaban, y a los chicos acampados las chucherías y los caprichos que alcanzaban comprar con el dinero que habían traído en sus bolsillos.

El ayuntamiento alquilaba el terreno a un precio muy bajo a instituciones juveniles, colegios y parroquias, para que en turnos de tres semanas, durante los meses de julio y agosto, llevasen hasta el pueblo a chicos de edades comprendidas entre 12 y 14 años. Este precio no comprendía el personal que se necesitaba para la limpieza de la zona, porque los de la parroquia ovetense prefirieron hacerla ellos, para que les saliese aún más barato.

En el pueblo leonés donde iban a transcurrir estos días de verano, las autoridades locales recibieron, a los treinta chicos y cuatro monitores de la parroquia de Mateo, con los brazos abiertos.

Lo que me contaron que había ocurrido durante la estancia de Mateo en este campamento no sé si es verdad, porque a veces hay amigos que son verdaderos enemigos.

Desde el inicio noté que mi amigo no le era simpático o sentía hacía él un resquemor por alguna cosa pasada. Oí lo que me contó aquel chico, que había asistido a la vez de Mateo al campamento en el mismo turno y se alojó en él en la misma cabaña.

Os contaré lo que este chaval me dijo y como temí que la información que me daba no fuese imparcial a continuación le preguntaré a Mat que me confirmase o neguase lo que me relató.

He aquí sin añadir ni quitar una coma lo que ambos me dijeron

      • o o o - - -

El viaje recuerdo, empezó a contar mi informador, lo hicimos en el autobús de línea Oviedo-León que nos depositó en La Robla y desde allí nos trasladaron en una furgoneta hasta el pueblo donde estaba el campamento.

Mateo era del grupo de los pequeños, yo era de los medianos. En esa edad la diferencia de un año es importante y yo tengo un año más que él pues acababa de cumplir los trece años cuando fuimos de acampada. Ahora yo tengo diecisiete y él habrá hecho dieciséis en el medio del verano,

No podría decir éramos muy amigos entonces, porque no asistíamos al mismo colegio, aunque le conocía del barrio. Alguna vez habíamos coincidido jugando al fútbol, aunque curiosamente siempre en equipos diferentes. Creo no habíamos hablado nunca hasta ese verano.

Cuando llegamos donde íbamos a pasar tres semanas, nos alojaron en cuatro cabañas de madera. En una se colocaron los cuatro monitores que nos mandaban y en las otras tres, diez chicos en cada uno. Mateo y yo coincidimos en el mismo barracón.

En cada caseta había cinco literas de dos camastros, tres en la parte que no coincidía la puerta y dos en ese lado. A Mateo le tocó dormir en la parte de las tres literas, enfrente de la mía.

El primer día de estancia nos dedicamos a deshacer las mochilas, limpiar la zona, adecentar las cabañas donde íbamos a dormir, visitar el pueblo y organizarnos debidamente para intentar pasar unas buenas vacaciones.

Los siguientes, ya sabiendo lo que cada uno tenía que hacer, porque nos habían marcado unas labores que haríamos de una manera común los que dormíamos en cada cabaña, pudimos dedicar los ratos libres a nadar, intentar pescar y a jugar al balón sobre la fresca hierba que habían segado el día anterior de nuestra llegada.

Las peleas y los piques los primeros días estuvieron a la orden, más cuando ninguno quería ser mandado por nadie de su edad. A los únicos que hacíamos caso y no demasiado, era a los monitores. Cuatro chavales, de unos diecisiete o dieciocho años, tres del barrio y un seminarista de fuera, que el párroco mandó nos acompañase para ayudar y a la vez aprender convivencia con otras personas del exterior del seminario.

A Mateo le recuerdo muy delgado y vivaracho, que no creaba peleas, pero saltaba enseguida si alguien se metía con él. No sé si se vio metido en alguna y si se llevó algún golpe porque no tenía demasiada fuerza en aquel tiempo para defenderse.

Los que teníamos más edad y sabíamos como se suele decir "para que se tiene" cuando nos quedábamos solos por la noche, hablábamos en alto de cosas prohibidas y nos hacíamos pajas, Los más pequeños, desde la cama, en silencio, sabíamos nos imitaban. Mateo a pesar de su cara de "mosquita muerta" creo que sabía tanto de aquello, como el mayor de la cabaña, pero no decía nada a nadie de estos temas, ni por la noche ni por el día, solo escuchaba.

Tenía una manera de hablar diferente de nosotros, no decía tacos, usaba palabras más difíciles que las nuestras, alguna no sabíamos ni lo que querían decir. No creo que lo hiciera adrede para destacar, sino porque era su manera normal de hablar, pero no me gustaba que los monitores se fijaran en él y le pusieran siempre como ejemplo de persona educada.

El monitor que más le defendía y nos lo restregaba por las narices, era un chico del barrio, que se llamaba Antonio. Hacía un año que estudiaba en León capital, pero como los veranos los pasaba en su casa de Oviedo, este año se había ofrecido a ser monitor. Era un chico moreno, alto, casi sin barba, pero que la poco que tenía se la estaba dejando crecer. Tenía unos cuantos pelos largos en su rostro, que en vez de avejentarle le daba el aspecto de ser más jovencín.

Los otros, incluido el seminarista, también le ponían de ejemplo pero con menos intensidad que Antonio.

El caso era que aunque los monitores le defendían y por ello los demás por reacción debieran meterse con él, nadie lo hacía. Pero es que Mateo era demasiado listo, tenía la habilidad de conquistar a la gente. Por un lado era lo que se puede decir "un pasota" que oía los elogios de los monitores como si no fuera con él, lo que le hacía ser popular y por el otro, de una forma divertida, simpática e inteligente fue ganándose a toda la barraca.

Lo intentó también conmigo pero no consiguió que hiciésemos amistad porque aquella atención de Antonio hacia él, no me gustaba nada. Yo conocía más a Antonio, vivía cerca de me contaba sus cosas, sueños y deseos y siempre le había gustado mucho y ahora desde que había conocido a Mateo, me tenía olvidado y casi ni me saludaba.

Comencé a pensar que entre Antonio y Mateo había más que una simpatía del monitor hacía él. Le noté miraba cuando Mateo estaba de espaldas, le seguía con su vista todo el tiempo que podía y Mateo le sonreía, como un idiota, cuando se encontraban d frente.

Los días se me estaban haciendo amargos al querer ver como se empezaron a mirar sonriendo y haciéndose gestos cuando se cruzaban, como se tocaban la mano al darse una cosa entre sí, como se buscaban con la mirada si no se veían. Estaba sintiendo un desasosiego cada vez que pensaba en "el Antonio" que yo había conocido y como había cambiado, al conocer a este rubio de cara de niña, que me estaba jodiendo las vacaciones.

Empecé a vigilarles, necesitaba saber si aquellos tíos se veían a escondidas y si lo hacían, qué pasaba entre ellos. En el campamento se saludaban, se hablaban al cruzarse para mí demasiado emocionados, pero no se paraban. Nunca estaban juntos. Eso me hacía pensar que eran demasiado listos para hacerlo y que evitaban que los demás chicos pensáramos tenían un ligue.

Me fije de pronto que la manera de andar de este chaval se me hacía que era un tanto especial, insidiosa, atrayente, meneando bastante el culo como para atraer a sus semejantes y lo que nunca hubiera pensado Antonio empezaba a andar igual que él.

Lo que sentía en aquellos momentos no sabría como explicarlo, ahora ya lo sé, eran verdaderos celos. Antonio me gustaba, nunca me había dicho nada de tipo sexual porque teníamos una diferencia de edad que le hacía respetarme, pero me había mostrado tal deferencia y atención, que sin saberlo estaba enamorado perdidamente de él.

Nunca me había dado cuenta que tenía una tendencia sexual gay. Hasta aquel momento las frases y los deseos habían sido totalmente heterosexuales como veía hacían mis amigos. Sé ahora que soy bisexual.

Recuerdo aquellas vacaciones como las peores que pasé en mi vida, amargado, cada vez que veía a uno o al otro, mirarse me subía hasta la boca un amargor que producía la bilis que me creaba mi hígado. Seguía a Mateo siempre que podía, porque para mí era el culpable de lo que estaba ocurriendo y del sufrimiento que estaba pasando

Marchaba detrás de él cuando iba a lavar los cacharros a la fuente que había trás la casita de ladrillo donde estaban los servicios, en el río al bañarse me ponía junto a él, cuando iba a los lavabos a lavarse por la mañana estaba en el de al lado. Llegué a seguirle a la ducha y a los servicios cuando tenía la necesidad de ir a ellos y esperaba al lado de la puerta de entrada, desde donde podía ver si aparecía Antonio, y penetraba a escondidas en la misma cabina.

¡¡ Que martirio sufrí aquellos días !!, los celos son malos consejeros y no pudiendo aguantar más, abordé a Mateo una tarde cuando estábamos solos en la cabaña.

  • Mateo – le dije bajito para que no nos oyeran desde fuera, pero con una cara de cabreo infinito para que supiera que hablaba en serio - sé que eres gay y estás siguiendo al monitor. Si no dejas de perseguirle lo voy a contar a todos y verás lo que te va a ocurrir.

Mateo cambio de color y solo pudo balbucear.

Yo no, es él el que me sigue a mí.

Pues ya sabes lo que tienes que hacer, si no quieres que lo sepa tu familia y todo el barrio.

La verdad no la supe hasta dos días después. Estaba cambiándome la ropa para salir de paseo hacia el pueblo, cuando el seminarista entró en la cabaña. No creo que me vio porque dentro reinaba la penumbra. Se dirigió directamente a la litera que utilizaba Mateo y acercándose sigiloso, tomó una prenda interior usada, creo era un calzoncillo que estaba tirado encima de las mantas, se lo llevó a su cara, se acarició con él y besó.

Al volverse y darse cuenta de mi presencia dio un respingo y no sabiendo que hacer, se me acercó y casi llorando me dijo.

Por favor no digas nada de esto. Es que estoy loco por ese chico. Estoy enamorado perdido y desde hace dos días no me hace ningún caso, me huye, no quiere acercarse, ni hablar conmigo, me ha dicho que si no lo hace, van a decir a su familia que es gay.

Al saber que no era a Antonio al que seguía Mateo, que lo hacía al seminarista, le prometí y le juré loco de contento que de mi boca no saldría ninguna palabra de lo que le había visto hacer.

A Mateo pude decirle que había una equivocación y librarle de su palabra prometida, pero no lo hice, quise vengarme de los días tan amargos que me había hecho pasar mientras imaginé que seguía a mi amor.

Los seis días que faltaban para terminar el campamento los pasé tranquilo.

  • ¡¡ Ya no necesitaba vigilar a mi Antonio !!.

Sabía que volvería al barrio y allí tendría ocasión de hablar con él y sobre todo declararle mi amor. Me dediqué a nadar y a jugar los días que faltaban para resarcirme del tiempo que había perdido.

Con Mateo no volví a hablar hasta que nos despedimos a la llegada del autobús de línea de León - Oviedo hasta la estación de autobuses de esta ciudad donde todos vivíamos.

  • ¡¡ Adiós Mateo !!, Has cumplido con la palabra que me diste y yo cumpliré con la mía. ¡¡ Suerte !!.

      • o o o - - -

Como he dicho, después de oír todo esto, le conté lo antedicho y pregunté a Mateo sus recuerdos de aquel campamento y que me contase, de una manera resumida, lo que había pasado de verdad en él.

Sé que se habrá quedando mirando la pantalla de la manera tan irónica como suele hacerlo cuando le pregunto sobre problemas amorosos que le han pasado, porque estuvo un rato sin escribir en ella aunque al final comencé a leer lo siguiente.

  • Si, me acuerdo pixita – es como me suele llamar a veces Mateo cariñosamente - de aquel capullo. Estuvo medio campamento intentando "joderme" en el sentido figurado de la palabra, siguiéndome por todos los lados y tocándome los huevos vigilándome hasta cuando iba a cagar.

- Me ha dicho Mat que por aquel entonces no decías tacos – escribí yo.

  • Si es verdad, es cosa que me gusta hacer cuando quiero dar buena impresión.

  • Solo quería me dijeras que hay de verdad en el relato que ese conocido tuyo me ha hecho y te he pasado hace un rato para que leas.

Hay verdades y mentiras . . . Es verdad que nuestra amistad no llegó a ser grande. Es verdad que el seminarista anduvo loco detrás de mí y también es verdad que yo estaba aquellos días coladito por Antonio y es mentira que cumplí mi palabra.

Entonces entiendo que para que te dejara libre mi comunicador – me adelanté como siempre a escribir mi opinión del suceso antes de que él terminase - llegaste a un acuerdo con el seminarista, que debería fingir ser al que perseguías y al que darías seguramente a cambio algo después. . . .

Mira pixita, todo te lo estás diciendo tu . . .

No le saqué a Mateo una palabra más sobre este asunto.