Campamento de verano
El monitor de un campamento de verano observa como uno de los chicos a su cargo le mira el paquete más de la cuenta...
(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).
Tengo 21 años y este verano pasado me contraté como monitor en un campamento. Me hacían falta unas pelas, y no me venía mal un trabajo como éste, al aire libre y sin muchos problemas. O al menos eso creía yo. Lo cierto es que el campamento era sólo de chicos, todos como de 15 años. El primer día todo fue bien: nos fuimos conociendo, y los chicos eran simpáticos aunque algo traviesos. Sólo uno de ellos, Javier, resultaba ser más huraño, menos amigable. Parecía estar encerrado en sí mismo.
El caso es que al día siguiente salimos de excursión: íbamos a un río más o menos cercano, a unos kilómetros, y llevábamos una gran tienda de campaña para los once chavales y yo, que era el monitor. Todos llevábamos nuestros pantalones cortos. Tengo que decir, y no es falsa modestia, que tengo un rabo más que regular, 23 centímetros de polla en pleno apogeo. Los pantalones del monitor anterior, que me dejó en herencia, resultaron ser de una talla más pequeña, así que iba más que apretado; en esas condiciones, el bulto que se me formaba era de campeonato, pero no me importaba mayormente. Además, era un pantalón sumamente corto, por lo que constantemente tenía que luchar con el nabo y los huevos para que no se me salieran, porque nunca uso slips.
Bien, pues cuando salimos me pareció que Javier había dedicado una mirada un tanto extraña al paquete entre mis piernas, pero no le di más importancia; al fin y al cabo, la verdad es que llamaba la atención. Bueno, pero sólo iba con chicos, así que no tenía nada que temer...
Por el camino yo había pensado hacer alguna aventura, y se me ocurrió que podíamos subirnos a los árboles, a ver quién bajaba con algún fruto o alguna flor. Cuando llegamos a una zona que me pareció adecuada, distribuí a los chicos por parejas. Como éramos doce, yo hice pareja con Javier, con el que nadie quería nunca estar, porque ya he dicho que era muy reservado y extraño. Allá que nos fuimos subiendo a los árboles, cada pareja en el suyo. Yo subí primero, para demostrar a Javier cómo se hacía e infundirle confianza. Me agarré a las primeras ramas y pronto pude alcanzar un par de metros desde el suelo. Contra lo que yo pensaba, Javier se animó enseguida y me seguía muy de cerca. ¡Qué bueno, parece que estaba consiguiendo que participara como los demás! Tan entusiasmado estaba que no me di cuenta de que el nabo se me había salido de los pantalones y asomaba por el pernil. Sólo me percaté cuando, una de las veces, cuando miré hacia abajo, me encontré con que Javier miraba algo mío entre las piernas. Miré yo a mi vez, y me encontré con que tenía el vergajo, por supuesto en reposo, prácticamente todo fuera del minúsculo pantaloncillo. Me lo guardé de inmediato. Farfullé alguna excusa y seguí escalando por el árbol.
Poco después volví a mirar para donde estaba Javier, y me lo encontré agarrado con una mano al tronco y con la otra metida dentro de sus pantaloncillos. Así que el chico se había excitado viéndome el carajo...
Intenté no pensar en ello y di por terminada la aventura. Todos bajamos de los árboles con nuestros trofeos; Javier bajó sin ninguno, al menos visible, aunque en su mente llevaba un hermoso fruto en forma de rabo de hombre...
Llegamos al río, los chicos se bañaron, incluido Javier. Me fijé entonces en que el bañador que lucía, tipo tanga, mostraba un bulto más que apreciable. Yo me puse mi bañador, también tanga, y aparecí con mi enorme paquete. Javier lo miró con insistencia, y por primera vez me di cuenta de que otros chicos también habían reparado, quizá por curiosidad, en la gran turgencia de mi bulto; además, tanta atención hizo que mi nabo despertara, y pronto noté una semierección. Era el momento de meterse en el agua, para rebajar la tensión...
Javier permanecía siempre cerca de mí, mientras los otros chicos jugaban echándose agua unos a otros, o dándose ahogadillas. Yo me puse a hacer el "cristo", tumbado sobre mi espalda, flotando con los brazos en cruz, y entrecerré los ojos: Javier se acercó con cuidado, y pude observar, sin que me viera, cómo se pasaba la lengua por los labios, en signo de excitación. Parecía que lo viera por primera vez; era rubio, muy guapo. Tenía los ojos de color verde claro, la piel blanca, bien formado el cuerpo. Se acercó aún más a mí, que seguía haciendo el "cristo", supuestamente con los ojos cerrados aunque realmente lo estaba viendo todo. Javier miró hacia los demás, vio que estaban con sus juegos sin prestar atención, y entonces sacó una mano del agua, con la intención de tocar el paquete. Yo no sabía que hacer, así que me inhibí, no hice nada. El chico apenas rozó el bulto, y en ese momento por fin reaccioné e hice como si quisiera zambullirme y me sumergí un poco. Por debajo del agua observé que el chico se había bajado el bañador y se estaba haciendo una paja con la otra mano; tenía, en efecto, una polla bastante grande para su edad. En erección podía medir tal vez 16 centímetros, mucha tela para sólo 15 años; le quedaban todavía algunos años de crecimiento, así que calculé que cuando fuera adulto no bajaría de 19 ó 20 centímetros. Nadé hacia la orilla, estaba muy excitado pero la verdad es que no sabía qué hacer.
Más tarde, todos salieron del agua y pude recobrar la calma. Todo volvió a la normalidad. Cuando cayó la noche, hicimos la correspondiente fogata y nos sentamos alrededor; cantamos canciones y todo eso que se hace en los campamentos de verano, hasta que finalmente nos fuimos a la cama.
Todos dormíamos en la tienda de campaña que llevábamos. Era bastante grande, pero de todas formas, como éramos doce, estábamos bastante apretados. Ya os he dicho que no uso slips, pero no me podía acostar en bolas, como acostumbro a hacer, así que me puse los pantaloncitos de monitor; los chicos se acostaron todos en calzoncillos. Cada uno se colocó donde pudo, y pronto me di cuenta de que Javier había caído justo a mi lado. Pero se volvió para el otro lado, con lo que supuse que ya se le había pasado aquella cierta obsesión que había tenido con mi paquete durante todo el día.
Al rato ya todo era silencio en la tienda. Yo me dormí poco después también; tal vez por los sucesos del día, tuve un sueño erótico: me imaginaba que un chico como de quince años, como aquellos que me rodeaban, me chupaba la polla, metiéndosela dentro, muy adentro de su boquita...
La verdad es que el sueño era tan vívido, que parecía como si notara el glande inundado de saliva, metido en una oquedad húmeda y cálida; no sé como ocurrió, pero, en un momento dado, me di cuenta de que ocurría algo en la realidad emparentado con lo que estaba soñando. Como suele ocurrir en estos casos, fue como un "click" que me despertó. A la tenue luz de la lampara central, colgada en la tienda, disminuida a su mínima expresión, pude ver como Javier me había sacado el nabo por el pernil del pantalón (lo que no debió serle muy difícil, con la erección que tenía en el sueño) y me lo estaba mamando con fruición. No podía creer lo que estaba viendo. El chico tenía los ojos cerrados, degustando mejor así el enorme glande que apenas le cabía en su boquita de piñón.
El corazón amenazaba con salírseme por la boca, pero aquel putito me estaba proporcionando un placer como nunca imaginé; no tenía experiencia, era obvio, pero la suplía con unas ganas inmensas: notaba en el interior de su boquita cómo su lengua lamía el glande por un lado, después por el otro, para después centrarse en el ojete y debajo de éste, donde tanto placer da una buena mamada.
Se sacó un momento el glande y el mamoncete se dedicó a lamer el mástil, deteniéndose especialmente en las grandes venas de mi vergajo; después se metió un huevo en la boca, y después el otro.
Ocurrió entonces lo que no podía imaginar: un chico se despertó, vio lo que estaba sucediendo (aunque yo no me di cuenta en ese momento) y avisó a sus compañeros. Pronto (y entonces sí que me di cuenta) todos estaban incorporados y haciendo un corro alrededor de Javier. Decidí hacerme el dormido, porque además no sabía qué podía hacer en una situación como aquella. Uno de los chicos se acercó más a mi polla y a Javier, que había vuelto a meterse el glande en la boca, y le dio un toque en el hombro.
--¿Me dejas probar? -susurró el chico a Javier.
Éste, aunque un poco de mala gana, se apartó. El chaval, que se llamaba Dani, tocó mi polla, que estaba al máximo de sus 23 centímetros; no le debió parecer mal, porque enseguida se metió la punta en su boca, y pronto empecé a notar cómo lengüeteaba trabajosamente por toda la superficie del glande. No le cabía nada más, pero lo que le cabía, bien que lo estaba chupando. Javier, impaciente, se metió por debajo de él; como mi verga estaba en todo su esplendor, pudo acometer el mástil, por debajo de donde el otro chico me chupaba el glande.
El resto de los chicos se agolpaban alrededor, y vi, con mis ojos entrecerrados, cómo en las caras de todos se pintaba la excitación y el deseo. No pude aguantar más: me incorporé un poco, haciendo ver que me había despertado. Los dos chicos dejaron instantáneamente de mamármela, y los demás dieron un paso atrás, asustados. Esperé un par de segundos, y después actué: me quité los pantaloncitos y les dije, risueñamente:
--Así estaremos todos más cómodos.
Me quedé en pelota viva delante de todos. El chico que me la mamaba volvió a ello, pero a Javier yo le destinaba otra ocupación: lo atraje hacia mí con un gesto de la mano. Se acercó lo suficiente para que yo le pudiera quitar el slip, bajo el que se apreciaba un bulto considerable, en evidente tensión; despojado de los calzoncillos, Javier mostró a la concurrencia su polla de 16 centímetros, totalmente tiesa. Me lo acerqué hasta mi torso e hice que se sentara sobre mi pecho: puesto así, me metí su polla en la boca; era un manjar delicioso, una verguita aún no totalmente desarrollada. No tardó mucho en jadear, y me di cuenta de que estaba teniendo un orgasmo, con toda seguridad el primero que tenía con otra persona; me descargó varios trallazos de leche, que engullí con gusto; aquella leche adolescente sabía a las mil maravillas...
Entonces lo elevé un poco sobre mi cabeza y busqué, entre sus dos cachitas, el agujero insondable de su culo. Lo encontré con algún trabajo; era muy cerrado, muy pequeño, pero enseguida reaccionó cuando le metí varios centímetros de lengua caliente y húmeda; el chico jadeaba por el placer que le estaba proporcionando. Mientras, el que me la estaba chupando, que se llamaba Dani, seguía en su tarea, ahora mordisqueando el glande y el resto de mi nabo, pajeándome como un experto: parecía que estaba dotado de forma natural para hacerlo. Miré de refilón al resto de los chicos, y vi que había movimientos: varios de ellos se estaban haciendo pajas entre sí, y supe entonces que muy pronto pasarían a mayores.
El agujero de Javier ya estaba muy lubricado y bastante abierto, teniendo en cuenta las circunstancias. Entonces le hice una seña a Dani, que se apartó, e hice que Javier se colocara sobre mi polla. Con mucho cuidado, le coloqué el capullo a la entrada de su agujerito. El chico chilló.
--¿Quieres que lo deje? -le pregunté, asustado.
Negó con la cabeza, y para mi asombro, se dedicó a culear para meterse aquel rabo monstruoso que parecía imposible cupiera en un agujero tan pequeño. Tras varios "ayes", Javier pudo, por fin, meterse aquella tranca inverosímil por el culo, y comenzó a moverse arriba y abajo para que lo follara. Veía todo aquel gran vergajo desaparecer en un espacio tan pequeño, y no me lo creía; Javier tenía una cara de dolor pero a la vez del más grande placer que imaginarse pueda, y por un momento tuve envidia de él: yo nunca había sido enculado a su edad por un vergajo de tan enormes proporciones.
Dani, entre tanto, seguía moviéndose: se acercó a mi cabeza y se quitó el slip, enseñándome una polla que no estaba nada mal. Le hice un gesto y enseguida se colocó de tal forma que me la pude meter toda en la boca: era, como la de Javier, suave y tierna, pero también estaba tiesa como un palo, muy excitado. Enseguida se corrió, llenándome la boca de rica leche joven, y pronto me sorprendió colocándose en posición para que le chupara el culo; lo hice con mucho gusto, y pronto aquel mínimo agujero también fue abriéndose, poco a poco. Los otros chicos, entre tanto, estaban ya chupándose unos a otros, incluso algunos intentaban darle por el culo a los demás.
Supe que no tardaría mucho en correrme, y entonces hice que Javier se saliera de mi polla, lo que hizo con evidente disgusto. Llamé a todos los chicos, y los coloqué en semicírculo, muy apretados, alrededor de mí, pidiéndoles a todos que abrieran la boca y sacaran la lengua al máximo: le ofrecí el ultimo chupetón a Javier, quien, goloso, se metió mi glande en su boquita, mamándolo como un campeón. Me corría ya, y entonces saqué la polla de su boca lo suficiente para que el primer trallazo le cruzara la cara y se le depositara, en su mayor parte, sobre la lengua. Me apreté la polla, para aguantar la salida del resto, y fui recorriendo el semicírculo de chicos dejando en cada lengua un churretazo de leche; al último, que era Dani, le metí la polla hasta donde pude, y deje que saboreara el resto que me quedaba. Miré a los chicos: todos estaban paladeando aquel manjar que les había proporcionado, un placer totalmente inesperado en aquellas vacaciones de verano.
El campamento fue, desde aquella noche, mucho más divertido que cualquier otro que se pudiera hacer: por el día, aventuras y naturaleza; por la noche, mamadas de campeonato y folleteo sin inhibiciones.
No creo que ninguno de ellos olvide las experiencias de este verano; yo tampoco...