Camionero papi
Un camionero me hizo cambiar de acera
Era de noche. Estaba oscuro y yo solo quería follar un culo. Habían dado ya las tres de la madrugada y yo seguía todavía sin éxito en mi búsuqeda de un romance caliente pasajero. Como vi que ninguna se ofrecía y que me veía ya de camino a casa, decidí cambiar de bar y cambiar de ambiente. Borrón y cuenta nueva. Me di una última oportunidad. Vuelta a empezar por última vez.
Al cambiar de bar conocí a (llamémosle) Pepe. Entablamos una breve conversación con el fin de romper un poco el hielo, ya que él también acababa de llegar a ese bar. Me contó un poco quién era: camionero, entre 40 y 45 años, divorciado y con dos niñas. Estábamos tan absortos en la conversación que bajé las defensas. Cuando me quise dar cuenta, ya era demasiado tarde. Nos fuimos acercando poco a poco y nos besamos. Su boca estaba fría, seguramente por el combinado de whisky que se había pedido. Cogí mi coche y condujimos hasta su camión. Nos desnudamos apasionadamente en la parte de atrás de la cabina. La calefacción estaba encendida, así que solo notaba sus ásperas manos arrancándome la ropa pieza a pieza. No pensé, me dejé llevar. A pesar de que yo era más joven y que nunca había estado con un hombre (menos aún con alguien que me sacaba más de diez años como era el caso de Pepe) el acto resultó muy fluido. Todo iba cogiendo forma muy rápidamente.
Yo fui el hombre. Él me complajo con su boca antes de empezar la penetración. Nunca antes había estado dentro del culo de nadie, por lo que para mí todo era nuevo. Me puse un preservativo y él continuó chupando. Luego me di cuenta del porqué. Toda la lubricación que pudiese haber sería bienvenida. Me conciencié. Cerré los ojos. Busqué entre la oscuridad su receptáculo y empujé gentilmente pero con fuerza. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba dentro de él. A cuatro patas comenzamos. Lo agarré de las caderas y lo empujaba hacia mí para ayudarme a entrar lo más dentro de él que me fuera posible. Me gustaba. Era estrecho, apretado. Era nuevo para mí. Tras unos incesantes veinte minutos, noté que el clímax comenzaba a llamarme. Con cada empuje me notaba más cerca. Lo avisé y se giró. Salí de él. Me sacó el preservativo con las manos, se puso de rodillas delante de mí y me introdujo en su boca de una manera dulce y decidida. Succionó con mucha fuerza. No estaba acostumbrado a tanta intensidad oralmente. Sabía que en cuestión de segundos que se habría acabado todo. Intenté retrasarlo todo lo que pude. No fui capaz. La fuerza de la naturaleza es más potente que un estudiante de máster. Él abrió la boca y me tomó entre sus labios. Sació su sed.
Tras vestirnos, intercambiamos un par de miradas tímidas y decidí que era hora de irme. Al día siguiente tenía que madrugar. De camino a mi coche, fui pensando en qué es lo que había pasado. Cómo me había podido dejar embaucar por otro hombre y mucho mayor que yo. No sé cuál fue el causante de tal desdichada casualidad. Solo sé que me enseñó un mundo nuevo que para mí yacía entre lo desconocido.