Caminos cruzados (9)
CAPITULO IX - Piezas que no encajan (segunda parte)
CAPITULO IX – Piezas que no encajan (segunda parte).
Esa noche, Soraya decidió pasar la noche con Mía. A pesar del tiempo juntas, mantenían su individualidad.
Mía la recibió efusivamente, saltó sobre ella, quedando a horcajadas. Soraya le cedió la miel de sus labios, y la arrinconó contra la pared.
- Te extrañé tanto – Mía amaba profundamente a Soraya, estar cerca de ella era balsámico.
- Yo también te extrañé amor. – Soraya besaba su cuello con lujuria.
- Cuéntame tu día.
- Almorcé con Sofía, me contó algunas cosas de María Fernanda que luego fui a chismorrear con Eva.
- Cuéntamelo todo. – Mía incitó a Soraya a llevarla hasta la habitación.
Una vez ahí, Soraya quedó sobre Mía en la cama, intercambiaban besos y hablaban con naturalidad mientras su excitación crecía. Era una costumbre que mantenían ambas, disfrutaban llevar las sensaciones de la otra al límite, antes de entregarse al placer.
- Bueno, resulta que María Fernanda le ponía los cuernos a Eva, mucho antes que ella le fuera infiel conmigo. Pues, al parecer, existe la posibilidad de que lo esté haciendo también con Sofía. Lo insólito es que su conducta no es propia de una persona que ha sido lastimada, sino de una que lastima. Eva no mostró mayor interés, pero, no me puedo quedar así y permitir que lastime a Sofía.
- Tú siempre tan altruista, mi amor. Lo mismo hiciste por Eva cuando la loquita aquella salió de su tumba.
- Es que me molesta lo injusto, cuando Eva le dijo la verdad, ella debió hacer lo mismo.
- También estás movida por esos sentimientos que alguna vez albergaste, no te quito la razón, pero, creo que lo estás volviendo algo personal. Eva ahorita está feliz, tú estás siendo amada. Lo que haga María Fernanda o no, ya no debería ser algo que les perturbe. – Mía tomaba el rostro de Soraya entre sus manos.
- Algo así dijo Eva, pero, no puedo quedarme de brazos cruzados, mi amor. – Soraya comenzó a deslizar la pequeña dormilona que cubría el cuerpo de Mía.
- Y, ¿qué harás? – Mía sacó la blusa que usaba Soraya, además de su sujetador, dejando así su hermoso par de tentaciones a merced de sus deseos.
- Exponerla, pero desde las sombras. Manejando los hilos como un titiritero. – Soraya retiró la humedecida y diminuta prenda que cubría el sexo de Mía. Al verla completamente desnuda, su cuerpo se erizó totalmente.
- Veamos qué puede hacer este titiritero con esas manos. – Mía se puso de rodillas y comenzó a sacar el pantalón de Soraya.
Al dejarla expuesta, permaneció unos instantes contemplándola. Las sensaciones que despertaba en ella, eran intensas.
Soraya la tomó de las caderas, la estrechó contra su cuerpo, Mía se colgó de su cuello, y se perdió en su calor.
Un apasionado beso marcaría el comienzo de aquel momento, ambas se tomaban el tiempo para recorrer sus cuerpo con una calma intensa. Mía dejó caer sus manos en la espalda de Soraya, arañándola en medio de aquel cruce de lenguas perfecto. Soraya acariciaba su abdomen, en sentido ascendente, encontrándose con unos senos completamente duros, y unos pezones deliciosamente erectos.
El juego de caricias se prolongó hasta que Soraya quiso devorar los senos de Mía y ella no lo permitió. Se separó de ella y se ubicó a sus espaldas. Soraya estaba desesperada, y Mía disfrutaba tremendamente tener el control de la situación.
Mía comenzó a besar su espalda, la recorría con suavidad, Soraya comenzó a gemir cuando sintió los pequeños mordiscos que su novia le propinaba.
Soraya estaba perdiendo la lucha esta vez. Se dejó caer en las palmas de sus manos, quedando así en una posición comprometida. Mía se sintió ganadora, y tomaría su premio de la mejor forma.
Comenzó a lamer con intensidad, cubriendo toda la extensión de su sexo, terminando en su ano. Soraya gemía, y trataba de mantener los brazos firmes, de otra forma, sería una posición que llevaría a Mía a otras latitudes.
Mía comenzó a penetrar a Soraya con un par de dedos, dejando que un tercer dedo estimulara su clítoris. Se dedicó a brindar atención oral a su ano mientras la embestía, haciendo que los gemidos de Soraya se intensificaran.
Cuando tuvo su orgasmo, se dejó caer. Estas luchas de resistencia eran un juego para ellas, que las mantenía vivas como pareja.
Por ser Mía la ganadora, Soraya tenía que recibir “el castigo”. Ella sacó de una de las gavetas un arnés consolador, el cual lubricó adecuadamente y posicionó en la entrada de su vagina.
La tomó de las caderas y sin compasión alguna, comenzó a embestir aceleradamente a Soraya, cuyos gemidos comenzaron a ser cada vez más prolongados, llegando al punto de ser alaridos lo que dejaba escuchar.
Soraya tuvo al menos un par de orgasmos, gracias al maravilloso movimiento de caderas de Mía.
Sus piernas temblaban, estaba extasiada. Se dejó caer boca arriba y sus ojos se perdieron en el cuerpo de Mía, quien en ese momento se sacaba el arnés y lo colocaba en ella.
Soraya disfrutaba viendo como Mía limpiaba de manera muy sugerente los fluidos que bañaban el consolador, para luego sentarse sobre él, y comenzar una frenética danza que excitó nuevamente a Soraya.
Mía aceleraba sus movimientos, Soraya se limitó a contemplarla, y acariciar su cuerpo, bañado en un sudor exquisito, aromatizado con el perfume delicado de su piel.
Su orgasmo llegó, en medio de una abundante descarga de fluidos, Soraya la acercó a su boca, y comenzó a lamer con apetito voraz.
Ambas quedaron exhaustas, compartían miradas cómplices, sonreían. Tenían una buena relación. Mía estaba completamente dedicada a Soraya, le daba todo el amor que de ella podía nacer, le entregaba su lealtad sin miramientos, era incondicional para ella.
- ¿Y bien?, ¿qué haremos? – Preguntó Mía, tratando de retomar la conversación mientras recuperaba el aliento.
- Averiguar qué fue lo que pasó con su ex, no te quito la razón, no debería perturbarme, pero, bastante que me martirizó todo ese tiempo ver a Eva sufriendo por ella, cargando con una culpa inmerecida.
- ¿Segura que es eso? – Mía clavó la mirada en Soraya con cierta picardía.
- Bueno, lo admito, es más curiosidad que otra cosa. – Soraya no pudo evitar reír.
El teléfono de Soraya sonó, era Eva. Ella atendió de inmediato, puso el altavoz para que Mía pudiera participar de la conversación.
- Dime, Eva.
- Sabes que hoy conocí a Jezabel de la peor forma. Al parecer siente algo por Zoe, pero no es eso lo que más me inquieta. Al parecer Zoe la enfrentó, y de alguna forma dio a entender que las cosas no son como María Fernanda me hizo creer.
- No te gusta, pero te entretiene. – Soraya reía complacida.
- Estúpida. Estoy hablando en serio. Te lo comento porque sé que quieres ayudar a Sofía.
- Y, ¿qué harás respecto a Zoe?
- ¿Debería hacer algo?
- No sé, estar pendiente, que la tipa esa no se le acerque mucho.
- Qué bendita manía de la gente que cree que una relación es un eterno sometimiento. Yo no tengo por qué vigilar a Zoe, ella es grandecita.
- Mira lo que te pasó con María Fernanda.
- Los trastornos sexuales de las personas no son mi asunto.
- Bien, le daré esa información a Sofía.
- Yo creo que lo mejor es que ella le hable, si María Fernanda le presentó a su hermana es por algo, eso no lo hizo conmigo, así que puede que sea algo diferente para ella, no sé…
- Dijiste algo inteligente, por fin. Ve si lo aplicas en tu vida.
- Cállate, tonta.
- En serio, deberías hablar más y cerrarte menos.
- Pensé que hablábamos de Sofía y María Fernanda, no de mí.
- Me descubriste…
- Buen intento. Te dejo, debo sacar a mi ruidoso amigo, antes que le dé algo. – Al fondo, podían percibirse los ladridos de su mascota.
Al finalizar la llamada, Soraya se abrazó a Mía, en lo que sería el momento ideal para un sueño reparador.
En ese momento, Sofía estaba en su apartamento, sola. Bebía, pensaba… trataba de ser racional, pero, sus sentimientos le quitaban claridad a sus ideas. Tenía dos opciones, ignorar el pasado de María Fernanda y continuar con los planes que habían construido juntas, o descubrir cosas que posiblemente la alejaran de ella, como quizá no.
Era de las decisiones más difíciles que enfrentaba, tenía muchas dudas y eso la hacía sentir molesta, por lo general, atacaba las situaciones sin vacilar, era muy segura de sí. María Fernanda explotaba a voluntad sus debilidades, y dejaba expuesto su lado más sensible.
Decidió llamarla, no podía con el nudo que se hacía en su garganta. Al marcarle, demoró bastante en responder.
- ¿Qué sucede? – María Fernanda respondió fríamente.
- Quería escucharte. – Sofía se sentía humillada. Una que otra lágrima se escabulló por los finos contornos de su rostro.
- Son las doce de la noche. Deberías estar durmiendo.
- Deberías estar aquí, conmigo.
- ¿Estás bebiendo?, ¿Qué te pasa?
- Sabes que te amo, ¿Verdad?, y que haría lo que fuera por ti.
- ¿Sí?, bueno, quiero que dejes de beber y te acuestes de una buena vez.
Sofía se quedó en silencio, una sensación extraña invadió su cuerpo. Respiró profundo, y continuó.
- Esto no volverá a suceder. Buenas noches.
Sin esperar respuesta, Sofía finalizó la llamada. Su ira fue tal, que estrelló el vaso del cual bebía contra la pared. Se levantó, tomó la botella y se fue a su habitación.
- Haré que me ruegues, haré que te arrodilles implorando, esto no se va a quedar así, me vas a conocer. – Sofía hablaba frente al espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación, mientras empinaba la botella buscando ahogar su pena.
Terminó inconsciente, atravesada en su cama, a medio vestir. Y así la encontró el día. Despertó con un dolor de cabeza de los mil demonios, pero tenía sus estrategias para esos casos. Un par de aspirinas y un batido de espinacas y aguacate con zumo de toronja. Un buen baño de agua fría, maquillaje adecuado, las mejores ropas, y Sofía estaba lista para enfrentar el día.
Al llegar a la compañía, no fue de inmediato a ver a María Fernanda como solía hacer cada día desde que la conoció, se dedicó de lleno al trabajo. Obviamente, María Fernanda notó su ausencia, y fue a su oficina. Cuando entró, Sofía estaba pidiendo un café. Se veía sonriente, mientras firmaba unos documentos que traía una de las secretarias.
- Caramba… llegas y no avisas.
- Buenos días, María Fernanda. ¿Qué tenemos para hoy?
- ¿Qué te ocurre?
- Nada, ¿no es eso lo que pregunto cada día? – Sofía le estaba dando una cucharada de su propia medicina, pese al dolor que sentía por dentro.
María Fernanda se acercó a ella, buscando “afecto”. En ese momento, entró la secretaria con el café, Sofía se levantó, dejando de lado a María Fernanda, y se acercó a recibir su café.
- Gracias, Lucy. – Sofía fue gentil con la joven.
María Fernanda estaba algo desconcertada, no asimilaba un cambio tan radical en Sofía. Le recordó un poco a Eva, excepto que Sofía mantenía la comunicación.
- Si fue por lo de anoche, en realidad estaba cansada, yo…
- Descuida, ya te dije que eso no volvería a suceder. Ahora, ¿podemos concentrarnos en el trabajo?
- ¿De cuándo a acá tanto apuro? – María Fernanda no se sentía cómoda con la actitud de Sofía.
- ¿De cuándo a acá tanto interés?
María Fernanda se quedó callada, no estaba preparada para esa Sofía, que siempre fue amorosa con ella.
- Bien, tenemos dos reuniones en las primeras horas de la mañana.
- ¿Y en la tarde?
- Solo firma de documentos, estamos relativamente libres.
- Bien, me sienta perfecto. Necesitaré que aprovechemos esa ventana de tiempo para revisar los contratos de los clientes morosos, examina cada perfil y separa los candidatos aptos para el rescate. No estaré en la tarde, así que me dejas los expedientes en el escritorio y yo los reviso mañana.
- ¿No estarás en la tarde?, ¿A dónde vas?
Sofía se acercó a María Fernanda, estando a escasos centímetros de sus labios, dejó salir su veneno.
- ¿Quieres dejar de preguntar tanta mierda y hacer tu trabajo de una puta vez?
María Fernanda se sintió terrible, no supo manejar las cosas y, lamentablemente, tuvo que aceptar en silencio la actitud de Sofía.
Ambas subieron a la sala de conferencias. La distancia de Sofía incomodaba a María Fernanda, pero no era el momento de hacer escenas.
Las reuniones se extendieron hasta la una de la tarde. Todos salieron bastante estresados, Sofía bajó a toda prisa a su oficina, para tomar su cartera y retirarse. María Fernanda se fue tras ella como una fiera.
- Me haces el favor y ya deja el drama de la dolida. – María Fernanda perdió los estribos.
Sofía se detuvo un momento, miraba hacia el suelo, buscando la forma más sutil de devolver aquel ataque.
- Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cuando dejes los expedientes en el escritorio, no olvides cerrar la puerta.
María Fernanda la tomó del brazo.
- ¿Ni siquiera vas a almorzar conmigo?
- No. – Respondió Sofía, con su mejor sonrisa.
- Si vas a estar con esto, lo mejor es terminar.
- Si es lo que deseas, no voy a detenerte. Eres libre de estar con quien quieras. – Sofía hacía un gran esfuerzo por no dejar salir sus lágrimas.
- Nunca te importé. – María Fernanda estaba dando patadas de ahogado.
- No serías capaz de distinguir a quién le importas, ni que hagas un curso intensivo.
Sofía la dejó con la palabra en la boca y se marchó.
Sofía bajó rápidamente al estacionamiento. Decidió ir directo a su apartamento, prefería comer algo casero en ese momento.
Durante el trayecto, recibió un mensaje de texto de Soraya, en el cual explicaba lo sucedido con Zoe y Jezabel. Esto generó más dudas en Sofía. En el primer semáforo en rojo que se cruzó, respondió a Soraya.
“Puede que sea útil, pero encontré una forma de ponerla en su sitio. Gracias por tu apoyo, nos debemos las cervezas.”
Soraya respondió con guiños. Sofía meditó aquello, definitivamente era malo, pero, prefirió no irse por las ramas, y presionar a María Fernanda con su actitud, si alguien debía darle las respuestas, era ella. Eso era lo correcto. Ya decidiría en el camino si continuar la relación o no, pues, aunque amaba a María Fernanda, no quería seguir siendo la tonta que ella pateaba a voluntad. Ahora ella marcaría la pauta, y jugarían con sus reglas, al costo que fuera.
Continúa... (viene tercera parte)...