Caminos cruzados (10)

CAPITULO X – Piezas que no encajan (tercera parte).

CAPITULO X – Piezas que no encajan (tercera parte).

Durante varios días, María Fernanda quedó con cierta sensación de ira por lo que hizo Sofía. Aunque en el fondo sabía que tenía parte de la culpa. Eso la llevó a cuestionarse respecto a las cosas que estaba haciendo, y las que había hecho durante todo este tiempo.

Había una única persona en la cual podía confiar, porque ni con su hermana tenía ese nivel de confianza. Escribió un mensaje de texto a su gran amiga, quedaron de verse al final de la jornada.

María Fernanda pasó la tarde haciendo múltiples tareas, esta vez, con un esmero inusual. Quizá quería irse temprano, o solo lo hacía para evitar pensar.

Un profundo pesar la sobrecogía, pero hacía lo mejor por mantenerse firme. Le dieron las 4 de la tarde, escribió un mensaje de texto a Sofía para notificarle que se retiraría. No recibió respuesta. Sintió una extraña sensación de ahogo en el pecho. Respiró profundo y salió de la oficina.

Tomó un taxi hasta el lugar donde había quedado de encontrarse con su mejor amiga, cuando llegó, ella estaba ahí.

Al acercarse, solo la abrazó, en ese momento, sus fuerzas mermaron, lloró desconsoladamente.

- Dime, ¿qué ocurre? - Preguntó Helena.

- Nada, hermanita, estoy haciendo todo mal y es peor cada vez.

- Cuéntame desde arriba.

María Fernanda relató los acontecimientos desde sus orígenes, al finalizar, Helena estaba algo abrumada con tanta información.

- Hey, lo de Eva ya lo habíamos conversado, cometiste un error, ya, traer aquí el pasado no serviría de nada, sabías que esto pasaría, no entiendo por qué hiciste eso.

- Sentí culpa, verla de nuevo me produjo muchos sentimientos encontrados. Ver lo fría que era después de la manera en que se arrodilló a mis pies, fue un choque, en definitiva.

- Mira, no puedes cambiar lo que pasó, pero…

- Esto siempre me va a perseguir, siempre.

- ¿Y Sofía?

- Eso es otra cosa, ahora me trata distante, a las patadas, y me siento mal.

- Tu forma de tratarla no fue la más adecuada. Ella te ama, es lógico que quiera protegerse, tengo que decirte, con toda la sinceridad del mundo, metiste la pata. Se supone que ibas a rehacer tu vida con ella, que le darías una oportunidad, vamos, mereces ser feliz, deja de castigarte por lo que pasó.

- Pero… me da miedo que deje de quererme si se entera de “eso”…

- ¿Quieres ser sincera?

- No lo sé… ya le conté las cosas que sucedieron con Paula mientras estuve con Eva, fue inevitable nombrar a…

- Sí, entiendo. Pero, ella no ha vuelto a cruzarse en tu camino, ¿qué te preocupa?

- Que Sofía quiera indagar y termine conociendo cosas que no quiero.

- Pero, son los hechos, no puedes cambiar lo que hiciste, pero, definitivamente, puedes ser mejor.

- Ya lo intenté, no resultó.

- Porque no cambiaste, solo “ocultaste”. Tú pensarás que Eva no se daba cuenta, pero, lo hacía. Y eso lo sé desde hace mucho. Pero, a pesar de ser tu amiga, no puedo inmiscuirme en tu vida. Solo puedo apoyarte y esperar que tomes las decisiones correctas, las que te produzcan calma, y te permitan ser feliz.

- ¿Qué debo hacer? – María Fernanda lloraba.

- ¿Quieres darte una oportunidad con Sofía?

- Creo que sí.

- También lo creo. Cuando Eva se fue, ni te inmutaste.

- Lo sé, es algo en lo que he estado pensando, ni siquiera la busqué… no sé por qué con Sofía…

- Te enamoró.

María Fernanda se quedó en silencio. Pudo percibir un leve temblor en sus manos… Helena prosiguió.

- Lo mejor que puedes hacer es buscarla, hablar con ella.

- No va a escucharme.

- Mafer, lo que ella está haciendo, es lo que te tiene aquí llorando como una pendeja, así que sí va a escucharte. Es lo que yo haría si Dayana tuviera una mala actitud conmigo, porque es la única manera en la cual te pones a pensar en lo que estás haciendo mal, cuando ves que la persona cambia radicalmente contigo. Tiene que estar verdaderamente desesperada para hacer las cosas de esta forma.

- No sé qué hacer, en verdad…

- ¿Dónde está ahorita?

- No sé, lleva varios días yéndose temprano de la oficina.

- Tonterías, si no está en su casa, anda dando vueltas por ahí, vagando sin rumbo. Así que tomarás tu trasero y lo llevarás a su casa, y de ahí no te moverás hasta tanto te escuche, pero, necesito que por favor, no sigas huyendo de tu vida, ese bendito disco que tienes en la cabeza delo que importa es el presente, mi pasado nada tiene que aportar aquí”, es lo que te ha llevado a este punto. Basta, es en serio.

María Fernanda, quien aún lloraba, abrazó a Helena. Reunió valor y decidió enfrentar a Sofía.

Antes de pasar por su apartamento, compró algunas rosas blancas. Recordó que nunca tuvo un detalle así con Eva, o con la misma Sofía. Durante el camino, estuvo pensando en cómo decir las cosas, la verdad, no tenía idea de qué decir. Eva lo hacía sencillo, unas cuantas galletas, algo de sexo y olvidaba cualquier cosa, en el peor de los casos, un juego de palabras y ya se la quitaba de encima. Sofía era distinta, era una mujer completa, que no daba su brazo a torcer con facilidad. Si de verdad la quería, tendría que ceder.

María Fernanda llegó al apartamento. Tocó varias veces el timbre, sin recibir respuesta. Pensó en irse, pero, se reprendió por pensarlo.

Se sentó reclinada en la reja, cruzó sus brazos sobre sus rodillas y apoyó su frente en ellos. Se sentía extraña, seguía pensando en Eva pero, con nostalgia. Al pensar en Sofía, sentía temor de perderla… María Fernanda se estaba dando cuenta, algo tarde, de lo que estaba sintiendo por ella.

Pasaron las horas, María Fernanda se quedó dormida. Cuando quiso enderezarse, vio que Sofía estaba sentada frente a ella, la miraba curiosa, traía consigo una bolsa con varias cosas, parecían ser dulces. Sofía se dirigió a ella, intentando ocultar su emoción al notar las rosas que ella traía consigo.

- ¿Ya puedo entrar a mi casa?

- Disculpa, cielo, yo…

Sofía se levantó, y extendió su mano para ayudarla a levantar. Abrió la reja, y la puerta del apartamento. Gentilmente, la dejó pasar primero. Cerró la puerta tras de sí, y caminó como si nada hacia la cocina, a dejar las cosas que había comprado.

- Sofía, traje esto para ti. Recíbelo, por favor.

Sofía se acercó, lo más calmada que pudo, y recibió las rosas que ella le ofrecía.

- Están hermosas, gracias. – Dijo, mientras buscaba un florero dónde colocarlas.

- ¿Tienes un minuto? Quisiera hablarte, prometo no quitarte mucho tiempo.

Esas palabras fueron música para los oídos de Sofía, quien de inmediato cedió toda su atención a María Fernanda.

- ¿Quieres algo de tomar?

- No, solo quiero que me escuches, y antes de decirme algo, escucha hasta el final, por favor.

- Bien. Soy toda oídos. – Dijo Sofía, mientras se sentaba e invitaba a María Fernanda a sentarse junto a ella.

- No sé por dónde empezar, pero, creo que lo correcto es, primero que cualquier cosa, pedirte perdón por lastimarte. – María Fernanda comenzó a llorar.

Sofía permaneció atenta, evitó el contacto con ella, sin embargo, su corazón latía a mil por hora. Se esforzaba por no llorar.

- No he sido lo mejor para ti, a pesar de todo lo que has hecho por mí. Y lamento eso. Lamento que todas estas cosas, mi pasado, mis actitudes, hayan dañado lo que teníamos. No puedo pedirte que vuelvas, no te merezco, pero, quiero dejar en claro algunas cosas antes de salir de tu vida.

En ese momento, fue imposible para Sofía retener las lágrimas, sin embargo, las enjugaba con naturalidad.

- Primero, sé que tienes dudas de mí después de lo que te conté… yo las tendría, pero quiero que quede claro algo, durante el tiempo que he estado contigo, te juro por mi hijo, jamás te he engañado. Lo que sucedió con Eva fue un choque emocional para mí, soy débil ante la frialdad, y sí, debo reconocer que me dolió su indiferencia, pero no por lo que pude haber sentido por ella, sino que sé lo que eso significa, me sentí en el aire, sentí que no podía estar sin ella, pero en un contexto que va más allá de lo sentimental, me excluyó de su vida con una facilidad que envidio,  es todo… por otro lado, estuve pensando, y, siendo que mi pasado ha causado tanto daño en mis últimas relaciones, decidí contarte la verdad de mí, al menos tendrás un tema de conversación con tu próxima mujer. – María Fernanda tenía la mirada clavada en el suelo, jugaba con sus dedos, como si eso la ayudara a hilvanar las ideas.

- María Fernanda…

- Por favor, déjame terminar. – Dijo, dirigiendo la vista hacia Sofía. – No me enorgullezco de las cosas que he hecho, pero, a veces, las cosas solo pasan y ya.

En este punto, María Fernanda suspiró, Sofía pudo notar sus nervios, ella temblaba…

- Mi primera relación, fue un tormento. En realidad yo era una muchachita pendeja, me enamoré de una mujer mucho mayor que yo… yo tenía 19 años.

- Jezabel.

- No…

Sofía reaccionó con sorpresa. Dejó que María Fernanda prosiguiera con el relato.

- Ella se llamaba Lucía. Fue mi primer amor, veía por los ojos de esa mujer. Ella fue un ángel conmigo, al principio… luego, comenzó a mostrarse tal cual era. Lo único que yo quería, desde siempre, era una familia con ella, pero, su estilo de vida era distinto a lo que yo pretendía para nosotras. Ella amaba los excesos, ir de disco en disco, beber, vivir la vida al límite. Dos años después, yo decidí dejarla, pero, me rogó, se puso de rodillas, me lloró como no tienes idea. Tontamente, creí en ella. Me dijo que me daría mi bebé. Ella pagó todo, los primeros meses fueron de ensueño, pero, al cuarto mes, volvió a las andadas. Tuve un disgusto muy fuerte, que casi me hace perder a mi bebé, me mandaron reposo absoluto porque corría el riesgo de un aborto, ahí nos enteramos que era un varón. Eso la hizo “recapacitar”, pues le hacía ilusión que le diera un varoncito, incluso, ella escogió el nombre. Ese tiempo yo me quedé en mi casa porque no podía subir escaleras, y donde ella vive, no hay ascensor, son grupos de apartamentos de pocos pisos, donde cada apartamento ocupa toda una planta, y conectados por pares de escaleras. Bueno… meses después, su excesiva calma me puso inquieta, pero traté de confiar en ella. Sin embargo, una de mis amigas de aquel entonces, me dijo que la vio con una mujer, yo no creía en eso, me rehusaba a hacerlo. Quise darme tranquilidad y le llamé, cuando me atendió, se escuchaba agitada… sí, pensé mal en ese momento… pero me dijo que estaba en casa haciendo ejercicio. Ese día pasó lo que ya sabemos, y que lamentablemente me hizo perder a mi amado tesoro.

María Fernanda hizo una pausa porque el dolor era demasiado intenso, cubría su rostro con ambas manos, sollozaba, y llamaba a su bebé. Sofía no pudo contener su propio llanto, se acercó a ella, la incitó a acostarse en su regazo, y comenzó a acariciar su cabello. María Fernanda se aferraba a las piernas de Sofía, mientras continuaba con la narrativa.

- Luego de eso, mi vida fue otra, perdí la razón de vivir… Paula es una de esas hienas que se acerca cuando la presa está herida. No te niego que me ayudó muchísimo, pero, mientras ella se saciaba de mí, lo que ocurría en mi corazón era completamente opuesto a lo que una vez fui. Unos meses después, conozco a Jezabel… y eso es algo completamente distinto, de lo cual nunca me he enorgullecido. Ella llegó, con toda su hermosura a querer sanar mis heridas, mira, me enamoró bien, tanto que dejé de ver a Paula. Ella me brindaba esa seguridad que tanto necesitaba, y yo pensaba que podía tener con ella lo que nunca pude tener con Lucía. Fui demasiado rápido, deseaba recuperar esa parte de mi vida, la ilusión, quería amar, quería mi hogar, quería todo. Pero, Jezabel no fue sincera del todo… ella era casada, y eso se convirtió en un obstáculo para mis planes. Me obsesioné a tal punto, que le hice la vida imposible, la buscaba, la martirizaba… le restregué por la cara a Paula. Ella decidió alejarse de mí, rompí su corazón, no supe esperar.

Sofía analizaba todo lo que María Fernanda le confesaba.

- Yo seguí viendo a Paula luego de eso, pero siempre fue algo sexual, no trascendió más allá de eso, de hecho, tiene pareja. Eso me hace sentir aún peor. Conocí a Eva hace tres años, por medio de la novia de mi mejor amiga. Bailamos, y ella era tan… gentil… no sé, despertó cosas en mí. Era agradable estar con ella, se veía desinteresada, de hecho, prestaba más atención a una bandeja con tequeños que a cualquier mujer, incluso yo pasaba a segundo plano. Ella venía con heridas, y yo traté, porque traté de tener lo que quería para mí. Ella estaba abriendo su tierno corazoncito y yo estaba siendo una auténtica perra con ella, la engañé muchas veces, y… ¿Sabes?, no me remordía. Todo lo que se torcía con Eva, lo resolvía con Paula, porque, tengo que aceptar algo, Eva es difícil, ¡Santo Dios Bendito! Es necesario un manual para entenderla.

María Fernanda se colocó boca arriba, para mirar a Sofía, esta le devolvió la mirada.

- Por todo esto, fue que me costó tanto intentarlo contigo, quería estar segura, completamente segura, de que no te lastimaría, quería encontrar de nuevo a esa mujer que una vez fui, quería una oportunidad real de cumplir mis sueños… igual lo eché a perder.

Cuando trató de levantarse, Sofía se lo impidió.

- María Fernanda, en realidad, no había razones para ocultar algo así, lo único que lograste con eso fue sabotearte la felicidad. Cuando recibes a alguien en tu vida, lo recibes con su pasado, tan simple como eso, no puedes dejar de lado las cosas que te convirtieron en lo que eres hoy. Estoy segura de algo, no notaste lo que hiciste al conocerme. Esperaste. Eso, es crecer. Reflexionaste sobre tu manera de hacer las cosas, y quisiste cambiar, rompiste un paradigma en tu forma de llevar las cosas, y, aunque yo te amé desde el primer momento en que te vi, tú mantuviste la calma, a pesar de estar deseando a gritos ser amada. Yo jamás me había enamorado, yo siempre tuve sexo libre y consensuado, nunca pensé en una vida con alguien, mi pasado no es tan interesante o tan “tormentoso”, como para que afecte mi manera de ver la vida. Mi amor, no puedo juzgarte, pero, lo que sí puedo es no permitir que por tratar de mantener separada una parte de tu vida, me trates como un zapato. Soy lo suficientemente inteligente como para saber que no merezco ese trato de ninguna mujer, porque a todas, sin excepción, las he tratado con el mayor de los respetos, desde el inicio hasta el fin. Por eso no tengo ex parejas locas o cosas así. Pero, ¿sabes cuál es el ingrediente que me permite jactarme de eso?, se llama sinceridad. No hay atajos, ni fórmulas mágicas. El día que entraste en mi vida, te recibí completa, con tu pasado, aunque nunca fueras clara respecto a él. Cuando decidí alejarme de ti, créeme, sufrí, impensable para mí tratarte como lo hice, pero, no me dejaste alternativa, y te pido disculpas por eso. Ahora, necesito que pongas en práctica esa sinceridad, y me digas, con el corazón en la mano, ¿quieres estar conmigo?, o ¿quieres que dejemos las cosas así? Tómate todo el tiempo que necesites, no iré a ninguna parte.

María Fernanda se sentó, enjugó sus lágrimas, miraba a Sofía y deseaba abrazarse a ella. Respiró profundo, tomó sus manos y se hincó de rodillas.

- Si vine hasta aquí, dispuesta a abrirme por completo, es porque quiero estar contigo. He pensado muchas cosas, y di este paso porque realmente quiero hacer lo correcto. Sofía, no quiero perderte. Por favor, perdóname.

Ambas lloraban, Sofía arrodilló igual que ella, y la estrechó en sus brazos. Estuvieron así por largo rato, hasta que Sofía tomó el rostro de María Fernanda con ambas manos y rompió el silencio.

- Necesito que me prometas que jamás volverás a ocultarme algo, por muy pequeño que esto sea. Necesito saber que puedo confiar en ti, necesito que confíes en mí.

- Te lo prometo, por favor, no me dejes. – María Fernanda lloraba cada vez más.

- Jamás te he dejado. Ni lo haré. Pero, esto era necesario.

Sofía se sentó en el suelo y tomó a María Fernanda en sus brazos. La miraba, acariciaba su rostro, y la besó con ternura.

Ese momento, marcaría un antes y un después en la vida de María Fernanda. Solo el tiempo dirá si tomó la decisión correcta.

Continúa…