Caminos (1)
En qué momento del largo camino...
En qué momento del largo camino dejamos de desearnos, cuando dimos el paso, que ocurrió para dejar de tocarnos, acariciarnos y besarnos con ganas de desnudar nuestros cuerpos y entregarnos el uno al otro.
Tal vez las piedras que se van encontrando en el camino de la vida que te hacen tropezar, piedras que no tienen nada que ver con la relación en sí, problemas con el trabajo, por los hijos o por lo contrario, por no poder tenerlos, la familia o la gente que nos rodea, el paso del tiempo, o simplemente dejamos de amarnos y nos convertimos en compañeros de piso, en amigos de confianza para tocarnos el culo o besarnos fugazmente los labios, decirnos que nos necesitamos cuando en realidad es un engaño de la mente, una necesidad de ver en la misma casa al otro por que siempre ha sido así.
Dos personas que siguen caminando sin rumbo, todo se convierte en costumbres, se va enlatando dejando cada día menos espacio a la imaginación, todo ordenado, aquí la cocina, allí el cuarto de baño, la habitación, esa cama que se comparte con los limites cada día más marcados, como si en medio hubiera un paso fronterizo cerrado que no se puede atravesar. ¿Dónde están las aspirinas?, en el cajón de los medicamentos en la cocina, ¿Has visto mi camisa blanca?, está en el cesto para planchar, ¿Sabes dónde está nuestra pasión o el deseo?, no sé, se perdió como se pierde misteriosamente la pareja del calcetín que no vuelves a encontrar en la puta vida.
Algo se nos cayó al suelo en el tropezón con una de las piedras, o tal vez fueron varios y en cada uno fuimos perdiendo una parte hasta que llegó el momento que el cesto está casi vacío. Queda el respeto, el cariño de habernos estado viendo cada día durante tantos años, el miedo a cambiar de vida, el conformismo. Se perdió la pasión, las ganas de sexo, vibrar con la vida, buscar situaciones y aventuras, el morbo, por quedar poco no queda ni las ganas de cambiar, de buscar fuera de tu casa lo que en ella no encuentras, la valentía para salir de la monotonía, preferir masturbarte antes de pedirle sexo a tú pareja, ¿para qué, será buen momento, te dará una escusa? o simplemente es que no hay ganas, da pereza hasta desnudarse. Parece que se esté esperando ese momento mágico que se alinean los astros, para ver una luz y coincidamos en el momento y lugar adecuado para dejar ir una pasión apagada, desgastada por el tiempo, como las rocas por el efecto de las olas del mar o las montañas por el viento.
Tal vez sea eso y no fueron los tropiezos, fue un desgaste continuo igual que se desgastan los huesos, igual que vamos envejeciendo inexorablemente, ¿le pasa lo mismo a nuestra relación?, van saliendo las arrugas en la piel y nos conformamos y adaptamos a ellas, el problema es que también envejece el amor, o cambia, o deja de serlo para convertirse en otra cosa, no lo sé.
El cerebro te engaña creándote una necesidad, ver a tú pareja en casa. Te inculcas ideas sin ninguna razón, no molestes, ya está bien así, te has acostumbrado a su compañía, a reír y llorar juntos, a abrazarla y besarla igual que se dan los buenos días por la mañana, es decir, porque toca hacerlo sin pensar ni sentir, la puta rutina te ha conquistado engañándote, dándote una seguridad que en realidad no es tal.
Y así se puede vivir eternamente, o no, hasta que uno de los dos abre los ojos, o como pasa la mayoría de las veces se los abren, un compañero de trabajo, alguien que se conoce casualmente o una persona cercana que siempre ha estado ahí, se crea un pequeño vínculo, un oasis en medio de la monótona vida, una ventana que se abre dejando entrar aire fresco para respirar.
No te das cuenta pero te vas liberando, las conversaciones, respiras nuevos aires, te ilusionas, ves la vida de otra forma más optimista, el flirteo. Sí, el flirteo, es eso que al principio no te das ni cuenta y un día te quedas pillada delante del armario buscando ropa que no tienes que te siente bien, de pronto te preocupas de dar una buena imagen, gustarte a ti misma para gustar a los demás, no, no te engañes, no quieres gustar a los demás, quieres gustarle a él.
Ahí, en ese momento, si fuéramos razonablemente coherentes y sensibles tendríamos que empezar a hablar con nuestra pareja, estamos experimentando un cambio que la otra parte no entiende, te lanzará comentario, darditos, algo se huele, pero cuando estás metido en la monotonía de siempre no quieres ni preocuparte, que se espabile, ya es mayorcita para saber lo que hace. ¡Alerta coño!, la vas a perder, empieza a estar al borde del no retorno.
El problema es que nuestra relación ya hace tiempo que pasó esa línea, no nos dimos cuenta y la pasamos, no hay un peaje que nos diga, “Señores, a partir de aquí no tienen nada en común, se ha acabado, ¿no lo ven?”. Pues no, no lo vimos y llevamos demasiados kilómetros recorridos sin esperanza.
La pregunta es, ¿habría pasado lo mismo si nos hubiéramos preocupado de cuidarnos siempre, de arreglarnos para nosotros y para nuestra pareja, de no dejar de flirtear con ella, buscar emociones juntos?, seguramente no.
Estábamos jugando en el mismo sitio y uno ha avanzado casillas como en el juego de la oca, y tiene ganas de seguir jugando con alegría, el que se ha quedado atrás está demasiado cansado y aburrido para seguirle el ritmo, para entenderle, se crea tensión, discusiones sin motivos aparentes, celos, el sentimiento de abandono, antes tampoco te hacía mucho caso pero ahora lo ves diferente porque se cuida, la ves más guapa, busca escusas para estar fuera de casa, vuelve tarde, le ha cambiado la cara y la ves más feliz, con ilusión.
Eso jode, verla contenta cuesta entenderlo, es porque tú estás en la mierda desde hace mucho tiempo, los humanos tenemos esa capacidad, nos es más fácil atraer a los demás al charco de mierda como el de los cerdos que salir nosotros y buscar la felicidad por nuestra parte.
¡Ay!, ese sentimiento de propiedad que se nos contagia como el maldito virus del que estamos intentando escapar esto días. Las rutinas, la monotonía, el seguir creyendo en aquellas palabras que nos dijimos cuando nos enamoramos, palabras que eran vigentes en aquellos momentos cuando nos mirábamos a los ojos con intensidad, cuando las pronunciábamos en la pasión de los encuentros amorosos, cuando nos acariciábamos sintiendo algo muy dentro nuestro. Se han ido diluyendo con el tiempo como un azucarillo en un café caliente, como las miradas a los ojos, la pasión, las caricias, todo perdido en el camino igual que las palabras que nos dijimos ya caducadas.
Algo queda, eso no se ha diluido, el puñetero sentimiento de propiedad, es mía y me va a doler que se la quede otro, que error, volvemos al abandono, sinónimo de rechazo o fracaso. Que mal lo vivimos, no sé si la necesidad de sentirse aceptado por los demás es algo inherente al ser humano, que te quieran y no te abandonen, que te acepten y no te rechacen, que te veas triunfador y no fracasado. Esa idea de estar siempre en el lado que nos gustaría cuando la vida no es así, algunos te aceptaran y valoraran, otros no, empeñarnos en que nos quieran aunque no sea verdad, hipocresía, querer triunfar por encima de todo. La realidad nos pone en nuestro sitio, unas veces se gana y otras se pierde, hay momentos buenos y otros malos, aquí se ven las personas como realmente son, quienes buscan soluciones y quienes buscan excusas, prefieren hacerse los mártires que dar la cara y salir a vivir la vida como venga, los valientes y los cobardes.
Después del mal momento, separación, dolor, lágrimas, tristeza, con el tiempo, tiempo, ese elemento tan indispensable para muchas cosas, llega la calma y se va abriendo el día, las nubes van dejando sitio al sol y nos damos cuenta de nuestro error, querer vivir una vida acabada, fulminada, en vez de buscar otra más sana. El tiempo, las horas, días, meses, nos dan otra perspectiva, y casi todos coincidimos, “Ahora estamos mucho mejor que antes”.
¡Y una mierda!, pensó Oscar al despertarse de la cabezada mirando la tele en el sofá, se levantó entrando en la cocina, sacó del congelador dos cubitos y los metió dentro de un vaso ancho y alto, una tercera parte de whisky y dos de cola, le dio un sorbo y volvió a sentarse en el sofá. En la tele se sucedían los anuncios, que coño estoy mirando le pasó por la cabeza volviendo a beber, y qué coño me pasa que en cuanto cierro los ojos me vienen los mismos pensamientos a la cabeza, el maldito proceso que interioricé cuando me separé de mi mujer, bueno, en realidad fue ella quien lo precipitó, o no. Habían pasado días y seguía igual, estancado en el tiempo con el dolor de la separación, una separación que se veía venir de lejos, no llevaban ni diez años casados y todo se les había acabado, hacía tiempo que se acabó pero Oscar se encontró bien con la situación, un puto cobarde es lo que soy, pensaba constantemente, ella lo hizo bien, tuvo el valor de enamorarse, romper con la anterior vida y comenzar una nueva.