Camino de Laika IV

Te esperan arriba. Isabel oficiará como madrina de tu bautismo. Espero que comprendas la importancia de este acto. Antonio ha decidido que eras digna de ser bautizada. No le defraudes o nos defraudarás a todos.

Fué él el que me abrió la puerta y me hizo pasar, aquel jueves por la tarde. Quien me dijo que subiese al piso superior del local, donde me esperaban Antonio y Isabel. El primer día que fui al local estaba detrás de la barra y ahora se me descubría cómo el dueño del local; Javier, Don Javier, puntualizó, para las que son como tu. Entendí perfectamente a qué se refería.

  • Sube. Te esperan arriba. Isabel oficiará como madrina de tu bautismo. Espero que comprendas la importancia de este acto. Antonio ha decidido que eras digna de ser bautizada. No le defraudes o nos defraudarás a todos.

En ningún momento supe, ni siquiera era capaz de imaginar, de qué se trataba todo aquello, pero confiaba en Antonio y sabía que nada malo podía sucederme.

Alguien, supongo que el mismo Javier, había preparado una mesa con copas, así como un cubo grande con hielo y botellas de cava.

Isabel, estaba increíblemente hermosa, se adivinaba, solo con verla, que se trataba de una auténtica dómina; llevaba una pieza de cuero sintético que le cubría, en forma de pantalón, desde los tobillos hasta el cuello, con una cremallera bajada dejando al descubierto parte de  sus senos, todo ello con remaches metálicos, ajustado a su cuerpo, con un cinturón que aún potenciaban más, si cabe, su figura, alzada sobre unos zapatos abiertos, de tacón alto. Cuando la vi así, al lado de Juan, que vestía una camisa oscura y un traje negro, supe cuan abajo estaba de ellos dos y cuan humilde y agradeciada debia sentirme de que me prestaran atención.

  • Ven. Dame tu bolso y toda tu ropa y tranquilízate, todas las sumisas del club han pasado por ello si, como en tu caso, eran primerizas. Seguro que tu señor recibirá muchas felicitaciones por poseer una perra tan apetecible como tu.

  • Vaya, Antonio, Veo que no va depilada.

  • Ya sabes que no me gusta que lleven el coño depilado, así está bien, arreglado y nada más. No me gusta que parezcan muñecas, o peor aún, niñas.

  • Coincidimos totalmente, pero últimamente creo que solo somos tu y yo que no hemos caído en esta  moda que vulgariza a las mujeres.  - Bueno, querida Laika, ha llegado el momento.

Sentí su mano cogiéndome por un brazo y acercándome a una columna desde la que se dominaba todo el local, con sus mesas, sillones y sofás, por el momento vacios.

  • ¿Que..que vais a... a...hacerme..señora?

  • Bautizarte. Nada más y nada menos que esto.

Dijo mientras sonreía y apartaba con su mano una mata de mis cabellos situandola detrás de la oreja, en un gesto de cariño y de dominio al mismo tiempo. Volvía a sentir su olor envolvente. Levanté la cabeza para poder mirar sus ojos. Era tan bella, con sus largos cabellos hasta los hombros. En aquel momento y a pesar de los nervios, lo que más deseaba era un beso suyo, una caricia.

  • Abre la boca, voy a ponerte esto para que no sigas preguntando

Dijo sonriendo, mientras yo, aceptando su orden, abría la boca, para notar como me la llenaba aquella mordaza en forma de bola, de color roja y agujereada, sintiendo las tiras de cuero en mis mejillas.

Luego fueron las muñequeras atadas a la columna.Isabel escribiendo, con aquella barra negra, mi nuevo nombre, justo encima de mis senos.

  • Cuida de que no se corra.

  • Por favor Antonio. No es la primera vez que hago de madrina, además todos los socios y socias que vienen hoy ya son veteranos. Ya verás como pronto hacen que se abra de piernas.

  • Sí seguro que sí.

  • Te vas a poner más caliente de lo que nunca has estado en tu vida.

Deberían ser ya las seis pues la sala empezó a llenarse, la mayoría eran hombres ¿O debería decir caballeros?, aunque también había mujeres, casi todas con collar. Me fijé en que también algún hombre lo llevaba. Al entrar, indefectiblemente, sus miradas se dirigían a mi, Después cogían su copa y se servían el cava, para, seguidamente tomar asiento. Mi Señor, Antonio, se sentó en una butaca, justo frente a mi. Miré a Isabel y vi que se había provisto de una fusta.

Las edades correspondían a personas maduras, sobre todo entre los hombres, aun que también había algún que otro joven y chicas jóvenes e incluso muy jóvenes, entre las sumisas.

Las luces de la sala fueron bajando de intensidad, hasta que casi no podía adivinar los rostros, mientras un foco me iluminaba, convirtiéndome en el centro de atención, si no lo era ya, debido a mi desnudez.

Pronto hubo quienes se acercaron y empecé a notar sus manos recorriendo mi cuerpo, acariciando, cuando no magreando, mis senos, mis nalgas. Lo más bonito que me decían era puta. No tardaron en dolerme los pezones, endurecidos,debido a los pellizcos que recibían. Algunos, y no solo algunos, acariciaban mi sexo, jugaban con mi clítoris. Los menos se reían de mí, los otros me miraban con deseo, al igual que las pocas mujeres que se acercaban. Antonio me miraba sonriendo y sí, pronto separé mis piernas. Sus dedos penetrando mi sexo, mi ano, llevandome al paroxismo.

  • ¡Tu! Para ya. se va a correr si sigues así.

  • Está bien Isabel, ya paro, ya paro.

Oía algunos de los comentarios de los que se mantenían sentados o volvía a hacerlo después de haber recorrido con sus manos y sus miradas mi cuerpo.

  • Vaya; Antonio sabe escoger bien sus perras.¿Es verdad que está casada?

  • Sí, esto me han dicho

  • Pués es bien puta.

  • Dios, que buena está esta madurita y mira como se retuerce. Ya no puede más. Se dejaría follar por un perro.

  • Sí. Está totalmente salida.

Había quien no podía estarse de tocarse obscenamente su entrepierna mientras se  refregaba en mi. Yo veía sus paquetes hinchados o, en su caso, sus tetas que solo deseaba acariciar, besar, chupar. Aquello era un proceso de degradación de la cual yo era el sujeto. me dejaba llevar, pendiente abajo, mientras la cabeza me daba vueltas y el sexo me chorreaba.

  • ¡Para! ¿Qué pretendes? ¿Correrte en ella?

-¡Joder! ¡No puedo parar ahora!

No tendría más de veinticinco años. Había sacado su pene y estaba masturbandose con mi muslo mientras con una mano frotaba mi sexo. A decir verdad yo había subido mi pierna, apoyando mi pie en la columna, para que lo hiciera con mayor comodidad. Miraba su polla y sus ojos alternativamente. Tenía unas ganas enormes de ser penetrada. Cuando se corrió dejó mi muslo lleno de abundante semen. Sentía su olor y esto acrecentaba, aún más, mi deseo.

  • Mira cómo la has dejado. Apártate ya de ella. ¿No ves que terminará corriéndose por tu culpa?

  • Vale, vale tia. Ahora mismo haré que la limpien.

A los pocos minutos reapareció llevando una mujer, que de seguro superaba los cincuenta, arrastrada por una correa.

  • Venga perra. Límpiela bien.No dejes nada.

Mientras,arrodillada, pasaba su lengua por mi muslo oí comentarios en la sala.

  • Muy bien chaval.

  • Esta juventud sube con los cojones bien puestos.

  • ¿Es su madre?

  • No. No, creo que se trata de una tía suya.

  • Vaya par de tetas tiene.

  • Sí, es mi tia. Aqui no, porque el jefe se enfadaría, pero, después, a la salida, si queréis os la alquilo por un par de horas, aún está bastante buena.

Sentía su lengua recorrer mis muslos. Isabel le estaba pasando la fusta por la regatera de sus tetas. se acercó a mí para susurrarme a la oreja. - Esta aún es más perra que tu, no te imaginas cómo come el coño.

  • Vamos, perra, levántate y vamos a sentarnos. Te quedarás con las ganas de chuparle las tetas.

  • Sí Amo.

Le siguió cabizbaja, mientras Isabel miraba sus nalgas y sonreía.

Yo no paraba de babear por los agujeros de la mordaza y mis pechos estaban llenos de mis propias salivaciones. Ya no sentía ninguna vergüenza, como al principio, sólo deseaba que cualquiera de aquellos hombres clavara su polla en mi. Removía mi cuerpo, ofreciendolo cuando alguien se acercaban. Fué entonces cuando le vi venir.

¡Por dios! ¡Era él! !Roberto! El inútil de Roberto ¿Cuántas veces no he estado apunto de hacer que lo despidieran? No podía soportar su holgazanería, su falta de interés en el trabajo y ahora estaba allí y yo a su merced.

  • Vaya, vaya. El mundo es muy pequeño ¿Verdad? -Decía con su estúpida sonrisa en los labios, mientras se acercaba con su prominente barriga por delante.

  • La jefa. Ella tan perfecta, tan respetable, tan marimandona y resulta que no es más que una perra sumisa.

Seguro que mis ojos reflejaban no ya miedo sino pánico cuando le miré, cuando miré a Isabel, moviendo la cabeza en señal de negación, pero ella no hizo nada para evitar aquello, solo observaba.

  • No tengas miedo putilla. Lo que pasa aquí, aquí se queda. Nadie se va enterar en la empresa, al menos para mí. Pero hablaré con tu Amo y no te librarás de comerme el culo un dia de estos. Ahora mismo no te negarías a quien fuera mi polla la que te atravesase, estoy seguro de ello.

Casi estaba a punto de echarme a llorar.

  • Ahora va a resultar que has salido llorona. Después de lo que me has puteado, mejor guarda tus lágrimas para el día en que tu Amo deje que te use, aunque sea por unas horas.

Lastima que no se puedan hacer fotos, a mi esposa le encantaría verte así, so guarra.

Baje la mirada.No podía soportar aquello. Sentir su barriga presionando mi cuerpo. Su lengua pasando por mi cuello.Sus manos manoseando mis pechos, mi sexo.

  • Estás chorreando. Mira lo que tengo para ti. - Decía mientras se tocaba la polla por encima de su bragueta totalmente abultada- Tendrás que esperar una semanas a que te la meta. Pero todo llegará, te lo aseguro.

Ni aquello hizo que bajara mi libio. Ya no podía más y sí, en aquel momento no me hubiese importado que me follase, tal era mi estado, mi necesidad.

Vi como Antonio se levantaba y venía hacia mí, mientras Roberto, aun sonriente, se retiraba al sitio que había estado ocupando sin que yo me percatara de él.

  • Isabel: Quitarle el bozal y las muñequeras, por favor.

Se hizo un profundo silencio en la sala.

  • Tú. Laika, antes conocida como Elena, ¿Te reconoces como mi sumisa?

  • Si..señor.

  • ¿Aceptas libremente que yo sea tu Amo y a partir de ahora me tratarás como tal, hasta que seas repudiada por mi?

  • Sí Amo.- Algo me decía que esta había de ser mi respuesta y que con este tratamiento debía dirigirme a él, a partir de este momento-

  • ¿Aún a sabiendas que yo decidiré sobre tí: Cuándo, en qué condiciones y a quién debes entregarte? Comprometiéndome, por mi parte, en no interferir en otros aspectos de tu vida ni en tu matrimonio

  • Si. Amo; acepto libremente ser suya en estas condiciones y en las que se devengan de ellas.

  • Sea pués.

Mi piel se erizó cuando puso el collar en mi cuello, después de leer mi nuevo nombre en él, precediendo a lo que entendí que eran sus iniciales A.C. separadas de Laika por un “de”.

Sin ni siquiera bajarse los pantalones sacó su pene y allí mismo me tomó, de pie, apoyada en la columna. Yo jadeaba como una perra en celo. Mis brazos rodeando su cuello, mis piernas su cintura. No me importó que todos vieran como me corría. Como aliviaba mi desespero entre gemidos que eran ya casi gritos.

Sentí toda su fuerza,toda su leche, dentro de mí, mientras casi me desvanecía de placer.

  • Arrodíllate, arrodíllate y mírame a los ojos. Abre tu boca para mi.

  • ¡Bautismo! ¡Bautismo! ¡Bautismo!

Jaleaban tan fuerte que casi no oía sus órdenes.

  • Abre tu boca para mi.

Obedecí, sabiendo perfectamente que iba a hacer conmigo.

Sentí sus orines en mi cara, en mi boca. Bebía todo lo que podía, mientras unas lágrimas de agradecimiento surcaban mis mejillas.

  • ¡Bautismo! ¡Bautismo! ¡Bautismo!

  • Levántate esclava.

Isabel me cubrió con una bata de seda negra.

  • Ven conmigo, cariño.

La seguí hasta abajo, temblorosa.

  • Ahora dúchate y vístete. ¿Quieres que te espere o subirás tú sola? - Me dijo mientras me entregaba la ropa.

  • No..no..ya subiré sola...Gracias Isabel.

Recibí un corto beso en los labios.

  • Has estado fantástica en todo, amor.

Cuando volví a subir todo había sido limpiado de sus meados y mis babas. Me aplaudieron, puestos de pie. Los Amos y las pocas Amas que había vinieron a felicitarme, todos menos Roberto que me miraba sonriendo cínicamente. Las sumisas me besaban en la mejilla, mientras algunas de ellas me decían hermana. Hubo brindis y bebida, mucha bebida, hasta que se fueron retirando.

  • Vamos. Te llevo a tu casa.

  • Te llamaré. - Fueron sus últimas palabras aquella noche.