Camino de casa

Una joven perdida en la ciudad. Un hombre maduro dispuesto a mostrarle el camino y... una cosa lleva a otra.

No había empezado bien el día. Como uno de tantos, la mañana había comenzado con un nuevo cruce de acusaciones entre mi esposa y yo. No podía decirse que las cosas estuvieran yendo bien los ultimos meses. ¿Quizá los últimos años?

Ni desayunar me apeteció en casa, porque estaba deseando salir de ella y poder pensar que había otra vida. Tras 18 años de matrimonio, las cosas no iban ni bien ni mal; sencillamente, pareciera que no iban. Los años de Universidad y de risas, de fiestas, de copas... habían dado paso a otros años donde las fiestas no eran menos divertidas, aunque sí algo menos alocadas. El sexo, por contra, había seguido siendo el mismo. Habíamos evolucionado poco en nuestra técnica, en nuestras fantasías, que jamás se habían visto cumplidas... o por atrevidas, según opinaba ella, o por inexistentes, según intuía yo.

El coche avanzaba lento y mortecino por las calles de la bulliciosa ciudad. Todos parecían tener prisa por llegar a su destino. Todos parecían que tenían claro el objetivo de su día, el objetivo de su vida. Esa maldita sensación de que la vida se escapaba sin saborearla al máximo estaba siendo un sabor demasiado continuado en mi paladar cada mañana.

Pasar cerca de la Universidad cada mañana era un soplo de aire fresco. A mis 42 años, no me podía considerar ya un viejo verde, pero la sensación de avanzar entre jovenes me devolvía por unos minutos a mi vida de juventud, a esa vida donde uno piensa que la vida es un libro donde uno tiene la posibilidad de escribir cada página a su antojo. Y a veces, o uno se queda sin tinta en el boligráfo y otras...  otras, sencillamente, deja pasar hojas sin rellenar, a sabiendas que luego, uno puede lamentarse.

Entre esas hojas en blanco, sin duda, estaba la infidelidad a mi esposa que jamás había cometido y siempre había sido una de las páginas que más me hubiera gustado escribir. Avanzar entre jovenes de 20 años no era el mejor sitio para olvidar ese sueño. A pesar de ello, siempre guardaba especial cuidado en circular lo más despacio posible para no tener problemas con las cada vez más numerosas bicicletas que el Campus atraía. ¡¡Qué distintos los tiempos!!

De acuerdo, el hecho de ir despacio también me permitía poder examinar de manera más que detenida los cuerpos de las chicas que acudían puntuales a su cita con la Sabiduría.

Gracias a mi prudencia, he podido evitar más de un accidente. La chica que avanzaba a mi lado por el carril bici era del tipo que es imposible no mirar. Una falda corta, camiseta blanca ajustada y esa prenda objeto de culto: una cazadora vaquera. Pañuelo al cuello y un bolso enoooorme eran los complementos perfectos para ser la chica fashion que tendría que rivalizar con cientos de competidoras en cuanto a ropa, complementos y peinado. Qué diferente la Universidad hoy en día de la que yo recordaba y cuánto enviaba a los chicos de ahora.

Fue rapido y casi como esas pruebas de los concursos donde se encadenan golpes, bolas que caen, palancas que accionan motores que mueven poleas que suben cubos que bajan pelotas que mueven objetos....  Un grupo de jovenes hablaban animadamente en una esquina, junto a un semaforo, cuando pasaba la chica a la que venía observando desde hacía unos minutos. Una gorra que salía volando, impactaba en la cara de otra chica, que sin poder evitarlo y como un acto reflejo dió un paso atrás mientras empujaba a otra chica que estaba justo detrás de ella. Esta retrocedió de manera involuntaria quedando su pie en el aire, al terminar la acera bajo su cuerpo y precipitarse justo hacia atrás sobre el carril bici, metiendo el zapato entre los radios de la rueda delantera y empujando a la chica de la bicileta. En ese momento yo estaba justo a la altura de ella, y pude ver cómo intentaba sujetarla o frenarla con una de sus manos, mientras el movimiento hizo que su bolso resbalara de su hombro y las asas se deslizaran a lo largo de su brazo, cayendo hasta el manillar. Anticipando lo que iba a ser una caída casi segura, aflojé hasta notar el sonido de la bicicleta deslizandose por el lateral izquierdo de mi coche a lo largo de la puerta del acompañante y cómo la chica iba perdiendo el equilibrio hasta que acabó semitumbada sobre el capó delantero del coche.

Balance: la rueda delantera con algunos radios rotos, una pequeña herida en la pierna producto seguramente del roce de su piel contra alguno de los radios que quedaron sueltos y la falda un poco perjudicada. Y naturalmente, unos preciosos arañazos en el lateral de mi coche.

En un instante, la chica estaba rodeada de esos jovenes que habían provocado su accidente, la bicicleta había quedado en el suelo y yo, mirando el panorama. Pero lo peor, era que me sentía el padre de todos esos muchachos. Con mi traje y mi corbata, contrastaba con el aire desenfadado del resto. La chica se disculpaba ante mí, pidiendo perdón por cómo había quedado la puerta de mi coche, por el susto que me había dado y sobre todo, sin poder asumir como culpa suya y diciendo que había sido empujada por ese grupo, ante cuyas palabras, y constantando que la chica estaba bien, habían comenzado a dispersarse con la consabida consigna de... tonto el último.

Allí quedamos la chica, su bicicleta y yo.

Y lógicamente, salió el caballero rescatador que todos llevamos dentro.

  • ¿Estas bien? - le pregunté.

  • Siento mucho no haber podido evitar que tu coche sufriera el roce de la bicicleta. Imagino que algo debo hacer al respecto aunque mi bici no tiene seguro - decía mientras sonreía y miraba su reloj.

  • ¿Vas tarde? - le respondí - Creo que en el estado que ha quedado la bicicleta no puedes usarla, así que deberíamos buscar algún sitio donde repararla.

  • Digamos que ya no llego a la unica clase que tenía hoy - Mientras decía eso, sacaba un kleenex de su bolso para limpiar unas pequeñas gotas de sangre de su pierna.

  • Y encima estás herida - me agaché y pude ver de cerca esa pierna que se ofrecía realmente suave y firme al tacto - Espera que en el coche tengo un pequeño kit de primeros auxilios.

  • No te molestes - dijo ella, usando esa forma tan natural que les sale a los jovenes ahora de tutear a cualquier persona, por muy mayor que sea, y yo me sentía realmente mayor al lado de una preciosidad como esa - no creo que me haga falta el boca a boca ni la reanimación cardiorespiratoria.

Antes de que pudiera darle tiempo a reaccionar, tenía un algodón empapado con agua oxigenada y me estaba agachando junto a su pierna. Ella tomó el algodón y me lo arrebató de las manos mientras sonreía:

  • Deja, que no me parece bonito que encima de haberte arañado el coche, retrasado en tu camino al trabajo, supongo, estés ahí, agachado delante de mi curándome... además, que no es tan grave.

  • Yo diría que lo que no te parece bonito es que un viejo como yo pretenda tocarte la pierna con la excusa del arañazo, que es lo que realmente pretendía - le dije mientras le sonreía.

  • Yo aún no he visto a ningún viejo por aquí, francamente. Y te digo más, a un hombre como tú, no le hacen falta excusas para tocar una pierna...  ni otras cosas

En ese momento, reparé que me estaba mirando de arriba a abajo, mientras pasaba el algodón por su muslo. Lo hacia sin prisa. Queriendo que notara que me miraba, y que no era una mirada superficial, sino profunda. Dejé de imaginar cosas... porque a esas alturas, ya estaba empezando a imaginarme otras cosas que no serían confesables jamás, salvo al sacerdote de mi colegio, claro está, pero porque siempre se empeñaba en sacarnos los malos pensamientos con alguna "amiguita"

  • Mira, si te parece, y como no creo que a estas horas podamos dejar tu bicicleta en algún taller para repararla, podemos esperar a que abran desayunando, ¿te parece?  Yo no he tomado nada aún, y ya que se me ha pasado el susto de haberte podido atropellar, me está entrando hambre.

  • Pero ...  ¿y la bici?

  • Pues prometo devolvertela. En cuanto abran, la llevamos al taller que la reparen - dije sonriendo mientras abría el amplio portón trasero de mi coche. Eché los asientos hacia delante, plegándolos, dejando sitio para que la bici pudiera entrar sin problemas. - Vamos, sientate y ponte cómoda, que te invitaré al desayuno completo.

  • ¿Completo? - dijo ella sonriendome maliciosamente.

  • Parece que aquí las tornas están cambiadas - dije yo mirandola fijamente a los ojos y sonriendo de la manera que recordaba años atrás, era garantía de éxito entre las chicas - Sería yo quien tendría que estar insinuando toda suerte de dobles sentidos con una chica tan guapa y tan sexy como tú, y no al reves. Dije completo, porque hay que empezar el día con energía, con fruta, con tostadas, con cereales y con leche.....

Mientras decía esto, ya había arrancado el coche y nos encaminabamos a una zona donde pudiera aparcar el coche junto a la cafetería, y eso sólo es posible en esos sitios donde sacamos lo peor de nosotros mismos: un polígono industrial.

  • Si no te importa, prefiero empezar por lo último, por la leche...

Y diciendo esto, su mano se dirigió a mi cinturón, que abrió de manera lenta y sugerente, mientras alternaba su mirada a mis ojos con otras miradas a lo que iba apareciendo a cada gesto que sus manos hacían. Desabotonó mi pantalon... y bajó suavemente la cremallera, dejando a su vista unos slips Calvin Klein negros, pero que dejaban ver la erección que me estaba provocando lo directa que era aquella chica.

  • Pero......

  • Shssssss....   conduce, que cuando menos te lo esperas, se puede producir un accidente. Te lo digo por propia experiencia - dijo mientras sacaba mi polla del slip sujetándolo por la base con su mano, dejandolo totalmente iniesto.

CONTINUARÁ.....