Camino a las nuevas vacaciones de Sandra :) (2/6)

Siguen los preparativos para las nuevas vacaciones de Sandra. En esta ocasión, se integrará al círculo de libertinos la ardiente amiga de Sandra, Mei Ling, taiwanesa y cómo sucumbió a un trío con su amiga y con el esposo de ésta, Walter.

EPISODIO 2: FESTÍN ORIENTAL, APARECE MEI LING.

1

Sandra conoció a Mei Ling desde la universidad, y a veces coincidían en algunas labores. Sandra se dedicó a la litigación corporativa, mientras que Mei Ling era una de las abogadas predilectas por la embajada de Taiwán y algunas ONGs cuyos fondos provenían de ese país. Mei era más alta que Sandra y poseía un envidiable cuerpo esbelto, casi dibujado, muy bien delineado a causa de la natación, deporte del que era instructora voluntaria para niños durante algunos de sus fines de semanas. No está de más mencionar que muchos padres de familia sobresalían por su presencia durante tales prácticas.

Mei accedió a reunirse con Sandra en un abarrotado restaurante una noche lluviosa de viernes. Una parte de ella aún no entendía por qué había aceptado esa invitación, en vista de las preguntas extrañas que Sandra le había estado formulando en los últimos días, por ejemplo, ¿cómo era el sexo con tu último novio? ¿qué te gustaría experimentar? Finalmente, Mei reconoció ante Sandra su bisexualidad, y que en los años recientes, prefería estar con mujeres.

Sandra alzó su mano, agitándola, para que Mei pudiera distingurla en medio de la multitud de mesas y cabezas. Mei lucía una cabellera negra, lacia y resplandeciente, casi hasta la cintura, era la firma de las mujeres asiáticas. Sus padres eran taiwaneses de nacimiento, pero Mei había nacido de este lado del charco, por lo tanto, también tenía la nacionalidad hondureña.

Nuestra heroína, Sandra, había tenido audiencia ese día, así que vestía traje de chaqueta color violeta suave, y una falda ajustada por sobre sus rodillas. Aún lucía sus lentes, y cuando los usaba adquiría un aire de escolasticismo. A veces, Walter insistía en hacerle el amor mientras Sandra usaba sus lentes, pero siempre se le empañaban durante la faena.

Mei Ling vestía un conjunto similar, pero con tonalidad carmesí opaco, lo que resaltaba la blancura de su piel, especialmente de sus largas piernas. La mayoría de los comensales masculinos se volvieron a ver a Mei mientras caminaba por el pasillo, incluso algunos que tenían compañía femenina, lo que seguramente no les produjo efectos muy beneficiosos con posterioridad.

La belleza de rasgos orientales tenía 29 años. Mei sabía que su amiga Sandra se había comprometido en una suerte de cruzada por conseguirle un novio que fuera capaz de restaurar su fe sexual en los hombres. Mei prefería a Sandra, pues al menos ella no le reprochaba sus aventuras con mujeres, tan solo deseaba consolidar su status bisexual, además, Sandra le había comentado en breves frases, que también había experimentado con otras mujeres. Cuando emergió el nombre de Erica, la rubia atlética y financista de piel dorada, por primera vez Mei Ling sintió una especie de hambre o voracidad similar a la que sienten los hombres cuando desean a una mujer. Precisamente, la posibilidad misma -que Mei aún consideraba remota, pero ignoraba los designios de Lilith- de acostarse con esa mujer, era uno de los alicientes para que Mei soportara los ambiguos interrogatorios de Sandra.

-"La misma Sandrita está muy buena", pensó Mei mientras se acercaba a la mesa de la susodicha. Ella se ruborizó ante su propio pensamiento. Sandra se puso de pie para saludarla con un beso en la mejilla. Luego, Mei se quitó la chaqueta y la colocó en el respaldo de la silla, igual que Sandra. La diva surgida de grabados orientales llevaba una blusa de manga larga, color rosado tenue. Sandra usaba una blusa blanca sin mangas.

Mei pidio una margarita y Sandra una cerveza Miller Light junto a un plato de boquitas para picar, decidieron probar la salsa Jack Daniels, que poco después verificaron que no era la gran cosa. Intercambiaron las trivialidades del momento, y alguna que otra anécdota laboral. La voz de Mei era más fina y cristalina que la de Sandra. El licor arreboló sus mejillas y sus labios, haciéndola más encantadora. Sandra mantenía sus ojos clavados en Mei, y sus pupilas resplandecían de pura malicia, imaginando toda clase de inmundicias que tenían como protagonista a su hermosa colega de atlético cuerpo.

Decidieron marcharse pronto, a causa del desfile de hombres que transitaban por su mesa, para intentar sacar plática o sentarse junto a ellas.

-¿Tienes algún compromiso más tarde? -preguntó Sandra, mientras anotaba su número de celular en un papelito.

-Nada en especial -respondió Mei con su voz musical-. Supongo que hay reunión donde Rong y Kelly, casi todos los viernes tienen parranda.

-¿Qué hacen en esas reuniones? -quiso saber Sandra.

Mei se encogió de hombros antes de responder: Fiestas de orientales, Sandrita, beber, cantar karaoke, bailar con el Nintendo Wii, nada del otro mundo - y apuró el resto de su tercera margarita.

Sandra arqueó una ceja. "Si supieras de que van nuestras fiestas", pensó ella, y una serie de imágenes se sucedieron en su mente, de las primeras vacaciones y de su reciente sesión de trío con su esposo Walter y con Rogelio, amigo de aquél.

-Podemos ir a mi apartamento, tengo un vino y puedo preparar algún bocadillo ligero, aquí no se puede conversar en paz y tranquilidad, con esta música a todo volumen y tanto pendejo molestando -la invitó Sandra.

Mei lo pensó un instante y luego se dijo, por qué no, y aceptó la invitación. Mientras caminaban hacia la salida, Mei vio una escena que jamás olvidaría: Sandra se aproximó a una mesa donde departían varios jóvenes, uno de los cuales se había acercado donde ellas unos minutos antes, tendría unos veinticinco años, calculó Mei, y fue a éste en cuya mano Sandra depositó el papel, sin importarle la expresión y puyas posteriores de los demás comensales.

Una vez fuera del local, en el estacionamiento, bajo el refrescante clima nocturno, Mei le dijo, aterrada: "¿Cómo pudiste hacer eso? ¡Estás casada!" Sandra le sonrió maliciosamente: "Cómete un Snickers, Mei. Relájate. Tienes mucho qué aprender sobre la clase de relación que Walter y yo tenemos." Y las dos se dirigieron a sus respectivos vehículos, pero a Mei aún no se le pasaba la impresión, el shock, y por qué no, la admiración por la audacia de su amiga. Además, ese muchacho no estaba nada mal... y Mei volvió a sonrojarse y por poco deja caer las llaves de su carro cuando intentaba abrir la puerta.

Mientras conducía, Sandra pensaba que el único Snickers que le apetecía, de momento, era la barra que colgaba entre las piernas del esposo de Viviana, y se le hacía agua la boca pensando que en pocos días la tendría finalmente entre sus fauces; se llevó una mano a la entrepierna mientras aguardaba que el semáforo prendiera la luz verde.

2

-¿Tienes algo planeado para el siguiente fin de semana, Mei? -le preguntó Sandra cuando colocó la bandeja sobre la mesita, frente al diván en el que se había acomodado su amiga. Sandra abrió una botella de Casillero del Diablo, y unas latas de choricitos y cortó un par de rodajas de queso gouda, para picar. La única iluminación era provista por la lejana luz de la cocina y por una lámpara sobre una mesita entre los divanes, que inundaba la salita con un resplandor escarlata suave, dejando algunos rincones y recovecos en la penumbra.

Mei, debidamente repantigada sobre el diván, tras descalzarse, luciendo sus largas y esculturales piernas, exhibiéndolas con no poca vanidad, de una manera que no habría hecho en caso de haber presencia masculina. Sandra se acomodó en otro diván. Mei Ling cerró sus ojos, sintiendo el efecto del vino tinto en su cuerpo, en tanto Sandra tipeaba algo en su smartphone. De parte de Sandra, esa misma noche le habría dado en la nuca al joven del restaurante, pero tamaña audacia podría ser demasiado para Mei, y la idea era incluirla en los juegos planificados necesitaba trabajarla más, por lo cual, Sandra decidió apegarse al plan inicial y posponer su encuentro con el universitario. Esa será otra historia.

Sandra y Mei Ling conversaron un rato, descalzas, sus chaquetas arrojadas sobre un sofá al otro extremo de la salita. Bromearon y rieron.

-¿Recuerdas a Saúl, mi novio de varios años? -preguntó entonces Sandra, tras las trivialidades para cortar el hielo. Mei nunca lo trató mucho, pero lo recordaba.- Él era bueno en la cama, se esforzaba mucho, trataba de ser cariñoso, pero al igual que muchos hombres, no entienden el valor de los juegos de pre calentamiento para nosotras las mujeres.

-¿Por qué rompieron? -indagó Mei, sus mejillas y labios coloreados por el licor que había consumido en el restaurante y ahora por el vino.

-Embarazó a una edecán de 22 años -respondió Sandra, encogiéndose de hombros-. Vi unas fotos de esa cipota en facebook, antes del embarazo, debo admitir que era un espectáculo.

-¿Crees que lo has superado? -preguntó Mei.

-Es difícil superar un golpe a la vanidad femenina, pero ya me da igual -respondió Sandra, empinando la copa-. A mis amigas también les costó mucho animarme para volver a conocer hombres, y, ¿sabes qué? Si mi amargura me hubiera podido, hoy no habría conocido a Walter. Por eso siempre estaré agradecida con Erica y Viviana.

-Eso fue en las vacaciones de verano del año pasado, ¿verdad?

Sandra asintió: "Así fue, ahí aprendí que un mal amante no debe hacernos creer que todos los hombres lo hacen mal". "¿Tan bueno es Walter?", preguntó Mei, arqueando una fina ceja. "Walter es buenísimo, y también Gerardo, Efraín, Viviana y estar en las manos de Erica es lo máximo", Sandra decidió dejar ir el golpe de un solo batacazo, gozando con las expresiones en el rostro de Mei Ling, mientras asimilaba la información que se le acababa de transmitir de golpe. Mei apuró el resto del vino en su copa.

-Creí que en esas vacaciones sólo te habías acostado con Walter -musitó, suavemente.

-No sólo con él. Me la pasé de puta madre cogiendo con 5 personas -aseveró Sandra, con una resplandeciente sonrisa de oreja a oreja.

-¿Y también con Viviana y con Erica?

-Ellas hicieron lo que quisieron conmigo. Y con ellas aprendí a hacerle el amor a mujeres.

-Oh, vaya -exclamó Mei, llevándose una mano al pecho, ruborizándose mucho-. Pero, ¿Gerardo y Viviana no están casados?

-Ellos se casaron poco después, Walter y yo nos casamos hace pocos meses; Efraín y Erica siguen en su relación abierta-. Sandra contempló cómo Mei se mordía los labios, seguramente imaginando los tremendos bacanales acaecidos el verano pasado.

Sandra extendió su smartphone a Mei. "¿Quieres ver algunos videos? Este es de un trío que tuvimos Gerardo, Viviana y yo hace varias semanas". Mei sujetó el aparato con sus manos blancas y temblorosas. Vio una escena en la que Gerardo bombeaba furiosamente a Sandra sobre una cama, mientras Viviana hacía comentarios y se reía de las caras de placer de su amiga, la carne blanca de Sandra contrastaba con la de Gerardo; Sandra, con su rostro enrojecido, gemía y lloriqueaba descontroladamente. Mei vio otro video en el que Viviana y Sandra chupaban un enorme y recio pene negro, que asumió era el de Gerardo, cuya voz cavernosa podía escucharse, junto a los chupetones, Mei prestó especial atención a los momentos en que las bocas de las dos féminas se encontraban, y a veces se besaban, salvajemente, con lengua. Mei no fue consciente que se había llevado una mano a su entrepierna, sobre su falda rojiza.

-¿Qué pretendes al mostrarme esto y decirme todas estas cosas, Sandra? -preguntó Mei-.

-Quiero que superes a tu ex y quiero hacerte sentir bien, muy bien, de la misma manera que mis amigos lo hicieron conmigo -dijo Sandra, con su tono de cazadora sensual.

Mei alzó la vista del teléfono y vio a los ojos a Sandra, quien se levantó para tomar asiento junto a ella. Sandra posó una mano sobre el muslo de Mei, que se estremeció ante ese contacto. "Si te he incomodado, no ha sido mi intención, puedes marcharte, pero yo personalmente, creo que mis manos y mi boca podrían estar haciéndote cosas más importantes que hablarte". Mei se quedó petrificada, sin duda Sandra estaba muy buena, pero su inusitada agresividad sexual la tenía pasmada. El smartphone cayó al piso alfombrado, emitiendo los gemidos de Viviana mientras Gerardo la enculaba y Sandra le manipulaba el clítoris. Mei hizo un débil intento para evitar a Sandra, pero el conato de resistencia terminó cuando los labios de ambas mujeres se pegaron. Mei Ling abrazó a Sandra y estrujó los redondos pechos de su amiga que siempre había codiciado, y supo que no había marcha atrás, esa noche Sandra iba a hacerla suya. Y no sólo Sandra, pero Mei aún ignoraba esto en ese momento.

3

Siempre el primer beso entre el seductor y el seducido, o en este caso, entre la seductora y la seducida, es tan intenso, salvaje y triunfal. La lengua tibia y aterciopelada de Mei pronto escudriñaba la boca de Sandra, y viceversa, abrazándose fuertemente, las dos mujeres dejándose manosear por la otra. Mei gimió sorprendida cuando Sandra deslizó su mano debajo de su falda para juguetear con su sexo. Sandra aferró la cabeza de Mei para seguir besándola, fascinada por su sabor y una especie de ternura lujuriosa, mientras que acariciaba su intimidad. A medida que Mei iba relajándose, calentándose y entregándose, dedicaba muchas caricias a los senos y piernas de Sandra.

Mei y Sandra separaron sus rostros para verse mutuamente. Sandra sonrió con malicia, en tanto Mei, sonrojada, sonrió como niña pícara, y bajó su mirada. Sandra la sujetó por su delicado mentón: "Mei, déjate consentir. Permíteme agasajarte". Mei asintió y volvieron a besarse. Pronto, las chicas se desnudaban con esa manera silenciosa, casi sin despegar sus labios.

-Eres una preciosura -la aduló Sandra, mientras devoraba con la vista a Mei Ling, desnuda, apenas con sus aritos y un par de anillos por toda prenda. Sandra se posó sobre ella y se besaron. Esta vez, Mei aferró las carnosas nalgas de Sandra y las estrujó como siempre quiso hacerlo. Sandra estimulaba el sexo de Mei con su mano derecha, sin dejar de besarla apasionadamente. Mei empezó a gemir, incrédula ante lo buena que era Sandra. "Después vas a querer que lo hagamos todos los días", le susurró Sandra en un muy fugaz receso entre los lésbicos besos.

Mei pudo gemir y quejarse con más soltura a medida que Sandra descendía por su cuerpo, tras besuquear su cuello y hombros, luego dedicó tiempo especial a sus senos, como ningún amante masculino lo había hecho jamás. Mei profirió un intenso suspiro cuando la boca de Sandra arribó inexorablemente a su vagina bien rasurada. Mei aferró las manos de Sandra, mientras ésta merendaba en medio de sus piernas. Mei temblaba y el sudor comenzaba a brotar de sus poros, su cara coloreada y su ceño fruncido, rodeó la cabeza de Sandra con sus largas piernas.

Sandra liberó su mano derecha para ayudarse en la comida de coño, e incluso para acariciar el trémulo recto de su amiga. Mei se llevó la mano libre a la boca, para chuparse los dedos y/o mordérselos, ahogando alaridos de puro placer. Sandra introdujo dos dedos en el túnel amoroso de Mei, retorciéndolos y moviéndolos tal y como Erica le había enseñado, cuando ensayaron en una más que dispuesta Viviana.

-¡Qué rico me la chupás, Sandra, todos los días te voy a buscar! -exclamó Mei entre sollozos y jadeos. Cuando Sandra liberó su mano izquierda, la destacó para explorar el apretado culo de Mei Ling. La agasajada se chupaba los dedos y se apretaba sus pechos, presa de las zarpas de Sandra, y de sus no menos "feroces" fauces.

El diván tronó con los espasmos de Mei, cuando su cuerpo sucumbió a las convulsiones orgásmicas, ante la lengua inclemente de Sandra, que no dio cuartel ni respiro al clítoris de su amiga/amante. Mei ululó como fantasma, clavando sus uñas en la cabellera castaña de Sandra, quien le había metido un dedo en el culo y lo retorcía con extrema fruición.

Mei resoplaba con pesadez, toda su blanca piel perlada de sudor, el sueño de todo mangaka y/o geek. Sandra se encaramó sobre ella para besarla tiernamente. "¿Qué tal estuve?", le preguntó. Mei se rió: "Nunca imaginé que se podía sentir todo esto". Sandra sonrió, y le dio un largo beso. "Te quiero mucho Mei, y ahora todavía más, pues hicimos el amor, sólo quiero lo mejor para ti", y siguió besándola, sus lenguas chasqueando.

Mei respingó entonces. En el sofá al extremo opuesto de la estancia, se encontraba un hombre sentado y desnudo, con su pene enhiesto, sobándoselo sin despegar su mirada de las mujeres desnudas, que resoplaban. Sandra le cubrió la boca con la suya y volvió a echarle mano en la vagina. Mei entrecerró sus ojos. "Es mi esposo, Walter, le prometí una cena oriental y aquí estás", le confesó Sandra muy sonriente. Mei la miró sorprendida. El aludido caminó hacia las chicas. Mei Ling observó el cuerpo recio y peludo de Walter, y su pene endurecido.

-Tienes razón, amor, esta clase de sorpresas son muy chistosas, la cara de Mei fue un poema cuando te vio -dijo Sandra, sentándose a horcajadas sobre Mei Ling, para recibir a su marido con un beso muy lascivo e intenso. "Tu amiga es muy hermosa, como lo habías prometido", dijo Walter, comiéndose a Mei con la mirada. "Felices trampas, Mei", le dijo Sandra, y la besó, luego convidó una cálida mamada a su esposo, con Mei como testigo de primera fila, quien observaba el recio miembro de Walter introduciéndose seco en la boca de Sandra y emergiendo brillante de saliva.

Mei no sabía qué pensar. "Relájate, esta noche tendrás dos personas a tu disposición para hacerte muy feliz", le dijo Sandra. Acto seguido, el matrimonio se acomodó entre las piernas de Mei Ling y ella se apoyó sobre sus codos para ver el show que jamás olvidaría, el momento en que dos lenguas hicieron contacto con sus labios vaginales. Walter metió dos gruesos dedos, más calientes que los de Sandra, y las dos lenguas atacaron el clítoris de Mei. La agasajada se llevó las manos a la cara, como electrocutada ante la inesperada avalancha de calor que la azotó por dentro, gritando. A veces Sandra desplazaba su lengua por la apertura húmeda y tibia, y Walter manoseaba los muslos y nalgas de Mei, y después Walter le comía la concha mientras Sandra le besuqueaba la entrepierna y le metía dedos en el culo. Mei lloriqueaba y se estremecía, los gemidos con su voz cristalina provocaban que Sandra y Walter fueran calentándose más y más. "¿Te imaginas cómo serán sus chillidos si le das por el culo, amor?", preguntó Sandra a Walter, y los dos se besaron, luego reanudaron su comida de panocha.

4

Sandra se había hincado en el piso junto a Mei para besarla y acariciarle el busto, mientras Walter ubicaba las largas piernas de la invitada a ambos lados de sus caderas. Sandra le acarició el clítoris y le susurraba lo bien que la iba a pasar. Mei abrió su boca y gimió cuando Walter la penetró, su vagina muy sensibilizada y húmeda, recibió al marido de Sandra con el mayor gusto. Walter se la dejó ir de golpe y suspiró. "Qué rica y apretadita está tu amiga, amor", le dijo, y los esposo se besaron en tanto que Mei empezaba a gemir más ruidosamente que cuando le dieron sexo oral.

Mei se esforzaba para abrir sus ojos rasgados y ver a Sandra y a su marido besándose, mientras éste se la cogía; Sandra estaba radiante, muy sonriente, sus ojos brillantes de picardía. Mei no recordaba cuándo sintió tanto morbo. Mei tomó una mano de Walter y lo atrajo hacia ella; se besaron alocadamente, y Mei le rodeó el grueso cuello con sus brazos blancos y delicados, y poco después, a medida que las embestidas de Walter arreciaban, volviéndola más escandalosas, la espalda de Walter lucía múltiples aruñones, semejando la espalda de un martirizado. Los gemidos y lamentos de Mei Ling, con su voz musical y cristalina, sólo ponían más arrecho a Walter, mientras que Sandra, acostada en el otro diván, se masturbaba frenéticamente, sin perder ojo de la escena. Los pies de Mei Ling se retorcían en el aire, apuntando al techo, según la verga de Walter le causaba cualquier cantidad de sensaciones placenteras, aguijonazos intangibles que la enloquecían como ningún hombre antes que él.

Walter se detuvo y besó largo rato a Mei, paladeando su sabor exótico. "¿Cómo te sentís, Mei? ¿Pasándola bien?", le preguntó Walter, dándole otro beso de labio. "Demasiado bien", confesó ella, sonriendo. Walter se puso de pie, instando a Mei a hacer otro tanto. Sandra y Walter contemplaron el tatuaje que decoraba la espalda de su invitada, una vid espinosa con tres rosas rojas, la superior a poca distancia por debajo de su nuca, una a media espalda y otra por encima de las caderas. "Véanla cómo está tatuada, y sólo de santa quiere trabajar", comentó Sandra, y los tres libertinos rieron, Mei cada vez más desinhibida. Walter aferró las cabezas de sus dos amantes para atraerlas contra la suya, y se fundieron en un ardiente beso triple, en el que las lenguas chasquearon y se entrelazaron, los labios se mordían y la saliva fluía.

El hombre tomó asiento en el diván donde segundos antes estaba cogiéndose a la amiga de su mujer frente a ella; Sandra y Mei Ling se arrodillaron ante Walter y empezaron a lamerle el pene, sus bocas y lenguas recorrían la carne, saboreando los jugos interiores de Mei, a veces se detenían para besarse, se turnaban para succionar la verga y para chuparle los huevos.

-Acuéstese, Walter, quiero probar algo que vi en un video hace días -dijo entonces, Mei, muy sonriente. Sandra y Mei se besaron mientras Walter se acostaba; luego, Mei Ling se sentó a horcajadas sobre Walter, pero dándole la espalda. Mei apoyó sus manos sobre el diván, entre las piernas de Walter, convidándole un maravilloso ángulo de su trasero redondo y blanco, así como de su tatuaje que le zurcaba casi toda la espalda, visible a través de su larga y lacia cabellera, visión que puso muy arrecho a Walter, en tanto su esposa Sandrita no perdía detalle, filmándolo todo en su smartphone.

-Dios mío -musitó Walter, cuando Mei se clavó su tiesa verga y ella sola empezó a mover sus magníficas caderas de arriba abajo, primero despacio y gradualmente incrementando la velocidad, como también aumentaban los bufidos y elogios de Walter y los bulliciosos gemidos de Mei, con su voz quebradiza, más propios de alguien padeciendo torturas medievales que de una preciosa oriental cabalgando a un bastardo con suerte. El mueble crujía bajo las embestidas de Mei, cuya cara enrojecida y perlada de sudor estaba siendo enfocada por la cámara del dispositivo de Sandra. "Qué bueno está tu marido, Sandrita, creo que te lo voy a quitar, esta pinga me tiene pendeja", balbuceó Mei para la cámara. Acto seguido, Sandra la besó salvajemente, mientras Mei continuaba follándose a Walter.

Walter alzó sus caderas, rugiendo, y pronto Mei Ling pudo sentir la explosión ardiente en su interior, sus ojos en blanco, mientras el esposo de su amiga la rellenaba con su semen. Walter se sentó, sus peludas piernas a cada lado del diván y se apoderó de Mei para besarla y frotarle el clítoris con sus dedos gruesos y varoniles, procurándole su correspondiente clímax. "Qué maravilla de mujer la que has traído, amor", dijo Walter a Sandra, mientras Mei se convulsionaba por el inevitable orgasmo. "La noche aún es joven, podemos hacerle de todo a esta china", dijo Sandra, sonriendo.

Finalmente, Sandra y Mei Ling se hicieron un sórdido y espectacular 69 mientras Walter se pajeba y observaba desde el diván adjunto. Su segunda eyaculación, menos profusa que la primera, tuvo el privilegio de derramarse sobre las caras de su mujer y de Mei, quienes se lamieron mutuamente, hasta que, tanto de sus hermosos rostros como del pene de Walter, hubo desaparecido cualquier rastro de lechita. Sin vestirse ninguna de las tres libertinas personas, Walter abrió otra botella de vino, de la misma marca, y más tarde fueron a la habitación del matrimonio para continuar la intensa sesión de trío.

-¿Sabes, Mei? Te queremos presentar a un tipo que quizás sea de tu agrado -le dijo Sandra, mientras las dos se duchaban, preparándose para el round dos.

-¿Y cómo es él? -quiso saber la exquisita taiwanesa.

-Tiene 36, se llama Rogelio, está muy bien dotado y coge como un animal -confesó Sandra, muy sonriente.

-¿Quieres decir que te has acostado con él? -titubeó Mei Ling.

-¡Claro! Hace unos días, él y mi esposo hicieron lo que quisieron conmigo, y si te lo estoy recomendando es porque me consta a primera mano su calidad -dijo Sandra, guiñándole un ojo. En esos instantes, Walter se unió a ellas dentro de la ducha y los tres se besaron. El hombre posó una mano en cada par de nalgas y ellas gimieron, aferrándole la verga que iba poniéndose tiesa tras casi dos horas de reposo. Ese mes iba a salir grande la cuenta del agua, pero Sandra y Walter opinarían que valió la pena.