Camino a Barcelona
Tres amigos, un camino por hacer y una vida por cambiar.
Este texto va para el chico triste de la capital del Turia y para el chico malo de la verde Asturias.
"Menuda mierda de viaje", pensaba Paula mientras Álvaro dormitaba en su hombro, en la tercera fila de asientos del monovolumen. Se suponía que iban a emplear aquel mes de agosto en recorrer románticamente la península Ibérica en tren, desde Granada hasta Santiago de Compostela, los dos juntos, solos, compensándose el uno al otro por las largas ausencias a causa del trabajo. Pero no, en lugar de eso estaban surcando la Nacional No-sé-cuántos en dirección a Barcelona, a las tres de la madrugada, porque la mejor oportunidad laboral en la vida de Álvaro había tenido que llamar a su puerta justo cuando estaban a punto de comprar los billetes. Le habían ofrecido un ascenso en unas condiciones inmejorables a cambio de incorporación inmediata, así que Álvaro no pudo pensárselo, empaquetó su vida en su monovolumen y puso rumbo a Barcelona. Cuando tienes 32 años y la aspiración de irte a vivir con tu novia en un piso decente, tampoco hay mucho que pensarse.
Paula hubiera querido dormirse con Álvaro, aunque eso significara perderse su expresión entre angelical y tiernamente bobalicona en aquellos momentos. Pero no podía dormirse; estaba insomne, y lo estaría un par de días más, como lo estaba siempre que una perspectiva nueva sacudía su estabilidad. Y tener a Álvaro en Barcelona daba mucho en qué pensar. Tampoco tenía ganas de hablar con Fede, que había relevado a Álvaro del volante hacía un par de horas. Hacían turnos para poder estar en el corazón de Barcelona a la hora convenida. Fede era el amigo del alma de Álvaro; bueno, lo eran mutuamente. Amigos, confesores, colegas de juergas, apoyos vitales en momentos duros... Paula se llevaba bien con Fede, no era mal chico. Como también estaba de vacaciones, se había ofrecido a ayudarles con la súbita mudanza y con la conducción. El trecho que separaba Granada de Barcelona era demasiado largo como para que una persona sola pudiera hacérselo en menos de 36 horas. Sí, Fede era un buen amigo.
Paula estaba totalmente abstraída pensando en cómo adaptar su trabajo como marchante de arte con el que iba a ser el nuevo domicilio de su novio, así que cuando sintió la mano de Álvaro aferrándose a su muslo se sobresaltó un poco. Le miró y le vio aún un poco soñoliento, pero inequívocamente pícaro. La mano siguió subiendo. Paula habló en susurros:
-Haz el favor de estarte quieto, Álvaro. Éste no es sitio.
Paula lo pensaba casi sinceramente, la parte de atrás de un monovolumen en marcha no era el lugar más indicado, a su entender, para la demostración física del amor. Sin embargo, el mero roce de Álvaro (por aquello de que era un cuerpo conocido e inmediatamente le vino a la cabeza la cantidad de cosas que podrían venir después de aquel roce) le erizó la piel. Paula y Álvaro se querían más de lo que follaban, y las vacaciones de agosto también estaban proyectadas como el gran desfogue del año. Otra frustración a añadir a la inoportuna oferta de empleo. Álvaro le contestó en el mismo tono:
-Venga, qué más te da, sólo un par de roces más. Lo estás deseando...
Demasiados años juntos como para que Álvaro no supiera qué se escondía detrás de las sensateces de Paula; se conocían como si se hubieran parido, y el chico también era consciente de que su novia no tenía resistencia a una súplica mimosa.
Paula le miró en un vano intento de rebatirle. Pero no pudo, aquella miradita de "te deseo tantísimo" que sabía ponerle Álvaro era superior a ella, así que abrió un poco las piernas para que él pudiera seguir explorando debajo del vestido aquel territorio tantas veces recorrido, pero que le seguía pareciendo ignoto y fascinante como el primer día.
Protegidos por la oscuridad, la monotonía del viaje y la presunción de que Fede seguía concentrado en el volante y no les había oído hablar, Álvaro y Paula se abandonaron. Él siguió deslizando la mano río arriba, hasta la fuente (Álvaro solía llamarlo así, porque Paula no padecía problemas de sequedad, precisamente), y la encontró más húmeda de lo que esperaba para el poco toqueteo que, en su opinión, habían tenido. Susurró un "joder" de forma inconsciente y sorprendida, y siguió apretando la mano contra los pliegues de Paula. Dos dedos buscaron la forma de acoplarse al interior de su vagina, un tercero se posó firme sobre el clítoris, y los tres iniciaron un movimiento cadencioso y rítmico; Paula bendijo para sí una vez más a los padres de Álvaro, por haberle regalado cuando era pequeño aquella primera guitarra con la que no sólo se relajaba en sus ratos libres, sino que además le había dado aquella maestría para acariciar a una mujer. Álvaro se moría por sacarle los pechos y chupárselos al mismo tiempo que la masturbaba, pero sabía que Paula no le iba a dejar, a pesar de que estaba empezando a respirar más y más agitada, entrando en esa fase de pérdida del raciocinio que es la puerta de entrada al orgasmo. En lugar de eso, Álvaro se conformó con mirarla, con comprobar cómo ya no era capaz de mantener los ojos abiertos, cómo luchaba por no revolverse, cómo se llevaba las manos a la boca para ahogar los gemidos. Si algo le hacía sentirse hombre era ser capaz de llevar al orgasmo a una mujer.
Paula se estremeció y Álvaro supo que había llegado. Aún estuvo temblando en intervalos regulares de espasmos al menos otros cinco minutos, mientras su novio la abrazaba con todo el amor del mundo y le acariciaba el pelo. A Paula esos cinco minutos de temblores involuntarios le dieron para pensar que pocas veces antes había experimentado un orgasmo tan intenso, y se preguntó si no sería por la presencia de Fede en el volante del monovolumen, lo bastante cerca como para oírla jadear en silencio. Miró a Álvaro, su sonrisa de autocomplacencia, la que siempre tenía cuando la llevaba al orgasmo. Tenía la mirada picarona, la mirada clásica de "esto no se ha acabado aquí", y Paula pensó que en el hotel de Barcelona la esperaba un polvo de los que hacen historia. Pero Barcelona aún estaba demasiado lejos, y Álvaro lo sabía. Así que se bajó la cremallera y se sacó al aire la polla endurecida y le dijo a Paula:
-Te toca.
-Ni de coña, si me pongo a mamártela ahora Fede se va a dar cuenta.
De nuevo esa carita de súplica mimosa, de nuevo esos argumentos irrebatibles que Álvaro siempre presentaba cuando quería algo de Paula
-Por favor, una de las lentas. Puedes hacerte la dormida en mi regazo, no va a verte, está muy oscuro.
De nuevo la resistencia de Paula que se va al garete. Ella se inclinó sobre el regazo de Álvaro con cuanto disimulo pudo, y empezó a hacerle una mamada lenta y concienzuda a su novio. Álvaro era un tío distinto en este aspecto. Consideraba vulgar correrse en la cara de una mujer, con Paula sólo le había pasado dos veces en seis años. No, Álvaro prefería las mamadas lentas, "artesanales" las había llamado él alguna vez, y Paula las dominaba como una auténtica artesana. Lo que a él le gustaba era sentir una lengua deslizarse despacio pero con armonía, de una forma cíclica; Paula era perfectamente consciente de ello, y empezó con lamidas muy suaves, a lo largo de todo el tronco, moviendo la lengua en círculos desde la base hasta el capullo. Álvaro apoyaba su mano en la nuca de Paula, porque sabía que para ella no había un gesto más erótico que ése, y mientras su novia iniciaba la completa desaparición de su pene en la boca, él se lamentó de no poder tomarla allí mismo. Todo cuanto ansiaba en aquel preciso instante era arrancarle la ropa interior a Paula y sentarla sobre su polla, obligarla a botar encima de él mientras le palmeaba el culo y acabar derramándose dentro de ella. Lo de empezar a toquetearse había sido, sin duda, mala idea. Ahora no podía dejarse a medias.
-Paula, tenemos que follar ahora.
Paula dejó la mamada y le miró con los ojos como platos.
-¿Tú estás loco o qué te pasa? ¿Cómo se te ocurre que nos vamos a poner a follar aquí y ahora?
-Me da igual hacerlo delante de Fede, me da igual decirle que pare y se baje del coche hasta que hayamos terminado, pero tengo que echarte un polvo ya- ni siquiera el propio Álvaro era totalmente consciente de lo que estaba diciendo. Tenía con Fede la confianza necesaria como para pedirle una cosa semejante, por grosera que ésta fuese; Paula no podía reaccionar, tan grande era su desconcierto.
-¿Cómo... cómo vas a pedirle a Fede algo así? Por el amor de Dios, contrólate un poco que no eres un adolescente.
-Ya sé que no soy un adolescente, pero ¿qué culpa tengo de quererte como te quiero? Después de la cantidad de noches que he dormido solo echando de menos el calor de tu cuerpo y la luz que te sale de la boca cuando te ríes, ¿te extrañas de que te desee de esta forma? Ya sé que no tiene sentido que no sea capaz de aguantarme un par de horas más después de haber pasado meses esperando este momento, pero simplemente es así, Paula. Si no te tengo ahora, creo que me volveré loco.
A Paula este tipo de cosas siempre le había podido con la voluntad. Contagiada del deseo irracional e impertinente de Álvaro, se dirigió a Fede con una voz que le salió, no de cerebro, sino directamente de la entrepierna.
-Para en la cuneta tan pronto como puedas y bájate del coche hasta que te digamos que vuelvas, Fede. Por favor.
Fede soltó una carcajada de incredulidad.
-¿Y eso? ¿No iréis a echar un polvo?
-Tú lo has dicho- replicó Paula con una serenidad que convenció a Fede. El coche se detuvo cien metros más adelante y Fede se bajó, no sin antes desearles un buen polvo y musitando "qué cabrones" con media sonrisa. Al menos la noche de agosto era cálida, casi tanto fuera del coche como dentro.
Álvaro se había sorprendido al oír a Paula, y volvió a sentirse afortunado de tenerla a su lado. En cuanto Paula comprobó que Fede se había alejado lo suficiente del coche, se volvió hacia su novio y le miró con los ojos encendidos. Le besó en la boca, poniendo en ese beso toda la pasión que le cabía en el cuerpo, en esa mezcla de excitación y amor, aderezada con un deseo contenido durante demasiado tiempo que ahora se derramaba sin contemplaciones entre los dos. Él no fue menos, y respondió a su beso con la lengua ansiosa, y con las manos fuera de control por todo el cuerpo de Paula, dejando al aire sus estupendos pechos, libres para ser lamidos y acariciados, en especial aquellos pezones de los que ella se avergonzaba porque le parecían demasiado grandes, y que a él le parecían una bendición.
Paula se quitó las bragas como pudo y se sentó sobre Álvaro, sintiéndole entrar despacio, totalmente rígido para ella, viendo sus labios entreabiertos dejar escapar un suspiro de anticipación ante el ritmo endiablado que se avecinaba. Una vez la hubo penetrado por completo, la miró a los ojos y ella supo que ahí daba comienzo la furia. Empezó a moverse como sabía que a él le enloquecía, primero despacio, hacia delante y hacia detrás sólo con la cadera; según se hacían más graves los gemidos de Álvaro era momento de ir acelerando. Él la sujetaba con las manos en las nalgas y con los labios en los pezones; poco después Álvaro tuvo que dejar de marcarle el ritmo y pasó su mano hacia delante para acariciarle el clítoris. Paula ya andaba desmelenada, gimiendo entre gritos, con las primeras gotas de sudor bajando por sus sienes. Se corrió un par de minutos después, pero siguió botando sobre Álvaro con la misma energía porque le vio echar la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, y eso, en aquella postura, sólo podía significar que estaba a punto de culminar dentro de ella, cosa que en efecto ocurrió al cabo de un momento. Paula sintió el añorado líquido caliente desbordarse por su interior y se desplomó sobre el hombro de Álvaro, que la abrazó inmediatamente con toda la ternura del mundo. Estuvieron así unos cuantos minutos, pero podrían haber pasado la eternidad de aquella manera.
Recuperados del esfuerzo y del impacto, se arreglaron la ropa y decidieron vencer la vergüenza (más presente en Paula que en Álvaro) para salir a buscar a Fede y continuar el viaje. En mitad de aquella carretera oscura y escasamente transitada a aquella hora no podían verle, así que le llamaron un par de veces, las últimas a gritos, pero no obtuvieron contestación. De repente, Paula se paró en seco, segura de haber oído un sollozo. Volvió la vista detrás del monovolumen y distinguió la silueta de Fede, con su coleta y su forma particular de sentarse con las piernas cruzadas, echa un ovillo en la cuneta. Se acercaron a él y Paula vio que había estado llorando.
-Fede, ¿qué te ha pasado? ¿Estás bien?- preguntó ella. A Fede le llevó un poco aclararse la voz y no aparentar que había llorado, a pesar de que era algo evidente para todos.
-No, no ha pasado nada. Es sólo... nada. Dejadlo. Vamos al coche.
Paula le impidió levantarse. Se sentó a su lado, mientras Álvaro tomaba asiento al otro, y le miró a los ojos. Fede no soportó el tono de sincera preocupación inquisitorial de sus dos amigos y empezó a hablar.
-En realidad no es nada. Es que veros a vosotros juntos... no es que os tenga envidia, pero... me acuerdo de Mónica. No puedo evitarlo. Ya sé lo gilipollas que soy.
Mónica fue la prometida de Fede, hasta que una semana antes de la boda se fugó con uno de los invitados. Hacía un año de eso, y los amigos de Fede pensaban que él lo había superado porque sonreía continuamente, aunque la sonrisa es muchas veces la mejor máscara que podemos ponernos; la realidad era que Fede no había vuelto a estar con nadie y sus salidas de los sábados no se prolongaban más allá de las diez. A Paula le rompió el corazón ver los ojos humedecidos de Fede, que se había puesto a recordar la ausencia del amor de su vida mientras sus mejores amigos pegaban un polvo estupendo dentro del coche del que le habían desalojado a él para tal fin. Supo que Álvaro también sentía remordimientos porque no era capaz de mirar a Fede a la cara. Paula le pasó el brazo por encima del hombro.
-No eres ningún gilipollas, ¿vale? Es normal que la eches de menos.
-No es que eche de menos a esa golfa. Es la sensación de soledad lo que más daño me hace. No tengo forma de sacudirme esta seguridad de que pasaré sólo el resto de mi vida. ¿Sabes cuánto llevo sin.., en fin, eso? Bastante más de un año,- en voz más baja, con el tono de una confesión terriblemente vergonzosa, añadió- la muy puta dejó de acostarse conmigo dos meses antes de dejarme, seguramente cuando empezó a tirarse al otro.
A Paula se le rallaron los ojos. Se sentía profundamente conmovida. Hizo levantar a Álvaro y se lo llevó a un lado para hablar sin que Fede los oyera.
-Déjame pasar media hora con Fede en el coche- dijo Paula con absoluta frialdad. Álvaro la conocía lo bastante bien como para saber que no estaba cachonda en absoluto, pero aún así no podía creer que acabara de oír lo que acababa de oír.
-¿Cómo? ¿Qué piensas echarle, un polvo de compasión? Ni se te ocurra, no voy a dejarte.
-Se lo debes.
Álvaro no salía de su asombro.
-¿Cómo que se lo debo? ¿Qué cojones quieres decir con que se lo debo?
-Mírale, está hecho mierda. Es tu mejor amigo y está convencido de que se va a morir solo. ¿Dónde se supone que estabas tú mientras él se hundía en la depresión?- Paula era consciente de que sus argumentos eran insostenibles, pero no veía otra manera de compensar a Fede por haberle hecho sentir tan mal, aun involuntariamente, así que se mantendría firme.
-Paula, por favor, ¿tienes idea de lo que estás diciendo? No voy a dejar que te lo montes con otro.
-De acuerdo entonces- Paula se dio cuenta de que había que negociar-. Hagámoslo de la siguiente manera. Nos vamos los tres a la parte de atrás del coche, y una vez allí haré lo que me pidas. Y ya sabes lo que quiero decir con eso.
Para Álvaro eso daba un giro interesantísimo a las cosas. Durante años, había intentado, sin éxito alguno, mantener sexo anal con Paula. Ella se negaba una y otra vez, no porque la idea la desagradase, sino por pánico al dolor. El hecho de que estuviera dispuesta a ser penetrada por detrás sólo para poder darle una alegría a Fede indicaba muy a las claras lo importante que ese gesto era para ella. Sólo pensarlo significaba para Álvaro colocar la primera traviesa en la tienda de campaña de sus pantalones.
Paula le miró a los ojos, adoptando una picardía exagerada en la mirada; en el fondo de su mente, Álvaro tuvo que admitir que ella dominaba la persuasión más rastrera igual de bien que él.
-Álvaro, míralo así: no te estoy engañando, porque no sólo lo sabes sino que vas a participar, y estamos haciendo algo muy positivo por un buen amigo. Si tienes que compartirme con alguien, que sea con Fede, ¿no? Anda, ve y despeja la parte de atrás. Y saca la crema de manos de mi bolso. Creo que con eso será suficiente- y le guiñó un ojo.
Álvaro la besó, admitiendo sus razones, y fue a abatir el asiento del monovolumen para despejar la parte trasera y dejar espacio para tres personas. Mientras, Paula fue a buscar a Fede para meterlo en el coche. Fede no entendía nada; cuando se vio junto a Paula y a Álvaro en el ampliado maletero la pareció una situación absurda, a lo que se sumaba su impresión de haber quedado como un imbécil por culpa de su llanto anterior. La chica se le acercó y le besó en los labios; Fede se quedó petrificado y miró a Álvaro con todo el aturdimiento del mundo concentrado en sus ojos. Cuando Álvaro le sonrió, se relajó mucho pero aún así seguía terriblemente desconcertado. Paula también le sonrió y le dijo:
-Nunca más vuelvas a decir que te morirás solo. Lo único que tienes que hacer es cambiar la actitud, Fede.
Volvió a besarle, mientras Álvaro le desabrochaba el vestido desde detrás y la quitaba el sujetador, dispuesto a sacarle a la escena el máximo partido posible. Fede se dejaba hacer, mientras intentaba convencerse de que se había quedado dormido al volante y que ya se despertaría cuando se salieran de la carretera. Pero la boca de Paula firmemente asida a la suya no tenía nada de onírica, ni tampoco el movimiento inquieto de sus manos en su bragueta. Álvaro mientras seguía desnudando a Paula, sin poder dejar de mirarle el culo que estaba a punto de estrenar. Ella cambió de posición en cuanto se vio totalmente expuesta, y se tumbó ofreciéndole el coño a Fede, que entendió su propósito enseguida y, tras deshacerse de su ropa, se acomodó lo mejor que aquel espacio le dejó para empezar a saborear algo que ya ni recordaba. Le sorprendió la suavidad de la piel, la tira de pelo traviesa que Paula se había dejado en el pubis, el olor suave a la vez que salvaje que desprenden las hembras y, sobre todo, el sabor fuerte pero delicioso de un coño que menos de media hora antes había sido poseído por su mejor amigo. Fede hizo un esfuerzo sincero por hacer gozar a Paula hundiendo la lengua en todos sus pliegues una y mil veces, para devolverle el gesto que ella estaba teniendo con él. Y a pesar de que el miembro de Álvaro metido en la boca de ella ahogaba mucho los gemidos, la agitación en sus caderas daba a Fede la seguridad de que Paula estaba disfrutando.
La ansiedad por verse dentro de Paula empezaba a hacer mella en Fede y en Álvaro, por lo que Paula cambió una vez más de posición. Le soltó la polla a su novio para meterse la de Fede en la boca de inmediato, dejando el culo en pompa de modo que Álvaro pudiera empezar a trabajárselo con la crema hidratante. Se la untó aplicando la máxima de que más vale que sobre a que falte, y comenzó a dilatarla despacio, con un solo dedo al principio, dos cuando vio vencidas las primeras resistencias. A Paula ese proceso le estaba resultando menos doloroso de lo temido, pero aún estaba un poco asustada. Decidió olvidarse de miedos e ignorar lo que Álvaro le estuviera haciendo por detrás para centrarse en comerle el rabo a Fede, que la miraba todavía asombrado pero complacido mientras ella le aplicaba una ración de mamada artesanal. La polla de él desaparecía en la boca de Paula casi por completo, al tiempo que ella le acariciaba los huevos. Fede deseaba con todas sus ganas penetrarla ya, pero era el invitado y no le parecía educado pedir y mucho menos imponer nada, así que esperó otro par de minutos a que Álvaro diera el primer paso. Se la iban a tirar a la vez.
Álvaro sólo tuvo que decirle a Paula "ya estás lista". Ella viró la cara y le sonrió; a continuación tumbó completamente a Fede en el suelo del monovolumen, ya que hasta ese momento estaba recostado. Se sentó, deliberadamente despacio, sobre lo que parecía más una barra de hierro que un pene y vio a Fede cerrar los ojos y suspirar al recuperar el contacto viejamente familiar con las paredes de una vagina. Paula se tumbó sobre él, y un segundo después, sintió la polla de Álvaro comenzar su deslizamiento por el interior de su ano en proceso de desfloración. El primer minuto y medio fue doloroso; Álvaro lo hizo despacio, sin presionar, con tanta delicadeza como era capaz de tener, pero eso no evitó que Paula tuviera que morder a Fede en el cuello para no gritar y estropear el momento. Cuando Álvaro vio que estaba acoplado a Paula inició un bombeo suave, que, como un movimiento pendular, activó las caderas de Fede, de modo que ambas pollas comenzaron a trabajarse a Paula simultáneamente.
Para los tres era una situación nueva; Paula sentía dos hombres gozándola al mismo tiempo, Fede recobraba su hombría y sus ganas de ejercitarla y para Álvaro nada de lo que le hubieran contado podía compararse al placer que proporcionaba la estrechez del agujero de Paula ejerciendo presión sobre su pene. Pronto el monovolumen se convirtió en un terremoto, con tres gargantas desgañitándose en un éxtasis inimaginable para quien no lo haya vivido. Álvaro hizo cuanto pudo por retrasar su eyaculación pero no pudo evitar ser el primero en correrse, llenando el culo de Paula con su semen, y retirándose, a su pesar, a contemplar exhausto a su mejor amigo y a su novia rematar un polvo de ensueño. Paula se había incorporado y ahora saltaba sobre Fede, intuyendo que a éste le quedaba poco para terminar. Lo hizo incluso antes de lo esperado, y en cuanto Paula le sintió sembrarla se salió de su cuerpo y fue en busca de Álvaro, al que se abrazó con todas sus fuerzas, visiblemente cansada. Fede fue el primero en vestirse, para colocarse de nuevo en el volante del vehículo y seguir con el viaje. Estuvo tentado de dar las gracias, pero de repente pensó que eso hubiera sido ofensivo para los tres y decidió seguir callado. De hecho, ninguno dijo una sola palabra. Paula y Álvaro se vistieron y, después de colocar los asientos, volvieron a la posición que ocupaban antes de hacer el amor, sólo que ahora ella era quien dormía sobre las rodillas de Álvaro, mientras él le acariciaba las nalgas como si con eso pudiera aliviarle el leve pero persistente escozor que sentía en la zona. Álvaro no podía dejar de pensar que estaba acariciando a la mujer más excepcional que había conocido en su vida; Fede, centrado en la carretera, pensaba lo mismo, y sentía que un resorte había saltado en su interior. Su vida iba a cambiar. Se sentía unido a ellos más que a nadie en el mundo, agradecido y obligado a dar un giro a su existencia para demostrarles que su esfuerzo no había sido gratuito.
Llegaron a Barcelona al mediodía siguiente. No comentaron nada de lo sucedido en el desayuno en una gasolinera, ni en ningún sitio (fingieron tensamente que nada había pasado). Álvaro obtuvo su ascenso y Paula decidió establecerse con él en Barcelona; no podría volver a separarse de Álvaro otra vez. Fede regresó a Granada; durante meses no supieron nada de él y pensaron que lo que había ocurrido durante el viaje había destruido su amistad. Paula se lo recriminó calladamente todo ese tiempo, sintiéndose culpable porque era el mejor amigo de Álvaro y había desaparecido de sus vidas. Por eso, se alegró tanto de recibir aquella carta de Fede anunciándoles que iría a verles a Barcelona pronto. Les adjuntaba una foto en la que podía vérsele muy feliz en la Alhambra con su nueva novia.