Camila y sus sobrinos en la playa II

Camila tenía por entonces a dos sobrinos en su casa de verano. Había conseguido seducir a Panchito, ahora tenía que sondear a Sarita.

Cuando Sarita volvió de la playa se metió en la ducha. Mientras se enjabonaba vio un objeto extraño al lado del gel. Era un consolador. La zorra de su tía se había pajeado ahí y se había dejado olvidado el vibrador. Sarita hizo como si no lo viese, pero acabó cogiéndolo. Lo agarró con respeto, lo olió, vió que estaba limpio. Tenía la forma de una polla, la punta era igual, se la metió en la boca, pero se la sacó enseguida, a saber dónde había estado antes. Se puso a curiosear, viendo cómo se accionaban los mandos de marchas y movimiento. Sin darse cuenta, se estaba tocando la pipa mientras tenía el juguete en la mano. Volvió a olerlo y cuando se aseguró que estaba limpio, se lo metió lentamente mientras se frotaba el clítorix. Lo metía y sacaba lentamente, no terminaba de agradarle el contacto de ese objeto tan frío. Lo sacó y le dió al modo vibración, pero le asustó que alguien lo pudiese oír. Así que chupó el consolador, saboreando sus fluidos, y se lo metió bien dentro. Entonces le dio a modo vibrador. No se había podido imaginar la sensación de tener eso dentro, zumbando. Empezó a pajearse el clítorix mientras aumentaba la intensidad. Cerró los ojos y se dejó ir. Apagaba el vibrador y se lo metía en la boca, luego en la vagina y lo activaba.

—¿Te parece bonito cogerle las cosas a tu tía?

—Perdona, yo... —la sorpresa de Sarita era mayúscula.

Camila le tapó la boca y con la otra mano le impidió sacarse el consolador.

—Estás en mi bañera, con mi dildo, con algo tan mío dentro de ti...

Sarita estaba desconcertada. Hace un momento, cuando tenía el consolador en la boca se imaginó que saboreaba los jugos de su tía. Ahora estaba entre avergonzada y algo cachonda.

—¿Quieres que le cuente a tus padres lo que estás haciendo? —Sarita negó con la cabeza, asustada—, ¿no? —volvió a negar— pues espero que te des cuenta de lo decepcionada que estoy contigo.

El vibrador seguía funcionando dentro de Sarita.

—¿Te das cuenta que eso que tenías en la boca y que ahora está en tu coño me lo he metido en el chocho hace un rato? —Sarita asintió. Camila le quitó la mano de la boca—. No hables.

—También me lo metí por el culo —Sarita apartó la mirada, avergonzada, pero se le aflojaron un poco las piernas—. Dime sinceramente ¿te lo hubieses metido si lo hubieras sabido?

Sarita miraba al suelo, el vibrador y la conversación la mantenían muy cachonda.

—¡Dímelo!

Camila acercó su cara a la de Sarita, desafiante.

—Sí.

—Ya... el otro día te ví masturbándote mientras espiabas a tu hermano follarse a su amiguita. —Sarita iba a decir algo, pero Camila le puso el índice en los labios para que no hablara—. Te hice fotos con el móvil, pero como soy tu amiga, no te dije nada... pero ahora... esto es... te pajeas con mi juguete y te pajeas con tu hermano... eres un poco guarra.

—Sí.

Sarita estaba avergonzada y también a punto de venirse. Fue consciente que Camila seguía con su mano en el coño y se dejó llevar.

—Sí, señora. Me tienes que hablar con respeto.

—Sí señora.

Sarita entraba en el juego totalmente entregada. Camila ya estaba bastante cachonda de antes, pero esto le ponía aún más.

—Date la vuelta.

Sarita se dió la vuelta y abrió las piernas. Camila se dio cuenta que Sarita era muy consciente del efecto que producía su cuerpo, su sobrina había salido con su instinto. Camila sacó el vibrador, dejando que Sarita gimiese. Se desnudó mientras no dejaba de mirar la lascivia que desprendía la boca de la chica. Entró en la bañera, se pegó a ella y le metió el medio y el anular bien dentro. Ahí estaba todo muy mojado y no era por la ducha. Sarita podía sentir los pechos de Camila pegados a su espalda y cuando ésta acercó su cabeza a la de Sarita, ésta levantó los brazos y echó su cabeza hacia atrás, dejándose llevar por Camila, que empezó a entrar y sacar los dedos mientras mantenía su boca cerca de Sarita. Rodeó con una mano su cuello, sin apretar, y Sarita se reafirmó en el significado de  "Sí, señora": un sometimiento total a Camila.

—Con lo joven que eres... ¿cómo puedes ser tan zorra...? ¿vas a ser mi puta?

—Sí, señora... soy tu puta.

Su señora siguió follándosela con los dedos hasta que se cansó, y sin dejar de agarrarla del cuello, le pasó un dedo por el culo, describiendo círculos. Sarita se puso nerviosa, pues ella había usado antes ese agujero, pero nunca con otra persona. Camila se dio cuenta de su reparo, así que se puso de rodillas y empezó a lamer su ano. Sarita se relajó, abrió aún más las piernas y dejó trabajar la lengua de Camila. Daba pequeños lametazos a un lado de su agujerito, luego al otro, luego lametazos más largos. La lengua se iba moviendo en toda su superficie por sus pliegues, ayudada por Sarita que se hacía un hueco apartando los glúteos. La punta de la lengua empezó a llamar a su puerta y Sarita sintió de repente toda esa lengua dentro de ella. Le estaban follando el culo con la lengua y empezó a tocarse el clítorix con rapidez. Camila con la lengua dentro, empezó a moverla con fuerza, pero apartó la mano de Sarita para que no se viniera aún.

Se puso de pie, se apoyó en la pared y se puso con unan pierna en alto, mostrando el sexo a su sobrina. Sarita se salía de lo cachonda que estaba y en seguida se puso de rodillas para hacer el cunnilingus a su señora. Empezó con muchas ganas, chupándole el clítorix, pero Camila le apartó la cara. Hizo que mirara hacia arriba, abriéndole la boca con un dedo. Sarita saboreó su propio coño y mantuvo la boca abierta. Vio que Camila dejaba caer saliba, que acabó en su boca. Tragó lo que pudo, pues Camila le mantenía la boca abierta. Su tía parecía saber cómo disfrutar plenamente del sexo y se abandonó a ella. Camila empezó a meterle los dedos en la boca a Sarita, para que esta le hiciese una felación simulada.

—¿Qué eres?

—Tu puta.

Y Camila puso la boca de Sarita en su clítorix y no dejó que saliese de ahí hasta que se corrió en su boca. Luego se sentó en la bañera y puso a Sarita sobre ella. Empezó a masturbarle el clítorix mientras le volvió a agarrar del cuello como antes. Sarita estaba a punto de venirse.

—¿Te gusta masturbarte mientras ves a tu hermano follar?

—No, sí...

Este cuento le sonaba a Carmina.

—¿El otro día era la primera vez?

—Sí... no...

—Entonces, te pone cachonda ver a tu hermano follar, ¿verdad, puta?

—Sí, señora.

Los pezones de Sarita estaban duros como piedras.

—¿Cómo es su polla?

—Es enorme.

—¿Qué harías ahora con su polla?

—Me la metería hasta el fondo.

Y Sarita tuvo convulsiones de placer en los brazos de Camila.

—No olvides jamás que en esta casa soy tu señora.

—Yo soy tu puta.

Mientras salían del cuarto de baño, Camila se puso seria con Sarita.

—Mañana se va Panchito, pero tú te ibas a quedar aquí unos días más. Si lo haces serás mi juguete.

—Sí.

—Quiero que entiendas que mi vida sexual es muy activa y a lo que te vas a exponer al quedarte.

—Sí. Sí señora.

Sarita estaba muy cachonda aún, pero Camila quería evitar sorpresas desagradables para ambas. Le acarció las mejillas y se acercó a ella.

—Tu obediencia será ciega. Contra más ciega sea, más placer obtendrás conmigo.

—Sí señora.

Camila besó a Sarita, metió su lengua en su boca, que la recibió con pasión. La cogió de la mano y se la llevó a su cuarto, que era el más apartado de la casa. Abrió un cajón y le enseñó un pequeño monitor. Era como el que se usa para vigilar a los bebés, y mostraba el cuarto de baño.

—Te he estado observando todo el tiempo desde aquí. Y luego nos he grabado. Mira.

Sarita no sabía a dónde le quería llevar su tía.

—Hoy te vas a follar a Panchito. Te diré cómo. Cuando entre en la bañera, ya me encargo yo de eso, esperaremos a que se toque —Sarita la miró asombrada—. Entonces entrarás tú con los cascos puestos. Yo te iré diciendo a través del móvil lo que has de ir haciendo.

Sarita estaba un poco avergonzada por la propuesta. No se esperaba que su sometimiento a la Señora empezase así.

—Te diré lo que pasará con Panchito a partir de mañana: se irá de vuelta, no os veréis hasta dentro de dos meses y jamás volveréis a hablar de esto. Jamás. Si alguna vez lo menciona, córtalo. Dejaremos que su estancia en esta casa se quede en sus pajas. Confía en mí. Pero ahora tienes que ser mi puta.

Sarita sonrió como pudo y afirmó con la cabeza.

Camila preparó la bañera con agua templada y algo de jabón. Se puso una toalla alrededor y esperó a que llegara Panchito. Se lo cruzó por el pasillo.

—Si quieres darte un baño aprovecha, apenas lo he usado yo. ¡Me voy a la calle!

Camila le habló como si antes no hubiese pasado nada. Panchito se asomó al cuarto de baño y vio la bañera preparada, tal y como dijo Camila, con agua templada y restos jabonosos flotando. Mientras se desvestía, miraba fíjamente la bañera, pensando que su tía había estado ahí poco antes, desnuda... la misma agua tibia que había sentido ella en su sexo, pronto la sentiría él en su pene. Cuando se metió en la bañera ya estaba prácticamente empalmado, y empezó a masturbarse lentamente, pensando en la piel de Camila.

En ese instante entró Sarita, llevaba los cascos puestos y miró a Panchito con una indiferencia total. Ni siquiera cerró la puerta del cuarto de baño.

—¿Te crees que ese es modo de entrar?

Sarita lo miraba fíjamente a través del espejo.

—Lo siento. Vi a Camila salir de casa y creía que tenía el baño para mí. Perdona.

Se puso a despejar la encimera del lavabo. Panchito estaba estupefacto viendo a su hermana al otro lado limpiando el baño mientras él estaba en la bañera, en esa situación tan comprometida.

—Perdona, pero me estoy bañando. Me gustaría tener un poco de intimidad, si no te importa.

Sarita siguió recogiendo espumas y geles. Panchito aún mantenía su erección. El pantalón ajustado de Sarita reclamaba su mirada, pues realzaba la redondez de su culo.

—Ya te he visto desnudo otras veces —la indiferencia de Sarita era total.

—¡Ya se que me has visto desnudo otras veces! Pero esta situación es distinta.

Sarita se dio la vuelta y puso los brazos en jarra, estirándose un poco. La blusa que llevaba era algo estrecha para su talla y los botones pugnaban por abrirse.

—Creo que te he visto a ti y a tu polla desnudos en situaciones muy variadas —dijo desafiante.

—¡Sí, claro!

—¡Uf!

Sarita se puso a ordenar la parte de la encimera más cercana a Panchito. El la siguió con la mirada, radiografiando sus pechos, sus caderas y luego su culo, mientras ella se movía pendiente del sonido de sus cascos. Terminó de dejar la encimera libre de trastos.

—Por favor, ahora, si no es molestia, podrías salir y cerrar la puerta.

Sarita se dio la vuelta y se apoyó en la encimera. Con su música, y la mirada fija en la polla de su hermano, que no disminuía de tamaño. Se acercó a la puerta y la cerró, pero por dentro. Panchito la miró asombrado.

—Date la vuelta —dio Sarita.

Panchito estaba inmóvil.

—¿Desde cuándo no te enjabonas bien la espalda? Vamos.

Panchito se puso de pie y Sarita dejó caer gel por su espalda. Lo masajeó con lentitud, moviendo las manos circularmente. Iba de arriba abajo. Cuando llegó al final de la espalda, deslizó su mano entre los gluteos de Panchito y con sus dedos enjabonó el ano de Panchito.

—Sigue un poco más abajo... —dijo con atrevimiento.

Sarita se apartó.

—No soy una guarra, Panchito.

Panchito estaba desconertado. Sarita esperó un poco.

—Date la vuelta.

Panchito se dio la vuelta y Sarita se dispuso a enjabonarle los testículos. El agua jabonosa se le escurría por sus brazos, empapando la blusa, pero Sarita estaba absorta con la música mientras con dos dedos de una mano recorría el escroto de su hermano y la otra se apoyaba en la cadera. Iba muy lenta, palpando supercifialmente los testículos.

—Venga, cógelos bien.

Sarita los empezó a sobar con la palma de la mano, pasando un dedo entre los pliegues de su escroto. Panchito no entendía lo que sucedía pero se dejó llevar.

—Sigue por la polla.

Sarita avanzó y se topó con la base del pene, duro como una piedra y mientras la palma se llenaba con los testículos, el índice y el pulgar rodeaban el pene, movíendo la mano lo que pudo. Panchito se dio la vuelta, con la polla frente a Sarita.

—Venga, enjabona la polla.

Sarita lo miraba, como ajena a lo que sucedía. Se puso de rodillas, con los labios a medio cerrar, carnosos y húmedos. Su actitud entre solícita e indiferente, tenía a Panchito tan descorcentado como excitado. Empezó a enjabonar la polla con las palmas de las manos, de arriba abajo, abriendo el glande poco a poco. Siguió con una de las palmas enjabonando los huevos mientras recorría el pene con el hueco del pulgar y el índice de la otra. Lo hacía todo poco a poco, sin dejar un centímetro de piel sin enjabonar. En ningún momento miraba a Panchito, sólo a su polla, que masajeaba otra vez con las palmas de las manos.

—Enjuágala.

Sarita enjuagó el pene con el agua de la bañera. Cada vez que lo hacía, su boca se acercaba al capullo y el agua resbalaba por sus brazos. Tenía los pechos muy marcados ya en su blusa. Cogía agua y la mejilla casi rozaba la polla. Cogía otra vez agua y parecía que sus labios fuesen a tragarse la polla, pero esquivaban en el último momento el contacto. Hata que Panchito dio la orden.

—Ya está bien. Métetela en la boca.

Sarita, de rodillas ante él, lo miró con reproche. Pero Panchito veía desde su posición unos labios sensuales y unos pechos grandes justo frente a su polla. Sarita miró el pene con desconfianza y empezó a acercarse a él con la boca abierta, pero se paró y la cerró. Volvió a acercarse y abrió los labios, hasta que se metió todo el glande en la boca.

Empezó a sorver el fresón, sorprendiendo a Panchito por la desenvoltura de su hermana. Siguió sorbiendo hasta que notó cómo se empinaba un poco más el pene, cogiendo entonces con una mano buena parte de la polla que quedaba fuera. Empezó a mover a ritmo la cabeza y la mano, acercándolas y alejándolas al compás en todo lo largo del falo. Sus gruesos labios envolvían el diámetro del pene, hasta que llegó al final y salió de su boca, permaneciendo abierta. Con la lengua casi fuera, volvió a meterse el pene, tragando, y se lo volvió a sacar. Se pasó el glande por el labio inferior mientras miraba fíjamente a su hermano. Finalmente dejó la polla mientras tragaba saliba.

—Venga, métetela en la boca.

Sarita abrió aún más la boca y se metió todo lo que pudo. Rodeó el pene con los labios y sacó la boca, dejando los labios semi cerrados. Se la estuvo metiendo y sacando de esa manera varias veces, haciendo que sus labios adoptasen la forma del falo en su recorrido. Cada vez que empezaba este movimiento Panchito se excitaba más y jadeaba, y Sarita acortaba el recorrido aumentando la rapidez y moviendo su boca cada vez más cerca del glande, hasta que quedó con sus labios apretados moviéndose arriba y abajo por el capullo mientras chupaba. Movía lévemente la cabeza a ritmo, sin sacar el extremo del pene, con la lengua pegada a éste y tragando. Se sacó la polla, con los labios muy cerca, mirando a su hermano. Antes de que éste pudiese hablar, empezó a pasar sus labios abiertos por el pene, de lado, dejando que también acaraciase su mejilla.

Pasó su lengua de esta manera, por el lateral, hasta que finalmente se metió toda la polla en la boca haciéndole una felación de ensueño. Jamás se había imaginado que esa boca encajase tan bien con un pene. Sarita movía la cabeza, llenándose la boca a placer, y la situación ya la excitaba lo suficiente como para que dejase salir algún suspiro. Tener toda esa polla en la boca, rozándole el paladar, hacía que su sexo reclamase ese sitio, tenerla bien dentro. Se sacó el pene y se puso a lamerlo, para que él viese la lengua pasando por su glande. Con la boca abierta y la lengua fuera, metía la cabeza del pene, sacándolo a continuación, y en ese movimiento él sentía la suavidad de su lengua y la añoranza de su boca.

Sarita se apartó. Mirándolo fijamente, volvió a pasar sus labios y la lengua por el glande, acariciándolo, hasta que volvió a acabar en su boca. Al poco, Sarita volvío a pasar su boca lateralmente por todo el pene, pero a diferencia de antes, ahora movía la lengua y daba pequeñas chupadas.

Llamaron a la puerta. Sarita, que ahora tenía la polla dentro de la boca, miró perpleja, pero no la sacó. Panchito habló.

— ¿Quién es?

— Soy yo —dijo Camila—. Perdona. Voy a mi habitación.

Sarita empezó de nuevo la felación, pero la desvergüenza que mostraba y el hecho de saber que Camila andaba por la casa, hizo que Panchito se pusiese muy cachondo. La apartó e hizo que se pusiese de pie. Sarita se descalzó, se quitó los pantalones y las braguitas, y se desabrochó la blusa. Cogió las manos de Panchito y se las llevó a sus pechos, que fueron tocados con ganas atrasadas. Sarita tuvo un respingo cuando le pellizcó los pechos y se subió a la encimera, con la cara pegada al espejo y las piernas a lo largo del mármol, dejando su sexo y su culo a la vista de Panchito.

Panchito le abrió las piernas y le metió la punta de la polla en la vagina. Sarita se miraba en el espejo. Se miraba la boca, los ojos, los pechos saliendo de la blusa, y sus piernas abiertas mientras recibía ese premio bien dentro. Al principio pensó que no le cabría, pero en cuanto el capullo pasó bien lubricado por la saliba de Panchito, el resto empezó a entrar suave y apretadamente. Sarita cerró las piernas, mientras seguía viéndose a través del espejo. Verse embestida de esa manera le ponía muy cachonda. Oirse gemir, ver sus pechos moverse, le hubiese gustado que no fuese un espejo lo que tenía delante y poder besarse. Con esa polla entrando y saliendo, al mirarse fíjamente en su reflejo era como si ella misma se estuviese follando, y cada vez se miraba con más deseo, y más provocativa, abriendo la boca sensualmente mientras gozaba.

Panchito la estaba follando de lado, con una mano en la cadera, muy cerca de la ingle, y la otra en su muslo. Podía sentir la suave piel de Sarita mientras su redonda figura se movía firme. Ver su boca gimiendo tan sexy y tan abierta, mientras su polla pasaba tan apretada por su vagina, le hacía sentirse en el cielo. Sarita cada vez gemía más fuerte y empezó a apretarse los pechos. Se giró y miró a Panchito mientras éste le hacía gozar.

Panchito bajó a Sarita y la puso apoyada en la encimera, con el culo en pompa y una rodilla sobre el mármol, para tener un acceso fácil a su coño. De esta forma, Sarita volvía a estar frente al espejo mientras recibía esa enorme verga, oyendo cómo la pelvis de Panchito golpeaba sus glúteos y sintiendo cómo se abría y cerraba su húmeda caverna. Se miraba los ojos, su boca, sus pechos, su pierna abierta, a Panchito ensimismado viendo cómo entraba y salía su verga. Se sentía gozar como una perra, abstrayéndose del otro, pues ella deseaba ser su propio macho, el que la estaba balanceando con la polla.

Finalmente esa verga salío y se introdujo suavemente en el culo. Sarita se vió suspirar en el espejo. Panchito tenía destreza en esos movimientos, pero volvió a sorprenderse por el recibimiento que tuvo su polla dentro de su hermana. Empezó el movimiento mientras Sarita gozaba, aprentando los dientes, abriendo la boca, lamiéndose los labios, añorando poder lamerse el culo con la verga dentro. Pegó su boca al espejo con los labios abiertos y humedeciendo el crital con su lengua. Sintió la polla cómo salía completamente y como volvía a entrar, miraba su propia expresión mientras mantenía su culo abierto para Panchito. Este siguió mentiendo y sacando, gozando de ella, mientras Sarita se relamía los labios frente al espejo.

La puso con la espalda en la encimera, las piernas hacia arriba y volvió a metérsela por el culo. Sarita lo miraba con la boca abierta y gimiendo y él metía y sacaba la polla. A veces paraba y escupía en en su culo abierto, y Sarita lo miraba pasando la punta de la lengua por sus labios, excitada por el placer de tener esa verga abriéndose paso dentro de ella. Esto era más de lo que podía soportar Panchito y puso a Sarita de rodillas, y ésta empezó a chuparle rápidamente la verga. Tenía la polla bien sujeta con las dos manos mientras su boca rodeaba el glande, que recibía sus labios y su lengua en un movimiento acelerado.

Finalmente Panchito se corrió, y Sarita siguió masturbándolo y chupando hasta que salió la última gota. Se puso de pie, y acercándose al espejo, dejó salir de su boca toda la leche que había retenido, dejándola caer por el cristal y su barbilla. Volvió a lamer y tragar el semen que caía, pero esta vez se miraba al hacerlo, como si el semen fuese suyo y la lengua la de otra Sarita. Mientras pasaba su lengua por el cristal no dejó de gemir, con una mano en su clítorix. Antes de que limpiase el semen, se escupió al espejo, volviendo a lamer sus fluidos. Finalmente se irguió, miró su boca rodeada de saliba y semen, y sus pechos aún con gotas blancas. Salió del baño tocándose los pechos pringosos, semi desnuda y escuchando el sonido que salía de sus auriculares.