Camila, la joven vendedora |Capítulo 1|

Camila tiene 18 años, y trabaja en sus vaciones en un pequeño almacen de ropa. Todo es normal hasta que un cliente llega a última hora y despierta la zorra que hay en ella.

El día por fin llegó a su fin, la ajetreada y calorosa jornada se desvanecía al compás de los clientes de aquel pequeño pero popular almacén de ropa. En los pasillos del mini Centro Comercial muy pocas personas rondaban, todas abarrotadas de regalos de último momento, no obstante, listas para salir al encuentro con sus seres queridos y es que ya era más de las diez de la noche de un 24 de diciembre, todos estaban en familia.

Menos Camila. La vendedora.

La joven trigueña debía cumplir su horario hasta media noche, el trabajo era estresante y agobiante, atender a tantas personas le daba una vaga idea de porque existían los homicidios, lo único positivo era el pago, sobre todo en las fechas decembrinas.

Trabajar en sus vacaciones le permitía pagar su semestre en la universidad y obtener un alivio financiero. También darse sus propios regalos de cumpleaños.

La fecha estaba a dos semanas y le emocionaba celebrar sus 19 años a lo grande.

Mientras ella terminaba de acomodar las prendas de la sección infantil, su supervisor Mateo, se dirigió a la puerta principal del local para cerrar, el tiempo sobrante lo usarían en pasar revisión, inspeccionar faltantes y promediar el volumen del pedido de la próxima semana.

Mateo o Don Mateo para los conocidos del local era un hombre de más de cuarenta años y hermano de la dueña del almacén. Sin duda, una persona muy amable y que la trataba casi como de familia.

Camila cansada y con ganas de dormir pronto, se desconectó de su alrededor, centrándose en lo suyo, cosa que hizo hasta que Mateo casi gritó su nombre para atraer su atención.

Al lado de su supervisor estaba un hombre joven que la detallaba sin pena alguna.

–Atiéndelo mientras termino de contar las prendas de la bodega –solicitó Mateo con cara de malas pulgas–. Camila, necesita un pantalón negro y una camisa de vestir. Ocúpate de él. Por favor.

La joven frunció el ceño y una pizca de malestar se dejó ver en su rostro. Estaba molesta, no sabía el nombre de aquel sujeto, pero lo odiaba, ¡la retrasaría en todo!

El hombre le sonrió a modo de disculpa, tal vez estaría cerca de sus treinta, de piel bronceada, más alto que ella (aunque con su 1.56 cualquiera lo era), de cabello corto y castaño, a Camila le pareció atractiva la forma en la que su mandíbula se marcaba y como sus ojos castaños eran enmarcados por aquellas pestañas negras y largas.

¿Le daría la recete para tenerlas así?

Sin más Camila lo guío hacia la sección masculina, vislumbrando de reojo que tenía una mano con vendas, que iban desde la muñeca hasta el codo. Sin darse a la oportunidad de ser imprudente, procuró callarse y le mostró las opciones vestir.

Afortunadamente quedaban pocos modelos por lo cual el cliente no tardó en escoger.

–Ve al probador, buscaré la ropa de tu talla –le ordenó Camila con su monotonía clásica de vendedora.

No tardó demasiado, realmente quería terminar esa venta y por fin caer en los brazos de su cama.

Se lo merecía, era una chica muy trabajadora.

Cuando ingresó, el hombre la estaba esperando recostado en la pared del vestidor, la mirada maliciosa que le había lanzado en un primer momento se alejó… en realidad en su rostro se observaba cierta incomodidad.

Sin darle mayor atención, Camila dejó las prendas en su lugar y dio media vuelta para alejarse, no obstante, un suave apretón en su brazo izquierdo la retuvo en el sitio. Confundida miró al hombre esperando alguna orden:

–No te vayas, por favor. Necesito que me ayudes –murmuró mientras señalaba su mano vendada–. Hasta el mínimo movimiento es doloroso y mi médico se enojará si me lastimo otra vez por imprudente.

Camila lo observó fijamente por algunos segundos, analizando la solicitud. Al final, escondiendo un resoplido se puso manos a la obra.

Con incomodidad latente comenzó a realizar el trabajo, aunque no era la primera vez que ayudaba a un cliente con este tipo de cosas, si era la primera vez que lo hacía con un hombre y justo uno que le atraía.

De rodillas frente a las piernas de aquel señor contemplo su misión realizada, se suponía que debía ponerse de pie, porque estaban demasiado juntos por la estreches del probador. Sin embargo, Camila se fijó en él era exactamente el tipo de persona capaz de llenar un lugar por su energía magnética.

Sin saber cómo, su alrededor se sentía caliente, ella se sentía hirviendo mientras miraba las velludas y macizas piernas de aquel ejemplar masculino, eran como dos pilares ante sus ojos.

El extraño sin nombre estaba ahí, contemplando su cuerpo de rodillas ante él, usando solo una camisa básica y unos bóxeres grises que se pegan a sus piernas y resaltaban más lo que escondía entre ellas.

Camila procuró fijar su vista en el rostro de aquel hombre que le regresaba la mirada con una pequeña sonrisa maliciosa, como si supiera algo que ella no.

Sin darle mucho rodeo, aquel tipo se apoyó en su hombro para meterse dentro del pantalón que Camila le ofrecía, con una calma asfixiante entre los dos pudieron subir el jean que se amoldaba a su figura.

–Creo que el cierre se atoró, deja y te ayudo –susurró con voz entrecortada la joven vendedora, sentía la garganta seca y las manos sudorosas antes de ponerlas sobre el cuerpo de su cliente.

La joven sin prestarle atención a sus propias acciones, giró el rostro y aún de rodillas contempló con deseo el abdomen marcado del extraño a través del espejo.

La expresión del tipo le decía que no le gustó el resultado del pantalón, así que con el corazón brincándole en medio del pecho, le ayudó a sacárselo.

Eso sí, sin cambiar de posición, por algún motivo, estar en aquella forma tan sumisa frente a un extraño le generaba un agradable calor por todo el cuerpo.

–Soy Sebastián –aquella profunda voz le llegó de un momento a otro mientras se equilibraba dentro de la siguiente prenda, dándole un golpe a su libido y despertando su deseo– ¿Podrías abrocharlo, por favor? Quiero ver cómo queda totalmente puesto

No lo había hecho pues la cremallera tenía un sello de plástico que lo impedía. Camila siguió ignorando las reacciones de su cuerpo y se concentró en romper el sello con las manos, no obstante, la mezcla de nerviosismo y calor que sentía por dentro la estaba haciendo sudar y el dichoso sello se resbalaba entre sus dedos.

Por segundos pensó que hacer, hasta que una idea aparentemente inocente le hizo sonreír.

–Voy a intentar con la boca, ¿Hay algún problema?  –le preguntó mirándolo a los ojos, cuando Sebastián con un tranquilo movimiento dijo que no, Camila apreció como los ojos de aquel hombre se oscurecían hasta casi ser negros.

La joven bajó lentamente la vista, recorriendo su apetecible pecho y siguiendo el camino que los vellos de su torso seguían hasta perderse en el elástico del bóxer.

Siendo consciente de su humedad y obvio deseo, Camila llevó su boca hasta la cremallera, repasando sus labios secos con su juguetona lengua.

Con más necesidad de la que le gustaría reconocer, acercó su rostro y trató de partir con los dientes el plástico, podía sentir su sangre arder y correr con fuerza debido a su corazón desbocado, sus senos estaban duros y sus pezones erguidos exigiendo atención dentro de su camisa.

Al no usar sostén, el contacto con la tela los tenía demasiado sensibles para no disfrutar de ellos un buen rato.

Y lo haría justo al llegar a casa, ahora tenía excelente material.

Camila mordió dos veces el plástico antes de sentir el miembro duro y palpitante bajo sus labios.

Le fue imposible sonreír. Camila estaba en los inicios de su vida y era muy consciente de su figura delgada pero firme, de su gran y travieso trasero en forma de corazón, de sus turgentes senos que aclamaban atención y de su boca que quería probar aquello que se le ofrecía.

Sin un segundo pensamiento de que estaba en su lugar de trabajo y que allí había cámaras decidió jugar.

Con deseo acercó el dorso de su mano contra la erección que la llamaba e intentando aparentemente quitar el sello plástico, forzó el movimiento del pantalón de arriba/abajo, jalándolo con más fuerza y no solo restregando su mano contra la caliente polla que se le ofrecía, sino también su cara. Enterrando su nariz entre el vello y el elástico del bóxer.

Escuchaba a la perfección como la respiración de Sebastián se volvió pesada y sonora, a la par que acercaba con calma sus manos hacia su cabeza, pero sin llegar a tocarla. Cuando por fin el plástico cedió y Camila alejó su boca solo lo suficiente para notar como el líquido preseminal estaba manchado la ropa de su excitante cliente.

Las manos de Camila, ni cortas ni perezosas se sujetaron de la cadera de Sebastián y con una sonrisa jodidamente traviesa lo acercó lo máximo que pudo.  Pasó la lengua por sus propios labios y con disfrute se acercó a la verga que le atraía tanto, la podía sentir palpitar contra su cuerpo.

Recorrió de arriba, abajo, disfrutando del morbo de estar haciendo eso con un desconocido y gozando con el sabor salado, que tomaba lugar en sus papilas gustativas…

Justo como le gustaba.

Estuvo así solo unos minutos y con la respiración errática se levantó del suelo y observó su reflejo, su piel trigueña estaba visiblemente sonrojada, sus ojos grises oscurecidos por el deseo, su corto cabello desarreglado y podía sentir como su tanga era un charco por sus ganas.

Observó a Sebastián a través del reflejo también, ese era el pantalón para él. Era sexy y estaba abultado justo donde debía.

Sin verle a la cara le tendió una camisa y le ayudó a ponérsela, primero un brazo, luego el otro. La parte difícil era ajustar los botones, puesto que se sentía drogada en medio de un desierto a punto de caer en un oasis prohibido.

Con sus palmas extendidas sobre la piel caliente de Sebastián y con dedos temblorosos fue rodando los botones y ajustando, pasando sus dedos por las endurecidas tetillas, hasta acariciar el vientre bajo.

–Ya estás listo –susurró Camila, alejándose, buscando salir del asfixiante vestidor mas no lo logró. Esta vez Sebastián la sujetó con fuerza, pegándola a su cuerpo, quedando así espalda a pecho.

Sin dudarlo, metió las manos dentro de la camisa de Camila a lo cual ella trató de impedirlo sin hacer demasiada resistencia en realidad.

–Estoy listo, pero para follarte contra esta pared ya –aseguró Sebastián con voz ronca.

Un profundo gemido se escuchó por parte de Camila cuando su cliente comenzó a jugar con sus sensibles senos.

–Mira nada más, vas preparada para ser manoseada de quién te prenda ¿no? Eres toda una calienta huevos.

Camila no logró responder porque cuando lo intentó, Sebastián la agarró con fuerza del cabello y la estampó contra la pared de la izquierda, la que efectivamente era de cemento. La sorpresa la hizo gemir tanto de dolor como de placer, sus labios eran violentos y deliciosos contra su joven cuello.

Sebastián presionaba su encerrada erección contra el débil cuerpo de Camila, consiguiendo por fin que esta comenzara a moverse a la par que él, con desespero y ganas.

Follando prácticamente con ropa.

Sintiéndose valiente, Camila aprovechó un descuido de Sebastián para alejar su cuerpo, pero solo para comenzar a aflojar los botones de su pantalón y con suaves movimientos bajarlo lo suficiente.

Aquella repentina acción sorprendió a Sebastián y dejó escapar un gruñido que hizo revolucionar todo el sistema de Camila.

Necesitaba ser poseía, tomada con fuerza y hombría.

Sebastián no dudo ni un segundo en meter la mano dentro de aquella atrevida tanga roja. La vendedora le estaba ofreciendo todos los servicios posibles y él debía disfrutarlo.

Podía sentir cuan mojada estaba dentro de sus bragas y metiendo dos dedos dentro de ella por fin pudo sentir aquella placentera humedad, quería probarla toda y joderla con tanta fuerza que mañana no pudiera caminar.

–Estás tan mojada. Sí, eres como una pequeña perra en celo.

Su dedo gordo se movía en círculos contra su solicitado clítoris y Camila gemía con la boca abierta, la camisa subida y los pantalones hasta sus tobillos.

Jamás se imaginó estar tan ofrecida y deseosa de ser follada, con movimientos rápidos, Sebastián se bajó el pantalón, ignorando el latigazo de dolor de su mano, no le importaba volver al médico con tal de disfrutar de la caliente zorrita que se le ofrecía.

Camila contempló como aquella polla venosa y oscura rebotada libre, chorreando e inflamada. Era la más gruesa que había visto hasta el momento y ya moría por sentirla dentro.

Sebastián se carcajeó contra su boca al notar el aumento de su humedad, esta ya le resbalaba entre las piernas.

–Dime cómo quieres que te monte –gruñó el hombre, metiendo con fuerza sus dedos dentro del joven coño, estirándolo con gozo, preparándolo.

Camila gimió en los labios de Sebastián.

–Ahora, necesito que lo hagas ya –rogó la joven vendedora.

Sebastián con brusquedad le quitó el uniforme, explotando en deseo al ver ese cuerpo tan terso y vicioso solo para él. La apoyó contra la pared y bajó la cabeza para chupar aquellos pezones que tanto le atraían, eran pequeños y cafés, perfectos para su boca.

Camila ardía, se consumía en una euforia que nunca antes había sentido. De un solo salto se enganchó en las caderas su macho, sintió mover la punta del pene contra la entrada de su tierno coño y no pudo evitar moverme buscando fricción.

Con el cabello pegado a su rostro, ojos cerrados con placer incrustado en sus facciones, su boca abierta en ferviente deseo y su cuerpo sudoroso y deseoso, la joven era una obra de arte pornográfica.

Siguió moviéndose con desespero, hasta que, de un solo golpe, Sebastián le clavó su verga hasta lo más profundo de su ser. Fue fuerte y rápido, haciéndola cabalgar, cada embestida la enloquecía más que la otra.

Sebastián le mordía el cuello con éxtasis y le apretaba las nalgas tan fuerte, que estaba segura que al otro día tendría hematomas.

–Vamos, putita, gime para mí –Sebastián aumentó su ritmo, los pies de Camila lo abrazaban con fuerzas y su boca quedó abierta en un gemido puro y silencioso–. Termina de sacar la zorra que llevas dentro y aúlla de placer. Te estoy follando como nunca uno de tu edad lo hará.

Sus palabras enviaron a Camila en un vórtice de placer, dejó escapar el primer gemido realmente fuerte, agudo y ahogado y ya no logró detener los demás.

–Sí, sí, más –le decía enterrando las uñas en su espalda, justo encima de su camisa nueva–. Vamos, soy tu puta hoy. Fóllame más.

Ninguno de los dos supo cuánto tiempo pasaron encerrados en los vestidores, pero con dos embestidas más, Sebastián envió un río de electricidad que tragó a Camila por completo. Siguió jediéndola hasta que un segundo golpe de placer le hizo perder la vista más un así sentir las últimas embestidas de Sebastián.

Su coño se llenó de la semilla de este extraño hombre y una sonrisa estúpida se plasmó en su cara.

Las extremidades de Camila se sintieron flácidas una vez que Sebastián la bajó, hasta él mismo le ayudó a vestirse y estar mínimamente presentable. Aunque le costaba estar de pie.

El vestidor olía a sexo y sudor al igual que las prendas y le fascinaba.

–Gracias por ayudarme a elegir mi ropa –se despidió Sebastián–. Espero volver y que me atiendas de nuevo.

Con un último beso este extraño salió del vestidor en dirección a la caja con actitud confiada.

Camila se revisó una vez más en el espejo y no tardó en sentir la caliente semilla saliendo de su coño y fue ahí cuando cayó en cuenta de algo:

–¿Dónde están mis tangas?

Se agachó a buscarlas, mas no las encontró, sin dudarlo se fue tras Sebastián consciente que seguramente él las tendría y sí, justo en la caja lo encontró. Su tanga le colgaba del bolsillo trasero del pantalón.

Una sonrisa coqueta cruzó sus labios, pero desapareció de inmediato al ver la profunda mirada que Mateo le daba mientras terminaba de despachar a su, ahora, cliente favorito.

¿La habrá escuchado?

Esperaba no perder su trabajo y debía convencer a Mateo por si se había dado cuenta.

Lo lograría, estaba segura.

Holaaaa. He vuelto con mi segundo relato, muchas gracias a los que comentaron mi primer relato (Hermano, hermana y un viaje en bus), estoy sorprendida del recibimiento.  Es triste que la plataforma no permita responder los comentarios, sin embargo, con lo que leí me dieron la idea de crear un twitter para estar algo más comunicados. (Aunque no sé si las mismas personas lean esto, igual no importa… Si te gusta la idea dime, esto es nuevo y divertido).

Hasta la próxima,

Atentamente, una chica de 21 años con demasiada imaginación y poco tiempo libre.