Camila en rojo
Viniste de rojo, húmedos tus cabellos, tus manos aromadas por un urgente perfume. Viniste de rojo para embestirme. Me dijiste tu nombre: Camila. Mentís y lo hacés muy bien. Ese no es tu nombre, y no me importa, por primera vez no me importa.
Viniste de rojo, húmedos tus cabellos, tus manos aromadas por un urgente perfume. Viniste de rojo para embestirme.
Me dijiste tu nombre: Camila. Mentís y lo hacés muy bien. Ese no es tu nombre, y no me importa, por primera vez no me importa.
Camila viene, se acerca y comienza a pasar su lengua desde la base de la nuca hasta arriba de la cabeza dejando un leve rastro de saliva tibia. Yo estaba dura, sentada en la silla, acorralada por sus manos, pero le fui acariciando sus dedos, se los recorría. Apuré como pude el resto de vino que quedaba en ese vaso que deje al costado de la PC, tenía la garganta seca.
¿Vos querés? me preguntó desde atrás.
¿Si quiero qué?
¿Querés hacerlo ahora?
No podía ser tan yegua, preguntarme justo eso en ese momento; me moví en la silla, me di vuelta y sólo encontré sus labios. Me quedé allí, entre lenta y salvaje.
¿Qué querés de mí Camila? le dije mientras le seguía besando las comisuras de los labios, mientras mi lengua luchaba con la de ella.
¿No te diste cuenta todavía? Todo, Carolina, todo.
Me levantó de la silla, me abrazó por la cintura, y a los tropezones nos fuimos moviendo, fuimos yendo hacia el cuarto.
Le saqué su pantalón, su remera y ella se fue deteniendo en los botones de mi camisa, estaba ansiosa, y yo me imaginaba por qué.
-Hey, sorpresa… ¡no tenés corpiño! ....
Fue rápido a ver mis pechos, me enloqueció con ese beso en el pezón derecho, cómo me apretaba las nalgas con sus manos. Fuimos cayendo hacia la cama, ya desnudas, ya entregadas.
Camila me puso boca abajo (odio que lo hagan conmigo, me siento que pierdo el control de todo).
Carolina, me gusta tu espalda. Si supiera la tatuaría; te haría un águila, un dragón, y besaría cada poro.
Cami, ¡dejame darme vuelta!
Ella sentada encima de mí sobre mi cola, tipo reina del mundo me decía: “No. Me gusta tenerte así. Me doy el gusto, hoy, si esta fuera la última vez, quiero darme el gusto de ver tu espalda, de lamerla” (pasaba su lengua, y mi excitación ya era demasiada).
Después de un rato que me pareció un siglo me dejó, se hizo a un lado y fue subiendo por mi costado. No termino de entender qué quería hacer, era como que quería jugar con mi cuerpo, que quería abarcarlo por todos los flancos posibles.
Y ¿ahora?, se me subió encima y me miraba fijo. ¿Y ahora?
Ay Camila, no sé; la quité de encima, irguiéndome un poco en la cama. Casi grité: “No lo sé” y me caí hacia atrás, dejando las piernas que colgaran de la cama.
Camila subió y también se puso de frente, pero por arriba de mi cabeza, y acomodó la mía sobre su pubis. Me la acariciaba, me acariciaba la cara. Noté que su pubis se movía un poco, y que mi cabeza, iba bajando de nivel. Ni me di cuenta de lo que pasó hasta que pasó. Camila se vino en mi cabeza; se apretó hacia ella, y acabó. Apenas pude darme vuelta, subir, abrazarla.
Viniste de rojo. Viniste de rojo para embestirme. Me dijiste tu nombre: Camila. Mentís y lo hacés muy bien. Ese no es tu nombre, y no me importa, por primera vez no me importa. También me mentís diciéndome que sos lesbiana, que sólo lo hacés con mujeres. Sorry, nena, no es verdad. Se nota en tu cuerpo, en tus movimientos, que también curtís con tipos, y sabes qué... no me importa.
Somos las dos en el aquí y ahora. En cada beso, cogida, en cada comida que compartimos. Ni ayer ni mañana. Carpe Diem, en rojo, tornando al violeta.
Te dije que escribo relatos, no me creíste, pero en mi computadora encontré tu búsqueda... ¿qué buscabas? Nada... una gota en el océano de la web.
Sos la única que lo sabe: escribo parte de mi vida, y la de aquellas con quienes me cruzo. Esa parte de vida, queda por aquí.
Cogés bien ¿sabías? ¿Te lo han dicho tus hombres? Esto libera, esto limpia el alma y el cuerpo, y la mente.
Viniste de rojo, querías jugar a las escondidas, al gallito ciego, a caperucita roja.
Me das fuerza ¿sabías? Camila, la que es amada por una tonta como yo; por una romántica como yo. Te emocionaste cuando te di las rosas la otra noche. Yo también, fue con desapego, pero me emocioné. Aún puedo regalar flores; o un libro, o bombones.
A Verónica solía regalarle bombones, nos empachábamos con ellos. Pero aquí estás vos, y me observás mientras escribo. Estás en esa cama de un pequeño departamento, y mientras fumás me mirás, en pose.
¿Escribís sobre mí?
Sí, te digo. Me siento casi como una pintora, con su modelo allí desnuda. Te pinto con palabras, pero más que a vos…… a la situación.
¿Lo voy a poder leer?
Si lo encontrás sí, es todo tuyo este texto que estoy por subir en la web.
Morbo del saberse contada, dicha, saboreada en palabras. Sus pezones comienzan a pararse, a erguirse como torres marinas. Mis manos necesitan otra cosa más que un teclado. Es bella Camila, la que miente. Somos bellas en esta tardecita remota, fría y con lluvia.
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