Cambios 7
Una revelación ha provocado que la bella Sandra acuda por ayuda. Tal vez, esto, lejos de ayudar a la casada, la hará tomar un camino en el que aquellos viejos seran los más afortunados.
Agradezco la participación, en los comentarios, en el numero de lecturas recibidas, respecto a esta serie y a los demás relatos que he compartido. Las críticas, en diferentes sentidos, merecen ser reconocidas cuando pretenden ser constructivas. Los comentarios de apoyo llegan a aupar el ánimo y revitalizan mis sentidos, al menos en lo que escribir se refiere.
Entonces, con esto, he de precisar que he mejorado (creo evidentemente), y o notaran en el modo en que escribiré los siguientes relatos. Creo que los anteriores me he aventurado, solo de esa manera, aunque con estilo, por demás, amateur, y aunque no hay un nivel estricto, en esta página, de exigencia en cuanto a la gramática y todo lo concerniente, siempre, y para no desvirtuar en lo que creo, trato de mejorar precisamente en esto. Así que me gustaría me lo hicieran notar y entonces saber que he de seguir mejorando.
En cuanto a mi estilo, le seguiré siendo fiel; algunos piensan que abuso en descripciones absurdas o inclusión de personajes tal vez innecesarios o repetición de situaciones, en fin cosas que desmerecen, que me decepcionan (lo mejor sería volver a reescribir todo pero como ya mencione alguna vez, dispongo cada vez de menos tiempo). Y bueno, he de admitir que en esta serie he abusado de esas barbaridades, tal vez por mera indiferencia hacia el lector, pero como ya he mencionado, se debió a mi alma aventurera y una escasa cultura, así que pido disculpas una vez más, dado que han tomado parte de su tiempo para leerme.
Pero también, si lo he hecho, es para contextualizar de manera (quizá no de la manera correcta) más precisa, todo lo que me era posible en ese momento. Ahora en cuanto al ritmo en que desarrolla, no he de cambiar demasiado, de esta manera es que lo había planeado, y aunque vosotros gusten de altos contenidos de sexo, no ha sido mi prioridad en los primeros de estos relatos, mas no desmiento precisamente esa particularidad para relatos posteriores. Por lo pronto seguiré mostrando esa faceta, insisto, y al menos, con esta serie, si me permiten llamarla así.
Una vez más, gracias, mil gracias, espero cumplir sus expectativas, e insistiendo, espero recibir cualquier cantidad y calidad de críticas, todo por mejorar. Como dije alguna vez, disfruten el argumento.
CAMBIOS 7
Posterior al peculiar día, de la fiesta, en la casa de don Ricardo, a lo largo de casi toda una semana, Sandra había considerado de forma vacilante pero turbada, en las estrambóticas formas que la habían hecho, de alguna manera, sucumbir en los desaliños, en los que había incurrido al permitir o, como según ella reparaba, permitirse en aquel intimo baile que había tenido con don Fidencio.
Cierto que algunas de las imágenes la alcanzaban un tanto borrosas, a veces incandescentes, pero nada con absoluta claridad, pero eso sí, se amotinaban en ella de forma de abrumadora culpa.
No se permitía admitir que aquello le había gustado, muy a su pesar, acusaba más que nada al abuso de su consumo de alcohol, no estimaba otra explicación, dado que no estaba acostumbrada.
Lamentaba, también, de manera muy inocente, el haber inmiscuido a don Fidencio que solo se había aproximado a ayudarla, y ahora que podría pensar de ella, que había admitido hacia él ¿Qué pensaría de ella? No se podía permitir tan viles desfiguros, dado que ya lo había permitido alguna vez, se decía a ella misma que debía mostrar respeto a su familia, al viejo albañil, a los demás por supuesto, a ella misma y a su educación.
Procuro hacer infinidad de cosas, encontrando en su consultorio un modo de escape, en los momentos con su marido, viendo algo en la televisión, pero era inevitable que habría cualquier cantidad de momentos, de esos en los que no hay más que hacer que solo pensar en lo que se ha hecho inmediatamente, en el transcurrir del día o, como en el caso de la bella odontóloga, lo que había hecho varios días atrás. Llegaba a casa y de forma muy astuta y resuelta, procuraba no divisarlos, evitar encuentros que la habrían hecho sentirse incomoda y debatiente. Lo había logrado, cualquier situación respecto a ellos lo gestionaban Lulú y Rodrigo, así que era mucho menos la turbación que podría haber sentido.
Pero inevitablemente, volvería a pensar en ello, cuando en el consultorio no había algo que hacer, cuando conducía hacia casa, miraba a algún trabajador parecido a los que tenía en casa, sintiéndose nerviosa de poder encontrárseles. También en aquellos momentos en los que no tenía nada más que hacer en casa o cuando se acercaba a su marido buscando un afecto más íntimo, consolador, de carácter dulcificador, pero por alguna u otra razón, atribuible generalmente a su trabajo, no recibía más que insuficientes caricias, palabras, frases cortas, sosas, besos suaves nada extraordinarios y he ahí de nuevo, que sus recientes inseguridades, le hacían regresar a cada episodio perturbador con aquellos vejetes.
Aquel día, sábado, esperaba una visita a la cual se había negado a lo largo de la semana, ya que se trataba de uno de los integrantes del cuarteto de amigos que se reunían los domingos en el centro del pueblo. Rehuía porque cualquier cosa inherente a ellos le era insufrible aceptar por el momento, no por atribuirles culpa, eso nunca lo pensó, pero sentía una seria vergüenza para con ellos, creía que les había faltado el respeto, se ponía a pensar en sus edades, en sus condiciones, y consideraba que no era apropiado comportarse de tan ruin manera, cayendo esto último de su culpable sentimiento.
Pero aquel individuo, había insistido tanto los últimos tres días, argumentando que se trataba de algo muy serio y que debían atender de manera privada, hasta urgente, considero decir. Se trataba de Ernesto, el dependiente de ese escueto puesto donde sus demás amigos se reunían los domingos y de vez en cuando algún día en la semana. Había procurado atajarla cada vez que la veía regresar de San Antonio, cuando ya regresaba de su trabajo. Ella por más que intento ignorarle, no pudo hacer más que atenderlo casi sin prestar ánimo sin indagar en aquello de lo que quería hablarle, pues se había prometido que sería más cuidadosa de aquí en adelante respecto al vínculo con ellos. Pero finalmente había aceptado, ante tanta terquedad de Ernesto.
Habían acordado verse el día sábado, ya que ella estaba desocupada. Ella sugirió que lo hiciesen por la mañana pero el objeto que estaría ocupado con su tienda además de que lo que quería tratar tenía que hacerlo lejos de cualquier presencia de sus compañeros, algo que intrigó, cosa muy natural, un poco a Sandra.
Así entonces, ya transcurrido ese día sábado, la mujer esperaba esa visita, ya se habían ido los trabajadores después de una breve charla con Rodrigo entre cotorreos y cosas por el estilo. Si Ernesto se aparecía tal vez se los encontraría y por lo tanto se anularía esa reunión que ella quería evitar. Por eso es que había procurado que su marido o cualquier otra persona, como Lulú, estuviese presente como un modo de franquearse, así lo había resuelto como una medida preventiva ante cualquier acontecimiento,
Pasaron los minutos y se escuchó el timbre de casa. El cual Lulú atendió como su última labor del día pues casi de inmediato se despidió, avisando que de manera personal y exclusiva a Sandra que Ernesto ya venía a verla para ella que ese algo que ya sabía.
Bajó a recibirle buscando también a su marido pero no lo hallo en la sala.
-Buenas tardes -saludó con una extraña combinación de congoja y de natural cautivacion ante la mujer que tenía frente a él.
-Hola -respondió cortante la mujer, sin aspavientos.
-Uste disculpe que la moleste, pero pos es importante.
-Está bien. De que se trata. Siéntese. Oh, permítame, voy a buscar a Rodrigo para?
-Oiga, no ?apuro a detenerla. ¿A poco el anda acá?
-Si. Obvio. Esta es su casa ?dijo un tanto sarcástica, con fastidio inclusive.
-No. Es que pos lo que quiero tratar con uste es pos delicado.
-Pero mi marido puede escuchar, osea, él y yo no tenemos secretos. ?Casi arrepintiéndose de haber dicho esto último pues lo cierto era que varias cosas ya no eran compartidas con él. ¿Qué pensaría de toda esa situación? Seguro se llevaría una gran decepción y un coraje lo abrumaría y esto tal vez desencadenaría en una tragedia. Lo mejor era mantener las cosas hasta ese límite, total, nada había trascendido.
-Oiga ?interrumpió Ernesto aquellos pensamientos. ?Entiendo que uste sea pos fiel a su marido pero por eso es que vine. Hay algo que debe saber.
Ernesto se refería a toda esa información que había recopilado de sus amigos, o compañeros. Sucedía que ya no podía soportar la idea de que Fidencio y sus compinches habían compartido, en trazar aquel plan para hacer que Sandra se sometiera a los insanos deseos de aquellos y llevársela a la cama. Ya no toleraba escuchar esos detalles, de esas ultimas situaciones en las que habían hecho que Sandra se mostrara dubitativa, incluso demasiado generosa, por no decir ingenua.
Particularmente, los detalles de esa fiesta lo habían dejado anonadado de mal manera, cierto que Fidencio había exagerado en sus relatos, agregando, por ejemplo, que la había besado y que ella lo había permitido, que poco falto, incluso, para meterle la verga en esa curiosa posición, cosa muy lejana de ser cierto, pero Fidencio, sabiéndose protagonista, podía mencionar, inventando, cualquier detalle para mostrarse sublime ante sus compañeros, envidiosos y furiosos con el dado que no la había compartido, pero el aseguraba que en realidad eso era una brecha que estaba por abrirse y todos ellos la disfrutarían las veces que quisieran, tan solo era cuestión de hacerle beber mas de esa curiosa bebida, mas encuentros casuales y ella caería con facilidad.
Incluso esto último se lo hicieron saber a Ernesto, como un ofrecimiento, mas que por compromiso, que por natural deseo de querer compartirla con el. Pero este, lejos de ponerse a dar brincos de emoción, argüía, como en otras ocasiones, que esas acciones eran reprobables dado que la 'seño Sandra' se había portado de maravilla, de forma excepcional con ellos y definitivamente ellos traicionaban esa sincera amistad.
Obviamente aquellos, además de los abucheos burlones, le tiraron de ‘puto’, de ‘maricon’, de un vulgar y cualquier ‘pendejo’ porque no sabia unírseles y admitir que cualquiera tenia la posibilidad de encamarse a Sandra, ahora con estas fortuitas y bienllevadas condiciones. Incluso se molestaron con él por echar a perder el momento. El refutó que esas eran estupideces y que no iba a formar parte de ello. Ellos a su vez, importándoles muy poco, se deshicieron del asunto pues no importaba tanto el, dado que ellos estaban realmente dispuestos a llegar hasta el final de todo.
Ya no acudían con para tomarse los acostumbrados tragos vespertinos, y eso le genero preocupaciones, pensando en que estos harian mas cosas, incluso peores y debía advertir a Sandra, ella era la única que podía detener todo esto y entre mas pronto lo supiera esto acabaría de buena forma, al menos para ella, a la cual, si bien es cierto le gustaba como mujer y admitia que desearía tener a alguien como ella para saciar sus bajas pasiones, le generaba un sentimiento, además de simpatía natural, de una adhesión paternal como quizás la tendría un abuelo a su nieta, algo que no podía compartir. La quería proteger de cualquier peligro, de cualquier abuso, como el que sus excompañeros planeaban.
Voviendo a la visita en la casa de la casada, esta, entonces, capto la inquietud mostrada por el rostro envejecido de Ernesto, necesitaba saber a qué se refería en concreto, si se había mostrado reticente, precisamente para bloquear cualquier insinuación, ahora se hallaba vulnerable.
-¿Qué? ¿Qué es eso que debo saber?
-Pos mire. No sé cómo decirle… -Entrelazaba los dedos de forma nerviosa aun sin animarse a entra en concreto al asunto.
-¡Solo dígalo! ?exclamo la mujer, ya un tanto impaciente.
-Sí, sí, este, ah pero su marido, no está cerca. Si no vengo otro día porque esto es muy delicado.
Ella le miro con recelo, tal vez pensando que exageraba o que pretendía hacer otra cosa. Así que volvió a escudarse y prefirió mentir.
-No. No esta. Salió. Volverá ya pronto. Así que procure decir lo que tenga que decirme ya.
-¿Segura? ¿No está?
-Si. Segura. Ah. Acaba de salir. Estaremos solos unos momentos.
-Bueno. Pues está bien. Aspiro, se reacomodo en el sillón en el que se hallaba, titubeo, antes de poder continuar, al ver ese ojos almendrados, fervientes y atentos, y finalmente resoplo con tibieza. -Mire. Uste es muy buena gente. Pos desde que llego al pueblo, uste se portó a todo dar con nosotros y pos eso es muy difícil que lo haga una persona como uste.
-Gracias. Pero créame, no se trata de ser buena gente con algunas personas, se trata de ser así en la vida. Eso me lo aprendí desde que era chiquita.
-Si, eso sta muy bien. La felicito, pero pos no todas piensan asi como uste. Por eso le digo que es uste a todo dar.
-Gracias. Muy amable. Pero continúe. Ya pronto puede venir Rodrigo.
-Ta bueno. Mire, pos como le digo, su forma de ser, pos a veces se malinterpreta y pos…
-¿Si? ¿Qué pasa?
-Pos. Ya ve el Fidencio y el Martin y el Gilberto.
-¿Si, que con ellos?
-Pos… me da verguenza contarle esto pero pos... ellos... no stan siendo sinceros con uste. Y por eso he venido. Quiero contarle lo que andan diciendo de uste y pos lo que dicen que han hecho con uste.
Sandra se hallaba totalmente incrédula ante la revelación, de inmediato asumió a que podría referirse, sus mejillas se encendieron culpables, su corazón latía y sus nervios la hicieron apresurarse a revisar, seriamente, si su marido no se hallaba cerca, por obvias razones.
Claro, Ernesto se sorprendió y consulto si todo se hallaba bien, sin recibir respuesta cualquiera de la mujer, que ya se había desaparecido de su vista, dando la impresion de que buscaba algo o a alguien.
Casi de inmediato regreso y le insto a que la acompañase al jardín para, segun ella con animo tremulo, hallarse más discretos.
De inmediato, ya estando allí, le consulto con voz baja, nerviosa pero inquisidora:
-¿Qué es lo que están diciendo de mí? Eh, es decir ¿Qué le contaron? –exigió al momento, pensando que tal vez podría ser algo diferente, pero si era lo que pensaba, entonces, ¿que pretendía?
A continuación, Ernesto, con voz pasmosa y muy seria, empezó a contarle, con ciertas divagaciones, nada relevantes, cada una de los pormenores con los que Fidencio y los demás habían incurrido en su casa, la manera en la que se referían a ella cada vez que platicaban, le hizo enterarse de aquel curioso brebaje, los particulares encuentros y, por supuesto, todo a lo que aspiraban al propiciar todo eso.
Ahora todo tenía sentido para Sandra, aquellos mareos, las absurdas explicaciones, el porqué de su desinhibimiento, esas extrañas sensaciones íntimas y sexuales, cada encuentro con ellos, como la veían a veces.
Ernesto pidió, de forma loable, credibilidad, ante el caso de que la mujer no quisiera o estimara creerle, pues a lo mejor, pensaba, que sus 'examigos', habían ya influido en ella de tal manera que llegar a hablar así de ellos, resultaría una ofensa. Así que el insistía que tan solo queria mantenerla al tanto y que entendiera que ellos no eran lo que podrían parecer, que le harían daño y que su estimación por ella y su esposo le había impulsado a contarle todo ello, incluso traicionando la confianza que tenía con ellos, dado que eran amigos desde hace muchos años, pero que esto no lo podía soportar en su conciencia.
Ella se sintió mal, deshecha, no lloró por simple compostura, pero lo hubiese hecho estando a solas. En realidad no sabía que pensar. Pero la verdad era evidente por más que buscase un resquicio de inocencia en los que, hacía poco, consideró sinceros amigos, y que ahora resultaban ser un trio de viejos ruines y libidinosos, que nunca pensó encontrar y mucho menos tratar con tanta facilidad, abriéndole su vida, incluso su inocente corazón.
Ernesto se marchó y ella lo despidió asintiendo, mas no agradeciendo, sin mucho afán, a los múltiples consejos y las aguardantes sugerencias que le daba este humilde señor, que insistía en su genuina estima hacia ese matrimonio. Tan pronto cerro la puerta, se guardó en su recamara, sollozando en silencio procurando nadie la escuchase y asi evitar dar explicaciones, que, evidentemente, no sabria poder atisbar. Por ahora solo sentía que todo le era irreal; por dentro tenía un drama mayúsculo que no sabía cómo tratar.
Por supuesto que no tardó mucho en entender que lo mejor que podía hacer era sacar de una vez por todas a todos esos tipejos y alejarlos de su vida para siempre.
Pensó, de forma irracional, que tal vez lo mejor sería marcharse de ese pueblo y volver a la ciudad, ya no se sentiría cómoda en el pueblo, pues sabría que tendría que topárselos tarde o temprano. Pero como se lo expondría a Rodrigo, el de inmediato diría que no, él ya se hallaba demasiado establecido como para cambiar de la noche a la mañana y este había sido su plan, un plan que era hermoso hasta que estos lo habían arruinado.
La noche paso brumosa para ella, no comentó nada al estar con Rodrigo, solo mencionó un poco de malestar y se fue a la cama. No durmió del todo bien, todo era pesadillezco, perturbador, cavilaba maneras de cómo salir de ese embrollo y tenía que actuar tan pronto como pudiese, no toleraría saber que estarían en su pulcra casa el día lunes.
Al día siguiente, por la tarde se hallaba frente a su ordenador. Necesitaba contarle todo esto a alguien a alguna amiga. Lo más cercano que tenía era a Lulú pero, evidentemente, parecería contraproducente e incluso llego a pensar que ella podría estar inmiscuida, cosa que descarto, por cierta afinidad que compartía con ella. Sería ilógico, se decía. Entonces, tenía también a Ofelia, pero no resultaría práctico, dado que ella tal vez no podría entenderle y además la vería hasta el siguiente día y necesitaba desahogarse ya.
Por la mañana había dejado un mensaje, vía red social, a Melanie, y que respondería por la tarde, situación a la que estaba atenta ya. Ella una amiga además de añeja, íntima, un tanto liberal, pero con ella había compartido tanto que casi se volvió su hermana. Se habían conocido desde la preparatoria, coincidiendo en las mismas clases y pronto con hábitos comunes. Mantenían contacto pero sus pláticas últimamente no pasaban de saludos y cosas triviales.
Pronto llego un mensaje suyo y ella respondió al saludo, sugiriendo que mejor se llamaran y así lo hicieron: empezaron a conversar volviendo la plática un poco aburrida, pero dado que Sandra había explicado que era urgente, Melanie solicito saber de qué se trataba.
-Meli. No sé cómo explicártelo. Es que me da hasta pena.
-Jajaja ¿Pues qué hiciste?
-No. Yo no hice nada. Bueno, no lo sé.
-¿Como que no sabes? ¿Estás bien amiga?
-Si. Osea. No sé. Es algo fuerte.
-¡Wow! ¿Qué tan malo es? Ya me preocupaste.
-Bien. –Sandra hallándose en la terraza, procuro revisar para que nadie la observase ni mucho menos la viera, estrictamente Rodrigo, que estaba revisando algo en el estudio. Tornó a inspeccionar nuevamente y hallándose casi segura continuó –Lo que te quiero contar quiero que osea, quede entre nosotras ¿de acuerdo?
-Claro. Tú sabes que puedes confiar en mí.
-Gracias amiga. Tú siempre me has entendido. Por eso quiero, mmm… no sé, tu consejo.
-Claro Sandy, ya sabes que te quiero y todo. Dime que te sucede.
Sandra empezó con un relato, ya tal vez tergiversado, pero concluyente, aunque con muchos rodeos, que a su vez la interlocutora se hallaba presta a escuchar con ánimo, instándola a cada rato conocer detalle tras detalle, más por puro morbo, que por un concreto caso de necesaria información.
Pero Sandra se estaba desahogando, contándole cada pormenor, tanto como le fuese posible expresar, dado que ella no estaba acostumbrada a compartir detalles de ese tipo, ni siquiera bromeando.
En cambio Melanie, estaba fascinada. Ella siempre había querido ver a su amiga, la bien portada, intelectual, bella, importante, la siempre directa y muy carismática, en otro nivel, que supiera disfrutar, enrolarse con ese tipo de cosas morbosas. Tal vez lo pensaba porque sentía un dejo de envidia hacía con ella. En el colegio, siempre opacaba a cualquier cantidad de chicas y eso sucedía también para con ella, incluso los hombres que había deseado, solo pretendían estar con aquella beldad. Y no es que Melanie desmereciera en belleza, eso era incuestionable, pero menguaba en eso que Sandra sabia tener; actitud. Eso evidentemente la habituaba a ponerse de malas, pero no podía hacer mucho. Varias veces deseo verla sumergida en esos bajos mundos, que ella conocía, al provenir de allí, más en el cual, no interactuaba directamente, pero sería fantástico ver a esa muñequita de porcelana, la que todos ambicionaban en aquellos lugares sucio barro.
De alguna manera, Sandra compensaba eso, en su relación con Melanie, con amplia compañía, complacía incluso casi cualquier tipo de gustos al tener mejor posición económica, incluso Sandra le ayudo al conseguir ese empleo en el despacho jurídico, por lo que había desistido en el tema y procuro adaptarse a los ideales de su buena amiga.
Entonces al escuchar todo esto, su mente volaba a fronteras insospechada, imaginando lo que podría ser, la potencializacion de este problema, de este oportuno problema, o viéndolo de otra manera, era una oportunidad fuera de contexto.
Sandra tan pronto termino de explicar aquello, requirió del consejo de su amiga en cuanto a como podría exhortar a Rodrigo para, por lo menos, plantearse la idea de salir del pueblo y regresarse a la ciudad.
Melanie en cuanto escucho esto, la frenó de sus desvariadas especulaciones, básicamente porque esto desalentaban algún aleatorio plan.
-Vamos Sandy. Sabes bien que eso esta mal. Por ti, por Rodri, osea…
-¿Y que se supone que deba hacer? Yo ya no puedo seguir viviendo en este lugar mientras estén esos, ¿seria algo estúpido de mi parte no crees?
Melanie sabia, de forma clara que ella tenía razón, pero no iba a cedérsela, acusaría a la ingenuidad de su amiga y la llevaría bajo su ritmo, hacia sus terrenos.
-Oye amiga. ¿Por qué no me invitas a tu casa? Tomare mis vacaciones y pensaba desde hace tiempo en conocer ese hermoso lugar del que tu me hablaste hace no mucho ¿te acuerdas?
-Oh si amiga, pero osea, no se si sea el momento.
-Amiga, es el momento. Escucha, tengo un plan que hara que tomes venganza de lo que te hicieron, los haras pagar ya veras.
-Mely, pero yo no quiero vengarme, osea, lo que menos quiero es…
-Escucha, deja de hacerte a victima, vamos amiga. ¿No vas a dejar que las cosas se queden asi verdad?
-No, obvio no. Bueno, no se, yo quiero marcharme ya.
-Sandra ¿Sabes lo que haces? Huir, acobardarte, y esa no es la amiga que yo conozco, vamos Sandy, debes admitir que no estas pensando bien. Anda, dejame visitarte y te contare lo que haremos.
Sandra, habia sosegado su breve alma furica, era obvio que no sabia enojarse, pero le alentaba el hecho de que pronto tendría a su amiga cerca, eso era algo que si que necesitaba y le daría un gran animo, vigorosidad, lozanía que habia perdido casi de forma efímera estos últimos días.
Y era ya día viernes de esa semana entrante y como habían concordado solo tendrían que ir por ella hasta Las Villas, en donde ella llegaría en autobús y ellos, Sandra y Rodrigo, que se había dado un tiempo precisamente para esto por suplica de su esposa, le acudirían llevarla hasta su casa. Un trayecto de poco más de dos horas, en donde la habían pasado de maravilla, con el carácter extrovertido de Melanie, las risas no faltaron, haciéndole a Sandra olvidar cualquier algún otro sentido de la visita de su amiga.
Los pocos días que transcurrieron le parecieron terrible y más aquel día martes. Ella había regresado del trabajo apenas temprano y como ya le era costumbre trataba de evitar quedarse en la planta baja hasta que se fueran esos hombres que le trabajaban. Nunca había fallado, a pesar de que en algún momento Rodrigo sin mucha solicitud se lo cuestionó, dando razón a que no lo había notado y no lo consideraba importante y la cosa quedo allí. Así pues, casi siempre sabía a qué hora se marchaban y ese día asumió que todos ya se habían retirado.
Minutos antes recibió la llamada de su amiga que le había confirmado, incluso asombrándole por lo expedito en que Melanie procuraba ese viaje, que sus planes para venir a casa estaban más que definidos, animándola a que le tuviera todo listo, incluso bromeándole, cosa que dio efecto, esbozando joviales sonrisas.
Ella estaba más que emocionada, con grave regocijo porque vería ya pronto a la que consideraba casi hermana. Así que se lo quería hacer saber a Rodrigo. Previamente se había quitado la ropa que había llevado al trabajo, por lo que solo portaba una blusa color violeta, un bóxer con un curioso encaje del mismo color y que por el tamaño hacían parecer que aquello en realidad era una tanga. Descalza, bajo sin necesidad de prisa, se dirigía al estudio en donde seguramente estaba su amado esposo.
-¡Amor! ¡Amor! –vociferaba desde antes de aparecerse por el estudio buscando que atendieran su llamado, con una sonrisa encendida. –Cariño, a que no sabes que…
Distinguió una figura masculina a través de la corta pared de cristal, parecía estar de espaldas, quería abrazarle, dada la seguridad de su vida íntima.
-Amor. –La voz se le entrecorto al descubrir que en realidad era el miserable de Fidencio que proponía una risa, defectuosa, socarrona.
-Hola mi vida –aludió con total sarcasmo, y descaro ilegal a la mujer que disfrutaba visualmente. –Jejeje, como esta Sandra.
Sus largas y potentes piernas, casi dibujando la gloria que poseía en medio de ellas, y que decir del surco sublime de sus redondos pechos; era aún mejor cada envolvente día.
Además de esto, él pensó de pronto que ella lo hacía a propósito, dado que Rodrigo había avisado que saldría un par de minutos y no tardaría porque don Fidencio estaba esperándole, y que tal vez ella no lo escucho porque en ese preciso instante hablaba por teléfono. Así pues, la casada sabia eso y había aprovechado el momento para concurrir con él.
Fidencio no sabía lo lejos que estaba de esa conjetura, pero no reparaba en ello, la mujer estaba frente a él, casi desnuda, llamando ‘amor’, y viniendo enseguida hacia él, casi concretando un abrazo; esta mujer quería algo. Al sujeto se le paro la verga de inmediato y no pretendía rectificar en ello, quería que ella lo viese y notara que ansiaba estar con ella de igual manera, cosa que hizo en contiguo instante, intercambiando miradas incluso.
Lo que si le sorprendió fue esa mirada, de sobresaliente temor, de mirada pasmosa, abismal, vertiginosa. El apuntaba a que tal vez le había impresionado el tamaño de la erección y orgulloso, se dignó en sentirse supremo.
Sandra no pudo más y salió de inmediato, sin corregirse, ni corregirlo o reprenderlo, como era el caso, le faltaba desorbitante valor para enfrentar a un tipo como este, y las lágrimas, tímidas, que caían por sus mejillas reflejaban este hecho. Oyó, mientras subía las escaleras, como el vejete la mencionaba, preguntándole si todo estaba bien, que le pasaba y cosas parecidas. Ella se encerró en su cuarto, dispuesta en su seguridad y lamentándose de ese encuentro que verdaderamente había querido evadir.
En fin, mientras el caía en la terrible certeza de que la mujer reclamaba algo pero aún no se atrevía, Sandra volvía a contener su furia y caer en un ánimo aletargado.
Por eso le era tan importante tener ya la compañía de su amiga, eso la relajaría bastante, podrá ofrecerse su acomedida amistad y, en caso concreto, buscar la solución a su reciente conflicto.
Terminaban de desayunar, Sandra y Melanie, luego de despertar un poco tarde por charlas que se animaron hasta muy tarde. Rodrigo ya habia salido, mucho mas temprano, y regresaría en un par de horas, poco mas.
Hablaban de forma reservada, en cuanto al tono, dado que Lulu estaba atendiéndolas. Melanie, estaba muy indiscreta, tenia harta curiosidad por saber, por ejemplo como y cuantos eran esos tipos, los días que trabajaban, algún tipo de particularidad, en fin los quería conocer. Por ello, empezó en concreto a indagar mas acerca del entresijo, no profundizando en el plan, pero animando a Sandra a repetir una vez mas los detalles. Esta, a su vez, contestaba, de forma dócil, aunque indecisa por la naturalidad de las preguntas. Incluso, termino por contarle, de forma imprecisa, lo que le habia ocurrido aquel errante dia lunes.
-Sandy. Hmm… ¿Y dónde están? Mira, la idea es saber, pues, a que nos enfrentamos, jeje –fluctuaba en sus peticiones, tratando de que la consulta no pareciera tan desmoralizada.
-¿Qué? Oye, lo que menos quiero es…
-Si, si ya se –interrumpió con altivez Melanie. –Mira, osea, yo me refiero a que hmm… te lo explicare luego, solo quiero conocerlos, no que me los presentes y todo eso. De lejitos. O yo misma los busco.
-Ok, esta bien. Pero no entiendo, osea, cual es la idea ¿para que conocerlos?
Para evitar afrentarse a ellos, subieron a la planta alta y desde uno de los balcones de alguna de las recamaras, pudieron divisarlos, casi de inmediato.
Sandra tratando de que no fueran vistas, cosa contraria en Melanie, que si aquellos hubiesen saludado, ella habría correspondido sin reparo alguno, y es que, realmente encontró lo que buscaba, no para ella, propiamente, claro esta, pero si para atribuirle un grado picaresco, de carácter sórdido, a su maquinación. Procuro no hacerlo notar pero ya lo imaginaba; una exigua sonrisa se proyecto en sus deleitables labios.
Examinaba, abrasando opciones, como podría aproximar a su amiga, para que esta cediera, si no por completo, al menos para considerar el insano objetivo, claro, el argumento sería desquitarse, de esos, darles una especie de lección, imponer condiciones indiscutibles. Para Melanie seria todo un pomposo espectáculo y, de esta manera, cualquier profundo rencor jamas expresado, además de satisfacer sus desequilibrados pensamientos, le seria bien recompensados, sabiendo que su amiga, habría terminado por cederse en los brazos de alguno, y porque no, de todos esos hombres.
-¿Me diras ahora que pretendes? –consulto Sandra ahora que ya no veía algún sentido a lo que hacían. –Mejor entremos, no nos vayan a ver.
-No, espera. Que nos vean jaja.
-¡¿Qué?! Oye, de verdad, mejor vayamos a…
-¡Assh! Sandy, relájate amiga. No nos va a pasar nada.
-No pero…
Melanie encontraba serias dificultades, dado que la santurrona de su amiga pretendía ser muy perspicaz, claro que contaba con toda esa semana, algo debía ocurrisele.
-Ya, ya Sandy. Ok. Entremos.
-¿Y entonces? ¿Que haremos?
-Amiga. Ya te lo dire después. Bueno. Solo te diré que debes, como decirlo, atacar, como te lo dije, deja de ser tan sufrida, te lo digo por tu bien. Perdoname que te lo diga pero todo esto que te ha pasado fue en parte tu culpa.
-Si, tal vez tienes razón. Haberles brindado mi amistad y…
-¡No! Osea, si, en parte. A lo que me refiero es a tu carácter. Eres, como decirlo, ah, débil, te dejas manipular. Debes de dejar de ser la victima y volverte mas, pues, atrevida, atacar. A los hombres les gusta jugar con nosotras, bueno, excepto por Rodrigo, nos consta. Pero tipos como esos que están alla afuera, esos nos ven como objetos sexuales y no creo que a ti te guste que te vean asi.
-Por supuesto que no.
-Ves. Por eso, ahí es donde debes de demostrarlo. Mira, incluso al revés.
-¿Al revez?
-Si. Bueno, en el sentido de que, osea, en lugar de que te utilizen, tu utilizarles, a fin de cuentas tu eres la jefa.
-No comprendo, osea quieres que les haga lo mismo o como… Sabes, creo que no me entiendes, yo quiero sacarlos de aquí o salirme de…
-¿Ves? Ahí vas de nuevo. Huyendo de los problemas. Y ellos, felices de la vida por lo que te han hecho a ti, a tu matrimonio amiga. No seas cobarde. Ambas sabemos que no eres de tener problemas como este pero que, tu única solución es asi, ¿salir corriendo y hacer como si no hubiera pasado nada?
Sandra no respondió, hallándose intricada en las reprensiones que recibia de su amiga, la cual parecía atenta, preocupada. No tenía idea de lo que quería proyectar, pero descubrió razón en aquello de que tal vez solo quería abandonar y buscar caminos innecesarios.
-Amiga – continuó Melanie, tomando por los hombros a su desorientada amiga, haciéndola guiarse a su rostro, observándole de forma frenta y decidida. –No dejes que esto se quede asi. Hazme caso, tienes que desquitarte, créeme, golpearas el orgullo de esos mamarrachos y no se volverán a meter contigo nunca. Hazme caso, yo sé de hombres, yo se lo que te digo.
Lo que Melanie exponía no contenía un sustentado sentido, pero ese era su modo de preámbulo y al parecer le estaba yendo bien con aquello, pues ya había captado la atención de su amiga que se encontraba circunspecta demostrando lo manipulable que podría ser si se le debilitaba o se le llevaba a terrenos que ella desconocía.
-De acuerdo –articuló Sandra dando a entender que ya podía detener su constriña marcha –según tú, que se supone que debo de hacer.
-¡Bien amiga! ¿Ya lo ves? Solo debes de hacerme caso, pero por ahora solo te diré que debes de ser valiente, atrevida. Ya te diré después que haremos. Tenemos tiempo. Solo piensa que seras una Sandra diferente, una que no permitirá que la utilicen asi como cualquier cosa.
La charla continuaba mas orientada a esforzados alientos hacia Sandra, para que pensara positiva, de forma abierta a posibilidades, posibilidades no manifiestas, pero que solo sugerían una eventual permuta.
Fue hasta el día lunes que la amiga de la casada se encontraría frente a los que consideraría cómplices es su indecente plan.
Luego de un domingo en el que habían paseado en San Antonio, conociendo un poco del colorido característico de un día dominical de descanso necesario o permitido, disfrutando animadamente, dentro de lo que cabe, todo aquello que podría resultar curioso, interesante y hasta novedoso, sobre todo para Melanie. Vaya que terminó resultando un día consolador.
Por la mañana de ese día lunes, la jovial mujer había despertado, algo ya tarde, fiel a su estilo. Tomo el desayuno y encontró solamente a Rodrigo que yacía en la sala, reposando en sus piernas su portátil. Supo que Sandra ya se había ido a trabajar y bromearon incluso de porque no la habían despertado para irse con ella. Acordaron de todos modos que irían todos el día jueves o viernes. En fin. Luego de una charla amena e ilustrativa acerca de todo, convirtiéndose insinuante o muy íntima, dado el carácter de la mujer que no reparaba en comportamientos, incorporando el hecho de que para ella Rodrigo le era demasiado atractivo y pensando, por qué no, en un providencial futuro (recalando en sus planes para con la esposa de este), podría acabar intimando con él, algo por mucho, maravilloso para ella.
Pero claro todo un paso a la vez. Y debía dar uno, aunque fuese insignificante. Tenía que ojearlos de cerca. Es por eso que se disculpó diciendo que tomaría un poco de sol en la piscina, incluso invito a Rodrigo pero el rechazo la oferta excusándose que trabajaba en algo laborioso.
Al final de cuentas, ella quería explorar por si misma la casa. Estaba ataviada con un ligero atuendo compuesto por un short diminuto de mezclilla, una blusa que transparentaba un sostén de color rosa y unas sandalias de piso.
Camino con cierta premura, apurando a llegar, precisamente a la piscina, donde pretendio descalzarse pero en realidad no le apetecia tomar sola el sol. Lulú le trajo un poco de agua, que previamente le habia pedido.
Oia ruidos diversos, los de la singular música, que se reproducia densa de una vieja grabadora, y las charlas resonantes de varios hombres.
De pronto uno de ellos llego a asomarse y al verla deambulando, explorando por el jardín cercano a la piscina, notificó raudo a sus demás socios. Al principio estos se sintieron fastidiados por ser interumpidos, pero tanto como Gilberto como el ladino Fidencio, se agruparon junto a Marín, al saber de que se trataba. La emoción no cabia en ellos, el apetito lujurioso de cada uno de ellos se espoleaba por sus vetustas vendas. Se preguntaron, quien podría ser, indagando entre ellos, pero no hallaron respuesta. Lo que si sabían, estando todos absolutamente de acuerdo, era de que la mujer lucia plenamente suculenta, apetitosa, con una figura de letal infarto para hombres de su edad.
Sea quien fuese, que era lo de menos para ellos, querían conocerla, por lo menos mirarla aún más de cerca.
Entonces, de repente, ella volteo claramente hacia ellos, mostrándose absorta en algún instante, pero su semblante se sustituyó por una tentadora sonrisa graciosa, pero de una naturaleza de burlesco coqueteo, esto ultimo, sabia manejarlo Melanie, que era una mujer muy promiscua, lo entendía como un modo de poder disfrutar su vida, explorando cada una de las facetas posibles y con cualquier cantidad de hombres inciertos, con los que habia disfrutado llenamente a lo largo de su aun joven vida. Claro, dentro de sus parámetros, no se hallaban tipos tan insípidos, de aspecto rancio, sucios por obvias razones, sin nada de particular, con grandes carencias físicas, atractivas e intrascendentes. Era increíble para ella, que aquellos hubiesen osado quebrantar a su santurrona e íntegra amiga. Tuvo bien en reconocer lo temerario de cada acción de estos sujetos, dado que lograron llegar bastante lejos para las expectativas que se pudieran pensar solo con limitarse, apenas, a verlos.
Los sujetos no sabían necesariamente que hacer, pues podrían quedarse ahí largo rato embelesados mirando a tal monumento de mujer. Simulaban ocuparse pero no dirigían la mirada a otro lado que no fuera a la mujer. Martín, de forma animosa, levanto una mano, haciéndole una seña, de particular saludo, vociferando los buenos días, recibiendo, de parte de ella, un brevísimo gesto que correspondía.
Cuando Fidencio ya se animaba para ir ofrecerle los saludos y tal vez una platica trivial, Melanie caminaba a paso lento, insinuante, insuperablemente coqueto que de forma natural ya le era inherente.
Ante ellos, una beldad, realmente estupenda, de piel clara morena, una combinación de rasgos latinos y caucásicos bien estructurados, ojos cafés, profundos, magnos, que se realzaban con esas largas pestañas. Nariz respingona, unos labios rubicundos, carnosos.
Su amplia melena, de rizos infalibles, ondulados, se dejó ver cuando ella la desato, a propósito, para volvérsela a acomodar y aunar en el espectáculo.
Su cuerpo era un deleite, sus pechos se dibujaban exuberantes, un escote que invitaba a comprobar lo placidos y vivificantes que eran si alguien quisiera hundirse en ellos.
Bajando por esa cintura, sus piernas largas, portentosas, límpidas en absoluta calidad.
La diferencia con Sandra es patente, mientras la de una es la de una mujer que refleja una deseable inocencia virginal, la de Melanie contiene sonrisa le acompañaba de forma retadora, su cara, es la de una mujer que insinua erotismo pero también insana maldad, promete la mejor de las experiencias y que, también, puede traicionar. Para ellos no es difícil percatarse de esto, pero sus degenerados ojos no paran de tratar de desnudarla más a la que ahora ojean.
-Hola –saludó con voz timida, incoherente con su actitud, pero preparada para no parecer tan ansiosa.
-Buenos días señito –replico Fidencio con altivez. Los demás acompañarían este saludo, tratando de captar la atención.
-Hm… veo que están trabajando, pero tenía una duda, espero no interrumpirles.
-No como cree, usted nunca interrumpe –repuso de inmediato Fidencio.
-Ok. Gracias. –agradecio la mujer otorgando una ligera pero brava mirada, que llegaba directamente a los sentidos de aquellos. –Por cierto, me llamo Melanie.
-Fidencio Pereda pa servirle señito. –Extendio la mano, limpiándose un poco pero dado que estaba sucia por el polvo, la mujer dudo un poco antes de estrechar esa callosa piel.
-Mucho gusto señor.
Acto seguido los demás fueron presentados y al igual estrecharon las manos, hasta la hubiesen abrasado pero no eran el momento ni el espacio.
Ella empezó a preguntarles, por una particularidad de la casa, en realidad nada relevante pero al final era un pretexto para empezar con alguna conversación.
-Asi que ustedes hicieron la casa.
-Bueno aquí mi compadre Gil estuvo trabajando. Nosotros ya venimos después.
-Pues les ha quedado muy bonita.
-¿Si verda? –intervino Martin ansioso de recibir miradas, atenciones.
-Sip. Me gusta mucho. Ya quisiera tener trabajadores asi como ustedes para que me hicieran mi casa.
Aquellos estaban que no se la creían, las actitudes coquetas, cada vez mas graduales, de la mujer enervaban las emociones obvias de los tipos.
-Yo con gusto, uste namas digame onde hay que ir y pos ahí nos vamos jeje –replico Martin que no sabia ocultar sus emociones.
-Pues vámonos –dijo Melanie, incluso guiñándole un ojo al pobre hombre.
-A donde quiera –replico con mirada retadora Martin que ya atribuia suyo el juego.
-Pero tus patrones se van a enojar –repuso con voz menguada, jugueteando con un mechon de su cabello, azuzando un tenue coqueteo como el que haría con aquel desconocido atractivo que conocería alguna noche en algún bar y su meta fuera llevárselo a la cama lo antes posible.
Tuvo que detenerse, era suficiente por ahora y además ya habia satisfecho su curiosidad. Se sentía mas inspirada para con sus planes, y definitivamente saber que cualquiera de ellos pudiera hacerse del cuerpo de su inocente amiga, le seria algo, además de grato, insuperablemente mórbido, aunque fuera enfermizo.
-Debo irme. Luego seguimos platicando ¿Ok?
-No se vaya todavía, estábamos platicando bien a gusto.
-Si pero, tengo algo que hacer y además ustedes deben de seguir con su trabajo. Si no los voy a acusar, jaja. –bromeó con ellos.
-Ande, ah poco seria tan mala –replicó Fidencio.
-Que paso compadre. Como va a creer que sea mala esta mujer. Ss… al contrario, esta muy buena… digo es muy buena, persona jeje –convino muy oportunista Martin. -¿Verda que si compadre?
Ella no dijo mucho pero sabia de lo que se trataba. No se alebrestó, ni reflejo una actitud incomoda. Se reia soberbia, incluso orgullosa, de saberse admirada.
-Que paso Martin, mas respeto aquí pa la señorita –repuso Fidencio, intuyendo que pudiera enojarse. -¿Es uste familiar de la patrona?
-¿Que le hace pensar eso?
-No, pos, es que están casi igualitas. Las dos están asi pos…
-Asi como…
-Asi pos, chulas.
-Chulas… bien. Bueno. Me voy. Bye –
Se despidió incluso dejándoles un insinuante beso en el aire, sin esperar a que estos respondieran. Estos se quedaron observando la parte posterior, el dibujo fogoso de sus nalgas que se contoneaban acordes con sus caderas. Ella incluso volteo a verles, encandilados, y en lugar de recriminarles, retribuyo una sonrisa juguetona.
Sandra por su parte, trabajaba en su consultorio, con un animo nada común en ella, razonaba ya vagamente, en si aquello de lo que le aconsejaba su amiga. Incluso habia tenido que rectificar y disculparse un par de veces con alguno de sus pacientes al estar distraída. Ofelia llegó a preguntar si todo estaba bien, ella replicó que si, que era solo un poco de cansancio por el viaje del viernes.
Especuló que estaba ahora en mas problemas que al principio. Ahora, no podía culpar a nadie mas que a si misma y por ahora la única que la apoyaba era Melanie. Lo mejor seria pensar de forma positiva, menos indolente, como se lo habían sugerido, aunque realmente no sabía cómo hacerlo.
Batallaba en eso, estando descansando un poco, ya por la tarde, luego de varias vistas, mas que las de costumbre, dado que no habia atendido el dia viernes, cuando llegó un paciente ya conocido. Se trataba de Teodoro Rivera. Ella no lo esperaba, pero debía atenderle.
La saludó con efusividad y real gusto, para el siempre le era grato contempla y aun mas de cerca a una mujer así. Ella correspondo con habitual cortesía, sin profundizar demasiado en los comentarios.
Le hizo pasar como era el protocolo. Él se recostó en el sillón estomatológico, a la espera de las atenciones de su doctora favorita. El delantal se le veía ceñido de forma precisa, detrás, tas la abertura que permitía la prenda, solo podía ver una falda, más que corta, casi como una minifalda, así de repente, con algún tenue movimiento, se podían ver el par de preciosas, tersas y admirables piernas.
Ella ignoraba que la estuviesen viendo, procuraba dedicarse a hacer sus actividades con prontitud. Actuaba casi de forma autómata, porque aún seguía pensando. Los minutos pasaron, ella cavilaba casi de forma perdida, dejando que sus conocimientos hicieran parte en la atención de su sexagenario paciente, acomodándose en varias posiciones para ejercer eficiente su labor, cuando en minutos posteriores y volviendo a ser consciente, se dio cuenta que unas manos rosaban sin censura parte de su pierna, por arriba de sus rodillas. No era un sobajeo serio pero sí que proponía un descaro.
Se levantó inmediatamente, con actitud molesta y desubicada. Quiso recriminarle al señor, pero una mezcla de compasión al ver los brillosos ojos del anciano, brillo causado por la lujuria, le hizo desistir. Tan solo dio por terminada la atención, de manera súbita, sin explicar y con actitud distante.
El viejo no entendía por qué se comportaba así, pues en el momento en que la rosaba y la alcanzo acariciar, noto displicencia y permisividad, así que no le parecía justo que eso acabara de este modo. Más, entendiendo que así eran las mujeres, decidió dejarlo por la paz, al menos por el momento, buscaría otra ocasión porque, vaya que estaba convencido que esa mujer podría ser tan accesible para él, como las mujeres a las que acostumbraba tener, aunque a estas, bueno, tenía que pagarles. Con Sandra era cuestión de tiempo.
La situación que le había suscitado en el consultorio fue, por total fidelidad y desahogo, compartida con Melanie. Esta, por supuesto, se sentía extasiada del relato de su amiga, aunque tendría que fingir para no expresar precisamente esas bajas sensaciones.
Ella le reitero lo dicho, de que todos los hombres se comportan así, era algo inevitable, pero que estaba en sus manos, saber usar eso a su favor, utilizándoles.
-Melanie, sobre eso, no estoy segura de que sea lo que necesito.
-¿Otra vez amiga? Ves, osea.
-Es que... Lo siento amiga, es que no sé qué pensar ahora.
-Por ahora, relájate y escúchame.
Volvió, con voz testaruda, a recitarle lo importante de que cambiara su talante y ese modo obstinado de pensar, que, incluso, debería tener algo de mente abierta, actuar sin remordimientos, si no, a donde fuese, la vida la tornaría siempre víctima y sería un sistema sin fin. Por supuesto que esto no era cierto, pero como Sandra no admitía otra versión, la correcta, termino por aceptar lo que le recomendaban. Al menos, calmo sus nervios y prometió que haría caso a lo que Melanie le recomendase, dado que era la única voz a la que podía acudir y al mismo tiempo le resultaba elocuente.
-Bien, mañana te explicare que haremos.
-¿Y por qué no de una vez?
-Todo a su tiempo amiga. Ya verás. Solo ten en cuenta que debes, ya sabes, ser más valiente, más abierta ¿ok?
-Hmm… ok. Ya te lo prometí. Aunque no entiendo eso último.
-Vamos amiga, no pienses demasiado en eso, si piensas mucho, te vas a estresar más. Y Rod lo podría notar. Y si lo nota ¿Qué le dirás?
-Tienes razón, no se que haría sin ti..
-Para eso estamos las amigas. Oye, por cierto hoy conocí a aquellos, ya sabes.
-¿Qué? ¿Y te hicieron, te dijeron algo?
-No amiga, jeje. ¿A poco crees que me voy a dejar? Yo se manejar el asunto. Parecen buenos tipos.
-¿Buenos tipos? Pues... si, osea. Yo pensé lo mismo al principio pero ya ves.
-Si amiga, pero también son tan estúpidos… jaja. Va a ser fácil manejar esto.
Al día siguiente, Melanie se hallaba dispuesta a salir a esa parte trasera de la casa, tal vez tomaría un rato el sol, pero la idea primordial, era alebrestar a esa jauría de viejos.
Rodrigo avisó que saldría una hora cuando mucho, así Melanie dejo de abandonado lo que venía haciendo en su laptop y pronto tomo el atuendo preparado y se encaminó hacia el lugar donde la piscina.
Pidió a Lulú que no la molestaran, quería relajarse en absoluto, y que tan solo quería un poco de beber.
Estando todo listo, llego hacia el sitio, y las miradas masculinas no tardaron en aparecerse, seguramente estaban fisgoneando a cada rato para ver si ella se aparecía. Lucia tan impresionante y aún más riquísima que el día anterior. Portaba un traje de baño que se conformaba por dos piezas, no necesariamente de dimensiones diminutas, pero si lo demasiado breves, sobre todo para aquellos que nunca en su vida habrían visto a una mujer de semejante características, en vivo y a todo color.
Tanto como la tanga como el sostén eran de un estampado floral con el color naranja como predominante. El contorno estructural hace que el bikini se ajuste bien al cuerpo y no se deslice aun cuando esté mojado. Además, evita transparentarse, al menos que se le mojara. Lleva unos tirantes que se unen al lazo posterior en la espalda, y la tanga por los lados de su cintura.
De inmediato es objeto de estudio, que atrae las miradas lascivas, hacen desviar hábilmente la atención de los observadores hacia los asequibles puntos deseables de su portadora, asegurando que si estuviese en alguna playa cualquiera, seria todo un éxito rotundo.
La mujer se dispuso a nadar, parecía una mítica sirena, libre, espectacular, deliciosa. La veían como podían, pues tampoco podrían estar desocupándose en sus actividades, pues su patrón podría censurarles si se enteraba. Pero no podían evitarlo.
Después de unos minutos, la chica salió del agua, su cuerpo se impregnaba de finísimas y efímeras perlas.
Tomo la toalla y se secó de forma instigadora, era un mensaje preparado y dirigido; estos por supuesto lo agradecían sobremanera. Luego se recostó un rato, colocándose solo las gafas de sol, exponiendo sus carnes con absoluta indiscreción.
Fidencio se acercó hacia ella, tan solo unos minutos después, que a su vez, ella, fingía no notar ese acercamiento, y continuaba, firme, inalterable.
-Buenos días señito.
Ella retiro sus gafas, y dirigió la mirada al tipo y contesto de manera simple:
-Buenos días.
-¿Asoleándose un poco?
-Eso es evidente ¿no? –respondió cortante.
-Si jeje –avaló nervioso, creyendo que la estaba importunando. -Como esta. Bueno eso ni se pregunta jeje.
-¿A qué se refiere? –consulto recorriéndole con la mirada, deteniéndose muy juguetona en la entrepierna de este. De inmediato se formó visible bulto.
-A pos a que uste está pero bien chula. Lo que se ve no se juzga. Y uste bueno está bien…
-Bien que.
-Ps bien… buena, jeje...
-Ok. ¿Y desea algo? –respondió un tanto déspota, no quería parecer demasiado accesible, no con ellos.
-Oh. Namas le traía esto.
Le mostro un envase de platico, cuyo contenido era el de una especie de jarabe o algo parecido. Melanie supo de inmediato de que se trataba.
-Este es una bebida pa la gente que ps hace ejercicio. O como uste para que no le haga daño el calor.
-Ok. Gracias. Pero sabe, ya Lulú me trajo algo de beber y a parte no tengo sed.
-Uste pruébele aunque no tenga sed, es como una medicina. Le va a hacer bien ya verá.
-Hm… -musito con sorna la mujer, no sabía si haría bien aunque no estaría mal experimentar, si es que era verdad, los efectos de ese curioso brebaje. –Ok. Tomaré un poco.
El otro no tardó en tomar el vaso y servirle casi derramando el vaso.
-Aquí tiene. Pruébele. Es un jugo de una cosa que se da por estos lares.
-No sabe nada mal –dijo después de sorber un reducido sorbo.
-Tómele, tómele más.
-Es suficiente –exclamo después de tres o cuatro ligeros tragos.
-Ande damita. Otro poquito.
-No. Es suficiente –se levantó y tomo su toalla para secarse un poco la boca.
-Bueno pues, aquí le dejo otro resto pa que se lo tome más tardecita.
-Gracias.
-Bueno. Pos, vamos a estar acá por cualquier cosa.
–Ok. Oiga -dijo deteniéndole al veré dar la vuelta y querer irse.
-Sí, dígame.
-Hmm… ¿Por qué no acercan ellos, sus amigos? Veo que solo se, nos quedan mirando. Dígales que vengan, que no muerdo jeje.
-Si como no. ¡Hey! –llamo con un gesto a los demás que esperaban con altas expectativas.
Aquellos aparecieron tan de prisa, una vez más expectantes, eso sí, muy contentos, irradiantes en placer.
-Hola –hablo saludando a los que se incorporaban con ella, a la vez que respondían con fulgor.
Todavía sentada en esa silla de jardín y aquellos casi rodeándola, exponiendo a la altura de su rostro, unos apocados bultos. –Perdonen si los molesto pero verán, quiero tomar el sol más necesito ponerme este bloqueador. ¿Serían tan amables de ayudarme y colocármelo?
-Sí, uste nada más diga cómo –intervino Martin incluso arrebatándole el envase de la crema.
-Bueno. Solo tienen que untármelo por mi espalda, mis piernas ah… mi vientre, toda.
-Como no, recuéstese, recuéstese.
Ella hizo caso, naturalmente así debía ser. Martin aun con las manos sucias, no preocupándose tanto por eso, sino más para satisfacer sus ganas de tocar la piel de esa mujer.
Los otros estaban ansiosos al igual que él y querían tomar parte, por lo que pidieron un poco de ese ungüento, discutiendo un tanto severos, algo que Melanie disfrutaba burlonamente.
-Oigan. Solo uno -estableció la mujer.
-Yo, yo –interpuso Martin. –Aquí tengo ya está cosa.
-No, pero pos podemos ayudar y así terminamos de untarle más rápido –intervino un, hasta el momento, cohibido Gilberto, que ante tal situación no quería dejarla pasar.
-Ya lo dije. O saben que, mejor no, le diré a Rod que me ayude…
-No, no. ¡Yo aquí le ayudo! –repuso de inmediato y con gran injerencia Martin, queriendo evitar a toda costa que se perdiera la oportunidad. -¿Verda compadres?
-Bueno. Si es solo uno, de acuerdo –sentenció Melanie, de forma audaz y pretenciosa.
Los demás acabaron aceptando el veredicto a regañadientes.
-Bueno, usted será el afortunado –reafirmo dirigiéndose al afortunado Martin guiñándole con gracia infartante.
Aquellos la observaban con ojos desorbitados, no perdían detalle de cada paso que daba, por ejemplo, al acostarse sobre la toalla boca arriba, mientras ella disimuladamente veía como le miraban de arriba a abajo, dejando a la vista el singular triangulito de tela que cubría su depilada intimidad. Vació un poco de la crema, con más sentido, incluso está mezclándose con el barro que se contenía en sus manos, logrando una sucia combinación, y que Melanie no había pretendido darse cuenta. Martin empezó a alabarla, declarándole que tenía un cuerpo divino, sensacional, el mejor de todo el mundo, llego a exagerar.
Melanie no se inmuto hasta ese momento, a pesar de sentirse extraña pues unas desagradables manos estaban degustando su cuerpo.
Siempre supo escoger a sus parejas sexuales y con esos todos estos sobajeos eran algo sublime para ella, incluso antes de que sucedieran. Lo más cercano que alguna vez permitió en su vida manosearse por alguien de condiciones parecidas fue con aquel cincuentón profesor en la universidad al que se sometió para subir sus notas.
Martín empezó a untar el bronceador, lo hacía de una manera intrépida, rápida casi como si el tiempo le apremiase. Fue ahí que Melanie tuvo que convenirlo para que lo hiciera más lentamente, cosa que el entendió con absolutos deseos libidinosos. Distribuyo lo mejor que pudo, empezando por los pies, continuando sobre las piernas, donde paso largo rato, hasta tocar ese suave vientre y pretendía avanzar hasta sus pechos pero ella sin avisar giró para colocarse boca bajo.
Era una visión deliciosa, su bikini era pequeño, su tanga se perdía prácticamente entre sus carnosas nalgas, lo que inmediatamente reformó en él una, aún más grande, erección.
-Desamárreme el bikini para que me pueda untar toda la espalda -dijo la mujer con voz paciente, a la vez que lenta y cuidadosamente se le ayudaba a desenlazar los cordones de la prenda superior de su traje de baño, dejando totalmente libre la espalda, a la vez que Martín miraba deseoso y muy nervioso.
Melanie empezó a sentir el gel tocar su piel, además de las manos callosas que recorrían incesantes por su espalda, manos de hombre rudo y trabajador.
Fue echándole el bronceador lentamente, mientras una calentura de fuerte envidia se instalaba en su otro par de compañeros, insultando con furia contenida a su afortunado compañero.
Martin, la pasaba estupendamente, una temperatura comenzó a subirle hasta las sienes, estaba feliz, estaba acariciando ese cuerpo gracias a un bronceador; se lo untaba en círculos primero con una sola mano y luego con las dos, hacia adelante y hacia atrás esparciendo aquella crema. Veía como parte de sus redondeces se aplastaban contra la camilla, incluso notaba su hermoso culo paradito, era una sensación increíble, que ya le estaba excitando con sólo verla en aquella posición, deseos que se iban incrementando y ya no los podía controlar.
Ella sentía las manos del hombre muy cerca de sus senos, que, sin dilación, bajaban por su cintura, sin llegar a sus nalgas. Curiosamente, empezó a sentir cierto efecto en su cuerpo, efecto contraído muy seguramente por aquel brebaje. Eras vetustas manos estaban profiriéndole un efecto, con el cual no contaba, su panocha comenzaba a acalorarse, comenzaba a dar muestras de gozo, sus pezones estaban por ponerse duros, erectos, por suerte, no a la vista del afortunado albañil que se habría aprovechado aún más.
Ella mantenía los ojos cerrados, las manos de Martin muy lentamente seguían untando y masajeando su espalda, ya un poco más atrevidas. Llegaban al inicio de su raja, sin tocar totalmente sus nalgas, claro que si fuese otro el tipo quien la acariciara en ese instante, hubiese cedido e implorado a que lo hiciera.
Muy astutamente Martin preparaba el terreno, uno en el que habían planeado él y sus compinches, que aún lo miraban con absoluta envidia, incluso Gil tuvo que ir, por orden de Fidencio, a vigilar por si Lulú o cualquier otro se pudiera aparecer.
Sintió el gel en sus nalgas y Martin sugirió bajar o quitar la tanga para no mancharla, cosa que Melanie, denegó jactante. Aun así, de forma cuidado y luego de pasar un rato por las piernas, las manos del viejo manoseaban sus glúteos y sus dedos disimuladamente se perdían entre la rajita del culo. Disimuladamente el hizo que ella separara un poco sus piernas, para que este le untara bronceador en la parte posterior de mis muslos, así como en el área interna.
La panocha de la mujer palpitaba cada vez con intensidad genuina con cada roce de esas manos sobre su piel, aun orientando su cara hacia otro lado con los ojos cerrados como si con ello evitara la realidad y solo se tratara de un delicioso sueño. De pronto sintió como las duras manos se posaban a los costados de sus caderas y el hilo dental se liberaba de entre sus nalgas y se deslizaba hacia un lado de sus piernas. Ella, sin dejar tiempo a reaccionar, o pensarlo, ya que sus sensaciones la consumían constante y gradualmente, incluso ayudó levantando un poco su pelvis para facilitar la salida de aquella prenda.
Ante esto, Fidencio, no dejaría que su compadre la disfrutara para él solo, así que se unió de forma directa sin pronunciarse demasiado, sobajeándola con harta vivacidad, desde cada espacio de su espalda y percibiendo por primera vez en su vida las pieles, las carnosidades de las nalgas juveniles de esa mujer ya entregada.
-¡Oh! se siente tan bien... –expreso con voz melosa, ansiosa en deseos. La mujer sí que estaba disfrutando de esas hábiles manos.
El único que no podía ser participe era Gilberto que estaba ocupado entreteniendo a Lulú.
Claro a ellos poco les importaba.
Fidencio estaba abstraído contemplando el maravilloso panorama que mostraba mi desnudo culo, incluso se dedicó un instante a aspirar y olerlo con profundidad.
Las manos de Martín volvieron a la carga, con la vía libre, sus dedos más osados que antes comenzaron el camino hacia la gruta húmeda de mi entrepierna buscando encontrar ya la profundidad húmeda de esa intimidad.
-¡Hmm…! Esto sí que es relajante –balbuceo la chica sin tener ya en cuenta cuantas eran las manos que le acariciaban.
Martin que desde el principio había instado a llevarla a esas condiciones, estaba tan alterado que sin pensarlo dos veces, se desabrocho la improvisada cremallera de sus sucios pantalones con una mano sin que se diera cuenta. Una verga de serias dimensiones salió de su encierro al encuentro con la luz del despiadado sol.
En ese momento se comencé a masturbar lentamente mientras con la otra mano continuaba untándole bronceador a la endeble chica. Fidencio le recriminó porque tal vez arruinaría todo, volteando también por si no venía alguien.
Martin por su parte, se masturbaba cada vez más rápido, aprovechando que su mano estaba cubierta con crema bronceadora lo que hacía que se deslizara maravillosamente a lo largo de toda su verga. Era un espectáculo morboso, excitante para aquellos, aquel viejo se estaba masturbando a espaldas de una verdadera belleza, ese trasero y esas tetas lo tenían al borde, estaba a punto de venirse en un grandioso orgasmo; agarró su verga con fuerza y comenzó a correrse rápidamente de forma incontenible.
-¡Ooooh! -exclamo torpemente pero se contuvo pronto.
-¿Que le sucede? –pregunto con malicia la joven, aunque poco le interesaba y aun guardaba la compostura, dentro de lo que cabe.
-No. Nada. Solo me golpeé acá con esta cosa –explico disimulando mientras eyaculaba gotas y gotas de esperma en su mano y algunas escapaban directamente a las pieles de la mujer incluso cayendo hasta el pelo de la chica. Fidencio tuvo incluso que quitar la mano para no embarrarse.
Para que no se diera cuenta, unto todos esos escurrientes y viscosos líquidos en la suave espalda, advirtiendo, de forma sucia, que con esto marcaba su territorio.
-Hm... -gimió la chica aunque hizo notar -este bronceador ya está algo caliente. Creo que ya es demasiado -dijo la mujer que verdaderamente no tenía idea de lo que Martin acababa de hacer, pues creyó que todo recaería en sobajeos.
Martin continuo untándole esta vez su semen de arriba abajo.
-No se preocupe mamita, -replico sin recato aun dejando poco a poco los efectos del clímax de su orgasmo -se lo voy a embarrar bien.
Al estar la espalda tan ocupada, Fidencio acerco poco a poco una de sus gruesas manos a los costados de las tetas que se aplastaban maravillosamente contra la camilla, llegando a su objetivo y acariciando el nacimiento de las hermosas tetas de tan fina mujer.
Para ella era demasiado todo eso, pues estaba disfrutándolo a más no poder, prácticamente derramaba jugos vaginales y un calor interno exigía otro tipo de méritos sexuales. Decidió incorporarse, volteo el rostro y pudo ver a Fidencio que se acariciaba la verga aun no estando fuera del pantalón.
El intercambio de miradas era ferviente, deseoso, ensordecedor.
Por detrás de ella, Martin pretendía hacerse de ese culo y al lado de su rostro Fidencio ofrecería su verga a la boca carnosa de la mujer.
-¡Hey! ¡Hey! –se escuchó una voz de alerta que venía a interrumpir aquel sublime momento. -¡Cabrones! En chinga, amonos, ya vino el patrón. Creo que viene pa ca.
De inmediato todos, en absoluto, se incorporaron, como pudieron hacerlo, aun con los sexos encendidos, pero habría que dejarlo para otra ocasión.
Melanie, en tanto y con dificultades, ato los cordones de su sostén y su tanga, incluso Martin quiso ayudarle pero ella lo aparto bruscamente, y camino apuradamente hacia la casa sin atender a preguntas, sin detenerse a mirar algún instante, ya fuera por agradecimiento, reproche o establecer alguna reacción a lo que acababa de suceder.
Definitivamente había perdido el control total de toda su situación, lo que hubiera pasado sin esa fortuita intervención bien lo conocía.
¿Habría sido capaz de soportarlo? Seguramente si, en el momento, pero ahora mismo que sentía su libido más liviano, lo consideraba como una reverenda estupidez, una completa locura.
La potencia de ese brebaje sí que era considerable, sin este jamás hubiera cedido hasta esos niveles. Reconoció, eso sí, que había disfrutado cada efecto y el contexto le resultaba un plus y entonces encontró ahí la respuesta que necesitaba.