Cambios 12.1

Sandra se sobrepone de las últimas experiencias, y entonces vienen a su mente cualquier cantidad de ideas al respecto, inquietudes que tendrán que ponerse a prueba tarde o temprano. Por lo pronto, vive una brecha de pequeños curiosos acontecimientos.

CAMBIOS 12.1


Llegó a su confortable casa un poco más tarde de lo que acostumbraba, en parte los contratiempos de ese cálido día, contratiempos que no necesariamente habia padecido.

Ahora, a sabiendas de quienes estaban a esas horas en su casa todavía, aunque con menos fatiga mental que en otras ocasiones, se sentía un poco intranquila. Se había resuelto a sí misma mucho estar mejor preparada para lo que pudiera venir de aquí en adelante. Y como si el destino la retase, para ponerla a prueba, se encontró de salida al trío de sucios y cansados hombres que ya se retiraba, a descansar o lo que les fuera concerniente. No se encontraron frente a frente, ella aún estaba en su automóvil cuando inevitablemente voltearon a verla; todos ellos, a excepción de un distraído Gilberto, generaban en su encuentro una sublime complicidad y un íntimo secreto que jamás debería ser participado a imprudentes o a incorrectos; ella y ellos sabían lo que sucedía, para bien y para mal, o lo que sucedería si aguardaban con depurada, aunque ansiosa, paciencia.

Apenas fue un saludo a lo lejos (o de cercanía errante, según se interprete), que Martin, fiel a su inalterable avidez y anticipación, le regaló a la hermosa mujer de su patrón, secundado por el astuto Fidencio y el inadvertido Gilberto, este último con cara más incrédula de imaginar si era posible suerte tan extraordinaria. La mujer devolvió, dudosa al principio, el saludo, expedita y breve, con su característica e inevitable sonrisa, lozana, rozagante y contagiosa. Tan solo fue eso, un saludo, no era ni la ocasión, ni el contexto propicios, para trascender esos ademanes, si es que  mereciera  trascender, que seguro  que  por  parte  de  los  viejos albañiles ansiaban, pero no así  la  bella y confundida Sandra.

Más tarde el matrimonio  estaba  tomando la deliciosa merienda vespertina. A ratos el silencio invadía el espacio, hacía bastante tiempo que no creaban una atmósfera tan indiferente; no había risas, ni emocionantes expresiones, dado que Sandra no comentaba ni rebatir nada de las peculiaridades del día que su marido espontáneamente le contaba. Es que podía contemplar ciertas escenas que se detonaron justo después del simple y reciente saludo disfrazado de cordialidad.

-¡Sandy! –habló una voz recia, no necesariamente estridente pero vaya que agitaba -¿Escuchaste lo que dije?

-¿Qué? –respondió con un sobresalto muy detectable. –Perdóname, ¿Qué me decías?

-Qué te pasa. Últimamente te noto… distraída, ¿está todo bien?

Procurando reconfortar a un extrañado Rodrigo, ella asintió un tanto pavida, con una sonrisa que trataba de cambiar de dirección a una insolente situación, acompañadas de unas palabras insustanciales típicas para calmar al observado, que pudiera evitar cualquier conflicto. Su marido retomó su conversación, cuando de pronto mencionó algo que alteró la calma de Sandra, si es que aguardaba alguna, y eso fue  cuando  su  marido  le  notificó, así sin más, que los trabajos  en  la  casa  pronto  terminarían, según lo dicho por don Gil, como el encargado de tales obras.

Su alteración se basaba en el hecho de que tal vez Rodrigo se había dado cuenta de sus actitudes perniciosas para con ellos, había sido algún momento de flaqueza, tal vez hace rato vio saludarles, escucho comentarios o alguien le habrá dicho algo, Ernesto, tal vez Lulú… eso sería demasiado terrible y destructivo. Entonces Rodrigo ha sacado su ego de macho, como bien corresponde a un marido que se da su lugar y ha actuado fiel a su estilo, sin exageraciones, ni pleitos, ni encaros, solo con diplomacia previsible. Sandra aguantaba su temor, carraspeo un poco, tragó un poco de saliva, manteniéndose atenta, considerando como podría ser posible tal eventualidad, si en ningún momento Rodrigo la llego a encontrar en situación comprometedora alguna, o, se ponía a pensar, tal vez no se había comportado de manera discreta, ni con los hechos, o incluso con sus indiscretas sensaciones. Se comportó como una estúpida, se decía así misma, su rostro enrojeció de vergüenza, agacho la cabeza y bebió un poco de agua tratando de afrontar la situación, mientras seguía razonando como podía ser posible, ni siquiera Rodrigo dio señal alguna de haber estado sospechando o sentirse intrigado, tal vez fue su plática nocturna, ella se sentía muy nerviosa al hablar y al actuar. Tal vez Rodrigo sorprendió a alguno de estos viejos hacer o decir algo indebido, que atentara con la dignidad de su mujer: pero que estúpidos ellos entonces, volvió a razonar, que tontos e impacientes, porque hacer algo tan innecesario. Se sorprende de pensar esto último, pero es su subconsciente que tan sólo reconoce  lo que expresa su inquieto sentir.

Todas estas resoluciones eran muy precoces, demasiado porque Rodrigo, (un poco extrañado por los gestos de su esposa, a la cual volvió a preguntar si todo andaba bien, pregunta a la que ella respondió un nervioso y culpable sí) retomo el hilo de su notificación, diciéndole que había hecho caso a una no tan lejana solicitud de la misma Sandra. Ella lo recordó entonces: fue en aquella ocasión en la que la bella mujer recién se había enterado de las artimañas con las que Fidencio, Gilberto y Martin pretendían conducir  esa  desinteresada amistad, para llevarla a un rol más lujurioso e insano, irónicamente al que se estaba sometiendo. Sandra aquella vez le solicitó a su servicial esposo, un tanto alterada y poco juiciosa, para su gusto, que apurara los trabajos en la casa, ya que notaba que estos se prolongaba más de lo necesario, aun cuando ella no conocía nada de construcción, pero era cuestión de obviedades y claridad de eficiencia, que no podían tolerar estos desplantes de abuso y que esos solo querían trabajar más tiempo para probablemente ganar más y aprovecharse de la bondad de sus patrones.

Rodrigo, en ese momento, la contradijo, con soltura y calma, en ese airado momento, más que nada para objetar y hacerle entender a su mujer que ellos sabían lo que estaban haciendo.

No es que llegaran a pelear, aun eso estaría por verse, siendo una pareja sólida se respaldan mutuamente, mas Sandra sabía que no podía exponer los motivos de su reacción para justificar sus condenaciones, cosa que la frustró en ese momento aún más. Él procuro decirle que siempre había estado al pendiente de todas y cada una de las actividades (cosa lejana de ser totalmente fundamentada, pues se la pasaba ocupado en sus labores administrativas y confiaba casi a ciegas en sus trabajadores), entonces simplemente no había forma de alterar con conocimiento de causa los tiempos de trabajo sin que él se diera cuenta. Sandra, en ese momento con alma furibunda, no tan bien expresada, demostró su enojo y ni siquiera concluyó la conversación, pues se sentía abandonada en ese vulnerable momento. Esa inusual actitud eventualmente mermó en su marido que como buen y atento hombre procuro, aguardo y desde sus permisivas posibilidades empezó a procurar en instarlos, a sus leales trabajadores, para que se agilizaran los trabajos.

El hecho es que con algunas recomendaciones y ordenanzas del patrón la dirección había  funcionado, muy para desgracia de Fidencio y compañía, pero como estaban tan esperanzados de lo sucedido la última ocasión, no vieron ninguna objeción clara, pues era evidente también que estaban amañando la agilidad para hacer las cosas y ya carecían de pretextos útiles que prolongaran el asunto y mantenerse el mayor tiempo posible en esa casa, donde, aunque sea a lo lejos, aun no mirándola, podrían contemplar su mera existencia. Y tal como Fidencio lo advirtió, todo era cuestión de ir con calma, con paciencia mórbida y procurar aguantarse las malditas ganas, pues ya tendrían modo, tiempo y espacio para desquitarse con toda vehemencia. Eso sí, reconfortaron a un sorprendido Gilberto que no había participado la última vez, aunque es claro que tuvieron que ocultarle un mar de cosas para que no contradijera alguna acción y precisamente se volviera en contra de todo el plan. Ya le había prometido, el mismo Fidencio, que la mujer estaba a punto de ‘aflojar’ y que en ese momento sería para ellos tres, así tanto como quisieran. Lo cierto es que lo estaban rezagando a propósito pues esos planes se parecían reducir solo a dos.

En fin, volviendo a los pensamientos de la casada, Sandra se dio cuenta, ahora muy contrariada, de lo mal o bien que había actuado, esto último sólo en el caso de que no se hubiera involucrado de manera tan directa y explícita con esos sujetos. Pero cómo iba a saberlo, cómo, si nunca le volvió a mencionar o consultar a su marido esa petición y sin embargo refugió sus preocupaciones en alguien más y ese alguien, su amiga, la había conducido perversamente a estas instancias insalvables. Pero si entonces hubiera insistido con su esposo le habría dicho que ya estaba haciendo algo al respecto y ella entonces no habría tenido que padecer de tales improperios, de innecesarios momentos, no habría tenido la oportunidad de descubrir esas llamas incandescentes del placer, del placer inofensivo y expreso, de las lujuriosas capacidades que bien se guardaban en ella, como un arma de última instancia, la letal y la más poderosa. ¿Por qué volver a pensar así? Vaya que se lo preguntaba, debería sentirse menos soliviantada, mecerse en un espacio tranquilo de esperanzadora permisión bondadosa, porque eso es lo correcto, es innecesario que permanezcan en su armonioso y respetable espacio matrimonial, y que, como lo han hecho, se apropien de sus debilidades e inciden en manipularla a su total antojo y viles caprichos.

De este modo es que se ha cuestionado ¿Eso era lo mejor, manteniendo a aquello que hace mal (pero que se siente tan bien) a prudente distancia, como a los vicios, que habiéndose probado no se evitan de una y menos en la incertidumbre constante de no saber lo verdadero y sano, cuando las perturbaciones psicológicas acompañan y toman fuerza al compás de las sensibles inacciones? Apartarse entonces, cómo va a suceder según el aviso su marido, es lo debido en primera instancia, pero recapacitando así ¿por qué no se siente satisfecha, grata, libre incluso? ¿Ha conservado una clase de dependencia o simplemente es un fetiche que no se atreve a reconocer por tratarse de quienes se tratan?

Agraviada en una reverenda confusión de ideas y múltiples opiniones, Rodrigo le preguntó, sorprendiéndola por enésima vez en aquella tarde, acerca de lo que opinaba, luego de que ella no abriera la boca para expresar opinión alguna. Y es que ella  se  hallaba perdida  en una especie de parálisis de análisis emocional. Así que, saliendo de su desprevenido letargo, luego de advertir también que aquel dictamen no era tan malo como logro imaginar con gravedad al principio de todos estos intensos pensamientos, alejando así, muy convenientemente, cualquier indicio de falta a su virtuosa figura como casada y para no variar, tan solo se le ocurrió preguntar a su esposo, cuánto tiempo más trabajan en su casa, cosa que él respondió, sonriéndole cariñosa y pasivamente, con un invariable par de semanas, tal vez un poco más de tiempo.

Rodrigo, claro, esperaba una expresión más altiva y contenta de su mujer, dado que ella misma solicitó tales requerimientos, por la manera en que lo hizo, más que nada. Tal vez esperaba ser felicitado vivazmente como el esperado solucionador de problemas o mínimo un simple agradecimiento por ese incierto gesto, más ese tema no trascendió más allá de esa pregunta y un sentenciante y poco satisfactorio ‘está bien’.

Entonces pensó si había actuado mal en algun modo, Sandra parecía muy seria al respecto, más se abandonó a la extrañeza y a aquella expresión clásica -Nadie entiende a las mujeres-

Más tarde, existía esa inquietud propia de un esposo. No es que se pusiera pensar en alguna cierta relación agravante entre los obreros y su Sandra, es solo que la inusual actitud divagante de su esposa, desde hace algunos días, de a poco le preocupaba, inquiriendo una posible inestabilidad emocional de la cual duraría hasta no tener pruebas concretas, aunque con la divagante forma de actuar de Rodrigo, seguramente pronto otro tema tomaría importancia en su atribulada mente.


Al día siguiente, regresando del consultorio, se encontró con Ernesto, aquel hombre de atención altruista y alma preocupada por una mujer que además de gustarle, le enternece y estremece el corazón fraternal que un padre tendría con su hija. Le ha preguntado obviamente acerca de lo que ha hecho al respecto con los que eran sus compañeros, dado que ya no ha convivido con ellos desde que hizo saber su tajante opinión. Le ha hecho saber a Sandra cierta preocupación porque sabe que aún siguen trabajando en su casa y lo lógico para él habría sido que ya no estuvieran laborando ahí, desde esa grave revelación.

Sandra en tanto le ha tenido que mentir, como era de esperarse, sus secretos se hallan en muros impenetrables, a pesar de que Ernesto le causa una especie de confianza y una cordialidad más llevada a esa fraternidad recíproca, pero con estos temas una sonrojada desconfianza le ha invadido su corazón.

Es que también ha pensado que sería irrespetuoso, según ella, decirle la verdad que el seguro aprobaría. Tan solo le ha dicho, cariñosamente, dentro de su cansancio, que todo ha sido decisión de su esposo pero que estaban a punto de terminar y se marcharía pronto de su casa, y que ya no tendría que ver nada con ellos, cosa que Ernesto tan solo le ha colmado precauciones:

-Ta bueno que ya no les hablas hija pero debes tener cuidado. El Fidencio es un canijo. Le gusta andar de, con perdón de la palabra, pero le gusta andar de cusco. Ya está matrimoniado y siempre anda diciendo puras leperadas de las mujeres. Luego con los otros se van a San Antonio a esos lugares donde hay de esas señoras pa lo que uste ya sabe.

La hermosa casada asentía cuidadosamente, entendiendo que todo eso de algún modo ya lo sabía o al menos podría intuir lo evidente, dado esas últimas experiencias vividas.

-Yo digo que sta mal pero pos no entiende. Y luego el Martin pos otro tantito. En lugar que junte su dinero y haga su casita y se junte, nomas se la pasa tome y tome y pos ya ve que anda solo como perro. Orita desde que uste llego ha dejado de andar de briago, pero debio verlo antes… Si, ha tenido una vida muy difícil la verda, por eso de que creció solo y nadie lo educó usted sabe, pero pos tampoco hay que hacerle, ¿no cree?

Con esto, en lugar de reparar en el resonar de la prudencia y la aplicada precaución, confirmó aquello que empuja a esos comportamientos compulsivos, sin necesidad de ejemplos triviales de las propias experiencias de todos esos hombres para respaldar la teoría y esa necesidad de cariño tergiversado, mal orientado, en la que ella misma había considerado brindar, de algún modo irresoluto.

Le fue fácil hacer entender al preocupado e insistente tendero que tendría precaución y que agradece, ciertamente, con total franqueza todas esas recomendaciones, también el tiempo que se tomaba para hablar con ella, simplificando cualquier exageración que pudiera precisamente provocar el demasiado amable Ernesto, esto como medida de cuidado, pues tal vez así como se lo había contado a ella, también podría contárselo a alguien o Rodrigo específicamente, y eso sí que sería verdaderamente fatal.


-Cariño

Sandra se sobresaltaba al percibir unos juguetones dedos que la han querido sujetar por su cintura y se han apartado por la misma reacción.

-Sandy jeje –rió maliciosamente el hombre que yacía tras ella. –Lo siento, no quise asustarte jeje.

Sandra aún cepillaba innecesariamente sus dientes, de hecho era como cualquier acto reflejo. Fuera del cuarto de baño, contemplaba fuera de la casa la lucha perdida de los rayos de sol mañaneros contra esa descendente masa nubosa en la fría e inusual mañana y el arribo de los tres hombres, tan puntuales como casi siempre. Estaba tan concentrada aun cuando ya no estaban a su vista en ese momento, más la falta de color, el aroma frio y áspero, la habían hecho sucumbir en la propia razón de sus inquietas ideas.

Ni siquiera había detectado quien se hallaba a su alrededor, extendiéndose en sus cavilaciones, mas estas eran culposas y absurdas, pues sabiéndose en su casa, no debía pretender sentirse agraviada por alguien más.

-Rodrigo. No te preocupes. Estabaaa... distraída.

-Sí, eso es obvio. Últimamente lo has estado amor –trató de mirarla de cerca buscando pistas concisas que pudieran expresar otra cosa que no fuera confianza total y procurando cumplir con los fundamentos de un hombre atento y preocupado. -¿Algo que quieras contarme?

-¿Algo? Algo de qué… -respondió detectandose tardíamente a la defensiva, como sabiéndose apercibida por sus malos pensamientos, reacciones a los cuales no sabía expresar de buen modo.

-Pues no sé. Por ejemplo ahora. Estabas distraída, pensando en no sé qué cosas… o en quien jeje... –dijo esto último en un tono satírico, expresando una risita apenas audible extinguiéndose al acercarse a ella y generando el vínculo consolador y primario de la ciega confianza.

-¿Qué? ¿Quién? –dijo alarmada Sandra con aliento culposo ante el último dicho que se ajustaba ciertamente a su alterna realidad. –No. Como crees. No pienso en nadie, solo podría… solo puedo pensar en ti amor.

-Mas te vale Sandy, jeje. No, pero ya en serio, ¿te sientes mal? ¿Algo te paso? ¿Por qué no me cuentas cariño? Tal vez podría ayudarte, sabes que hablando podríamos no se… -

El hombre volvió a cuestionar con duda preocupante, mientras acariciaba su leve cintura, con la justa ternura para con ella.

Pero qué podría contarle ella que no absorbiera y expidiera culpa. Se había preocupado más en pensar en las íntimas reacciones corporales, en valorar el contenido y sentido crítico de sus acciones, en pensar incluso en aquellos, que en sí misma y sus reacciones externas las que por natural intimidad tendría que compartir tarde o temprano con el esposo.

Habría de ser más precavida al respecto, reconoció rápidamente, si es que pretendía continuar con su vida normalmente, porque claro aún la acompañaban las oleantes ideas.

Aquella mañana era un claro ejemplo. Se encontró escuchando las estentóreas voces de los rudimentarios hombres, entre risas y palabras indescifrables propias de la jerga socarrona, llegando a trabajar, ataviados en frondosas chamarras cubriéndose de la niebla frío, a excepción de un envalentonado Martin que solo vestía con la ropa de costumbre. Ella, paseándose por ahí, mientras también terminaba de arreglar sus cosas, se le hizo fácil y curioso observar, cual cazadora que observa a su presa, desde la discreción que su ventana le permitía. Ya lo había hecho en algunas otras ocasiones, mas no con el detenimiento e interés con el que lo hacía en esa mañana. Tal vez lo provocó el recuerdo latente de un intrépido sueño, o tal vez simplemente era una cuestión de sus inquietudes.  Tan solo había quedado absorta en pensamientos que vinculan a lo obvio y no a locas imaginaciones o fascinaciones absurdas. Era inevitable, pensar entre lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno. Y así como en esta ocasión, ella podría verlos, contemplar esas sencillas facciones de vetustos hombres de vidas gastadas. Mirarlos y no vincular la mediocridad y el desamparo de los privilegios que ella sí tenía, compadeciéndose con desinteresada generosidad, y encontrando después en ello la justa significación de las voluptuosas pretensiones, hasta ahora no muy bien definidas.

Había momentos en el que se arrepentía de pensar así, más cuando la vanidad de la mujer ha sido tentada, los deseos combinados con el orgullo propio y virtuoso, planes indemnes e inocencia causal, han de desatar en ella una subversión emocional que solo quien sea dueño de esa mujer podrá construir, consumir y atribuirse logros justos. Pero cuando se es incauto y sobretodo confiado, entonces se deja inmune y vulnerable a personas, cosas y fortuitos eventos de los que habrá múltiples capacidades de reacción pero que será posible recapacitar el daño de manera justa, más sin el análisis exacto, como suele suceder, injusta.

A estas últimas cuestiones, propias de Rodrigo, la habían encontrado desarmada y solo y como es debido en casos en el que el ambiente es insoluto u hostil, habría de improvisar.

-No. No me pasa nada. –Ensayo una leve y, para los que no la conociesen, una letal sonrisa alentadora. –No te preocupes Rod.

-¿Segura cariño?

-Si. De verdad, es solo que… -dudaba un poco volviendo a tener ese aire culposo e indeciso, volteando nuevamente hacia la ventana. –No. Nada. Debe ser porque no dormí bien.

-¿Que no dormiste bien? –Rodrigo la atrajo hacia sí, acomodándose por  detrás de ella, sintiendo esas sinuosas formas de su amada mujer juntándose contra su cuerpo. –Sandy, si ayer caíste rendida… hasta roncabas jajaja…

-Ay. Que mentiroso –volteó su cuello al encuentro del rostro de su marido, simulando una bofetada y luego tomándole la barbilla, le atrajo a sus labios, enterrando con esto cualquier sutil sospecha, anulando incipientes preocupaciones y aferrándose al momento que deseaba aumentara en exaltación fulgurosa.

Un breve y candoroso beso, que Rodrigo hizo por deshacer dejando aún la boca abierta de su amada, mientras juntaba la mejilla con la de su mujer, acoplándose perfectamente, mirando hacia el paisaje blanquecino y fresco que ella contemplaba hace algunos instantes con detenida calma. La tenía tomada por debajo de sus pechos, rodeándola con los brazos, mientras ella acariciaba el tacto suave de una camisa limpia. Le encantaba ese contacto y la forma que se acoplaban la prominencia de sus curvas con el cuerpo del hombre, cerraba los ojos y se sumergió profundamente en ese abrazo; su aroma fresco, varonil y perfumado, lo adoraba tanto y en su pecho se formaba una sensación muy satisfactoria.

-¿Y entonces, me contarás qué tanto veías Sandy?

Abrió los ojos menos alarmada, decepcionada de haber despertado del cortísimo letargo que Rodrigo no le había dejado disfrutar o entender propiamente, mientras escuchaba el susurro conocido y sensibilizador muy cerca del oído, haciéndola sentir unos escalofríos realmente encantadores. Más al comprender lo que le preguntaban no se le ocurrió más que decir algo tan incierto, como algo o alguien que no comprende lo que está sucediendo.

-¿Qué?

-Si. Hace rato te vi muy… atenta, mirando acá afuera, mmm… no sé, que veías. Yo solo veo esta hermosa mañana y... nada más.

Esa consulta parecía acusadora, una la cual descarta prerrogativas, más el tono de voz sugería una inocencia digna e indemne.

-No. Am, es… la neblina, ves como cae –expresó con breve estupor. -Va a llover, creo. Desde que llegamos al pueblo jamás había visto, bueno, jamás me había tocado un clima así y bueno… no sé… solo digo.

Rodrigo asintió separándose de su esposa para contemplarla una vez más, sabiendo que el tiempo le apretaba el paso. Más comprendía cierta incertidumbre al mirar el titubear de su esposa.

-Son las épocas de lluvia –hablaba como tratando de justificar el ambiente propio, llegando a pensar que esto indignaba a su mujer. –Tranquila cariño. ¿Es eso lo que te preocupa?

-No. Para nada. De hecho me agrada. Es que… nada, se ve muy curioso, todo, el clima, mmm... las plantas, todo eso. Me encanta, es un clima muy lindo.

-Lo se cariño. Incluso, fijate, si te pones a pensar, esto hasta nos conviene. Al rato que lleguemos, no sé, nos duchamos juntos, nos metemos a la cama, nos acurrucamos… ¿no te gustaría?

Sandra admitió el gracioso placer que esos improvisados planes le causaban, incluso sería capaz de desnudarse ahora mismo, arrastrar a su esposo hacia el agua cálida de un lindo baño matinal, meterse en la cama, incluso ineditamente pensó en hacer el amor con hartas ganas, y no salir por lo que resta del día, olvidarse de todo lo demás, atenderse mutuamente y así sentirse plena, protegida y ansiosamente comprendida por la persona con la que más deseaba estar en ese momento. Mas era jueves, un día tanto laboral como ocupado en su agenda, y se reprobaba cualquier acto que provocara desobligación, y eso lo sabia bastante bien el determinado Rodrigo, dejando de lado las preocupaciones ocasionales con su esposa; años de férrea y considerada fidelidad le llenaban de confianza a su ya desobligado juicio.

-Debo irme -dijo separándose del beso con el que Sandra lo quiso encadenar y al tiempo revisaba su reloj. -Es tarde cariño. Es más, ya debería estar en camino. Recuerda, hoy voy a llegar un poco más tarde. No me esperes a comer y que se quede Lulu contigo, eh.

-Si miamor. No te preocupes –expresó dándole otro beso, esta vez bastante breve a su marido, sin atender al aviso que daba con atención Rodrigo.

-Ya le dije que se quede contigo. Pero de todos modos. Llego máximo a las ocho. Bueno. Al rato nos vemos. -Expresó un guiño conciliador y al mismo tiempo cómplice e instigador, nada amenazante ni sucio, algo característico de él.

Sandra no haría por retenerle, tan solo el beso de ausencia temporal, el abrazo, la caricia vaga y las palabras cordiales que solo ellos entienden con años de comprensión matrimonial. Ahora, para ella misma el tiempo apremiaba y no es que fuera demasiado tarde para sus labores, no sé si considera que los pacientes comienzan a llegar media hora después que ella abre el consultorio, salvo por algún caso eventual o urgente y ahora con este clima seguro no lo harán con tal puntualidad. Sin embargo ella no actúa irresponsable, no respecto a sus compromisos y hoy no lo hará por mucho que el inesperado clima le infrinja una especie de languidez  temprana.

Bastaba con sentir la leve y fría brisa, el aire que moja y escarcha las flores y al momento desprende los aromas matinales de las rosas, para que su ánimo se eleve y le confiera, ahora sí, unos cordiales buenos días.

Además le han prometido, algo que la alienta, una tarde-noche gozosa, confortable y, justo como ha deseado tantas veces, pero sobretodo últimamente, y será un rato en el que habrá de encumbrarse en brazas de ardua pasión marital, al menos así ella se lo imagina un tanto inquieta.

Se ha vestido con un hermoso vestido con estampado azul consiguiendo una apariencia relajada, respectando al inexpugnable día y empareja con una cazadora de aviador de cuero negra, consiguiendo una apariencia tanto glamurosa como elegante, incorporando unas medias negras muy adecuadas para el clima de hoy y unas botas de taco seco color verde, dándole un aire de sofisticación al outfit, realizándose con un divertido collar y una delgadísima bufanda color azul.

El clima, una vez más se ha insistido en mencionar, lo amerita y motiva a continuar a realizar  sus  labores cotidianas, típicas de un día jueves.


Ha atendido pocos pacientes a lo largo del día, y como ella había pronosticado previamente, no ha sucedido nada relevante, resultando en una jornada muy sencilla. Todos con asuntos rutinarios, la mayoría señoras que por recomendaciones médicas han acudido a la cita, por decirlo, de forma obligatoria. Más ante la llegada de aquella tarde, Sandra se sentía intranquila debido al ambiente. Ha conseguido pasar el día entre charlas con Ofelia. Le ha entretenido el hecho de que su asistente, no habiendo mucho que hacer, han podido charlar de una manera más profunda, incluso la chica en una conversación más avanzada le ha confiado alguno de sus problemas, particularmente un asunto con su taimado padre, un disgusto terrible de cuestión de permisividades, típicas entre padres e hijos, pero que bien ameritaba la queja de Ofelia. Sandra, bastante atenta y fiel a su estilo conciliador y comprensivo, la ha animado para evitar que se sienta mal al respecto, ha buscado que recapacite respecto a ciertas decisiones y se ha ofrecido incluso en mediar para que ambas partes puedan lograr un común acuerdo y evitar esa ruptura familiar que Sandra advertía y que ella desestimaba, y exageraba imaginando esos límites, ignorando que este tipo de peleas son tan comunes como reconciliables y que los rencores, que aunque aguardan, sucumben tristemente ante una dependencia costumbrista.

Ofelia ha accedido de momento, dado que en Sandra la ha sabido escuchar bondadosa y además en ella ve una especie de mujer admirable, lejos de poder envidiarla, como cualquier otra, la admira y también anhela ser tan exitosa como ella. Siempre consulta ante sus dudas, indaga sobre cosas fuera de su alcance comprensivo, todo con el fin de saber que camino elegir y acercarse lo más posible a la talla de la imponente dentista. Esa figura le representa lo que es una mujer preparada y prácticamente lo que diga Sandra será un dictado más que relevante. En fin, lejos se podría saber Ofelia de eso, ha surgido una buena química entre ellas, al menos en lo que se refiere a lo profesional.

Por ahora Ofelia, con ánimos menos soliviantados, es quien colma a la hermosa odontóloga, tratando de deshacer la inquietud de Sandra, a pensar en lo maravillosa que es la lluvia en aquella zona, lo productivo que es para las plantas, los animales, en fin, para toda la vida silvestre, en lo que Sandra queda muy de acuerdo, a excepción de no comprender grácil la necesidad de la brusquedad de tan inusual lluvia.  Sin embargo, la lluvia tenía su propia naturaleza, que acrecentaba en fuerza y translocación, así cuando ella conseguía interés en cierto asunto luego no podía fijar su atención en la platica, ni en la lectura que se dio para entretenerse en esos últimos minutos de su día laboral. Se quitó las ligeras gafas y se asomó a la puerta cuyo piso ya se notaba empapado por las ráfagas de viento y lluvia que azotaba en una imponente diagonal hacia el interior. Las gotas de agua golpeaban el cristal de la ventana, creando melodía salvaje y a veces pacificadora, si no fuese por el viento chillón. De pronto se comprendió inmersa, ella y todos los demás, en un aguacero estrepitoso y lejos de alguna extraña locura o como si de una intrépida valentía se tratase, por mera obligación tenía que salir de ahí.

En aquellos meses el verano estaba sacudiéndose en su final, y aunque claro, la llegada evidente del otoño no suponía lluvias torrenciales como la que estaba viviendo, tampoco se estaba exento dado que vivían en una geografía propensa a lluvias a lo largo del año, y una, dos y hasta tres al año resultan bravías e imponentes como la madre naturaleza las hacía vivir. Era una tormenta cuyo festival de truenos y relámpagos empantanaba la tarde, que aunque no había amanecido del todo prometedor, tampoco había mostrado indicios de tal bravura, convirtiendo el día en una jornada intratable, bajo el grisor del cielo. Lo que se ha complicado es el día, en cuanto a lo que el ambiente climático se refiere, de repente las numerosas y oscuras nubes  se han precipitado, ha empeorado, por así decirlo, más ella no imaginó que se pondría hasta este punto; vaya que la ha tomado de sorpresa. Ayer apenas era una incipiente lluvia pero ahora había arreciado severamente. No es que la mujer odiara la lluvia, hasta cierto punto indiferente, empaparse no era algo que le gustase demasiado, podía tolerar la ligera brisa o una lluvia poco nítida. Mas aquel día nada parecía frenar la caída del cielo a favor de sus requerimientos.

Llegada la hora de la retirada a casa, tenía un encuentro inminente con la lluvia, conducida por su temeridad y sus ansias de estar en su acomedido hogar. Caminó hacia donde tenía estacionado el auto, tratando de cubrirse con su propio bolso, de una fría racha de viento y lluvia que casi le pegaba en la cara, sintiendo el agua atizar su piel y su vestido empezó a absorber las incesantes gotas con el consiguiente peso que ello suponía. Se arrepentía de no haber aceptado el paraguas que Ofelia quiso prestarle, de hecho se arrepintió de no traer uno, más esa opción le fue al inicio poco práctica cuando en la mañana vaticinó que el asunto no sería tan drástico. Se sintió confusa y rara, estaba, si, empapada, empezó a sentir un frío transitorio, allí bajo el improvisado paraguas, que era su bolso. Dentro se sintió más tranquila aunque un tanto agitada y ligeramente empapada, nada por lo que exagerar. Enfilo el auto rumbo a casa, ahora con cierta tibieza y cuidado. Las gotas de agua que caían violentamente, golpeaban el auto y generaban un golpe continuo, seco aunque no necesariamente aturdía.

Los limpiaparabrisas trabajaban a su máxima capacidad generando ese chirrido de la fricción del agua contra el cristal mojado. De verdad que era bastante abundante la cantidad de agua que caía de forma copiosa y continua, además la lentitud con la que manejaba la mujer hacía acrecentar la permanencia dispar de los bravos sonidos del exterior que se producían contra el vehículo.

Sandra apenas empezaba a salir de la ciudad pero ya quería sentirse en la seguridad, en la calidez, en la comodidad de su recinto matrimonial y reconfortarse a propósito con su esposo, y una vez más comenzaba el vaivén de imágenes candorosas que se empezaban a volver típicas en la mente de Sandra; rectificar en un rico masaje relajante, usarlo adecuadamente como una potente arma para aumentar el deseo sexual que seguro aguardaba su pareja. Tumbarlo en la cama, desnudarlo y a su vez desnudarse para él. Imaginaba a su marido tocando en esas zonas muy sensibles, como la espalda y sobre todo su cuello, partes de su atlético cuerpo que el venturoso viejo Fidencio ya tenía a bien de haber explorado de manera superficial, produciéndole una sensación estimulante que bien ha aprendido le ayudan a crecer el apetito sexual en ella. Cuanto deseaba poder dejarse llevar, que su marido la acariciara y masajeara las partes más íntimas que la bien la pueden hacer enloquecer. Bien sabe que un masaje sería un excelente preliminar y mucho, después de un duro y estresante día como el de hoy. Incluso con un previo espumoso baño, cálido y relajante, muy ad hoc al clima.

Con la parsimonia de su avance a través de la carretera, consiguió pensar que en un futuro inmediato le convendría añadir a su guardarropa complementos para mejorar su atuendo para que, entre otras cosas, aumentaran ostensiblemente el apetito sexual de, en este caso, su amado esposo. Últimamente ha pensado seriamente en ello. Melanie alguna vez o varias ocasiones le habló al respecto y ella a partir de esto, ha consultado propiamente acerca de, por ejemplo, babydolls, panties con curiosos aditamentos y hasta sutiles disfraces. Ha convenido en pensar de aprovechar la lencería como excusa, así deleitar a su amado Rodrigo también con un sensual striptease, dado que es un arma más que infalible, como según ya lo experimento y comprobó con los lujuriosos viejos, pero esta vez no sería para ellos; su marido sería el afortunado de hacer que esas prendas vayan desapareciendo de su cuerpo a medida que la temperatura vaya aumentando. Se terminó avergonzando un poco al pensar esto último, un sonrojo matizaba su blanca mejilla al saber lo insano de aquel momento, en casa, sola con esos hombres, cuando empezó a jugar con sus ceñidas prendas con los sensuales pasos de baile como acompañamiento, recordaba cual enganchados tenía totalmente a todos, como si hubiese nacido con esa habilidad para sobreponer cachondos a esos hombres de miradas férreas y maniacas considerando lo desabridos de esos rostros, deleitandolos como si merecieran todo aquello de su hermosa figura, y aun así ella pensaba tímida en ese momento en ese espectáculo como un ensayo.

Más sus ánimos le procuran agitarla para darle un nuevo giro a su vida sexual específicamente, claro, dentro de los límites de la buena educación (si es que aplica para los denominados bajos deseos). La intimidad, el conocimiento de la misma, propicia juegos sanos, que son a los que Sandra refiere completamente. Vaya que ha tomado nota respecto a su último ‘show’.

Trató de encontrar una tienda que ofreciera lo que ella requería en San Antonio, que como idea vaga ha averiguado de manera algo importante, buscando esas curiosas prendas con las que intentará potenciar sus atributos, y confía en sus gustos y seguro que su esposo se lo agradecerá y ella disfrutara al igual; ahora mismo, la complacencia es algo que bien desea experimentar únicamente y exclusivamente con el. Sin embargo, esa tienda evidentemente estaba fuera de los rangos conferientes de una ciudad-pueblo como aquella, debido a la inexistente demanda, claro está que las mujeres de esos lugares están muy lejos de poner a prueba sensualidades en base a juegos con atuendos sexys o disfraces, eso está muy fuera de sus retraídas costumbres. Así que inútilmente ha buscado o pensado en que pudieran vender algo parecido en las tiendas de ropa de San Antonio. Ha pensado en ir a Las Villas, siendo una ciudad más populosa y abierta, por decirlo de algún modo, obviamente habrá serias posibilidades de encontrar los atuendos que ella tanto desea, pero ir allá no es algo tan viable, en el sentido de la distancia, distancia que implica tiempo y que es algo que no pretende desperdiciar, por mera incomodidad o practicidad de maniobra suya.  Y así, en una ocasión reciente, ha optado por pedir algo por catálogo pues para su fortuna Ofelia suele traerle algunos, casi siempre encontraba otras cosas de variadas necesidades, que traen desde utensilios básicos, electrónicos, trastos, accesorios diversos, maquillaje, perfumería, calzado y, finalmente, ropa, desde la casual, formal. Siempre había por decirlo de algún modo los atuendos sugerentes, pero se ha detenido en checar la íntima donde ha encontrado opciones coquetas y dignas para ser utilizadas para sus propósitos. Así que, entusiasmada, ha solicitado un par de conjuntos que en la próxima semana, según Ofelia, le llegaran  para su disposición, dándole un alivio a esa diminuta inquietud de mujer presta a los juegos maritales.

Un relámpago interfirió en la línea de sus pensamientos, pues este sonó fragoroso, atiborrante incluso, así que encendió la radio pero las señales eran débiles prácticamente inexistentes. Puso en marcha una simple lista de reproducción de  canciones, varias de las cuales le aburría por escucharlas muy seguido, o tal vez eso le provocan los nervios únicos de este inestable momento. Días como estos no eran de temer, pero el ambiente era de cierto modo hostil y cuánto deseaba tener a alguien a su lado. El camino tan ya bien conocido y estimado ahora le parecía algo extenso, más que de costumbre, sus nudillos  palidecen al volante, a pesar del breve trayecto que apenas hacía recorrido.

De pronto ha visto detenido su camino. Algunos, pocos, vehículos al igual. Adelante un par de hombres trabajan tratando de habilitar al menos un carril de la carretera, bajo la incesante lluvia, algo que parece inuti. Sandra de pronto se siente expectante pero impaciente. Un sujeto se ha acercado, se trata de un policía municipal aunque no lo parece porque carece de uniforme pero en el intercambio de palabras el se identifica. Este le ha explicado a la mujer que el camino tardará en abrirse por lo que le ha sugerido que lo mejor sería guardarse en San Antonio. Ella, agradeciendo la recomendación de ese tosco y atento hombre (que no ha perdido la oportunidad de admirar las hermosas facciones de la hermosa odontóloga y a la que ha regalado un par de palabras obedientes al torpe halago), optimista ha optado por esperar, dado que al parecer lograran reaperturar ese tramo. Lo que menos quiere es quedarse lejos de casa pues está a poco menos de medio camino, y tan solo si fuese realmente necesario se quedaría en la ciudad y alquilaría un cuarto de uno de los dos hoteles que existen.

Ha intentado comunicarse a su casa, con Lulú o con Rodrigo, explicarles la situación, hacerles saber que todo está bien pero que llegará un poco tarde. Más la señal de cualquier tipo es inexistente en esas condiciones, situación que ratifica su moderada preocupación. Pasa casi una hora y en efecto, se ha abierto un carril, el suficiente para que transiten los vehículos diversos que aún aguardaron a la espera. Son más los que llegan que los que se van. Arranca el auto y retoma el camino, así como su paciencia, empatizando con aquellos que aun bajo esa recia lluvia arriesgan su integridad para el bien común, cosa que agradece y valora muy genuinamente.

Pero pronto vuelve a detener su camino, pues delante suyo varias personas se encuentran reunidas ante un derrumbe que parece ser aún mayor que el anterior. Salió del auto, preocupada una vez más ante la catástrofe que contemplaban sus ojos. Esta vez se encontró con un derrumbe desastroso e importante para poder reparar de inmediato ese largo tramo de la carretera, cuya cierta brecha, también había sucumbido y piezas de grueso asfalto cayeron al precipicio. La única vía accesible era obstruida por cantidades de piedras y lodo que cayó de la montaña en grandes cantidades. Abrió de nuevo los ojos, la dura tormenta estaba remitiendo. Las gotas reducían en frecuencia y cantidad, los charcos empezaban a convertirse en espejos de quietud y  semi clara transparencia. El cielo está totalmente tapado por nubes grisáceas e indescifrables. Deberían  ser casi las cinco de la tarde, aunque parece que el anochecer se presentará en instantes. Las pequeñas gotas retumban en sus oídos al golpear sobre una gorra que se ha colocado, como miles de diminutas piedrecitas traqueteando divertidamente.

No hay verdadera salida, hay varios autos, camiones de diversas índoles delante de ella. A continuación uno de ellos está virando, seguramente tomará el camino de regreso a San Antonio y se resguardara como es preciso. Quedarse ahí sería una locura. Al pasar junto a ella, el chofer desde la ventanilla y al ver a la desamparada mujer, como gesto de amabilidad, entre otras cosas, le ha dicho que el camino es intransitable, que por lo tarde y otra descarga fluvial, los trabajos para reabrirlo empezará hasta el siguiente dia, por lo que él se regresara a buscar refugio con un familiar que vive cerca, incluso la invita, a lo cual Sandra dice que estará bien, agradeciendo las palabras del hombre, sin tomar verdaderamente en cuenta la invitación, ya que está preocupada por llegar a casa, estando a medio camino prácticamente, lo que hace aumentar su interna desesperación.

Se impacienta pensando si es verdad, pero la cara de los otros automovilistas no parecen mentir o siquiera especular. Ahora se arrepiente tanto de no haberse regresado a San Antonio desde aquel primer deslave, cuando aún estaba a tiempo, mas nunca logró imaginar que el camino se complicaría a tal grado. Se mete al vehículo para hacer lo mismo que el conductor con el que hablo y regresar a San Antonio, ya no tiene otra opción. Buscará en un hotel una habitación donde pasar esta noche. Más sus someros planes se frustran cuando ha recorrido unos cinco kilómetros, pues la pequeña fila de vehículos le hacen entender que quedará varada. La lluvia cesa un poco y sale del vehículo solo para comprobar que el camino ha sufrido percances.

Los rumores son acerca de la inutilidad de la vía, hasta posiblemente mañana. Se acercó a preguntar pero todos opinaban tan solo de su mala suerte. El mismo conductor con el que había hablado previamente se le acerca y redunda en el hecho evidente del mal clima y las condiciones actuales. Ella casi ni lo atiende, no tiene la más remota idea de lo que tiene que hacer, hasta que él le dice que cerca viven sus familiares y que se irá a pie, ya que es la única manera, y entonces la vuelve a invitar a irse con ella. Sandra gracias a esto ha de pronto ha recordado, que cerca de aquí vive Ruben, el verdulero aquel al que hace algunos días incluso transportó, a pocos metros de ahí. Agradece al hombre que está bastante insistente e interesado en ayudar a tan hermosa mujer, y vaya que lo intentaba pero aunque este intentaba hacerle la platica, ella solo pensaba en salir de ahi pues no tiene la confianza plena en ellos que la miran con un detenimiento curioso pero también avorazador.

Vio el auto y avanzó unos metros para estacionarlo de mejor manera, abandonando a los demás, hasta encontrar un área pegada a la carretera. De ahí se abría un camino por donde les vio ir, tan solo tendría que visualizar una casa, que según Ruben era la única en ese lugar, así no tendría margen de error. Creyó oportuno ir a buscarlo. Tal vez él bien  podría ayudarla, ya que seguro conoce de mejor manera el lugar y le diría dónde encontrar un camino alternativo o una manera de pasar hacia el otro lado, algo que no había encontrado en las respuestas de los otros conductores. que era lo más básico y prioritario para ella.

Localizó  un  enlodado  camino  clavado  entre  unas  arboledas húmedas evidentemente y empezó a introducirse en él a paso lento y volteando a ver a quien pudiera observarla, cualquiera que básicamente le hiciera enterarse si tomaba el camino correcto o lo contrario, alguien a quien consultar. Era un sendero muy curioso, angosto en varias secciones, habría que bajarlo, más la pendiente era muy poco elevada para complicarse. La enorme cantidad de vegetación creaba una especie de cúpula natural, formada por ramas y hojas entrelazadas que cubrían el sendero y le daban la apariencia de un hermoso y mojado túnel cada vez más oscuro, donde predomina el color verde y alguna que otra florecilla. A los lados, la ladera de la montaña está cubierta por un cafecino colchón de hojas húmedas y amontonadas, entre gruesos y delgados troncos negros que crecen hasta tapar el grisáceo cielo. Ahora es un techo cubierto de hojas tan tiernas que resultan casi translúcidas, y que pintan de verde el techo del bosque. La casa aquella parece inexistente de momento, se arrepiente en algún instante de continuar, pero aquel lugar es tan pacifico y confortable que le calma hasta el grado de sentirse como protegida e invulnerable y le da confianza para encontrar a Ruben. Bien podría escoger ese lugar para dar un paseo tranquilizador, seguro a Rodrigo le gustaría pasar un momento con ella en un sendero así, desestresante y ameno, incluso aventurero ahora que es lo que motiva a su inquieto ser, en momentos que así lo necesite.

Entró por una breve espesura, la poca luz que entra se cuela entre los cayos descuidados grácilmente de los árboles, entrelazados torpemente, y gracias al fino papel verde que los cubre. Cada paso hunde sus pies, aunque procura evitar resbalarse por la insuficiente fricción que se forma por lo mojado del camino, que combina piedras y barro. Sus pasos recaen en un algodón de hojas húmedas y agujereadas que amortiguan cada paso y producen un sonido suave, un olor peculiar, cancino e incluso hogareño, mientras gotas contenidas caen al azar por todas partes mas no son la amenaza real en este instante.  El camino se prolonga por su paso cuidadoso, lento, curioso por lo que desea encontrar. No sabe si está yendo hacia el lugar indicado, el único indicativo es la brecha hecha con anterioridad, pero su intuición la invita a continuar su búsqueda, embaucada por el mismo suspiro del descubrimiento. Finalmente ha encontrado esa casita y es tal como podría habérsela imaginado, entre varias opciones. Es pequeña y algo destartalada, típica de aquellos lugares pues evidentemente sufre algunas carencias, pero resulta tan curiosa en ese paisaje, que le da un aire pintoresco hasta digna de ser trenzada. Está hecha de barro, madera y lámina como techo, flanqueada por altos árboles, verdes, algunos frondosos por su añejo estatuto. Debe ser esa casa, dado que no ve ningún otro camino, ni siquiera otra edificación cercana. Además logra ver un amplio terreno, al lado de la casa, por donde se ha surcado, donde seguramente se ha sembrado o se ha de sembrar esas hortalizas, las que intuye, son las  que suele ir a vender Ruben en la pequeña ciudad.

-¡Hola!

Ella grita apenas llegando a la entrada. Atraviesa una verja improvisada, compuesta por maderos viejos y algunas varillas oxidadas. Le castañean los dientes, el cuerpo tirita debido a una ráfaga fría de viento que ha recorrido su indefenso cuerpo, que, a su vez, su menguado espíritu ha de reconocer como fortaleza. Toca la vieja puerta de madera que carece de color e incluso firmeza. La puerta se abre de inmediato sin preguntar de quién se trata. Rubén no puede creer lo que sus ojos le permiten. Algunas gotas quedan escarchadas en los cabellos sueltos de la mujer, su chamarra brilla por lo mojada que se encuentra y esas botas se hallan impregnadas más que nada de pedazos de cafecinas hojas.

-Hola –saluda con calma relativa la ansiosa mujer.

El cielo parece precipitarse de nuevo en júbilo lluvioso, se produce un sonido escandaloso cuando una ráfaga de viento choca con los árboles más espigados y de repente el sonido se escandaliza cuando las gotas golpean contra el techado de lámina de la ruinosa casa.

-Pásele, pásele –Había salido de su incredulidad apenas para decir esto último a la mujer y protegerla bajo su techo, como bien tenía por hacer como buena costumbre, sin saber como disimular su alegría por tener una visita, tan pronto como ha arreciado ese bravo chubasco de un momento para otro.

Sandra ha obedecido esa inesperada indicación, mientras veía como el hombre cerraba la puerta de madera, para protegerse de la furia intromisión del agua y el glacial viento desatado hace un momento a otro.

-Uff... Esta fuerte la lluvia verda –atinó a decir el hombre a la inquieta mujer que asentía con preocupación, estando a su lado aun cercanos en la puerta.

-Oiga. Eh, venía a preguntarle…

-Pásele –ha interrumpido Rubén la querella de la chica. -Mire venga por acá porque aquí gotea. Pasele, pasele. ¿No quiere un cafecito? Ta siendo mucho frío.

-No. Estoy bien, solo quería saber, bueno preguntarle acerca de…

-Esta refuerte la lluvia. Que anda siendo usted por acá. Yo ya la hacía en su casa.

-Es que la carretera quedó incomunicada, justo acá cerca. Y, bueno, me acordé de usted y me preguntaba si usted podría ayudarme y decirme, mmm..., no sé, algún camino alternativo o no sé, algo que pueda ayudarme.

El fuerte ruido que provocaba la lluvia, cuando las gruesas gotas golpeaban aleatoriamente sobre aquel techado de lámina hacía que en ocasiones las palabras se perdieran, haciendo que Sandra alzara la voz para darse a entender a Rubén que al mismo tiempo que escuchaba con atención a la doctora, serbia un poco de café y se lo ofrecía servicial.

-Hijole...

Aquella expresión alarmó a la mujer sintiéndose desesperanzada. El ánimo de Ruben, al tenerla ahí, provocaba una leve y justificada desesperación.

-Mire... Siéntese, siéntese. Aquí, tome un poco de cafecito. Ta calientito pa el frío, porque ya se mojó y le puede hacer daño.  Andrés, traite una toalla. Rápido chamaco –decía con apurada voz el hombre aun expresó en atenciones para con su invitada errante.

-Gracias –dijo la mujer aunque ciertamente no tenía ganas de estar ahí acomodándose como si se tratara de cualquier visita de cortesía, procurando encontrar una respuesta positiva, a su actual problema, en el rostro de aquel hombre.

Pronto el chico llegaba con una toalla que Sandra usó para secarse un poco el pelo que lo traía mojado, no en modo exagerado, pero sí que le era más cómodo secárselo, agradeciendo tanto a Rubén como al pequeño por el gesto. Mientras lo hacía escuchaba con atención la breve explicación del verdulero, que lejos de moderar su zozobra, la condujo a un nerviosismo y un cúmulo de preocupaciones más grande. Rubén explicó lo evidente, que el camino era intransitable y que en casos como este le sería imposible cruzar hasta el día de mañana cuando arreglaran, al menos intentarían abrir una brecha posible para el tránsito. Pero también que la única brecha posible era a pie a partir de ese punto, habría que subir por una ladera, casi paralela a la carretera, por lo alto de esta, cosa relativamente sencilla, pero el problema sería que llegando hasta el otro extremo no encontraba modo de seguir dado la nulidad de transporte, a menos que optara por continuar a pie el resto de la carretera, cosa viable de no ser porque prácticamente ya se hacía tarde, la lluvia progresaba y no cedía salvo por minutos insuficientes, las nubes oscurecían todo el ambiente dándole un aspecto inseguro allá afuera, de hecho ya no había energía eléctrica, por lo que las comunicaciones si de por sí eran nulas, aún lo serían más con esta tormenta.

-Mire. Yo opino que pos se regrese para San Antonio, porque está todo fregado por acá. Hasta mañana ya va mejorar el asunto.

-Pero. ¿De verdad, no hay otra forma? – consulto la dama, frunciendo el labio inferior gesto de insolencia refleja ante su propia situación.

-No doctorcita. Lo que pasa es que no había llovido así desde hace tiempo y pos nadie previno que le pasara esto al camino. Pero ya mañana segurito lo arreglan. Namas que pos orita ¿verdad? –dijo el sujeto tratando de aunar algo confortable a la preocupada dama.

Sandra no encontraba una opción satisfactoria y en efecto, cada minuto que pasaba, el cielo se apenumbrada cada vez más y el ruido abatía sus paciencia, dándole pocos ánimos de salir y tener que volver a San Antonio, además de que existía la probable opción de que el otro tramo del camino, donde quedó varada antes de llegar aquí, volviera a sufrir desperfectos dejándola en una encrucijada y en un viaje agotador.

-¿Y usted no me puede acompañar?

-Pues si... pero y si luego el camino está fregado y pues tendríamos que volver y pues como que namas vamos a ir a mojarnos... y luego con quien dejo al chamaquito...  Pero, mire, lo que puedo hacer es ir a ver de rápido como esta el camino y vuelvo y le aviso como esta y si podemos andar por ahí...

Sandra asintió de inmediato, entendiendo que era su última alternativa. Dudaba bastante, por el hecho de que Ruben se expusiera al adusto clima, pero lo vio convencido que prefirió tan solo a recomendarlo.

El hombre dejó a su hijo al cargo de Sandra, mientras salía a toda prisa para realizar su encargo. No tardó en volver y realmente lo había intentado, por supuesto que consideraba el hecho de hacerle un favor a Sandra era una especie de tributo, se sentía envanecido y hasta privilegiado de poder otorgar una satisfacción, pero su expresión al volver era la de un hombre frustrado, que el que vuelve con su familia las manos vacías después una jornada de trabajo.

Con tibieza y decepción, se presentó a la mujer diciéndole que el camino alterno era un desastre pues  se habían vuelto especie de riachuelos espesos e intransitables. Ambos quedaron con la cabeza baja, el sabiéndose inutil de buenas nuevas y ella en la inanicion en su terrible situación. Ruben recalca que había intentado lo posible, ella escuchaba apenas con serios sentimientos amargos, que se acentuaban con la penumbra con el que les cobijaba la tarde-noche. Pensó, entonces, si no hubiera sido mejor haber aceptado la invitación del conductor que había conocido hace rato, incluso le había señalado la casa de esos familiares, y entonces tanteó la posibilidad, pero Ruben intervino con voz trémula:

–Ora que, si gusta se puede quedar aquí

El hombre encontró en su gentileza una opción para los predicamentos de la mujer, que bien hubiera hecho con cualquier otra persona, pero que ansiaba verdaderamente que Sandra cogiera este ofrecimiento. No había pasado siquiera en su cabeza saciar cierto voyerismo, porque bien quería ayudarla y si en él estuviera acompañarla acaso por un camino seguro bien lo haría, pero por el momento no lograba tales alcances.

–Pos, está chiquito el lugar pero pos ahi nos acomodamos. Ya se está siendo tarde, ni modos que salga por ahí, está peligroso y pos me quedaría con el pendiente.

Ciertamente, esta incitación tomó por sorpresa a una atribulada mujer. Enarcó las cejas directamente atendiendo las palabras del andrajoso hombre que apenas vestía una vieja playera que le quedaba grande.

No era ni remotamente la idea, obviamente pasó desapercibida la opción antes de llegar aquí, porque de verdad pretendía encontrar esa respuesta que le diría por donde tenía que ir para llegar a casa. Sin embargo, no era mala opción, ni tampoco buena. El lugar contenía una opacidad tremenda cada vez más, ayudaba el que estuvieran cerradas las ventanas y las puertas o la carencia de tragaluces, salvo por unas ceras encendidas que acometen bien contra ese terrible tono obscuro. Pero lejos de eso, el espacio era angosto, al fondo un cuarto que servía para la cocina donde titilaban las brasas y el resto se usaba como dormitorio, comedor y aquello que podría ser un espacio multiusos. No es que desdeñara del todo cualquier carencia o que cayera en una vulgar conmoción petulante, pero estando a tan solo kilómetros de su hogar, sentía aspereza e incomodidad de mujer consentida por los múltiples beneficios que eximían carencias a las cuales ella nunca padeció.

-Ah, ¿Y no hay algún hotel, no sé, cerca de aquí?

Sandra había mencionado esto y de pronto se sintió tonta e insensible, pero es que sus impulsos le hacían saber entonces que al menos tenía que intentar ponerse a resguardo, en un lugar que pudiera serle más cómodo y pasar con menos congoja este día inesperado. Rubén le hizo saber lo cierto, que no había hoteles ni nada que se le pareciese en esta localidad como opción para alojarse, que todo eso se concentraba hasta San Antonio y ante lo evidente, lo cierto es que era inutil cualquier opción.

-Pos uste yo opino que se quede acá, namas va ser por hoy. No crea que somos gente mala, ni que le vayamos a ser algo…

-No, no es eso… -replicó con inseguridad la casada.

Rubén continuó explicando, además de los pormenores de salir, recalcar la nulidad de opciones y ofrecerse a indicar el camino como desaconsejada opción, a manifestar sus inocentes intenciones, los buenos sentimientos con los que atribuía su invitación a quedarse esa noche, porque si bien le era un gesto muy coherente al ver a una chica vulnerable que además se ha comportado tan afable con ellos y lo correcto era ser recíproco en este problemático momento, también era un reconcomio que creció así de repente, ni siquiera había surgido al abrirle la puerta, pero ahora que había una vía con deliberada e intrigante dilación, deseaba tanto compartir esa noche con ella, no del modo lujurioso y petulante que otros hombres que tanto rodean a la  atractiva Sandra desearían pro actuar en una situación semejante. El más bien anhelaba poder poseer en sus recuerdos a Sandra en su casa, en una noche, con él, salvándola, quedando ella eternamente agradecida con él y generar ese vínculo amistoso que creyó muy lejano apenas la conoció aquel día que la vio por primera vez. Esto suena muy infantil, pero dado que su osadía no llega a ser mayor, aún no se contamina del todo de deseos impropios y arrebatados, aunque bien contempla la belleza, en este momento, empapada de esa mujer digna para llevarla al placer y encumbrarla al éxtasis que resultara mutuo. Él sabe reconocer esto último como cualquier hombre, pero no pretende arruinar lo que él establece como  una futura amistad, que es lo que tanto idealiza con una mujer así como ella.

Sandra, por su parte, poco a poco se convencía de que su próxima opción tendría que aceptarla. Un relámpago sonoro la hizo tiritar por miedo y frío, abriendo sus ojos de par en par, sin llegar al llanto, porque creía verse demasiado débil con ello y si algo aprendió de recientes días era de que mostrar las flaquezas es lo que hace que los otros se aprovechen de ella y siendo así, y desconociendo el ímpetu fulguroso que Rubén aguarda, tendría que comportarse serena y fuerte.

La actitud de Rubén le parecía muy respetuosa, deferente aunque se esforzaba mucho en ello, como pretendiendo agradar más allá de lo posible, persuadiéndola con puntos absurdos  y escasos de coherencia pero comprensibles para la culta Sandra que entendía la escasa cultura del hombre. Además su actitud nunca se mostró perniciosa ni nada por el estilo, por lo que entendió, cuando arrecio de nuevo la lluvia, que prácticamente tenía decidido lo que habría que hacer, sujetando con fuerza, a modo de frustración insensata, la toalla que recién usó para secar apenas un poco su pelo.

-Creo que tiene razón. Me quedaré. Pero… ¿no soy inoportuna quedándome aquí? –dijo la mujer atenta pues reconoció en el lugar una sola cama y la practicidad de todo ello la obligaba a consultar, no propiamente, alguna inconveniencia, para ella pero también para los demás.

-¿Como? No, no. Cómo cree –pronunció con emoción rimbombante dibujándose en su cara una sonrisa pringona, le era inexplicable la realidad dado que Rubén no creía posible que Sandra aceptara, después de sus fructuosos ruegos, quedarse en su casa esta noche. –Orita nos acomodamos, va ver, no se preocupe. Venga, venga y siéntese por acá.

-Oh. Eh… Tengo que cambiarme –musito como hablando para ella misma y ahora dirigiéndose a su inquilino continúo: -Tengo que ir al auto, ahí tengo ropa seca. Necesito cambiarme, jeje.

-No, no se preocupe. Uste dígame y yo voy por sus cosas –apuro a decir con atención servicial el emocionado hombre.

-Yo voy sucede que tiene seguro y todo eso...

-No pos usted digame como y voy de volada.

-No, prefiero ir, así arreglo un par de cosas pendientes que deje en el auto... ¿No tiene alguna sombrilla con la que pueda cubrirme?

De inmediato Rubén corrió a buscarla pero como casi no la utilizaba no la encontró, por lo que solo le pudo ofrecer un trozo de plástico, que servía al menos para su propósito. Se ofreció a acompañarla, Sandra aceptó pues cada vez se volvía más penumbroso, y por supuesto que tenía algo de miedo.

Llegaron pronto hacia donde Sandra indicó estacionó el auto, regresaron con las cosas minutos después.

Ruben se mantenía muy servicial, siempre al lado de la mujer, ayudándola a caminar por el resbaloso camino, procuraba caer en gracia con su hermosa invitada, que le hicieron generar en él una eficiencia parecida a la que tenía cuando labraba el campo. Cuánto agradece al cielo, al tormentoso poder que intercede por él en este día, tan inesperado como esa lluvia torrencial, agradecia su pizca de suerte que le abrazaba y dejaba brindarle una espléndida alegría contenida en la brillante presencia de esa encantadora ninfa.

Sandra y Rodrigo siempre precavían el asunto de llevar ropa extra luego de que en unas vacaciones veraniegas, cerca de estas fechas, habían sufrido un incidente más o menos parecido. Dentro de la maleta encontró un atuendo práctico y cómodo, no tanto como una pijama y con su hechura de tela de algodón y tartán, como los que suele usar para estar en casa en días como este y poder descansar y al mismo tiempo abrigarse del frío que penetraba las débiles paredes de esa casa. Dentro de la privacidad que permitía esa casa, Ruben le indico el sitio donde servía de recamara, pues a pesar de que todo era un espacio compartido, este se podía dividir recorriendo unas cortinas que permite precisamente un espacio a solas. Ahora era cuando el buen Rubén encontró el deseo insano de la presencia femenina, esa de la que había estado prescindido hace ya tiempo; entonces le acudieron unas curiosas ganas de verla desnudarse y que mostrara esos muy garantizados suculentos encantos, romántica y sensual, pero su subvención permaneció, celoso de su respeto e ignoraría enajenamiento sexual que por ahora deseaba ignorar. Sus arraigadas costumbres podían más, tan solo le bastaba a su complacencia poder servirle y ayudarle tanto como pudiera.

Sandra sentía reservas del lugar, más que nada porque le era desconocido, y entonces en esa improvisada intimidad, ella terminó por quitarse cada una de sus empapadas ropas. Se vistió con una camiseta de color albigrana de algodón, con un curioso encaje que se adorna con un arco en su parte posterior, de un tejido suave y de punto elastico. Por encima una sudadera color crema, ceñida a su esbeltez, al igual que la blusa ligeramente escotada, delgada en cuanto su grosor que no rebatió al frío pero confortaba por el hecho de estar seca a diferencia de la ropa que ya se había quitado. Se colocó también unos pantalones, de algodón al igual, con cintura elástica y que marcaba propiamente las curvas majestuosas que empezaban desde sus pantorrillas, recorrían sus piernas y recalcaban su erguido y orgulloso culo, que a pesar de lo discretamente formal del atuendo, tenía aires de prudente seducción de una mujer hogareña, recatada pero taimada. Complementa su atuendo con unas zapatillas de tacón bajo, ideal para descansar y pasar una tarde de forma cómoda. Claro, no era la ropa que debería usar para un evento ‘frío’ y ‘desolado’ como este, pero al menos es algo que le dará un paulatino confort.

Apenas terminó de vestirse, pasaron a comer, por insistente invitación de un  acomedido  Ruben, atento en complacerla dentro de sus posibilidades, que Sandra no despreció para no quedar mal aunque no precisaba mucho apetito dadas las atropelladas condiciones. Continuó esta vez forzando un poco su simpatía, acostumbrándose poco a poco al ambiente, afuera estaba a punto de volverse todo obscuro y las incandescencias de esas velas tomaban más protagonismo. Trato de buscar señal con su celular, evidentemente no obtuvo éxito, pero debía intentarlo. Deseaba saber como estaría su marido, quería avisarle que ella estaba bien, avisarle donde se encontraba y así él viniera por ella. Muy segura estaba que él estaba buscándola, intentando localizarla, tal vez hasta más preocupada y temeraria que ella misma. Se arrepiente entonces de no haber hecho más, de no continuar el camino, de no volver a San Antonio. Si tenía suerte Rodrigo pasaría cerca, miraría el auto y la buscaría en esta casa. Pero si no, seguro seguiría intentando, preocupadisimo y endeble  en ese aire donde lo aterrorizado o avergonzado no eran vibraciones opuestas, porque se trataba de la integridad del amor de su vida.

Comió la sencilla merienda que le habían servido, cortés aunque de manera cancina. Se animaron a platicar un poco, tanto como podía animarse a hacerlo Sandra, de cierta manera le bastaba con observar al pequeño hijo de Ruben, un chiquillo muy callado, que para todo pedía permiso y agradeció las cortesías, un situación muy animosa para el alma pródiga de la mujer y de su nativa compasión por las personas. Era para ella un niño adorable, inocente que le generaba una tranquilidad para el contexto que sucitaba ahora mismo y afrontar la incertidumbre de saber lo que sucedía con su amado Rodrigo. Con el pequeño compartiendo con ellos era sencillo tener temas de conversación, de indagar, aun cuando no lo pretendiese con ganas la mujer, acerca de la vida de Ruben, como lo que sucedió con su difunta esposa dejándolos solos, desde muy pequeño al niño, su desaciertos en su vida como un momento en el que los vicios lo adormecieron, que a su vez perjudican la educación del pequeño, cosa que Sandra hizo notar de inmediato, mas no tenia serias ganas de rectificar a Ruben, ya tendría otra ocasión, se decía ella para hablar al respecto. El verdulero iba de una cosa a otra, hablándole generalmente de sus varios infortunios ocurridos desde su juventud, aquella vez que decidió casarse, la vida ardua para mantener a su familia, su destrucción moral por la muerte de su esposa y en hasta este momento en el que aún batallaba por salir adelante. Nuevamente Sandra denotaba esa función lastimera que proyectaba aquel hombre, más que nada porque las exageraba. Sin embargo, sus conclusiones diversas antes dadas, sobre la vida que sufren los hombres y mujeres que desarrollan su vida en las generalidades básicas del campo (cuando justificaba el uso de la sensualidad como remedio o acoplándose mejor, como suplemento a los deterioros de los conceptos generales de la felicidad, al menos del bienestar común), se reatizaban para ella, comprendiéndolas una vez más, pues estas aparecían arteramente y sin piedad, atacando indistintamente, dejando sin posibilidades a muchos, como en este caso a Ruben.

Asentia a las recomendaciones de Ruben, él se representaba como buen hombre sufrido y como un hombre vivido con tribulaciones innecesaria, se siente sabio para disponerse a dar consejos para que no se cometan los mismos errores, nada que Sandra no supiera, nada que la desalentara de los pensamientos o planes ya distribuidos sobre sus sienes previamente, todo de lo que se lamentaba Ruben era ajeno a ello. El más bien consideraba los hechos que llevan a la infelicidad en el hecho de no saber vivir con la pareja, los que llevan al arrepentimiento por no respetar los espacios, las aptitudes o simplemente satisfacer mientras se vive en plenitud, así pues que muy por el contrario de censurar malas intenciones, a Sandra la atendía el convencimiento pleno de experimentar nuevas tácticas con misiones lubricas, no en el sentido estricto, claro está, mas si en la inquieta búsqueda para conllevar una serie de actividades en las que tanto para ella como su lejano Rodrigo pudiesen disfrutar sanamente. Nada como encontrar un respaldo, o es que tal vez es lo que quiere escuchar, pero en un lugar inesperado, inhóspito hasta cierto grado para las comodidades que desde siempre ha disfrutado la mujer, encuentra el apoyo involuntario sin falta.

Una vez más ve ese rostro moreno del greñudo chiquillo, de naturaleza incipiente, que no conoce el desamparado destino que podría esperarle, en un lugar tan apagado como este, que se puede esperar y cómo justificar de forma aceptable las razones por las que actuará. Todo le recuerda esos sus empleados que tienden a ser sus ‘amigos’, por no poder referirse a ellos de otro modo, todos los hombres que la conocen y comparte con ella y aquellos con los que no ha convivido pero que les ha visto tal cual en sus formas, de referirse con ella, de verla aunque sea a lo lejos. Admiraba la terca resistencia a reconocer la implacable mengua de sus posibilidades para con ella, porque no solo se trata de tentar lo que es prohibido por adueño, si no de la permisión evidente de carencias relativas que conlleven a un grado introspectivo epicúreo. ¿Por qué le encontraba el significado emocionante del deseo ajeno que otros apreciaban, en este caso, lo que sentían por ella? ¿Por qué aún estaba en pie la básica personalidad de una conducta austera de reconocimientos conservadores? Su mente vacilaba atenta y aventurera, se comportaba como si nuevas excitantes e enriquecedoras estaban a la vuelta de la esquina, a pesar de todas las evidencias en su contra.

Ruben continúa hablando, anunciando sus ideas y planes a futuro, ahora que se siente escuchado y cree que es entendido con toda diligencia. Hace tiempo que no habla con alguien con tal profundidad y se agrava más por el hecho altivo de que comparte con una mujer. Ella asiente o niega según sea el caso, ignorándolo en ocasiones pues aún yace inmersa en sus propias inquietudes y a veces se siente fastidiada, mas no culpara a Ruben, para ella él es el menos culpable de cualquier situación, tal vez es que busca un culpable. Más como no es una mujer que supiera manifestar de forma áspera sus nervios álgidos o incómodas esencias, con algún tic o comportamiento de tipo compulsivo, casi siempre actuaba calma, dejándose llevar por la corriente más cercana, la que el sol brillante y comparezca por desidia. Distingue sobre la pequeña mesa oscura y vieja, una especie de tetera y se sirve un poco más de esa caliente bebida, tratando de mimetizar el frío corporal que percibe en ocasiones. La bebida está caliente, se puede ver el humo saliendo de su taza y lo corroboran sus manos al cogerla para llevársela a sus labios. Sorbe un poco. Sus sentidos se centran en un repentino aroma a café, tan familiar que le recuerda de inmediato a Rodrigo, piensa en lo grandioso que seria estar con él en este momento, aun seria genial estar en un lugar como este, donde goteras caen sobre el piso de concreto viejo y sucio, formando mini charcos cafecinos y obscuros. Aun así, eso no la desalentaría, poder compartir esa única y desarreglada cama que al parecer existe en esa precaria casa, abrazarse junto a él, rozarse con gusto de amantes ajenos a las condiciones externas y viven esa pequeña contingencia como una oportunidad de intimar más de lo necesario. Dejar finalmente que el sonido de la lluvia los arrulle, dormir abrazados… cierra los ojos e inspira profundamente dejando caer un suspiro de placer.

Dejándose llevar en este río de aguas rápidas, ha tan solo imaginado el delicioso éxtasis, sin llegar a sentirlo, evidentemente. Reconoce lo imposible, pero tal vez algún día lo haga, ya al menos tiene la idea. En lo que respecta a este dia, muy lejos están el uno del otro, ella y su marido, de recrear este sugerente desvarío, a menos que guste de adoptar esa turbia atmósfera tan sugerida como siempre y así procurar satisfacciones propias o, lo que es aun mejor o terrible y según se comporte ignorancia, las satisfacciones ajenas.