Cambios 10

Los juegos sensuales continuan en ese espacio, dedicado a la comodidad del matrimonio, mas ha sido la hermosa y joven Sandra quien ha decidido profanarlo, en pro de alejar las malvadas vicisitudes que ese par de lujuriosos viejos quieren para con ella.

Agradecimientos a todos los lectores y en especial a los que se toman el tiempo para valorar y comentar mis relatos.

Disculpen la tardanza pero aun  continuaba procurando en el contenido de esta entrega, asi como las demas.

CAMBIOS 9

Sandra se mantiene aún al lado del sofá, que provisionalmente le sirve de cerco, lo que menos plantea es el contacto, que bien esta segura ellos desean. Mientras se sigue moviendo de manera armoniosa; de verdad lamenta, por mera necesidad de mayor maniobra, que la blusa no tenga botones que desabrocharse. Lentamente, desliza un poco de la prenda, genera un pliegue y lo recorre hacia arriba, en una diagonal fantástica, mostrando un abdomen plano, límpido, libre de excesos y bien llevado a base de una buena alimentación, ejercicio y una genética envidiable, sobretodo para las mujeres que la han conocido. No se quita esa menuda blusa, tan solo ha proporcionado falsas expectativas, porque su natural cordura aun no merma como para cometer fatales desfiguros, tan solo se ha enganchado en la vacía malicia de hacer sufrir a unos boquiabiertos tipos. Logra entonces, mas que sentenciar, concordar en que tenían razón aquellos quienes, no necesariamente la instaron imperiosamente, pero si le sugirieron el hacer explotar sus encantos; sirve, funciona, proporciona placer, alegrías a infortunadas vidas, desquita su sensualidad y algún insignificante rencor, si es que aún existen.

Se coloca frente a ellos, los apercibe con mirada condenatoria que ha trazado histriónica, porque no sabe comportarse de ese modo, ante un amague de Fidencio que hacía por levantarse para acompañarla que ahora, obediente, acomoda su trasero y estira su abultada espalda sobre el sofá. Ella continúa con más pasos de erótico baile, mientras que con un adorno, que asemeja una especie de plumas, que ha cogido de una vasija colocada sobre un hermoso mueble paralelo al sillón, lo pasa cazadora a lo largo su cuerpo, su cara, su cuello, sus pechos, su cintura, sus nalgas… se acerca a ‘sus amigos’, va sobre Martin primeramente y le hace lo mismo a él, pasando el curioso objeto sobre el sudado rostro del hombre, sobre su pecho, su barriga… no se atreve a ir más abajo donde se dibuja un bulto, indiscretamente mojado, pues seguramente el hombre se ha venido en seco cuando vio tales sugestivas acciones, y no ha podido controlar a su miembro que inédito espera ser complacido esta noche, se siente con la potencia para soportar no tan solo una ronda, si no las necesarias, todo con el fin de darse gusto con absoluto deleite. Sandra reconoce la humedad, al cual no se atreve a ver por desvariado tiempo. Trata de seguir con su curioso show, con algunas complicaciones propias de su inexperiencia, siguiendo  el  ritmo inalterable de la música.

Ahora cambia de perspectiva, avanza con o contra Fidencio, que esta tendido plácidamente, extiende los anchos brazos, se deja hacer y recorrer  pero  él maliciosamente le agarra la tibia mano para que ella se atreva a llevar el improvisado plumaje en su erección que, al sentir el contacto, puntea haciendo patente su viveza. Ella, escandalizada, retira la mano rápidamente, mas no deja de sentirse curiosa, no necesariamente excitada, no ha llegado a tales límites de apreciar con morbo sano o insano, las virilidades varoniles ajenas. Da una sensual vuelta y rápida, quedando aun no tan lejana, accesible.

Parada de nuevo frente a los desgalichados sujetos, sensualmente comienza a jugar con el par de cortos cordones, los ha desentrelazado de su ceñido pequeño bóxer, como si fuera a desamarrar la liviana prenda que dibuja las finuras femeninas, en donde se esconde el monte venus tan prometedor, caliente y húmedo, a la espera de atrapar en sus cavidades y apretar ahi una digna verga, exprimirla si es necesario, en donde se vaciaran y en un futuro germinaran las semillas especificas que para surgir un nuevo ser, en un rito por demás placentero para ella y para el (su esposo) o impertinentemente para algún otro ser.

Inclina su cuerpo hacia delante y es justo ver como apenas caen sus redondos y firmes pechos por causa de la madre gravedad, el sostén hace su trabajo, portenta esos redondo pechos, mostrando el sublime surco, esas figuras esfericas apachurrables dignas de morder, besar, mas que acariciar, agasajarlas, maltratarlas; el color, la fina piel invita a manipular con salvajismo esa parte de la anatomía diseñada para ser amamantadas. Mientras, amenaza sutilmente con bajar una de las prendas que cubre  su deseado tesoro, tesoro destinado solo al sexo opuesto, que a estas alturas esta húmedo por razones fisiológicas que no puede controlar y que si no se transparenta esa evidencia es por la capacidad de absorción de su tanga. Pretende un efecto mayor, al darles la espalda a los asistentes y deja que su ‘derriere’ quede ante los ojos hinchados que, no literalmente, la desvisten con autoridad, desde el la espalda, bajando por mis brillantes y perfumadas piernas.

Es majestuoso, la tela se aprieta contra sus nalgas dibujándolas a la perfeccion, grandes, de tamaño exacto mas que nada, carnosas, al igual apachurrables y de servirse de su suavidad y cual exhausto ser dormirse en ellas. Inscribe a morder, son comestibles para cualquier glotón sexual e incluso para aquellos  que se consideran vegetarianos, absorberlas con todos los sentidos y descubrir en medio de esas montañas esa estreches, la rendija alterna donde se prohíbe por naturaleza profanar, mas para el que deja fuera cualquier juicio y hace digna la gracia, encontrara placer al atravesar ese agujero, para el, y si es sutil, repartirá el placer para ella. Martin acerca sus manos como acudiendo al llamado pero ella se retira sagazmente, aunque se vuelve a inclinar de manera lateral exponiendo sus pretenciosa y portentosas medidas de 89-61-89; tiene una gracia terriblemente excitante.

Todo es inédito, si se menciona que Sandra jamás había hecho alguna vez en su vida cualquier tipo de baile parecido, que ya parecía una especie de precioso striptease, ni siquiera su queridísimo marido disfrutó un espectáculo semejante, apenas un par de movimientos de caderas y brazos efusivos, envolventes y ahí acababa todo cuando la música acompañaba. Pero ella lo hace ver tan natural, es completamente inteligible, su pasado en el ballet le ha contribuido expresión, sutileza, clase, por su parte la música o el plácido momento, la sensualidad perenne, la vivaz desinhibición; de lo que se ha perdido Rodrigo.

Ahora, se incorpora lentamente hacia arriba, concretamente para quedar recta, de pie, mientras sube, vuelve a verlos y les lanza una de sus miradas excitantes, que espontáneamente ha surgido en ella, tan sutil, tan comprensible, porque no pierde la gracia de una mujer con clase, es la expresión de  una  mujer que complace con solo dirigir la mirada, que vibra oscilante, pero no se pierde en la ordinariedad mundana que todo esto pudiera sugerir. Se vuelve y queda de nuevo frente a ellos, estoicos, deseosos, con miradas enfermas y arriesgadas. No se sabe cuántas canciones han pasado, pero las continuas no abandonan la temática, el ritmo, la esencia y la libre sugerencia.

De manera ajena a su morigeración, enterrada en la catástrofe pasional que quizá nuca advirtió bajo estas características y tal vez por eso no sabe detenerse, se acerca a milímetros del sofá, en medio de ambos sujetos, sube su pierna izquierda a la base del sillón donde están sentado los privilegiados varones, al lado más cercano de Fidencio. Se inclina hacia delante de nuevo, dejando que sus pechos caigan con gracia, se acaricia la desnuda pierna y hace una especie de movimiento de estiramiento, muy usual como cuando se ejercita, muy sensualmente se soba con la mano derecha lo mismo con la izquierda y éste antes de llegar a sus descalzos pies se frota la ingle. Fidencio absorbe el efluvio femenino de  esplendidas  flores, de rozagante juventud que jamás tuvo ni en él ni en ninguna mujer que haya compartido su cama, es el aroma que inquieta a su enorme verga que palpita y quiere escupir fertilizantes suciedades. Nota la piel de Sandra muy suave y brillante como si estuviera previamente hidratada con algún aceite, perfumada con olor de rosas frescas y placeres agobiantes.

Se agarra la potente tranca, meneándose el empalme en absoluto notorio, ante la evidente mirada de la mujer, murmurándole con alejada precaución:

-Sssss... ¡Mamasita...!

Es como si hablara por su verga. Quiere tomar a la mujer pero ella quita su pierna y sube la otra, haciendo lo mismo ahora quedando a merced de un adocenado Martin que babea por la abnegación inaudita de la majestuosa mujer de su patrón. Que pendejo, seguro ha de pensar Martin que siempre ha detestado hombres de esa naturaleza, es una cuestión de recelo por lo que estar disponiendo del derecho que otros por naturaleza tienen, le enerva la sangre, altera sus nervios e incrementa su locura.

Este ha aprovechado, apretando con serenidad inusual por riesgo de sentirse rechazado, la blanca piel suave y fina, muy diferente a la textura de su mano, rugosa, morena, manchada, macillada por cicatrices añejas e indeterminables. La piel de esa mujer no la compara con nadie, acaricia y pasea sus manos con facilidad, jamás ha sentido algo tan terso y limpio en sus anchas y rugosas manos morenas.

-Estas si son caaarnes compadre... pero que riquisima se ve... -murmuró Martin  con  asechanza, envileciendo a Sandra como integro ser, tan solo se deleitaba con el grandioso cuerpo de la dama, aprovechando el absoluto momento, sintiéndose importante, poderoso. -Ya me la quiero comerrrr...

Se siente ampliamente consentido por esta hermosa mujer, ajena por propiedad; esta será su noche y la hará rendir, se dice envanecido y con infinita arrogancia.

Se aleja apenas del asiento, la sensación callosa de las manos la han inquietado de sobremanera, todas las conexiones diversas en su cuerpo, que han iniciado en su piel y han llegado a su cerebro, se han traducido como una punzada aguda de insensato placer, dejando de lado su normalidad pudibunda. Se reincorpora y mueve sus caderas, gira, se deja ver, vuelve a quedar frente a ellos con la mirada incrustada, estira suavemente los tirantes de su blusa, como si quisiera arrancarlos, siguiendo el ritmo de la música y acaricia un poco más diligente el resto de su lozano cuerpo.

Mete poco a poco sus dedos por los lados de su ceñido e incitante bóxer, bajándolas apenas unos centímetros, dejando ver poco mas de esa pieles, donde se dibujan las laderas del triangulo perfecto y el tesoro carnoso. Poco a poco con movimientos de un lado a otro mueve juguetona con sus manos esa prenda, en una postura sexy y coqueta. Mira a ‘sus hombres' que han aguantado estoicos, pero en cualquier momento podrían asirla, como por reclamar la compra, si es que hubieran comprado, como cuando pagan a cual vil bailarina en los mugrientos e inmundos bares de San Antonio, pero no se compara, incluso porque no lo han costeado, el espectáculo de una misericordiosa mujer, el de una sublime y respetada mujer.

Quien, aun siendo poco escépticos, les creerían si contaran que esa joven mujer de finas facciones, de elegancia suprema, de altivez natural, de gallardía intocable, ha bailado en su respetable hogar (como es que debe de considerarse), se ha mostrado prácticamente sin censura, con acepción totalmente para su deleite sin ninguna razón práctica, solo por darles el placer, en un momento inalienable para ellos; que tan dichosos son, que tan importantes han de sentirse, porque aun viendo y vivido a cualquier cantidad de mujeres en su vida, nadie se podría distinguir con verdadera originalidad junto a la hermosa casada.

Tal vez sea la primera y la última ocasión, el inicio de tantas, como vaticinarlo. La ignorancia causal permite indistintamente imaginar posibilidades absurdas y necios desengaños.

Sandra se muestra inexorable frente la conveniente inanición, frente las miradas ufanas de los anodinos e infaustos sujetos que babean por ella. Ha controlado cada uno de los minúsculos eventos, pero ha soliviantado los bravos ánimos, propicia la fatal juntura de cuerpo y deseo, han superado el albor de lo que todo esto significa y aun así permea en lo inocente y todavía reversible. Aun así, no muestra señas de lánguido arrepentimiento, o de una posible ruptura o abandono.

Les envía una sonrisita pícara, tan natural y espontanea que resulta fácil realizar, pero esta ocasión es para que aguarden todavía mas, para que calmen sus ímpetus, para que le tengan paciencia, total, la noche es absoluta para ellos y mejor aún es prometedora. Sandra lo hace funcionar de otro modo, pues entre mas aguarden, es mucho mejor para ella.

La música se vuelve algo pausada, ella empieza a fluctuar sobre la suave alfombra, impulsivamente, tratando de agregar algo curioso a su espectáculo o para sumar valor a su cuerpo, ayudando con la turbación de su cordura, toma una de las botellas de cerveza, que alguno de ellos no ha terminado, se lo empina directamente en la boca y bebe intentando disfrutar el sabor amargo lo poco que aún quedaba a fondo, una gota resbala por la comisura de sus labios y cae por el desnudo surco que se mezcla con las finísimas escarchas de sudor que expide la grandiosa Sandra. El sabor amargo no anula sus peripecias y se ha reincorporado a su baile cada vez más sensual.

Se ha acercado a ellos, pero es solo para tomar del sofá la vieja chamarra que Fidencio se ha quitado y que con soltura Sandra ha tomado, mientras se sigue moviendo. Con esa chamarra simula un foulard, lo sencilla de esa gruesa prenda facilita su trabajo. Inesperadamente se lo paso por los pechos, por el cuello y por la cintura, como acariciándose con ella, ante la mirada atónita del dueño de esa chamarra, cuyo cierre le ha marcado por accidente una rasguño cerca del cuello. Se acercó a él le coloco el simulado foulard en el cuello de Fidencio, que quiere agarrarla, mas ella lo reprueba murmurando juguetonamente; sabe que ha hecho bien. El obedece mostrando una sonrisa grotesca, exaltando esas arrugas que le dan un carácter funesto y nada atractivo, que hacen arrepentirse a Sandra de tenerlo tan cerca, mas entiende que es la única posibilidad en este momento. Así que le sonríe como anunciándole, como falsa promesa, que ya faltaba poco para el verdadero espectáculo.

Aquella dulce bailarina continuó con movimiento sensual de su cintura y caderas, practicando con su cuerpo de manera sinuosa, rotando sus caderas, moviendo sus brazos y manos, y empleando movimientos corporales voluptuosos. Pareciera que el objetivo es claro, aumentar el deseo sexual de esos hombres, potenciales parejas, mas cuanto probar esta serie de juegos eróticos al menos harían huir de la rutina que procedía con Rodrigo, mas es que nunca se lo planteó.

Luego de pensarlo un poco, si es que tuvo algo que pensar y con paso decidido llega hasta Fidencio y estira su brazo para que él sea el primer afortunado en bailar con ella. Él no lo pensó ni media milésima de cuantitativo tiempo, se alzó a bailar levantando su pesado cuerpo y se le pegó a la chica como imán. Ella sentía como se embarraba en su pelvis, de forma tan desesperada, la traslucida forma erecta que representaba la verga de Fidencio, aunque con algunas complicaciones por el prominente vientre del hombre. Ella se separó retomando el control  y agarro con su mano izquierda la mano derecha de él y la izquierda la oriento para su serena espalda, mientras que ella coloco la otra mano, en el hombro del envanecido viejo. No le dirigió la mirada en un principio pero al estar a un palmo de el, le miro a los ojos, llenos de lujuria y deseo y Fidencio con voz flematica le expreso una especie de susurro, clamando de forma pausada, arrastrando las indecentes palabras.

-Que chula esta uste. Se lo juro. Baila muuuy rico. Nunca, se lo juro, nuca en mi puta vida había tenido a una vieja tan sabrosa que bailara tan rico, como uste jeje.

Lo que hizo que ignorara esas desastrosas referencias que hurgaban patéticos halagos, fue que al estar tan próxima, sintió el fiero tufo, compuesto de cerveza básicamente y una insignificante impresión de tabaco añejo. Además sentía una horrenda brisa de saliva que salpicaba el mostrenco hombre al articular de forma tan torpe, denotando sus elevados ánimos y ganas apreciativas nuevamente expresadas tan íntimamente.

Innegablemente al mirarlo comprendía que jamas reparó alguna vez desde que lo conoció, en distinguir reflexivamente en los rastros corporales del individuo y ahora su pareja. En la vida le fue forzoso, tan solo con Rodrigo, y solo en el sentido estrictamente apreciativo y porque es su amado esposo y le gusta mirarle cada particularidad, cada defecto suyo: las arrugas de su frente, la forma en que las aletas de su nariz se mueven cuando se pone nervioso, como se siente su pelo cuando ella le pasa sus exploradores dedos, sus cejas bien delineadas, el grosor de sus labios, ese necio diente frontal apenas ligeramente desalineado, en fin, su amado Rodrigo le era todo el sentido prematuro de perfección, no hay otro como el en el mundo recorrido, cuando lo besa, cuando lo acaricia y ambos flotan entre nubes algodonosas y suaves, benignas al cuerpo y al alma amorosa.

Pero Fidencio, es tan diferente y, aunque no lo queria admitir con seriedad, que tan desagradable le resultaba. Tiene una mirada de un hombre que siempre esta enojado y que con ella resulta forzar amabilidad, ahora a sacado a relucir ese aspecto burlon, incluso con lo que le ha dicho de manera malhablada, se nota lo desvergonzado que es, seguro por las bebidas y el momento estimulante. Tiene un rostro de evidente madurez, sus expresiones son horrendas porque las esta forzando, siendo el, de forma natural, totalmente inexpresivo, pero como ya se ha dicho, con las mujeres busca ser un emisor de amabilidad y displicencia para beneficio propio, cosa que nunca funcionó, pero que que con Sandra vaya que ha funcionado.

Por su redonda cara cae de a poco una pátina de sudor nervioso y la grasa propia de su piel. Tiene la piel cetrina, una frente amplia y arrugada, cejijunto, esos pelos bien marcados son las que le dan ese aspecto rudo y severo. Sus ojos son negros, discretos y bien enrojecidos. Tiene la nariz larga y achatada, con sus mejillas redondas y rudas, un bigote amplio y que ha recortado, tal vez para la ocasión. Huele a aromas rancios, propios de su edad y a un sudor reciente, que se mezclan con aromas limpios, como a jabón para ropa.

Cuando sonríe contrae la boca de manera extraña y al abrirla muestra unos desalineados y amarillentos dientes, aun conservados en su totalidad, aparentemente. Lleva una camisa de manga corta, limpia, de color amarillo claro, fiel a su estilo, la camisa estar entreabierta como señal de carácter masculino, al tiempo que deja ver parte de su desmarañado vello en pecho, subiendo, los varios pliegues propias de su edad de su grueso cuello en donde es imposible no fijarse en los múltiples lunares que asemejan horribles verrugas. Sandra se ha fijado en eso apenas, casi logra empatar su estatura, ella sigue siendo, por algunos poquísimos centímetros, ligeramente más alta que él. Sus pies descalzos rosan los desgastados zapatos negros de gruesa plataforma que ahora está usando, muy inusuales a sus característicos guaraches.

Siente el prominente vientre del hombre, que se ha vuelto a acercar, a pesar de las condicionantes manos de la mujer, la sigue atacando todavía, tratándose de acoplar a su ligero vientre plano. Siente rozar, por los suyos, esos velludos brazos de piel gruesa y curtida, tiene una fuerza evidentemente muy artera y será difícil despegarse de él.

-Ya me toca compadre -pronuncio Martin interrumpiendo una perdida concentración que la mujer aguardaba a la brava ocasión, mientras Martin yacía parado muy cercano a la pareja.

-Espérese compadre -respondió imperante, apenas alcanzando en un breve vacío de placer, perdido en el floral perfume.

Fidencio pues, estaba concentrado en la mirada esquiva de la sonrojada mujer, que batallaba por mostrarse densa, propia mas no entregada, sus ojos color avellana irradiaban, sus pupilas estaban extasiadas, sus hermosas pestañas se juntaban de vez en cuando cerraba esos ojitos, su frente estaba libre de arruga alguna, apenas alguna indistinguible breve línea expresiva, sus cejas se degradan en su grosor de manera armoniosa y exacta, sus pómulos un par de manzanitas comestibles, su piel de color clara de textura de pétalos de rosa, sus labios en la magnitud exacta para ser aprisionados por besos furtivos y devoradores, su hermoso pelo ondulado de color castaño que enmarcaba todo ese gracioso rostro libre de algún lunar, grano o protuberancia siquiera diminuta. Esa cara ha de llenar de vida a lo mundano, a lo absorto a la invalidez o a la rareza despreciada, que cuando sonríe es una flecha directa al corazón y contagia alegría fresca, cuando se muestra seria y serena, no es amenazante, tan solo propone expectativas de cosas intensas de las que es capaz de hacerle a su receptor.

-Ahorita le toca lo suyo compadre, aguantese, aguantese –continuo diciendo Fidencio, volteando a verlo para imponer su autoridad, a expensas de la mujer,  ahora acompañaba la mano solitaria que tenía en la cintura, con la otra que era agarrada por la suave y frágil mano de la mujer y así ambas manazas se unían en el talle de la prenda inferior de la dama y apretaban para aprisionar, como queriendo evitar que se le vaya lejos y para siempre, como lo creyó en días recientes y que todo esto nunca sucedería y habrían que tal vez usar la fuerza y apropiarse de la perfumada mujer como les era vilmente conveniente.

-¿Verda Sandrita? –refirio directamente a la mujer, tratando de confirmar su condición, pero ella  ni negó ni afirmó: eran total y convenientemente, interpretativos sus gestos.

Las manos del viejo acariciaron un rato esa curveada espalda, con las yemas de sus dedos bajaban toda esa distancia, debajo de los ondulados cabellos la hermosa casada. Ella carecía de maniobra de movimiento, sus delgados brazos intentaron volver a poner esas inquietas manos en su sitio inicial pero es en vano. Así que resignada trata de rodear el amorfo y robusto cuerpo de su pareja, ya no de baile, aunque fingen hacerlo; el calor que emana y el aroma fuerte de rustica varonil le incomodan pero entiende que deberá resistir, por instancias futuras. Aun así ella trataba de conducirlo por los posibles movimientos bailables, mas le era imposible, entre la torpeza y la fuerza que oponía el hombre, asi entonces ella terminaba siendo llevada, ligeramente arrastrada a placer por los rechonchos y fuertes brazos.

Pronto las manos se condujeron por toda la cintura y su destino era evidente, yendo más abajo asi sin mayor aviso le empezó a pasar sus manos por las blandas pero potentes nalgas, adeptas para las caricias, el sobaje y apachurrarlas solo para instar el extasis. No las aprieta, solo las palpa acariciándolas, revolviéndole ese pequeño e inofensivo bóxer de color rosa. Ella lamenta no estar usando alguna prenda mas juiciosa y amparante, aunque lo reprueba dirigiéndole una mirada acusadora, no puede evitar compadecerse de él y de sí misma porque de alguna manera lo empieza a disfrutar, este se divierte y ciertamente se apena por lo que hace, pero no se arrepiente ni retrocede de ninguna manera, como bien se dice, mas vale pedir perdón que peir permiso, mientras acerca su boca a al oído de la casada, murmurándole tímidamente al principio y después con mas valor, algo imprevisto, quizás majadero y lleno de calentura y jadeos intimos que aun se mantienen serenos, dentro de lo que cabe.

La fémina no responde, evade cada mirada insinuadora o pretenciosa, aunque se deja manejar, no dara pie a pasos gigantescos y deprecativos, tratara de seguir largando el baile hasta que de verdad sea ya un asunto atiborrarante. Se hallan tan cerca pero ella muestra ese rictus de aversion muy normal en sus labios, no planea besarlo, su grado de excitación no llega a esos límites y segura esta que no caerá a tal grado, pero habrá que verse, el control parece no estar en sus manos.

La música se vuelve rítmica y tropical como al inicio, ella agita su cuerpo como queriéndole enviar el mensaje de que lo bailen apropiadamente, pero el tan solo, lleva sus manos a la espalda, ese gesto se podría considerar generoso, acariciando los cabellos que caen ahí, siente el pequeño broche del brassier como queriendo tantear donde tendrá que ir para despojárselo más adelante. El hombre se toma su tiempo y recorre ese breve trayecto surcado en la parte que divide equivalentemente la espalda, esa firme columna vertebral, donde las vibraciones femeninas han de desatarse.

Ella exhala y resopla con baja presencia, el vuelve a acarrear sus manos y las lleva a las respingonas y suaves nalgas bien trabajadas, se han convertido en su capricho, poco a poco llega y tan pronto lo hace acaricia con sus manos e intenta meterlos por debajo de esa prenda que las protegen. Sandra lo detiene rápidamente, sin dejar de sonreírle para evitar que este se sienta amenazado y se altere, cosa que sigue preocupándole, por eso su mirada es displicente pero recia al mismo tiempo, eleva su figura con sus pies para verse más alta, naturalmente esto impone y el hombre cede y se resigna en la espalda a la que amasa con intensidad, desquitándose de lo que hubiera hecho con ese culo.

Fidencio bailaba con esa mujer ahora un poco mas adecuado, ella se pegaba porque no tenía otra alternativa, las manos siguen por su espalda y no halla como detenerlas sin aspavientos. Se supone gozosa, que disfruta el contacto corporal y compartir la temperatura de ambos cuerpos y generar una aun mas intensa.

-Aaahhh –suspira con franco placer el pobre hombre que cuando impacta su erección en el cuerpo de Sandra, recibe capaces chispas de goce sexual inmunes a cabalidades y pareciera como si estuviera eyaculando. –Siiii… oohhh pero que rico cuellito… ooohhh… que rica esta uste, no sabe cuantas veces soñé asi con este cuerpecito, fuuu… que rico mamasiiita.

Él necio por enésima vez, pasa suavemente sus manos por las nalgas de la mujer, Martin estaba muy caliente viendo como su compadre pasaba su rostro tímidamente por las mejillas y oídos. Él se acoplo sin hacer muchos aspavientos  para  bailar por atrás de la mujer, la oprimía contra su amigo, restregando su alarmante paquete en su redondo trasero. Ella giró con sorpresa, rápidamente antes que Fidencio pudiera detenerla, como alternativa a la prisión que Fidencio ejercía, aunque claro lejos de salir de esa cárcel, topaba con otra prisión de mayor avidez. No teniendo alternativa, apoyó sus manos en los amplios brazos de Martin, los recorrió y recalo en sus hombros para su comodidad.

Miró al insulso Martin ya con resignación, hallándose prisionera entre ambos expedidos y rudimentarios cuerpos varoniles, sin ninguna oportunidad de evasión; él tenía la piel magullada, de un intenso color moreno, debido a la frecuente exposición al sol, señal viva de un hombre de campo de toda la vida, mas no es un color brilloso, es,mas bien pardo y desfasado. Apenas está cerca y es tan perceptible para el agudo sentido olfativo de la mujer, el adusto transpirar corporal que despedir de las ropas, las mismas con las que lo había visto antes de irse esa tarde, trae arremangada y entreabierta la camisa, manchada de pintura, tal vez, y barro, seguro no se habría cambiado ni mucho menos aseado, esas sucias telas conservan un añejo hedor a bebida alcohólica y cigarrillos baratos que se combinan con el despedir sudoroso de un cuerpo arduo.

Es de estatura más baja que Fidencio, pero su desproporcionado cuerpo sugiere imponencia, como un animal que su poder se potencializa en su robustez, en su rostro amañado y empecinado por seguir siendo el depredador, al menos para la pobre mujer sujeta a sus garras. Él tiene una cara que esta por tenderse a esquelética, tal vez sufre alguna descompensación alimenticia gracias a su descuidado ritmo de vida que de a poco merma en él, por misma obstinación varonil y porque carece de familia o conocidos quien le procure verdaderamente. A el realmente no le importan esos temas que confieren a su salud, para él las bebidas alcohólicas y, desde hace algunos meses, su adorada patrona son su único alimento lícito y asequible. Eso sí, su desproporción corporal le profiere de una barriga abultada causa de su sobrepeso malentendido, sus brazos que en algún momento fueron amplios y rechonchos empiezan a caer y volverse muy flácidos y gelatinosos.

Martin ha dejado su astroso sombrero sobre el sofá, así Sandra ha podido notar la terrible especie de alopecia que sufre el hombre que de por si su cabeza esta escasa de pelos, la mayoría ya canos, desordenados sin procurar cuidado alguno, aquella escases de cabellera es patética. Tiene las mejillas hundidas propias de su fase descompensativa, una nariz redonda y un tanto torcida, tal vez algo de nacimiento, una barba amplia y realmente descuidada de varios días, por no decir semanas. Su rostro es seco y arrugado, un tanto cacarizo, eso sí, siempre está riendo, parece importarle poco las seriedad de las cosas. Así muestra su descuidada, escasa y amarilla dentadura y Sandra puede percibir un aliento fétido muy amargo y detestable a sus delicados y aficionados sentidos.

-Que rico huele… -dijo Martín directamente a la cara, alzándose apenas muy poco para alcanzar a la evasiva mujer y aspirando rápidamente y con cruenta torpeza. – ¡Que rrriiico… mmmhhh…!

Sandra siente como de repente el hombre le pisa los pies con sus sandalias de cuero, voltea a ver y sobresalen esos pies sucios, de piel curtida y muy descuidada. Realmente el aún más torpe para bailar y a el parece no importarle en lo absoluto; ella se ha de dimitir de bailar como se debe al menos esta noche. Comprende que no puede soportar tanta incoherencia estética, realmente preferiría, si es que esto se basara en un orden de dos opciones, estar de frente a Fidencio pues le resultaba más tolerable, por así decirlo. Claro, existe esa alternativa en la que no es ni por mucho necesario estar ahí, en medio de los dos, pero lo ha llevado demasiado lejos y no ve algún modo certero de salir, por así decirlo, ilesa de ese elaborado accidente; su mente esta nublada para conspirar un plan adepto y congruente que beneficie a los involucrados.

Gesticuló de forma manifiesta cuando Martín  ensayó  un acercamiento de sus horribles fauces a los bordes carmesíes de su boca, que evadiéndole, exhibió su estirado cuello y percibió la barba, rigurosa cual cerdas gruesas, puntiagudas y también cosquilludas, pues su cuello era una de las secciones más sensibles de su fenomenal cuerpo, arma infalible para quien sepa usarlo astutamente. Incluso notó abruptamente una humedad propia de la lengua del longevo personaje, que el, muy despreocupado, se aplicó en saborear el trayecto disponible, suave, delicioso, placentero mientras la abrazaba para mantenerla en su cárcel corporal.

Esto, muy evidentemente, estaba yendo demasiado lejos, sus sentidos se agudizaban en su contra, un escalofríos la recorría y recalaba en los nervios estacionados en las zonas más prometedoras y codiciadas de su anatomía, ejemplo de ello era su mojada intimidad afortunadamente protegida, que si enterados estos de esa consecuencia, habrían de actuar sin detrimento de lo temporal. Ni que decir que esta situación le electrizaba, seguramente en más de una ocasión ellos notaron esa natural  excitación, sobre todo cuando tenían la oportunidad de tocar las sensibles zonas del cuerpo de toda mujer. Pero como aún era consciente, su prudencia tendría a bien de abogar al decoro bien arraigado y, en esta ocasión, seriamente sometido. No era su cometido el otorgar a su cuerpo el placer que demandaba tomando a ambos como instrumentos sexuales, eso estaba categóricamente descartado.

Perdía su tiempo en desembarazarse del par de privilegiados, era comprensible, resultaba tiempo improcedente, energías mal concentradas y, solo tal vez, por apetencias insuficientes. Logro que Martin dejara de rosarla con su lengua, luego de que le pusiera tibiamente su blanca mano y con tierna mision en los labios del hombre de baja esfora, notándose al contacto un claro contraste de pieles, de colores, texturas, cuidados y bondades naturales.

Él se contuvo instantáneamente y se dejó acariciar plácidamente, siempre podría estar a subvención de una única mujer y es a la que recién había cubierto de su espesa saliva. La escena en otro contexto podría resultar enternecedora, pues Martin era cual bestia que reside en cuidados amorosos que nunca ha recibido por cruel y desvirtuada vida, que apercibe su dilatada mejilla y busca que esa caricia nunca se aleje, que permanezca eterna y le reconforte como nunca nadie lo ha hecho.

Pero nada enciende los caminos lujuriosos que una caricia tan femenina, de una mujer hecha y derecha, el significado solo se traduce a desequilibrado y concedido placer autónomo.

Sandra se estremecer, lo ha vuelto hacer como comúnmente le ocurre cuando le sorprende la fragilidad de cualquier ser, su capacidad para lograrlo es impresionante; le basta con observar a ese degenerado hombre extraviado en sus mansas caricias, ignorando realmente lo absurdo que representa maniobrar así, tan solo comprende lo bien que obra y que gracias a esas caricias un cachito de felicidad se impregna, se prolonga en el sufrido hombre de largos años, que ahora se significa gracias a la  clemencia de la casada. Cuando acaricia a Rodrigo jamas lo ha visto exclamar con tal naturaleza, porque tal vez se ha acostumbrado. Es por eso que contemplar esa benigna novedad enaltece su espiritu caritativo.

Fidencio la sorprende pegando su tremendo paquete en las nalgas, ahora intentando por hacerse de acariciar sus tetas, avanza por los costados sinuosos y apremia su paso antes de que ella pueda detenerle. La fémina se deja asir de sus flancos corporales, todavía está afanada en evadirse de la bocaza de Martin, lo mantiene relativamente dominado con sus tiernas caricias. Por otro lado le es inevitable no sentir la potente verga enhiesta contra sus glúteos, una erección rígida, despiadada y admirable que se restregaba con movimientos toscos, repetitivos y de agresiva condición que arrastraban incluso su diminuto bóxer como queriendo desplazarlo cuando esta erección avanzaba hacia lo superior.

Ella evadía tales apuntaladas simulando movimientos bailables que en lugar de enviar mensajes negativos, muy al contrario, ella contribuía rozando esa erección con esa respingona y muy acomedida parte trasera.

-¡Ay mamasita! –bramó Fidencio seriamente convencido de su victoria sobre ese finísimo, prohibido y magnánimo cuerpo –Que rico culito tiene uste. ¡Que ricuuura! ¡Sss…!

Ella intenta voltear para reprobarle, según sus primeras instancias, pero también, y por un sentido de morbo creciente e incongruente a lo que necesita, es solo para mantenerse al tanto de los gestos del hombre. A pesar de las ropas que aun llevan puestas siente la caliente temperatura con la que se eleva la verga que la quiere atravesarle y lo haría si ella fuese físicamente mas debil. No logra voltear, o tal vez no requiere hacerlo, le es difícil teniendo a Martin que no la deja despegarse, incluso le orienta la cara para que siga con él.

-¡Esta si es carne y no lo que tengo allá en mi pinche casa! Mire nomas, pero que suavecitas… Y me las voy a comer… jaja…

Fidencio aprieta con fuerza hosca las pieles que tiene frente a su pelvis, le son aún más grandiosas, pela los ojos que parecen salirse de sus orbitas naturales, su lengua sobresale escurriéndole a fuerza de retención un poco de arisca saliva, suda con energía expulsable y traducible esfuerzo por contenerse, sonríe con enfermizo gozo y prensa con sus gruesas manos toda la blanca piel que le puede caber en el denodado tacto.

-Ay mamasita... Pero que maciza… ohhh… -exclama una vez más Fidencio ahogando una expresión placentera que si no la detiene hará que su eyaculación llegue antes de tiempo y que por alguna razón cree que debe aguardar hasta vaciarse en la hembra de sus sueños.

Ella está que no puede más, pero se debe a la perfecta incomodidad que agravian su cuerpo y asfixian sus orgasmos, la cabeza le empieza a dar vueltas, se controla para evitar estar mareada, el calor de los cuerpos robustos que la sujetan, el aroma al que de a poco le puede tomar costumbre, las absurdas palabras soeces que le pregonan casi a la cara…

Martin vuelve a hacer por besarla y ella lo vuelve a prevenir. Le guiñe un ojo, como compensación, pero claro él lo toma con absoluta malicia y sus labios ahora buscan el escote encantador que se ha visto desde el comienzo del baile. Ella se repliega y evita que le contacten sus bubis, pero al hacer esto empina las nalgas y las restriega una vez más contra la pujante erección del viejo que tiene detrás suyo, que es ahí cuando este no ha soportado tal repujada que ha disparado y derrama todo su esperma en sus pantalones formando una amplia humedad.

-¡Aaahhh...! –Ese contacto intrepido e inesperado le resulta incontenible y grita sus gemidos perdiendo su inestable serenidad, mete sus irrespetusas manos por debajo del bóxer que cubre el trasero de la mujer y arremete sin cuidado alguno, contra las tersas carnes, descubriendo una diminuta tanga a la que estira y tienta mientras duran sus explosiones orgásmicas, gritando con fiereza propia de un animal en brama -¡Mamasiiita…!

Sorprende a Sandra y le agarra una de sus manos, la izquierda, y con autoritaria fuerza la orienta a su copiosa humedad.

-Siéntale mamasita… esto es por usted ricura… -chillo el viejo con voz singularmente socarrona, con una gravedad amenazante que inquietaba a Sandra. –Ya me sacudió un poco pero orita va a sentir un macho de verdad y no se la va acabar, mmm… que rico me la soooba… siii… aaahhh…

Sandra apartaba esa especie de amenaza por recalar en sentir lo mojado del pantalón de Fidencio, encontrando ademas una especie de viscosidad muy latente cuando su mano apenas por segundos toco una enorme flacidez que palpitaba con fuerza y no comprendía si crecía o volvía a sosegarse.

Martin ensayo insolente una mirada cómplice y apurada hacia su compañero de múltiples parrandas, ahora como los elegidos afortunados de la incipiente exploración infiel de la bella casada, consultándole si de una vez por todas se la llevaban a uno de los múltiples lugares de la enorme casa, recostarla con paciencia, despojarla de sus insignificantes ropas con avidez, contemplar esa hermosa desnudez e introducirse finalmente en ella, poseerla de una vez por todas, marcar el territorio vaciando todos los limites, como se merece una mujer de tal calidad.

Ella ni se enteró de ese intercambio de miradas secuaces, en donde Fidencio ni siquiera dio una clara y real contestación, a lo que Martin como fiel secundado, interpretó que debían mantenerse aun expectantes saboreando el manantial de calores y caricias y llevarla hasta los limites mas sucios y recónditos. Y es que ella frotaba sus dedos, vacilando con la consistencia de esa viscosidad y limpiándose rapidamente en su bóxer el líquido que se evitaba escurrirse de sus dedos, pronosticando fatalmente cuan asqueroso podría ser para ella esa oscura e irremediable noche, si el preámbulo estaba justamente en sus delgados dedos, en donde brillaba un dorado y hermoso anillo, en su anular.

Entonces Martín aprovecho la distracción momentánea de la desubicada mujer y le lamió abiertamente sin censura, con una lengua rasposa y muy ensalivada, el par de melones de carne escotados y no se canso de pasar su lengua por la tersa piel que se disponía desnuda e incluso ensalivando la blusa por encima de donde asumia se emcumbraban unos puntiagudos bombones de chocolate; la solto de la cintura y agarro esas voluptuosidades  para ayudarse para alcanzárselas a su fiera boca.

Sandra urgió en girarse hacia el otro hombre, ya bastante preocupada por la desagradable situacion, jadeando muy breve y austera, por un cansancio y angustia demoradas. Fidencio, en cuanto la vio frente a el, la busco con sus desalineados labios buscando besar la grandiosa boca entreabierta de la incómoda mujer, que trataba de no representar  tal  estado de tedio.

Ante tal inquietud, no tenía idea de cuánto tiempo inexorable transcurrió, su larga selección de música no le daba una real noción pero vaya que ya habían transcurrido muchas canciones, más de las que se habría propuesto a bailar, o menos en de las que creyó llegaría estas instancias, a dádivas de un par de insustanciales e indecorosos hombres. Y una vez más cuanto deseaba el arribo de su marido, de alguien, cualquiera que sea le estaría agradecida toda la vida y haría por él, o por ella, todo lo que fuese, con tal de que la sacase de su auto infligido martirio.

Fidencio apenas logro alcanzar las comisuras femeninas y su postura se elevó, aún más de lo que ya lo hacía, sentía una fuerza apasionada y exclusiva, cerrando incluso los ojos, como solicitando un terrible deseo. Por el otro lado las manazas de Martín exploraban sin ninguna estentórea prohibición las nalgas de la dama, ella jadeaba por sentirse descontrolada, atosigada y desamparada, pero ellos lo interpretaban como la señal inequívoca del placer genuino. Fidencio volvió a la carga, aprovechó para manipular el sujetador mientras intentaba descubrirlo de la ligera blusa, queriendo quitársela y dejar solo a la vista esa estimulante ropa interior.

-Ya no aguanto Sandrita, –prorrumpió el añejo aliento de Fidencio acercándose amenazante, con ojos ásperos y ardorosos, difíciles de deshabilitar –amonos pa su camita, pa estar más cómodos.

Sandra que solo se expresaba en jadeos, murmuros desarticulados y revirentes resoplos, sabía que no tenía modo de escapar a tan insípido destino, que el tiempo apremiaba y sin duda ya había estado a su favor por demasiado tiempo, portándose mucho muy indulgente, más de lo que habitualmente suele portarse en situaciones así.

Las iniciales e íntimas vibraciones eróticas, las que habían colaborado de alguna manera para llegar a este punto y que sometieron el sentido común y sus astringentes sensaciones, se preñaban del pánico complexo que se vaciaba en esa habitación diseñada para comportarse armoniosa para sus huéspedes e invitados. En si estos últimos se envolvían de esta atmósfera y sin lugar a dudas seria el lugar ideal para el romántico prefacio que llevará al estridente arrebato libidinoso de dos amantes, como resulta y es debidamente correcto; se provee de un aroma limpio, de madera recién cortada y refinada con trabajos artesanales, la distribución de cada objeto es el debido, los colores atienden los deseos de sosegada estadía y encanto reconfortante, la luz es tenue, abrillanta los muebles, los objetos, enaltece los reflejos, apropia los sutiles detalles de los objetos, proporciona ese filtro fotográfico para escenarios de parejas, matrimonio, familias felices e idóneas que tanto se idealizan a través de obras, múltiples retóricas obras.

-Ándele chiquita. Ámonos de una vez, ya me canse de estar parado. Ya me duelen las patrullas jeje. Ámonos acostar pa seguirle con esto, eh.

Sandra torció con aprensión hacia el excitado Martin, que con estas últimas palabras manifestaba el exhorto, muy animadísimo ante las iniciales palabras del compadre. Incluso la soltó ligeramente, para que ella misma accediera a tal persuasión con prisa y gusto, pero Sandra, a pesar de lo alborotado de todo el momento, se aferraba a permanecer prendida a la ya muy ignorada pista de baile.

Fidencio la asió por la cintura, manipulando una vez más la blusa de la mujer para que quedaran sus hermosas tetas al aire, tratando de despojarla de su brassier, tratando de exponer los soberbios pezones, Martin incluso se dispuso ayudarle, anhelaban verlos erguidos, levantarlos y sentirlos duros, extasiados. Fidencio con otra sumergía su mano por debajo de la parte inferior de la prenda inferior que cubría su panochita, dedeando de apoco, queriendo descubrir o dibujar la tan ansiada hendidura, mientras Martin se mantenía estrujándole las nalgas.

-Ya amonos de una buena vez –pronunció con lanzada voz, -ya me anda por metérsela. –Mírela nomas compadre, ya está bien calientita.

Sandra un poco más apuraba trataba de buscar a su alrededor y a distancia alguna alternativa que estuviera escrita, indicada aunque sea oculta  o  presta a descifrarse, una pista, un engaño dócil para los albañiles, pero lamentablemente nada, ni un sonido, ningún suave aliento, tan solo las señales perentorias de su entrega. Aun así se mantenía empecinada en mantenerlos bajo control, alargando las dadivas, convenciéndolos con miradas y gestos ya hasta este punto inútiles, cansinos e infructuosos.

Fidencio se separó de ella, tiro de los cordones que sujetaban su delgada blusa, las hizo descender a lo largo de sus brazos, arrastrando esa prenda a lo largo de su liso y plano abdomen, dejándola plegada y ceñida alrededor de su cintura, quedando así solamente la figura de esas esféricas formar sujetadas por el grácil brassier de color rosa. Sandra no opuso resistencia alguna, solo pasó así, sin ninguna objeción, agachaba la cabeza un poco avergonzada pero luego la levantó  y  sonreía como compromiso meritorio, con los cabellos un tanto revueltos en sus sienes, una frente escarchada por las microscópicas figuras esféricas de carácter líquido y el rubor en sus pomposas mejillas, un retrato de la mujer compasiva, libertina al menos por hoy, la mirada extraviada pero sabiendo que es lo que desea, perderse y que muchos la encuentren.

-Quítese ese shorsito –hablo Fidencio con injerencia propia del momento, sabiéndose dueño, queriendo imponer su ley, su estatus de macho que tanto ha presumido a diestra y siniestra.

-Uhm… yo… -titubeaba Sandra, con su característico movimiento de ceja que solo se produce cuando estar inquieta, ya dejando de estar aprisionada porque incluso Martin que ya estaba por bajarle ese bóxer pero por indicación glacial de Fidencio se había alejado para que ella pudiera desarroparse con mejor soltura, más sin embargo analizaba que quitarse la ropa a ese ritmo terminaría sirviéndole a esos viejos como el objeto decisivo de sus bajas pasiones y ella lamentaría ser eso, a pesar de medianamente sentirse con bríos en pro del espectáculo, naturalmente su cuerpo la traicionaba en veces.

-Ahmmm… ¿Por qué no, ah… bailamos un poco más? –sugirió la dulce e intimidada voz, tratando de tomar de la mano a Fidencio para que se acoplaran a improvisados movimientos.

-Si –replico el truhan atendiendo esas manitas que le tomaban, -pero primero quítese ese shorsito, pa que se vea ese calzoncito tan rico que trae y asi nos baila otro ratito, ¿cómo ve?

Ella miro asustada la mirada enferma de esos aprovechados hombres, sabia que no tenia alternativa. Obedeció solo por mera indulgente solvencia, era un modo para aunar en la prolongación  que  tanto había sustentado y procuraría determinar, más si eso implicaba reformarla aceptaría tal abnegación. Le bastaba ver la cara del par de sujetos para mirarse acorralada y consentir a las naturales y maquinadas determinaciones.

Tomo los lados de su ligera prenda, del par de hecho pues su blusa se mantenía aun ahí. Con unos sensuales pasos de baile como acompañamiento, lo hizo rápido como si de ello dependiera librarse de un terrible compromiso. Llegando a las rodillas alzo un pie y así de la misma manera el otro, sacándose finalmente el bóxer y la blusa, lanzando ambas prendas cerca con un simple movimiento de cadera, quedando a la vista la naturaleza más hermosa y dibujadas en ellas las prendas pudorosas que cumplen con cubrir esas intimidades pero al mismo tiempo reasimilan y proponen al atrevido e incitan al desquiciado. A esos hombres los tenía totalmente enganchados con todos y cada uno de los movimientos, hasta los mas insignificantes, que realizaba con una habilidad increíble. Es como si ella supiera lo qué tenía que hacer para ponerles cachondos y lo potencializaba, dando con todo para excitarles cómo si se lo merecían.

Queda de frente meneándose gracíl; esta completamente hermosa mostrando ese lindo sujetador y la tanga de seda rosa con encajes, prendas intimas que invitan al desboque sexual, como quitar el moño de un regalo que siempre se ha esperado y no se halla la hora para disfrutar de el.

Se siente despojada, accesible mas no lo sufre con horror, ha de sobrellevarse porque si muestra su debilidad será presa fácil, así lo ha aprendido como cuando de pequeña le han dicho que evite tener miedo a las domesticas fieras, ellos huelen los miedos y atacaran a los incautos, mas ¿cuán negligente puede representar lo que hace ahora? se ha de ahorrar tales meditaciones y retener cualquier avance. Se queda en esa posición, de frente y con ambas, como una signo cuerdo de vergüenza se tapa el área del pubis, como queriendo cubrir el resquicio al que más temería que cualquier otro, que no fuera su marido o ella misma, mancillasen.

Su semidesnudez no le agobia tanto porque la belleza de la vida, de las cosas, de sí misma y sus virtudes las comprende así, exponiéndose sin censura.

Le ha recordado un episodio en el colegio cuando recién había integrado un incipiente grupo de baile escolar y en algún momento el profesor encargado del mismo organizó una sesión de fotos en donde algunas pequeñas participaron, incluso ella, vistiendo atuendos ligerísimos pero excusados por la temática. Habían sido solo algunas veces, todas las seleccionadas habrían posado, Sandra encantada por supuesto, algo en esa actividad le encantaba y atrapaba su atención, tal vez los flashes, adoptar posiciones indicadas, modelar, maquillarse y vestirse, ese cacho de glamour que las pubertas jóvenes descubren y por lo que se apasionan incluso llegan a querer ser, ignorando cualquier otro maligno propósito, pues todo sucedía de manera muy discreta y según se argumentaba era para crear un portafolio escolar.

Nunca trascendió tal asunto para ella por su habitual ingenuidad, pues el profesor repentinamente se esfumó de su vida escolar por razones que nunca averiguó, más pronto ella encontraría otra manera más precisa de expresarse, en la danza clásica. Lo antepuesto lo recordaba justamente por el hecho de la exposición suya, inclusive el inicial temor que advirtió al verse a solas con un hombre, que le explicaba inductivo sonreír para la cámara y desenvolverse sin desvelos, cosa que apresó de manera rápida y favorecedora para su amable fotógrafo, que encantado siempre la felicitaba incluso por delante de todas las otras, animándola y sintiéndose así con calma y ánimos en la próxima sesión. Si nunca desconfió se debió principalmente a su condescendiente amabilidad y su absurda ingenuidad, pero así era ella y nunca se sintió atacada, entonces como advertir malicia.

Y así este inmerso momento en la privacidad consulta, habiéndose sentida en curiosas similitudes, porque ella ha propiciado sus propias vicisitudes, no a causa de probar su valor más ha de requerir hacerlo, habría de vencer esa vaticinada vergüenza como ya lo había logrado tantas veces, animarse arteramente y saber vencer, sobrellevar, vivir la crudeza de la realidad, aquella crudeza a la que ella llamaría reto en otro momento porque ahora solo se centra en ignorar su pavor y tal vez, porque las razones se han esfumado, a disfrutar.

Cuanta belleza, y cuanto esplendor, pero lo más valorable para ellos es que ella condescendía, se ofrecía sin presiones externas para ellos, la sublevación más exaltable e increíble que el mundo jamás conocerá, porque  ha  de  verse casos que solo la fantasía distingue y controla, más la ecuanimidad natural habrá de esconder, curiosamente a la vista, las virtualidades más anheladas, porque las nociones de la belleza son perfectas y siempre son las más mencionadas, mas buscar el poder en las asimetrías resulta más complicado y con nulas probabilidades de permisión. He ahí el valor de monitorear, presentar, arriesgarse a vivir, a desarrollar los disidentes   factores  que la naturaleza, porque es así, negará como norma, por eso los atrevidos son más felices, aquellos que la grandeza siempre esperara con brazos abiertos, pues lo que se consigue lo que se quiere a corto plazo a la larga genera una brusca e insistente insatisfacción.

-¡Mamasiiita! –exclamo Martín, sobándose el generoso y portento bulto, mientras visoraba a tal diosa, semidesnuda y posicionada delante de él. –Sss… que rica se ve uste… aaahhh… ¡pero que chulada!

Sandra se vuelve a incorporar a esa danza, adecuada para un preambulo del sexo, de la pasión, del amor (están cerca del contexto, solo por tratarse de esa casa), baila delante de ellos, nerviosamente, sin decaer esa forma provocativa, tratando de cumplir el trato. Juntando sus dedos, arquendolos, se soba por los costados de su anatomía, iniciando por su cintura, yendo hacia arriba, revolviendo su pelo, que cae armonioso por detrás, por delante de su rostro. Junta sus manos en cuanto terminan el recorrido, elevándolas como en un suplicio al cielo, uniforme y sensual. Da un giro, una media vuelta, sus manos caen de nuevo acariciando sus costados una vez mas, recorriendo sus caderas, situándose en su trasero y asi presumiendo el conjunto que cubre sus intimidad inferior. Angula mas ese giro, mostrando si culito: blanquito, suave y redondito, bien paradito y altanero, apetecible como un terso fruto listo para ser mordido, disponible sólo para ellos. Se acariacia con tentatividad, apenas pasa sus suaves manos por el contorno lateral de sus glúteos, sobándolos, sin apretarlos, nada parece exagerado ni lascivo, solo los mantiene ahí, reconociendo la parte admirable de su anatomía. Mientras empieza un meneo, de un lado para otro con sus caderas. Si pretende entretenerlos, lo consigue fácilmente, pero si con ello busca que el tiempo se alargue, muy equivocada esta, pues esta enervando sobremanera toda hormona varonil en ese espacio con ese culito vacilante.

Ella esta entretenida, dándoles la espalda, meneando su hermoso culito, de un lado para otro, suave, rítmico, lento, ignorando las miradas, observando las blancas cortinas de la ventana, usando sus manos para recorrer su vientre, luego el contorno lateral de sus pechos, sus cuello y llegando a jugar con su castaño pelo, revolviéndolo en el aire, danzando con ellos. Poco a poco flexiona las rodilla, sin de jar de menearse, da la impresión que se inclina para mostrar su hermoso culo, pero es nada mas un movimiento de su danza. Va girando poco a poco, quedando hasta situarse frente a ellos nuevamente. Sus manos se siguen guiando por los contornos externos de su cuerpo, fingiendo las caricias o el magreo de autosatisfacción, solo son parte de una danza sutil, que los viejos estarán muy bien a interpretar, sobre todo, cuando rosa sus pechos, sus caderas, sus potentes piernas. El rostro de Sandra expresa mucho al mismo tiempo: ingravidez, laxitud que sucumben ante su radiante sonrisa, llena de seguridad, paciencia y sobretodo mucho coqueteo.

Martin, que ya no aguantaba tanta calentura sexual. Verle menear esa cintura era demasiado e hizo por ella, pero antes que pudiera hacerlo, Fidencio la sujetó de la mano y se la llevo hacia su fofo y sudoroso cuerpo como el movimiento final de una insinuante coreografía, el acto preciso para una buena culminación; no era la mejor de las escenas pero Fidencio vaya que se esforzaba para acoplarse de hermosa manera, la chica era manipulable, no deseaba el encuentro pero bien lo esperaba. Se contorsionaba, queriendo escapar de forma timida, pero muy a destiempo porque su boquita se afloraba cerca de las fauces e incluso su boca, en el aspirar que cortejaban sus agitaciones, consumía los alientos desaseados del mofletudo sujeto.

Logro librar de su boca el beso que proyectaba el mañoso hombre, mas sus pechos pagaron cara la evasiva y fueron consumidas humillantemente, con total avidez, mientras al mismo tiempo sus nalgas  eran  estrujadas violentamente con una mano y la otra pretendía desabrochar sin éxito el sostén de la mujer. Ella ahora hizo evidente su rechazo y se rehacía hacia atrás más al mismo tiempo era perseguida al estar sujeta cual bicho que depende de la sangre vital que consume. Las lamidas eran resonantes, acuosas, derramaban saliva y mojaban su piel y su ropa interior.

Tanto repliegue inevitablemente la hizo caer gravemente sobre el sillón próximo, quedando incomoda, agitada, teniendo que soportar por encima suyo esa detestable pesadez corporal y desalentadora.

-Uuummm… ooohhh… hhhmmm… mamasiiita… que ricos saben tus ubres mi vida… ooohhh, sabrosas mamasita, así te quería tener desde que te vi mmm… meneándote bien rico por todos laos. Es uste una chulada… ahhh…

Ella pataleaba sobre el sillón, mas era difícil la maniobra, no tan empeñada como debiera ser, al estar abierta de piernas como recibiendo, con sus aun ocultos rosados labios vaginales, el soso cuerpo de ese adusto hombre. Sentia sobre su pelvis el relieve mas que nada grueso, como puño, al menos para sus relativas exageradas comprensiones. Acababa de ser sometida  y el vicioso viejo iba buscando guerra.

-Por favor… -musito de manera brevísima y apenas audible, tanto que se opacaban con los serosos sonidos producidos por las bocanadas que proyectaba el hosco hombre sobre el cuerpo de una mujer indefensa.

Fidencio empezó apretando el abrazo y dándole besitos aleatorios a lo largo de todo el límpido cuello, cosa que a ella particularmente  la  volvía  loca, siendo un área notoria, que además de facilitada para los intrusos era hipersensible en su anatomía.

-Nooo… -expresó la chica con ese grito ahogado, muy  lejano para ser comprendido, pareciera que su voz perecia, victima de sus propias e involuntarias sensaciones. –Don…

Normalmente a ella le era muy difícil resistirse ante tales muestras de afecto, no es que las hubiera sentido mucho, pero bien sabia sus zonas vulnerables, en este caso, de atiborrante lujuria, por lo que por instinto precautorio, se giró hacia un costado para asi evitar ceder algun beso involuntario o alguna caricia que enalteciera el trabajo del viejo. Bien Fidencio buscaba con sucias intenciones esas debilidades, siempre disponibles, para su gusto, en toda mujer y entendía que si se sabia apañar, muy pronto conseguiría saborear en su boca la deliciosa saliva de la dulce y  fulgida mujer, deseada por tanto y por tantos.

Fidencio era incapaz de apartar sus ojos de sus tetas bamboleantes y de imaginar esa vulva a la cual ya la quería abierta, mostrando en todo su esplendor esos pliegues íntimos, dispuestos a saborearse. Le gustaba mirarle turbada, a estas alturas estaba por blandearse y sus movimientos ya no eran tan agresivos, si es que lo fueron, como al principio. El entendia que la chica que se estaba delatando y que ese encuentro corporal lo deseaba también, lo que hizo que este se aferrara aun mas al momento con fuerza. Nada se contenía pues con una de sus manos comenzó a sobar descaradamente esa ansiada vulva. Queria atacarla poco a poco, pero le era imposible actuar responsablemente, es como aquel que no ha comido el manjar mas delicioso, peor aun, cuando ha estado hambriento por largo tiempo. Logro detenerse pues Sandra le sujeto fuerte el brazo.

Indefensa, semidesnuda, únicamente cubierta por las braguitas y el sujetador. A el le ponía, le provocaba cuando ella rozaba con su descalzo pie en su entrepierna, en acto reflejo propio de un movimiento defensivo, interpretado mejor como de oposicion infructuosa de la chica. Ella claramente ha notado que el estaba empalmado a más no poder, pero como se seguía moviendo, solo le provocaba el volverle loco, lo aceleraba, poniendolo a punto y dispuesto a follar aquí y ahora.

El quizo desabrocharse la camisa, incluso el pantalón, mas tenia cierto temor de que ella se le escurriera de sus brazos, dadas sus insolentes desplantes. Pero básicamente no quería dejarla ni por un segundo. En lugar de usar la punta de sus dedos, encontrando asi la brecha mas accesible a la sensual anatomía, acariciaba con palmas abiertas de arriba abajo, e incluso le parecían insuficientes. Rozó los pezones con una brusquedad que en realidad se convirtió tremendamente placentera para Sandra, logrando que se le pusieran duros en cuestión de segundos y desvaneciéndose el efecto casi de inmediato. Fidencio continuó bajando hasta llegar a ese coñito, esta vez Sandra no pudo detenerle. La creia caliente, creía en la húmedad a mas no poder de la mujer, finamente lubricada, a la que se le podía embestir directamente sin ningún tipo de lubricante artificial de por medio. Ella vaya que hubiera accedido, no necesariamente en otro contexto, si no únicamente cambiando al protagonista, que seguiría siendo el ausente Rodrigo.

Ella abría la boca para dejar el paso libre el aire que necesitaba, los colores se le subían al rostro, al ejercer esfuerzo inútil y soportar el peso del viejo. Era realmente contradictorio, por un lado su cuerpo quería dimitir ante esa experiencia totalmente excitante que la abría a un nuevo mundo de  posibilidades, los puntos álgidos siempre son difíciles de controlar y mas cuando están listas para su acceso y manipulación, como le sucedia a la desafortunada mujer. Y es que ella de verdad palidecia al no dejar de entender que esto estaba realmente muy mal, su mente le obligaba a detener todo eso, patearle, correr por esa puerta tan accesible solo en su mente, que la dirigiría por la cocina, de ahí al patio trasero donde podría correr como a bosque traviesa y finalmente encontrar un refugio temporal, en cualquier parte.

Pero también analizaba que era una cuestión de máxima agilidad, desmeritándose por propia idiosincrasia, tener que vencer a dos hombres, un ejercicio de fuerza, que obtendría con algo de oportuna adrenalina. Desde luego, le iba a ser imposible frenar esa pasión descontrolada. Tan inoportuno, como los lengüeteos grotescos y sonoros en la sala y los manoseos que la ofuscaban, eran asi también el análisis que se prolongaba sin dar factibles frutos, pues al final entre una racha eléctrica que la recorria llevándola al extasis y una desaprobable sentencia, poco a poco se sentía verdaderamente sometida y definitivamente concluia que no saldría viva de esa depredación. Así que se terminaba rindiendo ante la evidencia, mas al establecerse esto, no significaba entonces para ella que su plan seria el de rendirse y disfrutar, tomar parte activa y enaltecer (mas de lo que ya lo hacia) esa sesión previa que augura el sexo más despreciable e indecoro espontáneo.

En ese momento, Sandra se contorsionaba en una inutil pero natural acción reticente, volvia a expresar sus inquietudes, ignorando cualquier análisis. Habia sentido un apretón fuerte que la saco de cualquier principio orgásmico. Con los pies firmemente afianzados, uno en el piso y otro sobre el comodo mueble, mientras su cabeza y torso giraban hacia atrás. Sandra sentía que esa calcárea mano recorría sobre vulva, aun protegida por su tanga y poco después creyó sentir que uno de esos dedos se introducía en el interior de su hambrienta vagina. Eso la habia  tomado  de sorpresa, habia tocado un punto exacto, trató de soportar el magreo lo más que pudo en dicha postura, mientras sentía como esas manos de el tomaban posesión de su perfumada intimidad. Quizo detenerle, oponiendose con una de sus manos, funciono un poco mas el tipo parecía demasiado obstinado contra ella y cualquier derecho, incluso forzando a que ella se quitara y ahora eran varios dedos los que el viejo albañil empleaba introduciéndolos en su encharcada vagina, simulando un muy basico saca-mete muy estimulante en contra de Sandra.

Fue entonces cuando comenzó a experimentar oleadas de placer, innecesario o inoportuno para la desventurada mujer. Fidencio estaba teniendo éxito, situación censurable determinada por Sandra, quizo gritar alto, desfogar sus turbias sensaciones y de paso expresar sus inquietas emociones, aquellas que representaban la frustración y el desasosiego, tenia derecho a ello, mas no era lo que pretendía, anunciar la victoria a este sujeto que seguro la atiborraría con mas caricias, mas besos y esas maniobras que tanto temia fueran a suceder en cualquier instante. De improviso ha sentido que la lengua del viejo volvia a juguetear con sus desprotegidos pechos ya de por si impregnados por la turbia saliva del vejete.

-A ver compadre, no sea gandalla, déjeme un poco a mí. Yo también quiero probar a esta ricura de vieja. Ya me anda por metérsela…

Sandra oriento su mirada hacia el acercamiento que hacia Martin, al que había ignorado casi por completo, dado que estaba concentrada en el otro amigo. Volteó entonces, ya sea por orden natural que la mente proporciona al sentirse en peligro y pronosticar que cualquier entremetimiento será una virtual posibilidad de salvación o por simplemente atender la voz emisora. Al igual que cualquier evento, cualquier llamado, aquello que pudiera interrumpir al menos esta bochornoso episodio para Sandra.

En segundos todo se vuelve a su lugar, es decir, su conciencia da paso a los factibles eventos. Entonces puede contemplar esa cruda imagen, aterradora porque, aun con su amplia cultura, jamas ha visto algo asi.

(…)