Cambiomorfosis
Al amparo del grupo cambio y me permito licencias que hacen sobresaltarme cuando las recuerdo al ver las marcas de mis braguitas.
CAMBIOMORFÓSIS
Debería ir al baño. Era necesario que fuera al baño si no quería hacérmelo allí mismo. Mi vientre oprimía severamente la vejiga y cualquier movimiento de piernas provocaba un punzonazo que casi me hacía quejar. Entre nervios me levanté de la silla y me abrí paso como pude entre una maraña de chicas, mujeres, señoras y no tan señoras que gritaban, saltaban, agitaban los brazos y saltaban posesas de una noche de escándalo. Nadie reparaba en mí ni en mi forma de andar algo patizamba por temor a ciertas pérdidas. Los servicios se encontraban abarrotados al final de una cola de mujeres inquietas por terminar cuanto antes con ese trance fisiológico y volver a la masa enfervorecida. Me senté aliviada en la taza del váter y aflojé el esfínter y me relajé como si fuera a disfrutar de esa meada teniendo que reprimir un grito de mezcla entre gusto y euforia. Hubiera sido un ¡¡¡ooooohhhhhh ssssiiiiiiiiiii!!! Que podría dar a entender a cualquiera que lo oyera de las chicas que allí se encontraban que practicaba cualquier otro tipo de baja maniobra. Reparé en el tanga de había dejado a la altura de las rodillas. Se veía pero lo toqué. Mis dedos pudieron palpar los restos del líquido viscoso que conformaban la mancha de la braguita, mis dedos resbalaban al comprobar la textura del líquido y para recordar su origen los acerqué a mi vagina. En efecto, todavía estaba excitada. No pensé que fuera a ser de esta manera pero me había puesto revolucionada como nunca. No había hecho nada pero mi matriz se había derretido. Aquellas masas perfiladas en paquetes musculares, con el tono de sol adecuado relucían en mi mente y salpicaban de ganas de volver y atreverme como otras chicas en acariciarlos como especimenes protegidos o como las más osadas magreándoles intentando en un vago esfuerzo de sentir el erotismo en sus carnes.
¿Por qué me ponía así de nerviosa? Sin saber reaccionar delante de aquel pedazo de Adonis enguantado cuando se acercó a mi sitio, como una niña turbada al confundir el vestuario de los chicos. Mi negativa a querer untar sus testículos con la crema que traía mientras mis "amigas" me imploraban que le diera una buena mano de merengue. Sin ningún reparo las otras chicas recogían con su mano porciones de nata para lustrar su pene y aprovechar para apretar con toda su mano aquélla prometedora polla de aspecto morcillona. Torpemente, sin saber si adelante o detrás, si coger o no coger, si tocar o no tocar, con una sonrisa sardónica en mi cara no sabía comportarme en la situación y lo que es más, ni siquiera sabía si quería hacerlo o no. Sentirme menos cohibida y ser más abierta, más espontánea, menos formal y dirigida.
En fin. No creo que sea momento de cambiar.
Me limpié. Subí las bragas y retoqué mi falda antes de dar la vuelta al cierre que me proporcionaba esa intimidad. La sala que antes estaba atestada solo recogía ahora los restos de una desbandada. Incrédula, me acerque a un lavabo para quitar los restos de mi excitación. Al arrancar unas toallitas de papel reparé en que encima del dosificador se había quedado como una píldora. La cogí y su color rosa llamó más mi atención sobre lo que podía ser lo que corroboró que tuviera impreso una estrella. Sabía lo que era y ahora mi duda era saber si me la llevaba o la dejaba. Si me lo tomaba o solo la cogía. Sabía lo que provocaba esa pastilla y por eso me animaba a tomármela. Partí por la mitad aquélla estrella y con la ayuda del grifo pasé el mal trago saliendo de allí lo más rápido que podía. Nada más entornar la puerta volvió a mi cabeza todo el bullicio del local y comprendí porqué me habían abandonado en el servicio por dos cuerpos que comenzaban a desnudarse en el escenario. Cuando llegué a mi mesa sentía mi interior más fuerte, con ganas de hablar y reírme con mis compañeras, que me hicieron hueco entre ellas en el momento en el uno de esos boys con visera de marine tiraba de sus pantalones mostrándonos dos poderosos glúteos relucientes separados por una hebra roja que más tímida que yo se cobijaba entre sus nalgas.
Al darse la vuelta, aquel paquetorro indecente se apretaba como un contorsionista dentro del escaso tanga. Dentro de mí volvió a sentirse un nuevo calor. Otra vez los nervios me atenazaban más mi vista no se desplazaba de él, apoyando a los demás gritos, ánimos, brazos que pedían más. Cuarentonas sofocadas que reclamaban más músculo aunque ese fuera liso, gritaban hasta el paroxismo para ser ellas las primeras en desenfundar al ahogado arpegio. Se acercó a ellas desafiándolas en jarras y apuntándolas con sus tributos reclamaba ayuda para sí mismo y el huésped del ínfimo tanga. Sin rubor ninguno mientras una le acariciaba los cuadrados que se le formaban en el abdomen, otra y no se como, pudo introducir su mano para sacar su "bicho" y en aquellos momentos me lo pareció por su color y tamaño. Me maldecía por no ser yo quien fuera la campeona que sostuviera ese trofeo al tanto que ellas apretaban ese penduleante pene que adquiría forma de uso a cada envite de sus manos. La excitación me subía por momentos. Miré mi camiseta para ver cómo se adivinaban mis pezones a través de ella, con el consiguiente azoramiento de que alguna de mis amigas repararan en ello mas se me ocurrió que ellas también son chicas y tal vez En efecto, a más de una la delataban sus tetas, seguro que tan duras como las mías y con los mismos deseos de que alguno lo comprobara. Las risas y los gritos se confundían en un juego de "a que te la cojo" mientras el chico se dejaba manosear incitando a las dudosas y retando a más a las desinhibidas. La bebida calentaba la mente y aquel adonis bronceado subía el flujo de adrenalina de todas nosotras. Me entraba furor. Apretaba mis piernas para oprimir mi vagina y sentirla. Tenía ganas de tocarme, de palparme, de masturbarme a solas delante del chico, de meterme los dedos y moverme sobre ellos frenéticamente con fuertes golpes de cadera mientras mojaba de nuevo mis bragas. Sentí una mano en mi brazo:
-¿Estás bien? Me preguntó mi compañera sin reparar que miraba mi mano que se apretaba contra mi pubis.
Sin pensarlo respondí.
-Si. Genial. El tío ese me ha puesto a cien.
-Ya. Parece que se te nota. Decía esto mientras soltaba una carcajada señalándome los pechos.
Mis pezones podían distinguirse hasta el final de la aureola, mis tetas respiraban su propia tensión y mi cuerpo sonaba más que la música con la cual penduleaba aquel badajo agarrado a ese cuerpo de escándalo. Y venía hacia nosotras. Todo venía hacia mí. Todo se iba agrandando. Su sonrisa, sus manos invitándome a ir hacia él, sus pectorales y su polla bamboleante en un acto de vaivén hipnoerótico. Quería tocarle, amasarle, estrujarle, abrazarle y subirme encima de todo su cuerpo. Se sentó encima mío y cogió mi mano para llevársela a su pierna. Mi mano temblaba. Mis piernas temblaban. Mi boca temblaba. A solo unos centímetros de mi mano tenía su pene ahora relajado.
Venga preciosa. Pónmela en marcha de nuevo.
Hizo que recogiera en la palma de mi mano aquel pene dormilón sintiendo todo su calor en ella. Suave y pegajoso por el merengue, mi mano subía y bajaba por él sin poder separarse, como un adhesivo que los unía. Apretaba y relajaba la mano ante la atónita mirada de mis amigas incapaces de esperar que yo sí pudiera reaccionar. Se lo tenía que hacer como nunca. Lento, suave pero con la cadencia y la firmeza suficientes como para que fuera él mismo el que pidiera más ritmo. Que fuera el cazador cazado en su propia estratagema. Que fuera él el calentado y no el calentador. La dureza de su verga se notaba en su dimensión cuando le ofrecí aquel pene a mi amiga en un reto de atrevimiento. Se puso de rodillas delante nuestro y acercó su cara mientras habría con su gesto las bocas de las demás en un rictus de incredulidad. Todas a la vez gritaron en el momento en el que el glande rojo se perdía en su boca, al tiempo que las nalgas del moreno marinero se contraían de gusto. Yo la ayudaba a introducirlo en la boca lo mismo que las demás chicas del corro que se había formado lo hacían con el gesto. Todas y cada una parecía que la felación la realizaban ellas. Al unísono chupaban mentalmente y deseaban formar parte de este cambio de papeles. Retiré el manubrio de los labios de mi amiga que se resistía a perderlo y como en una ruleta del sexo fui apuntando hacia las chicas que nos rodeaban hasta detener el hinchado glande en aquélla que quise ofreciéndole seguir con el juego. Ocupó el lugar de mi amiga. Preparé el pene delante de sus ojos, dejando que ansiosa le diera el permiso de introducirlo en su garganta. Era un pincel en mis manos. Dibujaba los ojos de aquélla chica, sus pómulos, sus labios, su cuello dejando un rasgo brillante en sus trazos hasta que lo atrapó con tal ímpetu que sentí contraerse el cuerpo del muchacho que ahora dudaba en levantarse o seguir en la atracción de aquélla boca. Sin quererlo otra se sumó al reclinatorio a compartir el gusto de querer ver correrse a aquel que todas las noches deja en el deseo a tantas chicas y era yo, yo sola quien tenía el poder de pasar esa polla de una boca a otra, de una lengua a otra doblegándola en su altivez y dureza. El corro cada vez se estrechaba más y alguna de las chicas, acariciaba sus pectorales deseosa de que alguna vez fuera acorralada y oprimida por ellos. El deseo parecía dominarlas de forma que no pararían hasta sentirse saciadas en lo que en el fondo cada una buscaba en un sitio como ese. La vergüenza había desaparecido, la química de me había proporcionado una máscara de inhibición ante el ridículo y parecía que a todas aquellas les pasaba lo mismo en ese corro de anonimato en el que parecían cobijarse para perder el pudor. Otra más. Tres lo deseaban, tres lo compartían. Una más se acercó a los ojos cerrados de mi gigoló, mientras se levantaba la camiseta para obligarle a meter su cabeza entre dos grandes botones sonrosados, que rápidamente se levantaron al sentir la punta de su lengua.
Por un momento me noté. Lo sentí. Percibí como mi vagina chapoteaba empapándome en lo más íntimo. Una gota lubricante descendía por mis muslos en una carrera suicida por no tener nada ni nadie que la parara. Tenía su cuerpo encima mío pero no podía hacerme nada. Estaba por encima del umbral de la excitación y casi me dolía no sentirme penetrada. Estaba químicamente programada para el sexo. Mi otra mano acariciaba sus glúteos hasta que un dedo recorrió su ano y quedó atrapado por en estertor de las nalgas del moreno. Seguí con el juego y fue admitiendo la yema, la primera falange y la segunda después. Movía el dedo dentro de su culo marcando el ritmo a sus caderas y este a las bocas de las demás chicas. Lo sentí llegar. De repente el esfínter rodeó fuertemente mi dedo, su polla se reendureció con un último golpe de sangre y su garganta no pudo retener un quejido de éxtasis. Salió de dentro de él. Su semen ascendió por su pene ante la resistencia de mi mano para estamparse en el cuello de una de las arrodilladas. Bruscamente me levante y me separé de aquélla jauría que ahora se abalanzó sobre los restos de esos músculos que se contraían en cada envite del orgasmo. Mi amiga y yo nos miramos, atrapamos nuestras cazadoras y lo más rápido que pudimos sorteamos a aquellas devoradoras que se tiraban encima del exhausto marine del sexo, al punto que sus compañeros intentaban sin éxito rescatarle de una masa que encendida no podía apagar el furor interior que había prendido.
Hubo suerte y dentro del taxi nos reíamos de todo y de todos. En su casa apurábamos de un trago una cerveza que mitigara todavía el nerviosismo de una noche así. Frente a frente ella levantó su brazo y con el dorso de su dedo índice recorrió mis pezones que no se habían olvidado de su excitación, comprendiendo que ambas nos buscábamos para completar la noche. Bajó su mano por mi vientre, para detenerse por mi pubis. La besé. La di un caluroso beso en sus labios deseando ya que nuestros cuerpos se desnudaran, sentir sus pechos apretarse contra los míos y que ella me poseyera como yo tenía ganas de poseerla.
¿Y no te importa que me case la semana que viene?
Siempre que reserves alguna noche para mí, para tu infidelidad secreta, no. No creo que me importe. Y ahora ahora ¿vamos a la ducha?.
Selenet