Cambio de vida 4 y último

Este era antes el tercer capítulo. Perdón por el error.

Esa noche le permití elegir donde dormir. Me preguntó si me importaría que durmiese a mi lado. Por supuesto yo lo estaba deseando, así que lo hice. Cuando desperté seguía abrazada a mi, sonriente de felicidad por haber conseguido mi perdón. Le di una palmada en el culo y le ordené que me hiciese el desayuno.

Con la sonrisa de felicidad pintada en la cara se levantó y salió corriendo a la cocina. Cuando llegué un delicioso aroma a café salía de mi taza y ella seguía desnuda.

—¿Y tú? ¿No desayunas?

—Después de tí, amo —contestó bajando la cabeza—. Una esclava no debe comer con su amo.

—No quiero que seas mi esclava. Yo te quiero —le dije levantado su barbilla para ver sus ojos.

—¿No sirvo como esclava, amo? —preguntó con las lágrimas asomando a sus ojos.

—Claro que sí. Eres la mejor. Hagamos una cosa, si te parece bien.

—Dime, amo. Lo que desees —dijo abriendo los ojos esperando una buena noticia.

—¿Te gustaría ser mi sirvienta? Prometo castigarte si haces algo mal.

—Gracias, amo. Me encantaría —contestó sonriendo.

—De acuerdo. Pues entonces deja de llamarme amo y llámame… ¿Señor?

—Gracias, señor —volvió a sonreír alegre por el nuevo rol que disfrutaría—. ¿Y me castigarás si hago algo mal?

—Siempre que lo merezcas. O lo desees —añadí agarrando uno de sus pezones que estaban ya duros por la excitación que le provocaba saber que sería castigada. Lo retorcí un poco provocando que se mordiese el labio para no gritar.

—¿Lo merecía, señor? —me preguntó.

—No. Pero creo que lo deseabas —contesté sonriente.

—Gracias señor. No podría vivir sin tí, señor.

Esa confesión me desarmó. Me costaba castigarla. Yo prefería acariciarla y besarla. Pero precisamente por el amor que sentía por ella, por saber que era lo que prefería, me obligaba a mí mismo a castigarla. Por suerte poco a poco fui acostumbrándome y aunque me costaba golpearla, al menos disfrutaba penetrándola mientras lo hacía. Por si acaso decidí que tendríamos una palabra de control por si me pasaba en los castigos. Decidí que cuando no pudiese más debería decir “Antonio”. Lógicamente era una palabra que nunca hubiese pronunciado delante de mí.

Me despedí de Bea con un beso. Hacía ya varios días que no nos besábamos y yo no aguantaba más sin sentir la tibieza de sus labios en los mios. Pude notar que ella también lo extrañaba. Mientras lo hacía le agarré un pezón y tiré de el con fuerza. Su lengua se enroscó en la mía con más ansia agradeciendo el castigo. Una mano en su sexo me indicó que estaba chorreando. Pero por desgracia no me quedaba tiempo para follarla antes de irme a trabajar.

—Puedes coger uno de mis cinturones para castigarte mientras te masturbas en mi ausencia —le dije al oído mientras me despedía.

—Gracias, amo. Te quiero.

—Y yo a ti. Después te llamo —me despedí antes de marcharme.

Ella se quedó en la puerta mostrando su desnudez hasta que llegó el ascensor. Tal vez le daba morbo el que pudiese aparecer alguien y la descubriese así. Me fui a trabajar bastante animado. La mañana se me hizo eterna. Tenía ganas de acabar para darle una sorpresa a Bea. Cuando salí la llamé.

—Quiero que te vistas. Vamos a ir de compras. Ponte una minifalda pero no quiero que te pongas bragas. ¿De acuerdo?

—Sí amo. Como ordenes —contestó con voz cantarina. Obvié el hecho de que me llamase amo. Por lo visto ella lo prefería, así que decidí permitírselo.

Cuando llegué a casa ella me esperaba en el portal. Llevaba una minifalda sencilla con una camiseta blanca y una cazadora del mismo color que la falda. Unas botas hasta la rodilla completaban su atuendo. Estaba para follársela encima del capó del coche. Subió al coche y arranqué tras darle un piquito.

—¿A dónde vamos, amo? —preguntó ansiosa.

—Es una sorpresa. Espero que te guste —contesté sin descubrir mis intenciones.

Crucé casi toda la cuidad para encontrar el sitio. Nunca había estado pero conocía de su existencia por un compañero de trabajo. Se trataba de un sex-shop enorme. Cuando llegamos a la puerta sentí que a Bea se le aceleraba el pulso.

—¿Es aquí? —preguntó como una niña a la puerta de una juguetería

—Sí. Aquí es. Vamos a ver si encontramos algo para tí —le sonreí.

La tienda la regentaba una chica joven. Era alta y vestía una falda de tul muy amplia. Encima llevaba un corpiño que parecía a punto de dejarla sin respiración. El corpiño levantaba un par de tetas que asomaban generosas a punto de desbordarse fuera de la prenda. Tenía el pelo negro rizado y la cara con apenas un toque de colorete y los labios y los ojos pintados en negro.

—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarles? —saludó sonriente en cuanto entramos.

—Verás —expliqué—. Estamos buscando algo para mi… putita. Un poco de ropa y algo para castigarla cuando se porte mal. ¿Me explico?

—A la perfección, caballero. Síganme, por favor —sonrió ella echando a andar meneando exageradamente las caderas.

La seguimos por la tienda hasta el fondo. A un lado del pasillo había una gran variedad de prendas colgadas en sus perchas. Al otro un montón de artículos de sado-maso.

—Espero que aquí encuentren lo que buscan —dijo sonriente antes de dejarnos solos—. Ahí tienen los probadores.

—Bien —dije abriendo los brazos—. ¿Ves algo que te guste?

Bea se deleitó mirándolo todo. Parecía deseosa de probar cada fusta, cada látigo, cada dildo. Mientas ella elegía una fusta yo miré un par de prendas. Vi y uniforme de chacha que me pareció divertido.

—Anda. Pruébate esto —le dije alargándole la percha.

Ella entró en el probador ansiosa. Cuando abrió la puerta me quedé sin aliento. El corpiño levantaba sus tetas mostrando un escote por el que parecían a punto de escapar. La falda no llegaba a tapar del todo su culo y por delante a duras penas escondía su sexo. Verla así me provocó una erección de caballo.

—¡Joder! —exclamé—. Estás para follarte aquí mismo.

—¿Te gusta? —preguntó girando sobre si misma para mostrarme el conjunto.

—Ya te digo. Si te gusta a tí nos lo llevamos.

Su respuesta fue colgarse de mi cuello para besarme. No hacía falta ser muy listo para ver que eso era un sí. Me llamó la atención una especie de corpiño hecho con tiras de cuero negro que exhibía un maniquí. En realidad no tapaba nada. Simplemente agarraba el cuerpo de tal forma que comprimía el pecho empujando los pezones hacia delante para exponerlos al castigo. Es resto de correas disponían de argollas para poder inmovilizar a la presa a placer dejando sus agujeros a disposición del verdugo. Decidí llevarlo también. La compra se completó con un par de fustas elegidas por Bea, unas pinzas para los pezones unidas por una cadena y un par de dildos. Yo elegí uno de un tamaño desmesurado. Era tan grueso como una lata de refresco y medía casi 30 centímetros de largo. Bea abrió los ojos como platos en cuanto lo vio.

—Es imposible que eso me entre —dijo asustada sopesándolo.

—Bueno, ya veremos —le contesté guiñando un ojo.

Tras revisar una vez más el muestrario nos dirigimos a pagar. La encargada de la tienda elogió nuestra elección mientras evaluaba con la mirada a Bea.

—Parece que te lo vas a pasar de miedo —le dijo sonriendo con picardía.

—Estoy chorreando solo de pensarlo —reconoció Bea levantando un poco la falda para mostrar su coño. Era verdad. Sus muslos brillaban de la humedad. No me pude resistir y pasé mis dedos por la raja antes de llevarlos a la boca para saborear aquel dulce néctar.

—¿Puedo? —preguntó la encargada.

—Sírvete —la invité.

Bea mantuvo la falda levantada mientras la chica pasaba sus dedos lentamente por su sexo sin dejar de mirarla a los ojos. Después, lentamente y manteniendo la vista fija en la cara de Bea que comenzaba a teñirse de rubor por el calentón se los llevó a la boca y lo saboreó como había hecho yo.

—Mmmm… delicioso. Me encantaría participar —dijo mirándome.

—Tal vez otro día. Esta vez la putita es solo para mi —contesté guiñándole un ojo mientras me disponía a marchar.

—Si os animáis ya sabéis dónde estoy —invitó ella levantándose también la falda para mostrar un coño tan lampiño y tan húmedo como el de Bea.

—Lo tendremos en cuenta —respondí sonriéndo antes de salir.

—Amo —preguntó Bea en voz baja—. No me importa si quieres compartirme. Si tu lo deseas lo haré.

—¿Y tú? ¿Lo deseas? —pregunté temiendo una respuesta afirmativa.

—Yo solo quiero complacerte. Si eso te hace feliz lo haré.

—Independientemente de eso. ¿Te gustaría? ¿O prefieres que sea yo solo el que te folle?

—Yo solo..

—No. Contesta a la pregunta. Sinceramente.

—Prefiero que me folles solamente tú. Me gusta ser tu puta. Pero si tú quieres que me folle otro lo haré sin protestar.

—Lo sé —dije acariciándole la mejilla—. Pero prefiero follarte solamente yo. No pienso compartirte con nadie.

—Gracias, amo. Eres muy bueno —yo ya había desistido de corregirla y dejé que siguiese llamándome amo.

Cuando llegamos a casa le ordené que se pusiese enseguida el vestido de criada y unos tacones de aguja. Parecía feliz cuando salió del dormitorio con su nuevo atuendo y la verdad es que estaba espectacular.

—Ven aquí —la llamé.

Se acercó hasta el sofá donde yo estaba sentado y se quedó de pie a mi lado.

—Date la vuelta e inclínate hacia delante.

Lo hizo mostrándome su turgente culo. En cuanto separé un poco una de sus nalgas ella misma las separó mostrándome su ano. Abrí un paquete que ella no había visto y saqué un plug anal con una graciosa cola de conejo en el extremo. Escupí en la punta para lubricarlo un poco y lo metí en el agujero. Bea soltó un gritito de dolor en cuanto se sintió traspasada por el aparato.

—Ya está —dije—. Ponte en pie para que pueda ver el efecto.

La imitación de cola de conejo asomaba justo por debajo de su falda dándole un aspecto muy cómico no exento de morbo. Le permití que fuese a mirarse al espejo. Al cabo de un momento volvió sonriente.

—¿Te gusta?

—Mucho, amo. Me gusta mucho.

—Pues quiero que lo lleves siempre. Así tu culo estará siempre listo para mi. ¿De acuerdo?

—Sí, amo —contestó obediente.

—Muy bien. Pues ahora ponme una copa y mientras me la tomo quiero que me hagas una buena mamada.

Corrió al mueble bar para servirme una generosa copa de licor y me la trajo dejándola sobre la mesa a mi lado. Después se arrodilló ante mi y me abrió el pantalón dispuesta a complacerme. Yo agarré una de las fustas que había quedado sobre el sofá y con ella tiré de su falda hacia arriba dejando su trasero descubierto.

A continuación, mientras ella se afanaba en hacerme una gran felación, de vez en cuando descargaba un golpe en sus nalgas arrancándole gemidos de dolor mezclados con placer. La muy puta disfrutaba de verse humillada chupando mi polla mientras yo la golpeaba o pasaba la fusta por sus nalgas acariciando las marcas que iban apareciendo. No me molesté en avisarla cuando estaba a punto de correrme. Me vacié en su boca a placer.

—No desperdicies ni una gota, puta —la advertí mientras descargaba un nuevo golpe en su enrojecido culo. Ella miró hacia arriba buscando mi mirada de aprobación. Sus ojos brillaban de felicidad y parecía sonreír con mi miembro llenando su boca.

—Puedes correrte si quieres —le permití. Vi que llevaba una mano a su coño para masturbarse mientras acababa de limpiar mi rabo.

Aparté su cabeza de mi polla para que pudiese acabar a placer. Dejó caer su cabeza en mi regazo mientras comenzaba a sentir los envites de su orgasmo. Acaricié su cabeza mientras se estremecía de placer. Me gustaba sentirla así, disfrutando de un intenso orgasmo a mis pies. Volvió a meterse mi polla en la boca mientras las última oleadas de placer la recorrían de pies a cabeza. Finalmente acabó rendida a mis pies, jadeante por el esfuerzo y el orgasmo. Quiso sentarse pero dio un respingo de dolor cuando el plug le recordó que seguía allí enterrado. Cuando su respiración se calmó un poco me miró a la cara.

—Gracias, amo. Eres muy bueno conmigo —dijo sonriendo.

—Gracias a ti, mi putita. Lo has hecho muy bien —le agradecí con una caricia en el rostro. Ella dejó su mejilla apoyada en mi mano un instante. Me gustó ese contacto.

Un rato después sonó el timbre de la calle. Indiqué a Bea que fuese a ver quien era y volvió corriendo a avisarme.

—Es Amparo —anunció con cara de preocupación.

—Pues abre —le ordené mientras me guardaba el miembro y me sentaba de nuevo.

Una par de minutos después Amparo entraba sonriente en el salón seguida de Bea que traía la cabeza gacha.

—Veo que tienes servicio doméstico —dijo Amparo a modo de saludo.

—¿Te gusta? Lamentablemente no puedo recomendarte la agencia. Esta es única —respondí mirando a Bea que sonrió con timidez, todavía intimidada por la presencia de Amparo.

—Me encantaría tener una así. O mejor un mayordomo. Con buenos atributos y un modelo acorde al que usa tu “criada”.

—De esos tampoco conozco. Pero dime. ¿A que debo tu agradable visita? Bea. Ponle una copa a nuestra invitada —ordené.

Bea no se hizo de rogar y enseguida dejó junto a Amparo un vaso de güisqui retirándose después un par de pasos.

—Traigo una historia y buenas noticias. Para los dos —dijo mirando a Bea también.

Guardé silencio esperando a que se explicase. Ella tomó un sorbo de su vaso antes de continuar.

—Cuando salí de aquí me fui corriendo a casa. Tal y como esperaba Antonio estaba tirado en el sofá delante de la tele. Lo saludé como siempre y me puse junto al televisor dándole la espalda. Me desvestí despacio y creo que el muy cabrón comenzó a empalmarse, o lo que sea que hace con esa mierda que tiene colgando entre las piernas —dijo con desprecio—. Cuando estaba en ropa interior me bajé la braga. Podía sentir tu lefa encharcando la prenda. Me incliné un poco hacia delante para que tuviese una buena vista y dejé el culo aun abierto a la vista. Enseguida tu leche comenzó a salir del agujero. Joder. Me habías llenado mucho —admitió—. Y la leche corría por mis piernas como una catarata. Miré hacia atrás y el hijo puta tenía los ojos como platos. Estaba alucinando al ver mi ojete aun abierto chorreando leche.

Me llamó puta y todo lo que quiso. Yo lo dejé un rato hasta que me cansé de escucharlo. Entonces cogí el pendrive y lo metí en el televisor, agarré el mando y puse el reproductor. Teníais que ver su cara cuando vio la primera foto. Se quedó más blanco que un papel. La verdad que el espectáculo debía ser digno de verse. Su mujer mostrando el coño y el culo abierto soltando leche ante él mientras por la tele pasaban las imágenes de si mismo abusando de una empleada. Le obligué a verlas todas. Por cierto, en alguna sale ridículo. Cuando acabó la sesión de fotos le mandé hacer la maleta y le dije que hoy pasase por el despacho a pedir la cuenta. Me niego a indemnizar a ese cabrón —explicó.

—¿A pedir la cuenta? ¿No es el jefe? —pregunté sorprendido.

—Era el jefe. Pero el despacho es mio y solo mio. Él tenía la fama, pero era yo quien tenía el dinero. Así que él era mi empleado y ahora es un parado más. Encima lleva mucho tiempo sin ejercer. Ahora mismo cualquier recién salido de la facultad le ganaría un pleito sin depeinarse.

—Vaya. No te andas por las ramas —dije—. La verdad es que me hubiese gustado ver su cara.

—A mi también —soltó Bea con odio.

—Tranquila querida. Ya no podrá hacerte daño nunca más. Siento que hayas tenido que pasar por eso. Es como si te hubiese violado —su voz era pausada y el tono decía que era sincera.

Ya me caía bien, pero verla disculpándose con Bea he de reconocer que me conmovió. A fin de cuentas ella no había tenido culpa de nada. Se puso en pie y se acercó a Bea.

—¿Me permites que te abrace? —preguntó en voz baja.

Por toda respuesta fue Bea la que la abrazó llorando. En ese momento estaba soltando toda la tensión que el cerdo de Don Antonio le había provocado. Se había sentido violada, humillada (por mucho que eso le gustase, no había sido consensuado). Había perdido su trabajo y había estado a punto de perder a su marido. Ahora se sentía al fin liberada de todo eso y su vida era completamente feliz. Al cabo de un minuto deshicieron el abrazo.

—Así que ahora tengo un bufete de abogados sin nadie al mando —dijo Amparo encogiéndose de hombros.

—Seguro que enseguida encuentras a uno bien capacitado —le aseguré convencido.

—De hecho ya tengo el candidato perfecto —sonrió.

—Me alegro. ¿Ves cómo no tardarías en encontrarlo?

—Ya lo tenía incluso antes de despedir a Antonio. Tú —me señaló con el mentón.

—¿Qué? —exclamamos Bea y yo a la vez—. Déjate de bromas, anda —contesté.

—No es ninguna broma. Y no creas que es una decisión tomada a la ligera. Lo empecé a pensar en el hotel cuando me pusiste al tanto de las fechorías de Antonio. Pudiste haberme follado como un animal aunque después me hubieses dado las fotos. Lo habría entendido y no te habría culpado por hacerlo. Pero elegiste hacer las cosas bien. Eres honrado y leal. Sé que nunca me fallarás. No necesito más. Es más; ese es el perfil que quiero para dirigir mi empresa. Y por supuesto, si quieres, tu puesto está a tu disposición —añadió mirando a Bea.

—Te lo agradezco mucho —dijo Bea—. Pero si no te importa, prefiero quedarme en casa para cuidar de mi… amo —añadió mirándome—. Si tú me lo permites, amo.

—Por supuesto que sí. Lo que tú prefieras —contesté brindándole una sonrisa.

—Cuida esta mujercita, Nesto. Es un sol —dijo Amparo acariciando la mejilla de Bea.

—Lo haré. Menos cuando merezca ser castigada. ¿Verdad? —volví a sonreírle a Bea.

—Gracias, amo —contestó esta sonriente haciendo una reverencia.

—¿Entonces aceptas? —preguntó Amparo alargando su mano hacia mi.

—Acepto —dije estrechándola.

—Pues hala. Celebradlo como prefiráis. Yo me voy a buscar un mayordomo —rio dando una palmada cariñosa en el trasero a Bea mientras se marchaba.

Nosotros la coreamos riendo.

Me dejé caer en el sofá. No me lo podía creer. ¿Director de uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de la ciudad? No sabía si podía dar la talla. De repente me entró el vértigo. Era mucho lo que esperaba de mí y no sabía si sería capaz de cumplir sus espectativas. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos intentando asimilar lo que acababa de pasar. Rememoré cada instante. Y sí. Había sucedido.

De repente sentí los suaves dedos de Bea masajeando mis sienes. Me abandoné a su suave masaje dejando vagar la imaginación. Me veía detrás de un inmenso escritorio despachando con los mejores abogados de la ciudad. Un salario que apenas un minuto antes no podía ni soñar y una mujer maravillosa esperándome en casa para cumplir hasta el más pequeño y caprichoso de mis deseos. Si era un sueño me negaba a despertar. El suave masaje de Bea me relajaba mientras con voz dulce alababa mis virtudes hasta la exageración, pero no tenía fuerzas para desmentirla. En realidad me gustaba oírla, para que negarlo. Su voz era como un bálsamo para mi.

Pero al mismo tiempo despertaba de nuevo mi virilidad. Podía notar como mi miembro comenzaba a ganar tamaño y dureza. Quise echar un brazo hacia atrás para agarrarla pero me lo impidió con suavidad.

—Disfruta, amo. Solo relájate y déjate llevar —susurró en mi oído.

—Prefiero disfrutar de tu sexo. Y hacer que tú también disfrutes —la rebatí.

—¿Me permites ser mala un poco, amo? Después tendrás un motivo para castigarme —esas palabras susurradas dulcemente me encendieron más si cabe.

—De acuerdo. Pero no te escaparás del castigo. Lo sabes. ¿Verdad? —la advertí en el mismo tono.

—Lo estoy deseando, amo —ronroneó juguetona.

Dejó de masajearme la cabeza y se apartó de mí. Contoneándose como una gata entró en el dormitorio y salió enseguida. Con el mismo paso fue hasta uno de los sillones y se sentó en el borde ligeramente ladeada después de quitarse la cola de conejo con un gemido de placer en cuanto salió. El corpiño del vestido amenazaba con expulsar de su interior sus pechos. Sus piernas estaban juntas de lado impidiéndome ver su sexo pero la escueta falda me brindaba una fantástica visión de su nalga. Tenía los labios entreabiertos y me miraba a los ojos mientras comenzaba a acariciarse sobre la ropa estrujando sus pechos hacia arriba. Cuando llegaba arriba de todo agarraba los pezones y daba pequeños tirones que la debían excitar mucho por los gemidos ahogados que emitía.

Poco a poco, sin dejar de acariciarse el pecho se fue girando dejando una de las piernas en el sitio hasta apoyar la espalda en el respaldo del sillón y dejando las piernas abiertas de par en par motrándome su coño brillante ya de humedad. Un último tirón a sus pezones logró liberar sus pechos de la prisión de tela para mostrarse generosos a mi vista, con los pezones duros como dos guijarros de rio. Entonces llevó una de sus manos hasta su sexo para acariciarselo lentamente mientras la otra mano seguía dando pequeños tirones de sus pezones. Cada tirón iba acompañado de un suspiro de placer.

La mano en su sexó abrió los labios para comenzar a mostrar su interior. Desde donde estaba podía ver su clítoris hinchado, brillante, deseoso de unas caricias que enseguida se dedicó con un masaje circular sobre el mismo. Su sexo se veía cada vez más húmedo y deseoso de ser pentrado.

La mano que acariciaba su teta dejó la presa y bajó hasta esconderse tras su pierna. ¿Qué iba a hacer? Lo supe enseguida cuando volvió a asomar armada con uno de los dildos que habíamos comprado. Se lo llevó a la boca y lo chupó despacio como si fuese un falo enhiesto. No había dejado de mirarme ni un segundo, buscando mis reacciones ante el espectáculo que me estaba brindando. Siguió chupando el dildo, cada vez un poco más profundo, hasta que logró meterlo casi todo en su boca. Entonces lo dejó resbalar despacio hacia fuera para luego llevarlo a la entrada de su cueva.

Con un gemido de placer se lo metió despacio pero sin pausa hasta que todo el dildo desapareció en su interior. Sus gemidos eran cada vez más fuertes y comenzó a bombearse con el consolador como si su vida dependiese del orgasmo que estaba a punto de lograr. Yo estaba seguro que lo que más morbo le provocaba era hacerlo delante de mi, exponiendo ante mis ojos su sexo penetrado por aquel pedazo de plástico. No tardó en conseguir un orgasmo que convulsionó su cuerpo como si estuviese posesa. Estaba poseída por el deseo, el morbo y la lujuria. Su boca abierta no dejaba de emitir gemidos cada vez más altos mientras su mano no paraba de meter y sacar ese dildo. Su orgasmo se prolongó durante casi un minuto hasta que retiró el dildo, agotada, dejando escapar un nuevo gemido producto de la hipersensibilidad que en ese momentno sufría su coño.

Me levanté y me dirigí hacia ella. Pasé un dedo por su coño que ella mantenía abierto con sus manos como si esperase que pudiese enfriarse para calmar el ardor que sentía todavía. Ella soltó un murmullo de placer mientras yo dejé caer un ligero beso en sus labios abiertos. Después seguí hasta el dormitorio a buscar el dildo gigante. Me había picado la curiosidad.

Cuando volví, Bea seguía con las piernas abiertas de par en par. Sus dedos parecían intentar relajar su sexo y mantenía los ojos cerrados, disfrutando del momento. Le di otro beso y ella contestó sin abrir los ojos.

Me coloqué de rodillas delante de ella y separé su mano para lamer su sexo. Su olor era embriagador. Ella seguía con los ojos cerrados disfrutando de las caricias. Pasé mi mano por todo su coño para impregnarla de jugos. Después con esa mano lubriqué el monstruoso dildo antes de acercarlo a la entrada del coño de Bea.

Bea abrió los ojos al sentir el contacto del aparato. Al verlo a punto de entrar dentro de ella intentó cerrar las piernas, asustada. Un grito de terror salió de su garganta.

—Amo, no, por favor. Es imposible que eso me quepa dentro. Amo, por favor. Haré lo que quieras, pero eso me romperá —gemía asustada.

—Tranquila —le dije—. Relájate y verás como entra. Prometo no hacerte daño.

Ella seguía mirándome asustada. Como si temiese que me hubiese vuelto loco y pretendiese destrozar su sexo. Intentaba cerrar sus piernas pero yo se lo impedía mientras pasaba la punta del dildo a lo largo de su raja intentando tranquilizarla.

—Abre los labios —le ordené.

—Amo, por favor. Es imposible que entre —seguía gimiendo a pesar de obedecer. Sin darse cuenta tiraba del culo hacia atrás intentando escapar de la amenaza de aquel gigante.

Empujé un poco el dildo hasta que los labios menores se abrieron. Bea dejó escapar un grito, asustada. Yo dejé que se relajase un poco antes de seguir intentando meter el cacharro aquel. Empujé despacio arrancando gemidos de Bea que eran una mezcla de dolor, miedo y un algo de placer. Cuando llevaba cinco centímetros dentro la miré.

—¿Ves? Ya entra. ¿Quieres que pare? —pregunté dispuesto a parar si ella me lo pedía. Pero todavía no había dicho la palabra de seguridad— si quieres que pare ya sabes lo que has de decir.

Ella me miró con una sonrisa nerviosa pintada en el rostro. Su frente sudaba por el esfuerzo y sus manos se agarrotaban en los brazos del sillón. Su respiración era entrecortada. Su cuerpo estaba rigido por la tensión. Parecía sopesar si sería capaz de tragar todo ese enorme dildo por el coño.

—Un poco más —pidió—. Pero despacio, amo. Por favor.

Empujé otro poco y su vagina pareció relajarse y mostrar algo menos de resistencia al avance del gran dildo. Miré hacia arriba y Bea tenía los ojos abiertos como platos por la sorpresa de sentir todo aquello dentro y seguía jadeando por el esfuerzo. Ya tenia medio dildo dentro pero como ella no decía la palabra segui empujando. Bea aguantó como una campeona sin quejarse. Solo se oían sus jadeos mientras seguía aferrada a los brazos del sillón.

Llevaba ya tres cuartas partes dentro cuando me avisó.

—Para, amo. Por favor. Ha llegado al fondo.

—De acuerdo —dije retirándolo un poco.

Ese movimiento le arrancó un suspiro que no supe interpretar si era alivio o placer. Posiblemente las dos cosas. Lo saqué hasta casi la mitad y volví a empujar hacia dentro. Esta vez pareció soportarlo mejor. Su coño se estaba dilatando para aceptar ese castigo. Seguí bombeando despacio durante unos minutos. Sus jadeos fueron convirtiéndose en gemidos de placer y su cuerpo perdió rigidez. No tardó en llegar un segundo orgasmo.

—Me corro, amo. Me corro. ¡Dios, que gusto!Perdóname, amo. Me corro —gemía sin parar.

Disfruté viendo como lograba correrse de nuevo. Un gran orgasmo que hizo temblar su cuerpo durante un buen rato hasta que su respiración recobró un ritmo normal. Yo seguia aguantando el dildo en su interior.

—Voy a sacarlo —le dije—. ¿De acuerdo?

—Sí, amo. Gracias, amo —contestó. Yo estaba encantado de haberle proporcionado tanto placer como parecía haber disfrutado.

Cuando el dildo comenzó a salir de su coño volvieron los gemidos. Volvió a aferrarse al sillón mientras yo lo retiraba despacio.

—¿Te molesta?

—No, amo —contestó—. Es que tengo el coño muy sensible ahora mismo. El mímino roce me excita muchísimo.

—Tranquila que casi está —le dije.

—¿Ves? Ya está fuera —dije cuando todo el dildo estaba ya fuera. Su coño se veía abierto como una gruta. El clítoris estaba excitadísimo presidiendo la entrada. No me resistí y lo lamí un poco. Ella cerró instintivamente las piernas atrapándome en medio.

—Amo. Por favor. Déjame descansar unos minutos. Perdón —dijo al percatarse de que me había encerrado entre sus piernas—. Castigáme cuanto quieras, amo. Pero déjame que descanse mi pobre coño.

No pude evitar reír al verla tan compungida. Volví a mi sillón y me bajé el pantalón.

—Descansa el tiempo que necesites —le dije—. Pero después quiero que te sientes aquí.

—Me vas a dejar el coño en carne viva, amo —protestó—. Pero si es lo que deseas, lo haré —admitió bajando la cabeza.

—No. Tal como te ha quedado tardará un rato en recuperar su tamaño. Prefiero encularte. ¿Te parece bien? —pregunté.

—Sí, amo —contestó sonriendo—. Me encantará.

—Bien. Sin prisa —concedí mientras comenzaba a manosear mi polla. Ella no la perdía de vista y se mordía el labio inferior imaginándola ya dentro de su culo.

Enseguida se levantó. En cuanto estuvo en pie se detuvo con la boca abierta.

—¿Pasa algo? —pregunté preocupado.

—Perdón, amo. Pero ese pedazo de dildo me ha abierto tanto que aun lo tengo como una boca de metro —no pude evitar reírme.

Llegó a mi lado y se sentó en mi regazo dándome la espalda frotando mi polla con la raja de su coño.

—Amo, creo que es mejor que no usemos ese dildo con demasiada frecuencia o mi pobre coño quedará tan abierto que después no lograré disfrutar de tu polla —dijo divertida.

—No te preocupes. Será solo para ocasiones. Yo tampoco quiero dejar de gozar de tu coñito —la besé en la nuca arrancando un ronroneo.

—¿Quieres que me quite el vestido, amo?

—Creo que es lo mejor —dije agarrando sus pechos que ardían de deseo.

Se levantó un momento para deshacerse del vestido que ya no tapaba prácticamente nada y volvió a recular para sentarse de nuevo sobre mí. La hice detenerse mientras estaba todavía ligeramente inclinada hacia delante.

—Ábrete el culo —le ordené ansioso por entrar en el. Ella obedeció encantada.

Humedecí un dedo y lo introduje en su interior haciendo que soltase un gemido. La follé unos segundos con el dedo antes de meter el segundo. Nuevamente gimió de placer y continuó haciéndolo mientras sentía como entraban y salían los dos dedos de sus entrañas. El culo todavía estaba dilatado por el plug así que no fue difícil forzar la entrada sin provocarle demasiado dolor.

—¿Estás lista, pequeña zorra? —le pregunté sabiendo que le gustaba que la tratase así.

—Sí, amo. Rómpeme el culo, amo. Por favor —dijo con voz entrecortada por el deseo.

—Muy bien. Ven aquí que te voy abrir el culo igual que el coño —le dije agarrando sus caderas para tirar de ella.

Bea agarró mi miembro para guiarlo hacia el ojete y le dejé que fuese ella quien marcase la velocidad de la penetración. Sin dudar ni un instante se empaló hasta el fondo lentamente, disfrutando cada centímetro de polla. Su satisfacción la demostraban sus suspiros cada vez más intensos. Cuando estuvo totalmente ensartada se quedó quieta un momento apoyando su espalda en mi pecho. Yo aproveché para agarrar sus pechos. Busqué sus pezones y sentí que estaban duros, desafiantes. Los agarré y tiré un poco de ellos logrando que ronronease de placer por el pequeño castigo.

—¿Te gusta, putita?

—Me encanta, amo. Quiero complacerte siempre, amo — respondió con voz ronca.

—Así me gusta, puta. Que complazcas a tu amo como la buena putita que eres —le agradecí mientras daba un nuevo tirón de sus pezones para complacerla.

Comenzó a cabalgarme despacio mientras su culo se amoldaba a mi miembro. Todavía sentía algo de dolor por la penetración pero lo disfrutaba. Poco a poco fue aumentando la intensidad de la cabalgada hasta que empezó a sacarselo casi del todo para luego dejarse caer de golpe. Cuando la polla llegaba a lo más hondo de sus entrañas le arrancaba gemidos de placer que me excitaban cada vez más. Yo retorcía sus pezones castigándolos sin piedad mientras sus jadeos de placer aumentaban en intensidad hasta convertirse en aullidos. Cuando la avisé de que estaba por acabar intensificó todavía más el ritmo hasta conseguir que me vaciase completamente.

Al sentir mi leche corriendo por su interior ella logró también un nuevo orgasmo que esta vez le pintó una sonrisa en la cara al sentir que había complacido a su amo. Cuando su orgasmo terminó se dejó caer hacia atrás para apoyarse en mi pecho mientras yo acariciaba su pecho y su vientre dulcemente. Podía sentir su respiración agitada en mi pecho mientras su pelo me acariciaba el pecho. Mi polla seguía totalmente clavada en su culo mientras ella lo movía en lentos círculos disfrutando de los últimos estertores del intruso.

—¿Te he complacido, mi amo? —preguntó sin dejar de sonreír.

—Mucho, mi amor. Muchísmo. Eres la mejor —susurré en su oído.

—¿Ya no soy tu putita, amo? —preguntó haciendo un mohín de falso disgusto—. Yo quiero ser tu esclava toda la vida.

—Claro que sí. Serás lo que quieras ser para mí. Y si no te pegaré. ¿De acuerdo?

—Mmmmm… Lo estoy deseando, amo —pidió mientras giraba la cabeza para besarme.

...y colorín, colorado... a follar se han dedicado ;)