Cambio de vida 3
Este sí es el tercer capítulo de esta historia. Perdón por las molestias
No tengo muy claro que demonios hice para saltarme un capítulo. He tenido que reescribirlo entero, así que aquí os dejo la tercera parte. Ahora podréis conocer a Amparo.
Espero que os guste.
Al día siguiente, después de trabajar comí algo en una cafetería antes de mi cita con la mujer del hijo de puta. La mujer me había enviado un mensaje con el número de habitación. Llegué a la hora acordada y llamé a la puerta. Enseguida abrió. Me sorprendió su aspecto. Era bastante más joven que su marido, aunque tenía al menos diez años más que yo. Abrió la puerta y me miró como evaluándome. Sin molestarse ni en saludar volvió al interior. Se acercó al mueble bar y sirvió dos copas. Yo entré y cerré la puerta a mi espalda.
La habitación era una suite enorme, todo maderas nobles y alfombras donde se habría perdido un explorador. En un lado había una cama enorme y al contrario habían hecho una pequeña sala de estar con un tresillo y una mesa al lado de un mueble bar muy bien surtido de las mejores bebidas.
Me quedé en medio de la habitación. Había planeado mi discurso pero la contemplación de esa mujer me había trastocado los planes. Me esperaba una mujer mucho mayor y me encontraba ante una mujer muy elegante vestida con un traje de falda con americana y una vaporosa blusa. Era casi tan alta como yo y tenía una hermosa melena casi rubia. El óvalo de su rostro era simplemente perfecto. Tenía un pecho no muy grande pero se levantaba orgulloso sin ayuda de sujetador tal y como mostraban sus pezones. Posiblemente fuese operado para salvar simplemente la fuerza de la gravedad. Sus caderas no eran demasiado anchas pero tenía un culo de escándalo al que seguían unas piernas perfectas.
Ella me sorprendió observándola. Sonrió y me acercó una copa.
—¿Le gusta lo que ve?
—Perdone. No es eso lo que miraba.
—Vaya—se quejó bromeando—. ¿Es qué soy poca cosa para usted?
—No me malinterprete —atajé—. Es usted muy bella. Pero me sorprendió su juventud. Su marido es bastante mayor que usted, creo.
El comentario le arrancó una sonrisa encantadora. Seguramente yo le parecía un hijo de puta, pero aun así le parecía una situación divertida. Se sentó en uno de los sillones. Tal vez para evitar que me sentase ya a su lado.
—Entonces mejor para ti. Perdona que te tutee, pero soy mayor que tú y creo que tengo derecho. Si tengo que chupártela te trataré como me dé la gana.
—Sin problemas —acepté sentándome en el otro sillón frente a ella. Una mesa nos separaba—. Si lo prefiere, mi nombre es Nesto. Un diminutivo de Ernesto.
—Tu nombre no me importa. Pero si quieres saberlo yo soy Amparo.
—Mucho gusto, Amparo —dije con una ligera inclinación de cabeza.
—Siento no poder decir lo mismo —contestó antes de tomar un nuevo trago e ignorarme.
Yo me quedé en silencio pensando en cómo afrontar la conversación. Cuando contaba con encontrar una mujer mucho mayor hecha un mar de lágrimas por la extorsión con que contaba tener que pagar la cosa parecía más sencilla. En cambio esta mujer parecía decidida y no parecía importarle lo que sucediese aunque claramente no era por sentirse atraída por mí. Fue ella quien rompió el silencio.
—Bueno. ¿Y cómo quiere hacerlo? —preguntó.
—¿Perdón? —me había pillado abstraído todavía.
—Pregunto que cómo quieres follarme. ¿Quieres que me tumbe en la cama abierta de piernas o prefieres que lo haga apoyada en el sofá para follarme por detrás?
—No será necesario nada de eso —aseguré recobrando mi aplomo.
—¿Acaso esperas que me arrodille ante ti y te la chupe? Puedes esperar sentado.
—Tengo una curiosidad. ¿Qué motivo le ha dado su marido para verse hoy aquí en esta situación? —pregunté dejándola descolocada.
—¿Y eso que importa?
—Puede que nada o puede que mucho. ¿Puede contestarme?
—Sé que lo extorsionas por un caso en el cual digamos que “modificó” algunas pruebas para ganar. Espero que con lo de ahora esa presunta deuda quede saldada.
—Me temo que su marido no ha sido del todo sincero. No pretendo cobrar nada. Eso solo se lo dije a su marido para ver que tragaderas tenía. En realidad vengo a darle algo.
Amparo se quedó muda mirándome con los ojos achicados. ¿Quién era el tipo que tenía delante y qué pretendía? Había despertado su curiosidad.
—Me temo que no entiendo lo qué sucede —admitió.
—Es sencillo —dije pasándole el móvil con la galería de imágenes abierta. Después dejé un pendrive sobre la mesa.
Su rostro fue cambiando de color a medida que veía las fotos. Fue evidente que reconoció a su marido follándose a Bea pero todavía no acababa de entender que pretendía yo. ¿Dinero por las fotos?
—Ya veo que mi marido se divierte mucho. Eso no me sorprende —dijo dejando de nuevo el móvil en la mesa. Había visto el pendrive pero fingió ignorarlo.
—Y a mí no me importaría si esa no fuese mi mujer. Y el hijo de puta de su marido la forzó y la chantajeó para poder tirársela cuando le apetezca —esperé un alegato defendiendo al cabrón pero este no llegó.
—¿Y según entiendo usted exigió follarme a mi en compensación?
—Eso le dije, sí. En realidad solo quería verla para entregarle esas fotos —señalé el pendrive— para que sepa con que hijo de puta está casada. Solamente eso.
Me levanté dispuesto a marcharme. Ella se había quedado con la boca abierta y me pareció el mejor momento para abandonar la habitación. Cuando llegué a la puerta y estaba a punto de abrir su voz me detuvo.
—Espere un momento. Por favor —añadió en un tono de voz que había perdido toda su altivez—. ¿Podemos hablar un momento?
—Claro —dije tras pensarlo unos segundos. Su voz me decía que algo había cambiado dentro de ella. Ya no era la mujer altiva a la que no le importaba comportarse como una puta por salvar a su marido. Ahora parecía haber un ser humano dentro de ella.
—Siéntese por favor. Necesito que me aclare un par de cosas.
—Usted dirá —contesté tomando asiento de nuevo.
—Quisiera saberlo todo de este asunto —dijo señalando el pendrive que no había tocado. Su voz era suave. Casi suplicante.
Durante la siguiente media hora fui narrándole todo lo sucedido punto por punto. No le ahorré detalle por escabroso que fuese. Tampoco pretendí quedar como un santo, así que le conté las medidas que había tomado con Bea. Ella no pareció juzgarme y solo me interrumpió en un par de ocasiones para pedirme más detalles en algún momento. Cuando acabé ella se levantó en silencio y puso dos nuevas copas. Cuando me alargó una de ellas se dirigió a mi en voz baja. Casi con vergüenza.
—¿Y a pesar de todo usted no tenía pensado cumplir la amenaza que le hizo a mi marido? ¿Tal vez porque esperaba encontrar a una vieja?
—No. Es que yo no soy como su marido. Solo pretendía informarla porque creo que tenía derecho a saberlo. Y usted es una mujer muy hermosa. Por eso entiendo menos a su marido —añadí arrancándole una tímida sonrisa de agradecimiento por el cumplido.
—No sabe como lamento todo lo sucedido.
—Usted no tiene la culpa —le contesté con sinceridad—. Tanto usted como yo somos víctimas de las circunstancias.
—Y su esposa también, por lo que me cuenta.
—Sí. Pero tal vez ella debió ser más firme y nada de esto hubiese sucedido. En fin, no la entretengo más —me despedí dispuesto a irme.
—¿Puedo pedirle un favor? —preguntó con humildad en la voz.
—Si está en mi mano…
—Me gustaría conocer a su esposa —pidió mirándome a lo ojos.
—¿Y eso? ¿Para qué? —estaba sorprendido por la petición.
—Necesito verla. Conocerla. Si a usted no le importa, claro.
—De acuerdo —acepté—. Si así lo desea, no tengo inconveniente.
Ella había llegado en un taxi, así que la llevé en mi coche. Después ella tomaría un taxi de vuelta a su casa. No tardamos en llegar. Abrí el portal y la invité a pasar. Subimos en el ascensor en silencio. Pude sentir su aroma. Era sencillamente embriagador. No entendía como teniendo aquella pedazo hembra en casa, el gilipollas de Don Antonio se fijaba en otras. Aquella era una mujer que colmaría los deseos de cualquier hombre. Llegamos al piso y salí primero del ascensor para abrir la puerta.
Bea estaba arrodillada, tal y como esperaba, en medio del salón. Al descubrir a Amparo no pudo reprimir un grito de pavor mientras intentaba cubrir su desnudez.
—No te molestes —le ordené seco—. Quiero presentarse a Doña Amparo. La esposa de Don Antonio.
Bea se llevó las manos a la boca asustada. Dos lágrimas asomaron a sus ojos muerta de vergüenza al verse ante la mujer de su jefe. Ante la mujer a la que había corneado aunque hubiese sido en contra de su voluntad. Amparo se acercó y la miró con interés.
—Ponte en pie —ordenó. Bea no se movió.
—La señora te ha ordenado algo —amenacé con voz cortante.
Al oír mi voz Bea obedeció levantándose al instante. Se quedó en pie muy quieta, la cabeza hundida y las manos tapando su sexo por vergüenza.
—Las manos en los costados —ordené.
—No es necesario —cortó Amparo con voz suave mientras daba vueltas alrededor de Bea examinándola con interés—. Tienes una hermosa mujer, Nesto.
—Gracias —dije—. Lástima todo lo sucedido.
—Sí —coincidió ella—. Es una lástima. Pero tal vez salga algo bueno de todo esto.
—Dime una cosa, bonita —preguntó mirando a Bea mientras le levantaba la barbilla con un dedo—. ¿Alguna vez mi marido te folló el culo?
—No señora —admitió Bea—. Lo intentó un par de veces pero…
—...Pero el gusanito que tiene entre las piernas no vale para eso. Ni para nada —concluyó Amparo la frase.
—No señora —admitió Bea en voz baja.
—Pues creo que ya sé lo que haremos. Nesto —dijo alegre dirigiéndose a mi—. Quiero que me folles el culo. Quiero que me lo dejes lleno de leche.
—¿Perdón? —pregunté con los ojos como platos. Era la última cosa que esperaba oír.
—Lo que has oído. No creo que aquí tu putita tenga derecho a recriminarnos nada. Nos cobraremos lo que ellos han hecho y quiero enseñarle a Antonio lo que un hombre de verdad puede hacer. A él le encantaría poder follarse un culo, pero con la mierda de colgajo que tiene apenas es capaz de hacerlo por el coño —explicó.
—Pero yo… —no me salían las palabras por la sorpresa.
—¿A tí te parece bien, putita? —preguntó Amparo a Bea.
—Sí, señora. Si mi amo lo desea puede hacer lo que quiera.
—No es eso lo que te ha preguntado —dije con voz neutra—. Te ha preguntado si te parece bien. Y mírame a los ojos para responder.
Bea levantó la mirada. Una tímida sonrisa teñida de tristeza asomaba a su cara. Me miró fijamente a los ojos antes de contestar.
—Sí, amo. Me parece bien que le folles el culo a la señora —admitió dejándome sin palabras. Su voz decía que era sincera.
—Genial —dijo Amparo como si hubiésemos decidido jugar al monopoly—. Pues venga, zorrita, chúpale la polla a tu amo para ponerla a punto.
Bea se arrodilló ante mí y me sacó el pantalón junto con el bóxer. Sin dudarlo se metió mi polla en la boca acariciándola con la lengua mientras lo hacía. Nunca había puesto tanto esmero y cariño al hacerlo. Mientras tanto Amparo se había desnudado dejando tan solo un ligero con las medias. Estaba espectacular. Se apoyó en el respaldo del sofá metiéndose un par de dedos en el coño mientras disfrutaba de las vistas.
—Tu amo ya tiene la polla lista. Ahora ven aquí y prepárame el culo, putita —le ordenó a Bea mientras se giraba para apoyar las tetas en el respaldo y abría el culo con las manos.
Esta no se hizo repetir la orden y metió su cabeza en medio de las nalgas de Amparo dedicándole sus atenciones con la lengua. Mientras tanto Amparo se encargaba de su coño con ganas. Bea se aplicaba introduciendo su lengua en el ojete de Amparo para abrirlo y lubricarlo para que estuviese listo para recibirme. Yo mientras me acariciaba la polla recreándome en el morboso espectáculo.
—Creo que ya está, bonita —dijo Amparo sin sacar los dedos de su coño—. Nesto. Te toca. Méteme esa tranca y lléname el culo de leche.
Yo tampoco me hice de rogar. Me acerqué a ella y puse la cabeza de la polla en la entrada de ese delicioso agujero. La tomé por las caderas y empujé poco a poco hasta que entró . Amparo soltó un grito de dolor al sentirse empalada pero pronto dio paso a un gemido de genuino placer. Entonces comencé a empujar despacio hasta que entré hasta la mitad. La retiré de nuevo dejando solo la cabeza dentro y volví a empujar metiéndola un poco más.
A cada estocada los gemidos de Amparo ganaban intensidad. Vi que Bea se masturbaba a nuestro lado mientras miraba embelesada como le llenaba el culo a Amparo. Esta también la vio y alargó la mano para cogerla por el pelo.
—Ven aquí, puta. Y cómeme el coño mientras tu marido me folla el culo como le gustaría hacerlo al cornudo de mi marido —le ordenó.
Bea se dejó conducir y al momento estaba comiéndole el coño a Amparo. Mientras recibía mi polla por el culo Bea le comía el coño. Amparo lo disfrutaba como creo que nunca la habían hecho disfrutar. Sus jadeos y sus gemidos ganaban intensidad. Al mismo tiempo Bea se maltrataba el coño dándose pequeños tirones en el clítoris. Sus jadeos se acompasaban con los de Amparo. Yo seguía bombeando con todas mis ganas en aquel maravilloso culo.
De repente Amparo arqueó su cuerpo al sentir los espasmos de un violento orgasmo.
—Fóllame duro —pedía entre jadeos—. Dame más. Rómpeme el culo. Que ricooooo.
Yo no podía más y la advertí de que me iba a vaciar por completo en su culo.
—Sí. Dámelo todo, cabrón. Llena mi culo, por favor.
Con un último estertor me vacié completamente empujando mi polla hasta lo más profundo de su culo. Me quedé allí unos segundos hasta que la última gota salió de mis huevos. Después lentamente me retiré arrancando nuevos gemidos de Amparo. Bea estaba a un lado metiéndose los dedos frenéticamente mientras también llegaba a un escandaloso orgasmo. Después se quedó tirada hecha un ovillo sobre la alfombra.
Amparo se puso las bragas inmediatamente y se vistió deprisa anunciando que se iba.
La acompañé hasta la puerta y abrí. En la puerta me dio un pico antes de decirme:
—Pronto tendréis noticias mías. Muy buenas noticias —añadió guiñándome un ojo como una niña traviesa.
Volví al salón y Bea seguía tirada en el suelo. Yo me dejé caer en un sillón pensando en las últimas palabras de Amparo. ¿Qué habría querido decir? No le di más vueltas. Habíamos quedado como amigos. Incluso como aliados contra el hijo de puta de su marido. Imaginaba que con esas fotos en su poder se podría permitir el lujo de desplumarlo si decidía divorciarse.
Bea se incorporó quedando de nuevo de rodillas. La miré y ella bajó la mirada. No sabía que hacer. Vi a mi lado mi ropa tirada en el sillón y se me ocurrió una idea.
—Ven aquí y límpiame la polla.
Bea no se hizo repetir la orden y enseguida estuvo arrodillada ante mi buscando mi polla con sus labios ansiosos. Mientras chupaba despertando de nuevo mi virilidad, yo saqué el cinturón del pantalón. Sus nalgas quedaban a mi vista incitándome. Levanté la correa y descargué un golpe con poca fuerza. Bea gimió de dolor ante el castigo, pero no se sacó el pene de la boca para protestar. Un nuevo golpe y esta vez cerró los ojos como si lo hubiese disfrutado mientras soltaba otro gemido de placer y protesta. Pasé el cinturón por sus nalgas anticipándole el nuevo golpe. Su culo de movió como si se acariciase contra la piel de la correa.
Un nuevo golpe, esta vez un poco más fuerte. El chasquido sonó seco arrancando un nuevo grito de su garganta. Me miró con ojos llorosos, suplicantes.
—¿Te gusta, puta? —pregunté.
—Sí, amo —contestó sin dudar reanudando su tarea.
—Pues te castigaré hasta que consigas que me corra de nuevo —la advertí. Ella comenzó entonces a chupar más despacio. Como si buscase que la golpease más y más.
—Chupa con ganas, zorra —le dije mientras descargaba un nuevo golpe. El culo comenzaba a mostrar las marcas enrojecidas de los golpes.
Le agarré un pezón y tiré con fuerza de el. Ella agradeció el castigo cerrando los ojos y gimiendo. Le retorcí el otro hasta que un grito de dolor salió de su boca.
—¿Te vas a correr, puta?
—Sí, amo. Si me lo permites —dijo con dificultad intentando no sacarse mi polla de la boca.
—Solo cuando consigas que yo lo haga —nuevo golpe de correa.
Entonces ella incrementó el ritmo. Eso me dijo que estaba a punto de llegar al orgasmo y quería que yo me corriese ya para poder disfrutar del suyo. Empleó toda su maestría en complacerme y en poco más de un minuto consiguió que me corriese. No la avisé y dejé que la poca leche que quedaba en mis pelotas llenase su boca. Consiguió tragárselo todo con dificultad. Siguió chupando hasta que la última gota salió de mi polla. Entonces me miró suplicante como pidiendo permiso para correrse.
—Puedes correrte, perra —concedí agarrando de nuevo sus pezones y tirando con fuerza de ellos hacia arriba.
Yo no me había fijado, pero una de sus manos no había abandonado su coño y se metía un par de dedos con ansia. No tardó en lograr un explosivo orgasmo que la dejó rendida y jadeante a mis pies. Disfruté de la contemplación de su cuerpo desnudo durante un rato y después me fui a la ducha.
Dejé correr el agua por mi cuerpo mientras revivía lo sucedido. No había sido para nada lo que yo esperaba. Tan solo pretendía entregarle las fotos a Amparo. Ni en sueños habría esperado que ella misma me pidiese que le rompiese el culo.
Después le ordené a Bea que hiciese la cena y tras la cena me senté a disfrutar de una copa mientras ella permanecía echada a mis pies como si se tratase de una perra. De vez en cuando le acariciaba la cabeza y le permitía que ella acercase su cara a mis piernas.
—Una perra agradecida demuestra su cariño a su amo lamiendo su mano —le dije. Ella respondió lamiendo mi mano cada vez que la acercaba a su boca tras acariciarle la cabeza.
Cuando acabé la copa decidí que era buena hora para descansar, así que le ordené recoger todo mientras me iba a dormir.