Cambio de vida 2
Continuación del profundo cambio de vida que me produjo Encarnación
SEGUNDA PARTE – Conociendo a Encarnación
Un pensamiento pasó por mi cabeza a la velocidad de la luz, y mis labios ya estaban pronunciando las palabras.
- Encarna, espera un momento.
- Sí señor, - contestó volviendo a entrar en la estancia, pudiendo contemplarla por primera vez desde que volvimos a casa, y apreciar lo bella y sensual que estaba con uno de los vestidos que había elegido para sus labores domésticas. No era nada del otro mundo, sencillamente una prenda de un material muy elástico que se ceñía a su figura como una segunda piel y que le cubría desde los pechos hasta poco más abajo de las nalgas, estilizando su figura y haciéndole unas piernas muy largas, rematando su vestimenta con unos zapatos con un tacón no muy alto, ya que nunca antes había utilizado este tipo de calzado y le recomendé que no fueran muy exagerados cuando fuimos a comprarlos.
- Ven, quiero verte más de cerca. – Le indiqué, sintiendo un cosquilleo de excitación en mi vientre, que se fue traduciendo poco a poco en una erección ante la visión de la sensual belleza femenina que tenía ante mis ojos.
- Sí señor. – dijo, aproximándose hasta donde yo me encontraba.
- ¿Te encuentras cómoda en esta casa?
- Sí señor. Además, estoy en deuda con el señor por todo lo que está haciendo por mí. El señor me puede pedir todo cuanto quiera y lo haré de inmediato. Es la única forma posible de poder pagar toda su amabilidad y el cariño que está mostrando hacia mi persona.
- ¿Todo cuanto me apetezca? - remarqué con incredulidad y cierta socarronería.
- Sí señor, cualquier cosa que le plazca pedirme. – Contestó con aplomo y aflorando en su rostro un fuerte rubor, tan habitual en ella.
- ¿Quieres decir con eso que si te ordenase que fueras totalmente desnuda por la casa, lo harías sin rechistar?
- Sí señor, lo haría con mucho gusto, si ese fuese el deseo del señor.
- ¿Qué te ha hecho decidir no ponerte ropa interior esta mañana?
- Lo siento señor, si no ha sido de su agrado, no volverá a suceder.
- No, Encarna, todo lo contrario, me ha gustado mucho esa decisión tuya de no ponerte ropa interior... te diré que me ha excitado, sobre todo en la zapatería.
- ¡Gracias señor, me complace mucho saber que le haya gustado que fuera así por la calle!
- ¿Ahora llevas algo bajo el vestido?
- No señor. Puede comprobarlo si lo desea. – Sus contestaciones continuaban siendo contundentes, se mostraba mucho más segura de sí misma que yo.
- No es necesario, te creo. Además me lo estás demostrando. Tus pezones están muy marcados en el vestido. Prepara la cena en el velador de la piscina y ponte el traje de baño. Nos daremos un baño para refrescarnos y abrir el apetito antes de cenar. Luego cenaremos juntos y charlaremos un rato. Puedes retirarte
- Si señor, sus deseos son órdenes para mí. – me volvió a sorprender con su rotunda respuesta.
Salió con total sigilo de la habitación cerrando tras de sí la puerta. Terminé de leer la página que tenía abierta en el navegador y me puse a analizar durante unos minutos la conversación que había tenido con Olga esa misma tarde, y la que había tenido con Encarna unos instantes antes. La conclusión a la que llegué: debería mostrarme con más seguridad en mí mismo delante de Encarna a partir de ese momento.
Me puse un pantalón de baño y bajé a la piscina, y allí se encontraba Encarna, de espaldas a mi y levemente inclinada hacia delante ultimando los detalles en la mesa. Dios mío, que visión me estaba ofreciendo mas divina. Desde mi posición, se veía desnuda, tan solo cubierta por dos finas tiras que aparecían en sus hombros y que se unían justo donde finaliza la columna vertebral, desapareciendo entre los soberbios cachetes de su perfecto culo. No pude reprimir quedar unos instantes observando y disfrutando de la armonía de su cuerpo casi desnudo, sus sensuales y suaves movimientos, el brillo de toda su piel y las espectaculares y torneadas piernas. Creo que intuyó que la estaba observando y tuvo una reacción que me turbó: Flexionó hacia delante un poco más su cintura y separó las piernas ligeramente, dejando ante mis ojos una perfecta visión del canalillo de su culo con forma de corazón, y de sus labios vaginales a duras penas cubiertos por un diminuto trocito de tela blanca del bañador.
- ¿Está lista la cena?
- Si mi señor, está todo listo. – Contestó servil al tiempo que se giraba hacia mí, y colocaba sus manos a la espalda, manteniendo la mirada clavada en el suelo.
- Perfecto, todo tiene muy buena pinta, pero antes, ¿nos damos un baño para refrescarnos?
- Como ordene, mi señor.
- Pues al agua. - me lancé de cabeza a la piscina y comencé a nadar sintiendo en todo mi cuerpo la agradable sensación de frescor que produce el agua en un caluroso día veraniego.
Alcancé el otro extremo de la piscina y sujetándome en el borde con una mano, volví la vista en busca de la lozana belleza de Encarnación. En ese preciso instante pude ver la parábola que describía en el aire su precioso cuerpo, abriéndose paso a través de la superficie de agua, hasta desaparecer por completo bajo el líquido elemento, y contemplando las evoluciones de su distorsionada imagen a través del agua, hasta quedar a escasos centímetros de donde yo estaba observando.
Su rostro asomó de las aguas y, poniéndose en pié frente a mí, adoptó de nuevo la posición de una sumisa: piernas separadas en compás, manos a la espalda y la mirada baja. Estaba realmente preciosa, con su rostro perlado por finas gotas de agua. El bañador, se le había desplazado dejando ante mis ojos sus pechos, totalmente descubiertos, mecidos levemente por el agua de la piscina que la cubría apenas por encima de sus empitonados y apetecibles pezones.
- Quítate el bañador, no te sirve de nada que lo lleves así. – Le ordené.
- Sí, mi señor. – Contestó con alegría, despojándose de la prenda con ágiles movimientos y dejando que flotara libremente sobre el agua.
- Eres una preciosidad de criatura. - Le dije con admiración.
- Muchas gracias por sus palabras mi señor - Contestó con su rostro totalmente encendido.
Tras unos instantes deleitándome contemplando la ninfa que tenía como empleada, la tomé por la cintura y la senté en la tarima de madera de teca que rodeaba la piscina. Me llenó de placer poder observar que de una forma casi instintiva se recolocó, apoyando los talones al final de la tarima flexionando y abriendo al máximo sus piernas y acercando su culito todo lo posible a la orilla, dejando caer su cuerpo hacia atrás apoyada en sus manos, quedando expuestos sus dos lujuriosos agujeros ante mis ojos, e hizo que se despertaran en mí el más primitivo de los instintos sexuales.
Recreé mi vista durante unos instantes. Sus labios vaginales estaban abiertos y brillantes, de un color rosa intenso y coronados por un erecto clítoris que asomaba desafiante fuera de su capuchón, y la cerrada estrellita de su ano, invitaban a cualquier mortal a entregarse al placer carnal más depravado. Obviamente, consiguió en mí una erección brutal, casi dolorosa.
- ¿Cuántas veces te han hecho un cunnilingus?
- Ninguna mi Señor.
- ¿Has tenido relaciones sexuales alguna vez?
- Nunca mi Señor. –Conocía sus repuestas por las confidencias de Olga.
- ¿Quién te ha enseñado a ser “sumisa”?
- Señor, he aprendido por mi cuenta mirando por Internet, a escondidas y poniendo mucho cuidado de borrar todo rastro de mis búsquedas en el navegador. Las propias Hermanas, me han ayudado de forma inconsciente, con sus reglas y rectitud, en la obediencia y acatar cualquier orden sin rechistar.
- Entonces conoces la teoría del sexo, pero no lo has practicado nunca ¿es así?
- Si señor, así es.
- No me digas que tampoco te has masturbado.
- Si señor. Me he masturbo a menudo desde hace unos años.
- ¿Te gusta masturbarte?, ¿sientes placer?
- Si señor, me gusta masturbarme y siento mucho placer, pero no lo haré más si así lo desea, mi señor.
Su contestación me arrancó una sonrisa y un alo de inquietud veló su rostro ante mi reacción. Armándose de valor, y levantando su mirada en busca de la mía, se atrevió a preguntar:
- Señor, ¿me permite ser su esclava?
Tras meditar durantes unos instantes mi contestación, mirándonos fijamente a los ojos los dos, le manifesté mi opinión:
- No lo tengo aún muy claro esto de los roles de amo y esclava. Me da la sensación, que aunque obedezcas y acates todas y cada una de mis exigencias, realmente el esclavo seré yo, y tú serás quien lleve las riendas de la “relación”.
- Señor, le ruego sepa disculpar mi ignorancia, pero no entiendo sus palabras.
- No tiene importancia Encarna, solo pensaba en voz alta.
- Señor, ¿me da permiso para preguntarle una cosa?
- Sí adelante, pregunta lo que quieras.
- Señor, ¿la causa del bulto que se ve en su bañador, soy yo?
- Sí, no te quepa la menor duda.
- Señor, ¿puedo hacer algo para solucionarle ese problema?
- No, de momento no. Seré yo quien empiece a solucionar las carencias prácticas que tienes en lo relacionado con el sexo.
Dicho esto, aproximé mis labios a su vulva e inicié una serie de lametones a lo largo y ancho de su deliciosa gruta de amor, que agradecida, comenzó a destilar sus íntimas ambrosías que inundaron dulce y placenteramente mi sentido del gusto. No cesé ni un instante en mi empeño hasta lograr arrancarle el primer orgasmo de su vida proporcionado por otra persona. Cuando sus espasmos y contracciones vaginales cesaron tras el intenso placer recibido, unas brillantes lágrimas se deslizaban por sus mejillas depositándose sobre sus pechos.
- Mil gracias señor, me ha hecho la persona más feliz del mundo. - Una sonrisa en mis labios fue toda mi contestación.
- Tengo apetito. Vamos a cenar.
- Sí, mi señor.
Cenamos en silencio, ella totalmente desnuda y yo con el bañador puesto aún. Cocinaba de maravilla y siempre estaba atenta a que no me faltase de nada: vino en mi copa, pan al alcance de mi mano... cualquier cosa que intentase alcanzar por mis propios medios, ella se anticipaba y me lo aproximaba. Casi me hacía sentir un inútil en la mesa.
- Encarna, siéntate a mi lado y cena aquello que te apetezca.
- Mi señor, no me corresponde estar a su lado, soy...
- Deseo que te sientes y cenes aquí, a mi lado.
- Si, mi Amo.
Acatando finalmente mi orden, tomó asiento y comenzó a comer los alimentos, pudiendo observar, que siempre accedía a aquella comida de la que yo había degustado con anterioridad.
Finalizada la cena, le pedí que me sirviese un brandy en copa de balón y un café. Encendí un Partagas short, deleitándome con su sabor y aroma. Para mí, es el tamaño de puro ideal, que me permite saborearlo sin necesidad de abandonarlo a medias por encontrarme totalmente saturado. Cada uno tiene sus pequeños placeres, y éste es uno de los míos.
En tanto, Encarna había recogido la mesa con prestancia. Sus movimientos suaves, y total silencio en la realización de sus tareas domésticas, daban la sensación que era un fantasma quien los realizaba y no una persona.
Ensimismado en mis pensamientos, no me percaté que se encontraba a mi izquierda, ligeramente retrasada respecto a mi ángulo de visión, en su ya habitual posición de sumisa. Cuando descubrí su presencia, me dirigí a ella
- Ven, siéntate aquí, que pueda verte. – Le dije señalándole una banqueta auxiliar para apoyar los pies con comodidad, obedeciendo mi indicación al instante. -Desconozco qué sabes de los temas de sumisión. Yo apenas empiezo a ver y comprender un poco su funcionamiento. Hay cosas que no me gustan y por tanto no las haría nunca. Hay otras, que bien llevadas a cabo, pueden agradarme... más o menos. Ahora explícame que buscas en la relación “amo/sumisa” en la que me quieres involucrar.
- Mi señor, ¿puedo hablar con libertad?
- Sí por supuesto, aún no he dicho que vayas a ser mi esclava, ¿no?
- Mi señor, verá... deseo fervientemente ser una sumisa, pertenecer a alguien, ser propiedad de un Amo. Por casualidad contacté en un foro de ésta temática con una mujer que se definió como sumisa, y entablamos una cierta amistad, intercambiando nuestros MSN. Me di cuenta que era una mujer culta, inteligente, con una fuerte personalidad y que su infancia también había sido difícil, como la mía. Sus palabras se fueron grabando en mi cerebro y creó en mí la necesidad de someterme a un amo. El convento me ha servido para experimentar en primera persona la sumisión suave, pero siendo consciente de que no pertenecía a nadie, ocasionando un enorme vacío en mi interior. Deseo fervientemente ser propiedad de un Amo al que adorar y experimentar mi propio placer haciendo realidad su más mínimo deseo, sea cual sea.
- ¿Y me has elegido a mí de amo?, ¿No debería ser yo quien eligiese a mi propia esclava?
Un fuerte rubor asomó en su bello rostro al tiempo que su expresión manifestaba con claridad temor ante una posible negativa a aceptar su propuesta.
- Se está haciendo tarde y empieza a refrescar – dije apagando el puro en el cenicero - Vamos a dormir. Además, tengo que pensar en todo esto que me estas contando. En principio me parece una sugerente idea, pero aún no la tengo clara del todo.
- Sí mi señor, como usted ordene.
Me dirigí a mi habitación siguiéndome dos pasos por detrás de mí. Me despedí de ella cuando llegamos a la altura de la suya, pudiendo apreciar en su expresión un atisbo de decepción por no permitir que me acompañase a mis aposentos.
Ya en mi alcoba, recordé que en el zapatero guardé un collar comprado para una hembra de pastor alemán que le regalé a mi hija tiempo atrás, y que tuvimos que sacrificar prematuramente sin que el pobre animal llegase a estrenarlo. Cuando lo pude localizar, lo puse junto la pantalla del ordenador. Quizá se lo pusiese a Encarna al día siguiente.
Me quedé profundamente dormido en pocos instantes. Al cabo de dos o tres horas, algo me despertó. No era una pesadilla ni un mal sueño. Era una especie de sensación como que no estaba solo en mi habitación. El silencio que reinaba me provocaba un agudo pitido en los oídos y escudriñaba en la penumbra tratando de vislumbrar algo fuera de lugar. Encendí la lamparita de noche y contuve unos instantes la respiración tratando de escuchar el más mínimo sonido y, efectivamente, percibí el suave y relajado respirar de una persona. Me levanté de la cama con sigilo y pude comprobar a quien pertenecía esa leve respiración: era Encarnación, acurrucada en posición fetal sobre la gruesa alfombra a los pies de mi cama, totalmente desnuda y apoyando su bella cara en una de sus manos.
Me quedé contemplando su plácido sueño unos instantes. La penumbra que producía la escasa luz, me daba una imagen casi irreal de su figura totalmente encogida y la expresión de su precioso rostro reflejaba bienestar y felicidad. Me acerqué y acaricié su cabeza con delicadeza, dejando ir las yemas de mis dedos a lo largo de todo su cuerpo hasta llegar a sus pies, iniciando en viaje de retorno hasta su cara. El suave contacto de nuestras pieles arrancó un agradable ronroneo de placer a Encarna. Retiré la fina colcha de verano de la cama y cubrí su desnudo cuerpo. Me volví a tumbar reteniendo en mis retinas la bella imagen de la joven que estaba a mis pies. Pronto caí de nuevo en los brazos del Dios Morfeo y quedé profundamente dormido.
Eran alrededor de la 8:30 am del domingo, cuando una agradable sensación en los genitales me fue sacando paulatinamente del profundo sueño que estaba disfrutando. Bien es verdad, que habitualmente me despierto con una fuerte y placentera erección, pero los estímulos que llegaban a mi cerebro eran muchísimo más sutiles, húmedos e intensos. Abrí los ojos y descubrí con sumo placer a Encarna, totalmente desnuda, haciéndome un magnífico trabajo oral, utilizando única y exclusivamente su boca. Cuando se percató que me había despertado, me dio los buenos días con una bonita sonrisa dibujada en su rostro
- Buenos días mi Señor.
Sus labios quedaron unidos a mi polla por un hilillo de saliva que me pareció de lo más sensual.
- Buenos días Encarna. Continúa con lo que estas haciendo. Siempre he soñado con un despertar tan maravillosamente agradable como el que hoy me estás dando.
Dejándome llevar por tan sublimes estímulos y disfrutando plenamente del momento, eyaculé directamente en su boca, y pude ver, a pesar de la sorpresa al recibir el primer chorro de esperma, hizo un gran esfuerzo para que no saliese de su boca ni una gota.
- ¡Trágalo! – Le ordené, ejecutando la orden recibida al instante, y continuando mamándome la verga durante un par de minutos más, hasta dejarla sin rastro alguna de mi eyaculación.
Cuando hubo terminado, quedó sentada sobre sus propios talones las manos apoyadas en los muslos y la mirada baja. La miré con dulzura y le acaricié la cara.
- A partir de ahora, quiero despertar así cada día de la semana. Mmmm qué delicia.
- Si mi señor, será para mí un auténtico placer.
Me levanté y me dirigí hacia la mesa del ordenador donde cogí el collar canino y volviendo sobre mis pasos, procedí a colocárselo en el cuello. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir el cuero sobre su piel.
- Bien, a partir de ahora vas a ser mi “perrita”, y como en la chapa pone el nombre de “Luna”, este será tu nombre, Luna ¿entendido?
- Si mi amo y señor – me contestó con lágrimas de emoción en sus ojos y lanzándose a mis pies, besándolos y lamiéndolos como el más fiel de los canes.
- Ya vasta Luna, prepárame algo de almorzar mientras me ducho.
Salió del dormitorio y me dispuse a mi aseo personal. Oí el teléfono a lo lejos justo cuando comenzaba a enjabonarme, haciendo caso omiso al mismo. Instantes después entraba Luna teléfono en mano,
- Mi señor, es la señora Olga, pregunta por usted.
- Buenos días Olga, ¿que se te ofrece? – pregunté inmediatamente
- Buenos días Tony. Perdona que te moleste a estas horas y en domingo, pero me gustaría que pudiésemos reunirnos en tu casa, si no tienes ningún plan para hoy.
Me extrañó muchísimo la propuesta de Olga, y así se lo hice saber, pero también es cierto que una mujer de bandera como ella me quisiera visitar en mi propia casa, me producía cierto cosquilleo en la boca del estómago.
- Verás Tony, ayer cuando estuvimos hablando de tu... empleada, vamos a decirlo así, me quedé con ganas de enseñarte una pareja de “perritos”, un macho y una hembra, que tengo en mi casa y después, hablar un poco sobre el tema.
En esos instantes no entendía ni media palabra de lo que me estaba hablando Olga.
- Puedes venir cuando quieras Olga, sabes que siempre eres bienvenida en mi casa. Podemos almorzar aquí ¿te parece bien?
- Perfecto. Gracias Tony, me arreglo y salgo para tu casa, calcula... tres cuartos de hora, jejejejeje. Un beso guapo.
- Un beso Olga, hasta luego.
Devolví el teléfono a Luna, al tiempo que le ordenaba que se vistiese con uno de los vestidos de trabajo y se pusiese bajo el vestido únicamente un diminuto tanga de los que había adquirido el día anterior. También le indiqué que preparase unas “torradas de pan” (rebanadas de hogazas de pan tostadas a la brasa), frotadas con ajo, con tomate y aliñadas con aceite de oliva, algún embutido, jamón serrano y unos huevos revueltos con gambas y ajos tiernos, café, leche, mermelada y algo de queso fresco o de cuajada.
Continué con mi aseo personal y una vez finalizado me enfundé únicamente unos finos pantalones de lino y un sencillo y fresco polo de seda.
El tiempo, a veces, pasa a velocidades de vértigo y los perros guardianes con sus ladridos avisaron que Olga estaba llegando. Un poco de colonia fresca sobre el rostro recién afeitado, y bajé a recibir a mi invitada.
Justo cuando estaba abriendo la puerta, se detenía frente a ella un impresionante Mercedes GL 4MATIC con los cristales tintados y conducido por Olga. Su negocio le proporcionaba pingues beneficios que le pueden permitir una vida cómoda, pero aún así, siempre me ha extrañado el inmenso chalet en el que reside, en una urbanización de lujo a las afueras de la ciudad y un par de coches de alta gama que rondan los 100.000,00 euros cada uno de ellos. Imagino que habrá recibido una cuantiosa herencia... o me oculta unos abultados ingresos que no declara al fisco. Ya me enteraré.
Olga descendió del vehículo con una deliciosa y maliciosa sonrisa en su rostro, vestida con un precioso “catsuit” de “spandex”, de un brillante y metálico color rojo adaptado a cada una de sus curvas como si estuviese pintado directamente sobre su piel desnuda, complementado con unas botas por encima de las rodillas, con vertiginoso tacón de aguja y de idéntico color a su indumentaria. La sola visión de Olga, con su seductora sonrisa, vestida con tan sugestivo y erótico atuendo, contorneando su escultural figura con felinos movimientos acercándose hacia mí, me produjo un cosquilleo de deseo carnal en el vientre que se tradujo en una incipiente erección, que el fino pantalón que llevaba, pudo disimular a duras penas.
- Hola guapísimo - me dijo al tiempo que depositaba, por primera vez desde que nos conocemos, sus labios sobre los míos de forma leve, aunque muy sensual. - Quiero enseñarte a mi pareja de perritos. – me dijo en un susurro muy próxima a mi oído y tomándome de la mano, nos dirigimos hacia el portón trasero de su Mercedes.
- Ardo en curiosidad por verlos. – le contesté sin saber a qué se refería.
- Aquí están.
.... CONTINUARA