Cambio de vida. 1

Nueva vida de divorciado, problemas domésticos puntuales que me obligan a compartir mi día a día con una explosiva empleada de hogar

PRIMERA PARTE -

Antes de empezar a llenar páginas en blanco del Word y siguiendo el consejo de alguna lectora, empezaré por describirme someramente.  Soy una persona normal y corriente, tengo 50 años recientemente cumplidos en la actualidad, padezco una incipiente alopecia por las sienes y el cogote, aunque según me dicen, me conservo bastante bien y no aparento la edad que tengo.  Mido 1,77 y tengo un peso que ronda los 70 kilos, y  que recuerde, nunca he rebasado este peso. Digamos que tengo un cuerpo atlético, aunque el único ejercicio físico que realizo es caminar. Como ya me ha dicho alguna fémina, tengo el tipo de un chico joven y eso me llena de satisfacción.  En cierta ocasión, una amiga me hizo el siguiente comentario: Cielo, tienes un “aquí te pillo aquí te mato” maravilloso, como en pocos hombres he visto.  En resumen, que no soy un “guaperas” al uso, pero tengo mi “puntillo” de atractivo para un pequeño sector del sexo opuesto.  En cuanto al resto de medidas, digamos que me encuentro dentro de la media nacional, y cuando la compañera de juegos me motiva, sé sacarle un buen partido para deleite de los dos. Y ahora, vamos a lo que interesa.

Actualmente, que una pareja pueda separarse o se divorcie haciendo cada cual su vida a partir de ese momento, es de lo más normal del mundo y nadie se asusta por ello.  Pero sucede, en general, que jamás pensamos que le vaya a pasar a uno mismo… hasta que las cosas dentro de la pareja se deterioran de tal forma que la ruptura es del todo inevitable.

Bien, pues eso me pasó a mí hace cosa de año y medio aproximadamente.  Tremendas y constantes trifurcas y broncas por auténticas tonterías, no podíamos decir tres palabras seguidas sin que una de ellas fuese un insulto hacia el otro...  ¡qué les puedo contar que no hayan escuchado a familiares,  amigos o padecido en sus propias carnes!

Tras una breve separación, la tramitación del divorcio en la actualidad es bastante rápida.  Con un poco de suerte y contando con un abogado medianamente experto en el tema y una cuenta corriente sin grandes ahogos, en unos tres meses, vuelves a ser “soltero” para hacer lo que te plazca.  Eso sí,  previamente los “bienes gananciales” obtenidos dentro del matrimonio hay que repartirlos de forma...  la vivienda y el coche, para ella, los saldos bancarios a mitades iguales y la “patria potestad” de los hijos, compartida, y a éstos, pasarles la pensión alimenticia dictada por el sr. Juez en función de tus emolumentos, claro.  Y suerte, que mi “ex” trabaja, de lo contrario, otra pensión más para ella...  Eso sí, mi preciosa y roja Ducati Monster, me la asigné yo.  Esto fue totalmente innegociable aunque en realidad, era lo que menos le importaba a mi ex.

Por suerte, el patrimonio que cada cual poseíamos anterior al matrimonio, fue “intocable” y totalmente “privativo”.  Unas providenciales capitulaciones matrimoniales previas a nuestro enlace por propia iniciativa de mi ex, debido a su tremenda desconfianza, obraron el milagro y gracias a esto, no me quedé como vulgarmente se dice “en la puta calle”.  Y esos ahorros conseguidos de jovencito, invertidos en acciones y en un negocio de exportaciones, me proporcionan un buen complemento a mis ingresos.   Por otra parte, una pequeña propiedad rústica, legado de un pariente lejano, de unas veinte Ha. y situada a quince kilómetros de la ciudad,  también me produce algún ingreso extra con la venta de olivas y almendras.  Todo esto, junto a mis emolumentos como asesor financiero, me permite salir adelante bastante bien.  No es para tirar cohetes y andar con coches de alta gama, derrochando en lujos y ostentaciones, pero tampoco me hace ir con  penurias económicas de ningún tipo y me permite mantener esos pequeños caprichos que hacen la vida más agradable y placentera.  No tengo que ocultarlo, soy una persona bastante sencilla y con poca cosa, tengo suficiente para considerarme feliz.

El primer problema que se me planteó fue la vivienda una vez me encontré con las maletas en la calle. Lo solucioné inicialmente alquilando un pequeño apartamento.  Obviamente, esto no quería que fuese definitivo. Pensé en rehabilitar la vieja masía que había en la finca rústica. A pesar de que estaba casi en ruinas, las gruesas paredes de piedra estaban poco menos que como el día de su construcción.  Otra cosa que me atraía de rehabilitar ese viejo caserón, era su grandioso espacio, su formidable orientación, situación y vistas, ya que dominaba todo el valle y laderas que componían la heredad, así como un pequeño lago que recogía las aguas pluviales y las de un manantial de cristalinas aguas que nacía en una cueva de grandes dimensiones que se hallaba en un talud rocoso, a escasos metros la parte trasera de la casona.  Mi proyecto lo puse en manos de un viejo conocido y amigo, arquitecto de profesión, que pronto se metió en harina, encargándose de todo el tema logístico,  de ejecución y de dirección de obras que requería la rehabilitación.

En unos seis meses de denodados trabajos por parte de los operarios, y tras haber conseguido del banco el pertinente “préstamo hipotecario”, (de los buenos ¿eh?, que yo pago religiosamente todos los meses la correspondiente cuota que me cobra el banco y además, solo pedí un préstamo por el 30 % del valor de la propiedad... no me vayan a acusar de la actual crisis económica mundial), las obras, se dieron por concluidas.

Una vez finalizadas, pude apreciar en su total dimensión la profunda rehabilitación del edificio: la planta a nivel del suelo, donde antaño se encontraban las caballerizas, los almacenes para el grano y para los aperos de labranza, quedó totalmente diáfana, transformándose un amplio y fresco salón ideal para el verano, con amplísimos porches en la fachada principal y dando acceso a la “solana” de la parte trasera del edificio, donde mandé construir una piscina exterior con una cubierta acristalada móvil, que me permitiría disfrutar de la natación todo el año.  También quedó espacio suficiente en la planta baja, para el correspondiente garaje con capacidad para 5 ó 6 vehículos, aunque solamente era ocupado por la Ducati y un pequeño todo terreno que adquirí al poco de instalarme, para poder llevar con comodidad las compras semanales del supermercado o paquetes de papeles y documentos para poder trabajar desde casa. Me gusta mucho mas ir con la moto, pero claro, el tema de carga, en un problema difícil de solventar sobre dos ruedas.

En la primera planta,  un gran salón – comedor, la cocina, espaciosa e independiente del resto de estancias, con  su correspondiente despensa, un cuarto de lavado y planchado;   cuatro amplios dormitorios, con zona de día y noche independientes, contado de cada uno con su correspondiente aseo completo;  Y todo lo que antaño fueron las buhardillas o engolfas para guardar cachivaches, ahora se había transformado en un amplio y confortable “loft”, donde tengo mi lugar de trabajo, con una amplia biblioteca y el dormitorio, todo en un solo ambiente.  Únicamente el baño quedaba oculto tras unas separaciones realizadas con cristal traslúcido.

Cuando me trasladé a vivir a semejante “mansión” todo era perfecto.  Pero pronto me di cuenta de un problemilla en el que no había pensado inicialmente: La limpieza de la casa, preparar las comidas, lavar, planchar...  las típicas labores domésticas, me llevaban una buena parte del día y obviamente, eso iba en detrimento de mi actividad profesional y restaba una buena parte de mi tiempo de ocio.  La solución consistía en contratar  una “empleada de hogar”, hecho éste, que puse en manos de una agencia de colocación.

Las candidatas que me fueron enviando de la agencia a la preceptiva entrevista, poco a poco me fueron desanimaron, ya que por unos motivos u otros, no llegaba a un acuerdo consensuado con las aspirantes.  Y no era por pedir cosas extrañas, o que se saliesen del ámbito meramente laboral: salario, además de comida y si convenía, habitación, con dos días de descanso, en concreto los sábados y domingos, días que comparto con mi hija y que en contadas ocasiones me encuentro en casa.  Pero la distancia con la ciudad y el total aislamiento de la finca, era un escollo que difícilmente sería aceptado por las candidatas.

Continué recibiendo una tras otra a todas y cada una de las chicas y señoras que me enviaban con los mismos resultados negativos.  Finalmente, opté por poner un anuncio en un diario provincial con la oferta de trabajo, un teléfono de contacto, etc., y a partir del tercer día de la publicación del mismo, vino la solución a mis problemas de forma totalmente inesperada y un tanto surrealista.

Recibí una llamada telefónica, según parece, de un convento de monjas o algo similar.  La madre, hermana, abadesa o lo que fuera, me estuvo “comiendo la oreja” por más de media hora, contándome una bondades de una alumna, pupila o novicia,  (la verdad es que no le prestaba la más mínima atención a todo lo que me decía aquella bendita mujer) que pretendían enviarme como empleada de hogar a tiempo completo.  Finalmente, por aburrimiento por mi parte y tratar de cortar semejante conversación, le dije que estaba bien, que le haría una entrevista a semejante “lecho de virtudes y de perfección hogareña” que tan encarecidamente me recomendaban y di por finalizada la conversación, con el eterno agradecimiento y bendición de la abadesa, madre superiora o lo que fuese mi interlocutora, previa indicación exacta de mi domicilio, como última petición de la venerable mujer.

Dos o tres días mas tarde, recuerdo que era un caluroso sábado y me acababa de levantar,  (ese fin de semana, no esperaba a mi hija, ya que tenía que ir con mi “ex” a la comunión de una primita), andaba yo por la casa, como de costumbre desde que me mudé al caserón, enfundado “en el traje de Adán”, dispuesto a darme un chapuzón en la piscina antes de desayunar, cuando los ladridos de los perros guardianes, me anunciaron una visita inesperada, corroborada minutos más tarde, con unos leves timbrazos.

Maldiciendo y renegando por semejante inoportunidad, me puse a regañadientes y mascullando improperios el primer pantalón de baño al que eché mano y me dirigí hacia la puerta para ver quien diantre perturbaba mi tranquilidad matinal de un sábado.  Cuando las cosas se hacen así, sin pensar mucho, suceden cosas que no deberían suceder, como así ocurrió ese día: el traje de baño que me enfundé era el más viejo que tenía, de mi época juvenil, que ahora me quedaba como dos tallas más pequeño, por lo que me quedaba como una segunda piel, en color negro, contrastando con la palidez del resto de mi cuerpo y marcando mas de la cuenta el denominado “paquete”, que como es costumbre en él cuando me levanto, anda un tato revolucionado y reclamando la atención debida, que en los últimos meses poco o nada le prestaba.

Abrí la puerta y me encontré a una muchacha joven, de unos 18 o a lo sumo 20 años, sin maquillar, morena, tanto de piel como su larga cabellera, recogida en una cola de caballo que le llegaba hasta la cintura.  Sus ropas se apreciaban limpias, aunque viejas, raídas y de una época para nada acorde con la juventud de la muchacha y  que ocultaban totalmente sus formas:  amplia saya que le llegaba casi a los tobillos, una blusa blanca abotonada hasta el cuello y una fina chaqueta negra de punto, tan holgada como el resto de sus prendas.  Su rostro, perlado de gotitas de sudor, apenas pude verlo en esos instantes, ya que tenía la mirada perdida en el suelo. De su mano, colgaba una pequeña, vieja y desvencijada maleta, posiblemente heredada de su abuela.  Se presentó con una vocecilla dulce y apenas audible y la relacioné, por lo poco dijo en su presentación, con la llamada telefónica de las monjas.  La invité a pasar y nos acomodamos en unos sillones, próximos a la piscina, donde tuve que insistirle varias veces para que tomara asiento.  Su recato me pareció excesivo, aún sin apenas haber cruzado unas cuantas palabras con ella.

Inicié el interrogatorio de forma cansina y automática: Se llamaba Encarnación, tenía 20 años recién cumplidos, no tenía familia ni parientes de ningún tipo,  fue recogida por las monjas cuando apenas contaba con unos pocos días de vida y ellas se encargaron de su educación, intentando por todos los medios que pasara a formar parte de la congregación religiosa, a lo cual se negó rotundamente desde muy niña, rogando constantemente, desde que cumplió los 18 años, que le permitiesen salir al mundo existente fuera del convento y poder realizar su propia vida.  Cuando la Madre Superiora leyó mi anuncio publicado en el diario, se lo comentó a Encarnación y me llamaron por teléfono.  Pusieron en sus manos una vieja maleta con sus escasas ropas y menos pertenencias, algo de dinero y un billete de tren para llegar a la ciudad a última hora del viernes, pasando la noche en la sala de espera de misma estación.

Desde la estación de tren, con mi domicilio y teléfono anotados en un trozo de papel, fue preguntando y caminando los 15 largos kilómetros, y aprovechando el frescor matutino del verano, llegó hasta mi casa.  Le pregunté el motivo de que durmiese en la estación y no fuese a pernoctar a una pensión o, simplemente, me podía haber llamado por teléfono y gustosamente hubiese ido a recogerla.

-         No llevaba dinero suficiente y tampoco quise molestarle a esas horas, señor.  Fue su somera respuesta.  Extrañado, continué con el interrogatorio.

Por lo visto, en el convento había aprendido el arte culinario y el de la repostería entre otras cosas.  También sabía cultivar hortalizas, verduras y tratar los árboles frutales de los que disponían en el convento.  Obviamente, barrer, fregar, quitar el polvo o hacer una cama, no tenía secreto alguno para ella, igual que coser, planchar y cualquier labor doméstica que se le pusiera por delante.

En ningún momento de nuestra conversación, levantó la vista del suelo y apenas se movió.  Solo las manos, con sus dedos entrecruzados ofrecían algún movimiento, tratando de calmar los nervios que en esos momentos estaba padeciendo.

Cuando le indiqué las condiciones laborales y el importe mensual que le abonaría como salario, levantó la vista, fijando su mirada de asombro en mis ojos.  Era realmente atractiva, de facciones suaves y dulces,  grandes ojos negros, nariz pequeña y levemente respingona que le daban un aspecto infantil;  sus labios, perfectamente perfilados y regordetes, sin ser excesivos, que enmarcaban una boca que daban ganas de besar.

-         ¿Te parecen bien las condiciones Encarnación?

-         Sí, si señor.

-         ¿Cuándo quieres empezar a trabajar?, ¿te parece bien empezar el lunes próximo?

Un fuerte rubor apareció en su rostro al oír mis palabras

-         No tengo donde ir – contestó  con un hilo de voz que apenas pude escuchar.

Tras meditar unos instantes, y recordar mi falta de tacto y su carencia de dinero, sentencie:

-         Bien, perdona,  no tienes ni dinero ni donde ir. Quédate aquí y empieza a familiarizarte con la casa.  También te pondré al corriente de lo que debes y no debes hacer. ¿Te parece bien?

-         Sí, sí señor.  Muchas gracias por su hospitalidad y generosidad, señor.

-         Ven, te diré cual será tu habitación y cuando hayas terminado de colocar tus cosas en su sitio te enseñaré el resto de la casa.  Mientras lo haces me daré un baño en la piscina.

Nos levantamos y nos dirigimos a la primera planta, donde se encontraba  su habitación, próxima a la cocina.  Cuando entramos en la estancia, sus ojos brillaban como ascuas y el asombro de su rostro delataba el cambio en comparación a la celda y mobiliario que ocupaba en el convento y una leve sonrisa apareció en mis labios.  La dejé descansar  de la caminata de quince  kilómetros que había realizado desde la ciudad y para que colocara sus escasas pertenencias en el armario Yo me bajé a la piscina a darme el chapuzón que tenía previsto.

Cuando salí del agua, me dirigí a la cocina a prepararme unos huevos fritos con un par de lonchas de jamón serrano pasado por la sartén y acompañado todo ello con un poco de vino tinto de “garnacha”.  Sinceramente me había olvidado por completo de Encarnación y como es obvio, no la invité a desayunar. Cuando tenía la sartén con el correspondiente y humeante aceite de oliva en la placa de inducción y totalmente concentrado en lo que estaba haciendo, escuché su vocecilla a mi espalda,

-         Señor, si no le importa, eso que está haciendo me corresponde hacerlo a mi.

-         ¡Dios, Encarnación, qué susto me has dado! – contesté sobresaltado.

-         Lamento mucho haberle asustado señor. -  Permítame que continúe yo, este mi trabajo.

-         No, Encarnación,  los huevos fritos, prefiero hacérmelos yo.  Por cierto,  ¿tú has desayunado?

-         No señor, desde ayer al medio día, cuando salí del convento, no he comido nada.

-         Bien,  ahora lo primero es tomar un buen desayuno.  Mira en el frigorífico y eliges lo que más te apetezca, te sientas a la mesa y a desayunar, ¿conforme?

Abrió el frigorífico y tomó dos huevos, los pasó bajo el agua del grifo y esperó pacientemente a que yo terminara de de prepararme mi desayuno.  A continuación, ella misma se hizo exactamente lo mismo que yo: dos huevos fritos con dos filetes de jamón pasados por la sartén, y tras pedirme permiso, se sentó frente a mi en la mesa de la cocina, donde ambos dimos buena cuenta de las viandas y de un par de vasitos del  buen vino tinto de la propia cosecha de la heredad, suficiente únicamente para el consumo propio.  Después, ella preparó un magnífico café y lo tomamos mientras hablábamos de su vida en el convento.

Tras pasearnos por toda la vivienda para que se familiarizara con ella, la invité a que se pusiera un bañador y disfrutara de la mañana en la piscina y tomando el sol, momento en el que su rostro, de nuevo, se ruborizó por completo.

-         Perdona, si te he molestado Encarna. – me disculpé, y tras una pausa, continué diciendo -  Tengo que decirte que desde que vivo aquí, solo y sin vecinos próximos, he adquirido una serie de costumbres un tanto liberales, como andar desnudo por toda la casa para bajar a la piscina o venir a la cocina a comer.  Siempre almuerzo, como y ceno en la cocina y ocasionalmente, en mi habitación.  Si piensas que te puede molestar u ofender verme desnudo, ahora estas a tiempo para dejar la casa.  Por mi parte, tú puedes andar haciendo tus labores como te venga en gana, vestida, en ropa interior o desnuda, siempre y cuando, estemos solos.

-         Sí, señor.  Haré lo que usted me ordene.

-         Por cierto, ¿no tienes una ropa un poco más... moderna, por decirlo de alguna forma?

-         Solo tengo el vestido con el que vine esta mañana, éste que llevo y otro muy parecido, también de diario.

-         Y no tienes bañador, claro

-         No señor.  Lo siento.

-         No te preocupes.  Ahora mismo me visto y nos vamos a la ciudad a comprarte algunas cosillas.  Te las descontaré del sueldo poco a poco.  No puedo verte con esos ropajes de las beatas en los años 30.

-         Como mande el señor.

Dios míos, esa forma de hablar que tenía esta criatura casi me hacía perder los papeles.  Cualquier cosa que le decía, “si señor, no señor, como ordene el señor” me ponía los nervios de punta.

Escasos minutos más tarde, nos subíamos al pequeño Vitara 4x4 y enfilamos el camino hacia la ciudad.  Una vez allí, nos dirigimos a la calle Mayor, donde están la mayor parte de tiendas de ropa, y donde la chiquilla, con asombro contemplaba y admiraba cuantas prendas había en los expositores sin decidirse por ninguna.  Entramos en el primer establecimiento que me pareció y comenzó a dar vueltas mirando, tocando diversas prendas sin decidirse por ninguna y pasando de un expositor a otro.  La verdad, me estaba haciendo perder la paciencia su indecisión.  Sin pensármelo mucho, elegí un par de vestidos, unos pantalones vaqueros, un par de faldas y otras tantas camisetas, se la puse en las manos y le mandé que se probara todo ello inmediatamente, casi con brusquedad por mi parte.

Desapareció tras las cortinas del probador con el manojo de prendas y tras unos minutos salió vestida una minifalda negra de vértigo y una camiseta unas dos tallas menos de la que realmente necesitaba.  Estaba espectacular vestida así.  Su cuerpo, sus piernas... era un auténtico tipazo de mujer.  Siempre pensé que un cuerpo tan proporcionado y unas piernas tan perfectas, solo se conseguían en un quirófano o a base de machacarse durante muchísimas horas en un gimnasio, pero Encarna, me acababa de demostrar que no era siempre así.  Y sí, se me puso morcillota en cuando salió de cambiador, he de reconocerlo.

-         ¿Este conjunto le parece bien al señor? – Pregunto con su dulce voz, totalmente ruborizada y su mirada, como de costumbre, perdida en el suelo.

-         Creo que no he elegido bien la talla y te va un poco justa, ¿no?

-         Señor, yo me siento cómoda con ella.  ¿Me la puedo quedar?

-         Tu misma debes elegir qué ponerte.  Pero como salgas así a la calle, no sé si vuelves a casa entera. –comenté con una sonrisa irónica en los labios -  Termina de probarte el resto de la ropa que tenemos que ir a un par de tiendas más.

Todas y cada una de las prendas elegidas por mí, le quedaban  igual: una talla como mínimo más pequeñas de lo que debería ser normal y marcándole un tipazo de escándalo.  Finalmente se quedó con todas ellas excepto los pantalones vaqueros, escogiendo unos vestidos más sencillos y de color negro por duplicado, según ella, como “ropa de trabajo”, dejándose puesto el primer conjunto de minifalda y camiseta que se probó.  Lo que no se imaginaba, que con las prendas  elegidas para trabajar, me pondría a cada momento como un ciervo en época de “berrea”.

De allí marchamos a una lencería, a reponer su ropa interior, que imaginé obsoleta, incómoda y anticuada.  No sé que había conocido de la vida fuera del monasterio, pero las prendas interiores que fue eligiendo, no tenían nada que ver con las recomendadas en la vida monacal.  Por el contrario, eran dignas de una diosa del porno o de la mejor prostituta de lujo.  Joder, que la puñetera cría me estaba poniendo “berraco” con su desfile de modelitos.  Tras haber elegido media docena de conjuntos, también eligió un traje de baño de color blanco, que me dejó sin respiración cuando apareció con él puesto.  No sé si definirlo como bikini, bañador, o sencillamente tres trocitos de tela blanca unidos por unos finos cordoncitos que a duras penas lograba cubrir poco más que los pezones de sus perfectos pechos y los labios vaginales, dejándole a la vista toda la frondosa y negra pelambrera que cubría su pubis.  Realmente tenía un cuerpo espectacular y ante esa visión, sencillamente, mi erección fue total.

Para tratar de calmar la excitación en que me había situado la buena de Encarnación, nos dirigimos a una zapatería.  Y no sé si fue peor “el remedio o la enfermedad”.  Con la minifalda que llevaba puesta, cada vez que se probaba unos zapatos, dejaba al descubierto todo el frondoso bosque que cubría sus pubis y sus labios vaginales. ¡La muy puñetera, no llevaba nada bajo la minúscula faldita!...  ni tampoco sujetador.  Pude comprobarlo cuando se percató donde tenía perdida la mirada, y el rubor afloró en su rostro, al tiempo que su excitación quedó reflejada cuando de forma automática, se le pusieron los pezones como garbanzos y a los pocos instantes sus labios vaginales se abrieron como los pétalos de una flor y se cubrieron con una brillante capa de rocío de sus propios flujos vaginales.  Sinceramente, en esos momentos no sabía donde mirar ni donde meterme.  Gracias al cielo terminó pronto su elección y añadimos un par de bolsas más a la colección.

El tiempo se nos estaba echando encima, ya casi era la hora de comer y aún teníamos que pasar por un centro de estética de una clienta para solucionar unos asuntos de trabajo.  Lo podía haber hecho por teléfono, pero me pasó por la cabeza aprovechar la visita y matar dos pájaros de un tiro.  Encarnación me seguía, cargando las bolsas con todo su ajuar recién adquirido y mirando en todas la direcciones, tanto a personas como escaparates, con una expresión en su rostro de una niña cuando descubre un mundo totalmente nuevo a su alrededor, sin percatarse en ningún momento, el aluvión de miradas de que era objeto ella misma, tanto de hombres como de mujeres.

Finalmente llegamos al centro de estética, que permanecía abierto ininterrumpidamente desde la nueve de la mañana a las nueve de la noche.  Nos recibió la dueña del local, Olga, con su habitual simpatía y amabilidad... y tan espectacular como siempre.  Es una cuarentona de las que levanta el ánimo hasta a una momia egipcia.  Dios, que cuerpo, que rostro, que proporciones, que curvas las de Olga. Pronto la puse al corriente de los ajustes y novedades que deberíamos realizar en su negocio y tras su aprobación, el tema de conversación se centró en Encarna.

-         Por cierto, ¿quién es esta preciosa chiquilla que te acompaña? -  preguntó Olga con tono irónico

-         Es Encarnación, mi empleada de hogar.  Apenas hace unas pocas horas que ha salido de un convento de monjas y la pobre no tenía apenas ropa que ponerse y...

-         Y has sido tú quien le ha elegido el vestuario ¿no?

-         Señora,  le aseguro que no la hubiese elegido si no fuera de mi agrado -  Intervino Encarna con voz suave pero firme y muy segura de lo que decía.

-         Vaya, pues sabes elegir pequeña, te sienta de maravilla, un poco ajustada, pero tienes un cuerpo perfecto para lucirla... y hecho para el pecado, todo hay que decirlo.

-         Gracias señora.

-         ¿Siempre es tan educada y sumisa? – pregunto Olga dirigiéndose a mí al tiempo que me tomaba del brazo y me hizo sentir sus voluptuosos y duros pechos en mi bíceps – Es una criatura preciosa.

-         Sí, bueno, la verdad es que ha llegado ésta misma mañana y...

-         Pues no has perdido el tiempo, jejejejeje – rió Olga maliciosamente. - ¿Qué puedo hacer por ella?

-         Le arreglas el pelo como ella quiera y, creo que le haría falta una buena depilación desde las cejas hasta los tobillos.

-         Descuida, déjala en nuestras manos y te la devolveremos que no la conocerás.  Nosotras comeremos aquí unos bocadillos y unas coca colas, tu puedes ir a comer donde mejor te plazca.  Tardaremos mmmm, unas dos horas y media, más o menos.

-         Gracias Olga, nos vemos luego.  Encarnación, le pides lo que quieras que te hagan a la señora Olga y sigue sus consejos y asesoramiento ¿conforme? – dije dirigiéndome a mi joven empleada del hogar.

Salí del salón con un calentón de mil demonios, situación que me habían puesto mi  nueva empleada de hogar residente y la espectacular Olga.  Que jodidamente buenas estaban las muy puñeteras.  Encienden pasiones allá por donde pasan o están, e indistintamente entre hombres o mujeres.  Durante un buen rato, no podía sacarme de la cabeza sus figuras, sus curvas, sus tetas... y ese chochito peludo de Encarna que me había puesto en plan brutote...  la empezaba a desear casi con delirio, pero no creía que pudiese hacerla mía, al menos de forma inminente.

Entré a un restaurante y comí con prisa, como si de esa forma el tiempo pasase más rápidamente para volver al centro de estética de Olga y recoger a Encarnación.  Pero sucedía todo lo contrario.  Los minutos parecían horas y las horas casi días.  Y yo continuaba sin bajar el calentón.  Tanto es así que a punto estuve de acudir a un “lupanar”, de los que aparecen en los anuncios clasificados de “contactos” de los diarios locales.

Caminé un buen rato sin rumbo alguno por las calles casi desiertas a esas horas. El bochornoso calor era casi insoportable.  Aproximé el coche a las inmediaciones del centro de estética, para no tener que ir cargados con un montón de bolsas, me tomé dos o tres cafés, hasta que finalmente, llegó la hora de ir a recoger a Encarnación.  Cuando entré en el centro de estética, me recibió Olga con una sonrisa casi perversa.

-         Hola Tony, ¿ya vienes a buscar a Encarna?

-         Hola Olga, ya es hora ¿no?,  ¿acaso aún no habéis acabado?

-         Sí, ya casi está, a lo sumo, en unos cinco o diez minutos y habremos terminado totalmente.  ¿pasas a mi despacho un minuto?, quiero comentarte unas cosillas.

Cerrando la puerta, y aún con esa enigmática sonrisa dibujada en sus labios, comenzó un pequeño interrogatorio sobre Encarna, contestando a sus preguntas poco menos que con monosílabos, ya que poco o nada conocía de ella.  Finalmente, me dijo unas palabras que me dejaron perplejo y que tardaría unos días en comprender realmente su significado:

-         Veras, con esta niña tienes un auténtico diamante en bruto. Es una “sumisa” consumada y convencida totalmente de su condición.

-         ¿Qué quieres decir?, no te comprendo Olga,

-         Espera, no me interrumpas, por favor. Verás, me llamó mucho la atención su forma de dirigirse a ti e incluso a mi misma cuando llegasteis, y eso, me dio algunas pistas.  La he interrogado a conciencia durante hora y media.  Tiene un fuerte carácter y es muy rebelde con las normas establecidas, pero tranquilo, hará su trabajo a la perfección.  Lo interesante de ella, es que casi de forma inconsciente puede asumir cualquier sugerencia tuya como una “orden directa y no discutible”.

-         Sigo sin entender qué quieres decirme.

-         Tranquilo, eres inteligente y pronto te darás cuenta que puedes conseguir de ella todo cuanto le pidas y te propongas.  Por ponerte un ejemplo, cuando comprasteis la ropa, elegiste tú todas y cada una de las prendas y ella, lo asumió como una “orden directa” tuya, a la cual no debe poner objeción alguna. – Sus palabras, cada vez me sonaba más a algo surrealista e increible -  De igual forma que si le hubieses dicho que fuese totalmente desnuda por la calle, ten la seguridad que ahora estaría totalmente desnuda.

-         Yo no le dije que fuese sin ropa interior con unas prendas tan escuetas como las que lleva.

-         Lo sé, ella me dijo que lo hizo por iniciativa propia, por intentar agradarte.   La verdad, no sé qué educación le han dado las monjitas, pero desde luego la niña tiene clarísimo su rol de sumisa.  Por cierto, nos confesó sin ningún rubor que nunca había estado con ningún hombre ni con ninguna mujer... normal bien mirado, se ha criado y ha salido de donde ha salido.

En esos momentos deseaba escapar de allí fervientemente.  Todo lo que me estaba diciendo Olga, me sonaba extraño por un lado, pero al mismo tiempo me daba esperanzas de ver colmados mis reciente deseos carnales con Encarnación.

-         Creo que ya han terminado con la chica. – Dijo Olga, sacándome de mis pensamientos.

-         ¡Estupendo!, dime que te debo por los servicios – contesté con alegría.

-         No me debes nada.  Este servicio es por cuenta de la casa, pero... me tienes que prometer que me dejarás a solas con tu... empleada residente, un fin de semana completo. – Me contestó con rostro solemne y con un brillo lujurioso en su mirada.

-         No comprendo qué pretendes, pero me parece bien.  Los fines de semana, los tiene libres.  Ya se lo comentaré y, no creo que ponga ninguna objeción.

Apareció Encarna ante nuestros ojos y parecía otra persona. Estaba levemente maquillada, con sus ojos y labios perfilados y su larga melena había desaparecido y ahora su cabeza estaba totalmente rapada como la de un recluta cuando se incorpora a filas.  Pasada la sorpresa de los primeros instantes por el cambio de imagen, os aseguro que su nuevo look, le favorecía muchísimo.  Tras las despedidas de rigor, nos dirigimos apresuradamente cargando con todas las bolsas en busca del coche para volver a casa.

Dejábamos atrás las últimas viviendas de la ciudad, cuando su vocecilla se dejó oír con una pregunta

-         Señor, ¿es de su agrado todo lo que me han hecho en el salón de belleza?

-         Todo lo que se veo sí, es de mi agrado. -  ¿qué te han hecho, a parte de cortarte el pelo y maquillarte?

-         Señor, me han depilado las axilas, el pubis y las piernas.  También me han hecho la manicura en manos, pedicura en pies y una limpieza de cutis; después un masaje con sales marinas y con unos aceites muy aromáticos, Señor.

El aroma que su cuerpo desprendía era sutil y casi podría decir que afrodisíaco.  Mis ojos se apartaban de forma inconsciente y constantemente de la carretera y se centraban en las impresionantes y sedosas piernas de mi empleada.  La minifalda que llevaba, realmente mostraba más de lo que ocultaba, ya que me estaba mostrando hasta su rasurado pubis.

-         ¿Qué te ha preguntado Olga?

-         Señor, la señora Olga  me ha preguntado muchas cosas sobre mi vida en el convento mientras me hacía el masaje. Señor, creo que la señora Olga disfrutaba cuando me lo hacía.

-         ¿Y a ti, te gustó el masaje?

-         Sí señor...  tuve sensaciones en mi cuerpo que nunca antes había experimentado, sensaciones que me han sido muy gratificantes, placenteras y...  excitantes.

-         Estamos llegando a casa. – Interrumpí. – Ahora recoges todo lo que hemos comprado en tu habitación y comes algo si te apetece.  Yo Quero mirar unas cosas en el ordenador.

-         Si señor, como usted ordene.

Subí a mi habitación, donde tengo todo el equipo informático y lo primero que hice es poner en el buscador la palabra “sumisa”.  Aparecieron una cantidad inmensa de resultados.  Leí algunos con interés y aparecieron vocablos que, aún habiéndolos escuchado, desconocía su significado.  Poco a poco, fui ampliando “conocimientos” sobre el tema de dominación / sumisión, la relación entre “amo” y “sumisa”, y toda las palabras de Olga, empezaron a tener cierto sentido en mi cerebro, aunque todavía me quedaba mucho por aprender y mucho por conocer de Encarnación.

Unos golpes en la puerta me devolvieron al “mundo real”.

-         Adelante, pasa.

-         Señor, ¿qué desea para la cena? – Preguntó desde la puerta, con su mirada baja.

-         Cualquier cosa, algo ligero...  una ensalada, algo de fruta y queso fresco. -  contesté sin mirar hacia donde ella estaba, aunque en mi imaginación, me hubiese gustado comérmela a ella como plato único.

-         Como el señor desee. – me contestó, volviendo a entornar la puerta.

Un pensamiento pasó por mi cabeza a la velocidad de la luz, y mis labios ya estaban pronunciando las palabras.

....   CONTINUARA