Cambio de sentido

Sacarse el carnet de conducir puede llegar a ser muy gratificante... no sabéis como!.

CAMBIO DE SENTIDO

Eran las 7 de la mañana. La alarma de incendios que tenía por despertador hizo que, mi ya de por sí intenso dolor de cabeza, aumentará aún más si cabe. Son los nervios que me han hecho no dormir en toda la noche. Creo que en el campo médico lo denominan "cefalea tensional crónica". En el lenguaje común lo podemos llamar "estar acojonado".

La cita era a las 8. Para mí más que cita era como el día del juicio final. Me levanté. Después de asearme tomé como de costumbre mi tazón de cola-cao con tostadas. El enorme pero viejo mueble que tengo por armario me abrió sus puertas y sin pensármelo dos veces cogí lo que más a mano tenía. Me gusta la ropa cómoda así que un polo color naranja y un pantalón de chándal oscuro me sirvieron para ir medio decente.

Tocaron al portero. Era mi transporte. Paco se había ofrecido a llevarme. Es mi mejor amigo pero de todas formas no tuve reparos en agradecerle la puesta a mi disposición de su "biplaza deportivo rojo", un destartalado Seat Marbella que llevaba pululando por las carreteras de dios durante casi 22 años. Durante el camino no dejó de animarme y de decirme que por la tarde nos estaríamos riendo de todo esto frente a una cerveza en nuestro bar de tapas preferido. Llegamos. El punto de destino era un vetusto edificio de color amarillo que se encontraba en un descampado del núcleo urbano de nuestra amada "Tacita de Plata". La entrada estaba plagada de una multitud de personas. Sus caras lo denotaban por mucho que algunos no lo quisieran admitir. Los nervios afloran en la piel de cualquiera que vaya a examinarse del "práctico" para obtener el permiso de conducir.

Paco se despidió con su habitual flema. ¡Mucha suerte!. Esas fueron sus palabras. Alguien conocido me dijo alguna vez que la suerte es para los débiles, frase que servía para describir a la perfección como me sentía en aquellos momentos. Llego la hora. Oí pronunciar mi nombre: José Sánchez Sánchez. A medida que alzaba la cabeza fui tratando de imaginarme como sería la cara del juez supremo, autoritario e intransigente que me había tocado por examinador. Cual fue mi sorpresa cuando vi ante mí a una mujer que desde unos 5 metros de distancia me hacía señales para que entrara en la puerta del coche que se encontraba ya abierta. No había reparado en el tono de voz que pronunció mi nombre. En aquellos momentos y mezcladas con las lamentaciones repasaba paso a paso las enseñanzas que en su tiempo recibimos del monitor de la autoescuela.

Fui el último en entrar al coche y también sería el último en realizar el examen. Cuatro machos y una sola hembra. La desventaja a favor del género masculino se compensaba de sobra por el hecho de tener ella la sartén por el mango en todos los sentidos. Ella era quien guiaba los destinos del coche y además quien guiaba las hormonas de los allí presentes. Morena, pelo largo recogido en un moño que le daba un aspecto tan apetecible que no era de extrañar que "levantase cosas sin tocarlas con las manos". Su estatura media, sus ojos, su pecho grande y ligeramente caído hacia bajo invitaban a cometer cualquier tipo de locura con tal de poseerla y hacerla parte de uno mismo. Debería tener alrededor de la treintena de años. Joder que bien cumplidos los tenía. Entretanto pensamiento lascivo llego mi hora de poner las manos sobre el volante. Pánico es lo que sentí. María "la excursionista" es como era conocida la persona que tenía situada a mi derecha. Dicho apodo lo escuche mientras dos de los examinados hablaban en voz baja sobre el toro que les había tocado lidiar.

La exigencia a la que María me sometió fue brutal parece como si hubiera estado vagando por mi mente mientras esperaba el turno para realizar el examen. Después de aproximadamente una hora me ordenó aparcar poniendo así punto final a mi examen y procediendo a continuación a comunicarnos a cada el resultado de la prueba. Todos suspensos. Nadie lo podía creer, hubo incluso quien estuvo a punto de dirigir algo más que una mirada inquisitoria hacía María, pero se contentó con escupir un salivazo delante de ella y alejarse profiriendo todo tipo de improperios. La razón por la que dijo que yo había suspendido era por haber realizado mal un cambio de sentido en una rotonda. Yo era la primera vez que me presentaba por lo que al fin y al cabo no sabía lo que te supone suspender por octava vez.

Volví a casa en la línea 11 de autobús urbano. Me senté, agaché la cabeza y me prometí que la próxima vez aprobaría. Pasaron los días. No dejaba de pensar en ella. La deseaba, quería sentir como su "pepita" atrapaba mi poya hasta hacerla estallar de delirante placer. El movimiento a modo de ventosa de los labios de su coño debía ser incomparable al de cualquier otra mujer de este mundo. Sueños irrealizables al fin y al cabo porque ella debería de estar casada, con hijos y por tanto bien asentada en la vida mientras que yo, aunque tenía una prometedora carrera como programador informático, todavía era un proyecto de hombre pese a mis 26 años de edad recién cumplidos.

Por la tarde tomé la decisión de ocupar el poco tiempo libre del que disponía dando un largo y tranquilo paseo por varias de las partes que habían ocupado el recorrido que durante una hora María confeccionó para mí. Mis pasos me llevaron al punto de partida del trayecto pese a estar a varios kilómetros de distancia de casa. Aquel edificio parecía aún más descuidado a medida que los rayos de luz solar desaparecían en el horizonte. Se hacía tarde y empezaba a refrescar así que decidí iniciar el camino de regreso pero algo brillante en mitad del descampado llamó mi atención. La oscuridad me impedía distinguir con claridad de que se trataba. De pronto dos luces, redondas y muy brillantes se acercaban a mí con una rapidez inusitada. Eche a correr pero veía que no podía escapar de la clara figura que ya sí dibujaba el coche que me perseguía. Tropecé y caí al suelo, temí ser atropellado, me levante pero volví a caer y esta vez si pensé que era el final. Nada más lejos de la realidad. Las luces se pararon de golpe y aunque un poco aturdido por la caída y por la pérdida de mis gafas logré adivinar que se trataba de un flamante Renault Megane Scenic.

Las lunas tintadas del coche no permitían ver al conductor. La puerta se abrió y cual fue mi sorpresa que ante mí apareció María. De inmediato me cogió por el brazo y apoyándome en su hombro logré sin problemas subir al coche ya que solo estaba un poco aturdido. Una vez allí María dijo que me había estado siguiendo desde que salí de casa y que yo no había suspendido el examen, había aprobado. La razón del suspenso fue, me confesó, el deseo de volver a ver el enorme bulto que, antes de que llegara mi turno en el examen, dijo que atisbó a través del espejo retrovisor interior. "Te volvería a suspender las veces que hicieran falta con tal de tenerte a mi lado". Entonces ocurrió. María se abalanzó sobre mí como si una fuerza de la naturaleza se tratara y trato de arrancarme los pantalones sin siquiera pensar en la sujeción que obraba el cinturón.

La hice retroceder, me acomodé lo mejor que pude y lentamente me fui bajando los pantalones para hacer que su irrefrenable deseo aumentara hasta limites insospechados. Allí yacía yo, con la erección más salvaje que mi pene hubiera conocido jamás. Mi taparrabos de color rojo mostraba a todas luces los restos de mi resplandeciente glande. Ella se quedó parada como si esperase a la luz verde para coger la palanca de cambios, cambiar y salir acelerando poco a poco. Entonces arqueé los músculos de mi abdomen e hice que mi pene se agitase levemente hacia delante y hacia atrás. Era la señal que ella estaba esperando, la luz verde. Agarró con fuerza mi verga hasta el punto de hacerme echar la cabeza hacia atrás y provocar así el golpe que me di contra la luna trasera del coche. Ella acariciaba con la lengua toda la corona del glande. El grito que salió de mis pulmones exclamando ¡¡Diosss!! Se tuvo que escuchar hasta en Barbate. A continuación dejó caer su cabeza más abajo y se metió mis testículos en la boca jugando con ellos como si de uvas de fin de año se tratara. Volvió a alzar su mirada de terciopelo y mientras me miraba a los ojos lamió con fruición toda la extensión de mi humanidad para terminar frotando la punta contra sus, desde hace varios minutos, suaves y a la vez duros pezones.

Cambiamos las tornas. La desvestí poco a poco. El vestido de color negro zaino que lucía apenas de ser desabrochada aterrizó en el suelo como si de una pluma se tratase. Ella se colocó sentada abriendo todo lo que pudo su entrepierna a la vez que agarraba los cinturones de seguridad de uno y otro lado del coche para sí llegado el caso no desvanecer y caer mareada al suelo. Las frutas maduras deben degustarse como los buenos vinos. Oliéndolas, mirando su color y disfrutando con su sabor. María se estremecía con cada sorbo que tomaba de su cáliz dorado. El moño que recogía su larga cola desapareció al mismo instante que yo posé mis labios en su vulva. Tanto María como su clítoris me reclamaban, era lo que ambos queríamos, nos recostamos y mirándonos frente a frente nos dedicamos publicar nuestra pequeña gran oda al polvo. Los cristales estaban tan empañados que no dejaban resquicio alguno para ver nada del exterior. Nos tambaleábamos, varias de las molduras interiores del habitáculo nos molestaban en la postura en la que estábamos así que cambiamos de posición. Yo me senté de nuevo y ella se colocó a su vez encima de mí introduciendo mi pene en su vagina como alma que lleva el diablo. Suave, suave, suave y de repente su cuerpo, más en concreto su culo inició una virulenta, indescriptible y placentera serie de movimientos arriba-abajo hasta que paró en secó. Un frenazo. Stop. Y entonces se hizo realidad el sueño más anhelado. Como si producto de la telepatía se tratase, ella, contrayendo su estómago, cerró con suavidad y firmeza su fruto a la vez que sus labios se retraían y luego avanzaban de nuevo. El silencio fue roto de golpe por el alarido que solté minutos más tarde producto de la espectacular eyaculación que tuve y que contrastó con el orgasmo que ella, muda de placer, experimentó.

Empapados de sudor nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro. Aún me parecía más bella cuando cerró los ojos y dejándose caer hacia un lado se apoyó en mi hombro para quedarse dormida producto del esfuerzo realizado. Yo también me entregué a los brazos de Morfeo. Dormimos allí toda la noche hasta que los primeros rayos de sol nos hicieron ponernos en pié vestirnos y poner rumbo de inmediato a la ciudad.

Desde aquel día he vuelto a ver María pero no con toda la frecuencia que yo quisiera pero todo se andará. Quién me iba a decir a mí que hace tiempo yo era alguien a quien presentarse al examen práctico del carné de conducir le producía urticaria y ahora no me importaría suspender una vez más y sumarla así a las 17 veces anteriores.