Cambio de roles

Sumisión, dominación, dobles penetraciones... una buena putita tiene que ser capaz de hacer lo que le ordenen.

No era el hombre más guapo del mundo.  Ni el más simpático.  Y tenía barriguita. Miraba su foto de wassap en la pantalla del móvil y se preguntaba qué tenía ese tío que le gustaba tanto. Y encima era militar. Manda huevos.  Quien le iba a decir a ella que iba a acabar poniéndose cachonda escuchando el himno de España. Maldita asociación de ideas.  Al principio quedaba con él sin muchas ganas,  y acababa pasándoselo tan bien que un día de repente se vio fantaseando a todas horas con que se la follara de todas las maneras posibles.  De todas las maneras que él le decía que se la iba a follar.

Nunca había encajado tan bien en la cama con nadie, era como si supiese las cosas que le gustaban sin que ella todavía se hubiera dado cuenta. La ponía al límite, su cara de autoridad cuando ella ponía algún remilgo para algo hacía que mojara las bragas instantáneamente.  Le gustaba que él le diera órdenes. Y estaba casi segura de que a él también le gustaba ese juego.

Ella no conseguía quitarse de la cabeza la última conversación.

-          ¿Qué es follar como una guarra?

-           Pues… como tú pero sin timideces ni chorradas.

¿Así que eso era lo que quería? Le jodió un poquito que hablara con “admiración”  de los polvos de esa “guarra” que a ella no le caía muy bien por motivos varios. Ella también podía follar cómo una guarra. Se le pasaban mil cosas por la cabeza cuando estaba sola que luego no se atrevía a hacer ni a decir, pero iba a hacerlo, iba a hacer que se le pusiera dura cada vez que pensara en ella.

Habían quedado a las 16:30, una hora estupenda en Sevilla, sobre todo en verano. Él la esperaba en el sitio de siempre, ella se montó en el coche y salieron. Apenas se saludaron y no hablaron mucho más. Eran más de conversaciones postpolvo.  Ella iba con un vestido, como intentaba hacer siempre que quedaba con él, para facilitarle lo que estaba haciendo en ese preciso momento. Meter la mano entre sus muslos hasta rozar su tanga.

-          Quítatelas

Lo dijo sin mirarla. Sin  ninguna entonación, ninguna expresión en especial, sólo eso “Quítatelas”. La primera orden.

-          ¿Aquí????? No puedo, estamos en mitad de la ciudad. Me van a ver!!

-          ¡Que te las quites!

Ahora sí que la miró. Y ella obedeció al momento. Esa mirada la ponía más cachonda que la escena porno más explícita que se le pudiera pasar por la cabeza. Y se le podían pasar escenas muy explícitas.

-Tócate

  • Pero me van a ver…- Esta vez lo dijo más bajito, menos convencida. Él sólo tuvo que volver a mirarla con esa expresión de “Haz ahora mismo lo que te estoy diciendo” para que ella llevara automáticamente la mano entre sus piernas, y hundiera los dedos en la humedad que él ya había provocado. Sólo con dos palabras y dos miradas.

Se corrió, en el coche, mientras otros coches, camiones, autobuses, pasaban a su lado. Estaba segura de que por lo menos los camiones y autobuses tenían que haber visto lo que hacía. Pero había sido obediente y había hecho lo que él le había dicho. Nunca se había corrido jugando sola delante de otra persona.

Llegaron a la habitación de él. Mientras se besaban y desnudaban ella intentaba reunir fuerzas para dejar de actuar como una niña de 15 años que se divierte haciendo algo que no debe y hacerlo como una guarra de verdad. Se iba a enterar. Iba a hacer eso que a él le encantaba y ella imaginaba mil veces, pero nunca se atrevía a hacer.

Ya estaban desnudos, tumbados en la cama, uno encima del otro, y luego uno debajo del otro, y luego uno detrás del otro. La lengua de él recorría su cuerpo de arriba abajo. Pasaba por las orejas, recorriendo los pliegues y hendiduras, bajando hacia el cuello dando pequeños mordiscos y pasando después a los pezones, recorriéndolos en círculo, primero uno y después el otro, para seguir avanzando hasta el ombligo y las ingles, el interior de los muslos… se acercaba cada vez más al punto en el que ella iba a perder la cabeza. Y no quería, todavía no.  Todavía no había demostrado que podía follar como una guarra de verdad.

Le hizo una llave y cambió posiciones. Le tumbó bocarriba y ella se puso encima, a horcajadas, haciendo el mismo recorrido con la lengua que había hecho él antes. Le gustaba sentarse encima de él y notar su erección rozarse entre sus piernas, resbalando en su humedad.

-          Me encanta ponértela dura- Le dijo, y él sonrió.

Siguió bajando hasta meterse ese trozo de carne caliente y palpitante en la boca. Disfrutaba lamiéndolo de arriba abajo, rodeándolo con sus labios y mirándole a los ojos mientras lo hacía. Pero eso lo había hecho ya muchas veces, había que introducir una variación. ¿Sería verdad eso que dicen del punto G en los hombres? Era el momento de comprobarlo. Cuando tenía su polla metida en la boca, lo más al fondo que podía, y le acariciaba los huevos con la mano, movió la mano un poco más hacia atrás, y le metió un dedo en el culo. Primero con un poco de timidez, pero cuando vio la cara de sorpresa y escuchó los gemidos se convenció de que iba por buen camino.

-          No puedes correrte.

Él la miró un poco intrigado, normalmente ella no daba las órdenes.  Pero le estaba gustando tanto el “tratamiento especial” que no pensó mucho más. Le empujó la cabeza hacia su estómago un par de veces, metiéndole la polla hasta la campanilla mientras ella movía el dedo índice metiéndolo y sacándolo de su culo. Dios, cómo le estaba gustando. Si no podía correrse iba a tener que parar ya. Aunque la idea de llenarle la boca de leche era tan apetecible… Pero no, si quería que ella obedeciera él también tenía que hacerlo cuando le tocaba.

-           Para, Pajarito, o no voy a aguantar mucho más.

-          Vale, date la vuelta.

Él obedeció sorprendido del cambio de roles. Ella empezó a darle una especie de masaje, recorriendo a la vez su columna vertebral con la lengua de arriba abajo. Y llegó al final. Iba a hacerlo. Él se lo hacía a ella, y a ella le volvía loca. Y sabía que a él le gustaba. Jugó con su lengua en el inicio de la separación de sus glúteos. Quería hacerle sufrir. O disfrutar, según se mire. Y siguió jugando con su lengua. Bajando, subiendo, entrando y saliendo, improvisando y escuchando sus gemidos.¡¡ Iba a tener que decirle eso de que no se podía hacer ruido!!. Le gustaba verle disfrutar, no estaba mal ser un poco “menos pasiva” de vez en cuando. Entonces él se incorporó y miró el móvil. ¿¿¿Pero qué le pasa a éste hombre con el móvil??? ¡Todo el santo día pendiente!

-          Te voy a vendar los ojos

-          Pero… ¿te ha gustado?

-          Me ha encantado, pero ahora te voy a vendar los ojos.

Bueno, igual estaba bien volver a su papel de sumisa, desde luego era en el que se sentía más cómoda.  Se dejó vendar los ojos y atar a la cama. Desnuda y con las piernas abiertas.

-          Confías en mi, ¿verdad?- Le preguntó él. ¿A qué venía esa pregunta?

-          Claro.

-          Sabes que no voy a dejarte sola. Si algo no te gusta sólo tienes que decirlo.

Ella asintió, su cabeza iba a mil por hora. ¿De verdad iba a pasar lo que pensaba que iba a pasar? ¿Le había conseguido otro hombre?, y ¿Quién era?, ¿Cómo era?, ¿De dónde había salido? ¿Seguro que ella estaba atractiva ahí atada y espatarrada en mitad de la cama? Mientras pensaba esas cosas él se levantó, abrió la puerta, entró alguien y la volvió a cerrar. Ella temblaba, el corazón se le iba a salir del pecho. Era una mezcla de excitación, miedo y nerviosismo que hacía que se sintiera como en lo más alto de una montaña rusa. Escuchó los pasos. Joder que bien le había puesto la venda esta vez, no veía nada.

-Hola. Dijo una voz desconocida

  • Hoooola…. Respondió ella. Se sentía un poco ridícula ahí desnuda, atada y hablando a ciegas. Pero no la dejaron pensar mucho más. El desconocido la besó mientras unas manos se colaban por entre sus piernas abiertas. Esas manos sabían bien que era lo que le gustaba. Le metió un dedo, y luego dos, y los movía cada vez más rápido mientras ella escuchaba como el desconocido se quitaba la ropa. Le metió la polla en la boca. Era ancha, casi no le cabía. Le gustaban las pollas gordas. Además de los dedos ahora había también una lengua lamiendo entre sus piernas como si quisiera comérsela entera. Se iba a correr. Le estaban comiendo el coño mientras tenía una polla en la boca, clavada hasta el fondo. Era lo que imaginaba cientos de veces cuando estaba sola y terminaba masturbándose, y lo estaba haciendo.  Se iba a correr. No aguantaba más. El desconocido le metió la polla aún más adentro, a la vez que los dedos entraban también aún más adentro en su coño… y se corrió. No pudo evitar gemir como una perra en celo, ni se acordó de que no podía hacer ruido.

Entonces la desataron y la pusieron a cuatro patas, casi sin dejarla recuperarse, aún con la venda en los ojos. Cambiaron las posiciones y la otra polla pasó a su boca, mientras el desconocido se colocó detrás de ella, justo donde su sexo y su culo estaban totalmente expuestos. La visión debía ser la hostia. Le clavó la polla de repente, sin avisar, algo que a ella le ponía bastante. Parecía que le habían aleccionado acerca de que le gustaba que le dieran bien fuerte y la cogieran del pelo.  Empezó a meterle un dedo en el culo, poco a poco, como sin querer.  ¿Iban a hacer eso? Lo había pedido muchas veces, y había fantaseado muchísimo pero no sabía si podía hacerlo.  Le quitaron la venda. El  desconocido era atractivo, pero si hubiera sido feo le habría dado igual. Tenía una polla increíble… ¿cabría en una lata de coca-cola? La cogieron en volandas y la colocaron encima del desconocido, que tardó dos milésimas de segundo en volver a clavarle la polla hasta los huevos. Entonces él empezó a lamerle el culo. Iban a hacerlo.

-          No sé si voy a poder. Dijo entre gemidos

-          Tranquila. Estás conmigo, ¿no? No va a pasar nada que no te guste.

Estaba con él. Él le había conseguido otro tío para que se la follaran entre los dos, y ya se la había metido por el culo otras veces… ¿por qué no iba a poder? Quería demostrarle que podía follar como una guarra, ¿no? ¡Entonces podía con dos pollas y con las que fueran! Y estaba encantada  con el ritmo que llevaba el de la lata de coca-cola. Y mientras un desconocido con una polla considerable se la clavaba en su coñito estrecho y empapado, ya a estas alturas, noto un dedo entrando en su culo, y luego otro, y luego algo más gordo que un par de dedos.  Le dolió un poco, pero esta vez no quería decirlo. Quería follar como una guarra. Las guarras no se quejan. Siguió entrando, hasta que él dijo.

-          Ya está. Te la he metido hasta los huevos. Felicidades. Querías que te follaran dos tíos a la vez ¿no?, Pues ahora te vas a enterar.

Y empezaron a moverse, como si llevaran haciéndolo toda la vida, a gemir acompasados, a sudar, a decirle lo puta que era y darle cachetadas en el culo, cada vez más fuertes.  Y el desconocido empezó a moverse más rápido, y se corrió cinco segundos antes de que él hiciera lo mismo en su culo y los tres se cayeran en la cama, desplomados, cansados, felices y satisfechos con lo bien que había resultado la tarde.

Cuando recobraron la conciencia y volvieron al mundo real ella le miró con una sonrisa y le dio un beso, dándole las gracias. Luego miró al desconocido.

  • Y tú...    ¿Cómo te llamas?-  Y rieron los tres a la vez.

Un rato después de que la dejara en casa recibió un wassap. “Hoy si que te has portado como una guarra de verdad, esa es mi putita, la próxima vez tendremos que ser más de dos”. Sonrió, sola en el pasillo. Lo había conseguido.