Cambio de look
Cuando la vi aquel día casi me muero del susto: ya no me parecía la misma Tina de siempre. Era como si me encontrase con otra persona, y aún así, a pesar de todo, estaba guapísima, incluso sensual. Irradiaba belleza.
CAMBIO DE LOOK
Era la primera vez en un mes que volvía a ver a mis amigos tras convalecer en casa debido a unas terribles migrañas que me amargaron ese otoño. Libre por fin de mí diario y hasta ahora permanente dolor de cabeza, quería recuperar todas mis rutinas y ninguna más importante que volver a ver a mis amigos, los mismos que ya desde el colegio y el instituto he tenido a mi lado para cualquier cosa. Cuando al fin llegué, su sorpresa no pudo ser mayor.
-¡La ostia-exclamó Marcos-!. ¡Los muertos reviven!. Mirad quien llega por aquí.
-Sí, la verdad que me suena familiar-me examinó Candela-. Pero no sé, no me acaba de sonar del todo es que esa cosa de la cara me desconcierta-se burló-.
-Ya, no sabía que las migrañas provocasen que la cara se llenase de pelo, que horror-rió Fonsi-. Tío, quítate esa barba de mariconazo de una vez.
-¿Barba de mariconazo-repliqué-?. Si yo tengo barba de mariconazo tú eres una maricona loca: anda, baja al pilón y come chorizo, cretino-dije haciendo un tocamiento a lo Michael Jackson en mis partes, con gesto de ensañamiento-.
-Yo no como anchoas que se me quedan entre los dientes.
-Mejor así, a ver si te atragantas con esta morcilla, soplapollas.
Aunque no lo parezca, lo cierto es que pese a las barbaridades que nos decíamos, todo era en broma. Ya éramos así desde pequeños, diciéndonos toda clase de disparates y guarradas en plan de cachondeo ¡pero he olvidado hacer las debidas presentaciones!. Mi grupo de amigos se componía de 10 personas: Alfonso "Fonsi", Lucía, Guillermo, Paula, Enrique, Violeta, Marcos, Candela, Tina y yo mismo, Emilio. Por cierto que la mata de pelo a la que se estaban refiriendo era a la perilla que, bien recortadita, llevaba en la cara con cierta dignidad, casi con aire bohemio.
-Ahora en serio-preguntó Violeta-, ¿y esa perilla a que narices viene?.
-Fue por las migrañas estuve tan al margen de todo que no me podía ni afeitar para quitarme la barba. Al final parecía Robinson Crusoe de tanta barbota, y bueno, no me quedaba mal pero no me terminaba de agradar, así que me la fui a quitar y es que según la iba quitando con la cuchilla, me picó la curiosidad y probé a quitar todo menos lo que es la perilla y no solo me quedaba bien, si no que me gustó, así que me la dejé, y así estoy ahora.
-Sí, hecho una mariquita loca. Los gays se van a pensar que se la vas a querer mamar en cualquier esquina-me espetó Fonsi-.
-Pues venga, sal ya, ¿qué esperas-le señalé-?, ¿o quieres chupar aquí mismo?.
-¡EH-saltó Candela-!. Fonsi es mío, no me lo amaricones.
Oh sí, olvidaba decir que de los 10 amigos, 6 eran pareja entre ellos: Fonsi con Candela; Guillermo y Violeta; y finalmente Marcos con Paula. Lucía, Enrique, Tina y yo seguíamos libres y sin compromiso, aunque habíamos tenido algún escarceo por ahí, pero nada serio. Aunque éramos 2 hombres con 2 mujeres los libres, nunca se nos pasó por la cabeza liarnos entre nosotros para conformar 5 parejas. Por un lado, sabíamos que Lucía era lesbiana y muy cuidadosa con sus novias debido a su carácter (pero no era la típica machorra, todo lo contrario: era muy femenina, lo que pasa que tenía muy mal genio a veces); por otro, a Enrique nunca le conocimos pareja, por lo que no sabíamos si era homo o hetero (era muy reservado en cuanto al sexo se refería, tanto que solo hablar de ello le molestaba), yo no tenía prisa por engancharme con alguien y Tina era Tina, la infantil del grupo, la eterna niña risueña, la sempiterna mejor amiga.
-Creo que la perilla te queda horrible-replicó Guille-.
-No tanto-contestó Lucía-, pero se me hace raro. Te deforma la cara.
-¡Joder-me quejé-!, ¿gracias eh?, con amigos como vosotros está visto que no voy a necesitar enemigos...
-¿Qué pasa aquí-y me giré-?.
El tiempo pareció detenerse: Tina acababa de salir del almacén del bar (donde ella trabajaba y donde nos veíamos para juntarnos todos). Ella lo era todo para mí, mi mejor amiga, mi confidente. Tina, viéndome, parecía que le hubiera tocado la lotería.
-¡Ya era hora!, ¡estaba deseando volverte a ver!.
Nos dimos un abrazo y luego volví a mi asiento en la mesa.
-Pippi, ¿a que la perilla le sienta como el culo?. Dile que se la quite, seguro que a ti te hará caso. Parece la versión gay de Jaime de Mora y Aragón.
(¡AH SÍ!, a Tina todos menos yo la llamaban Pippi porque de niña era igualita que Pippi Lángstrump o "Pippi Calzaslargas": pelirroja y con pecas)
-¡CHST-le detuve-!. No te pases tío, Don Jaime era un señor como ya no hay. No me lo insultes de ese modo bueno Tina, ¿tú que dices?.
Cogiéndome por el mentón, me examinó la cara, y de pronto la vi mirándome como si no me conociera y por un par de minutos me analizó con mirada misteriosa. Fue algo tan raro que aún hoy no sé como describirlo.
-No hagas caso a estos idiotas-me contestó finalmente-. Te queda genial, así que mejor te la dejas y no te la quitas, ¿ok?. Como te la quites te rajo en canal-me amenazó-.
-¡Venga ya-protestó Fonsi-!. ¿Le animas a llevarla?, ¿por qué?.
Tina miró para él y para los demás, haciendo un escrutinio de todos y cada uno de nosotros.
-¿Y por qué no?. Fijaos bien: Paula y Lucia son morenas, Candela y Violeta son rubias y yo la única pelirroja; de ojos azules solo lo son Lucía y Violeta, el resto son marrones, y el pelo corto solo lo lleva Lucía, el resto es o largo hasta los hombros o ya melena larga, siendo Candela la única de pelo ondulado .y en cuanto a ellos, solo Marcos es rubio, el resto, todos castaños o negros. También es el único tío con los ojos azules como Enrique el único de ojos verdes, el resto todos castaños. ¡AH! solo Guille lleva barba ahora, el resto van lampiños.
-¿Y?, lo siento pero no te sigo.
-Que para ser un grupo tan diverso, Marcos, vemos siempre las mismas caras y con la misma pinta. Ni Candela ni ninguna de nosotras hemos probado a hacernos un cambio de look, nunca un cambio de peinado o algo así y vosotros menos, que sois todavía más comodones a lo que voy es que Emilio ha hecho algo bueno, ha aportado la novedad: nunca hubo una perilla en el grupo. Una pequeña salida de la monotonía quizá sea el principio de algo mejor, de una renovación.
En aquel momento no lo sabíamos, pero no teníamos ni idea de cuan proféticas iban a ser aquellas últimas palabras de Tina.
-Pues muchas gracias-le hice una reverencia-.
-Ahora vuelvo, tengo que servir unas mesas.
Si bien el resto de la tarde fue de lo más normal, cuando Tina marchó me lanzó una mirada tan fugaz como cargada de misterio. No le di mucha importancia, y el resto de la tarde Marcos y los demás siguieron lanzándome puyas envenenadas, que devolví con la misma mala uva que me caracteriza (siempre en broma, claro). Creedme cuando os lo digo, pero lo cierto es que las bromas sobre mi perilla duraron como dos meses de forma consecutiva, sin parar, hasta que al fin se fueron haciendo a la idea y poco a poco fuimos tocando otros temas Pero la actitud de Tina fue cambiando, haciéndose mucho más cercana de lo habitual (y mira que eso ya era difícil de superar) pero nada me hacía presagiar lo que ocurría poco tiempo después.
El clímax de todo esto estalló cerca de Navidad, a varios días antes de las fiestas. Ese día decidimos irnos por cuenta propia, y dado que las parejitas iban a su rollo y que Lucía iba acompañada de Enrique (se había tomado como algo personal el lograr sacarle a él la timidez del cuerpo), Tina y yo tuvimos una tarde para ir de compras a las tiendas y encontrar regalos para todos. Cuando la vi aquel día me llevé tal soponcio que casi me muero del susto: se había cortado su larga melena por la mitad y se había ondulado el pelo en mechones sueltos. Fue toda una sorpresa para mí, pues de pronto ya no me parecía la misma Tina de siempre. Era como si me encontrase con otra persona, y aún así, a pesar de todo, estaba guapísima, incluso sensual. Irradiaba belleza.
-He seguido tu ejemplo y he probado a cortármelo-sonrió ampliamente-. Lo hice por la mañana, antes de que te vinieras para que fueras el primero en verme, ¿cómo me queda?.
-Estás .diferente. Casi no te reconozco. Estás genial. Que tiemble Miss España, llega Super-Tina.
Ella se rió y nos fuimos de compras como buenos amigos. Toda la tarde juntos de charla, de risas, de bromas como siempre por esas fechas, con dos excepciones: mi perilla y su melena recortada. Podía notar en ella una forma diferente de mirarme que era la misma que le dedicaba al mirarla a ella. Aunque eran detalles nimios, sin embargo eran lo bastante importantes para que las cosas no fueran igual Nos comportábamos al igual que siempre, y sin embargo era como si hiciésemos todo aquello por primera vez. Antes de darme cuenta ya estábamos en su casa, los dos solos, revisando todo lo que se había comprado, y si nos habíamos dejado a alguien de la lista.
-Pues creo que no nos hemos dejado nadie: están Marcos, Violeta, están nuestros padres también Creo que todo está perfecto
Mientras lo repasaba todo la miré. Ella estaba muda y nerviosa a mi lado, con la vista perdida en los regalos que teníamos delante, pero sabía que no estaba mirándolos.
-Tina, ¿estás bien?, ¿te ocurre algo?.
Ella se volvió hacia mí. Luego dijo la frase mágica que ningún hombre, por regla general, quiere escuchar:
-Emilio .tenemos que hablar.
Conocía lo que eso significaba, pero no podía ni imaginar lo que iba a pasar.
-¿Que pasa, Tina-pregunté preocupado-?.
-Verás, yo Llevo ya varios meses con ello, y no logro quitármelo de la cabeza. Lo he intentado, de veras que sí-alzó al cabeza, mirando al vacío-, con todas mis fuerzas y por todos los medios. Lo intenté, pero no lo conseguí.
-¿De que hablas?.
-He roto con Sergio.
Me quedé de piedra. Hacía poco más de un mes que había empezado a salir con él, y ella misma me contaba lo ilusionada que le hacía sentirse. ¿Por qué había roto con él entonces?.
-¿¡QUÉ!?, ¿con Sergio?...pero si estabas encantada de la vida, ¿qué ha pasado?, ¿por qué has roto?.
-Por qué no le puedo querer-negó con la cabeza, con gesto angustiado-. Es un tío estupendo, es muy buena gente pero por muy bien que me caiga, no le puedo amar.
-¿Por qué-pregunté, confuso-?.
Tina se volvió. Le faltaba el canto de un folio para echarse a llorar.
-Porqué te quiero a ti.
Tardé en procesar aquellas palabras. Los primeros segundos fueron de shock, de quedarme como una estatua, mirándola fijamente sin emoción alguna. Me sentí como si me hubieran diagnostico un cáncer terminal o algo así, y recuerdo que, que apenas unos instantes, pasé por las 5 fases que la doctora KüblerRoss distinguió a los que pasan por ese trance: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Primero lo negué al creer que lo había escuchado mal, luego me enfadé como si me hubiera dicho algo malo, al segundo siguiente pensé que quizá podría negociar con ella como si aquello pudiera ser negociable, luego me deprimí pensando que iba a perder a mi mejor amiga y finalmente acepté que así iba a ser. Todo en menos de 45 segundos.
-¿A mí?. ¿Cómo que a mí?. Vamos Tina, que soy yo, Emilio. ¿De qué hablas?.
-Ya lo has oído: te quiero a ti. No quiero a nadie más. Solo a ti. Tú eres todo lo que necesito.
-Piensa bien lo que dices alma de dios: te conozco desde los siete años, siempre hemos estado juntos el uno para el otro, eres como la hermana que yo nunca he tenido, ¿y ahora me sales con esto?. ¿Por qué yo-y luego me mordí la lengua por esa pregunta, que pronuncié como si aquello fuese una especie de pesada losa para mí-?.
-Por esto-me señaló, y luego pasó la mano por mi perilla. Ella vio mi confusión y supo que debía explicarse más-. ¿No lo entiendes, verdad?. Tú eres tú-intentó aclarar-, eres un niño grande. ¡Por dios, que aún coleccionas cómics con 30 años!.
-Perdona-repliqué ofendido-, pero eso no es nada malo, no soy ninguno de esos chiflado que van disfrazados de personajes de pelis o series, o de los que van tatuados hasta las cejas. Solo leo cómics, nada más. No soy ningún friki al que se le fue la pinza.
-Pero sigues siendo, tú, o lo eras antes. Incluso tu cara era aniñada Emilio, todo tú eras como un niño grande, lo eras hasta que te dejaste esa perilla y fue como dar el siguiente paso, como si por fin comenzases a madurar. Un nuevo Emilio por conocer.
-Tú sabes que eso no es verdad-sonreí jocoso-. Sigo siendo el mismo niño.
-Lo sé-me devolvió la sonrisa-, pero la perilla fue suficiente para verte con otros ojos Lo mismo que te ha pasado a mí al verme hoy. Ya no soy esa niña, ¿verdad que no?. Ahora soy otra. Otra diferente. Por eso lo hice, por eso me cambié el look: quería que me vieras como yo te veo ahora. Creí que solo así tendría una oportunidad de convencerte-me miró a los ojos fijamente-: si te mostraba a una Tina a la que nunca hubieras conocido antes. Una nueva Tina que deseases conocer por primera vez.
Su estrategia, aunque me sonaba algo desesperada, había dado en el blanco. Me había pasado el día entero mirándola de arriba abajo, memorizando ese nuevo aspecto que llevaba, aquella nueva belleza que tenía ante mí. No, no era la misma de siempre.
-Ya no te veo con los mismos ojos Emilio, y no puedo volver a lo de antes, ya no. Te quiero, ¿de acuerdo?. Te quiero a ti, solo a ti y a ninguno otro y quiero que seas el hombre de mi vida. Quiero que seas tú. Tú, y nadie más.
Me encontré atrapado en una situación imposible: no me sentía capaz de estar con ella, pero tampoco la quería herir al rechazarla en tanto que una parte de mí, más secreta que las demás, la miraba no como la niña que fue, ni la adolescente con la que crecí, si no como a la mujer que era ahora, la mujer que tenía ante mí.
-No sé que decirte, la verdad. No quiero herirte, pero no te mentiré: tampoco me puedo imaginar siendo tu novio. No no puedo no me sale-rechiné entre dientes a duras penas alzando las manos por encima de la cabeza- No sé que decir
-Entonces no digas nada-se acercó a mí, tapándome la boca con su mano-. Si no sabes que decir cállate, ¿de acuerdo?. Solo cállate.
Tina agachó la cabeza hasta que casi tocó su coronilla contra mi pecho, presa de la angustia. Dolido tanto como ella, solo pude abrazarla cuando al fin el llanto derrotó su corazón, y dejé que en mi hombro su pena saliera para que la dejase tranquila.
-Te quiero Emilio-dijo aún abrazada a mí, y un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza-. Te quiero y ojalá tú puedas quererme algún día. Solo quiero que me quieras. Solo quiero que me quieras
Comenzó a repetirlo de forma incesante. Separándola un poco de mí, la miré y la enjuagué las lágrimas. Ella esbozó una sonrisa triste, con la cabeza un poco ladeada. De pronto me encontré con que me estaba besando. De golpe, sin avisar, me dio un largo beso en los labios, sin lengua ni nada, solo un beso que sentí incluso en la punta de los dedos de los pies. Al separarme de ella de nuevo, me quedé confuso. Ya no había nada de la chica que conocía. Aquella persona que veía era una extraña para mí.
-Ya no sé quien eres-recuerdo haberle dicho, con total perplejidad-
-Yo misma te lo diré-me susurró con mirada triste-.
Volvió a darme otro beso, esta vez rematado con un poco de lengua y un piquito justo al terminar, un besito fino y breve tras el más largo, como su sello personal. Aquel beso fue seguido de otros más hasta que finalmente nuestras comenzaron a beber una de la otra, a explorarse, a conocerse por primera vez. Como una especie de acuerdo tácito entre nosotros, ambos callamos y no hablamos, casi como si nos tuviéramos un miedo abismal y profundo a que, de hablar, la magia del momento se esfumase entre la brisa. Sus besos, apasionados y húmedos, cálidos y abrasadores, recorrían mi espina dorsal de arriba abajo y vuelta, me producían sensaciones nunca antes imaginadas. Los míos, algo más moderados pero más largos, intentaban ponerse a la altura del momento. Abrazados con fuerza, nuestras manos fueron por instinto a recorrer el cuerpo del otro, a sentirlo y explorarlo, a darle el cariño y la pasión que pedían. Ignoraba la necesidad que tenía mi alma hasta que fue satisfecha. Tina, a la que veía perdidamente necesitada de mí, no me quitaba ojo mientras me iba quitando la ropa.
Cogidos de la mano, con las lenguas entrelazadas, llegamos al dormitorio. Ni siquiera recuerdo sentir el frío de las sábanas descorridas cuando nos echamos en ellas. Todo lo que recuerdo es el tacto de su cuerpo pegado junto al mío, de su piel suave y perfecta rozándose contra la mía. Me parecía escuchar un susurro, algo así como "con tu perilla me haces cosquillas, pero me gusta", pero quizá fue un delirio. La tanda de besos y caricias proseguía imparable, yo no podía (ni quería) pensar con claridad, solo sentía cosas que no quería dejar de sentir. Mi boca bajó para chupetear su cuello, para hacerle un par de chupetones mientras que sus manos viajaban por mi espalda, llegaron hasta mi culo y luego pasaron hacia delante, descubriendo la única parte de mí que seguro ella jamás imaginó que llegaría a ver, mucho menos tocar. El tacto de sus manos, siempre de un cálido confortable, encendió más mi deseo. Sus caricias en mi verga producían un cóctel explosivo, estaba azorado completamente y ella no quería que eso decayera, así que se las apañó para mantenerme en un perpetuo estado de deseo.
Si ella podía tocarme, yo podía tocarla a ella y eso hice, sin miedo alguno llevé mis manos a su entrepierna y la acaricié con la yema de los dedos. Lo hice con mucha delicadeza, con suavidad, sin ninguna prisa. El tiempo, de golpe, había dejado de existir para nosotros, como si estuviéramos en el cielo, con la eternidad por delante. A mi nariz llegaba su aroma, dulce y embriagador, la dulzura de su olor corporal, la esencia de su feminidad cruzaba mis sentidos. Llevado por la lujuria, solo quería poseerla, tocar cada centímetro de su cuerpo, sentir cada rincón, quería fundirme con ella hasta desaparecer, ser una sola persona, una misma alma, un mismo cuerpo.
Mi boca, pegada a su piel, descendió del cuello para llegar a sus dos montañas gemelas, no muy grandes, pero sí bien formadas, que mimé con mis labios hasta calmar mis ansias y escuchar como ella parecía querer estallar de goce. Con sus manos sobre mi nuca me indicó que quería mi boca más abajo, y aunque era algo por lo que nunca había desarrollado el gusto, la complací. No entraré en detalles sobre su intimidad, solo diré que su olor, dulzón como nube de algodón, fue suficiente para animarme a hacer lo que me pidió, y hundí mi boca en su sexo. Mis labios, mi lengua y mi aliento cálido solo sirvieron para excitarla más, pegados a su vulva deliciosa, degustándola como plato de experto sibarita. Sus jadeos resonaban por la habitación, iluminada tan solo con la luz de la luna llena, que entraba por la ventana. De hecho, en un momento en que la luna se vio sin nubes, me giré para mirarla y luego mirar aquella habitación, iluminada por la semi-oscuridad, en que mis ojos y los de Tina se cruzaron un momento. Aquella imagen se quedó para siempre en mi corazón.
Revolviéndose contra mí, me puso debajo y ella quedó encima. Era ligera como una pluma, grácil y un tanto diabólica, sus ojos brillaban con cierta malicia. Cuando su mano derecha me agarró mi miembro, supe que ella iba a devolverme el mismo favor que antes le había hecho. En efecto, me frotó un buen rato con sus manos, sustituidas un poco más tarde por su boca. La verdad sea dicha: nunca me imaginé vivir algo así. Tina me tenía bien atrapado con su boca y no me soltaba, mi liana estaba bien sujeta y recibía el mejor trato que yo recuerdo le habían dado jamás. Maniobraba con mucha habilidad y sabía como lograr que la excitación nunca decayera. Me tenía en trance, estaba fuera de mí y no podía pensar con claridad, tan solo me dejaba arrastrar por la marea, me dejaba llevar en un estado de completa entrega, desnudando no solo mi cuerpo, también mi alma (¿cuántos de nosotros podemos hacer algo así hoy día?).
Atrayéndola hacia mí, le hice saber que debía parar y que debíamos dar juntos el siguiente paso. No estaba seguro de qué debía hacer, si volver a estar sobre ella o no, pero ella fue quien decidió por mí: echada sobre mí, se las apañó para acoplarse a mí, y usando una de sus manos, guió mi miembro hasta que estuvimos completamente unidos. Luego, fue cuestión de caderas: las suyas, que no las mías. Con cierta maestría que aún hoy me sorprende, y sin dejar de besarnos, Tina comenzó a contonear el cuerpo dando inicio a lo que llevábamos tiempo postergando en preliminares. Con mis brazos la asía para que no se me escapara, el izquierdo por detrás de sus hombros, el derecho bien aferrado a sus torneadas nalgas. En esa posición podía moverse con total libertad sin miedo a salirse de mí, y ganó un poco de velocidad en sus acometidas. Nunca estuve del todo seguro, pero por momentos podría jurar que podía oír el latido de mi corazón y del suyo, desbocados en un ritmo común.
Intuyendo que quizá quería ser yo quien concluyera en vez de ella, me agarró del mismo modo en que la agarré y de esa forma dimos la vuelta. Parecía que quería vivir la sensación de ser penetrada por mí, en lugar de ser ella misma quien lo hiciera. No quise decepcionarla y me puse a martillearla con algo más de fuerza. En actitud algo machita, fui haciéndole el amor con más ganas y más fuerza, atravesando sus labios vaginales y saliendo de ellos para volver a entrar con vigor renovado, con un deseo loco de sufrir en sus brazos, de morir en ellos para ir al cielo, de sufrir mil tormentos en ese momento si me separaba de ella. Quería sentir placer, locura, pasión, tristeza, envidia, furia, dolor, euforia. Lo quería todo, lo deseaba: quería gritar de goce, gritar hasta quedarme afónico y sin fuerzas. Estaba exultante, nunca me había pasado nada igual. Mi ritmo aumentaba, sus jadeos crecían, sus uñas me arañaban y excitaban, su cuerpo se movía sin control y en un paroxismo desgarrador finalmente los dos gozamos y nos derrumbamos envueltos en sudor gritando de puro desenfreno. Fue el mejor momento de toda mi vida.
La mañana siguiente a aquella noche desperté primero que ella. Me quedé como embobado mirándola dormir, con gesto ausente. Recordando lo ocurrido varias horas atrás, por mi mente pasaron todas las imágenes de lo que pasó como un desfile, desde la anodina charla de regalos hasta el momento en que, tras hacer el amor, Tina me había quitado el sudor de la frente y con gesto infantil, dándome un beso en ella, me prodigó varias caricias y mimos hasta que nos dormimos casi a la vez, abrazados el uno al otro. Perdido en mis profundos pensamientos, divagué sobre qué debía o no debía hacer una vez Tina despertara. De nuevo pasé por los cinco estados, de la negación a la ira y de ahí a la negociación, a la depresión y finalmente a la aceptación Y entonces ocurrió: moviéndose un poco en la cama, su mano quedó sobre mi pecho, y cuando esbozó la sonrisa más leve que yo jamás había contemplado en una persona, lo supe. No sabía porqué ni como lo sabía, pero lo sabía. Lo sabía de todas todas. La quería. La amaba. Me había enamorado de ella.
Tina y yo lo llevamos con discreción los dos primeros meses. Cuando se hizo patente que nada nos separaría, lo hicimos público. Esperábamos sorprender a nuestros amigos, pero los sorprendidos fuimos nosotros: ese día supimos que Lucía quería quitar la timidez a Enrique no por querer ayudarle, si no porque estaba enamorada de él y, al creer que él no le correspondía, había buscado consuelo no en otros hombres si no en otras mujeres, en la idea de que quizá con una mujer lograse lo que con los chicos nunca había conseguido: la felicidad. Solo cuando los dos se sinceraron y Enrique reveló que su timidez era la depresión que le causaba al ver que la chica a la que quería se iba con otras chicas se supo la verdad, y libres de ese peso en el corazón, pudieron estar juntos tal y como deseaban (me sigue pareciendo increíble lo que llegar a hacer la falta de comunicación entre la gente). Ironías de la vida, al final se consolidaron las 5 parejas cuando todos pensábamos que eso jamás sería posible. En cuanto a mí, solo hay una cosa que me queda por decir: que acerté. Acerté cuando, tras pasar por los cinco estados de KüblerRoss, pensé que iba a perder a Tina como amiga. En efecto, así fue: la perdí como amiga. A cambio gané al amor de vida.