Cambio de hábitos (2: Baño espumoso)
Candy comienza a disfruta de un relajante baño y empieza a disfrutar siendo sometida por una voz en su cabeza. Entrega situada entre los capítulos 5 y 6 de Mi inexperta esclava.
Avanzó por el pasillo hasta llegar al baño y una vez allí, entró. Sus piernas temblaban por el recuerdo cercano pero confuso de lo que había sucedido. Miró su cuerpo sin verlo, y se dio cuenta de que necesitaba un buen baño. Abrió el grifo y la bañera comenzó a llenarse. Añadió algo de jabón líquido para amenizar la limpieza de su cuerpo.
Introdujo un pie. El agua estaba muy caliente, como a ella le gustaba. Poco a poco todo su cuerpo fue entrando en contacto con el agua: sus tobillos, sus muslos, manchados por su propio pis; su vagina, destrozada por las convulsiones sufridas en un pasado reciente (que ella no recordaba); su estómago, firme por horas de entrenamiento Llegados a este punto, se dejó caer en la bañera, quedando ligeramente tumbada con su cabeza apoyándose en el reborde de la bañera. Se mantuvo quieta unos instantes, con los ojos cerrados, intentado recordar. Por más que trataba de acordarse de qué había pasado, sus recuerdos desde aproximadamente 3 ó 4 horas la rehuían como si de un mal sueño se tratase. Y poco a poco, su mente sumisa se fue relajando y dándose por vencida hasta que se sumergió en un espacio blanco.
Su otra vida, la normal, volvió a ella como una ola fría y de ese espacio blanco comenzaron a emerger conceptos, conceptos conocidos pero olvidados, como quien se olvidase de cuál era su equipo de baloncesto preferido o su conjunto de ropa más elegante. Su mente se llenó de recuerdos, pero no estaban completamente definidos. Lo primero que surgió en su cabeza, y que le pareció más que obvio, es que a ella le encantaba masturbarse. De hecho, recordó, ella trataba de hacerlo unas tres veces al día (siempre en casa) para tratar de apaciguar esa sed interior que infundía ardor a todo su ser.
Miró sus piernas, esta vez de manera distinta, como si la sola visión de éstas le hiciese gozar. Las acarició con la esponja, siguiendo el contorno hasta llegar a sus nalgas. Probó a hacer lo mismo por el interior de modo que cada trayecto por sus sedosa piel acabase en la profundidad de su ser. Le encantó, pero no la llenaba. Dejando la esponja de lado comenzó a masturbarse. Se dio cuenta de que había demasiada agua, lo cual impedía que su mano fluyese con facilidad. Vació levemente la bañera hasta que su pubis asomó por la superficie. En ese momento, alzó el culo y sentándose sobre la mano que no usaba, prosiguió con su masturbación. Se imaginó que estaba en casa, sola, y que no podía haber ido a clase por estar enferma. Cuando todo el mundo se fue, se levantó, se desnudó y comenzó a andar desnuda por la casa. En ese momento, se acordó de su amiga y cogió el móvil. Se hizo fotos de su coñito y sus pechos con la idea de mandárselas a su amiga. ¡Qué cara se le quedaría!. Seguro que ella vendría y la besaría y .Antes de seguir con su fantasía, llegó al orgasmo.
"Así que me gusta mi amiga Bueno. Serán cosas mías. De todos modos, hacerse dedos es fenomenal" pensó mientras sus dos personalidades se iban fusionando gradualmente "pero ojalá pudiese ir a más". Antes siquiera de acabar la frase su mente voló hacia un rincón próximo de su cuerpo. Con una sonrisa de lujuria y la cabeza llena de ideas, se giró sobre sí misma en la bañera, dejando su cara apoyada en el reborde y su precioso culito asomando por encima del agua. Se situó a cuatro patas y observó sus nalgas. Eran perfectas, como ella, y lo sabía. Le gustaban tanto que no pudo reprimir el instinto de palmearse una, para ver como se ponía colorada. Al hacer esto, otra sensación voló a su cabeza, recordó que alguien influía en su manera de ser, que ese alguien sabía lo que ella quería y que se lo daba. Pero también recordó sus ojos, una mirada dura, crítica, que no perdonaba ningún error.
Sin saber por qué, empezó a pensar en su voz, una voz que le decía qué hacer en todo momento. Se imaginó que en estos momentos le hablaba.
"Perrita, me encantan tus nalgas coloradas. Eres una buena perra. Ahora ve y coge el cepillo de dientes y el peine"
Ella sintiendo un calentón tremendo salió despacio de la bañera notando como el agua corría por sus piernas mezclada con sus fluidos. Se acercó al lavabo y recogió lo pedido.
"Muy bien. Ahora vuelve a la ducha y siéntate en el reborde donde apoyabas la cabeza" sugirió la voz. Ella aceptó la orden mental sin rechistar. Su cabeza le volvió a hablar. "Saca un poco el culo, de modo que puedas acariciarte toda la rajita y tu culito". Le encantó la idea y buscó la manera de obedecer. Descubrió que en la esquina del reborde podía apoyarse contra la pared, cumpliendo con lo solicitado. Su mano comenzó a bajar hacia su almeja, ansiosa por comenzar.
"Acaríciate perra, como nunca lo has hecho". Su mano comenzó a frotar con rapidez y furia contenida su rajita, consiguiendo que ésta se tornase cada vez más colorada e hinchada. Su clítoris, percibido en el fragor de su masturbación por la yema de sus dedos, estaba a más no poder y pedía a gritos correrse. Cuando le iba a conceder tal deseo, la voz habló de nuevo. "Moja un dedo en tu boca y acaricia la entrada de tu ano suavemente Bien, ahora coge el cepillo de dientes e introduce el mango lentamente notando como tu cuerpo se retrae ante ese cuerpo no identificado". Y en efecto, sus glúteos se tensaron y los músculos del recto se replegaron contra el mango, haciéndola sentir cada forma, cada pequeña curva del mango, como si de un objeto brutal se tratase.
"Para", ordenó la voz "déjalo donde está". Pero ella realmente gozaba con la sensación. Notaba como su cuerpo respondía a la excitación. Su espalda se arqueaba, sus muslos y brazos empezaban a sudar, y de su bien cuidada entrepierna comenzaban a surgir fluidos corporales. Lo introdujo más ignorando a la voz De repente, un dolor estalló en su interior y comprendió que algo había sido dañado levemente. Detuvo el avance y retrocedió un poco la posición del mango hasta que el dolor remitió.
"Putita no te creas tan lista" le reprendió su cabeza "aquí quien te ordena y guía soy yo, tu sólo eres un cuerpo bonito". Esto, en vez de enfadarla, la puso más cachonda por lo que la secreción de flujos aumentó de tamaño.
"Como castigo, en vez de hacerte un dedo vas a coger tu peine y con el reverso vas a azotarte en la nalga izquierda cinco veces". Obedientemente, pero conteniéndose pues no era estúpida, cumplió la orden y volvió a imaginar la voz.
"Muy bien perrita, ahora siéntate e introduce el mango de tu peine en tu coñito sucio". Con un morbo más que notable, hizo lo pedido y al sentarse notó la mezcla de frío y calor entre su nalga azotada y la bañera. Sus pezones se irguieron un poco más. Mientras acariciaba uno de ellos, reclinó su cuerpo hasta apoyar la cabeza en la pared y cerrando los ojos, introdujo el mango de goma por su orificio vaginal.
"Que sensación más placentera, ¿verdad? Creo que empiezas a entender que eres una zorrita muy guarra" insinuó la voz desde algún rincón de su dócil mente "Ahora mueve el peine y el cepillo en circulo de modo que tu coñito y tu culito sientan el verdadero placer"
-Sí amo- se sorprendió diciendo a la nada. "¿Por qué había dicho eso? ¿Acaso se estaba volviendo una degenerada?".
Sus cavilaciones se detuvieron cuando ambos instrumentos comenzaron a moverse. Su mente se nubló y todo su orgullo y dignidad desaparecieron para dar paso a una lujuria desatada. De su boca comenzaron a surgir gemidos de placer y un leve rastro de saliva se deslizó por la comisura de sus carnosos labios, en dirección a su cuello. Notó que su cuerpo se convulsionaba y que sus gemidos eran cada vez más fuertes. Le daba igual si algún vecino o su hermana le oía.
Su ano comenzó a dilatarse y ese dolor primario que le decía que estaba deformando su cuerpo dio paso a una sensación de poder, de conseguir que su cuerpo volase y alcanzase el nimbo.
Tuvo un orgasmo al poco de empezar, pues no estaba acostumbrada. Sacó de su orificio trasero el cepillo notando un repentino alivio a la par que un sabroso dolor, y lo limpió en el lavabo. El peine lo dejó dentro un poco más, pues le gustaba la sensación que producía levantarse del reborde y notar como sus muslos se cerraban en torno a él, aferrándolo. Cuando al fin lo sacó, pues llevaba ya unos veinte minutos de baño, lo miró fijamente, con sus fluidos resbalando a lo largo del mango y, por un momento, deseó lamerlo. Pero lo pensó un poco mejor y al final desechó la idea, lavándolo como el cepillo y dejándolo en su lugar.
"Esto ha sido genial, era el paraíso, pero ", mientras se vestía con un simple albornoz (pues curiosamente no había llevado ropa al baño) pensó en que ella no terminaba de comprender lo que había pasado. Ella siempre había sido dueña de sus actos pero, por alguna razón, esa voz le incitaba a dejarse someter, a no pensar, a ser un recipiente, una chica tonta de esas que su única meta en la vida era que le mirasen las tetas. Y le gustaba. Le gustaba no tener que pensar, no tener que decidir cómo obtener su placer. Esa voz en su cabeza la guiaba. "Bien, siendo así, soy tuya" se dijo a sí misma, esperando que la voz en su cabeza estuviese gratamente sorprendida.