Cambio a mi marido por un succionador y un amante
Dentro de un matrimonio monótono y que ha perdido la chispa, decido comprarme el juguete de moda, un succionador de clítoris y al final acabo conociendo a un yogurín.
-¡Joder! –gruñó Nacho mientras jadeaba junto a mi oído derecho. Su respiración entrecortada se acompañaba con cortas y bruscas contracciones de sus nalgas que indicaban cada una de ellas, un nuevo chorro de semen que dejaba en el interior de mi vagina.
Poco a poco su respiración se fue normalizando. Yo aún le tenía encima de mí mientras se recomponía y notaba su peso y el sudor de su cuerpo resbalando hacia mí. Más calmado fue a darme un beso en los labios después de la sesión sexo semanal, pero con las prisas lo dio en la comisura de mis labios, más en mejilla que en los labios propiamente dichos. No le importó y se giró en la cama bajándose se mí.
Yo me quedé tendida en la cama, sin moverme mirando al techo, húmeda por el sudor de mi marido, ya que yo apenas había sudado. No había tenido casi ocasión de moverme. En menos de quince minutos todo había acabado. Últimamente por el estrés del trabajo y el poco tiempo que dejaban los niños, nuestros momentos de intimidad y sexo se reducían a la noche de los sábados. Muchas de aquellas noches, el sexo se convertía casi en una obligación, era el único momento que teníamos para follar y había que aprovecharlo, quisiéramos o no. Esto hacía que nuestros encuentros fuera en ocasiones desacompasados o insuficientes, ya que cuando uno quería al otro podía no apetecerle; si nos apetecía a ambos tantas eran las ganas después de una semana sin sexo que cuando yo no había comenzado ni siquiera a mojarme, en cuanto me metía su polla en la boca, él descargaba toda la leche que llevaba acumulada y ahí terminaba la noche de pasión; otras veces a ninguno de los dos nos apetecía y el sexo semanal era una especia de obligación autoimpuesta, un mero trámite que había que cumplir los sábados por la noche cuando los niños se habían dormido antes de dormirnos nosotros.
Hoy había sido una noche de esas. Ninguno teníamos muchas ganas de nada. Dediqué diez de aquellos quince minutos en chuparle la polla hasta que se le puso lo suficientemente gruesa y dura como para penetrarme, mientras yo me frotaba el coño para conseguir que se humedeciera lo suficiente para que pudiera metérmela. Una vez que conseguí con mi lengua que se le endureciera la polla, me recosté sobre las almohadas y él, encima de mí intentó penetrarme. Tras un par de intentos infructuosos para encontrar el agujero donde hincar su polla, tuve que agarrársela y guiarla hacia la entrada de mi vagina. En cuanto notó con su glande que mis labios cedían, empujó su cadera contra la mía metiéndola hasta que nuestros pubis chocaron y rápidamente comenzó con un “mete y saca” frenético que duró sólo un par de minutos, los suficientes para que él se corriera dentro de mí. Yo apenas había comenzado a notar algo.
Estaba tumbada bocarriba, mirando el techo, valorando la noche de sexo que habíamos tenido, la cual se resumía a una mamada que simplemente había servido para levantársela y un par de embistes algo torpes. Cada vez el sexo entre mi marido y yo era peor. No es que no quisiera a Nacho. Lo quería. Llevábamos doce años casados, más cinco de novios. Habíamos pasado por muchas cosas juntos, habíamos logado formar una familia con dos hijas de nueve y seis años. Y podía decir que teníamos un matrimonio feliz. Únicamente que como les pasará a muchas otras parejas, la monotonía y las obligaciones pasan factura y el sexo queda relegado a un segundo, sino tercer o cuarto, puesto.
Pero no quería resignarme esa noche. Es cierto que empezó como la obligación marital del sábado, pero ahora me apetecía mi orgasmo. Él ya lo había tenido, pero yo, aunque aquella noche no me apetecía follar, yo también quería mi orgasmo. Con la excusa de ir al baño para limpiarme (el semen de Nacho ya borboteaba saliendo de mi coño y deslizándose hacía mi ano antes de que manchara la ropa de cama), me levanté y acudí al baño. Sentada en taza del váter con una pierna apoyada en la bañera comencé a masturbarme. Me lamí un par de dedos con los que luego me froté mi clítoris. Mientras con los dedos de la otra mano me introducía dentro de mi coño, aprovechando el semen de Nacho como lubricante natural. Fue una paja rápida, no quería que nacho luego preguntara el motivo de retrasarme tanto en el baño. Contuve mis gemidos y entre pequeñas convulsiones me corrí. Yo también había conseguido el orgasmo que me merecía y que Nacho no había sabido (y diría que ni se había molestado) en darme esa noche.
Me lavé y salí del baño. Asomándome a la habitación escuche el suave ronquido de mi marido, indicando que se había quedado dormido. No había sido capaz siquiera de esperarme a que saliera del baño. Eso sí me molestó. Entiendo que la libido haya podido mermarse y que ahora follemos muchas veces por rutina más que por deseo real, pero que él acabase rápido y mal y simplemente se diera la vuelta y se durmiera sin importarle nada más (él ya había cumplido y encima se marchaba satisfecho y con los huevos descargados), aquello sí me dolió. Había mostrado mucha indiferencia con esa clase de gestos. Seguramente mañana se me habría olvidado todo y lo disculparía por todas las circunstancias que nos rodeaban, pero no podía evitar algo de rabia al verle roncar cuando yo no había llegado a soltar ni un gemido mientras le tenía encima moviéndose desacompasadamente para acabar rápido con aquella follada.
Me puse una bata fina que tenía colgada detrás de la puerta de la habitación y salí había la cocina. Antes pasé por las habitaciones de las niñas para comprobar que seguían durmiendo. En la cocina bebí un vaso de agua y encendí un cigarro. Fumando pensaba en todo aquello, en cómo había cambiado el sexo con mi marido. Mi coño, aún estaba algo hinchado después de la paja y notaba como seguía algo húmedo. No pude evitar meter la mano dentro de la bata y buscar mi coño para acariciarlo. Mientras daba una calada a mi cigarro, bajé por el pubis notando el poquito pelo que dejaba en mi pubis, lo que ahora se denomina depilación a la europea, teniendo el resto completamente depilado y suave. Seguí bajando y con los dedos índice y corazón acaricié mis labios suavemente. Me recosté en una de las sillas de la cocina y mientras aspiraba el humo de mi cigarro comencé, muy lentamente a dibujar círculos sobre mi clítoris que aún estaba inflamado después del primer envite. Ahora sí, relajada me recreé en la paja. Di una larga calada al cigarro para apurarlo y desembarazarme ya de él, para poder tener ambas manos libres para tocarme. Disfruté de aquella paja. Por mi mente aparecías fragmentos de escenas de algunas películas porno que de vez en cuando he cotilleado por internet cuando las ganas aparecían y mi marido estaba en el trabajo. Aprovechaba que no estaba para encerrarme en la habitación o el baño, para que las niñas no me vieran y en el navegador del móvil buscaba páginas porno con las que me masturbaba. Disfrutaba pensando que aquellos negros de pollas gigantescas como nunca había visto en mi vida me partían en dos a mí en vez de aquellas niñatas que no alcanzaban los veinte años. O que era yo la guarra que se encontraba en medio de aquellos gang-bagns rodeada de tantas vergas tiesas al as que no daba abasto para atender y que me follaban acababan cubriéndome completamente de semen. Esta vez no tenía el teléfono móvil a mano, así que tuve que conformarme con tirar de recuerdos e imaginación. El orgasmo que vino fue tremendamente intenso. Me permití soltar algún gemido para aliviar la tensión, desde la cocina sería más complicado que las niñas o mi marido me oyeran.
Entre suspiros y leves convulsiones poco a poco fue recomponiéndome. Me fumé un segundo cigarro, este sí me lo había ganado y me supo a gloria. Di un último trago al vaso de agua y me dirigí a la habitación. Mi marido no había cambiado de posición en la cama desde que le dejé y seguía durmiendo plácidamente. Me metí en la cama tras ponerme una camiseta y unas bragas (no fueran a venir las niñas por la mañana y me pillaran desnuda) y él ni se enteró. Me giré dándole la espalda y me dormí.
El lunes en el trabajo mientras parábamos para tomar un café un fumar un cigarro, mis amigas comenzaron a hablar del nuevo juguete que Montse se había comprado.
-Es una auténtica maravilla, os lo juro –nos comentó. –Es que teniendo esto no sé para qué queremos hombres.
Todas reímos. El nuevo juguetito de Montse era un succionador de clítoris. Hace relativamente poco tiempo se comenzaron a poner de moda y todo el mundo hablaba maravillas de ello. Era el juguete de moda.
-¡Que sí, que sí! Que te lo enchufas en la pepitilla y en dos minutos ya estas con los ojos en blanco
Volvimos a reír. Ahí fue cuando Alicia reconoció que ella también lo había comprado.
-Lo que dice Montse es verdad. Me lo compró Carlos como regalo de aniversario y es verdad que funciona. Hay veces que tengo que elegir entre Carlos o el aparato.
Más risas. Seguimos hablando del famoso juguete sexual y entre bromas y chistes sexuales se acabó la media hora del desayuno. Apuramos nuestros cafés, dimos la última calada a nuestros cigarros y volvimos al trabajo.
Al concluir mi jornada, acudí a recoger a las niñas al colegio y las llevé a sus clases extraescolares. Tenía dos horas por delante de tiempo libre mientras las niñas estaban en sus clases de danza. Nacho seguía trabajando y no llegaba hasta las ocho de la tarde, así que me fui a una cafetería que suelo frecuentar para tomarme un café y así hacer tiempo hasta que sea la hora de recoger a mis hijas.
Me senté en una mesa y ya con mi taza de café que humeaba entre mis manos, comencé a juguetear con el móvil. Mirar las redes sociales, entrar en alguna página de internet de venta de ropa mirando modelitos y precios y cosas por el estilo para consumir el tiempo. Estando en esto, recordé la conversación de esta mañana con las chicas. El succionador de clítoris. Había oído hablar de él antes de la conversación con las compañeras de trabajo, pero la verdad nunca le había prestado mucha atención ni me había interesado mucho por el tema. Pero después de la conversación de por la mañana, me había picado la curiosidad y me puse a investigar sobre el tema.
Introduje en el navegador de mi teléfono móvil la palabra succionador de clítoris. Rápidamente me recondujo a varias páginas webs de sex-shop. Estuve curioseando por ellas viendo modelos y comparando precios. Había desde modelos muy lujosos y caros hasta unos muy económicos y prácticos modelos de viaje para llevar en el bolso. Lo que más me llamó la atención fueron los comentarios. Casi la totalidad de modeló que vi estaban calificados con cinco estrellas sobre cinco y los comentarios eran del tipo:
“ Yo la verdad es que ya estoy muy contenta con él, esto es una locura... de verdad que lo recomiendo mucho, además de que es monííííííííísimo. Ya tengo regalo de cumple para todas mis amigas :) ”
“ Espectacular para usar en pareja. Es una pasada y los orgasmos son espectaculares. Lo recomiendo a todas las mujeres os aseguro que vais a alucinar ”
“ Compré mi succionador sin muchas expectativa ya que ya había probado algunos otros juguetes, y nada, pensaba que tenía un problema y que no podía tener orgasmos. Fue probarlo y ahora somos inseparables. Mi manera de vivir la sexualidad ha pegado un giro. Puedo tener orgasmos... ¡y menudos orgasmos! Me siento más libre y empoderada, hasta puedo llegar a orgasmos yo sola con mis manos, ¡hasta en pareja! ¡Cosa que antes era IMPENSABLE! ”
Me parecía alucinante que no hubiera un comentario o una calificación mala. Mi curiosidad iba en aumento. Estaba muy intrigada. Los comentarios donde las mujeres que lo habían usado lo recomendaban tan encarecidamente, más los rumores que había oído y lo que me habían hoy confirmado mis amigas hacían que no parase de pensar en cómo debía de funcionar el aparatito y qué se debería de sentir.
Se hizo la hora de recoger a las niñas, así que pagué mi café, recogí las cosas y fue a por ellas. Por el camino seguí dándole vueltas al juguetito en cuestión. Ya en casa y después de cenar y acostar a las niñas, en el escaso rato que teníamos mi marido y yo para ponernos al día y estar un poco tranquilos antes de irnos a dormir le comenté mis investigaciones a Nacho:
-¿Sabes que hoy he estado investigando sobre los succionadores de clítoris?- le dije.
-¿En serio? ¿Y eso? –preguntó.
-Hoy lo han hablado las chicas y que les encanta. Que consiguen unos orgasmos brutales.
-Eso es que sus maridos no saben tocarlas– bromeó Nacho.
Me ofendió aquello. El sexo con mi marido había ido en picado desde hace tiempo y aún así se permitía hacer bromitas sobre su virilidad frente a la de otros maridos.
-Pues yo había pensado en que podíamos comprar uno, para probar, ya sabes…
-¿Para qué? Pero si quieres correrte para eso estoy yo o qué vas a hacer, ¿estar todo el día a pajas?
¡Será cabrón! Hay veces que Nacho tiene actitudes o comentarios que me sacan de quicio. Y este ha sido uno de ellos. ¿Para eso está él? ¡Si sólo follamos una vez a la semana y malamente! Y lo dice como si él fuera un autentico semental. Y encima por su comentario se ve que a él no le entra por la cabeza que pueda masturbarme. Parece que el único pajillero de la relación puede ser él, solo hay que echar un vistazo al historial de navegación del ordenador para ver qué paginas ha visitado últimamente. La que más ha frecuentado la última semana una de niñitas que se tragan todo lo que le echen sus profesores.
-Había pensado en que podíamos utilizarlo en pareja…
-¿Y qué saco yo? Eso solo es para ti. Yo me quedaría mirando… Además que esos juguetes cuentan un pastizal, cuando puedes hacer lo mismo con tus deditos.
¡Será egoísta! ¡Qué saca él me dice! Está claro que jugar y ver a su mujer retorciéndose de placer no le vale si no se corre él también. Ahí se quedó la conversación. Nos fuimos a la cama sin decir mucho más. Yo no estaba de humor para nada más.
Habían pasado dos días. Dos días en que había meditado mucho sobre lo que había pasado con Nacho y sobre el juguetito. Durante estos días en mis ratitos libres volvía buscar nuevas páginas de venta del succionador a leer comentarios y buscar blogueras y youtubers que hablaban sobre sus experiencias con él y yo cada vez estaba más convencida de que tenía que probar uno. Era mucha la curiosidad que tenía para descubrir si todo lo que decían respecto a él era verdad y si así era, creo que me merecía esos orgasmos que tanto daban que hablar.
Ese miércoles tras volver a dejar a las niñas en clase de danza, me encaminé no hacia mi cafetería como hacía habitualmente para hacer tiempo, sino que me dirigí hacía una de las calles céntricas de la ciudad. Allí entre varias cafeterías y tiendas de ropa, había un local cuyos escaparates estaban cubiertos por unos grandes posters de dos hermosas mujeres en ropa interior que impedían ver el interior de la tienda. La puerta del local también estaba empapelada con otra mujer en sujetador que mantenía en secreto lo que se encontraba al otro lado de la puerta. Este era uno de los sex-shop de la ciudad. Había pasado por esta calle infinidad de veces y había mirado siempre de reojo hacia la tienda, pero nunca me había atrevido a entrar. Pero esa tarde estaba allí, queriendo entrar para poder ver en persona los famosos aparatos y con la determinación de comprar uno para experimentar.
Estaba muerta de vergüenza. Nunca había ido a un sex-shop y pensaba que atravesar esa puerta me convertiría en una guarra a ojos de todos los que pasaban por la calle en ese momento. ¿Qué pensarían de mí? ¿Y si me veía algún conocido o alguna otra madre del colegio? Notaba que un intenso calor me subía por el cuello de la camisa y me abrasaba las mejillas y las orejas. No sabía qué hacer. Me debatía entre entrar o darme la vuelta y volver a la cafetería que es donde debería estar en ese momento. Si al menos hubiera venido Nacho conmigo… Pero él no estaba por la labor de acompañarme a un sitio como este. Mientras me debatía entre entrar o darme media vuelta y largarme de allí, vi como un señor ya entrado en años salía del establecimiento. ¿Eso es lo que me encontraría allí dentro, viejos verdes? La idea hacía que me decidiera por irme cuando vi que un grupo de tres treintañeras entraban en el local con la mayor naturalidad del mundo. Eso me armó de valor. ¿Por qué no iba yo a entrar en un sex-shop con aquella misma naturalidad? Me dirigí hacia la puerta, nerviosa y mirando de reojo a ambos lados de la calle por si alguien me miraba, pero no observé nada raro a mí alrededor, abrí la puerta y entré.
Dentro el luminoso local me deslumbró. Una intensa luz blanca iluminaba el interior del establecimiento y las distintas vitrinas que lo componían. Aquella luz contrastaba con la imagen opaca y oscura que sus escaparates mostraban. Dentro observé al grupo de treintañeras que observaban y comentaban frente a una vitrina repleta de bolas chinas. Los dos empleados que estaban en la caja, un chico y una chica, me sonrieron y saludaron amablemente antes de continuar su charla. Allí la gente paseaba mirando las diferentes vitrinas y objetos allí expuestos.
Los nervios que precedieron a la entrada en el sex-shop habían desaparecido al ver la naturalidad que se respiraba en el interior del local, por lo que comencé a caminar decidida entre los diferentes estantes, viendo la amplia gama de productos sexuales, muchos de los cuales no conocía y me detuve para intentar comprender para que valían. Paseé por una vitrina llena de pollas de goma, de todos los colores, formas y tamaños, algunas de un tamaño inhumano que me resultaron imposibles de usar, ya que estaba segura de que aquello era imposible que cupiera en un coño. Aquel muestrario de pollas hizo que notara un leve cosquilleo en mi coño.
Llegué a la parte de los DVDs. Me parecía curioso que a día de hoy la gente todavía comprara DVDs teniendo internet, pero si los vendían aún es porque tendrían su público. Me entretuve mirando distintas carátulas. Allí había de todo y de todas las categorías. Desde el porno corriente que solía ver yo en mi teléfono móvil cuando me masturbaba, hasta sexo con octogenarios, transexuales e incluso animales. Sin duda, el mundo del porno era muy, muy amplio. Estando allí no pude dejar de notar que alguna mirada se posaba en mí. Es cierto que allí cada uno iba a lo suyo y pese a mi idea preconcebida justo antes de entrar de que habría viejos verdes llegando la tienda y encontrarme que allí la gente era de lo más normal, observé que un señor de unos cincuenta años que estaba frente a mí no pudo evitar echarme una mirada furtiva. A mi lado un chaval que rondaría unos veinticinco años también me dirigió alguna que otra rápida mirada, que sin duda, fue todo un repaso de arriba abajo. Además le pillé mirando la carátula del DVD que tenía en la mano, justo uno de bukkakes, supongo que intentando adivinar qué tipo de porno me interesaba. En vez de molestarme por aquellas miradas, el efecto que produjeron en mí, fue el contrario. Imaginé que aquellos hombres me observaban como una mujer a la que le gustaba el sexo y el porno por encontrarme donde estaba y supuse que fantaseaban conmigo pensado en mí de manera lujuriosa, como una guarra a la que le encantaría ser follada allí mismo y realizar aquello que esas carátulas mostraban. Me hizo sentirme bien y deseada y eso humedeció un poco más mi coño. Me empecé a sentir cachonda paseando por la tienda y viendo como algunos hombres me miraban y rápidamente apartaban la mirada no les fuera a pillar con sus ojos en mis tetas. La situación, novedosa para mí, me pareció divertida y muy erótica. Y no lo voy a negar, ese sentimiento de generar deseo en un hombre, hacía un tiempo que lo tenía olvidado. Me reconfortó reencontrarme con él.
Finalmente me acerqué a la estantería con los succionadores. Prácticamente me conocía todos de memoria, después de las búsquedas de los días previos. Había un modelo de viaje, chiquitito y muy mono, que además tenía un precio bastante económico. Puesto que la idea era experimentar y probar, me pareció que era una opción muy buena. La dependienta se me acercó y yo algo ruborizada pregunté sobre los diferentes modelos. Ella estuvo asesorándome y recomendándome modelos, entre ellos el modelito de viaje que tanto me había gustado. Es verdad que había ido a la tienda con la determinación de llevarme un succionador, pero una vez allí he de reconocer que me puse un poco nerviosa y le dije a la dependienta que me lo pensaría. Así que salí de la tienda y fui a recoger a mis niñas.
Llegó el viernes. Ultimo día de colegio de las niñas y también la última extraescolar. Tras dejarlas volví hacia el sex-shop. Hoy sí que iba a salir de la tienda con el succionador. Desde el miércoles estuve dándole vueltas. Ya había perdido ese miedo o mejor dicho, vergüenza por entrar yo sola en un sex-shop y estaba decidida a comprarme el juguetito. Entre en la tienda. Y lo primero que hice fue dirigirme al expositor de los succionadores. Ahí estaba el modelo que yo quería. Podía comprarlo ya mismo, pero puesto que aún quedaba tiempo hasta que tuviera que recoger a las niñas, podía matar el tiempo dando antes una vuelta por la tienda.
Mientras paseaba entre las diferentes vitrinas volví a notar esas miradas que la última vez tanto me gustaron. Otra vez los hombres que había en la tienda me echaban miradas fugaces. Me encantaba. Pero hubo una que me llamó la atención. Él me miró y su mirada se encontró con la mía. Rápidamente giró la cabeza y continuó ojeando las carátulas de las películas porno. Era el mismo chico veinteañero que la otra vez también estaba viendo las películas y también me echó una mirada. Me hizo gracia. Se le veía claramente ruborizado al haber sido pillado mirando.
No sé el porqué de actuar así, pero algo dentro de mí me hizo querer jugar un poco. Pude que fuera que dentro de aquel establecimiento recuperé parte de la autoestima que necesitaba como mujer perdida por un matrimonio monótono, puede que una mujer de cuarenta y cinco años como yo me viera con cierta superioridad para jugar con un jovencito veinteañero, puede que fuera cierta excitación de estar en un sitio donde todo gira en torno al sexo y la gente que estamos dentro en lo que pensamos sea solo en el sexo… No sé. Puede que fuera algo de eso o todo a la vez. Lo cierto es que con cierto aire juguetón, me dirigí a la sección de películas porno, donde estaba él y me puse a mirar los diferentes videos y deteniéndome a ver algún DVD concreto. No perdía al chico de vista y comprobaba que él seguía dedicándome miradas furtivas. Vi un DVD cuya temática y sobre todo el título me hacía mucha gracia. Lo cogí.
Poco a poco, como quien no quiere la cosa, seguí acercándome a él, haciéndome la distraída mirando las películas. Hasta que llegué a su lado. Él contemplaba una película sobre negros que follaban a jovencitas blancas. Me miraba de reojo y se le veía que no sabía muy bien qué hacer, si seguir mirando películas o marcharse de ahí. Yo me hice la distraída mirando la película que había cogido antes. Agarraba el DVD de tal forma que le permitirá al chico poder ver lo que yo contemplaba. El chaval echó un ojo, igual que en la ocasión anterior, seguramente interesándose en el tipo de porno que me pudiera interesar. Pude ver su cara de asombro y como instintivamente me miró girando la cara hacia mí. Yo no pude contener la risa y solté una carcajada. El chico me miraba y no sabía muy bien qué hacer. El DVD que le mostraba tenía como título “ Maduritas acosando a jovencitos ”. El mensaje que le mandaba era claro. El chico sin saber dónde meterse decidió que lo mejor era irse.
-Espera, que era una broma- dije sin parar de reír. –No quería incomodarte.
-¿El qué? –preguntó como si no supiera de qué le hablaba.
-Lo de la película. Solo era una broma. Sabía que estabas mirando y era para ver qué cara ponías.
El chico estaba claramente ruborizado. Intenté suavizar un poco más la conversación:
-Es que me ha resultado curiosos encontrarte aquí. El miércoles también vine y te vi.
-Sí –dijo. –También me fijé que viniste el otro día.
-¿Ah? ¿Te fijaste? –dije socarrona guiñándole un ojo mientras él se ponía irremediablemente rojo.
¿Qué estaba haciendo? ¿Tontear con un crío? ¡Joder, que estoy casada y tengo hijas! No sabía muy bien qué estaba haciendo o a qué estaba jugando, pero no puedo negar que me divertía y me parecía gracioso.
-Yo si te soy sincera es la segunda vez que vengo a un sex-shop. El otro día fue la primera vez en mi vida que probé a entrar.
-¿Sí? Bueno, yo he venido más veces –rió un poco avergonzado, pero claramente había cogido seguridad. Mi declaración de que era novata en el mundo de los sex-shop hizo que su actitud cambiara mostrándose más confiado. – Me gusta ver las novedades y de vez en cuando compro alguna cosilla.
-¿Para tu chica?
-No –rió. –Estoy soltero.
-Mejor. Menos líos, hazme caso… Luego te casas y tienes hijos y ya se fastidia todo –bromeé.
Dejé el DVD que aún tenía en la mano en la estantería. Al hacerlo miré a los ojos al chico y él me miró a mí con una media sonrisa en los labios.
-¿Te llamas? –preguntó.
-Es verdad, perdona. Teresa. ¿Tú?
-Cristian. Encantado.
Nos dimos dos besos. Sin duda la conversación había hecho que Cristian cogiera confianza y muy posiblemente mi broma con el DVD le hizo que se envalentonara, de tal forma que al besarnos me agarró por la cintura para acercarme a él y los dos besos que iban destinados a la mejilla acabaron en las comisuras de mis labios. Algo en principio fortuito, un error de cálculo, pero estaba segura que no era así. No podía serlo en aquella situación. Sin duda la culpa era mía. Cómo se le ocurre acercarme a un niñato veinteañero, yo una mujer de cuarenta y cinco, la fantasía de muchos jóvenes, a hablarle en medio de un sex-shop y encima insinuarle con una película porno que me gustan los jovencitos. Evidentemente tras el shock inicial, Cristian vería la oportunidad de su vida. No dejaba de ser como el argumento cutre de una de aquellas películas que descansaban en los estantes.
Empecé a ponerme nerviosa. ¿Qué había hecho? Una locura, sin duda. Teresa, estás casada tenía que recordarme. Quise acabar con la conversación e irme.
-Bueno Cristian, voy a seguir, que tengo que comprar una cosilla e irme.
-¿Qué vas a comprar?
Demasiadas preguntas. Sin duda había metido la pata iniciando una conversación con él.
-Puedes decírmelo –rió. –Aquí todo lo que se compra ya sabemos para qué es.
Lo dijo con una sonrisa en la boca. Seguramente quiere que se lo cuente para luego poder imaginarme usando lo que sea que le dijera. Seamos sinceros, es un veinteañero, seguro que se mata a pajas como un mono y el verle donde las películas porno solo tiene la función de darle imágenes con las que ponerse cachondo para luego pelársela. Y si esto que pienso es verdad y es para imaginarme usando un juguete, hace que vuelva a gustarme esa sensación de ser objeto de deseo de un hombre. Una pequeña corriente eléctrica recorrió mi coño. Sin duda me gustaba sentirme así.
-Bueno, pues a ver… Quería un succionador de clítoris, de esos que están tan de moda ahora.
-¡Ah genial! Por lo visto dicen que son geniales y que os corréis como nunca. Me parece estupendo.
Me sorprendió esa respuesta. Frente a mi marido que lo veía como una estupidez, este mocoso lo veía como una buena compra. ¡Qué cosas!
Nos dirigimos hasta la vitrina de los succionadores. Estuvimos mirando juntos él pasó detrás de mí para colocarse en el otro lado para seguir viendo más aparatos. Al pasar por detrás noté cómo, aprovechando que yo estaba algo reclinada hacia el cristal de la vitrina, él restregaba su paquete contra mi culo. Lo hizo con bastante naturalidad, como si no hubiera sido consciente de ello. Es verdad que el pasillo que dejaban las dos vitrinas, hacía que el espacio se acortara, pero estaba segura que podía haber pasado sin rozarme lo más mínimo. No solo me sorprendió la sinvergonzonería que demostraba (de la cual no podía quejarme, yo había jugado con este chaval y ahora estaba cada vez más desatado), sino sobre todo notar contra mi culo el duro miembro en erección de Cristián. El pasarse parte de la tarde viendo las películas porno y seguramente el morbo de estar hablando con una madurita que se le había insinuado (en broma aunque él no pudiera saberlo) habían conseguido ese resultado. Fueron solo dos segundos lo que duró la sensación de su polla dura rozándome las nalgas, pero fue más que suficiente para notar cómo se me calaban las bragas. No solo estaba húmeda, un calor intenso subió por mi cuello hacia mi cara y mis orejas. Sin duda debía de estar roja en ese momento.
Tras pedir a la dependienta que sacara el modelo que quería, pagué y salí de la tienda con mi juguete dentro de una discreta bolsa negra, que no daba pistas de su contenido. De todos modos lo guardé dentro del bolso. Cristian salió conmigo también fuera del local.
-Bueno Cristian, encantada de conocerte.
-Igualmente, ha sido un placer –comentó con una sonrisa maliciosa en la boca.
-Bueno me marcho que tengo que ir a por las niñas…
-¿Tienes hijas? –preguntó sorprendido.
-Sí, dos.
-Ah, vaya –se podía notar la sorpresa en su cara. Al parecer no pensaba que la mujer que se le había insinuado antes fuera madre de dos pequeñas.
Intenté dar media vuelta e irme, pero me detuvo:
-¿Me das tu número? Podríamos hablar si quieres… y así vernos otra vez aquí –dijo con una sonrisa.
¿Darle mi número? La broma creo que había ido muy lejos. Aunque… Por otro lado, ¿qué perdía? Si me hablaba con tal de no responder o si llegaba el caso bloquearle… Además, había sido divertido jugar con él, podía seguir siéndolo por teléfono móvil.
-Vale. Apunta. 6395…
Nos despedimos y acudí a recoger a mis hijas. Ya en casa mientras estas hacían los deberes, corrí rápido al baño con el bolso encima. Me moría de ganas de probar mi nuevo juguete. Además ya no solo era el morbo de probar mi nuevo juguete, esa tarde llevaba mucha excitación acumulada por Cristian, el morbo de sentirse deseada, de jugar un poco con él, del roce de su polla tiesa…
Prácticamente no tenía ni que leer las instrucciones, ya que tanto había buscado información los días previos, que ya sabía a la perfección cómo funcionaba. Sentada en el váter, separé las piernas y coloqué el aparatito en mi coño y lo encendí. Comencé con el nivel uno y paulatinamente fui subiendo. Las pulsaciones que emitía sobre mi clítoris comenzaron a sentirse desde una ligera vibración a un efecto ventosa según aumentaban los niveles. Comencé a notar contracciones y empecé a retorcerme de placer. Luchaba por no hacer ruido para no alertar a mis hijas, así que tomé la toalla y la mordí para evitar gritar. Sin darme cuenta había logrado alcanzar uno de los mayores orgasmos de mi vida. ¡Y no habían pasado ni dos minutos! Todo lo que decían de él era cierto ¡Alucinante!
Feliz con mi compra, uno de los mejores dineros invertidos sin duda, lo limpié según especificaban las instrucciones y lo guardé en el cajón de la ropa interior. Ahí Nacho no miraría. No iba a decirle nada por el momento de la compra, ya mostró indiferencia días atrás, no iba a comentarle nada al respecto. Me lo guardaba para mí y mis momentos de placer en solitario.
Muchísimo más relajada después del tremendo orgasmo que me había dado, estaba sentada en el sofá esperando que llegara Nacho del trabajo. Quedaría una media hora para que apareciera cuando sonó mi móvil. Un mensaje de WhatsApp. Era Cristian.
-¿Qué tal el juguetito? ¿Ya lo probaste? ¿Funciona bien? Jeje
¿Le contestaba? No sabía qué hacer. Otra vez las dudas. La broma había estado bien, pero ¿quería seguir con ella? Además mi marido estaba al llegar y qué iba a pensar si sabía que su mujer se hablaba con niñatos. Bueno, ¡qué más daba! No tenía porqué enterarse. Además, para qué negarlo, me divertía.
-De maravilla jejeje.
-¿Lo has usado ya?
-¡Claro! Nada más llegar a casa
-¡Qué viciosa! Jajajajajaja
-Jajajajajaja. Pues sí ;)
-¡No me digas eso! Jejeje Que ahora te imagino usándolo… bufff
-Jajajajaja Mucha imaginación tienes tú…
-Jajajajaja. A ver qué quieres. Una mujer como tú, usando esas cosillas, pues mi imaginación vuela… jajaj
-¿Una mujer como yo? A qué te refieres
-Pues una mujer así como tú… jeje. Estás buena, no sé qué edad tendrás, pero estás genial.
-¿Estoy buena? Jajaja
Para la edad que tengo creo que me conservo aceptablemente bien. Es verdad que algún kilito me sobra, pero todavía guardo la figura. También es verdad que hay algo de celulitis en mi culo y algunas estrías en la tripa y mis tetas ya no están igual de firmes que hace años, pero tampoco se puede pedir mucho más a una mujer que ha pasado por dos partos y no le queda mucho tiempo en su día a día como para ir al gimnasio todo lo que me gustaría.
-Sí, para mí mucho. Jeje. ¿Qué edad tienes? Si se puede saber…
-Jajajajaja, Pues muchas gracias. Menudo subidón de ánimos. Tengo 45
-Pues seguro que te lo dicen mucho. Tu marido debe de estar contento contigo, es un suertudo…
-Jajajajaj pues sí que lo es. Aunque últimamente no me hace mucho caso…
¿Para qué le contaba yo eso a él? Seguramente porque creía que no pasaba nada, al final es un desconocido sin relación con mis conocidos y además con eso esperaba que me siguiera subiendo los ánimos.
-Pues si yo fuera tu marido no te soltaría. Estaría todo el día contigo
-¿Ah sí? ¿Haciendo qué?
-Jajajajajajajaja. Pues te lo puedes imaginar… Intentaría que no tuvieras que utilizar el succionador jajajaja
-Jajajajajajajaja. Y cuántos años tienes tú
-23
-Eres todo un yogurín para mí jajaja.
-Bueno, no parece que sea un problema para ti ¿no? Al menos las películas que miras parece que te van los yogurines ;)
-Jajajajajajaja. No me disgustan jajaja
-Jajajajajajajaa ni a mí las maduritas… ;)
¡Vaya con el niñato! Al final se estaba lanzando y yo notaba un pequeño cosquilleo. El jueguecito era agradable. Que un chaval de 23 años te viera deseable y quisiera follar contigo es todo un halago.
-Bueno te dejo, que va a llegar mi marido y no estaría bien que nos pillara hablando. Hablamos en otro ratito. Besos
-¡Adiós guapa!
Aquella noche, después de haber recogido los restos de la cena estuvimos viendo un poco la televisión mientras Nacho me contaba su día. Yo tenía aquella noche muchas cosas que contarle por todo lo que me había pasado en la tarde, pero me lo guardaba para mí. Justo antes de meterme en la cama revisé el teléfono móvil por última vez para ver si tenía alguna notificación. A parte del grupo del colegio donde varias madres hablaban de tareas y demás, tenía otro mensaje de Cristian. Esta vez una foto. Abrí el mensaje y lo que me encontré fue un selfie de él recostado sobre la cama con su polla tiesa en primer plano. Era una polla bastante grande o al menos la perspectiva de la foto hacía que lo pareciera. Cerré rápidamente la conversación para cerciorarme de que nadie, mi marido en este caso, la viera. No había nadie en la habitación, así volví a abrir la foto. Una foto de un yogurín con sus huevos y su pubis completamente depilado. Bajo la foto una frase: “Para que te acuerdes de mí”. ¡Y tanto que iba a acordarme de él con esa imagen en la retina! Lo que habían cambiado las cosas desde que yo era joven y ligaba con otros chicos. Ahora estaba claro que no perdían el tiempo y la vergüenza la dejaban en casa. ¡Ya ves! Un crío que no me conoce de nada, simplemente por un pequeño flirteo y ya me mostraba todos sus atributos sin ningún tipo de pudor. Le conteste con un “Mmmmmmm” para hacerle ver que me había gustado la foto y apagué el móvil para evitar la llegada de posibles nuevos mensajes.
La mañana siguiente, al ser sábado y no tener que llevar a las niñas al colegio, pude quedarme en la cama rezongando un poco. No solo para aprovechar minutos en la cama antes de que las niñas pidieran que les preparara el desayuno, también para poder pensar. Tenía grabada la imagen de la polla de Cristian. Por la noche, pensé en esa foto hasta que me quedé dormida. ¿Qué pensaría nacho si supiera que un crío de veintitrés años me mandaba fotos como esa? Seguramente no le gustaría. Pero él no tenía porqué enterarse. Solo era una foto, un divertimento que yo tenía con ese chico. Ya levantada encendí el móvil y empezaron a llegar todas las notificaciones pendientes de la noche. Entre ellas otro mensaje de Cristian que debió mandar después de que le contestara, cuando ya había apagado el móvil:
-¿Te gustó la foto?
-Sí, mucho. Se te ve una muy buena polla en esa foto. Estás loco mandando eso jeje.
A los pocos minutos escuché una nueva notificación:
-Jajajaja. Me alegro que te gustara. ¿Crees que es una buena polla? Me mide 20cm.
¡Cómo se notaba que era un niño aún y que tenía que madurar! No había tardado ni dos minutos en decirme cuánto le media, seguramente para intentar impresionarme.
-Seguro que tus amigas estarán contentas –dije.
-Jajajajaja. No se me han quejado nunca, la verdad. Aunque lo cierto es que mis amigas me aburren.
-¿Cómo que te aburren?
-Sí. No están mal, pero yo prefiero a una mujer hecha y derecha, no una niña. Prefiero a una madurita mil veces antes que a una de mi edad.
¡El niñato va a directo al grano! Ya veía por dónde quería llevar la conversación, así que lo corté.
-Perdona Cristian pero te tengo que dejar. Que las niñas me piden el desayuno y encima está mi marido por aquí y no estaría bien que me pillara. Adiós.
El resto del día transcurrió con normalidad. Salimos a pasear con las niñas y volvimos para la hora de comer. Por la tarde, metidos en casa viendo la televisión, volvió a vibrarme el teléfono. Ya había decidido quitarle el sonido para no levantar sospechas si recibía más mensajes de los que acostumbraba. Desbloqueé el teléfono. Otra vez Cristian. Una nueva foto. Esta vez era un selfie frente al espejo del baño. El flash de la cámara brillaba en el espejo y tapaba parcialmente su cara. Pero no impedía que se viera el resto de su cuerpo desnudo. Pude notar que aunque no era excesivamente musculado, sí era fibroso y se podía notar en su abdomen una marcada “tableta de chocolate”. Bajo esta y agarrada con la mano que no sujetaba el móvil, volvía a aparecer esa polla depilada de, según él, 20 centímetros. Esta vez, no había perspectivas que pudieran distorsionar el verdadero tamaño de su miembro. No podría saber si realmente medía lo que decía que medía, pero era innegable que la barra de carne que sostenía en su mano era realmente grande.
Volvía notar ese cosquilleo en la entrepierna. No lo podía evitar. Me excitaba haberme encontrado con una versión mía que pensaba que ya había perdido. Una versión de mí que aún excitaba a los hombres y que hacía lograba que me desearan y quisieran follar conmigo, más allá de mi marido donde en muchas de las ocasiones era más por obligación que por verdadero deseo. Sólo era un juego lo que tenía con Cristian, pero saber que un niñato me veía atractiva y que mostraba interés por follarme era una verdadera inyección de autoestima. Y no lo voy a negar. Ver esa polla gorda y dura me excitaba. La imaginaba dentro de mí y notaba como se me pegaba la ropa interior al coño por la humedad.
Con disimulo le contesté:
-¡Eres un cabrón! ¿Cómo me mandas esto con mi marido por aquí?
-Jajajajaja. Lo siento. ¿Te ha gustado? ;)
-¿Tú qué crees? Jeje
-¿Eso es un sí? jajaj
-Me he puesto tonta, sí…
-Joder, me encantaría verte…
-Pues no va a poder ser con mi marido por aquí
-Entonces ¿cuándo no esté es que sí? jajajaja
-No seas malo…
El resto de la tarde estuve pensando en aquella foto y en el tonteo que tenía con Cristian. Nunca había estado en esa tesitura, era algo nuevo en mí y sin duda me gustaba, pero también estaba mi marido. ¿Le estaba engañando? Solo estábamos hablando, pero ¿se puede entender eso como engaño? No sé, lo único que sabía es que llevaba gran parte de la tarde excitada, tanto que al irme a duchar, aprovechando el ruido del agua, me masturbé con mi succionador y no pude evitar que las imágenes que aparecían en mi mente mientras el aparatito pulsaba sobre mi clítoris fueran las fotos que Cristian me había mandado. Tras la corrida y ya en la ducha, no podía dejar de imaginarme a Cristian con su polla jugueteando enfrente de mí.
Tanto es así, que a pesar de la corrida con el succionador y la ducha relajante, no conseguía quitarme ese calentón de encima. Era sábado por la noche y tocaba sesión de sexo con Nacho. Lo que duró aquella noche, similar a las anteriores, a mí se me hizo infinitamente más corto. Estaba muy excitada, lo venía arrastrando toda la tarde y tanto la polla como las técnicas de mi marido no consiguieron satisfacerme. Mientras tenía a Nacho encima no podía impedir que me imaginara que quien me cabalgaba era mi imberbe amigo y que la polla que se colaba dentro de mí era la suya. Mi marido, tras correrse, satisfecho se enorgullecía de su hazaña. Se vería como todo un macho, un semental que había destrozado de placer a su hembra a juzgar por la cantidad de flujo que había generado aquella noche. Si supiera que todo ese flujo de mi coño lo producía una situación totalmente diferente y un crío al que mi marido doblaba en edad…
Salí de la habitación con la intención de fumarme un cigarro en la cocina, pero no solo haría eso. Me había llevado mi succionador para intentar acabar con ese ardor que me corroía por dentro por culpa de ese niñato que no paraba de provocarme con sus fotos. Sola en la cocina, solo imaginaba aquella polla en mi boca o en mi coño mientras el succionador conseguía lo que mi marido era incapaz últimamente, un orgasmo.
El domingo no fue muy diferente respecto al sábado. Tanto en relación a lo que hicimos como a mi estado de excitación. Cristian había decidido cambiar de estrategia y no enviaba fotos, ahora enviaba videos. El vídeo estaba grabado desde su tripa y se le vía tirado en la cama de su habitación, desnudo, con la polla agarrada con su mano libre, tiesa hacia el techo. Comenzó a mover la mano de arriba abajo por toda la longitud de su polla, cada vez a mayor velocidad. La piel de su prepucio se deslizaba de arriba abajo dejando ver un hermoso y grueso glande rosado. Cada vez la velocidad iba en aumento, hasta que paró en seco, con su glande destapado. Unas contracciones de sus caderas iniciaron la expulsión de gruesos chorros de semen que volaron por el aire cayendo en su mano o en su tripa, incluso sobre la cama. Poco a poco y a medida que su miembro dejaba de escupir leche las contracciones fueron cediendo y el video se cortó. Estaba muy cachonda con aquel video. Aquella paja me había mojado entera y tuve que volver a aprovechar el momento de la ducha para pajearme yo con mi succionador mientras volvía a ver el vídeo. Controlé los niveles de mi aparato de tal forma que mi corrida se simultaneó con la que se veía en la pantalla de mi teléfono móvil. Pude esta vez ver el vídeo con sonido y me sorprendió escuchar que entre los gemidos y suspiros que se le escapaban a Cristian, éste susurró un “Teresa” justo en el momento en que un segundo chorro de esperma salía de su polla. ¡Eso me volvió loca! Me dedicó su paja…
En ese momento hice lo que no pensaba que fuera a hacer nunca. Cogí mi teléfono móvil y me hice una foto frente al espejo. Estaba desnuda a punto de entrar en ducha. Es verdad que algo de pudor se apoderó de mí y no fue una foto tan explícita como las de Cristian. Salía un poco girada, de tal forma que no se me viera el coño, pero sí se intuyeran los pelitos que coronaban mi raja, con la mano libre me tapaba las tetas, pero la aureola de los pezones asomaban. El flash ocultaba la práctica totalidad de mi cara. Revisé la foto y sin pensar, la envié. Se la envié a Cristian. Ahora otro hombre diferente a mi marido me podía ver desnuda. Me metí en la ducha.
Al salir del baño Cristian había contestado:
-¡Joder! Estás buenísima… Pero qué poquito se ve… : (
-Jajajaj. Gracias. Tú tampoco están nada mal. Y pidas tanto que vas muy rápido… jeje
-Es que si supieras qué ganas te tengo…
-¿Sí?
-Muchísimas. Ya te he dicho que me gustan las maduritas y tú estás genial. Y encima esa foto… ¡buffff! Lo que te decía, no entiendo qué hace tu marido si no está follándote a todas horas… jeje
-Eso me gustaría a mí. Follar a todas horas jejeje –contesté chistosa.
-¿Sí? Yo puedo ayudarte en eso…jajaja
-¿Ah sí? ¿Cómo?
-Si nos viéramos te lo demostraba jajaja
-Jajajajajaja
-Oye podríamos vernos un rato un día de estos. Creo que podría estar bien.
-Claro ¿y qué hago con mis hijas y mi marido?
-¿No las dejabas en clase por las tardes? Ahí podíamos vernos.
-¿Y mi marido?
-No tendría que enterarse jejeje
-¿Quieres que le engañe?
-Jajajajaja sí, pero no tienes por qué dejarle. Tú le quieres y seguirás con él, esto es solo pasarlo bien con un amigo jaja
-Sí, claro, igualito…
-Sí. ¿Verdad que puedes pasarlo bien y salir con amigos a tomar una cerveza o ir al cine sin que esté tu marido y no pasa nada? Esto es igual. Quedas con un amigo para pasar un rato y vuelta a casa.
-¡Claro! Muy fácil lo ves tú…
-Pues sí. Tú me pones un montón y creo que algo te puedo gustar yo también por lo que ya has visto y me has dicho. Además dicho por ti, tu marido no te da lo que necesitas. Bueno pues yo puedo ayudarte a suplir eso... jeje
Me parece que el niño había salido muy espabilado. Él lo veía todo muy fácil, al fin y al cabo no era él quien traicionaba su matrimonio. Pero por otro lado esa misma idea ya había pasado por mi cabeza. Todo esto se me había ido completamente de las manos. Había pasado de ir simplemente a comprar un juguete erótico, a verme deseada por los hombres que me miraban en el sex-shop, a jugar y provocar a un crío, con el que ahora me escribía y me mandaba fotitos desnuda como si fuera yo una adolescente y no una mujer casada y con dos niñas. Y es cierto que me tentaba y mucho. Ya llevaba varias pajas con él y encima follando con mi marido pensaba en él. Existía una tensión sexual no resulta entre nosotros. Lo fácil sería bloquearle y que desapareciera de mi vida. Centrarme en mi familia y olvidarme de este tonteo absurdo. Pero no puedo negar que me gustaba.
-¡Venga! Veámonos un poquito… -insistió Cristian.
-Mira, mañana dejo a las niñas en clase a las 17h. Si quieres nos vemos a esa hora y hablamos mejor.
-¡Genial!
El resto de la tarde del domingo y la mañana del lunes estuve arrepintiéndome de lo que había hecho. Había quedado con un chico que quería follar conmigo después de dejar a mis hijas mientras mi marido trabajaba y era ajeno a todo esto. Llegó la hora en que había quedado con él. Acababa de dejar a mis hijas en a clase de danza y salía del edificio. Estaba realmente nerviosa. Notaba como el corazón me latía furioso y más cuando le vi apoyado en un coche esperándome como habíamos acordado.
Nos saludamos. Sus besos volvieron a recaer en las comisuras de mis labios. Estaba claro que la otra vez no fue algo fortuito. Este crío apuntaba muy bien con sus labios. Decidimos ir a tomar algo y hablar. Cristián indicó una cafetería que estaba cerca, justo a la que acudía mientras esperaba que salieran mis hijas de clase. Le comenté que era preferible buscar otra, que allí había mucha gente que podía conocerme. Así que me invitó a entrar en el coche, que resultó que era suyo y nos fuimos a un bar que estaba en el otro lado de la ciudad. Los cinco minutos que tardamos en llegar hasta allí fueron bastante incómodos. No me atrevía a hablar. La seguridad de la tarde en que nos conocimos y me acerqué a él con la película porno en la mano, se había esfumado. Allí tenía yo la situación controlada, pero menos de una semana después, dentro de su coche y después de que me viera desnuda, era él quien controlaba la situación. Aparcamos junto al bar. Tras echar el freno de mano, apoyó su mano sobre mi muslo y distraídamente lo acaricio.
-Hemos llegado –anunció.
Entramos en el bar. Él me cedió el paso al entrar y pasando detrás de mí colocó su mano en mi cintura. En mi cintura no exactamente, la verdad. Un poco más abajo, sobre el inicio de mis nalgas. No fue un despiste, ya que poco a poco, casi imperceptiblemente, fue descendiendo. Cuando quise darme cuenta, su mano reposaba en mi culo, con todo el descaro del mundo. Mis nervios que aún continuaban me impedían decirle nada. Tampoco sabía qué hacer. Si no quería esa situación, tendría que haberla parado hace mucho tiempo, no que fui yo quien empezó con el juego, continuó hablando con él, le mandé una foto desnuda y acepté quedar. Solamente el pedí que no fuera tan descarado allí con tanta gente, ya que amasaba mi nalga con fuerza y descaro, delante de toda la clientela. Una imagen extraña la que dábamos cuando para todo el mundo parecíamos una madre con su hijo veinteañero.
Pedimos un par de cañas y comenzamos a hablar. Él tomó la iniciativa:
-Entonces te gustó el vídeo, ¿no?
-¡Estás loco! –reímos. –Pero sí, me gustó mucho. Ya te he dicho que vas bien armado –volvimos a reír.
Cristian cogió disimuladamente me mano por debajo de la barra y la llevó hacia su entrepierna. Antes de que pudiera darme cuenta o retirar la mano, notaba por encima del pantalón de chándal el enrome bulto que se estaba formando. No se podía decir que estuviera empalmado, pero ya su polla empezaba a reaccionar y se notaba que empezaba a creer. Yo abrí mucho los ojos de sorpresa, pero no dije nada. Él riendo me guiñó un ojo mientras soltaba mi mano. Podía haberla apartado en el momento en que me soltó, pero no sé porqué ahí seguía, acariciando aquel bulto que crecía en mi mano. Cuando fui consciente de lo que estaba haciendo y sobre todo de dónde lo estaba haciendo aparté con brusquedad la mano. Noté como Cristian se recolocaba la polla dentro del pantalón para acomodársela y permitir que creciera sin dificultad.
Empezamos a hablar un poco de nosotros, a qué nos dedicábamos y cómo eran nuestras vidas, para así romper un poco el hielo. Yo fui tranquilizándome y paulatinamente fui perdiendo los nervios. En parte a la conversación que ahora era mucho más fluida, en parte a las dos cervezas que ya me había bebido en relativamente poco tiempo. Con la tercera cerveza, yo ya estaba mucho más confiada. Tanto que a sus preguntas sobre mi marido y mis hijas le contaba alguna que otra intimidad. El alcohol me envalentonó y la situación tornó de embarazosa a morbosa. Tener delante a ese yogurín, que se interesaba por mi marido, no por un interés real en conocerme, sino por el morbo que le generaba que yo hablara mal de él o le contara que la otra noche, mientras follaba con él, pensaba en su polla, era bastante excitante. A esas alturas el morbo había vencido a mis prejuicios anteriores y ya no recordaba que era la madre de dos hijas pequeñas o que era la mujer de mi marido, ahora volvía a aparecer la versión de mí que se presentó en el sex-shop con una película porno en la mano sobre maduras que se follaban a jovencitos. Me sentía con el poder de una de esas maduritas del DVD.
Tras pagar salimos a fumar. Otra vez, agarró mi culo en vez de mi cintura al salir del local. Encendimos nuestros cigarros y entre calada y cala seguíamos conversando sobre la noche de sexo con mi marido. Cristian estaba encantado con que pensara en él mientras follaba a Nacho.
-Te gusta que pensara en ti mientras follaba, ¿eh?
-Por supuesto –afirmó entre risas.
Sin previo aviso llevé mi mano a su entrepierna. Ahí estaba. Aquella polla que había visto en foto y el video, se notaba tiesa y dura dentro de su pantalón. La acaricié para notar su dureza. Sin duda era el pollón de un crío con todo el subidón hormonal y la potencia que da la juventud. Sin esperarlo, Cristian se abalanzó sobre mí y me besó. Nuestros labios chocaron y su lengua se abrió paso entre mis labios para encontrarse la mía. Nuestras lenguas se buscaban y se encontraban. No me resistí a ese beso. Por un segundo recordé a mi marido. ¿Qué estaba haciendo? ¡Estaba engañando a mi marido! Pero solo duró eso, un segundo. Al momento la desesperación por besarnos y tocarnos nubló mi mente. Acudió a mí aquello que Cristian me había dicho anteriormente. Esto no cambiaba nada, era una forma de pasarlo bien con un amigo. Quería a mi marido y seguiría con él. Esto era una forma de pasarlo bien con un conocido, igual que ir a un bar o al cine. Una forma como otra cualquiera de autoengañarme para tener la conciencia tranquila y disfrutar de eso que me estaba pasando…
Mientras me besaba yo no paraba de frotar aquella polla por encima del pantalón. Él me agarraba de las nalgas y una de sus manos pasó a agarrar una de mis tetas. Creo que era el momento de irse. Ya estábamos dando demasiado espectáculo. Dimos la última calada al cigarrillo y entramos en el coche.
Cristian condujo hacia un polígono a las afueras de la ciudad, a un sitio no muy frecuentado, donde pudiéramos tener algo de intimidad. Mientras conducía me tocaba los pechos o los muslos e incluso frotaba mi coño por encima del pantalón. Yo tampoco perdía el tiempo y frotaba su polla por encima del pantalón y más tarde le pajeaba directamente, ya que él se había desatado el cordón de su pantalón y se había sacado directamente la polla. Ahí estaba. Aquella polla que había visto tantas veces en foto, ahora asomaba su cabeza por encima del pantalón. Me lamí la mano y los dedos y agarrándola por la base de su glande comencé a pajearle mientras él conducía a nuestro lugar de destino.
Aparcamos en una calle casi vacía salvo por un camión al fondo de la misma. Comenzamos a besarnos de nuevo. Cristián me subió la blusa, quería ver mis tetas. Yo miraba a ambos lados de la calle. Estaba muy cachonda y había perdido en gran parte la vergüenza, pero tampoco quería que cualquiera que pasara nos viera. Cristian lo comprendió y me dijo que pasáramos al los asientos traseros. No solo estaríamos más cómodos, también los cristales estaban tintados, por lo que sería más difícil que nos vieran. Para mayor seguridad, puso un viejo parasol en la luna delantera para evitar cualquier mirada curiosa.
Salimos del coche y nos metimos rápidamente en la parte trasera. Cristian ya estaba desnudo de cintura para arriba y su polla asomaba por la cintura de su pantalón. Se abalanzó sobre mí. Me besaba y sus manos apretaban mis pechos por encima de la blusa. Con prisas y desesperación me la desabrochó dejándome solo con el sujetador. No espero a que me lo desabrochara. Tiró de una de las cazoletas del sostén y sacó una de mis tetas. La contempló unos segundos y sin parar de amasarla se le metió en la boca. Succionaba mi pecho y su lengua jugueteaba con mi pezón que rápidamente se endureció. Mientras le tenía pegado a mi pecho, con la otra mano sacó la otra teta. Sin dar tiempo a más pasó de una teta a chupar la otra. A mí se me comenzaron a escapar leves suspiros.
Noté que Cristian introducía sus dedos por la cintura de mi pantalón. Me obligó a recostarme como buenamente pude en el interior del coche y tiró de ellos hacia abajo. En ese instante solo me cubría un tanga y el sujetador, que aunque puesto no me guardaba las tetas dentro. Ahora sí, con más delicadeza que la que había mostrado para quitarme el resto de la ropa, me bajó con muchísima delicadeza el tanta y lo lanzó hacia la zona delantera del coche. Estaba completamente desnuda delante de un crío cuya edad estaba más cerca a la de mis hijas que a la mía. Con esos pensamientos estaba cuando todos se desvanecieron en el momento en que pasó su lengua por toda la longitud de mi raja. No lo pude evitar y gemí de puro placer. Cerré los ojos, me acomodé como pude contra la puerta y apoyé una de las piernas en el respaldo del asiento del copiloto. Cristian se encontraba acuclillado al otro lado del asiento, junto a la otra puerta. Comenzó con lengüetazos lentos por todo mi coño. Recorrió con su lengua mis labios y llegó hasta los pelos de mi pubis a los que también les pasó la lengua. Volví a repetir la jugada, de abajo arriba. Cada vez bajaba más y metía la lengua en el interior de mi coño. Siguió bajando y la punta de su lengua tocó los pliegues de mi ano. Un calambrazo de placer recorrió toda mi espina dorsal cuando noté su lengua el mi culo. Él lo noto, por eso se entretuvo más con mi ano. Lo lamía y besaba y recorría haciendo círculos con la lengua todos los pliegues que lo conformaban. También introducía su lengua dentro, endureciéndola. Mientras yo sin abrir los ojos ni un momento suspiraba y soltaba gemiditos. Estaba absolutamente cachonda. El morbo de la situación podía conmigo. Hace mucho que no me encontraba así.
Su lengua se topó con mi clítoris y con leves toquecitos conseguía cortarme la respiración y suspirar de placer. A la vez que hacía eso, introdujo un dedo en mi coño, que rápidamente fue acompañado de un segundo en cuanto notó la humedad que lo rodeaba. Mi espalda se curvaba hacia atrás y notaba como esos dedos dentro de mi coño y esa lengua en mi clítoris me iba a arrancar un primer orgasmo.
Al comprobar mis contracciones y espasmos, Cristián paró dándome así un respiro. Seguía con los ojos cerrados debido al placer intenso que sentía, por lo que no pude ver qué hacía mi joven amante. Solo notaba que se movía a mi alrededor. Cuando pude abrir por fin los ojos, él ya estaba completamente desnudo y se había sentado en el otro extremo del asiento, agarrándose la polla por la base. Le sonreí al saber sus intenciones. Me incorporé como pude y de rodillas sobre el asiento me agaché hacia su polla. La agarré por los huevos y me la metí en la boca. Chupar aquel volumen de polla me excitó muchísimo. Tenía aquellos veinte centímetros de carne que me prometió dentro de mi boca. Me metía todo lo que podía hasta que notaba arcadas. Era una polla algo mayor que la de mi marido. Chupaba y su polla brillaba con la cobertura de saliva que le proporcionaba. Cristián recogió mi pelo y agarrándolo con una mano por la coleta que había creado, coordinaba el movimiento de mi cabeza con las embestidas de sus caderas. Ahora quien suspiraba de placer era él. Hilos de baba caían por el tronco de su polla y se acumulaban en sus huevos. Tenía la polla empapada y brillante. También les dedique atención a estos. Sus huevos perfectamente lisos y depilados entraron en mi boca y mi lengua jugueteó con ellos.
Mientras estaba entretenida con su entrepierna, Cristian rebuscaba en los bolsillos del pantalón que se acababa de quitar. Sacó un cuadradito plateado el cual abrió con los dedos y sacó de su interior un condón, tirando el envoltorio al suelo. Ajustándose el preservativo a la punta de su polla y estirándolo hacia abajo, hacia el tronco de esta me miraba y sonreía. Yo no pude evitar mirar el reloj y advertirle:
-Pero rapidito, ¿eh? Que tengo que recoger a las niñas.
Cristian me sonrió. Se recolocó en el asiento, en la mitad de este, sentado. Yo a horcajas sobre él, me coloqué enfrente besándole. El colocó su polla totalmente recta, en vertical. Con una mano, agarré su punta y la dirigí a la entrada de mi coño. Muy despacio me fui dejando caer encima de ella, notando como aquel pollón se abría paso dentro de mí. Subí despacio y volví a dejarme caer, dejando que mi vagina se acomodara al tamaño de aquel rabo. No tuvo que pasar mucho tiempo para que se acostumbrara mi coño al tamaño de Cristian, estaba lo suficientemente mojada y cachonda como para que me la hubieran metido de golpe sin quejarme.
Estuve cabalgándole un buen rato, con la cabeza de mi “niño” entre mis tetas. Agarrándome de las nalgas me hizo levantarme, sacando su polla de mi interior. Me colocó de rodillas sobre el asiento, apoyándome contra los respaldos y la bandeja del maletero. Él se colocó detrás de mí, casi encajonado entre los asientos del conductor y el copiloto. Agarró su polla por la base y buscó mi coño con su glande. En cuento mis labios cedieron a la leve presión de su polla, Cristian me agarró de las tetas y empujó con todas sus fuerzas, clavándomela. Un grito se me escapó. Si en la anterior postura yo llevaba las riendas, ahora era él. Y no parecía que fuera a ser muy delicado. Follaba con fuerza y velocidad. Me agarraba de una teta y con la otra mano me tiraba del pelo. Esa forma ruda y bruta de tratarme me gustaba. No me habían tratado así. Mi marido no follaba de esa forma. Solo lo había visto en películas porno que alguna vez he utilizado para masturbarme. Pero por fin, aquel niñato me iba a mostrar cómo era follar de esa forma. Estaba muy cachonda. Tiraba de mi pelo y de vez en cuando un azote se estrellaba contra mis nalgas. Noté como apoyaba un dedo, al parecer el pulgar, contra mi ano. Lo acariciaba y presionaba, mientras no paraba de follarme ni bajaba el ritmo. Cada vez estaba más cachonda y húmeda. Podía notar como chorros de flujo se resbalaban por el interior de mis muslos. Más azotes en mis nalgas. A esas alturas debía de tener el culo rojo como un tomate.
Volvió a sacar su polla de mi interior. Reconozco que me jodió. No quería que parara. No quería que su polla saliera de mí, la quería dentro todo el rato. Cristian me volteó y me hizo recostarme bocarriba en el asiento. Me acomodé colocando, al igual que cuando me comió el coño, una pierna en el respaldo del asiento del copiloto. Él se colocó encima de mí y volvió a la carga, follando fuerte, profundo. En esa postura podíamos besarnos y él agarraba la pierna que tenía elevada para apoyarla en su hombro, permitiendo que las penetraciones fueran más profundas. Se incorporó y besando mi pierna mientras seguía follándome, subió por el tobillo hasta que comenzó a lamer y chupar los dedos de mi pie.
Continuó con sus embestidas unos minutos más. Nos estábamos besando, aunque l movimiento y la respiración entrecortada dificultaba el proceso de besarnos. Noté como su respiración se aceleraba y también como sus movimientos se volvían más rápidos y desesperados. Estaba a punto de correrse. Yo también. Estaba terriblemente cachonda y no sé dónde tenía la cabeza en esos momentos. Solo pensaba en correrme y en el morbo que me proporcionaba toda la situación. El placer me nublaba la cabeza. Sin duda por eso, hice lo que hice.
Mientras Cristian seguía follándome sin piedad y a punto de correrse, le paré en seco apoyando las manos en su vientre. Me moví ligeramente para sacarme su polla de dentro. Con una mano se la agarré por la base, con la otra, tiré de la punta del condón, quitándose. Le miré a los ojos mientras volvía a colocar la punta en su polla a la entrada de mi coño y le dije:
-Ahora sí.
Durante dos segundos, la cara de Cristian era un poema. No salía de su asombro. Después una sonrisa burlona apareció en su cara y la acompañó una fuerte embestida que metió su rabo hasta el interior de mi ser. El pequeño parón retrasó un poco su orgasmo, pero le permitió coordinarse con el mío y tras varias embestidas duras y potentes ambos nos corrimos. Cristián se desplomó sobre mí jadeando, yo notando el peso de su cuerpo, atraía sus caderas hacía mí, mientras él seguía eyaculando dentro de mí.
Ya algo más repuestos, sacó su polla de mi interior. Ya no presentaba la misma dureza, pero aún seguí teniendo un tamaño considerable. Incorporándome me la metí en la boca y le hice una suave mamada para dejarla limpia de semen y flujos. Al incorporarme, comenzó a burbujear mi coño y un grueso goterón de semen salió de él.
Como buenamente pudimos nos comenzamos a vestir. Era realmente complicado vestirse en un sitio tan angosto. Ya no tenía la edad como para estar folleteando en coches. Buscando la ropa y por más que miramos por todas partes y bajo los asientos mi tanga no apareció. Cristián movió los asientos, pero nada. Resignada me puse los pantalones directamente y noté como la humedad de mi coño los mojaba. Salimos fuera del coche a que nos diera un poco la brisa y así rebajar el sofoco que teníamos. Miré mi reloj, iba bien de tiempo para recoger a mis hijas. Con tranquilidad nos fumamos un último cigarro mientras nos mirábamos y sonreíamos bobaliconamente.
Cristian me acompañó con el coche hasta el colegio. Nos despedimos con un beso en lo labio y esperé a que mis hijas salieran. Los recuerdos de lo que había pasado escasos minutos antes vinieron a mi cabeza. Cuando salieron mis hijas las saludé como hacía siempre besándolas. No pude evitar pensar que los labios que besaban a mis niñas, hace escasa media hora habían sostenido la polla de aquel chico y habían saboreado el sabor de su semen. Los miedos y arrepentimientos afloraron en ese momento. Sé que mis hijas me estaban contando cómo les había ido en clase, qué bailes estaban ensayando y demás, pero no las escuchaba. Mi mente estaba en otro lado. ¿Qué había hecho? Le había sido infiel a mi marido. ¿Cómo podía ser que todo hubiera cambiado tanto en una semana? Hace justo una semana me picaba la curiosidad por saber cómo funcionaban los famosos succionadores de clítoris y una semana después engañaba a mi marido con el primer niñato que me encontraba. ¿Cómo he podido dejarme arrastrar? Pero había sido un polvo tan bueno…
Intenté olvidarme de todo eso. Quise restar importancia a lo que había hecho. Efectivamente había engañado a mi marido. Me había dejado llevar por la lujuria y había acabado follando con un chaval de de veinte años. Si mi marido me hubiese atendido mejor… ¡No podía culpar a mi marido, era yo la que se había acostado con Cristian! Nacho tenía una preciosa cornamenta por mi culpa y Cristian una anécdota cojonuda para pavonearse con sus colegas.
Tranquila Teresa, ¡tranquila! Tengo que reconocer que había metido la pata. Pero sólo ha sido una pequeña aventurilla. Estaba necesitada de mimos y sexo y Cristian te lo ha dado. Ya está. No le des más vueltas. Intenté mirarlo con la perspectiva que me indicó Cristian: nada ha cambiado, solo he pasado un rato divertido con un amigo.
La tarde fue de los más cotidiana posible. Mi marido, ajeno a todo lo que había pasado, se comportó como era habitual en él, sin sospechar nada. Al llegar a casa me dio un corto beso en los labios sin intuir que esos labios habían besado a otro hombre, incluso habían hecho algo más. Yo intenté comportarme como siempre, aunque las imágenes de lo que había ocurrido aquella misma tarde dentro de un coche pasaran por mi cabeza de manera intermitente y me recordaran lo que había hecho.
Antes de dormir, quise revisar las notificaciones de mi teléfono móvil una última vez. Al mirar a mi teléfono móvil el corazón comenzó a palpitar con fuerza. Tenía una notificación de Cristián. Una nueva foto. Desplegué la imagen y lo que apareció en mi pantalla fue la ya conocida (y muy bien conocida) polla de Cristian. Estaba tiesa y recién corrida, se acabaría de hacer una paja, con varios chorros de semen que cubrían su glande y chorreaban por el tronco de su polla. Me llamó la atención que algo negro rodeara su polla. Era de tela. ¡Era mi tanga! El cabrón lo habría encontrado (o directamente lo escondió y se lo guardó) y ahora se había hecho una paja con él. Goterones de semen manchaban mi tanga y pringaban la mano de Cristián.
El cabrón sabía jugar conmigo. Lo había vuelto a hacer. Había conseguido que me volviera a poner cachonda. Entre los recuerdos de aquella tarde y ahora esa foto, yo había vuelto a encenderme. Era la hora de dormir y acudí a mi habitación. Mi marido estaba ya en la cama. Sacar del cajón el succionador sin levantar sospechas sería complicado, así que la otra opción que me quedaba era Nacho.
Me acerqué a él y cogiéndole la mano me la metí debajo del pantalón del pijama. La humedad de mi coño se sorprendió. Le sorprendió también mi actitud y que quisiera sexo un lunes por la noche. Medio a regañadientes se giró en la cama y comenzamos a besarnos y a tocarnos. Follamos rápido y sin preliminares. Yo solo buscaba mi orgasmo tras el calentón de la foto. Cuando Nacho se corrió dentro de mí, fui yo la que se dio media vuelta en la cama y se puso a dormir. Mi cabeza aquella noche no estaba con Nacho. Estaba en la polla de Cristián, en el morbo de haber follado con un niñato, en que aún era atractiva a los hombres y que si me lo proponía podía follar con quién quisiera. Me veía sexy y me apetecía disfrutar del sexo.
Han pasado dos meses desde aquella tarde. Pese a mis reticencias iniciales, por lo que entendía como una traición a mi matrimonio, al final Cristián se ha convertido en un amante que se podría decir habitual. Nos hemos visto en más de una ocasión y he seguido disfrutando del sexo con mi “niño”. La gran novedad es que no me viene la regla. Ya me he hecho la prueba y estoy embarazada. Haciendo cuentas, coincidiría más o menos con aquella tarde. La duda ahora es… ¿Quién es el padre?