Cambié, cambiamos (2)

Excitada a toda hora, así andaba desde entónces, creí volverme loca. Sólo Leo o alguien como él, podría calmar ese fuego; lo encontré y le conté a mi esposo.

El renacimiento de mi vida sexual estaba dado; mi cuerpo maduro solicitaba sexo, mucho y del bueno, y mi cerebro febril, igual, cosas que Juan no podía proveernos. Orgánicamente mis necesidades de hombre calaban en mis partes erógenas y, por otro lado, mi mente estaba entregada a pensamientos insanos a todas horas. El recuerdo de Leonardo me atosigaba mucho y perduraba en mí. Lo extrañaba como una hembra extraña a su macho cabrío. Tenía que satisfacerme manualmente cuando, en el transcurso de un día normal en un ama de casa, esos recuerdos sofocaban mi aliento al grado de casi asfixiarme por la excitación violenta que se me amontonaba en el cuerpo y en los sentidos. Lo olía, lo sentía en mis manos y en mi boca; hasta creía escuchar su voz. En mi boca, a pesar del tiempo transcurrido desde esa noche, juraba que su aliento, el sabor de su saliva y de su lechita estaban en mis papilas gustativas, tan presente como al día siguiente de aquella noche de color púrpura, pues mis recuerdos estaban traslucidos de color, como si los viera al través de un lente rojo transparente.

Era toda de él, completita yo.

Aun así seguí con mi rutina, nada más podía hacer al respecto; pero cómo cambió mi vida. De ser una señora casada por 20 años con dos hijos post adolescentes, casi entrada a los 40 con toda la tranquilidad que representa un matrimonio estable y amoroso, ahora sólo tenía cabeza para pensar en sexo, pero en sexo fuerte, en sexo vigoroso. Leo vivía en mí, pero de tal modo que dolía esa presencia. Dolía en mi vagina, ardía mucho en flamas que mi esposo era incapaz de apagarme. Terminábamos de amarnos y yo simplemente quedaba igual, si no es que peor. Por más que él se esforzaba en satisfacerme no lo lograba. Su penecito era insuficiente para la caldera que yo tenía entre las piernas, simplemente me era poco su tamaño y su grosor y poco hacía en mi interior. Muchas veces le grité que aguantara más, cuando lo sentía que se venía, mucho antes de que yo siquiera lo percibiera dentro de mí, pero era por demás, no lo lograba. Eso me frustraba y claro que se lo cobraba.

-Ay Juan… me dejaste igual otra vez. Qué poco aguantas ya.

-Quiero aguantar lo mismo de antes, mami, pero es que tú le das muy fuerte y me acabas.

-Es que si no me muevo así, ni siento tu pitillo. Ni me cala.

-Uuuhhh, hora hasta pitillo . Siempre te había llenado.

-Hasta ahora que sentí lo que es uno de verdad.

-No me digas eso, Mina. No seas así.

-Pues es la verdad, lo siento. Me dejas bien caliente, no friegues. Apenas tenemos una hora cogiendo y ya no pudiste conmigo.

-No hables así. Nunca lo habías hecho.

-¿Qué cosa?

-Eso de decir cogiendo . Nunca habías usado esas palabras.

-Así se dice, ¿no? Tampoco nunca había hecho muchas cosas que ahora me gustan mucho y ya ves. Pero tú ni puedes. Y ya duérmete y déjame en paz.

Así era casi todas las noches, Juan se volteaba sobre su costado y me daba la espalda y yo permanecía como me dejaba, boca arriba, de piernas abiertas y sintiendo su líquido salir de mí y mis ovarios temblando, pidiendo más. Mis dedos sustituían al cansado miembro de mi esposo. De a dos y luego de a tres me los introducía entre los labios resbalosos y tibios de mi túnel inconforme; pero no era suficiente. Mejor me ponía mi pijama completa para ya dormirme, pero al rato me quitaba la parte inferior para empezar de nuevo a toquetearme allí abajito otro rato.

Mis lamentos y quejidos eran muy sonoros. Juan quería silenciarme diciéndome que nuestros hijos me escucharían.

-Mina, estás haciendo mucho escándalo. Te van a oír los muchachos.

-No le hace… aaahhh… mmmhhhh… al cabo que pensarán que estás cumpliéndome, ¿no? Si supieran que nada de nada… ¡¡uuuugggghhh!!

-Ya Mina, ya no me digas tantas cosas. Contrólate un poco.

-Qué fácil. Contrólate .

-Te lo acabo de hacer, mujer.

-¿Eso es hacérmelo ? No te deshagas. Mira cómo me dejas, bien excitada.

-Pues eso es lo que puedo.

-Pues no lleno, mi amor. Ándale, ven, cómemela un ratito. Mira que rica la tengo, ándale papi, ¡ven!

No sé si era por satisfacerme o por procurar que bajara el tono de mis frases ofensivas, pero se acomodaba entre mis piernas para, por lo menos, tratar de compensarme con su lengua. De cualquier modo lograba mi cometido y conseguía sustituir mis dedos con su boca para usarla en mis propósitos de conseguir un orgasmo que calmara un poco mis calores. No lo servía para acallar mis lamentaciones ruidosas, pues éstas no disminuían en lo absoluto y seguramente mis hijos tenían que subir el volumen de sus televisores para no escuchar semejantes griterías, cosa tan inusual en nuestra casa.

-Ay, chiquito, qué rico. Así, papi, así cómetela bien. Está dulce, ¿verdad?

-Mmheem… rica, mami… muy rica.

-Mámamela toda, Juan. Méteme bien la lengua, aaayyy, me matas. Hazme descansar, lo necesito mucho. Sácame a Leo por ahí. Sácamelo, mi amor, lo extraño, quiero que me vuelva a coger, lo necesito muchísimo. Chupa fuerte, me quiero venir pensando en él, en mi Leo, lo amo… mmmhhhh… ay Juan… así, dale, dale… más… ya casi… ay Leo, ¿dónde andarás maldito?, ven a cogerme con esa verga tan hermosa, como aquella vez… mmmhhh… yaaaaaa… yaaaaa…- por fin.

Mi marido se salía de entre mis piernas y se acomodaba en su lugar sin decirme nada; y no hacía falta, pues seguramente ni lo escucharía hablarme. Yo quedaba como en trance con mis pensamientos a muchos kilómetros de allí, de nuestro lecho, pensando en él, sólo en él, en Leonardo y en nada más. Mi esperanza era que me llamara algún día, recordaba emocionada que le había anotado mi número de celular y el del teléfono de la casa, ambos. Me dormía pensando reanimada que un día me hablaría y podría por lo menos escucharlo. Mientras tanto ese fuego entre mis muslos se multiplicaba. A veces me era difícil establecer las prioridades normales de quehacer y conducta, y me olvidaba por completo quién era y cuál era mi posición ante mi familia y la gente que nos rodeaba en el diario. Andaba encendida a toda hora, mucho, pero demasiado caliente.

En una ocasión andaba en mis compras de súper y fue tanta mi cachondería que en el baño de la tienda me tuve que dar dedo… qué pena, pero así fue. Entré a orinar por segunda vez desde que llegué al autoservicio, pues cuando ando así con ganas, como que mi vejiga se afloja, bien feo. Nomás por pasarme el papel por mi vagina sentí un temblorcillo que me invadió desde los tobillos hasta la nuca. Así que al momento empecé a masturbarme fuertemente bien abierta de piernas sentada en la tapa del baño. Oía como la puerta del servicio se abría y me valía nada que me escucharan lamentándome y que pudiesen ver mis pies abiertos por debajo de la mampara del cubículo que ocupaba. Nada me hubiera hecho más feliz que una de esas damas me tocara a la puertita, y me preguntara que si estaba bien, y abrirle para decirle que NO e invitarla a acompañarme. Hasta en eso pensaba ya, lo que nunca en mi vida me pasó por la mente, el lesbianismo; pero me urgía una buena verga, y a falta de ésta, una buena lengua y no importaba de quién. Sólo que fuera larga, lo demás correría por mi cuenta.

No tuve tanta suerte, pero qué delicia de orgasmo tuve. Pensando en mi Leo me vine a mares ahí dentro. Salí de allí y en el lavabo estaba una chica, muy jovencita, de no más de 15 ó 16 años, haciendo como que se lavaba las manos, pero ya no era eso. Más bien escuchó mi venida chillona y se quedó de curiosa. La niña me miraba seria por el espejo mientras yo me acicalaba un poco, des irritándome. Cuando su mirada me incomodó, simplemente le eché encima un seco - ¿¿QUÉ?? - y la miré a los ojos fijamente. Sin decirme nada, salió del baño apuradamente. Estúpida.

Esto lo iba a saber Juan. Ya era mucho y él era responsable directo de lo que me pasaba, así que algo debería de hacer al respecto, pues no podía seguir así. Y sola no quería aventarme a nada para buscar por mi cuenta; me daba miedo por mí misma y por mi familia, incluso por mi esposo quien no creo que hubiera hacho mucho problema respecto a mi confesión de que ya estaba por mi cuenta. Pero, aunque sea difícil de creer, no me atrevía a tanto y mis escrúpulos aún me controlaban. Hasta una noche se esa misma semana.

Juan tenía que asistir a una cena de negocios de su trabajo y ésta era de parejas, o sea que con esposas. Iban a entregar los premios de ventas y a dar a conocer los presupuestos para el siguiente año fiscal, o algo de eso. Me negué en primera instancia a acompañarlo, pues ya en años anteriores lo había hecho y la experiencia era de lo más aburrida y cansada, ya que gran parte de la noche se les iba en leer números y estadísticas y a las esposas se nos hacía muy pesado. Pero me aclaró que por lo mismo se había rentado un local con varios salones; así, mientras ellos se encerraban a sus asuntos, nosotras estaríamos aparte. Así que sí lo acompañé.

Me arreglé tranquila, nada escandaloso. Vestido negro de tela ligera, de falda voladita y manga larga, para nada nuevo, pero muy cómodo. Medias negras y zapatos altos, los que me había comprado en mi último viaje. Llegamos al lugar de reunión y nos acomodamos con otras parejas en una mesa. A la hora pactada, los señores se fueron a trabajar y nos quedamos las puras mujeres. Había un piano suave que apenas se escuchaba y así nos dedicábamos a lo que nos encantaba, chismear y platicar con la que estaba al lado, aunque ni nos conocíamos. De repente llegó un hombre joven muy guapo y la señora que estaba frente a mí, al otro lado de la mesa le reclamó su presencia con disgusto muy visible. Él fue a ella y le quiso hablar por la buena, pero lo ignoró. La jaloneó del brazo y todas nos quedamos calladas, observando con disimulo la escena. El muchacho al ver que ella se sacudía su mano, se inclinó primero, hablándole bajito y luego se puso en cuclillas para discutir con ella.

-¡No, ya te dije que no!- le alzó la voz ella a él- ¿cómo se te ocurre venir hasta aquí? Mi esposo está aquí al lado, me vas a comprometer, vete por favor.

Él tipo le insistía, pero no se escuchaba lo que le decía ya que le hablaba muy de cerca. Pero se veía a las claras que se trataba de una discusión de enamorados. Después de dos minutos ella se puso de pie y se fue casi corriendo al baño de damas. Él al ver que le iba a ser imposible seguirla allí, optó por retirarse después de brindarnos una leve sonrisa apenada a modo de disculpa. Cuando se iba retirando lo observamos mejor. Era un ejemplar digno de consolarse, de unos 25 años, muy alto y fortachón. Moreno aperlado, de cabello negro con un bigotito muy cuidado y patillas medianas. Todo un Rodolfo Valentino. Lo que más nos llamó a todas la atención fueron sus pompas, esas nalgas de veras que estaban para morderse. Vestía un pantalón azul marino de vestir que se le marcaba en ese trasero delicioso en verdad.

-Papito… qué bueno está, ¿verdad?- me dijo la señora con la que estaba chismeando cuando llegó él. – Vamos al baño a ver qué pasa, ¿como ves? Vente, acompáñame.

-Vamos- le dije y nos encaminamos para allá.

Entramos y la señora estaba sentada fumando, se le veía tranquila, pero lloraba en silencio. Era de mi edad, quizás un poco mayor que yo, de unos 42, pero muy bonita todavía, castaña clara y delgada. Nos acercamos y mi compañera se dirigió a ella.

-¿Cómo estás manita?

-Mal, qué vergüenza pasé. Maldito, ¿cómo se le ocurre venir aquí?- nos sentamos cada una a su lado y la abrazamos consolándola.

-¿Es tu movida, verdad?

-Sí, estamos saliendo desde hace 6 meses; pero ya no quiero nada con él, ya sospecha algo mi esposo; pero no he podido.

-¿Porqué?, ¿te fuerza a seguir con él?- continuaba la otra con el interrogatorio.

-No tanto como eso… es que… es que él… ay no. Me da pena. Ni lo amo ni nada, pero… ¿cómo te lo diré?

-Desahógate mana, ni nos conocemos. Con confianza- le decía astutamente, con la única motivación de enterarse de lo que no le importaba. Ya no me gustó eso y estaba por salir de ahí, me estaba enderezando para irme, cuando escuché lo siguiente.

-Es que tiene un animalón divino el muy cabrón, pero enorme y delicioso. Y lo que tengo en casa ni para cuándo, ¿me entiendes? Nunca me voy a volver a conseguir algo como eso. Además es un tigre en la cama. Pero ya mi marido se las huele, no me quiero arriesgar a perder lo que tengo.

-¿La tiene muy grande?

-Muchísimo, y bien gorda. Por así que está- le dice poniendo sus manos en kata, como los karatekas, muy separadas una de la otra- no te miento, es mi perdición. Pero el costo es muy alto- juro que vi ese manjar en sus manos.

Sentí ese gusanillo que se movía en mi vulva cuando me atacaban los calores libidinosos y escuchaba con mucha atención, con aplicación absoluta. Para variar me vinieron ganas de orinar por la calentura que sentí y me metí a un cubículo, escuchándolas seguir con el tema a la distancia.

-Me da unas cogidas deliciosas, lo que sea de cada quién. Cada que nos vemos, que cada vez es más seguido, me deja bien satisfecha, es lo máximo en la cama. Ya ves que a nuestra edad para encontrarte uno de esos es muy difícil.

-Pues no lo dejes oye, nomás hay que ser más discretos. Eso de que te venga a buscar como que no. Si como dices está tan bien dotado y lo sabe usar tan bien.

-No me gusta que me presionen. Horita me dijo que si lo dejaba se iba con la primera que le saliera al paso, y es capaz de eso y más, lo conozco bien, no sería la primera vez. Que se vaya a la chingada, infeliz. Le he dado de todo, no tiene porqué hacerme eso. Por eso lo dejé con la palabra en la boca- respondió ella. Me limpié y me acomodé la tanga apuradamente.

-Bueno, yo las dejo. Ya no tardan los señores en salir de su junta- les dije y salí de ahí. Sobra decir a dónde.

La dichosa junta no tenía más de 20 ó 30 minutos, suponía yo. Me encaminé a la puerta donde se celebraba y ahí estaban algunos compañeros de Juan, fumando y conversando. Les pregunté que si ya habían finalizado y me dijeron que ni siquiera habían podido empezar por problemas con el proyector de filminas que iban a utilizar. Entonces les pedí de favor que le hablaran a Juan para que saliera a hablar conmigo. Me respondieron que podía pasar si quería, que no había problema, pero les insistí y uno de ellos amablemente me hizo la caridad de ir a buscarlo. Cuando salió lo retiré lejos de ellos y empezamos a hablar.

-Amor, dame permisito, ¿sí?

-¿De qué, Mina?

-De ir a ya sabes dónde.

-No friegues. ¿Es lo que me imagino? ¿A donde me imagino?

-Sip. Ándale, que se me va o me lo ganan.

-Pero, ¿con quién, a dónde?

-Luego te cuento. Nos escuchan ellos. Déjame ir ya. Órale.

-Pero es que… es que… ni sé con qui

-Ay mi amor. Ya me voy, luego te platico.

-Espérate… mira que esto es muy

-A la mejor ya ni se hace, ya pasó mucho tiempo, ya se habrá ido. Espérame entonces, horita vengo y te digo todo.

-Bueno; pero no te vayas a ir sin confirmarme, ¿OK?

-Sí, está bien.

-Mina… no vayas a

-No, papi. Ya. Vengo horita, te lo juro.

-OK, conste.

-Sí.

Me fui casi corriendo y salí a la calle. No estaba, chihuahua. Entré de nuevo para ver desde lejos a la mesa donde estábamos y ahí estaban sentadas ya las dos viejas esas, la enojada y la chismosa. Volteé de nuevo a la puerta de cristal y ahora sí lo vi afuera recargado en el barandal de la entrada. Salí sin prisas, como si la cosa, y cuando pasaba cerca de él torcí mi pie a propósito y me quejé muy fuerte. En una fracción de segundo sentí sus brazotes rodeándome la cintura. Ya me apoyé de su hombro y él me enderezó como si fuera un pluma.

-Ay, me duele- me quejé lastimosamente.

-Apóyese señora, yo la ayudo.

-Qué pena con usted, joven.

-Descuide. ¿Puede pisar?

-Creo que… ¡Ay no! Me duele demasiado.

-Venga, allá hay una banca, con cuidado.

-Bueno, pero no me sueltes- le dije bien asida a su cuello de toro, teatralizando mis movimientos y lamentos. Llegamos al asiento y le dije que mejor a la última banca, a la que estaba más cerca de la calle, pues quería tomar un taxi para irme. Pero lo que quería era alejarnos bien de la puerta por si llegaba a salir la resentida a buscarlo.

Me sentó en la banca y se acomodó a mi lado. Yo me apoyaba con una mano de su rodilla más cercana y, con la otra, me agachaba para sobarme el tobillo con una mueca quejumbrosa.

-¿Le duele mucho?

-Demasiado, no sé que hubiera hecho si no estabas ahí en ese momento… azoto como fardo viejo. Gracias.

-Por nada. ¿Pero cómo se va a ir así?

-No sé. Ya veré.

-¿Vino con alguien, con su esposo? Voy a buscarlo si quiere.

-No, para qué. Peleamos y yo ya me voy a casa. Ahí que se quede. Horita agarro un taxi. Tú también peleaste por lo que alcancé a ver.

-¿Sí vio todo? Lo siento.

-Ahí estaba sentada en esa mesa.

-Sí la recuerdo, sí la vi ahí con Laura.

-No sé cómo se llame, no la conozco.

-Yo creí que eran amigas.

-Para nada, primera vez que la veo en mi vida- le aclaré, siempre sobándome el tobillo- pero la fuimos a apoyar al baño, como mujeres que somos, verdad. Y pues sí dijo algunas cosas de ti.

-¿Qué dijo? Bueno, si se puede saber, por lo de como mujeres .

-Pues que ya no quería nada contigo, que ya estaba harta de todo, que deseaba ya que desaparecieras… cosas que decimos cuando estamos enojadas, no le creas.

-¿Aaah sí? Mira nomás- me respondió molesto, enderezándose y pasando un brazo por detrás de mí, poniéndolo en el respaldo de la banca. Enojado volteó a la puerta del casino y yo me enderecé también y pasé mi mano de su rodilla a su muslo y ahí la dejé.

-No hagas caso. Son expresiones de mujer resentida.

-No, ya me lo había dicho con esas mismas palabras, pero ahí vengo de tonto- por fin se dio cuenta de que casi me abrazaba y de que mi mano estaba en su pierna, en un a posición de como si fuéramos pareja- Perdón, no le he preguntado su nombre, yo soy Roberto, Beto para los amigos, a sus órdenes.

-Guillermina, Mina para ti. Y tutéame, ¿sí?, no estoy tan viejita.

-No, sí te ves muy joven… y muy guapa.

-Gracias, Beto. Bueno, creo que me voy. Ayúdame a parar un taxi, por fa, ¿sí?

-Nombre, cómo te vas a ir así lastimada en taxi. Aquí cerca tengo mi coche.

-¿Me llevas? Qué lindo.

-Claro.

Pero para nada que fui con Juan como se lo prometí, ni me importó siquiera. Llegué a la casa pasadas las 5 de la mañana. Entré al cuarto descalza, como marido trasnochador. Me desnudé sigilosamente y me acosté de mi lado de la cama, sobre mi costado drecho, dándole la espalda a Juan. No pasaron ni dos minutos cuando lo sentí moverse y pasar su brazo por encima de mí para hablarme al oído, muy en secreto.

-Canija, ¿de dónde vienes?

-¿De dónde crees?

-¿Apoco?

-Sip. ¿Tú a qué hora llegaste?

-Voy llegando también. Y ¿por qué ya no fuiste a decírmelo como quedamos? Me quedé esperándote. Mentirosa.

-Es que si lo dejaba solo ya no se hacía, papi. ¿No te dije que se me iba a ir? Acuérdate.

-Sí, pero también me prometiste que no te ibas sin explicarme todo. ¿Quién era?, ¿apoco un compañero mío?

-Nooo, ¿cómo crees? Era el amante de una de las esposas de tus compañeros. Ni sé cómo se llama ella. Menos tu compañero. Era la pareja de enfrente exactamente a nosotros, la esposa del señor más chaparrito.

-Reinaldo, "El Botas"; así le dicen porque siempre trae unas botas muy altas, para ganar estatura.

-Con razón, jijiji.

-Con razón ¿qué?

-Con razón traía ese novio tan alto, amor. El papacito.

-¡Ya se lo tumbaste, méndiga!

-No, ya habían cortado. Ahí hicieron un pancho. Él la fue a buscar y se dieron una peleada bárbara. ¿No supieron ustedes?

-Algo dijeron, pero no de quién. Mira nomás, ¿y con él es con el que te fuiste?

-Sip.

-Cuéntame. Cuéntame, mamacita rica- me dijo repegándome su cosa parada en las nalgas- te dieron una buena chinga, ¿verdad putita?

Sentí que un escalofrío me recorría todo el cuerpo, nunca me había hablado así. Me gustó mucho. Eché mi culito para atrás deslizándoselo por la verga, mmmhhh qué rico. Me bajó el calzón a media nalga y se sacó el pene para ponérmelo en las nalgas.

-Dime putita, amorcito, me gustó.

-Putita, eres bien putita Mina.

-Uuuyy, papi, sí soy muy putita, mucho. Me dieron bien rico, me cogieron mucho, ¿cómo ves? Ya me hacía falta una buena chinga , como dices.

-¿Sí? ¿Te gustó?

-Bastante, amor, está bien bueno ese muchacho. Se llama Beto.

-Mira nomás. ¿Está mejor que Leo?

-Pues ahí se dan de topes, jijiji. Aunque Beto es más alto, y muy fuerte.

-¿Y de allí?

-¿De su verga?

-Sí.

-También muy grande, demasiado, papi. Hasta se me hace que más grande que la de mi amor, Leo.

-¡¿Más?! Ay, huey… cómo estaría.

-Imagínate, deliciosa. Me la comí toda, papi. Me perdonas- le decía moviendo el trasero en su pubis, maliciosamente- le di muchas mamaditas; desde que nos subimos a su carro se la iba agarrando, bien atrevida, mi amor.

-¿Y luego?

-Se la saqué del pantalón. Apenas la traía a medio parar y ya no me cabía en mi mano. Bien gordota, bien hermosa. Una vergota para tu esposa, para tu mujer, Juan. Como le gustan a ella. Hasta que por fin se me hizo, ya me urgía.

-¿Pero cómo acabaste en su carro?

Le di los pormenores de mi torcedura y cómo es que Beto quedó libre para mí y aproveché el momento. Así como del detalle amable que tuvo conmigo para ofrecerse a traerme a casa cuando le dije que me había peleado con mi esposo y me iba a ir en un taxi.

-Como supuestamente estaba torcida del tobillo, me abrazó y me llevó hasta el estacionamiento. Cuando me abría la puerta le acaricié la barbilla con mis dedos y me le quedé mirando con ojos ardorosos, así que se inclinó y me dio un besito muy suave. Yo lo agarré del cuello y le metí la lengua en su boca; no me pude contener, Juan, ya ves que he andado muy cachonda.

-Sí. ¿Y luego?

-Cuando me subió a su carro me subí la falda bastante y le enseñé con intención mis piernas, casi hasta donde empezaba mi calzón, jijiji… con eso, Juan… con eso tuvo. Rodeó el coche y se montó al volante. Apenas lo encendió y yo ya le estaba pasando la mano izquierda por el bultote. "La tienes grande, ¿verdad, Beto?, la siento" , le pregunté, papi, sin dejar de enseñarle los muslos. Más o menos, nada del otro mundo , me respondió como si nada el papacito, bien seguro que me iba a gustar. Avanzamos y yo se la seguía tocando bien emocionada. Cada vez se la sentía más y más grandota. Luego él mismo, así manejando se desabrochó el cinturón y yo misma le solté el pantalón y le bajé el cierre. Metí mi mano y toqué por encima del bóxer esa salchichota gorda, Juan. Se la apretaba despacito y le decía al oído que estaba muy rica, que quería que me llevara a coger, que quisiera que me la metiera toda, mi amor. Luego deslicé mis dedos por encima del elástico y colé mi mano. Huuyyy, vida, qué bárbaro. Te juro que sentí que la vagina se me hacía de agua. No la alcanzaba a rodear ni en la mitad, Juan.

-¿Tanto así?- ya mi esposo me restregaba su verguita muy fuerte en mis nalgas.

-Sí, así como te lo digo. No sé qué cara de sorpresa pondría yo, porque él se medio distanció del asiento y se jaloneó el pantalón y el bóxer y así pude echarla para afuera. Aún ni estaba parada completamente, pero ya era un cosa tremenda, papi. Con una cabezota bien salida por los lados y muchas venas; pero obscurecida, prieta en comparación con la de Leo, y bien peluda. Además de que sus venas eran más notables que las de él, ésta es de arterias muy gruesas, muy visibles, y la de Leo ya ves que era de venitas suaves. Pero como quiera me gustó mucho, Juan. Verga es verga, ¿no?, y si está así, pues mejor, jijiji.

-Ay, amor, eres bien putita- me dijo casi sin aire de lo excitado que se puso.

-Sí, papito, ahora sí ya, para que veas, que ya me hice muuuy puta. ¿Cómo ves?

-¿Porqué lo aceptas así? ¿Qué más le hiciste?

-De todo, y de todo lo dejé hacerme. No te enojes, pero lo dejé que me la metiera por la colita.

-¡¿De veras?!

-Sí. Llegamos a su casa y entramos comiéndonos a besos. Y ya dentro, en la sala, le bajé la ropa y lo senté en un sillón. Se la comí muchísimo, Juan, pero mucho. Le daba unas sorbidas muy fuertes y cada vez le crecía más la verga. Se le puso horrorosa de enorme y no me aguanté. Me quité los calzones y así, con el vestido puesto, me puse de espaldas a él para sentármele encima. Beto sólo me metió la cabezota en la vagina. Yo quería sentírsela completa, pero no me dejaba y me sostenía moviéndome con la vagina en su glande, envolviéndoselo. Mientras eso pasaba, me metía un dedo en el culito y lo movía de lado. Luego fueron dos dedos, pero ahora los sentía muy dentro. En una de esas los sacó y me dejó caer para que su verga me fuera penetrando completamente, hasta que quedé sentada en su pubis, bien enterrada por la vagina. Uuuffffff, amor, qué cosas las que sentí.

-¿Más que con Leo?- alcancé a entender que me preguntaba, pues ya casi la voz no le salía, ya estaba al borde del infarto mi pobre maridito.

-Sí, Juan, más que Leo. Hasta me sentí envarada, me rellenó todo el chochino. Me abrió tanto que sentí un calambre en una nalga, no muy fuerte, pero hasta las nalgas se me durmieron, ¿Cómo le ves?

-Mmmhhh, así estaría, mami.

-Era un poste de carne, mi amor, bien exagerado. Y con ese poste se cogieron a tu esposita, amor cornudito.

-Sí, Mina, soy tu cornudo, ¿te gusta? ¿Te gusta que sea El Cuernos, Tu Cuernos ?

-Sí, cielo, me está gustando encornarte así, con hombres muy buenotes y luego venir y platicarte lo que me hicieron. Pero me gusta más que tú vayas conmigo para que veas cómo me ponen, para que estés allí cuando me entrego a ellos, cuando me dan sus vergas en la boca y en la vagina, y ahora en el culito… ¿Vas a acompañarme la próxima vez que me vaya con Beto, verdad, mi amor?

-Sí, Mina, voy a ir contigo; pero sígueme contando como te la metió por el chiquito.

-Ay sí. Pues luego de darme un buen rato por delante, pero sentada de espaldas a él, has de cuenta que me mojé muchísimo, yo creo que por lo mismo grande que está, y me enderezó y me la sacó. Se la dejé bañada, amor, cubierta de mi moquillo y él se lo repartía bien con una mano mientras yo me despojaba del vestido y quedaba encueradita. Me subió de nuevo encima de él, pero ahora de frente y nos empezamos a besar mucho. Luego me hizo levantarme un poco y agarré el animalón ese para apuntármelo a la vagina, pero me lo quitó y lo pasó por mi ano.

-¡Por tu colita! ¿Y luego?

-Pues me le quedé mirando, él como que me preguntaba con sus ojos que si me daba por ahí. Y yo le dije que sólo lo había usado mi esposo, pero que para nada la tenías como él. Que tú la tenías más chiquita; pero me dijo que me iba a gustar, así que le pedí que entonces me la metiera toda, que hiciera de mí lo que quisiera. Muy valiente, según yo. Me puso la punta en el culo y me la metió, papi, me metió la cabezota. Era demasiado para mí y me quise levantar, pero no me dejó, me agarró fuerte de la cintura y me besó en la boca bien profundamente para seguirme empujando la verga para adentro. Yo quería gritarle que ya, que me iba a reventar la colita, pero con su lengua llenándome toda la boca no me salían las palabras. Me estaba matando, amor, era mucha carne para mí por mi culito. Me metió la mitad y me le pude separar para decirle que no fuera malito, que ya nomás hasta ahí porque me dolía muchísimo.

-Y ándale, que te la mete toda.

-No, amor, ya no, afortunadamente, si no horita no anduviera tan campante. Me duele un poco nada más, pero no tanto como supuse. Métela tú por ahí, ándale- le pedí a mi cuernoso esposito. Me bajó más la tanga y sin decir agua va , me metió su verguita en el culito, donde otro se había rehogado horas antes.

-Está muy abierto, mami.

-Sí amor, es que la tenía del triple de tamaño que la tuya.

-¿¿Tanto así??

-Sí, Juan, te lo juro.

-Y te gusto mucho, ¿verdad?

-Muchísimo, Cuernitos , me enloqueció tanta carne… y tan dura- sentí que con ese apodo se aceleró mucho más, dándome con fuerza por el ano.

-Ayyy, Minaaaa…. Me provoca mucho que me digas así.

-Dame, Cuernitos , dame por el culito con tu verguita linda, siente como me dejó tan abierta otro hombre más rico y más grande que tú, Cuernitos .

-Aaayyy, mamacita… uuuggghhh… me voy a venir… mmmhhh.

- Cuernitos , Cuernitos , métemela más fuerte. ¿Qué, no puedes? Dame como él. Me dio bien fuerte, Cuernitos , casi me desarma el culo, el culito de tu esposa. Sientes cómo te lo dejó, ¿verdad? ¿ Cuernitos ? Bien abierto y lleno de su leche.

Explotó dentro de mi fatigado anito con un orgasmo ruidoso y llorón. Satisfecho, pero derrotado por un mega-garañón que no conocía. Se lo iba a presentar pronto. Se quedó quieto detrás de mí, abrazándome. Lo escuché llorando discretamente.