Cambié, cambiamos
Continuación de "La Lámpara". Lo que cambiamos mi esposo y yo en una noche desenfrenada.
Hubo algunos problemas posteriores por aceptarle a mi marido el hecho de estar con otro hombre en un viaje que hice con él a una ciudad donde él iba a trabajar y me trajo a un prostituto para que me satisficiera sexualmente.
En mi primer relato "La Lámpara" en la sección de Grandes Relatos doy pormenores de todo esto. Pero como resumen al respecto, diré que fue la primera vez que estuve en los brazos de otro que no fuera mi marido, con el que tengo ya casi 20 años de matrimonio. Él fue mi único y primer hombre en la vida, hasta ese día en que pasó lo que les cuento en mi primer relato, donde Juan mi esposo, me lleva a mí, Guillermina, a un muchacho de poco más de 20 años a la habitación del hotel donde estábamos alojados pues Juan es agente viajero y sale seguido a visitar clientes de la empresa donde ha trabajado desde hace años.
Todo esto pasó después de que estuvimos jugando por meses a que teníamos en la cama a otros tipos. Siempre traíamos imaginarios amantes jóvenes, de penes deliciosos a que me hicieran el amor desaforadamente y con eso nuestras sesiones de sexo conyugal y rutinario se volvían más amenas; pero siempre necesitábamos más y más, así que en uno de esos viajes a los que acompañaba a Juan, éste casi sin mi aprobación, pues pensé que bromeaba, me trajo uno de esos visitantes ficticios, pero tan real y tan sujeto a mis fantasías que llenaba todas las expectativas, incluyendo el requisito del tamaño de sus atributos sexuales, tanto físicos como de resistencia y poder. Era un muchacho precioso, alto y muy fuerte, un auténtico adonis hermoso y súper dotado, que se llama Leonardo y es estudiante de leyes. Cobra por sus servicios y cobra bien, es un prostituto en sus tiempos libres, al cual sigo viendo aun, pero sin que mi esposo lo supiera, bueno, hasta que se dio cuanta.
Pasamos por una intrascendente crisis matrimonial, poco después. Mi comportamiento en esa ocasión, suficientemente reprobable como para destruir un matrimonio, en nuestro caso no llegó a tanto. Pero sí hubo cambios significativos en mí, más que nada. También Juan mi esposo, cambió, pero para bien. Desde entonces se comporta más cariñoso y más romántico conmigo, más bonito. Pero sí pasamos por una crisis.
Desde el día siguiente, ya tarde, cuando despertamos él ya no era el mismo. Al quererlo saludar con amor y agradecimiento por haberme permitido sentir todo ese cúmulo de emociones que me dio ese muchacho tan hermoso que él mismo me trajo, me agarró la cara como si le urgiera besar mi boca.
Me sentí algo desconcertada y cuando acabó de besarme ansiosamente, le pregunté que qué traía. Me dijo que me amaba mucho y que era lo máximo, que nunca pensó que tuviera una esposa tan ardiente y que era lo máximo para él. Le agradecí el cumplido y le respondí que también le agradecía esa oportunidad, pues lo había disfrutado muchísimo. Me abrazó y me besó de nuevo, pero ahora metió su mano en medio de mis piernas y me tocó. Me dijo que estaba muy mojada y le dije que sí. Me destapó para verme ahí y nos sorprendimos al ver una gran mancha de humedad en la sábana, debajo de mi trasero.
-¿Te orinaste, mi amor?
-No, papi. Es su leche que sale de mí, ¿o no?
-Aaah la fregada es mucha. Mira tiene casi medio metro de diámetro.
-Sí mi amor. Me echó mucha, demasiada. Toda la noche se vino dentro de mí.
-Qué bruto, cómo hace leche ese muchachito.
-Sí verdad y eso sin contar toda la que me dio a tomar, jijiji.
-Sí es cierto. Todo un garañón el niño, ¿verdad reinita?
-Uyyy sí, papi. Delicioso que me dio el papacito- le dije estirándome bien contenta sobre la cama- te juro que todavía lo siento dentro de mí, bien rico.
-A ver, déjame ver cómo te dejó ahí.
-Sí es cierto, veme, la siento rara.
Abrí mis muslos y él se metió en medio, examinándome la vagina.
-Híjoles, chaparrita, la tienes inundada ¿te la como?, se te ve apetitosa.
-No, cielo, la tengo sucia- le respondí pasándome un dedo por los labios vaginales y oliéndolo- no mi amor, huele bastante a él, a lo suyo- luego chupé mi dedo- y sabe mucho a su lechita. Déjame darme un bañito para lavarme, y me comes rico, ¿cómo ves?
-Bueno, como quieras- me dijo no muy convencido y viendo mi entrepierna con apetito.
-Sí, mi rey, mejor. ¿O me la quieres chupar así?- le dije mirándolo a los ojos, con un sentimiento perverso de saber qué tanto me amaba. Me pasé el dedo de nuevo pero ahora lo metí adentro y lo saqué dándoselo a él en la boca y se lo pasé por sus labios, manchándoselos con el semen de otro hombre. Luego le puse la punta del dedo entre los labios y lo hice chuparlo. -¿Te sabe rico? Es la lechita de otro hombre, mi cielo, de otro que me cogió mucho. ¿Te acuerdas?
-Sí, pero sabe a ti también. Quiero.
-Pues cómeme entonces, ¿sí amor?- le pedí tomándolo de la nuca para invitarlo a que lamiera mi maltrecho panecillo.
Abrí bien mis piernas y lo dejé succionarme. Su boca hacía un ruido especial por el gran flujo de líquidos que extraía de mí. Y no era para menos, pues no hacía ni una hora que Leonardo se había ido. Juan ni cuenta se había dado, pero la mañana avanzó bastante y mi amante me seguía cogiendo mientras mi esposo dormía a nuestro lado rendido de cansancio por tan largo día, y la noche que habíamos pasado. Sólo cuando le pedí a Leonardo, muy a mi pesar que ya me dejara y se fuera, después de que se vino dentro de mí otra vez, se retiró; no sin antes pedirme mi teléfono para llamarme después. Se lo di, claro, y por fin a las 9 de la mañana salió de la habitación donde me convirtió en otra mujer. Fueron 12 horas continuas del mejor sexo que jamás imaginé que existiera en esta vida.
Juan salía, de entre mis muslotes, a respirar un poco y me miraba con ojos vidriosos. Sus bigotes escurrían de jugos míos y ajenos, pero eso no le importaba y se sumergía de nuevo para seguirme devorando el agujerito anegado.
-Sabe rica su lechita, ¿verdad amor?, se ve que te gusta. Así me gustó a mí, está dulce. Leche de jovencito, papi, por eso me la comí tanto y tanto. No me viste como se la chupaba cuando estabas dormido, se la mamaba bastante para que me diera más, para que me llenara la boca otra vez. Ay amor, qué vergota me trajiste, me encantó. Sabe rico mi chochito, verdad mi cielo, sabe rico bien enlechadito con lechita que no es la tuya. Te gusta así, verdad, te encanta chuparme lo que otro me dejó adentro, porque me amas, porque no te doy asco. Cómeme amor mío, cómeme bien. Aaahhhh. Cómo me quieres.
Después de unos minutos se me subió encima y me metió su penecito. De inmediato sentí la diferencia con el de Leo. Eran como diez centímetros de largo y yo percibía claramente esa discrepancia de dimensión en sus vergas. Me dio bien duro, como si le urgiera hacerme suya de nuevo, como si le apurara recuperarme. Pero ya no iba a ser posible, ya no sería más de su exclusividad.
Mi esposo me sacudía con fuerza poseyéndome apuradamente. Yo sólo le acariciaba la espalda y el pecho y lo basaba en la boca, pidiéndole paciencia, pero me decía que no podía contenerse pues estaba muy deliciosa. Me cogió durante no más de 5 minutos y eso con muchos esfuerzos por no eyacular tan pronto. Cuando explotó dentro de mí, se quedó recostado en mi pecho, en silencio. Yo lo tomé de la cabeza y le acariciaba el cabello. Ninguno habló. Seguramente él, como yo, pensábamos en lo sucedido esa noche infame de sexo donde gocé como auténtica zorra y empaté destrezas con un prostituto profesional, el cual se había ido con muchas ganas de volverme a ver; pero eso mi esposo no lo sabía. Aún.
Nos bañamos y nos vestimos. Yo sentía un apetito doloroso y me urgía un abundante desayuno. Me puse mi falda nueva negra y mis zapatos de tacón que también me habían comprado el día anterior. Cuando busqué la blusa del trajecito, negra también como la falda, ésta estaba echa bola allá en un sillón. Quedó toda arrugada, así que tomé otra del closet, en color blanco y me la puse fajada por dentro de la falda. Me senté en la cama, mientras Juan se estaba bañando, y saqué mi estuche de maquillajes. Cuando terminé de pintarme me miré al espejo, así sentada, y alcancé a divisar mi panty blanco al fondo de mis piernas sin medias. Me pasó una idea traviesa por la mente y me lo quité guardándolo en la maleta. Me recargué más el maquillaje de los ojos y cuando Juan salió del baño yo ya estaba lista. Entré al baño a lavarme la boca y que me quito el sostén también. La blusa no era transparente ni nada, pero quería andar así, completamente sin ropa interior. No sé, me vino y lo hice.
Me perfumé y le dije que me urgía un café, que me iba a adelantar al restaurante del hotel y allá lo esperaba. Me respondió que estaba bien y me fui con ese rumbo. El hotel es tipo americano, o sea abierto. Las puertas de los cuartos dan a un pasillo, cercado con un barandal largo, desde el cual se ve la piscina que esta en el centro del terreno; estábamos en el segundo piso. Desde que salí de la habitación sentí el ambiente diferente, no era la misma, me sentía plena y a gusto, me sentía renovada y bonita. Sentía el sol delicioso en mi rostro. Volteaba para abajo y miraba mis piernas, la falda me daba como ocho dedos arriba de las rodillas, me miraba las mismas rodillas y mis pantorrillas, las notaba más lindas. Pasaba por las ventanas grandes de otros cuartos y veía el reflejo de mi cuerpo en ellas y me gustaba como se me veía levantadita mi cola, bien paradita y hasta caminaba más cadenciosamente para contemplarme. Yo me gustaba más que el día anterior. Me gustaba más que toda mi vida anterior. Me desabroché dos botones de mi blusa y se me veía una buena porción de una de mis tetas. La caída normal de la tela del pecho de la blusa me tapaba un seno, pero del otro se veía una muy buena parte.
Llegué al restaurante y caminé hasta una mesa de mi gusto. Para nada pasé desapercibida por los caballeros que estaban allí y eso me emocionó mucho, como nunca, bueno hasta un día anterior en que me di cuenta cómo me miraban los hombres con esas faldas y esos tacones. Me senté y un mesero vino y me atendió. Al ratito llegó Juan y me pidió que nos fuéramos a una mesa de la ventana, de esas que tienen una mesa larga con dos sillones encontrados. Quería que estuviéramos sentados juntos. Me levanté y cambiamos la mesa por una de aquellas, me dejó pasar primero y se sentó a mi lado. Pedimos el almuerzo y empezamos a comer. Yo traía un hambre terrible y la comida me cayó de perlas. Luego pedimos más café y empezamos a conversar bajito y muy juntitos.
-Estuviste irreconocible anoche, chaparrita.
-Sí, ¿verdad, amor? Qué pena contigo.
-¿Porqué pena? Entre los dos lo planeamos.
-Pues sí, pero comoquiera, me puse muy así.
-Muy así cómo.
-Ay amor, ya sabes cómo.
-¿Cómo?, dímelo, ándale.
-Muy así, muy perturbada. No me medí, ¿verdad, cariño?
-Pero te gustó ¿o no?
-Me encantó.
-¿Qué fue lo que más te gustó?
-Todo.
-¿Pero más más?
-Pues Leo. Todo él me encantó. Está muy guapo y muy jovencito, bien rico.
-Y lo que sabe hacer
-Mmmhhh, ni me recuerdes que me emociono otra vez, jijiji.
-¿No llenaste?
-Sí mi amor. No te creas. Me dejó bien servida.
-Pues con todo eso que se carga el mocoso
-Sí mi amor. Está bien bueno. La tiene muy grande. Cuando se la vi pensé "madre mía", ¡qué es esto! Nunca pensé que hubiera cosas de hombres así como esa.
-Se te notó en la cara.
-¿De veras? Qué vergüenza perdóname mi vida. Pero es que me sacó de onda ver así eso tan gigantesco. Y cómo me la comí ay no, qué bárbara. Cómo se la chupaba, ¿verdad? Pero estaba deliciosa papi, te lo juro.
-No necesitas jurármelo. Acuérdate que yo estuve ahí, nadie me lo contó. Yo vi en primera fila como te la tragaste toda, canija, jejeje.
-Bien avorazada, ¿verdad amor? Qué mamadas le di, que salida me puse. Ay papi, ya me estoy mojando. Mira tócame. Pero despacio, no nos vayan a ver.
-¡Mami! ¿No traes calzón?
-No, mmmhhh, qué rica siento tu mano me lo quité, mmmhhh, así papi, despacito que nos ven- le dije recostándome en su hombro.
-Andas empapada, Mina. Se siente bien resbalosa.
-Sí, ya ves ¿Para qué me recordaste a mi novio ? Lo necesito. Me vas a dejar que me lo coja otra vez, ¿verdad mi amor?
-¿Pero de dónde lo saco? No sé dónde vivirá.
-No, luego, no hoy. Ha de estar bien dormido. Se fue a las 9 pasadas.
-¡A las 9! Poco antes de que yo despertara.
-Sí. Como una hora antes, ¿Cómo ves?... ay amor, me metes el dedito mmmhhh.
-Te estás derritiendo, mami, está bien calientita de ahí. Siento como si me chuparas el dedo. Y dime ¿qué más te hizo luego que me dormí?
-Me siguió dando y dando me dio muchísimo, Juan. Ni oías cómo gritaba yo, estabas bien dormido ahí al lado donde me mataba otro a cogidas. Aullaba como un animal salvaje en celo. Has de cuenta que como que mi chochito se acostumbró a su miembro tan crecido y sentía bien rico las metidas y sacadas que me daba. Ay, amor, me voy a venir si me sigues recordando todo eso y tocándome así. No nos vayan a ver. Mejor saca tu mano.
La gente conversaba y pasaba a nuestro lado sin darse cuenta de lo que hablábamos y hacíamos. Juan cubría con su cuerpo el mío mientras acariciaba mis piernas y hurgaba entre ellas mi desnuda vagina, chorreante y abierta a sus dedos. Sacó su mano de entre mis muslos y puso sus codos en la mesa, pensativo. Yo permanecí recostada en su hombro, con mi boca muy cerca de su oído, hablando bajito, en secreto.
-¿En qué piensa mi amor?- le dije.
-En todo esto, Mina. Nunca pensé que llegaríamos tan lejos.
-¿Te arrepientes? Dime la verdad.
-No, tanto como eso no. Pero no puedo dejar de recordarlo. Estabas desconocida.
-Sí, mucho. Nunca pensé que tuviera esa fuerza para amar. Pensaba que era más calmada; pero parece que no. ¿Eso es malo, papi?
-No sé, chaparra. Tú ¿qué piensas?
-Pues lo que me preocupa son nuestros hijos, de que vayan a notar algo. Me siento otra mujer. Ojala que no lo noten, ¿crees que me perciban algo?
-Si no te cuidas sí, ya están grandes. Sobre todo Juan, ya tiene casi 19 años y se fija en estas cosas. Aunque puede pensar que simplemente es un cambio de look, ¿no?, como dicen ellos.
-¿Lo dices por esta ropa?
-Por todo. Hasta las facciones traes cambiadas. Te ves más joven, como más rejuvenecida y vivaz. ¡Mira lo que hace el sexo!
-Sí, Juan, me siento muy bien. Pero pues sexo siempre hemos tenido tú y yo, ¿no? ¿Qué pudo ser entonces?
-Sabe. Pero tal vez sexo, verdadero sexo, es el que tuviste anoche.
-Pero como que te me estabas arrepintiendo cuando viste como me puso Leo, ¿verdad Juan?
-Sí, es cierto. De repente me entraron celos de ver la forma en que ese muchachillo hacía de ti lo que quería y tú tan tranquila.
-¿¿Tranquila?? Créeme papi, que tranquila para nada. Tenía el corazón en la boca. No te niego que él me puso bien excitada, pero también me preocupaba mucho lo que tú sentías- le dije, abrazándolo fuerte, al notar que se ponía serio, triste. -No te pongas así, mi amor. Yo te amo. De eso que no te quepa duda.
-Es que me da miedo que te llegara a perder. No lo había pensado hasta ahora, nunca.
-De ningún modo, Juan, nunca pasará.
-Es que si hubieras visto cómo estabas. Te desconocí.
-Lo sé, amor. Sé bien como me puse, cómo me puso ese muchacho. Todavía me cuesta trabajo asimilarlo, pero sé también a quién amo a ti. Ya cielo, ya no pienses cosas que no son.
Tomó mi mano y la besó suavemente, diciéndome que él también me amaba mucho y cambiamos de tema. Me fui al cuarto a preparar maletas mientras él se fue a la administración a pagar la cuenta. Cuando entré a la habitación aún no estaba arreglada, no habían pasado por ahí las camareras. La cama estaba como la dejamos, la mancha de semen de Leo estaba fresca todavía en la cama y el ambiente estaba impregnado de sexo. Mis fosas nasales reconocieron el aroma de genitales masculinos, de secreciones varoniles; también flotaban en el aire mis emanaciones más íntimas. Leonardo y yo aún estábamos presentes en ese cuarto, pero Juan mi esposo, no. Lo extrañé a él, a mi primer amante. Lo extrañé mucho, me dolía su ausencia en los ovarios y me hacía daño pensarlo porque no estaba conmigo. No hacía ni tres horas que me había poseído por última vez en esa larga noche y ya lo extrañaba como no extrañaba a nadie en el mundo.
Los pezones me dolían, tenía un dolor en el bajo vientre. Saqué las maletas y la puse sobre la cama para empezar a llenarlas, ahí, al lado del charco absorbido de semen que estaba en mi lugar. Procuraba ya no pensar en eso, pero ese dolorcillo en mi matriz y el cosquilleo en los botones hinchados de mis melones me lo recordaban de nuevo. Doblaba y guardaba la ropa, pero como entre sueños, como flashazos, pasaban por mi mente diferentes momentos vividos por la madrugada. Mi cerebro pasaba una película pornográfica donde yo era la protagonista. Veía a mi amante encima de mí, besándome, dándome su lengua fresca sin dejar de moverse entrando y saliendo de mí. Luego venían a mí las vistas de ese portentoso miembro, de ese enorme pepino cabezón lleno de venitas que con tanto apetito lamí y chupé y mordí y jalé.
Dejé la ropa a un lado y me puse de rodillas en la alfombra. Bajé mi cabeza hasta que mi nariz quedó rozando la sábana húmeda y aspiré. Mmmhhh, ese olor me llegó hasta el cerebro. El olor de mi macho, el olor del interior de sus testículos, de sus inmensos huevos que también disfruté con mi lengua y con mis labios y con mis dientes y con mis manos y frente a mi esposo, frente al padre de mis hijos. Más escenas pasaron por mi pensamiento, todas de golpe. Luego lamí la mancha evidencia de mis pecados, quería recoger con mi lengua esa condensación, me parecía un desperdicio que se quedara allí, en lugar de a donde correspondía: dentro de mí.
Bajé una mano y me metí dos dedos en la vulva moviéndolos con fuerza, recordando como me agarró Leo así tantas veces, empinadita en la cama, quería meterme la mano completa para sentir la potencia y el tamaño de su miembro salvaje. Estaba de lo más emocionada, ausente de es momento pero siempre en ese cuarto, cuando escuché a lo lejos unos golpes en la puerta. Vine de regreso al presente, a las 12 de ese día, y fui a abrir. Era mi marido que venía con alguien para ayudarle con las maletas. Ya no íbamos. Cuando salí de ahí hasta tristeza sentí; todavía volví mi mirada antes de irme, tras mi esposo y el botones, y di un último repaso con la mirada a esa cama y al cuarto en general. Ahí me hicieron mujer apenas a los 39.
En el coche ya en la carretera, casi no hablábamos. Yo iba bien dormida, se me agolpó la falta de sueño y dormí hasta medio camino. Sentí cuando se detenía a poner gasolina y vi una tienda al fondo de la estación. Le pedí dinero y fui por unos refrescos y algo de chatarra como cacahuates, frituras y esas cosas que me gustan. Con el viento se me pegaba la faldita dibujando perfectamente mi vientre y mis muslos, seguía sin pantis y los despachadores y los otros automovilistas dejaron ir su mirada atenta hacia mí. Entré a la tienda y compré mis cosas. De regreso al auto vi venir a dos muchachos muy jóvenes, de 20 y pocos, mirándome como diez metros antes de cruzarnos; me enderecé bien y saqué mis senos gordos, que con esos dos botones sueltos se notaban bastante, uno de ellos me silbó y el otro me dijo al oído, cuando pasó muy junto a mí: "mamita, qué bonita, estás para comerte" . Yo, como nunca lo acostumbraba, volteé a verlo y le regalé una sonrisa a modo de agradecimiento por eso tan lindo que me dijo.
-Mina ¡andas partiendo plaza!- me dijo mi esposo cuando me subí al coche para irnos.
-Bobos que son, mi amor. Me caen bien gordos.
-Ahá. Por eso le sonreíste a ese cabroncito.
-¿Me viste? Qué buena vista tienes, jijiji. Es que me dijo algo bonito, papi.
-¿Qué te dijo?
-Me dijo al oído "mamita, qué bonita, estás para comerte". ¿Cómo ves?
-Mira que muchacho tal lanzado.
-Sí. Son bien atrevidos.
-Como el de anoche, ¿no? Más o menos son de la misma edad. Hasta se parecen.
-¿A Leo? No, mi amor. Él es otra cosa. Estos nenes no le llegan. Él es lo máximo.
-¡Ándale! Ay tú: "Él es lo máximo" jajaja.
-Pues aunque te rías. Esos chiquillos pero para nada le llegan a él- me dio coraje que se carcajeara así, burlándose de mí. Idiota.-sentía que las mejillas me ardían de disgusto.
-Oye, no te enojes, nomás decía. Serénate Mina. Es que se parecen a él.
-Es que no se parecen para nada, Juan. Él es todo un hombre. Esos son sólo unos mocosos babosos- lo contradije precisamente cuando los chicos salieron de la tienda y se encaminaban al baño, detrás del inmueble.
-Ni tanto. Ya se ven peligrosos. Se me hace que uno de ellos te hace lo mismo que te hizo " Tu Leo "- me lo dijo con tal sorna que sentí un profundo desprecio por él. E hice algo que jamás pensé, que nunca me hubiera creído.
-Ya veremos- le contesté con un débil aliento de voz, ya que por lo encolerizada que estaba, la voz no me salía y me faltaba el aire.
-¡Guillermina!... ¿A dónde vas?, espérate- lo ignoré olímpicamente.
Me bajé del coche y caminé rápido y decidida a la parte trasera del negocio. Antes de llegar a los baños me abrí otro botón de mi blusa y con eso se mostraba la división completa de mis melones, y la mitad de ambos al centro de mi pecho. Entré al baño de hombres y los muchachos estaban allí. Uno de ellos se estaba lavando las manos y el otro ya se sacudía el pene terminando de orinar. El que estaba en el lavabo me miró llegar y se sorprendió, yo me jalé la falda para arriba sin quitarle la mirada y me la dejé a media pierna. Su amigo seguía silbando algo, pues tal vez pensó que los pasos que escuchó serían de otro visitante masculino.
Llegué al lado del lavabo largo con tres llaves de agua y recargué mi grupa en la porcelana parando bien las nalgas, deteniéndome sobre una pierna, flexionando levemente la otra y contemplándome en el espejo, como si ellos no existieran. Me agarraba el cabello contemplando mi coqueta mirada, pero el muchacho a mi lado se limitaba a observar con el rabillo de su ojo, sin decirme nada, nervioso. El otro se giró y me miró desconcertado al principio, pero se repuso y se me acercó por detrás, mirando a su compañero y a la puerta del baño. Se paro a un metro de mí y me aclaró que es era el servicio para barones.
-¿Apoco?, ni lo noté- le dije con una voz que no le dejó duda de los motivos que me llevaron allí.
-Señora, está usted para comérsela toda, de veras- me respondió acercándose más, viendo descaradamente mi trasero y mis piernas por detrás.
-Eso ya me lo habías dicho. ¿Nada más?
-Mamacita, qué buena está- me dijo, ordenándole a su amigo que fuera a cerrar rápido la puerta.
Acabé de jalarme la falda hasta la cintura, dejándole verme el culo completo y me separé del lavabo, sosteniéndome con mis manos del borde e inclinándome con las piernas abiertas, como si un policía me fuera a revisar.
-Cómeme entonces, ándale. Ponte de rodillas y cómeme toda como me lo dijiste.
El chico cayó detrás de mí y sumergió su cara entre mis nalgas lamiéndome la cola con ahínco. El otro vino y se limitaba a ver, parado a un lado de nosotros. Subí mi rodilla en el lavamanos y así el otro pudo acceder fácilmente a mi cueva descalzonada y a mi ano, con su lengua. Miré al otro y le dije que se sacara la verga, así, con esas palabras. Él se desabrochó el pantalón y le dije que se acercara. Lo recargué en el lavabo, entre mis brazos, y le jalé el pene delgadito que tenía, aunque algo largo. Le dije al que me chupaba que me la metiera ya, pues mi intención era acabar con ellos de inmediato, pues quería que quedara constancia de que ellos no eran como Leo, como mi Leo , como lo llamó Juan.
Hice que el que estaba frente a mí se subiera a sentarse en el lavabo y el otro ya estaba cabeceándome la vagina para penetrarme. Sentí como iba entrando en mí y empecé a moverme rítmicamente contra su pubis, chupándole la picha al otro, metiendo hasta mi garganta la delgada lanza, haciéndolo estirarse completo de piernas sobre el mueble al sentir como se la mamaba fuertemente. Aunque el que me cogía sí tenía un pene más grande y grueso que su amigo, no era para nada como el de mi novio, era algo intermedio entre el de Juan mi esposo y el de aquél, pero nada qué ver con el fabuloso miembro que tanto me metieron 12 horas antes, pero ni en cuenta.
No me duraron ni cinco minutos uno se vino en mi boca, sus chisguetes aunque con mucha presión no fueron nada considerables. Lo seguí masturbando y me llené la mano con sus restos. Quería llevarme algo de evidencia. El otro pegó un bufido y me apretó tan fuerte de la cintura con sus brazos que me hizo enderezarme y casi de pie, bien pegada al borde del lavamanos, me la metía hasta adentro vaciándoseme interiormente y yo me miraba en el espejo, triunfante. Cuando terminó le dije que me bajara bien la falda, pues no me quería manchar y para llevarme en la mano la leche de su amigo, se hincó detrás de mí y me la jaló hacia abajo cubriéndome bien. Luego me giré y le pedí que me abrochara la blusa. Él al hacerlo, aprovechó y la abrió un poco para verme completos los pechotes, así que le sonreí y le dije que los besara. Me chupó un poco ambos pezones y le dije que ya, que mi esposo me esperaba, así que muy a su pesar los guardó y me abotonó bien la blusa.
-¿Tomaste el tiempo?- le pregunté a mi esposo cuando me subí al auto.
-No hiciste nada, mentirosilla.
-¿No?, mira- le respondí enseñándole mi mano abierta, escurriendo de algo que parecía lo que era: semen de hombre. Dale, papi, vámonos antes de que salgan esos muchachos.
-¿¿Les hiciste algo, Mina?? No friegues.
-Sí, me los cogí, ¿cómo ves?-le dije mientras se arrancaba y agarraba el camino- esta es la lechilla de uno.
Juan miraba la muestra en mi mano incrédulo, se la arrimé a la nariz y la olió.
-¡Qué bárbara eres Guillermina, en un baño masturbaste a esos muchachos!
-No los masturbé. A uno se la chupé, a éste, y al otro me lo cogí- le aclaré tomando un paño que traía ahí bajo el asiento para limpiarme las manos- mira cómo me dejó- le volví a decir levantándome la falda y abriendo mis piernas para que viera mi bollito bien blanqueado por la cuajada del muchacho. Me metí los dedos y los saqué bien impregnados de eso y se los volví a poner en la nariz.
Juan sacó su cara de mis dedos rápidamente al identificar el aroma y se quedó mudo.
-En cinco minutos acabé con ambos. ¿Viste? Leonardo me dio por doce horas seguidas, no hay otro como él. Ríete ahora, ándale-le dije retadora.
Ya no se rió, ya no dijo absolutamente nada. Yo me volví a acomodar y me hice la dormida pensando en cuánto habíamos cambiado en una noche. Cambié, cambiamos ambos.