Cambiando de orientación
Mi prima Silvia y yo éramos inseparables desde el internado.
Mi prima Silvia y yo eramos muy buenas amigas desde pequeñas. Las dos habíamos ido al mísmo colegio. Nuestros padres nos enviaron a un internado católico cerca de Córdoba.
Aunque Silvia estaba en un curso superior al mío siempre solíamos estar juntas en el patio y en las horas de recreo. Además también nos volvimos inseparables fuera del colegio, compartiendo amistades y pasandonoslo bien juntas. Teníamos una verdadera amistad más alla del simple parentesco.
Pero al empezar en la Universidad nos separamos; yo seguí estudiando aquí en Córdoba Biológicas y ella se fue a Madrid a estudiar Ingenieria. Nuestra relación se fué enfriando, pero el día que volvió de Madrid y nos juntamos de nuevo renació ese sentimiento de amistad y volvimos a pasar horas y horas charlando y pasandolo bien.
Era como en los viejos tiempos. Pero al poco tiempo su novio que vivía en Madrid se traslado con ella a Córdoba y a veces me dejaba algo de lado.
A ella le íba genial con él y siempre hablaba maravillas de su noviecito. Yo siempre le decía que no sería para tanto, que lo único que pasaba es que estaba embobada con el muchachito.
Un día estábamos en estas y me dijo muy seria:-Marisa, siempre te burlas de mi novio y de otros chavales que hemos conocido, pero no sé que es lo que te pasa con los hombres,si es que te da verguenza, miedo o algo parecido; porque desde que yo empecé a salir con chicos en la época del Instituto tú dejabas de salir con nosotros, y además nunca te he visto con novio, ni siquiera tonteando o besuqueando a alguno de la pandilla. No será que te dá miedo emparejarte o algo así. Sabes que soy tu amiga Marisa, si crees que tienes algún problema con eso cuentamelo e intentaré ayudarte lo que pueda. Y que sepas que no le contaré nada a nadie.
Eso era verdad, sabía que podía confiar en Silvia, ella nunca había revelado un secreto o roto una promesa. Por eso,como sabía que podía desahogarme con ella y por fín contarle mi secreto (aunque sabía que íba totalmente contra sus principios), tome aire, me armé de valor y se lo conté, despues de hacerle prometer que guardaría el secreto:
Hay algo Silvia que nunca te he contado de cuando estábamos en el colegio. Te acordarás que en el internado intentamos que nos pusieran en la mísma habitación, pero que al estar en cursos diferentes nos separaron. No sé si te acordaras pero a mí me pusieron en la habitación con Angela, la pelirroja flacucha de la que siempre se burlaban todas y con Esther, la morenita de Rute. Las monjas nos colocaban de tres en tres, aunque las habitaciones eran pequeñas, porque decían que dos era demasiada intimidad y que no era bueno. La relación entre las tres siempre fue buena, y solía limitarse a ser compañeras de cuarto, porque luego como tú y yo siempre estabamos juntas, las dejaba algo de lado, y Esther no se juntaba mucho con Angela para que no se rieran también de ella.
Bueno, todo fué normal hasta el suicidio del hermano de Esther. Su hermano no pudó soportar que su novia lo dejara por otro, y desesperado y alentado por los efectos secundarios del anís (si fuérais de Rute sabríais bien de que hablo) decidió colgarse de un olivo (se ve que no encontró cerca otro árbol más alto, porque a poco que hubiera decidido salvarse se hubiera podido mantener vivo de puntillas hasta que alguien lo descolgara). Despues de eso el padre de Esther la sacó del colegio, para que reemplazara a su hermano en el cuidado de los campos de olivo, y para que inevitablemente cayera en la profunda angustia de las borracheras de anís.
He aquí que en mitad de aquel curso nos encontramos solas en aquel cuarto Angela y yo, y a las monjas pensando que no había problemas por estar dos solas, porque ni siquiera parecía que nos llevaramos especialmente bien.
Pero justo la primera noche que estabamos solas coincidió con una noche de un frío intenso, como sólo había en aquella parte de la Sierra. Angela estaba tiritando, como era tan delgadita y poca cosa no podía quitarse el frío. Además no habian dejado la ropa de la cama de Esther, y Angela no se atrevía a pedirle a las monjas otra manta.
Yo la miraba con pena, sufriendo tanto como ella hasta que me decidí y le hice un gesto con la mano para que se metiera en mi cama. Ella me sonrió agradecida, cogió su manta y se metió en mi cama.
La toqué y estaba helada, ella se acercó más a mí y se apretó a mi pecho. Tenía los pezones duros, tanto que se clavaban en mis pechos. Ella seguía con frío así que le dije que sería mejor que nos quitaramos los camisones y nos abrazaramos hasta entrar en calor. Lo hicimos, era mayor el frío que la verguenza. Nos desvestimos espalda contra espalda y rapidamente volvimos a abrazarnos entre las mantas. Nos miramos a los ojos riendonos y tiritando, tanto por el frío como por el corte que estábamos pasando.
Al rato ella dejo de reir, me apartó el pelo de la cara y me dijo: Gracias Marisa.
Y ante mi asombro me dió un largo beso en los labios. Yo no aparte los míos, no sé si es que no supe reaccionar a tiempo o que realmente deseaba que ocurriera.
Ella volvió a mirarme, y como yo no me quejaba me beso de nuevo a la vez que acariciaba mi espalda con sus manos frías. Yo nunca había besado a nadie, ni me habían besado de esa manera. Cerré los ojos y la dejé hacer, sintiendo como movía su lengua y como deslizaba sus manos por mi espalda, hasta llegar a mis braguitas.
Yo ya estaba abandonada a ella,así que cuando bajo mis bragas y puso su manita en mi coño despertó en mi ese ansia de amor que siempre había reprimido por el sentimiento de culpa que me producía.
Lo que antes era frío paso a ser un calor inmenso dentro de mí, y unas ganas de gritar inmensas mientras ella acariciaba mi clítoris. Menos mal que ella tapaba mis labios con sus besos, si no creo que hubiera podido despertar a todo el colegio.
Poco a poco iba a más mi placer, me subía por la espalda y me hacía arquearme, y apretar y extender los dedos de mis pies, y agarrar con fuerza las sábanas con mis manos. Mi corazón saltaba en mi pecho, y mi mente corría libre, en la calle, en el frío bosque, sin cansarse, saltando entre las hierbas, escabullendose entre los árboles,cada vez más deprisa,cada vez más rápido, nada era más veloz y ligero. Corría y corría hasta que de pronto se acabó el bosque y me encontré cayendo por un precipicio enorme,sin fín, y yo caía gritando y abandonandome.
Cuando abrí los ojos Angela estaba mirandome con una sonrisa, dejandome recuperar la respiración y observando como volvía a relajarme.
Yo la atraje hacía mí, le dí un beso y le dije: Gracias.
A partir de entonces lo hacíamos todas las noches, aunque por el día volvíamos a ser dos compañeras de cuarto, que apenas se llevaban bien. Nuestro temor era que nos separaran y no volviéramos a estar juntas. Nunca despertamos sospechas y nadie en el internado, ni siquiera tú Silvia pudiste imaginar como era nuestra verdadera relación. Esa es la razón por la que nunca me han atraido los hombres y por la que tú no me has visto saliendo con ninguno.
Cuando acabé de hablar Silvia estaba aún con la boca abierta, sin saber que hacer o que decir. Pero al rato reaccionó, y claro está. como yo esperaba que lo hiciera.
-Tú estás enferma Marisa, yo sabía que te pasaba algo, pero esto,esto no puede ser, no a mí mejor amiga, no a mí prima. Esto, esto, esto lo vamos a arreglar tú y yo. ¿Cómo que no te gustan los hombres?, pero si nunca lo has hecho con ninguno ¿cómo sabes tú que no te gustan?. Tú, tú, tú dejamé a mí, tú verás como yo te curo, sí, sí , te curo porque estás enferma. Pero esto tiene cura , vaya si te lo curo yo.
Y así se tiró hablando muchísimo rato, sin dejarme articular palabra, y yo así, callada, para que no se molestara, bastante perturbada ya estaba ella.
Al final cogió sus cosas y se marchó, sin dejar de hablar sola. A lo lejos aún se escuchaba su canción: "esto te lo curo yo Marisa, esto te lo curo yo..."
Los siguientes días nos vimos mucho, pero no quiso sacar el tema, y me trataba como si nunca hubieramos hablado de ello. Eso sí, si veíamos una revista, o la televisión aprovechaba para señalarme algún chico guapo y preguntarme si me gustaba, o si prefería a éste o a éste otro. También me invitaba al cine, a ver películas de Harrison Ford, de Richard Gere o de Kevin Costner, y se pasaba todo el rato diciendome lo guapos y fuertes que eran. Yo sabía que algo tramaba, pero no podía intuir que podría ser.
Finalmente al cabo de tres semanas se acercó muy seria y me dijo:
-Marisa, ya tengo la solución a tu problema, la cura a tu enfermedad.....