Camarero para todo

Mi marido se va de marcha con su jefe y yo me masturbo pensado que se van de putas. Luego...

Nuevamente os cuento una experiencia vivida. Tan real y cierta como otras que os he contado. Esta es la última, me pasó ayer mismo y tenía unas ganas enormes de contarla.

Resulta que había quedado con Juan para salir. Recuerdo que al mediodía después de comer y antes de empezar nuestra jornada laboral por la tarde, me dijo: ¡lávate el coño, cariño, que esta noche después de cenar fuera te lo voy a comer hasta que te corras tres veces! Juan es capaz de eso y más. Suele llamarme sin pensarlo o se deja caer por mi oficina y me pones cachondísima, metiéndose en mi despacho, dejándome olerlo y verlo. A veces, sin que mis compañeros se den cuenta, se saca la polla y me dice: ¿la quieres?

Me pone a mil. Me enseña la polla y se vea. Yo, hasta que llego a casa me corro nada más de pensar las maravillas que me hará una vez que lleguemos a casa

Bueno. El caso es que aquella noche estaba especialmente fiera. Hacía días que terminé con la regla y mis hormonas pedían sexo a diestro y siniestro. Es como si la ovulación se hubiera disparado. En cualquier sitio me tocaba. Tenía todo el día el coño hinchado, nada más que pensar en el cipote de mi marido.

Después de ducharme, perfumarme, cuidarme, ponerme realmente guapa, con mi mejor conjunto de ropa interior, recibí la llamada de Juan, advirtiéndome que igual se retrasaba un poco. Pero que en seguida llegaría. Estaba con uno de sus jefes que habían venido a visitarlo desde Málaga y tenía que atenderlo. Pasados cuarenta minutos, me volvió a llamar. Suplicó que le perdonara, que iba a retrasarse más de lo normal y nuestra cita se trasladaría hasta una nueva ocasión. No daba crédito. Esta molesta. Empecé a pensar. Si ya son las 01:30 horas el único sitio donde puede estar con su jefe, es de putas o borracho perdido en los bares de moda, comiéndose con los ojos a las jovencitas.

Me encontraba mal realmente. La cabeza me daba mil vueltas. No sabía que hacer. Él me dio el último empujón. Me llamó y le noté que estaba borracho del todo. Casi no le salía la voz. Me pidió que le preparara la habitación de invitados a su jefe, puesto que ya era tarde y no volvería a su casa esa noche. Así lo hice.

Después me fui a la calle. Me había quedado con el vestido puesto que tenía preparado para mi marido, que me marcaba las tetas y el culo. Me metí en el pub del barrio, donde me pedí un gin-tonic. Encontré a varios vecinos, algunos de los cuales, eran amigos de mi marido. Al segundo gin-tonic, ya me daba cuenta como merodeaban a mi alrededor, sin ningún tapujo. Con el tercero, observé como el camarero los mandaba para casa. Estaban borrachos. Cerró el pub. Le pregunté si tenía que irme y me dijo que podía terminar mi copa. Solo nos quedamos él y yo. Empezó a limpiar y recoger cuando de repente se paró delante mía, preguntándome si me habían molestado los vecinos.

Nada de eso. Todo lo contrario. Con el cabreo que llevaba, me había puesto cachonda nada más pensar en que mis puretas vecinos. Los cinco, fueran capaza de poseerme encima de las mesas del pub. Por un momento cerré los ojos y los imaginé a los cinco, eyaculando sobre mi cuerpo. Dios que alegría ,,,

Sin darme cuenta, el camarero había metido su mano en mi coño. Con la excusa de que se le había caido la escoba, había estado observando todo mi enorme coño y por su torpeza pude adivinar que no aguantó el espectáculo de verme sin bragas. Le dejé hacer. Seguía frotando su dedo gordo contra mi clítoris. Me subía al cielo. Después me besó. Luego me escupió. Repetidas veces. Me escupía a la cara. En mi boca, en mis mejillas. Su saliva bajaba por mis mofletes, pero me ponía más cachonda que una cerda en celo. Se puso delante, bajó sus pantalones y sacó una polla enorme. Sin previo aviso, me la metió de un golpe. Me dolía. Pero más me dolía el pensar en mi marido y que estaría de putas. De pronto me acordé del jefe de mi marido y mientras el camarero me follaba y me escupía a la cara, pensé en su cara y soñé que era él el que me empuja con esa bestialidad que hacía que mi coño ardiera.

De hecho, me imaginé postrada sobre la mesa del despacho de mi marido, follada por su jefe con una polla enorme, dándome viajes enormes que me hacían enloquecer. Y vi a mi marido, sentado en su silla, mientras observaba el pedazo de polvo que le estaban echando a la puta de su mujer. No aguanté mucho más. Mientras mi camarero me follaba el imaginar al jefe de mi marido, hizo que mi corrida me llegara hasta los pies

Me arreglé el vestido como pude y esperé la llegada de mi esposo y su jefe para follármelos a los dos a la vez. Quería follar y que mi marido me viera. Pero… los muy cabrones, no llegaron hasta el mediodía siguiente. Yo me hice quince pajas pensado en su jefe, mi marido y el camarero. La mejor de todas, fue cuando imaginé que después de cenar en casa con mi marido y su jefe, bajábamos a tomar una copa y mi camarero cerraba el pub.