Camarero a la fuerza

Unas circunstancias extrañas llevan a un hetero a cambiar su forma de pensar.

Camarero a la fuerza

1 – Nadie me presentó

Recibí una llamada de mi tío Pedro. Parecía apurado. Me pedía que abriese su bar al anochecer y cerrase cuando comenzara a quedarse vacío. Decía que tenía que resolver unos asuntos, pero yo ya sabía de qué asuntos se trataba. Me daba miedo hacerle ese tipo de favores, porque tenía un pequeño bar de ambiente gay y rara era la noche que no había pelea.

Abrí la persiana metálica sobre las ocho de la tarde, dejé las puertas de cristal cerradas y preparé las máquinas y la bebida. Luego abrí las puertas de cristal para que se aireara el local (que olía a cerrado) y entró un joven solo que se acercó a la barra.

  • Perdona, chaval – le dije -, hasta las nueve no se abre.

  • ¡Joder, tío! – exclamó - ¿Te importa servirme una cerveza bien fría? Son las nueve menos veinte.

  • ¡Bueno! – reí -, la verdad es que no falta tanto para abrir. Te la serviré, pero ponte en este lado, que no se vea que ya está abierto.

Aquel chico no decía nada. Oía la música y bebía despacio. Luego puso dinero sobre la barra y le cobré. A la hora de abrir, se fue. Entró entonces algo de gente y pidieron copas. Comenzaba a ponerme nervioso. Sabía que el bar se llenaría y me costaría mucho trabajo servir, pero no podía negarle a mi tío ese favor. Una noche sin abrir el bar era una pérdida grande para él y siempre me daba algo de dinero.

La gente se había pegado al fondo y entró otro joven, se apoyó en la barra a la entrada y me llamó por señas.

  • ¡Una cerveza! – me dijo -, si ya está fría.

  • Sí – le dije -, está muy fría.

  • ¿Y Pedro? – me preguntó extrañado - ¿No va a venir hoy?

  • ¡No! – le puse la cerveza -, tiene que resolver «algún asunto».

  • Yo te he visto otra vez por aquí – me dijo -; si necesitas ayuda cuando esto se llene, me lo dices.

  • ¡Ah, gracias! – le sonreí -; a veces me veo apurado.

  • Me llamo Blas – me tendió la mano -; cuenta conmigo, soy muy amigo de tu tío.

  • Yo soy Víctor – me extrañé - ¿Cómo sabe que soy sobrino de Pedro?

  • Él me habla a veces de ti – dijo -; soy un cliente asiduo de este bar, pero no me gusta quedarme cuando está demasiado lleno. Tu tío sabe el por qué.

Conforme avanzaba la noche, se llenaba el bar y, en los momentos en que podía, me iba a donde estaba Blas y comentábamos cosas. Era un criticón muy gracioso. A cada cliente que entraba le tenía un apodo. Entró uno al que llamó «la araña» y me fui a servirle, pero noté que Blas tomaba su cerveza y se colocaba a su lado. Era un hombre maduro, seco y bastante desagradable. Blas pidió otra cerveza. Y después de un rato, me pareció que «la araña» se había bebido su cubata y, disimuladamente, se iba para la puerta. Allí estaba parado Blas y le vi hacerle un gesto con la mano, como si le pidiese dinero. El tío se puso a protestar porque alguien le molestaba en la puerta y toda la gente del bar se quedó mirándome en silencio. Entonces, sacando el valor de donde no lo tenía, le grité:

  • ¡Si no te fueras sin pagar, hijo de puta, no pasarían estas cosas! ¡Deja aquí 10 euros y a casita!

  • ¡Has reaccionado muy bien! – me dijo Blas -; vas aprendiendo lo que es este antro.

  • No, no creas – le contesté -, he reaccionado así porque te he visto pararle los pies y me he sentido protegido. ¡Gracias!

  • ¡Bueno! – quitó importancia al asunto -, sigamos la noche.

  • ¡Oye, Blas! – le dije acercándome a él - ¿Tu vienes aquí a ligar con esta gentuza?

  • ¡No, no, Víctor! – me explicó -; estos puede que sean gentuza, pero de vez en cuando aparece algo que merece la pena.

  • ¡Ah, te entiendo! – acudí a servir a otro cliente -; es lógico.

Sí, sería lógico, pero lo que no era lógico para mí es que aquel rostro moreno, su pelo corto y negro, sus manos cuidadas con dedos largos y su sonrisa, no encajaban con mi atracción por él siendo yo casi de carácter homofóbico.

2 – Vamos a casa

Quedaba una pareja de tortolitos sentados en un rincón y me acerqué a decirles que iba a cerrar. Amablemente me pagaron, se levantaron y salieron despidiéndose con mucho agrado tanto de mí como de Blas.

Entró el amigo de mi tío a ayudarme a recoger un poco, preparar la basura, recoger los vasos y ceniceros… Mientras tanto hice la caja y metí todo el dinero en una pequeña cartera que me dejó mi tío detrás de las botellas en la parte baja.

Recogido ya todo lo que creí importante, me ayudó Blas a cerrar las puertas y a bajar las persianas metálicas. Me levanté y lo encontré detrás de mí sonriéndome.

  • Bueno, querido Víctor – dijo mirándome fijamente a los ojos
  • ¡Dame la cartera con el dinero!

Lo miré extrañado y le vi levantar su brazo derecho apuntándome en el vientre con una pistola.

No dije nada, aunque en mi interior un sentimiento de asco y de ser traicionado impulsó mi brazo y le entregó todo el dinero.

  • ¡Vamos! – dijo - ¡Camina conmigo y con normalidad hasta mi coche! Recuerda que sigo apuntándote.

Nos subimos en el coche y fue conduciendo con una mano, con la cartera entre las piernas y apuntándome con la pistola con la otra. No recorrimos muchas calles hasta llegar a una donde se podía aparcar con facilidad. Parecía un barrio de gente pudiente, no un suburbio, apartado, y de gente humilde. Yo seguí sin abrir la boca y él fue dándome órdenes hasta que llegamos a su casa.

Entramos en un piso muy lujoso y comenzó a encender luces y se volvió hacia mí con la pistola en la mano.

  • ¡Se acabó la noche, chico! – me dijo - ¿No te quejarás de la compañía que has tenido?

Extendió la mano y me entregó la cartera con el dinero.

  • ¡Pon eso ahora en el dormitorio! – dijo -; vamos a aclarar algunas cosas.

Me quedé inmóvil y mudo. Bajó la pistola y la guardó. ¡No estaba cargada!

  • Soy Blas, sí – me dijo sonriente mostrándome una placa -, pero también soy policía secreta. Es posible que alguien te robase a ti, pero no a mí ¿Quieres tomar algo?

Me eché a llorar y me dejé caer en un butacón muy cómodo. Se acercó a mí, se agachó y puso sus manos en mis piernas. Sentí un placentero escalofrío.

  • ¡Lo siento, chico! – dijo - ¡Sé que has pasado un mal rato, pero también sé que te hubieras quedado sin todo ese dinero y bien apaleado antes de cerrar el bar.

  • ¿Y tenías que traerme hasta aquí apuntándome? – le dije sollozando - ¡Hijo de puta!

  • ¡Más hijos de puta había esperándote escondidos y nos han seguido hasta aquí abajo! – me contestó - ¡Vamos! ¡Asómate a esa ventana y cuenta las personas que hay en la acera de enfrente! Son cuatro. Saben demasiado, pero no saben que yo sé más que ellos. Uno de ellos es «la araña» ¡Venga, relájate que el susto ha pasado!

  • ¿Me das un poco de agua, por favor?

  • ¡Pues claro! – me dijo apretándome el hombro -, pero nos vamos a beber una cerveza bien fría los dos, ¿vale?

  • Sí, gracias, Blas – me tranquilicé -, ¡menudo susto me has dado!

  • ¡Tranquilízate, hombre! – dijo -, ahora charlaremos un poco hasta que te serenes y descansaremos. Ya le diré yo a tu tío quiénes rondan su local por las noches.

Se sentó a mi lado con las cervezas y me miró sonriente.

  • ¡Lo siento, Víctor! – dijo -. También tengo que avisar a tu tío. En poco tiempo tendremos pruebas para cogerlos y darles un susto.

Estuvimos un rato bastante callados y bebiendo. De fondo, había puesto algo de música clásica y sentí cómo me relajaba hasta que su mano se posó en mi pierna. No quise moverme; no era para hacer aspavientos. Luego comenzó a acariciarme y su mano subía cada vez más. No puedo negar que me gustaba lo que me estaba haciendo y comencé a sentir ese cosquilleo que precede a la erección.

  • A mí no me va el rollo gay, Blas – le dije -; perdóname, no estoy cortándote.

  • Perdóname tú a mí – dijo -, creí que

  • Acaríciame, por favor – lo miré fijamente -; me relajas. Pero sólo la pierna ¿Te importa?

  • ¡Tú decides, Víctor! – respondió -; no soy un violador. Sólo quería que te sintieras mejor pensando en que… pensando en que eras gay.

  • Acaríciame, por favor – me acerqué a él -, me haces sentir muy bien. A veces mi tío me acaricia. No me gusta. Un día quiso hacerme una paja, pero es que mi tío no me gusta. De vez en cuando me da dinero y me dejo tocar. Prefiero que me dé dinero por quedarme en el bar.

  • ¿Pedro te toca sin tu consentimiento? – me miró acechante -.

  • ¡No, no! – dije al ver su cara - ¡Yo me dejo, de verdad! Él me da dinero. Pero es que él no me gusta.

  • ¿Y ese el bulto que me parece ver bajo tu pantalón – dejó la mano en mi pierna – te lo hacen las tías o también tu tío?

Me miré asustado. Se me notaba que estaba totalmente empalmado y le hablé con claridad.

  • ¡Mira, Blas! – le dije asustado -, no me apetece que me toque una tía. Me gustan los jóvenes como tú y como yo, pero no me considero gay. Lo que pasa es que tú tienes algo

  • ¡No, Víctor, no! – se alejó un poco de mí -, no voy a tocarte si no eres gay. Para eso hay muchos jóvenes como nosotros que están deseando de que los toquen y de tocar.

Entonces, muy despacio, alargué mi mano hasta la suya, la acaricié con cuidado y la fui arrastrando hasta mi pierna primero y subiendo por ella hasta mi bulto.

  • Tócame, Blas, por favor – susurré -; me has hecho pasar un susto de muerte. Prefiero tenerte a mi lado agarrando mi bulto que llevando una pistola.

Me fue acariciando con cuidado y sin dejar de mirarme y le sonreí para que supiese que me gustaba lo que estaba haciendo. Luego, moviéndome siempre con cuidado, acaricié su mano y comencé a abrirme la bragueta. Retiró un poco sus dedos de allí sin dejar de mirarme y seguí bajando la cremallera, pero me acerqué a él y lo besé tímidamente en los labios. Me miraba confuso.

  • ¿Puedo tocarte yo también? – pregunté a media voz -. Te veo el bulto. No soy ciego.

Me quité el cinturón despacio y abrí mis pantalones dejándole ver mis calzoncillos.

  • ¡Espera, Víctor! – dijo asustado - ¿Estás seguro de lo que haces?

  • ¡Déjame tocarte!

Se quedó mirándome sonriendo pero extrañado y moví mi brazo despacio hasta apretarle la polla con cuidado.

  • ¡Por favor, Blas! – le dije -, no le digas a mi tío que hemos estado tocándonos.

  • Puedes tocarme tranquilo si es tu deseo – me dijo -, yo no voy por ahí diciéndole a nadie con quién paso la noche.

  • ¡Quítame los pantalones! – le dije - ¿Puedo abrir los tuyos?

  • ¡Espera, Víctor, espera! – me echó el brazo por encima -; esto no es así. Si los dos queremos estar juntos, no me preguntes, por favor, que si puedes tocarme esto o aquello. Yo no puedo estar toda la noche preguntándote si puedo hacerte esto o lo otro.

  • ¡Tienes razón! – le dije -. Te voy a ser claro. No me considero gay, pero no sé qué me pasa contigo. Puedes tocar lo que quieras y… supongo, que puedo tocar lo que quiera.

  • Víctor – me acarició la mejilla -, eres guapísimo. Yo creo que sí soy gay; me gustan los tíos, aunque no todos. Tú eres una belleza. Tócame cuanto quieras ¿Cómo voy a negarme?

Mientras tanto, fui buscando el tirador de su cremallera y comencé a abrirle la portañuela. Se quitó el cinturón y se abrió también los pantalones. Entonces, vi que llevaba unos boxer anchos y mi mano se deslizó por su pierna muy despacio hasta entrar por un pernil y notar el contacto con su polla dura.

De pronto, se levantó agarrándose los pantalones.

  • No vamos a estar aquí sentados incómodamente – dijo nervioso - ¿Te importa que nos pongamos más cómodos y nos echemos en la cama?

No le contesté, le sonreí, le tomé de la mano y me levanté.

  • ¡Llévame contigo!

3 – Vamos a la cama

Cogidos de la mano y besándonos de vez en cuando, recorrimos un ancho pasillo y llegamos al dormitorio. Los dos llevábamos los pantalones abiertos y nos pusimos uno frente a otro y junto a la cama. Se sacó los zapatos con los pies y yo hice lo mismo. Dejamos caer los pantalones y los sacamos de las piernas. Sólo con las camisas y los calzoncillos puestos, nos acercamos y nos abrazamos. Fue entonces cuando no puede reprimir mis gemidos al sentir mi polla pegada a la suya. Nos besamos por todos lados y comenzamos a desabrochar botones. Miraba a su pecho siempre que podía ¡Era maravilloso!

Soltamos las camisas en el suelo y nos subimos en la cama en calzoncillos sin dejar de cogérnosla y apretárnosla.

  • ¡Mira, Víctor! – me susurró -; es la primera noche que estamos juntos y espero que no sea la última. Para no asustarnos ninguno de los dos, vamos a empezar con poca cosa. Yo creo que estoy más nervioso que tú.

  • ¡Vale! – le dije -, pero quiero verte totalmente desnudo, así que ya nos estamos quitando los calcetines y luego

  • ¡Sí! – contestó muy contento -, me encanta tu idea. Abracémonos y acariciémonos hasta hartarnos. Espero que nos veamos más noches.

  • ¡Pues claro! – le dije - ¡Todas, si puede ser! Pero me gustaría que no anduvieses acostándote por ahí con otros y me dejases para simples caricias.

  • Si estoy contigo – respondió besándome - ¿para qué quiero a otros? Eres un encanto que no quiero perder. Aquí tenemos sitio donde estar. Tú eres el que tienes que tomar la decisión y me parece que la has tomado.

Tiramos los calcetines al suelo y nos echamos ya casi desnudos besándonos como locos.

Aprovechando que se incorporó un poco, le tiré del elástico de sus calzoncillos y tiré de ellos hacia abajo. Me miró sorprendido, se puso de rodillas muy cerca de mí y habló con seguridad.

  • ¡Venga! – dijo -. Te gustará más quitármelos tú que si me los quito yo.

Me sentí muy ilusionado y fui tirando de los elásticos muy despacio hacia abajo. Como estaba totalmente empalmado, tuve que tirar un poco hacia a adelante hasta que asomó su capullo rojo y brillante ¡Joder! Entonces se los bajé un poco más rápidamente y me encantó ver sus enormes huevos colgando entre sus piernas velludas. Aprovechó mi sorpresa para terminar de bajárselos él y sacárselos y entonces, agarrándome a sus huevos y acariciando su polla, me incorporé y le hice señas para que se tendiese en la cama. Me puse de rodillas sobre él y entendió lo que le estaba pidiendo. Tomó el elástico de mis slips y tiró de ellos con cuidado hasta bajarlos. Se incorporó y apretó su rostro contra mis partes.

  • ¡Oh, Víctor! – susurró - ¿Quién me iba a mí a decir que yo iba a tener esto pegado a mí?

  • Tuyo es todo para lo que quieras – le dije -, pero insisto en que mi tío no sepa nada. Me encantas, Blas. No puedo remediar lo que siento. Me gustaría tenerte siempre y darte todo esto sólo para ti.

  • ¡Hagamos un trato! – dijo - ¡Jamás voy a comentar esto con nadie y mucho menos con tu tío! Si quieres ser para mí, yo quiero ser para ti. No necesitaré buscar a nadie. Contigo lo tengo todo.

  • ¿Seríamos una pareja de tíos?

  • Si tú quieres – me besó los huevos apasionadamente -, pídemelo. Si puedes y quieres, aquí tendremos nuestra casa.

  • Hmmm ¡Verás! – le dije - ¡Hay un problema!

  • ¿Un problema? – se incorporó - ¿Qué pasa?

  • ¡Mi tío! – le dije - ¡Va a querer seguir tocándome de vez en cuando! Aunque me pague, no quiero ¡No puedo hacer eso! Pero si me niego

  • ¿Piensas que puede chantajearte?

  • ¡Sin duda! – exclamé - ¡Incluso es posible que te lo diga a ti como policía!

  • Eso tendría fácil solución – dijo -; un poco de teatro y ya está.

  • ¡Tiene fotos mías! – me eché a llorar sobre su hombro -. Se me ve todo; la cara, el cuerpo desnudo… ¡Puede enseñársela a mis padres!

  • ¡Eh, eh, campeón! – me besó sonriendo -. Eres mayor de edad. Puede que pases un poco de vergüenza, pero nadie va a ir contra ti, porque vas a ser mi novio, o mi marido y no voy a dejar a nadie que te diga una palabra más alta que otra.

  • ¡Abrázame, Blas! – le grité -. No me dejes.

Los abrazos y los besos en silencio fueron muy largos hasta que acabamos acariciándonos las pollas y moviendo luego las manos cada vez con más rapidez hasta que nos corrimos brutalmente uno sobre otro y sobre la colcha.

4 – La solución

Me encantó dormir abrazado al cuerpo de Blas. Su pelo corto y moreno, su vello suave, su respiración lenta y la atención que tuvo en toda la noche para taparme y para que estuviese cómodo, me hicieron pensar en que no me importaría ser gay si mi pareja fuese él. ¡Lo amaba!

Cuando me desperté, venía en pelotas con una bandeja y un desayuno de lujo. Me senté en la cama y le sonreí.

  • ¡Buenos días, querido! – dijo canturreando -, no creas que esto es un desayuno para conquistarte, porque pienso servírtelo siempre que pueda.

  • ¡Buenos días! – incliné mi cabeza para besarlo -; no me importaría que desayunáramos en la mesa los dos juntos.

  • ¡Cómete eso que tenemos que ducharnos! – dijo - ¡Vamos a solucionar lo de tu tío!... Y no quiero que te siente mal el desayuno, pero tengo un plan. A ti, tu tío no te hace falta para nada. Cuando te comas eso a gusto, y que yo te vea, nos vamos a la ducha, nos vestimos y a buscar esas fotos y esos problemillas tontos que tú mismo te creas ¡Come; repón fuerzas!

Nos vestimos muy bien arreglados y perfumados (yo llevaba la ropa de la noche anterior) y fuimos a casa de mi tío a hacerle una visita. Mi tío me besó mirándome extrañado y Blas le saludó amistosamente pero con cierto recelo.

  • ¡Toma, Pedro! – le dijo Blas -, menos mal que además de gay soy poli. Si no, ahora esta cartera la tendría «la araña». Tu sobrino te ha hecho muchos favores, pero esta noche te ha salvado todo ese dinero. Mañana se viene conmigo a trabajar en la oficina. No me gustan esos locales para un tío que es hetero.

  • ¿Hetero? – preguntó mi tío riéndose - ¡Es gay y te lo demuestro cuando quieras!

  • ¿Ah, sí? – dijo Blas - ¡Me dejas helado!

  • ¡Pasa, pasa! – le dijo - ¡Mira estas fotos!

Cuando Blas las tuvo en las manos, las observó sin hacer ningún gesto, las soltó sobre la mesa y sacó la pistola (la descargada, claro).

  • Una palabra sobre el comportamiento de tu sobrino – le dijo – y tendrán que ponerte una prótesis. Víctor no se merece que su tío lo viole y que encima le saque fotografías que, según veo, tienen algunos años

  • ¡Espera, espera, Blas! – recogió mi tío las fotos -; no hablaremos más del tema. Yo no he violado a Víctor.

  • ¿Ah, no? – preguntó Blas con sarcasmo - ¿Tocarlo e intentar forzarlo a hacer ciertas cosas no es violar a alguien? Más te vale deshacerte de esas fotos y olvidarte de tu sobrino, que además de honrado, es valiente y sincero. En mi oficina tiene un puesto seguro. Búscate a un maricón adecuado para tu cutre garito. Seguiré yendo por allí y espero no ver a cierta gentuza, porque tendré que dar una orden y te quedarás sin negocio.

Salimos de allí aprisa, subimos al coche y arrancó a toda velocidad, pero al dar la vuelta a la esquina, paró junto a la acera, se volvió hacia mí y me besó delicadamente.

  • ¡Volvamos a casa, cariño!